02
02
.
.
El sol se encontraba en su mayor resplandor, ninguna nube custodiaba su territorio, excepto el humo oscuro del Ferry que dejaba un sendero grisáceo en el aire.
El sonido característico de la locomotora anunció su pronta llegada a la siguiente estación.
Tímidamente Asuna vio por la ventana, el verde paisaje en la colina le saludo, fascinada por tan hermosa vista se quedó estática admirando tal belleza hasta que los campos fueron cambiadas por la estructura de casas.
Había llegado.
El dolor de cabeza que sintió, no era a causa de tan largo y agotador viaje, ni marearse por no utilizar tan seguido ese medio de transporte, padecer de esa jaqueca era un mal hábito por tener mucho rondando en sus pensamientos.
Aún le faltaba recorrer unos kilómetros más, pasar a ese pueblo era parte del trayecto de su destino final.
Por sugerencia de Liz, arrendó un vagón completo para ella, no le gustaba actuar como una señorita de alto porte pero, cada día el Ferry era abarrotado por personas que deseaban hacerse con un boleto, viajar apretada y con cientos de personas a su alrededor cuando tenía un mar de pensamientos, no era adecuado.
Dejó escapar un suspiro pesado cuando el tren se detuvo por completo, más ella no se movió, su equipaje estaba en el mismo sillón por lo que tomarlo y salir le sería sencillo. Lo que la acobardaba de bajar alegre como el resto de pasajeros, era la razón de montar esa aventura.
"¡Era una completa locura ir a buscar al joven que claramente no deseaba verla ni en pintura!"
Dejar su residencia y trabajo por un capricho, no era algo que una dama de su madurez debía hacer, ya no era una niña.
Pero no podía vivir con ese puñal en el pecho, no le importaba que no tuviera claro que haría cuando lo encontrara, debía arreglar ese problema y punto.
—Niñato ingrato, espero hayas madurado ya.
Reprimió gritarlo, al menos no quería ensuciar sus modales.
Tomó su maleta y comenzó a salir del vagón. Lo primero que haría, ni bien tocará tierra firme, sería buscar transporte que la llevase al siguiente pueblo.
No era acoso lo que hacía, se tomaría la tarea de aclarar todo, incluyendo el malestar en su corazón. Que Kazuto la evitará por varios meses hasta llegar al punto de huir lejos de ella, le dolió, si no conociera por un tercero la razón de dejar la comodidad de la cuidad y cambiar a una ruta en un pueblo recóndito lo hubiera despedido de inmediato por tomar decisiones que no le correspondían... al menos sabía que era un buen chico.
Un buen chico que solo a ella le trata como una rufián que repartía lástima.
.
.
No estaba para más decir que su actitud temeraria le traería problemas. Esas travesuras de niña, habían ganado cada una de sus decisiones en ese día.
Decisiones que parecían correctas al ver los campos multicolores que llenaban el aire de un aroma agradable la hacían sonreír, estaba maravillada de ver camas de flores que sobrepasaban los kilómetros. En la cuidad era imposible ver algo así.
La inapropiada idea de bajarse de un brinco de la carrera que la transportaba, solo para ir y cortar un par de ellas con el afán de colocarlas en un jarrón que adornara su habitación, tuvo que borrarlo de su mente, ante lo peligroso que era.
El camino se encontraba en pésimas condiciones, los carruajes no podían circular por esa zona, por lo que el único medio de transporte que encontró capaz de superar esas limitaciones fueron las carretas jaladas por bueyes que los campesinos utilizaban para llevar paja y cultivos.
Por la hora que descendió del Ferry, a medio día, fue pura suerte que encontrase a un granjero de avanzada edad que casualmente estaba por regresar a su pueblo, el mismo que ella tenía por destino.
Bastó un par de palabras suyas para convencer al anciano, que amablemente le ofreció un paseo. Y, aunque la mejor opción debió ser buscar hospedaje para descansar y continuar el viaje al siguiente día, sus galas temerarias hicieron lo suyo.
—¿Busca encontrarse con su amado?
Abochornada por esa pregunta negó mientras volvía su atención al anciano que manejaba las riendas con gran habilidad.
—Es por... cuestiones de trabajo —decidió que mantener en secreto sus verdaderas intenciones era lo mejor. No quería que pensaran que comenzó una travesía en nombre del amor.
El hombre no pareció convencido, que regresara su atención al frente era muestra de que no deseaba incomodarla más.
Agradeció en silencio la privacidad que se le dio y en busca de romper el aire de pena que quedó en su rostro se acomodó el sombrero que compró para cubrirse de los rayos del sol.
—Es poco peculiar y digno de admirar el amor que una dama le tiene a su esposo —agregó su acompañante, lo que le hizo avergonzarse.
—No soy casada, vengo a solucionar algo laboral —trató de escucharse más convincente.
—Su collar —maniobró con una mano las riendas para señalar el objeto dorado que colgaba en su cuello —, ¿no es un botón?.
Se tragó la pena, mientras tímidamente tomó el objeto con su mano escondiéndolo de la mirada curiosa del anciano.
—Si... —susurró amedrentada.
Otra gran idea de Liz —admitía que no puso demasiada resistencia cuando su amiga la encontró en el suelo buscando ese objeto bajo su escritorio y, de manera graciosa tomó un delgado listón y lo amarró al extremo creando un improvisado collar, diciéndole "cuando te topes con él, se lo devuelves antes de que lo asustes".
Al principio lo tomó como broma y lo mantuvo oculto en su cajón, pero conforme los días pasaban y Kazuto no dejaba de ponerla en jaque, terminó llevándolo consigo, estaba determinada a entregárselo sí o sí, mientras lo encaraba del ¿porqué?, tan infantil carácter le hubo mostrado. No creía que el malentendido con brindarle ayuda y el hecho de que su difunto mayordomo le abandonó, estuviera relacionado siendo la causa de ese alejamiento.
