Desenlace Fatal
Laura y Carlos, arrollidados en el suelo, esperaban, casi resignados, el desenlace fatal. Ella se sentía más asustada que nunca y él se sentía impotente, por no haber sido capaz de protegerla.
Los bandidos, por su lado estaban listos para ejecutar a la pareja y cumplir con su trabajo, pero uno de ellos tenía otras intenciones. Era el que había esquivado un rato antes los disparos de Carlos y había "negociado" con él, era también quien parecía estar a cargo.
El maleante se acercó hasta su compañero y tomó el revólver de su cinturón. El segundo de los hombres, que guardaba el arma de Carlos, había hablado bastante poco y parecía estar menos confiado que el otro. Daba a entender que no tenía la misma experiencia que los demásen ese tipo de trabajos.
El primero, con el revólver en la mano, se paró delante de Carlos y Laura. Observó su reloj.
-Aún queda tiempo para el amanecer. Vamos a aprovechar para jugar a algo.- Dijo el bandido.
El otro lo miraba extrañado, sin saber cuáles serían sus intenciones.
El hombre que tenía la pistola la abrió con un movimiento rápido y sacó el tambor. Lo hizo girar con el dedo, como si fuera una ruleta, y luego lo volvió a colocar en su lugar, sin mirar.
- Bueno, ¿quién quiere ser el primero?
Laura y Carlos se quedaron en silencio.
- ¿No hay ningún voluntario?- Siguió diciendo el enmascarado. - Pues mejor. Vamos a dejarlo a la suerte.
Colocó el revólver en el suelo, frente a los jóvenes. Con un rápido movimiento de su mano lo hizo girar a toda velocidad. La rotación del arma iba perdiendo intensidad, hasta que se detuvo por completo, con el cañón apuntando en dirección a Laura.
- ¡Parece que tenemos una ganadora!- Dijo el despiadado hombre, mientras volvía a recoger la pistola.
El villano acercó el cañón del revólver a la frente de Laura, la cual pudo sentir el frío del metal en su piel. Carlos trató de levantarse con todas sus fuerzas, pero el bandido fue mucho más rápido, golpeándolo con el mango del arma y haciéndolo desistir en su intento.
Volvió a poner el cañón contra la frente de Laura. Aquella habitación estaba casi en total oscuridad y silenciosa, excepto por el sonido de la respiración agitada de los que se encontraban en ella.
El hombre vaciló por unos segundos, lo que aumentó aún más su satisfacción y la tensión de todos los presentes. Finalmente, apretó el gatillo. Un clic seco resonó en la habitación. No había bala.
-¡Vaya! ¡Hermosa y con suerte!- Dijo, después de bajar el arma, mientras acercaba su rostro al de ella. -Veamos si tu novio tiene la misma suerte.
Se colocó esta vez frente a Carlos. Apuntó el arma contra su frente. La tensión dentro de la habitación aumentaba más a cada instante. Justo cuando iba a apretar el gatillo, fue interrumpido por su compañero, el cual agarró su brazo, moviendo su cabeza de un lado a otro, en señal de negación.
El verdugo que sostenía el revólver, apartó la mano de su compañero con un tirón. Seguidamente lo miró con unos ojos llenos de ira, como si quisiera comérselo vivo.
-¡¿Cómo te atreves, maldito imbécil?!- Reclamó el malvado enmascarado.
- Deberías detenerte. Ya han sufrido bastante. ¡Terminemos el trabajo rápido y larguémonos de una vez por todas!- Exclamó el otro.
Algo en él llamó la atención de la pareja. Era la primera vez que lo escuchaban hablar. Su voz no era grave y fría como la de los otros dos bandidos. Por el contrario, hablaba con un tono mucho más tenue, lo cual daba a indicar que no se trataba de un hombre adulto, si no de alguien mucho más joven.
-¡¿Cómo te atreves a cuestionarme?!- le respondió el primero, extremadamente irritado. -¡¿Acaso quieres unirte al juego junto con ellos?!.- Continuó.
- Solo digo que quiero terminar con esto de una vez, cobrar mi parte e irme a casa.
- ¡Entonces, apártate y no metas las narices en mis asuntos, o no volverás a ver la luz del sol!
Entre la tensión del macabro juego y el fragor de la discusión, nadie prestaba atención a la entrada de la sala de mando.
El cadáver del intruso asesinado, yacía inerte, rodeado por un charco de sangre que comenzaba a secarse. Su AK-47 descansaba a su lado.
De pronto, Laura y Carlos observaron como una mano se acercaba al fusil y lo agarraba. Lograron ver, a duras penas, debido a la poca luz, los tatuajes en el brazo. Fue fácil para ellos identificar que se trataba del brazo de Ernesto.
El timonel del Perla había recobrado el conocimiento minutos antes, quizás alarmado por el sonido de los múltiples disparos hechos aquella noche.
Se había quitado la camisa y la sostuvo contra la herida de su vientre, tratando de frenar la sangre que brotaba de la misma.
Logró ponerse en pie, con muchas dificultades, ayudándose de la baranda que rodeaba la popa de la nave. Estas acciones eran prácticamente insólitas, teniendo en cuenta la sangre que había perdido, producto de la herida que le había sido infligida.
Una vez que hubo recuperado medianamente el equilibrio, tomó aire profundamente y con la camisa cubriendo la herida, comenzó a avanzar, todo lo rápido que le permitía su cuerpo sometido a las condiciones en las que se encontraba.
Al subir las escaleras con extrema dificultad y acercarse al puente de mando, escuchó la discusión que llevaban a cabo los dos enmascarados.
Al llegar a la puerta, observó el cuerpo inerte que había junto a la puerta. Luego asomó su cabeza ligeramente y dirigió su mirada hacia donde estaban arrodillados sus amigos, mientras los maleantes continuaban su acalorada discusión
Ernesto sabía que debía hacer algo y que no tenía tiempo que perder. Fue entonces cuando agarró el fusil.
Con el arma del muerto en sus manos, apuntó hacia los enmascarados. La mirada de sorpresa de la pareja lo delató al instante. Los bandidos, al percatarse de su presencia, se alarmaron y levantaron también sus armas a toda velocidad.
Se escuchó una ráfaga larga de disparos, seguida de una más corta. El aura del silencio rodeó la embarcación, esta vez por varios minutos.
Habían pasado unos cuarenta minutos desde que cesara el ruido de las balas.
Se escuchó el ruido de algo grande caer al agua, luego otro y finalmente otro, separados por algunos minutos. Se trataba de tres cuerpos humanos, siendo arrojados al mar por la borda.
Un rato más tarde, el yate recogió su ancla y encendió su motor. La embarcación partió, dejando tras de sí una estela de espuma marina, y tres cadáveres flotando en el mar, en un punto donde las probabilidades de ser encontrados eran muy bajas, pero podrían aumentar si eran arrastrados por la marea hasta tierra firme.
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