Tormenta en el Paraíso
Llevaban dos meses saliendo y se sentían muy enamorados el uno del otro. Fue entonces cuando Carlos decidió presentar a su novia a su distinguida familia. Para esto, les pidió a sus padres, Martha y Ricardo, que organizaran una cena especial.
Ambos progenitores se sentían muy contentos. Finalmente, su hijo había encontrado a alguien con quien sentar la cabeza, después de haber dejado a su paso numerosos corazones rotos. Les entusiasmaba la idea de que su adorado hijo se casara y les diera su primer nieto lo más pronto posible.
Lamentablemente, no todo iba a ser color de rosa para la pareja. Carlos no les había dado detalles sobre ella a sus padres. En ocasiones, los prejuicios pesan más que cualquier otro sentimiento. No tenían la menor idea de que se trataba de una simple maestra de escuela, y que, por si fuera poco, era de piel morena.
Como todo padre y madre que aman a su hijo, querían lo mejor para Carlos, y para ellos lo mejor era que hiciera su vida junto a alguien de una situación económica más pudiente. Esa clase de pensamientos parecerían bastante anticuados para los tiempos que corren, pero era su manera de ver la vida. Así pensaban sus padres y así los enseñaron a pensar a ellos.
Aquel día de la esperada cena, Laura se había vestido de manera sencilla, pero impecable. El verla podía dejar petrificado a cualquier hombre. Era como mirar directamente a los ojos de la mismísima medusa.
Carlos la recogió en su casa. Se encontraba muy nervioso por aquella cena. Era la primera vez que el joven llevaba a su casa formalmente a alguna chica. Laura se encontraba muy nerviosa también.
Llegaron a la casa de sus padres, una mansión lujosa y elegante. Él tocó el timbre, y les abrió la puerta una sirvienta. Les indicó que pasaran al salón, donde los esperaban sus padres. Él la tomó de la mano, y la guio hasta el salón. Allí estaban Martha y Ricardo, sentados en un sofá, con expresión, con una mirada expectante.
Fue cuando estuvieron cara a cara con los padres de Carlos, que la pareja chocó con el primer impedimento: los rostros de ellos al verla. Laura no sabía qué era, pero algo pareció no gustarles.
Carlos, aunque se percató de la incomodidad de sus padres, fingió no darle mayor importancia.
– Hola, papá, mamá. – Dijo Carlos alegremente, saludando a sus padres con un beso con un beso. – Les presento a mi novia, ella es Laura.
– Encantada de conocerlos. – Continuó Laura, sonriendo nerviosamente.
Martha y Ricardo le dieron la mano, como por compromiso, sin mostrar mucho entusiasmo. La observaron de arriba abajo, con una mirada de desaprobación y desdén. Ni siquiera le devolvieron la sonrisa. Se limitaron a asentir con la cabeza, y a hacer un gesto de indiferencia.
En ese preciso momento, hizo entrada la sirvienta, anunciando que ya la cena estaba lista. Los cuatro se dirigieron hasta el amplio comedor, donde se sentaron a la mesa. Laura, en todos sus años de vida, no había visto una casa tan lujosa como aquella.
La cena transcurría de manera normal, o al menos daba esa impresión. Martha y Ricardo no pronunciaban ni una palabra. Solo se limitaban a abrir la boca para introducir las cucharadas de comida. o preguntar detalles de la vida de Laura.
– Bueno, Laura. Entonces, ¿a qué te dedicas? - Preguntó Martha.
– Soy maestra, en una escuela primaria. – Respondió Laura que, aunque estaba algo nerviosa, se mostró orgullosa por su profesión.
– ¿Escuela pública?
– Sí.
Ante la respuesta de Laura, Martha miró a su esposo de sus rostros se escapó, quizás involuntariamente, una especie de gesto de descontento.
La conversación continuó, entre preguntas incómodas y respuestas indiferentes, durante toda la cena. Las preguntas iban dirigidas hacia su origen, su educación, su trabajo, su aspecto. Ella las soportó con paciencia, respondiendo lo más educadamente posible.
La tensión en aquella mesa se hacía más grande a cada instante. El ambiente era tan pesado y denso, que se podría cortar con un cuchillo. Carlos se daba cuenta de la incomodidad que sentían todos, principalmente Laura.
Por esta razón, habiendo terminado de cenar, el chico, sin dar explicación alguna, tomó a su novia de la mano, y la sacó de la casa, sin mirar atrás. Ella lo siguió, sin decir nada, solo apretando su mano con fuerza. Él la llevó hasta su coche, y se pusieron en marcha hacia casa de Laura.
