Lecciones.


El guardia abrió la puerta y Oliver entró en la sala de visitas, ambos se pasaron la mano en un saludo amistoso y el muchacho se alejó. No había nadie más allí aparte de Annelise y el señor Crombie, el abogado de oficio.

En cuanto la mujer vió a su hijo dejó de escuchar al abogado y centró sus ojos desorbitados en su pequeño.

Oliver presentaba inequívocos signos de haber sido partícipe de una pelea, o visto el resultado una paliza también sirve de explicación.

— Buenos días. — saludó el joven, y sonriendo retiró la silla.

— ¿Qué te ha ocurrido? — inquirió la madre guardando la calma.

— Aquí los internos no saben mucho de respetar la propiedad privada. — hizo una mueca irónica agrandando los ojos.

Uno de sus globos estaba inyectado en sangre y tenía morado un pómulo y dos cortadas más en la cara. Aparte de cardenales y escoriaciones en los nudillos y codos.

— Toma. — entregó los sobres que ella le había dejado hace dos días, remendados con celo. — Aquí corren peligro. Guárdamelos entre mis cosas por favor mamá.

Annelise los recogió y sostuvo en la mano mirando a su hijo sobrecogida.

— Hola. Me llamo Oliver Verdon. ¿Usted es?... — el muchacho extendió la mano hacia el abogado que aún no conocía.

— Oh, yo soy tu abogado, Frances Crombie. — el hombre estrechó la mano del muchacho con firmeza. — He estudiado tu caso Oliver. — abrió una carpeta y pasó el dedo por unas líneas pintadas con rotulador fosforescente. — te han arrestado por posesión y tráfico de drogas...

— Eso es. — aceptó él cabizbajo.

Ananelise miró a su hijo sin expresión descriptible en su semblante mientas guardaba los sobres en su bolso.

El abogado se dispuso entonces a explicar a ambos los posibles veredictos del juez dadas las pruebas.

— Podrían estipular un año de encierro y otro de servicios a la comunidad. — Annelise cerró los ojos y tragó saliva al irlo nuevamente. — O seis meses de encierro y año y medio de servicios. — Crombie no se sentía muy bien de volver a hablar de ello delante de ella. La veía muy afectada. — Pero podrán llegar a un acuerdo a cambio de entregar nombres. — señaló observando al muchacho hablando esperanzado. — Si haces eso, disminuirán el tiempo de todas las posibilidades. Haremos de todo para evitar los dos años de condena para Oliver. — esta vez intentaba tranquilizar a la madre.

— ¿Qué pasa si me condenan dos años?

— Pues... Que en cuanto cumplas los 18 te enviarán del correccional a una cárcel federal. — terció sin elevar mucho la voz.

Hubo un silencio súbito.

Oliver no se atrevía a mirar a su madre. Se sentía avergonzado y muy apenado. Tras leer esas cartas, entendió bastante el por qué del modo de vida al que ella lo sometía.

Eran los dos en una casa de alquiler, viviendo del sueldo de enfermera y sin parientes a los que recurrir y ella aún así lo apuntó a un colegio privado carísimo y se desvivía por mantenerlo a toda costa lejos de la perifería. Mas él no ayudó a mejorar la situación. Sus amistades nunca eran las mejores... Y que estuviera en un colegio de primera línea no evitó que se encontrara con la prole que lo llevó a meterse en ese problema.

Ha sido exactamente como dijo su padre en la carta. Le prometieron libertad de elección con pasta en los bolsillos pintando como facilón el trabajo. Él pensaba en ahorrar para la universidad y así Annelise no cargaría con todo ella sola.

Pero no pensó en que lo pillaran infraganti y menos en que antes que a él, hubieran pillado a su compañero y este lo entregara sin miramientos a la policía, el único de todos en el ajo que no iba a poder salir del embrollo como ellos porque no tenía la cuenta bancaria que poseían sus padres.