Por enésima vez desde que inició esa travesía, maldijo al joven dueño de ese objeto.
.
.
Cuando decidiera hacer otra locura, se lo pensaría más de una vez, recordaría nunca más obedecer a sus traicioneros pensamiento liberales y optimistas.
Con su pañuelo se limpió el escaso sudor en el rostro, llevaba ya más de media hora caminando alrededor de ese pequeño pueblo en busca de ese niño, parecía que la tierra decidió tragárselo, ya que por más indicaciones que recibió de los residentes, de en donde lo había visto por última vez, no lo encontraba.
Para sumarle peso a su caminata, su terquedad de cargar consigo su maleta, le estaba pasando factura. Además de estar hambrienta, ya casi caería la noche y no había probado bocado, la decisión de no darse por vencida, fue escuchar a un hombre de oficio de pesca, diciendo que se topó con el cartero cuando regresaba del lago.
No lo pensó demasiado y fue en busca de ese lugar, apenas escuchó las indicaciones de cómo llegar y con esa vaga idea en mente imploró que dejara de estar jugando a las escondidas.
Se encontraba caminando colina abajo cuando vio una silueta, ese color en la vestimenta de aquella figura no lo confundiría y, como si fuese una niña a quien recién le regalaron su primer muñeca, corrió con una sonrisa en el rostro.
Aunque la reacción que pensó tendría cuando lo encontrará no sería esa, en muchos escenarios se vio a sí misma reprendiéndolo mientras evitaba que escapara.
Mientras avanzaba la figura sentada frente al lago se fue haciendo más clara. La cabellera oscura de Kazuto, nuevamente sin gorra, se movía con el viento. Él se encontraba entretenido mirando su reflejo en el agua, el maletín caqui se mantenía lejos, seguramente para evitar una desgracia.
Estaba a escaso un metro cuando detuvo la carrera, él no se percató de su presencia y fue hasta entonces que ella se dio cuenta que el joven no analizaba su aspecto o la pacífica agua. En sus manos sostenía un sobre, una carta, la que agarraba con demasiada fuerza, dañando el delicado papel.
Su rostro estaba sombrío, como si algo le molestará demasiado que deseaba desquitarse con ese sobre. Estaba, quizás un poco más enojado que la última vez que lo vio.
No la estaba pasando bien, ¿un problema con algún destinatario? —, dedujo de manera rápida. Solían suceder casos donde la persona había cambiado de domicilio, muerto; aunque en esta siempre había algún familiar a quien facilitarle la correspondencia. Con lo dedicado que era el joven, no entregar una carta sería fatal, además de romper el lema que ella misma creó.
Dio un paso hacia adelante, sus zapatillas rozaron el pasto con suavidad, no movió su atención del joven, quien cerró los ojos mientras apretaba los dientes para al segundo después tomar la carta con ambas manos y de súbito romperla en pedazos.
El corazón de Asuna pareció destrozarse al ver un preciado tesoro ser vilmente masacrado de esa manera.
Los trozos de papel fueron llevados por el viento, fue poco lo que recorrieron hasta caer en las aguas; las que con lentitud las humedecieron mientras aún flotaban en la superficie.
El joven dejó caer los últimos pedazos que siguieron el mismo triste destino. Sin remordimientos lo vio levantarse y no despegar la mirada de lo que había hecho.
La furia, que primera vez, a esa altura no podía describir le hicieron pegar pasos pesados, lo que puso en conciencia a su acompañante que no estaba solo.
La mirada de sorpresa que atraparon sus profundos ojos negros al observarla, no le hizo gracia.
—¿Qué hace aqu...?
No le permitió terminar, su mano fue más rápida en estamparle una bofetada en la mejilla, el eco del golpe seguramente se escuchó en todo el pueblo.
—¡Chiquillo irresponsable e insensible! —gritó sin contener su enojo.
Él solo pudo mirarla de manera atónita mientras se cubría esa parte de su rostro con su mano.
—¿Qué crees que haz hecho? —se abstuvo de volver a abofetearlo al ver que no contestaba—. Romper una carta que fue escrita con el amor de alguien por su ser querido, es un delito.
Estaba perdiendo el tiempo con él, se había equivocado al juzgarlo, tenía enfrente a un desconsiderado que en nada le importaba su trabajo.
—¡Estas despedido!
Fue lo último que dijo. Corrió hacia el lago, tenía la esperanza de poder unir todas las partes y remendar de alguna forma el papel o su contenido. No dejaría que por una estupidez de un niñato esa carta se quedará en el fondo del lago.
Las aguas estaban heladas, apenas ingresó sintió el frío apoderarse de su cuerpo. Sumado la imprudencia de adentrarse con su vestimenta, le dificultaba dar los pasos, en el proceso había perdido sus zapatillas. Soltó su equipaje, que terminó hundiéndose, no le importó, su mano atrapó el primer trozo. El agua le llegaba arriba de la cintura y apenas había recuperado una tercera parte de la carta, el resto, por la marea que ella misma había creado, se adentraron más al lago, algunos yacían sumergidos.
No podría recuperarlos.
Sus ojos se humedecieron, las pocas partes que recuperó estaban manchadas, la tinta se corrió, siendo imposible leer lo que alguna vez estuvo escrito. La fragilidad en el papel era tanta que era cuestión de tiempo para que se evaporaran.
—Ya nada puede hacerse.
Volvió hacia atrás, Kazuto no hizo contacto visual con ella, su atención estaba en el agua, se quitó su chaqueta y le siguió.
—Déjeme ayudarla —le tendió su mano.
Con lo enojada que aún seguía, no aceptó su ayuda, dando pasos inestables al lado de él, lo que hizo no se lo perdonaría.
