Capítulo 14: Escondida



Observo como el agua del grifo hace burbujas mientras llena mi bañera, y agradezco el silencio que me rodea. Solo se escucha el caer del agua, cierro mis ojos, y dejo que el vapor entibie mi piel helada. A mi izquierda, yace el vestido cubierto de tierra y vergüenza. Unos ojos azules infinitos invaden mi pensamiento, están llenos de preguntas que no puedo responder.

Adivinaron muy bien. No puedo sacarme a River de la cabeza. Yo también tengo miles de preguntas flotando en el aire.

¿Qué estaba haciendo en el lago al mismo tiempo que yo estaba allí? Estoy segura de que tenía clases y se las saltó. En su mochila llevaba mi corona de papel, una de esas que me hizo papá para cuando leíamos juntos. Debo recuperarla.

La forma en que River me mira, es demasiado profunda. Ningún chico me había mirado de esa forma jamás. No sé cómo reaccionar, me paraliza. Me asusta, pero a la vez no quiero que deje de hacerlo.

Se me ocurre una idea: pararme frente al espejo y tratar de ver lo que River vio en mí antes que todo se fuera al diablo. Debería poder tolerar mi reflejo durante más de dos segundos ¿no? Me acerco con cautela, casi como si mi yo detrás del vidrio pudiera lastimarme. Aguanto cinco segundos y tengo que apartar la mirada. Soy una patética insoportable y sin remedio, lo sé.

Una vez dentro de la bañera, mis músculos se relajan, y el cansancio se apodera de mí. Envuelta en mi bata, me siento en mi cama que me recibe cual vieja amiga. El viento se arremolina haciendo ruido fuera de la ventana.

¿Habrá llegado bien a su casa?

«Dios mío, Alba. Ese no es asunto tuyo. Ni que fueras su novia».

Suelto un suspiro derrotado, poniendo los ojos en blanco por mi propia estupidez.

«El pobre chico solo te ayudó fuera del agua, y tú ya crees que se ha enamorado de ti. Cielos, Alba. Ya alcanzaste niveles inimaginables de locura».

Me dejo caer sobre la almohada, el cielo nocturno se ha despejado gracias al viento. Las nubes esponjosas que me gritaban obscenidades mientras eran testigos de mi vergonzosa caminata de regreso a mi casa, ya no están.

Clover araña la puerta de mi dormitorio queriendo entrar. De puntitas la abro, no quiero hacer el menor ruido así mamá no se entera de que ya estoy en pijamas. Sé que ella vendrá en cuestión de minutos a chequear como estoy. Cuando lo hace, finjo estar dormida. ¿Por qué? Porque su hija es como un ovillo de lana, deshaciéndose a medida que su vida la golpea. Mientras su corazón late erráticamente y su padre ya no está para sacarla a nadar en bicicleta, o curarle los raspones de sus aventuras compartidas y risas sin final.

Todo eso soy yo, una gran madeja de ansiedad. ¿Dónde está su voz ahora que la necesito tanto? ¿Por qué no ha venido a conversar? Hace horas que no me habla, y cuando eso sucede, es como si una mano invisible me estuviera aplastando la laringe, asfixiándome. Es aterrador.

—Aquí estoy, abejita.

Las lágrimas se deslizan por mis mejillas de alivio al escucharlo. Me cubro la boca con ambas manos así mamá no escucha el ataque de hipo que me ha dado. Lo último que precisa esta noche es preocuparse aún más por su hija rota.

«Hola, papi». Abrazo mi almohada y finjo que es su pecho.

—¿Te acuerdas como me pedías que contara para que te durmieras? —Su suave risa reverbera en el vacío de mi habitación. Mis cosas aún se encuentran en cajas. No he querido desempacar. ¿Debería darle una chance a esta vida tan vacía? Tengo tanto miedo.

—¿Lo recuerdas, abejita?