Tenía buena intención pero fue estúpido. Oliver deseó en ese momento haber leído esa carta antes de todo esto.

— Entregaré los nombres que tengo. — anunció sin levantar la vista. — Pero quiero que protejan a mi madre porque no sé si tomarán represalias.

— Lo incluiré en el trato. Ahora lo que queda es pagar la fianza y sacarte o...

— No. — habló Annelise.

Oliver levantó la mirada hacia ella y luego al abogado.

— Qué... — inquirió él joven. — Qué pasa... ¿Mamá?...

— Pagaré la fianza y nos iremos de aquí.

Oliver observó a Crombie y su expresión lo alertó.

— Espera mamá ¿De cuanto es la fianza?

— Eso no importa...

— ¡¿Mamá de cuanto es?!

— Nueve mil dólares. — contestó él abogado sin dejar a de mirar a Annelise que no se estaba quieta del nerviosismo.

— ¡Joder! — Oliver estaba níveo. — Mamá no puedes pagar eso tu sola. Mira yo tengo algo guardado en casa, al menos sacaré provecho...

— Lo han requisado todo.

— ¿Como?...

— Trajeron una orden y registraron la casa... — contó ella.

Oliver se echó en el respaldo de su silla.

— ¿Y cuanto estaré aquí? — preguntó en un hilo de voz.

— No te quedarás, te sacaré hijo...

— No mamá. Crombie. ¿Dígame cuanto tiempo estaré aquí?

— A partir de ahora estarás en prisión preventiva hasta que se dicte sentencia.

— Eso no va a pasar. — intervino Annelise.

— Mamá, me niego a que pagues ese dineral por una jodida fianza. Yo decido quedarme vale... Me las arreglaré.

— ¡¿Arreglártelas?! Pero mira como estas y solo llevas dos días encerrado.

— Me mantendré entero te lo prometo. Y estoy seguro que todo saldrá bien, haré todo lo que me digan y me pidan.

— Annelise — habló el abogado. — Trabajaremos lo más rápido posible. Unos meses y ya sabremos que pasará.

— ¿Meses? — replicó ella con los ojos anegados.

— Pasarán volando mamá. Ya verás. — Oliver extendió la mano y tomó la de su madre, ella lo estrechó con fuerza.

— Bueno, yo iré inmediatamente a solicitar hablar con los que llevan el caso y... — miraba la unión de madre e hijo. — Os comunicaré en la mayor brevedad posible lo que me digan.

— Gracias — sonrió Oliver al buen hombre.

- Ahm... Annelise, si quieres te puedo llevar de vuelta al hospital. — ofreció Crombie con demasiada amabilidad. Oliver lo advirtió.

— No hace falta Frances, iré en taxi, quiero hablar un momento con mi hijo. — lo despachó con su habitual recato esta vez adornado con una simple sonrisa triste.

El abogado se despidió y salió de la sala con su maletín en mano.

En ese momento el muchacho vio llegar a su mente un cuestionamiento.

— Mamá... ¿Por qué tu nunca te has casado?

— ¿Abres la veda con esa pregunta?

— Dímelo. — pidió risueño. — ¿Ha sido por mi culpa? — Annelise negó con la cabeza. — Has tenido que centrarte tanto en mí que te has olvidado de ti verdad. — aventuró.

— ¿Eso que importa ahora mismo hijo? — desdeñó. — Quiero que vengas conmigo, tengo el dinero lo...

— No mamá. Yo me lo busqué. Y pagaré por ello, no tú. — Annelise tragó saliva ante la vehemencia de su hijo. — Y contéstame por favor.

Ella suspiró profundo. No debía de ser fácil para ella tocar ese tema.

— Culpa no es la palabra adecuada, suena muy fuerte. Yo usaría, "causa", "motivo". Y es así porque yo lo escogí, decidí buscarme la vida yo sola y darte una vida digna.

— Y yo lo estropee todo.