Se detuvo al recordar que votó su equipaje, no lo veía flotando, debía encontrarlo ahí se encontraba su ropa, dinero y boleto para el Ferry.
—Déjeme ayudarla —ofreció de nuevo el joven.
Ella no contestó y siguió buscando por su cuenta, dudaba que su insistencia se debía al arrepentimiento de sus actos, seguramente solo quería recuperar su trabajo, era egoísta.
—Terminara cayéndose —dijo con suma preocupación mientras le seguía.
Por un instante, Asuna se detuvo a estudiar su manera de tratarla en ese momento, era tal cual el inicio de cuando se conocieron, con su extraño problema de personalidad no le sorprendería que al salir del agua se pusiera a la defensiva.
No quería lidiar con sus problemas, por lo que intentó ignorarle.
—¡Deje de hacer berrinche y haga caso, ya no es una niña!
Eso le hizo estallar, aquí ella era la adulta y él un malcriado, se volvió hacia el joven.
—No le hables así a una dama —le reprendió.
Para su sorpresa el rio como si presenciara el espectáculo de algún circo.
—¿Qué clase de dama hace lo que usted? —se cruzó de brazos.
—Las que les apasiona algo —espetó ella —, seguramente no lo entiendes, después de todo no haz madurado lo suficientemente, sigues siendo un niño.
Él apretó los dientes, que le llamara de esa forma era una especie de detonante.
—Muy pronto cumpliré la mayoría de edad —bufó.
Asuna no pudo evitar reír, pues aún veía lejos que los años le trageran seriedad.
—¿Qué le hace tanta gracia señora? —contraatacó. Caminó hacia ella, quedando frente a frente.
Sin saber cómo se enfocó en las pupilas de su acompañante, quizás era a causa del ocaso, pues notó con cierta sorpresa que sus ojos, en esa ocasión eran más azules que negros, de cómo recordaba, estaba mesclados con el azul del lago, cuando esté era bañado por la noche.
Al darse cuenta de cómo le miraba rompió el contacto.
—No perderás ese orgullo, ni porque llegues a viejo —habló con sinceridad—. A mis ojos sigues siendo un niñato a quien deben de educar.
—No soy un niño —carraspeó con aires de molestia.
Asuna dejó escapar un suspiro, si seguía perdiendo el tiempo con él terminaría congelándose. Dar con su maleta era lo primordial.
Sus piernas se estaban entumeciendo, el vestido le pesaba kilos. Se abrazó a sí misma y prosiguió a esa búsqueda imposible.
El siguiente paso que dio fue inestable, estuvo a punto de caerse, fue gracias a que Kazuto la tomó del brazo que le salvó de mojarse por completo.
—Gracias... —y aunque creyó que esa salvada quedaría ahí se equivocó.
Fue jalada con tanta fuerza que terminó chocando en el pecho masculino, la mano derecha de él se posicionó con pertenencia en su cintura y la restante le levantó el mentón, no le dio tiempo de reaccionar, de manera feroz sus labios fueron atrapados.
Intentó separarse, haciéndose para atrás, no quería caer en el mismo error, además de no ser correcto pero, el cuerpo de su captor se arqueó con ella. El beso se intensificó de tal manera que cedió y correspondió la caricia, el roce de sus labios le fue agradable y a diferencia de la vez anterior participó sin ser rechazada.
Con timidez, se aferró de la chaqueta de él, tan pronto hizo eso, la caricia se detuvo.
Su cuerpo se sentía frágil, demasiado sensible, su respiración era más rápida y la pena en sus mejillas quizás le hacía ver vulnerable. En cambio Kazuto, estaba más repuesto, una sonrisa adornaba su rostro y su mirada irradiaba seguridad.
—No soy un niño —habló con dificultad —, ¿lo ha comprendido?
La sangre le hirvió, ese niño se aprovechó de su ingenuidad.
Y al notar que la intención de él era volver unir sus labios, giró su cabeza, siendo su mejilla que recibió ese ataque.
Pudo liberarse al dar un paso atrás y, antes que pudiera atraparla volvió a estamparle una bofetada en el rostro.
—¡Depravado! —gritó.
Buscó escapar, alejarse de ese joven que solo deseaba saciar sus primeras experiencias con ella. Pero su mala fortuna apenas comenzaba, logró escuchar un "cuidado" y después el sonido del agua recibiéndola.
.
.
Cubierta únicamente con una toalla alrededor de su cuerpo, se encontraba sentada en la orilla de esa pequeña cama a espera que la dueña de ese lugar le trajera algo con que vestirse.
Sus pertenencias se encontraban empapadas, prácticamente se quedó sin un trapo con el cual vestirse, mientras esperaba decidió peinar su cabello, recién había salido de la tina.
Con preocupación a cada cierto tiempo volvía su atención a la puerta de tan humilde habitación, lo que menos quería era que Kazuto entrará y la viera así, las hormonas alocadas del joven eran un peligro.
Después de salir del lago, a pesar que estaba enojada a más no poder con él, no tuvo otra opción que aceptar su ayuda, no conocía nada en ese pueblo y la caída de la noche la mataría de hipotermia.
Kazuto llevaba un par de días en esa zona y le comentó del lugar donde había pasado las noches, no feliz le siguió, él había alquilado un cuarto en el segundo nivel de una casa familiar, por ser un lugar donde no habían turistas, ya que la mayoría venía de visita, no existía alguna posada en la cual alojarse, buscar a alguien que pudiera brindarle ese calor hogareño por una noche era difícil.
Al menos en esa residencia, la casamentera era una mujer anciana y muy amable, no hizo preguntas al recibirlos. Kazuto fue quien explicó la situación, lo que le facilito obtener un baño caliente lo más rápido posible.