«Claro que sí, pa». Sigo llorando, pero claro, él no lo nota. Una parte de mí sabe muy bien por qué nunca parece consciente de ciertas cosas. Sucede que no puedo tolerar el aceptarlo: que todo esto pueda ser producto de mi subconsciente, duele más que la conciencia de saber que nunca se dará cuenta de lo que yo no quiero que sepa.

—Solo querías contar números. No ovejas —Por la cadencia en su voz sé que aún sonríe—. Por ti, puedo contar hasta el infinito. Nunca me molesta. Por ti, contaré hasta siempre, abejita.

Tu "para siempre" es mi "nunca más", papi. No me animo a decírselo. Sé que desaparecería y esta noche mi corazón no podría soportarlo.

«Amo que me cuentes hasta dormirme».

Cuando llega a mil trescientos noventa y dos, mis ojos cansados y llenos de un azul infinito, se cierran acompañados de un bostezo cansado.

Son las tres de la madrugada cuando despierto sobresaltada. Un búho ulula en la rama del roble que tengo frente a mi ventana. Espero a que papá vuelva, pero no sucede. El silencio es abrumador. Me doy la vuelta, y cuento hasta que mis números ya no tienen sentido.

Cuando abro los ojos nuevamente, son casi las ocho de la mañana. Es sábado, y la paloma ha vuelto. Está posada sobre un cable telefónico en el poste de electricidad: sus pequeños ojos redondeados buscando semillas en el suelo. Detrás de ella, el sol se arquea sobre el cielo nublado. Clover ladra afuera y en algún lugar de la casa se abre y se cierra una puerta.

Me tapo la cara con mi acolchado, finjo que soy un fantasma y nadie puede verme. Ni siquiera la paloma curiosa que despega con un aleteo ruidoso. No tengo ganas de levantarme y unirme al mundo.

Brisa chilla mientras escucho cómo sube las escaleras saltando. Tommy seguro la está persiguiendo. Los escucho pelearse por un camión de bomberos y un osito de peluche perdido. El sol intenta abrirse paso a través de mis cortinas, pero me levanto, tiro de la persiana de enrollar, y lo echo a patadas de mi habitación. Nada de luz. ¡Fuera!

Noto como hay un charco de agua de lluvia en la parte baja de mi ventana. El sol no es lo suficientemente fuerte para secarlo, como yo no soy lo suficientemente fuerte para secar mis lágrimas que me visitan de nuevo.

Se los dije, soy un desastre caminante.

Ni siquiera me molesto en limpiarlas, para eso está la funda de mi almohada. Cuando mamá entra en mi habitación, el aroma a café y tostadas irrumpe con ella. Aplano mi cuerpo para que no pueda verme. Segundos después, mi puerta se cierra. Misión cumplida: probablemente piensa que he salido a caminar, o a comprar jugo de naranja. Sé que tiene que llevar a Tommy y a Brisa a una especie de feria escolar, y que traerá de vuelta mi bicicleta cuando termine.

Tengo todo el día para quedarme enredada en mis sábanas, levantándome solo para ir al baño para luego poder seguir ignorando al mundo. Mi respiración se reduce y es apenas audible. Soy una experta en ser invisible.

Hibernaré aquí. Sí. Saldré en primavera con los capullos en flor y mi recuerdo de River desaparecido para siempre. Su voz ronca borrada de mi memoria. Sus ojos cielo arrancados de mi ser.

—¿Y si no sales en absoluto? —susurra mi manta mientras me envuelve en un abrazo apretado, mientras las horas se desvanecen y mi razón se evapora.

Parpadeo y son las siete de la tarde. Mamá golpea mi puerta y entra con Tommy pisándole los talones.

—¿Qué pasa, mi amor? —pregunta con el ceño fruncido.

—Si, Albita. ¿Estás enferma? —susurra Tommy, dando saltitos de pájaro alrededor de mi cuarto.

—Creo que estoy enferma —contesto, enterrando mi cara en la almohada húmeda.

—¿Qué sientes? —Mamá se apresura a presionar la palma de su mano sobre lo poco que puede tocar de mi frente. Modo doctora: activado.