— No amor mío...

— Si mamá. Papá te alejó de él para que no sufrieras por su "causa" y voy yo y lo echo perder. Supongo que a eso te referías con lo de la propensión genética. — rio con culpabilidad soltando la mano de su madre y apoyándose en su silla.

— Cuando te di esas cartas mi intención jamás ha sido que te sintieras así Oliver.

— Lo sé mamá, y créeme; me han servido mucho más de lo que te puedes imaginar. — hizo una pausa larga. — Mamá... — su madre lo miraba interrogante. — ¿Por qué condenaron a papá?...

Annelise suspiró profundamente y asintió. Llegó el momento.

— Un robo salió mal. Y acabaron muertas doce personas. Incluido un niño. — Oliver tragó saliva a su vez sobrecogido. Su madre no iba a dar rodeos.

— ¿Cómo ocurrió?

— Entraron a un banco y por infortunios, por llamarlo de algún modo, la alarma se disparó y tomaron rehenes. Tu padre era el segundo al mando. Armaron una bomba para conseguir escapar. Los jefes discutieron y acabaron disparando y la gente se volvió loca y la bomba explotó antes de ser colocada donde debía y murieron muchos rehenes, el jefe del robo y otros implicados. Tu padre pagó por todos. — añadió acongojada.

— ¿Por qué él hacia eso?

— Nosotros hijo; crecimos en ese mundo.

—¿Tú también? — preguntó Oliver renuente a creer.

— Si. Éramos chicos de la calle y nos dedicábamos a robar para vivir. Cárter y yo nos conocimos así. Delinquiendo. — confesó. Oliver pensó en que será mejor pedir detalles después. — Un día dije basta y decidí empezar a buscar ayuda. Y fue cuando me enteré del embarazo. Le pedí a él que lo dejara también pero le costó más. Sus amigos no lo dejaban en paz. — explicaba. — Cuando le pidieron hacer este trabajo yo le rogué, le supliqué que reculara, pero él me aseguró que sería el último golpe. Y de hecho que lo fue. — su semblante se torno oscuro de repente.

— ¿Te pidió que te olvidaras de él?

— Al principio no. Pero tras el veredicto del juicio me prohibió volver a verlo. Yo regresaba aún así y al final él pidió que lo trasladaran, fue cuando le perdí la pista. — agachó la cabeza. — Dos años después recibí las cartas. Me derrumbé. Pero me obligué a seguir por ti, en mi mente solo estabas tú y el recuerdo de Cárter.

— ¿No estas enfadada con él?

— No. — admitió encarando a su hijo. — Se equivocó en sus decisiones. Y creo firmemente en que todo ocurrió por accidente, Cárter jamás hacía daño a nadie. Yo quería estar con él hasta el último momento de sí vida pero él quería que me alejara de todo definitivamente. Quería apartarme de su agonía. Fue muy duro seguir sola el camino, sin familia, ni apoyo moral, con diecinueve años y un bebé... Pero lo logré y eso es lo que importa.

— ¿Sigues queriéndole? — ella observó la pared tras de Oliver y asintió despacio.

— Te pareces mucho a él sabes... — Oliver sonrió con nostalgia al verla recordarlo como nunca antes la vio. Siempre era reacia a hablar de él. Soltando solo pequeños datos y Oliver creía que el motivo era el resentimiento, ahora entendía que eran más bien por los recuerdos indigestos. — No sólo en la apariencia, sino también en la actitud, los gestos, la forma de pensar. Si llevas aquí dos días y ya te has hecho amigo del guardia. — rio ella. Oliver la acompañó.

Annelise volvió a insistir a su hijo que la dejara sacarlo arguyendo que si lo condenan va a perder la posibilidad de volver a tenerlo en casa en mucho tiempo. Oliver la animó a hacer gala de esa entereza tan característica suya y buscar al extraviado optimismo esperarando lo mejor y no lo peor.

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