Había pasado una hora desde entonces, estuvo sola durante ese periodo, lo que la inquietaba era no escuchar señales de vida fuera de ese lugar.
Dejó el peine sobre la cama, no le apetecía salir con esas fachas pero, no podía evitar preguntarse, ¿dónde estaban todos? Su mano tomó el picaporte y lo giró, su sorpresa fue tal al notar que está se encontraba sellada, de alguna manera no podía abrirla.
Golpeó la madera un par de veces. —¿Alguien puede oírme? —siguió golpeando.
No quería ser irrespetuosa pero, ya muchas cosas malas le habían sucedido ese día y solo le faltaba quedarse encerrada en una habitación ajena prácticamente desnuda, no quería imaginarse que la vivienda se hubo incendiado.
Con el pasar de los segundos, en su cabeza no paraban de formarse posibilidades, cada una de ellas la dejaba en un feo cuadro.
—¡Kazuto necesito ayuda!
Terminó por gritar su nombre, estaba desesperada, aunque no parecía que hubiera humo, la inquietud que le embargó era demasiada, no estaba acostumbrada a situaciones como esa, en su residencia, nada de esto le hubiera pasado.
—Por favor Kazuto.
Un último golpe fue dado, su mano resbaló en la quietud de la puerta. Su vista se posó en sus pies descalzos.
—Lo siento...
Su voz volvió a su garganta al escuchar esa débil respuesta al otro lado. —¿ Kazuto eres tú? La puerta no se abre...
—Lo siento —volvió a repetir. —Es mi culpa.
No comprendía nada de lo que estaba susurrando, se convirtió de nuevo en el chico tímido y reservado.
Asuna suspiró cansada de esos cambios de humor, se comportaba como un joven hormonal y luego como un crío.
Intentó girar de nuevo el picaporte, lo cual si logró hacerlo pero, la espinilla seguía siendo que no podía empujar la puerta, reparó unos segundos en la situación.
—Estas..., ¿estas sentado frente a la puerta?
Hubo un silencio, lo que acertaba su temor.
—No tenía el valor para entrar —confesó. —La dueña, no posee algo para darle, ella, solo tuvo hijos varones.
Todo empezó a tener sentido, no pudo hacer más que regresar y sentarse de nuevo en la cama, debía de pasar toda la noche tal cual se encontraba. No le importaba que le diera ropa de dormir masculina, aunque le quedará holgada, sería mejor que una toalla, sería difícil que una anciana comprendiera aquello.
Miró a su alrededor, la habitación estaba limpia, no tenía muchos muebles, aparte de las cortinas y sábana, la única prenda que yacía en el suelo era la chaqueta azul del joven.
No lo pensó demasiado y fue a levantarla, estaba algo sucia más no mojada. Sintió la suavidad de la tela, los botones dorados sobresalían, uno a uno fue admirándolos, recordó entonces el que aún traía en el cuello pero, antes se percató que la prenda ya tenía un botón puesto en ese lugar; era diferente al resto, fue cocido a mano, quizás fue obra de su madre.
Sonrió enternecida y, sin darle más vueltas al asunto se colocó la chaqueta, le quedaba un poco grande pero, era mejor que solo estar con una toalla.
—Kazuto entra, necesito un favor.
El joven no contestó, por lo que pidió de nuevo que ingresara, al fin, después de varios minutos logró que dejara esa timidez y entrará. En su mirada sobresalió la sorpresa al verla con su chaqueta pero no hizo comentario, dejó la charola de comida en la mesa y cómo si esperara la siguiente orden se quedó parado en el centro del lugar.
Asuna lo analizó, aún seguía con la ropa mojada, eso llegaría a enfermarlo, supuso que aunque le dijera algo él no le haría caso.
—¿Cuál es el favor?
Tan pronto le escuchó hablar dejó de observarlo, no era adecuado que una señorita hiciera eso.
—Verás —se llevó una mano al pecho, hablar con él era complicado. —¿Recuerdas que decía la carta?
El joven se quedó pasmado ante su pregunta
—No puedo dejar que no llegue a su destino, te parecerá ridículo pero, alguien escribió su contenido con anhelo y ese ser querido espera recibir...
—No debe preocuparse por eso —interrumpió su discurso.
Ella trató de no alterarse ante la sequedad con la que habló.
—Intenta comprender, no puedo dejar esto así, reescribir la carta es la única opción que me queda.
—Gastara su tiempo en nada, mejor descanse.
¡Que necio era! Le faltaba seriedad y mucha, no quería ponerse a pelar con él y, al hilo que iban parecía ser ese el caso.
—Me volverás loca —susurró casi para ella misma, al parecer el joven logró escuchar su queja.
—Esa hoja —se alborotó el cabello—, no tenía escrito nada, solo un par de palabras absurdas.
Como pudo se acercó a él, una cosa era romper la carta y otra era leer su contenido, ambas estaban en contra de la ética del trabajo, no le importaba juzgarlo más, solo deseaba cumplir con la entrega pero, parecía que Kazuto escondía algo más.
—¿Palabras absurdas? —alzó las cejas.
Rápidamente él desvío la mirada, había dado al clavo.
—Explícate —pidió de forma amable.
—Ya no importa, además me ha despedido, no tiene derecho a seguir juzgando mis acciones.
—¡Claro que importa! Y si te despedí fue porque eres irrespetuoso.
Él no contestó, se notaba molesto, más no mostraba intención de ayudarle.
Su pasado debió afectarle y mucho, si los comparaba, a padre e hijo, físicamente se parecían, los rasgos de Kazuto eran más finos, era lindo y aún seguía creciendo, no le cabía duda que seria un hombre por el que las mujeres pelearían, su carácter inmaduro era su perdición, en cambio, Minetaka-san; era muy amable y refinado, siempre sonreía y se tomaba todo con seriedad. Aunque luego de conocer la cruda verdad no sabía que pensar.