—Sí, ¿qué sientes, niña pachucha? —repite mi hermanito, revisando sin ningún miramiento dentro de mis cajas de cartón.

Cómo explicarles que el vacío que llevo dentro me ha enfermado. Me ha hecho tratar de suicidarme. Me ha hecho creer que ahogada iba a poder escuchar a papá con más claridad o yo qué sé. Y ahora, soy una madeja enredada y sucia del agua del lago, con hilos apelmazados saliendo en todas direcciones. Sé que no lo parece, mami, pero dentro mío aún estoy empapada, tiritando de incertidumbre. Porque un chico se lanzó a salvarme y me arrastró con sus brazos fuertes a la orilla. Y me miró como nunca nadie lo había hecho, y me hizo sentir un remolino de emociones que ni sé cómo se llaman. Y entonces, comencé a toser sin parar, ahí enfrente de él. Y deseé que me tragara la arena así él no veía lo peor de mí. ¿Que por qué me importó que me viera? Porque por alguna estúpida razón, sus ojos, y lo que vea en mí, me significa más que todo el aire que respiro. Él me importa más que la mitad de la población de este maldito planeta.

Ah, y he arruinado las chances de conocerlo mejor, ma. No puedo darme ese lujo. No puedo ser su amiga. Lo alejé con mis rarezas. Lo ahuyenté con mis malos modales y mi loca humedad y ahora esa misma humedad está envenenando la tierra. Y nada importa, porque un día el sol se lo tragará todo: mi dolor, mi vergüenza, hasta mis hilos deshaciéndose con cada segundo que pasa y ya nada de esto va a tener importancia.

—Dolor de ovarios —le digo—. Supongo que fue el frío de ayer.

Tommy me mira confundido, mamá comprensivamente. De mujer a mujer, ella sabe lo terribles que pueden ser.

—Quizás es que tienes mucha caca adentro, Albita —me dice Tommy, incapaz de mantener una cara seria—. A veces tengo calambres cuando quiero hacer caca.

—¿Sabes qué, hermanito? Creo que tienes razón. Hay un montón de mierda flotando dentro de mí.

Sus carcajadas llenan la habitación y logra hacerme sonreír un poco.

—¡Alba! —rezonga mamá, pero las comisuras de sus labios se levantan.

—Lo siento, ma.

—Te quiero mucho, Alba —me dice Tommy, su aliento cálido en mi oído—. Mejórate pronto ¿si? Brisa no sabe jugar a la pelota. Me besa y luego sale apresurado a pelearse con mi hermana menor.

Mamá roza sus largos dedos contra mi cabello despeinado.

—¿Quieres Ibuprofeno?

—No, ma. Gracias. Ya se me pasa.

Quiero abrazarla fuerte. Respirar profundamente su "olor a mamá", esconderme bajo sus brazos y desaparecer. Quiero confesarle todo sobre mis conversaciones con papá, y como algunas otras cosas en el mundo a veces me hablan también. Quiero que ella me rescate de este vacío hambriento que tengo dentro. Ella espera a que le diga algo más, pero mi voz se aferra a mi garganta y se niega a salir a la superficie.

—Bueno, mi amor. Como quieras.

Se levanta y deja mi cuarto lentamente. Desearía que se hubiera quedado. Me clavo las uñas en las palmas de mis manos, y me vuelvo a hundir en la cama con el dolor entrelazado a mis sábanas arrugadas.

Estoy sola de nuevo, salvo por el aroma del champú de lavanda de mamá y la huella del beso húmedo que Tommy dejó en mi mejilla. 



N/A

Ay, ay...¡cómo los extrañé! Estuve un poquito enferma y no podía concentrarme, pero ahora ya estoy bien y aquí les dejo otro capi. 

Este se lo dedico especialmente a @LEEAnne1111  cuyo mensajito me llego al alma. Voy a ir dedicando todos los capis porque el cariño que me brindan me da ganas de saltar de alegría.

Gracias <3

Ah, y creo que ya es hora de que me conozcan jiji

¡Los quiero mucho! Hasta mañana <3

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top