6: Un vivo el 10 de diciembre

Al fin los jefes tomaron conciencia y el día de ayer no hubo trabajo, o quizás la policía los obligó a que se apartara el lugar, no sé, pero ahora hay una cinta amarilla en el baño de mujeres.

El espíritu navideño no ha muerto, porque han puesto otro árbol en la esquina de la sala. No puedo parar de mirar el cubículo de Amaira, me genera escalofríos. Lo único que agradezco es haber podido descansar ayer, no obstante, ahora debo recuperar mis horas perdidas.

—¡¡Arriba ese ánimo!! —grita Tom y camina hasta el árbol, poniendo una cajita, que tiene un moño, bajo este—. Todo el que tenga regalos para sus compis, pongámoslos aquí, así por lo menos pensamos en cosas lindas.

Sonrío, abro mi cajón y agarro las pequeñas cajitas que tengo. Suspiro mirando la de Amaira, entonces cierro la gaveta. Me levanto, volviéndome el ánimo, luego me aproximo y bajo el árbol pongo algunas.

—Oh, hoy estás generosa —expresa el moreno.

—Siempre —declaro con orgullo, luego miro a Ezra que sigue concentrado en su cubículo—. ¡¡El tuyo está aquí, no lo toques ni te atrevas a espiar!!

El pelinegro, alza la vista, y me sonríe para contestarme:

—No puedes vigilarme por siempre, me lo dejas muy fácil a la vista de todos —bromea—. En tu cajón era un mejor escondite.

Levanto dos dedos.

—¡Quién sabe! —Pongo las manos en mi cintura—. ¿Y dónde está mi regalo?

Sube la cabeza con orgullo.

—Eso es sorpresa.

—¡¡No me dejen fuera de la conversación!! —grita Tom.

—Claro. —Lo observo—. ¿Y mi regalo?

—Ese. —Señala.

Me río.

—Así no es el juego.

—Tú indicaste cuál era el de Ezra. —Mueve los hombros.

—Touché. 

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