—Deje de hacer eso.
Sin comprender, inclinó un poco la cabeza, él estaba molestó.
—¿Hacer qué?
—No finja —se movió incómodo. —No me parezco a él, yo soy yo, deje de compáranos.
No pudo evitar morderse el labio, ¿era tan escurridizo que le leyó la mente?
—No lo hacía —mintió. —Ustedes son polos opuestos. ¿Dirás que tenía escrito la carta? —dijo para tratar de cambiar de tema.
Negó —Ya le he dicho, habían más tachones que palabras.
Y su curiosidad no menguaba, cada palabra que salía de su boca era una aguja en el pajar que deseaba sacar.
—No quiero regañarte pero... —trató de hacer contacto visual con él. —¿ Porque insistes en ocultar su contenido? Si me ayudas puedo regresarte el trabajo.
—¿Esta intentando chantajearme?
—Malinterpretas todo lo que digo —habló ofendida. —Se buen niño y...
—¡No soy un niño! ¿Cuántas veces tengo que repetirlo?
Era un decir —quería aclarar que no lo dijo con mala intención pero le surgió otra idea.
—Si ya no lo eres, debes demostrarlo.
Apenas lo dijo, Kazuto se acercó a ella, como pudo estiró sus manos para evitar que este volviera a deshonrar su reputación.
—No me refiero a que intentes besarme —aclaró. —Era que asumieras la responsabilidad de tus actos.
—Entonces..., ¿quiere que me haga cargo de usted? —el forcejeó se detuvo.
Su cara le ardió, como nunca, la pena se manifestó en sus mejillas con tono intenso.
—Aun soy menor pero, puedo solucionarlo —se llevó la mano al mentón. —Si me espera un par de meses prometo desposarla y...
—¡No! —Balbuceó, no sabía que hacer con él. —Quiero decir, la carta ¿que decía?
No pudo respirar tranquila al ver la desilusión en el rostro masculino, le dolió y mucho. No entendía que fue ese malestar, era la primera vez que alguien le hacía una propuesta, la cual empezó por un malentendiendo y, además no era correcto.
Si, se habían besado, lo que aducía a un rebalse de hormonas del joven, mentiría si dijera que no sintió nada pero, la diferencia de edad y madures era un muro.
Era mejor olvidarlo.
—¿La carta?
Asintió, no se atrevió a continuar mirarle de frente, él era un niño y ella una mujer adulta; no quería darle falsas esperanzas, luego de solucionar esto, quizás ya no volverían a relacionarse.
—Si eso es lo que tanto le interesa —dio un paso hacia adelante. —Yo la escribí.
Asuna no pudo evitar volver su atención a él, sus caras quedaron peligrosamente cerca.
—¿Qué?
—Quería disculparme con usted —confesó, mientras la tomaba de las muñecas. —Actué como un idiota, además la evite, ayudar a Eugeo fue mi manera de escapar, quería estar lejos. Lo que ocurrió en el pasado no fue su culpa y aún así me enoje.
—No estoy ofendida.
—En su momento si —le corrigió. —No sabía cómo pedirle perdón, así qué, se me ocurrió escribirle una carta, se que ama su trabajo y ese detalle tal vez lograría que menguara su malestar..., soy un tonto y míreme, escribí un montón y ninguna llegaría a la altura que se merece, terminaron en la basura hecha pedazos.
—No era necesario una disculpa, la intención era suficiente... —eso la dejaba en una mala posición, lo despidió por impulso, la verdad era que él nunca osaría romper la correspondencia a su cargo.
Las magnéticas pupilas de Kazuto le atraparon, poseían una fuerte presencia, era imposible evitarle.
—No solo quería disculparme usando palabras tontas —la seguridad que irradiaba hizo que su cuerpo se acercara más a él. —También... confesarle mi amor.
La fuerza en todo su cuerpo desapareció, lo que la hizo buscar el suelo pero, como el joven energético y atento que Kazuto era, fue más rápido en rodearle la cintura y hacer de la distancia inexistente entre ellos.
—Estoy enamorado de usted Asuna —con su mano le tomó un mechón de cabello. —Desde aquel día donde casualmente compraba frutas en el mercado.
Sonrió y Asuna no sabía ni que expresión tenía ella al escuchar esa declaración, su corazón latía descontrolado y su mente se quedó en blanco al no lograr armar el rompecabezas que ese chico formaba en su cabeza.
—Soy un hombre serio que sabe cuándo ama a una mujer, desde que la vi, no pude evitar amarla en secreto y buscar la manera de estar cerca, trabajar como cartero era la forma más efectiva, fue casi un año de esmeró y trabajo duro y, cuando al fin pude estar cerca, como cobarde deje que el pasado destrozara la oportunidad de que me notara —sin previo aviso unió sus frentes. —Asuna estoy perdidamente enamorado de usted, no soy un niño, míreme como el hombre que soy y acepté el mar de emociones que desató en mi interior.
—Kazuto yo...
Se mordió el labio, luego de la sincera declaración, todo su cuerpo detuvo sus funciones, le mataba no poder contestar, la calidez que le transmitía la relajó, lo suficientemente para intentar darle una respuesta.
Su mirada de miel enfocaron los labios del chico, su corazón volvió a latir y con debilidad movió su boca.
—Seré sincera yo...
Su cuerpo actuó sin su consentimiento y sin saber cómo, atrapó los labios masculinos en una suave caricia, la cuál fue bien recibida, de manera suave y lenta, nunca antes había hecho algo con tanta delicadeza, los segundos se consumieron como papel quemándose.
Lo que sintió y se desarrolló en su pecho, era algo tan nuevo para ella como para su acompañante, aún así, la caricia era tan adictiva que duró hasta que la noche profundizó.
