Capítulo 2: Ecos en mi corazón

Son las dos de la mañana y no puedo dormir.

Después de golpear mi almohada por tercera vez, suspiro profundo, y me conformo con ponerme de costado dejando que la brisa fresca acaricie mi espalda acalorada.

Las cortinas blancas de lino susurran en anticipación.

Ellas también lo esperan.

Estoy sola en el dormitorio: tanto, que mi única compañía son mis pensamientos erráticos. Un trillón de palabras inundan mi mente: como olas en el mar, se estrellan contra mi cerebro cansado.

Me duele todo el cuerpo. Con un gruñido, le echo la culpa a todas las cajas que tuve que cargar desde el camión de mudanzas hasta esta nueva casa que no se siente para nada un hogar.

Una pequeña y fugaz sonrisa se dibuja en mi rostro al recordar la expresión de asombro de mi hermano menor, Tommy, junto con los saltitos nerviosos de mi hermana Brisa cuando vieron ese camión estacionado en la entrada de nuestra antigua casa.

Le rogaron a mamá y luego convencieron al chofer para que los dejara sentarse detrás del volante. Sobre todo Tommy: él siempre quiere parecer más maduro cuando en realidad es un ratoncito mimoso.

Mi pecho se contrae pensando en como mamá a pesar del poco dinero que tenemos, quiso invertirlo en dejar nuestra antigua vida atrás. Todo por mi culpa...

Es por mí que Tommy y Brisa tienen que empezar de cero en una nueva escuela.

Es por mí que nuestros ahorros, los pocos que teníamos, se redujeron a unas cuantas cajas de cartón y una casa de dos pisos y ventanales de madera color menta.

Los latidos de mi corazón se aceleran al recordar cómo era mi vida antes de que todo se fuera al diablo.

Son las dos y cuarto de la madrugada y mi mente navega a la deriva una vez más...

Pienso en corazones de madera: de esos que los amantes esculpen en los troncos de los árboles, cuando todo es color de rosa y la esperanza de un futuro juntos se les derrama del alma.

Pienso en corazones de chocolate: de esos que se esconden detrás de las vitrinas de una chocolatería, esperando ser comprados para lograr su cometido: suavizar las aristas de esta vida tan complicada con un tironcito de sus envoltorios coloridos.

Nada de eso me ha pasado jamás.

Nunca he grabado mi nombre junto al de un chico que me guste, o me han regalado un chocolate con la promesa de un beso apasionado.

Sin poderlo evitar, siento como las lágrimas me desbordan los ojos y caen por mi rostro mojando la gastada funda de mi almohada.

Hubiera dado todo por vivir uno de esos momentos. Uno nada más.

Hubiera dado todo por evitar uno en específico que destrozó mi vida.

Mis manos tiemblan demasiado, así que las apoyo sobre mi pecho entrelazando mis dedos y pienso en mi corazón: bajo mi camisón, bajo mi piel, y entre mis costillas sé que late descontrolado. Herido. Bombeando sangre a todo mi cuerpo. Este cuerpo que ha ganado peso: tanto, que no me reconozco en el espejo.

Mis pobres huesos ahora acarrean un montón más de "mi" que antes. ¿Por qué? Por culpa de un corazón en específico. 

Dos años atrás, el corazón de mi padre explotó en su pecho mientras conducía desde su trabajo a casa.

Luego de lo sucedido, comencé a comerme todas las cajas de cereales que pude encontrar en la despensa. Luego, comí todo el contenido de la heladera, hasta el tubo de manteca. Sí, ya sé, un asco. Pasa que trate de llenar con comida el vacío enorme de su ausencia. Tenía tan solo catorce años, y no supe qué más hacer...

Son las dos y cuarenta y cinco de la madrugada y pienso en el diagnóstico del médico forense; esa maldita noche en la que apreté la mano de mi madre con tanta fuerza, que no sé cómo no le quebré todos sus delicados dedos.

—El señor falleció debido a una rotura miocárdica —dijo el doctor sin ningún rastro de empatía en su rostro cerúleo.