En el camino, Laura se sentía más relajada. De alguna manera, feliz de que aquella noche por fin terminara, pero al mismo tiempo, consternada por la evidente incomodidad de sus suegros.
Habiendo llegado a su destino, Carlos detuvo su coche en la entrada del hogar de Laura.
– Parece que a tus padres no les caí muy bien que digamos. – Dijo Laura con aires de preocupación.
– Lo siento, mi amor, siento mucho que hayas tenido que pasar ese mal rato. –Respondió Carlos, que casi se le salían las lágrimas.
– No te preocupes, mi vida, no es tu culpa.
– Sí lo es, de alguna forma. Yo los conozco muy bien y debí suponer que pasaría algo así.
– ¿Qué va a pasar entre nosotros si tus padres no me aceptan?
– No va a cambiar absolutamente nada entre nosotros. – Explicó Carlos. – Yo te amo, y si no te quieren, se pueden olvidar de tu existencia, pero también van a tener que olvidarse de mí.
Aquella afirmación se quedó grabada a fuego en la mente y el corazón de Laura. Que su novio dijera tal cosa, la hacía sentir feliz, y convencida de que estaba junto al amor de su vida. Después de todo, ¿cuántos hombres de alta cuna están dispuestos a dejarlo todo, a cambiar su lujosa vida por una mujer humilde?
Laura zafó su cinturón de seguridad y se inclinó sobre Carlos, dándose ambos un ardiente beso que se prolongó unos minutos, olvidando el mundo, olvidando el dolor, olvidando el odio. Solo recordando el amor.
Habiendo terminado, ella bajó del auto. Caminó hasta su casa y se despidió de su novio desde la puerta. Él, justo después, volvió a poner en marcha su vehículo.
El muchacho no tenía ni idea de que al llegar a su casa le esperaba una sorpresa no muy grata. Aquí le esperaba una dura reprimenda, sin venir a cuentas, por parte de Ricardo.
– Quiero hablar contigo seriamente. – Dijo el padre, con autoridad.
– ¿De qué? – Preguntó Carlos, con desinterés.
– De esa chica, de esa Laura, que no es de tu nivel, que no es de tu raza.
– ¿Qué más da? ¿Qué importa eso?
– Importa mucho, hijo, importa mucho. – Volvió a arremeter el padre, cada vez más serio.
Su padre era un hombre duro y ambicioso, que quería que Carlos siguiera sus pasos y se casara con una mujer de su misma clase. Le repetía que Laura no era adecuada para él, que solo lo iba a arruinar y a decepcionar. Le exigía que la dejara, y le amenazaba con desheredarlo si no lo hacía.
La discusión se hacía más intensa. Su padre le dijo todo tipo de cosas, tratando de convencerlo de que dejara a su novia, de que se olvidara de ella, de que la borrara de su vida. Le decía que era una mala influencia, que no encajaba en su mundo.
Carlos no hacía caso. No estaba interesado en hacerlo. A él solo le interesaba su novia, su amor, su felicidad. Él solo les dijo una cosa, una sola cosa, que lo resumía todo.
– No me importa, no me importa nada – Replicó Carlos, con firmeza. Se encontraba más rabiado que su padre, como si estuviera a punto de comenzar a salir espuma de su boca
– ¿Cómo que no te importa?
– No me importa lo que digas, no me importa lo que hagas, no me importa lo que pienses.
– ¿Y qué te importa, entonces? ¿Qué te importa, hijo?
– Me importa ella, me importa su amor, me importa su felicidad, y la mía.
Carlos defendió su relación con uñas y dientes. sabía que su amada no era así. Realmente estaba muy enamorado y reconocía que esta vez era especial. Nunca había visto en ninguna mujer lo que vio en Laura. Para él, el compromiso era algo imposible, una lejana utopía. No pensaba casarse con ninguna, hasta que la conoció a ella.
Tanto la amaba, que no le importaron las numerosas discusiones con sus padres que le sucedieron a la de esa noche. No le importaron las amenazas constantes con repudiarlo si no cortaba su amor de raíz. Marta y Ricardo no podían permitir que su amado hijo menor se juntara con una simple maestra de escuela pública, y, además, de piel morena.
Nada le importaba más que estar con Laura. No le importó dejar los lujos de la mansión de su familia para irse a vivir con su pareja a su pequeña casa en el centro de la ciudad, donde los dos podrían disfrutar tranquilamente de su amor.
Después de eso, la relación que Carlos tenía con su padre, pasó a limitarse a, en algunas ocasiones, pedirle permiso para pasar un fin de semana en el yate de este último, cosa que le encantaba a Laura, y que su padre aceptaba a regañadientes. A fin de cuentas, seguía siendo su hijito consentido.
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