.
.
Su caligrafía, con constante rapidez, llenaba el vacío de la hoja, desde pequeña se alababa a sí misma por su fina letra, ahora, que ya tenía una pila de hojas terminadas, no se sentía satisfecha, sus habilidades se habían oxidado, pues parecía la letra de un niño la que se plasmaba en cada una de ellas.
Fastidiada por el desastre que creó y que le llevaría toda la tarde remendar, regresó la pluma al tintero.
Debía tomarse un descansó, llenar su sistema de cafeína no estaba funcionando, debía encontrar otra forma de concentrarse, de volver a la antigua Asuna, se desconocía, era un caos el que se metió a la cabeza que terminaría arruinando todo lo que había logrado en años.
Colocó sus lentes sobre el escritorio, luego de un par de horas sentía que pesaban como la plata. Con su dedo índice se acarició el puente de la nariz, por el dolor que se gestó en esa parte no dudaba que se encontrara rojiza. Además de las sombras bajo sus ojos, lo que se debía al desvelo.
El toque a la puerta llegó y causó que dejara de tocarse el rostro para luego indicar que podía pasar.
La cabellera castaña de Asada pasó bajo el umbral, consigo traían un par de libros de registro, los lentes que normalmente usaba, se veían más cómodos que los suyos.
—Lamento interrumpir señorita Yuuki —se detuvo frente al escritorio. —Como ha pedido he traído las cuentas y envíos de los últimos meses.
Le acercó los gruesos libros e, inmediatamente se dispuso a leer desde la primera página. Recordaba bien cada cifra que habían obtenido, eran positivos y elevándose conforme el cierre de cada semana.
—La eficiencia del personal es buena, las entregas a tiempo pero, últimamente hemos bajado del rango que manteníamos.
—Mas en las dos semanas anteriores —confirmó la joven. —La demanda ha bajado a causa del la crisis económica.
Llegó a la página que mencionaba Asada, no era tan alarmante pero, si seguían descendiendo le traería problemas.
—Los tiempos mejorarán —le ánimo la castaña.
Ella asintió ante el positivismo de su empleada, si seguían trabajando con la dedicación normal estarían bien. Después de la tormenta, reinará la calma.
—Muchas gracias por traerlo Asada...
—Si, sí, gracias por su ardua dedicación. Ya puedes retirarte.
Ambas dirigieron su atención a la dama que interrumpió de manera grosera.
Era normal que Liz se pasará por el lugar y le faltará el respeto a alguien, únicamente con el fin de que dejarán un minuto descansar a la jefa.
—Con su permiso —Asada le reverenció antes de retirarse.
No existió malicia en la actitud de Liz, por lo que no la reprendió por su falta de modales. Regresó su atención al libro de cuentas.
—Ya es suficiente trabajo por hoy Asuna —aprovechando que no le prestaba atención le quitó el libro de las manos.
Dejó escapar un suspiro pesado. —Liz no es momento de jugar, devuélvelo.
Su amiga hizo caso omiso y se lo llevó a la espalda.
—¿Has reparado en tu aspecto?
No le apetecía contestar, estaba al tanto que no estaba cuidándose como debía y eso le traería graves problemas de salud. Intentando mantenerse ocupada volvió a la redacción.
—¡Asuna no puedes seguir fingiendo que nada pasa!
—No finjo, soy realista y trato de continuar hacia adelante —corrigió, algo que no le hizo gracia a Liz.
—Pues, parece que te marchitas tu sola y eso no es bueno amiga.
Continúo moviendo la pluma, cada vez escribía más terrible, pero no le importó, continúo enfocada en las letras que plasmaba.
—Te recuerdo que tú rechazaste a tu único pretendiente.
Una raya de tinta mancho la hoja de esquina a esquina al escucharla. Ya había pasado seis semanas desde que besó a Kazuto en aquella habitación y luego de notar lo que hizo, le dijo que lo suyo no podría ser.
—Normalmente las que rompen corazones no son las que sufren pero tú, parece que te destrozaron el alma.
Sintió un puñado de lágrimas asomarse a sus ojos, las que retuvo, quien terminó herido, quebrado no era ella, fue Kazuto, no podía sacarse de la cabeza la expresión de dolor que se apoderó de su rostro cuando lo rechazó mientras le devolvía aquel botón, como muestra de que ya nada los unía.
Pasaron la noche en habitación separadas, no se volvieron a dirigir la palabra, a la mañana siguiente, ni siquiera hicieron algún sonido cuando viajaron en el mismo vagón, al bajar del tren cada uno tomó dirección diferentes.
—Estoy bien —quiso ser discreta al limpiarse los ojos con su mano y colocarse de nuevo los lentes pero, la acción no paso desapercibida.
—Deja el orgullo a un lado y ve a buscarlo —Liz golpeó el escritorio con su puño, no quería asustarla, solo deseaba que entrara en razón. —Estoy segura que ese chiquillo aún está interesado en ti.
—Le devolví su trabajo pero ya vez, no se ha aparecido, quiere decir que ya lo superó, debo hacer lo mismo.
—¿Crees que luego de que le rompieran el corazón, él volvería a venir como si nada sucedió?
Y, cómo si la forma bravucona en que su amiga decía todo funcionará, negó con la cabeza.
Era cierto, si se pusiera en su lugar, le dolería verlo a diario, esa oficina, su trabajo, las cartas, de seguro le recordaría la herida de su primer desilusión amorosa. No era el tipo de sufrimiento que deseaba para Kazuto. Aunque a sí misma le doliera, lo hacía por su bien.
—Amiga, ¿qué es lo que sientes por él?
—Nada —se apresuró a decir, no quería que Liz mirara a través de sus inseguridades.
—Entonces, ¿por qué lloras?