«¿Y en español eso que carajos significa?» quise gritarle en su cara fría e impersonal mientras con el rabillo del ojo miraba como mi madre ahogaba sollozos desconsolados.

No hizo falta.

Ella se dio vuelta, clavó sus ojos enrojecidos en los míos y susurro, —Es una complicación mecánica fatal. Papá murió de un infarto, mi amor... —su voz se deshizo luego de explicarme. Ella es doctora también.

Agotada de pensar, me obligo a escuchar los latidos de mi corazón: a traducir su tenue melodía.

bum bum, papá

bum bum, angustia

bum bum, papá

bum bum, me haces falta

Amargas lágrimas ruedan por mis mejillas y esta vez no hago nada para detenerlas. Ignorándolas, rezo por que seamos más que un compendio de tejidos, músculos y huesos. Rezo por que un ser humano sea más que un arreglo accidental de moléculas y átomos. Quiero creer que papá lo fue. Quiero creer que su amor por mí no fue producto de meros impulsos nerviosos, y que la fuerza que nos une—aún hoy— es más poderosa que la gravedad.

Son las dos y cincuenta de la madrugada y a pesar de la brisa que ahora me sopla en la frente, no siento que respiro.

Una idea loca nace en mi cabeza: ¿y si me estoy convirtiendo en una planta? ¿Y si en realidad es anhídrido de carbono lo que mis pulmones inhalan?

Sí. Quizás ese sea mi destino. Mi nuevo cometido.

Si admito la forma en que mi vida se me ha ido de control, o como mis días han dado paso a noches en vela, es lógico que mi cuerpo esté exhausto y no quiera saber de nada.

Sí. Eso es: estoy en estado de descomposición. Pronto mi alma podrá deslizarse y desaparecer dentro de un huequito en este jardín descuidado y echar raíces. Si todo va bien con mi transición, me convertiré en un helecho, conectada para siempre a la misma tierra en que mi papá descansa. Estoy segura de que las demás raíces, con sabiduría infinita, me sabrán explicar por qué se tuvo que ir de este mundo, por qué no pudo quedarse a mi lado por más tiempo. Algo me dice que hay un millón de secretos escondidos entre esos terrones de grava.

Secretos como el mío...

Me llamo Alba, tengo dieciséis años, y nadie se puede enterar de que puedo escuchar la voz de mi padre muerto de forma tan clara como las luces del amanecer que en breve estarán colándose a través de mi ventana.

Sí, lo sé. Soy un absoluto desastre: rota en tantos micro pedacitos que sería imposible contarlos.

¿Estoy loca? Probablemente.

¿Preciso de esta locura más que cualquier cosa? Definitivamente.

Una risotada amarga se me escapa sin querer de solo pensar lo que dirían los demás si lo supieran. Lo que diría mi madre... Pero no puedo evitarlo. Esta locura es adictiva y aterradora al mismo tiempo.

El maullido de un gato rompe el silencio de la noche oscura y entonces sucede...

Como ha venido sucediendo desde hace ya más de año y medio: de manera aterradora al principio y sanadora un segundo después.

—¿Alba? —Su voz es un suspiro en la oscuridad.

El tiempo parece detenerse y todo lo que ansío es escucharlo decir mi nombre una vez más.

—Alba, mi amor, contéstame.

Mi papá está aquí conmigo, en este cuarto nuevo y desconocido, y dentro de mi corazón.

bum bum miedo

bum bum alivio

«Hola, pa».

—¿Por qué te torturas así? —Suena preocupado. Me deleito con su cadencia tan familiar, tan reconfortante.

«¿Qué quieres decir?» Le contesto, aunque creo adivinarlo.

—Tus pensamientos son dolorosos, abejita. Te lastiman. Lo siento en la forma que late tu corazón. También sé que te duele hasta respirar...

Ahogo un sollozo cuando lo escucho llamarme "abejita". Era su apodo para mí. Me lo gané cuando tenía tres años y lo único que hacía era corretear en el jardín destruyéndole sus amados rosales.

