Uno.
Capítulo uno.
Olivia sentía una opresión en el pecho que la ahogaba. Quería cambiar su nombre, mudarse a otro país, cualquier cosa con tal de no tener que escuchar una sola palabra más de Elías sobre la boda.
Esa maldita boda.
Necesitaba un respiro, un escape de la pesadilla que se avecinaba. Esa tarde, Elías Morgan, su padre, la había empapado con un balde de agua helada y la había arrastrado por lo que ella creía que sería el peor momento de su vida. En cuestión de horas, formalizaría un acuerdo con el idiota con el que llevaba comprometida desde la infancia; en unas semanas, las campanas de boda sonarían para siempre.
Era demasiado para procesarlo, justo un mes después de su decimoctavo cumpleaños; lo que debería haber supuesto libertad para ella se había convertido en su condena, en una cárcel de la que difícilmente se libraría. Olivia no podía creer que el día hubiera llegado tan rápido y que no hubiese podido hacer nada para evitarlo. Apretó los puños hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Solo había un culpable, y ella estaba ansiosa por enfrentarlo.
El peso de las expectativas la estaba carcomiendo mientras que su padre, con su traje más fino y una sonrisa de oreja a oreja, se posaba en la escalinata donde Olivia estaría en unas horas. La imagen se repetía en su cabeza como un mantra, una burla a su libertad.
Ella, por su parte, ahora tumbada en el sofá de su habitación, miraba a la nada con los ojos fijos en la pared deseando ser cualquier otra persona. Sabía que lo que iba a pasar distaba por mucho de estar bien, pero Elías insistió en que así era cómo debían hacerse las cosas y Olivia no pudo negarse. En aquellos tiempos, con solo siete años, su mente infantil creía tener todo el tiempo del mundo para idear un plan y escapar de ese destino.
Desde entonces, Olivia siempre se debatió entre hacer lo correcto o seguir los deseos de su padre, una de las razones por las que Elías nunca cedió en su autoritarismo, moviendo los hilos con habilidad y sin contemplaciones.
Cada vez que Olivia se cruzaba con los hermanos Morelli, Jackson y Andreine, una espina en el culo como los llamaba, olvidaba su apellido y perdía la compostura arruinando los planes de su padre. No obstante, aquella noche ya no había espacio para disputas y niñerías.
Dos familias, los Morgan y los Morelli, estaban a punto de unirse en una alianza que les reportaría gran riqueza y éxito. El acuerdo se cerraría pronto, más temprano que tarde. Solo faltaba una mera formalidad: que ambas partes se reunieran para firmar.
El reloj resonó en la habitación, marcando las cinco en punto y dando inicio a la cuenta regresiva hacia la desgracia. Olivia, pálida como la leche, calculaba que faltaban tres horas para el evento.
Los nervios la carcomían y las manos le sudaban más que en la incómoda cita que había tenido el verano pasado con Jackson Morelli.
De pie, al otro extremo de la sala, un hombre alto, de hombros anchos, esperaba impaciente mientras se miraba la muñeca, haciendo señas desesperadas al aire, tal cual un náufrago en alta mar. Le habían dicho en el transmisor "Bob, sales en veinte" pero su verdadero nombre era Isaías Molineri, el guardaespaldas de confianza de los Morgan, quien no estaba muy a gusto con la situación.
A pesar de su apariencia de hombre rudo, Isaías se había convertido en el apoyo que Olivia nunca había encontrado en su padre y en el resto de su familia. Era un hombre comprensivo, chistoso y buena gente. Además, siempre que él la acompañara, le permitía escabullirse algunos fines de semana a casa de Jeff, su mejor amigo. Jeff, el hijo único de los médicos que atendían a su familia, jugaba con Oliv desde que ella tenía, quizá, unos cuatro años.
Pasar el tiempo con ellos se había convertido en su refugio, en su pequeño pedazo de cielo en la tierra. Prefería eso a las comidas incómodas en casa y a las excusas que debía dar por haber faltado a otra clase de etiqueta y cocina.
La familia Morgan era un microcosmo de hipocresía y disfuncionalidad. Elías, obsesionado con su carrera política descuidaba por completo las necesidades emocionales de sus hijos, lo que había contribuido años atrás al fracaso de su matrimonio. Lara, la madre de Olivia, había huido de la asfixiante atmósfera familiar hace algunos años, un hecho que Olivia aún recuerda con un cierto sentimiento de remordimiento mezclado con envidia. A su vez, Peter y Shelley, los gemelos mayores, se encontraban internados en una exclusiva escuela en Chicago, lejos de la influencia paterna.
Por otro lado estaban los tíos de Olivia, Harper y Mason, junto a sus primos Ben Y Abigail, quienes representan la peor faceta de la familia: eran unos parásitos que vivían a costa de las campañas políticas de Elías, malversando fondos y aprovechándose de la posición social de su familia. Eran la viva imagen de la corrupción y la decadencia que Olivia aborrecía.
Molineri se miró de nuevo la muñeca, estaba tan pálido como su protegida, y salió al balcón a buscar un poco de aire. La imagen que reflejaba el espejo a Olivia era terrorífica.
Como todo lo que estaba a punto de pasar, no era nada justo y a ambos les atemorizaba más que ir al dentista por un tratamiento de conducto. Sin embargo, Oliv estaba que echaba humo por las orejas y no se iba a dejar acobardar.
Se le estaba colmando la paciencia y ya daba por sentado que se casaría con un rubio egocéntrico y detestable, sin que nadie se lo impidiera. Nadie la había ayudado en casi once años...