Automáticamente llevó las manos a sus mejillas, el tibio recorrido de sus lágrimas marcaban la verdad de sus sentimientos. Ya no podía seguir actuando a la mujer de hierro.
—No lo sé —balbuceó, no contuvo su llanto.
A pesar que al segundo siguiente de rechazarlo, se dio cuenta que lo amaba, no pudo retractarse y cayó, lo hecho, hecho estaba, fue una tonta.
Liz no aguantó dejarla sola, rodeó el escritorio y fue a abrazarla, con ternura le acarició el cabello.
—Mereces ser feliz, lo amas, él te ama, la edad solo es un dígito, ¿qué impide que estén juntos?
Con toda sinceridad no lo sabía con exactitud, el vidrio de sus lentes estaba empañado, apenas y distinguía formas. El marco de madera donde descansaba la fotografía de su familia, se veía como una mancha más.
Su pasado creó un presente doloroso, no sabía cómo confrontaría el futuro después de salir del bache en que cayó.
No podía hacer más que llorar, no recordaba cuando fue la última vez, después de la muerte de su familia, que dejaba salir su dolor sin restricciones.
.
.
—Hoy hace un buen clima.
El joven asintió pero, tan pronto la mujer enfocó su atención en otra venta, alzó la mirada al cielo para confirmarlo; la claridad del sol provocó que cerrara levemente los ojos, luchó un par de segundos para apreciar el mar que reinaba arriba.
No era su costumbre darle importancia al entorno que le rodeaba y esa ocasión no fue la excepción, no se mostró impresionado.
Pagó lo adquirido y se abrió camino entre la multitud que abarrotaban el mercado a esa hora, verificó que todo en la lista que su madre le dio estuviera en la bolsa, no le apetecía volver de nuevo por una verdura. Ya mucho era que lograra sacarlo de su habitación en un día tan caluroso como ese.
Le fue difícil caminar, ya que todos iban en dirección contraria. Había dejado su bicicleta una cuadra lejos del mercado, con los accidentes que últimamente se había dado y la aglomeración de personas que abarcaban toda la calle, prohibieron la circulación de vehículos en esa zona.
Le estresaba tener que caminar lento para no topar con alguien, prefería la caricia del viento mientras montaba su bicicleta, usarla acortaba a la mitad el tiempo que le llevaría llegar a casa, últimamente eran escasas las ocasiones en que la usaba.
Fastidiado por todo, intentó apresurar el paso, desde que dejó de trabajar en la oficina postal se volvió más huraño y antisocial de lo que era, la mayoría del tiempo se quedaba en las sombras de su habitación, había buscado trabajo pero, con la crisis económica que pasaba el país era difícil encontrar donde desempeñar algún puesto que le generará ingresos. Quizás no los suficientes pero al menos los necesarios para sobrevivir a esa época, de momento seguía desempleado.
Tan sumergido en sus pensamientos iba que no notó en que momento salió del mar de personas y se encontraba cerca del aparcadero, donde dejó su bicicleta.
Su sorpresa, fue ver qué su transporte no se encontraba solo, los rayos del sol se intensificaron en ese momento, la melena color fuego ondeó con el viento dejándolo deslumbrado.
No pensaba volver a verla.
Como aquella vez que le robó un beso en la calle, Asuna estaba analizando la bici, con la misma admiración que recordaba, sonreía al acariciar el manubrio y los frenos, llegando una de sus manos al sillón.
Se veía hermosa en su estado curioso, luego de no verla por un martirio de tiempo, deseaba correr hacia ella y besarla, le detuvieron dos obstáculos, el primero; que le rechazó y el segundo; saber si se atrevería a montar y dar un paseo.
Se quedó admirándola, ella continúo, su cabello, unos mechones cayeron cubriéndole la cara, al recogerlos giró su atención hacia él, sus miradas se conectaron por una milésima de segundo, la dama apenada al ser descubierta regresó su atención al manubrio.
Kazuto decidió que era momento de acercarse, claramente ella no era una ladrona que tomara lo ajeno, aunque si le había destrozado algo que no podía palpar.
—Señorita Yuuki —habló con tono rudo. —Necesito irme, ¿podría dejar de husmear?
Ella no contestó de inmediato, lo qué le permitió estudiar su rostro, sus rasgos seguían intachables.
—Se ve que la cuidas mucho —con la yema de los dedos acarició la parte donde yacía la manecilla que ejercía los frenos.
—Es mi único medio de movilización, llevó prisa —le apresuró pero, ella seguía calmada.
¿Cómo podía estarlo? Tan fácil olvido todo, ¿lo que pasó entre ellos nunca existió?
—Kazuto ¿has estado bien?
La pregunta le ofendió, después de ya dos meses venía a preguntarle tonterías, ¿para que? Asegurarse que el niño, como ella lo ve, no estuviera muriéndose lentamente.
—No es de su incumbencia —bufó. Maniobró la bolsa que llevaba con una mano y con la otra intentó despojarle de la bicicleta.
—Espera, quiero hablar contigo —ella no cedió, se aferró a los tubos.
El joven titubeó pero, no cesó en jalar su vehículo y empujarlo, llevándosela consigo, ella era persistente.
—Por favor, sé que fui cruel, tenía miedo y...
Se detuvo, apretó con fuerza su mano antes de volverse a ella, no recorrieron ni una cuadra pero, Asuna jadeaba como si corrió un kilometro.
—¿En serio, quiere hablar sobre eso?
Como respuesta, ella, de manera intrépida acortó la distancia y unió sus labios. Fue un contacto fugaz, que lo dejó impactado.
—¿Que acabas...?
Ella respondió con una sonrisa, tan hermosa que se tragó sus quejas, ese algo que ejercía sobre él no podía controlarlo.
—Al parecer, yo era la inmadura —comenzó. —Kazuto creo que me enamoré de ti.