«No te preocupes por eso, puedo explicarlo. Resulta que estoy en plena transición. Me quiero convertir en una pequeña planta para esconderme bajo la tierra como tú».

—No seas tonta, Alba. No naciste para ser una planta. Naciste para polinarlas con tus hermosas alas imaginarias. Naciste para revolotear por el mundo y cambiarlo de color.

«Ya no puedo hacer eso. Desde que te fuiste y me dejaste en este mundo sola, todo es blanco y negro. Y no me quedan ganas de saltar de flor en flor». Quiero decirle eso, pero no me atrevo. Tengo miedo a que no vuelva a conversar conmigo esta noche.

Él se mantiene silencioso y yo contengo la respiración. Los grillos cantan y parecen cuchichear que fui muy tonta al pensar decirle tal cosa. Quiero gritarles que se vayan al cuerno y se ocupen de sus asuntos, pero muy dentro mío, sé que tienen razón. No debo arriesgar mi tiempo con papá.

—Deberías descansar, abejita. Dormir como cuando eras pequeña. ¿Lo recuerdas? —Su voz inunda mi pecho de paz. Se aclara la garganta, y continúa hablando.

 —¿Te acuerdas de cuando me obligabas a leerte un montón de cuentos de hadas? Tenía que hacerte las voces también. A la quinta historia, ya estabas tan cansada, que te dormías con una sonrisa. Estoy seguro de que en sueños viajabas al mundo maravilloso del "Nunca Jamás".

«Mi mundo era maravilloso contigo, papá». Me ahogan las ganas de confesárselo, pero oigo su risa y no quiero perderme ni un segundo de su tierno compás.

—¿Verdad que no lo has olvidado?

«Nunca podría, papi».

—¡Lo sabía! —Por el tono de su voz sé que está sonriendo.

Imágenes de su rostro me invaden al mismo tiempo que un ardor insoportable explota en mi pecho. Sé que él quiere sostener mi mano, como solía hacer después de arroparme. Yo no quería que me soltara, así que el pobre tenía que hacer malabares para pasar las páginas de nuestro libro de cuentos favorito. Lo tengo aquí mismo, debajo de mi almohada... Mis dedos saben donde encontrarlo y eso me relaja.

Este es mi secreto y esta mi verdad: quiero que mi papá venga a rescatarme de una monstruosa realidad en la cual mi padre ha muerto.

Saco el libro de debajo de mi almohada y lo abrazo fuerte. Mi pecho agitado lo mueve con ritmo errático, así que lo aprieto con más fuerza aún hasta que siento que me aplasta.

«¿Papá?»

Silencio.

«¿Me contarías un cuento?»

No obtengo respuesta salvo el ruido de las ramas de los álamos del patio. El viento me ha robado su voz esta madrugada.

Pestañeo con fuerza, peleándome con las lágrimas que no cesan. Mi papá se ha ido. Estoy de nuevo sola en mi habitación salvo por esta cama que rechina, estas feas paredes desiertas, y unas seis cajas de cartón que temo abrir.

¿Qué hora es? ¿Tres? ¿Cuatro de la mañana? Tengo clase a las ocho...

Papá tenía razón. Me dijo que me dolía hasta respirar.

El silencio duele.

Mis costillas duelen: detrás de ellas mi corazón me duele mientras no deja de componer nuevos acordes de una melodía vacía e infinita.

bum bum, papá

bum bum, su ausencia

bum bum, dolor







N/A

Buenooo, este capi fue duro, ¿no?

Aw, les mando una barrita de choco 🍫 para que me tengan paciencia y le den todo su amor a Alba.

Este se lo dedico a mi primera lectora: @ZiliStar2021 que no solo se animó a darle una chance a esta novela sino que me dejó hermosos comentarios y una enorme sonrisa en mi cara de tonta jijiji

¡Los quiero mucho!

Esperen otro capi en un par de días 🐝♥︎

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top