Aún Molineri no había tomado la cantidad de aire suficiente cuando Olivia se levantó de un salto y se acercó al cristal para darse de que, aparte de las dos ojeras que surcaban su rostro y los rastros de pintura negra que la hacían ver como un mapache, no estaban solo Isaías y ella en esa habitación. Alguien más se ocultaba entre las sombras, y hasta ahora lo había notado.
Recobró la compostura, limpiándose el rímel corrido; sintiéndose avergonzada. Se trataba de otro de los guardaespaldas de su padre, a quién creyó haber visto reírse. Respiró hondo; estaba a punto de preguntarle qué le causaba gracia, justo cuando la madera de la puerta empezó a repiquetear:
Habían golpeado tres veces, era la señal. Ya era hora de enfrentarse a su destino. Molineri cerró el balcón y salió despavorido a abrir. Entonces, como una ráfaga helada en pleno verano, Elías Morgan entró, vistiendo un atuendo digno de un velatorio. En realidad, lo era para Olivia, esta boda arreglada marcaría el final de sus mejores años.
Para su sorpresa, eran pocas las veces que acudía él mismo, en persona, hasta su habitación, casi siempre enviaba a alguien de la servidumbre. Un rol que antes solía desempeñar su ausente madre y, hasta el momento, Elías no lo había hecho.
Oliv se cuestionó más que nunca la importancia que su padre le daba a esta boda. ¿Realmente era tan crucial para él? Más que cuestionárselo, lo confirmó, y esto le dolió profundamente.
Elías barrió la sala con la mirada y entonces pidió a Rylie y a Bob que salieran, quería privacidad para hablar a solas con Olivia. Sin embargo, no había nada de qué hablar. Estaba todo claro. Él había vendido a su propia hija, tratándola como a trapo o un pedazo de carne y, para colmo, había traído a Rylie a esa habitación para que la espiara.
En ese momento, Olivia volvió a sentir enojo hacia Peter y Shelley, estaba furiosa con ellos por haberla dejado sola. Sin embargo, también reconocía que no había tenido la dicha de nacer hombre y poder tomar sus propias decisiones, sin preocuparse por el qué dirán. Aún así, ser una mujer temerosa no justificaba las actitudes de Elías, no justificaba ser obligada a casarse por intereses políticos.
Su cabeza estaba a punto de estallar. Tragó saliva y se dispuso a escuchar a su verdugo.
El hombre se sentó en la cama, sosteniendo un papel con una mano mientras la otra alisaba el camisón que llevaba debajo de una ostentosa gabardina. Aunque Elías generalmente no perdía la compostura, esa noche se le notaba realmente nervioso.
- Te pareces a Lara - comentó. Era la primera vez que la mencionaba desde que ella cogió sus maletas sin previo aviso y se fue en un taxi a quién sabe dónde diablos con Matthew Bankins, uno de los socios comerciales de Elías.
Elías Morgan era consciente de que las cosas habían cambiado y tocaba seguir hacia delante, pero ¿hasta qué punto podría darse el permiso de llegar?
Era un hombre frío en los negocios y en la mayoría de los aspectos de su vida; alguien que no había nacido para expresar sus sentimientos. Para Olivia, de hecho, Elías era como uno de esos rompecabezas complicados, donde era difícil encajar cada pieza en su lugar. A pesar de su apariencia fuerte, estaba roto, y sus pedazos eran tan pequeños que resultaba imposible volver a unirlos. Oliv no podía entenderlo, ni siquiera podía encontrar justificación para sus acciones, por más que lo hubiera intentado todo este tiempo.
- ¿Te ayudo con la corbata? -. fue lo que dijo.
- Te pareces a ella - inquirió. - Así se veía el día de nuestra boda. En todo caso... - miró hacia el espejo. - Dime Olivia ¿Cómo has estado? - cambió de tema. Fue lo que a él le pareció, pero Oliv seguía escuchando lo mismo. No era una mala hija, simplemente estaba cansada de todo.
Cansada de cargar con el peso de las malas decisiones de sus padres. Durante todos estos años, Olivia se preguntó por qué su madre los había abandonado, pero después de todo lo que había tenido que pasar a lo largo de su vida viviendo una vida que no quería, empezaba a entenderlo.
¿Y si Lara también se había sentido así? ¿Atrapada entre el mundo con el que soñaba y el que era su destino?
- ¿En serio me lo preguntas? Eres un cínico - puso sus manos en la tela, procediendo a hacer el nudo. Las lágrimas estaban a punto de asomarse en sus ojos. Elías solo se quedó ahí pasmado viéndola. Oliv quería ahorcarlo.
- Olivia, sé que no tengo perdón, no puedo justificar lo que te he hecho, pero quiero que sepas lo mucho que te quiero-.
- ¿Me quieres tanto como para arrojarme a los brazos de un político? No quiero tu amor, Elías, tu amor duele. - Él arrugó el papel entre sus dedos y paró de alisarse la camisa. Le sacaba de casillas escuchar que Olivia lo llamara por su nombre de pila, pero sobre todo que le llevara la contraria y que nunca pudieran estar en la misma página.
Olivia era un reflejo de ella, de Lara, una copia exacta. Ahora, la hoja yacía en el cesto de la basura y Elías apretaba con fuerza la mandíbula, como si se le fuera a desencajar.
- Olivia, pronto lo entenderás -.
¡Que se pudran! Mamá y tú se merecen el uno al otro, ¿no crees? O quizá solo tú te mereces esta basura, quiso decirle. A fin de cuentas, Lara solo había sido una consecuencia de los actos de su padre.
Pero dijo - Estoy cansada, se hace tarde y me tengo que terminar de alistar -.
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