—¿Creo? —no pudo evitar apretar los dientes.
Su encantadora risa le desconcertó, no podía llegar y expresarle eso así de fácil cuando antes de manera tajante dijo lo contrario.
Ella no quería una relación, no con un niño y él lo entendió, ahora no era momento de las segundas oportunidades.
—Soy una mujer ocupada, trabajo demasiado y sinceramente no soy el tipo de persona que haga lo incorrecto, aún así no puedo seguir encerrada en mi propio mundo y dejar que el pasado retenga mi futuro, debo vivir y ser feliz, Kazuto ¿te gustaría acompañarme?
Soltó la bicicleta, se cubrió la cara con la mano, le incomodó que le mirara de esa forma, no escuchó sonido de golpe por lo que dedujo que Asuna evitó que la bici cayera. El murmullo de las personas a su alrededor se intensificó al quedarse ellos en silencio.
Movió la mano a su cabello, el cual alborotó, la mirada de ella seguía observándolo tan fijamente que no pudo evitar suspirar. No comprendía que le vio a esa mujer, estaba loca y le dolía la cabeza tenerla cerca.
—Me alegra que haya decidido vivir pero...
Fue interrumpido. —Entenderé si ya no deseas verme pero, al menos quiero que vuelvas al trabajo.
—¿Tiene rutas largas que otro no quiere tomar? —dijo con sarcasmo.
A la joven no le hizo gracia el comentario, y él se sintió como un idiota, siempre que estaba con Asuna no podía evitar ponerse a la defensiva, actuaba con modales pero luego hacia erupción, no dejaba de comportarse como crío, no iba debatir eso.
—No intentaba... —deseaba remendar lo que provocó pero las palabras no se ponían de su lado.
—Seria la ruta normal, aquí en la ciudad —dijo en cambio con alegría. —No quiero tenerte lejos, ¿aceptas? —Le ofreció su mano.
Después de todo lo que pasó no se sentía preparado para regresar y menos lidiar con ella pero, necesitaba el trabajo, el que amaba, debía dejar de ser tan orgulloso, su corazón le pertenecía a esa mujer.
La suya fue en busca de aceptar pero, antes de tocarse, la alejó un poco.
—¿Eso incluye que aceptara mi propuesta de desposarla?
Ahora fue ella quién alejó la mano.
—Seamos sinceros, somos como el agua y el aceite, además te falta madurar y a mi tratar de no pensar todo el tiempo en el trabajo.
—Si continuará rechazándome no aceptaré volver.
Ella soltó una risita. —Pensaba que sería más adecuado conocernos mejor, iniciar una relación como Dios manda.
Kazuto arrugó la frente, no estaba de acuerdo, sería un dolor de cabeza pero, comparado a que antes solo la observaba de lejos, esperar un tiempo, al ritmo que ella marcará, no era tan malo, obtendría su trabajo y una luz para poder demostrarle que era el hombre que ella merecía.
—Es una mujer extraña, ¿sabe? —le instó a concluir el trato.
La calidez y suavidad de la frágil mano femenina atrapó la suya en un fuerte agarre.
—Y tu un niño que debe madurar.
No hizo por molestarse, tendría que vivir con que lo trataría como tal, en cambio sonrió con malicia y aprovechando que aún se tomaban de la mano, la atrajo hacía él, uso la fuerza necesaria para ella perdiera el equilibrio.
Buscó sus labios y la besó, no algo tímido y fugaz, una caricia más profunda y demandante que procuró robarle el aliento.
Se separó y estuvo más que complacido al hacer que se avergonzarse, varias personas les miraron y no secaron en reprochar lo que vieron.
—Ya verá que dejara de tratarme como un niño —susurró para luego alejarse y montarse a su bicicleta.
—¡No vuelvas a hacerlo en público!
Se rio al escuchar sus gritos, manejo con una sola mano, a causa del recado de su madre en la otra y, cuando estuvo a una distancia considerable giró y regresó al lugar donde la dejó.
—Señorita Yuuki ¿le gustaría dar un paseo por la ciudad?
Asuna se vio a sí misma, seguramente analizando su vestuario, con lo correcta que era, no creería adecuado que una dama paseara libremente de esa forma.
—Es seguro, he llevado a mi hermana antes, siéntese ahí —señaló la parrilla atrás del sillón. —Puede aferrarse a mi cintura —le ánimo.
No muy convencida le vio acomodar la falda de su vestido antes de sentarse y abrazarlo con fuerza por el miedo de caerse.
Luego de darle un par de indicaciones y pasarle la bolsa que cargaba estuvieron listos para partir. Ella dio un pequeño grito de miedo cuando iniciaron a moverse, al principio no lograba estabilizar el peso, lo que causó terror a su acompañante, después de varios pedalazos logró mantener el ritmo.
La frescura del viento le acarició el rostro, aunque no debía quitar la vista del frente, de vez en cuando miraba hacia atrás para admirar los largos cabellos danzar en el viento mientras la dama sonreía como si fuera una niña.
Era el mejor paseo en bici que hubo tenido... y, esperaba que no fuera el último.
No cesaría en intentar llegar a ella...
.
.
Y bueno, ya tenía listo este capítulo y se me olvidaba colgarlo xD
Dije, idea corta y ahí está, con un final abierto, bueno no tanto.
En esencia esto era lo que deseaba plasmar, Kiri seguía siendo inmaduro, y era difícil ponerlos juntos luego de poco.
Pero bueno, este twoshot, que escribi para el evento de "desamor" espero le haya gustado, a todo el que leyó, mil gracias.
Y si, el fanart utilizado en la portada, fue echo por Sumi, una gran artista, que me dejó enamorada de la perfección que logró al hacer a mía niños, amiga te quiero un montón ❤️❤️❤️
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top