051; turistas
La procedencia de Killian se había extendido como la pólvora a través de las paredes del castillo. Quitando a los presentes el día del encuentro entre los Vulturis y una parte de los Cullen, el resto había comenzado a mirarlo con cautela y curiosidad cada vez que era arrastrado por Alec mientras este le seguía mostrando estancias distintas y centenar de antigüedades que Killian jamás hubiera creído poder ver en persona.
A pesar de haber sido él quien lo invitó, Caius había desaparecido de su vista y no había vuelto a hacer acto de presencia, algo que causó cierta confusión en el neófito, más procuró quedarse callado y evitar preguntar nada al respecto con temor a decir algo equivocado. Aro, por otro lado, se había dedicado a saludarlo efusivamente cada vez que Alec los hacía cruzar por el gran salón principal para adentrarse en otra estancia. Jane a veces los seguía de cerca en silencio y curioseaba sobre las centenares de tonterías que su hermano mellizo soltaba por la boca.
El primer día junto a los Vulturis había sido relativamente tranquilo, en su mayoría siendo acompañado por Alec quien no lo dejaba solo ni un segundo. Había recorrido hasta el último milímetro del lugar y había sido informado de cada antiguo miembro del clan que ya había desaparecido o se había marchado. Aunque algo bizarro, Aro contaba con una habitación enorme llena de pinturas antiguas al óleo que tenía en ella retratos y imágenes en grupo sobre todos los miembros pertenecientes, tanto actuales como pasados. Killian no pudo evitar dejar sus ojos clavados más tiempo en el cuadro en el que Carlisle Cullen se encontraba presente.
Cuando los primeros rayos de Sol del segundo día comenzaron a hacerse presentes, fue cuando comenzó la verdadera pesadilla.
Alec y Killian caminaban tranquilamente por el largo pasillo que los llevaría al salón principal, seguidos por Jane y Demetri que mantenían una conversación en susurro sobre rutas que el neófito no logró entender. Alec lo había ido a buscar tras una larga noche recibiendo mensajes por parte de Rosalie que no se había atrevido a contestar.
Rosalie:
¿Cómo que te has ido tres días con esa gente?
Más te vale contestarme.
Tu chucho esta insoportable.
Killian Cullen-Hale, contéstame ahora mismo.
Voy a obligar a Jasper a morderte en cuanto cruces por la puerta.
ME VOY A QUEJAR A SOLEDAD.
Killian quería contestarle más que a nadie, pero se negaba a gastar tanto dinero en un mensaje internacional.
Cuando llegaron al salón, un fuerte olor metálico inundó sus sentidos y, al abrir la puerta, éste se intensificó. Killian arrugó la nariz y aguantó la respiración inconscientemente mientras observaba el lugar. No había rastro alguno de sangre, al menos no ahí. El menor entrecerró los ojos y observó a su alrededor; Caius, Marcus y Aro se sentaban en sus respectivos lugares con un guardia detrás de cada uno de ellos, Félix y un grupo de vampiros pertenecientes a la guardia se hallaban en la esquina oeste del lugar y, como si fuera una mala broma en una película de terror, en el lado este de la sala había un grupo de turistas temerosos que temblaban mientras tapaban algo. El neófito tuvo que mirar con mucho ahínco para poder darse cuenta de que se trataba de un hombre de mediana edad cuyo cuello era cubierto por una camisa beige que alguien se había quitado para intentar parar la enorme hemorragia de su garganta tras haber recibido un enorme mordisco por parte de alguno de los vampiros presentes.
—Muy bien —habló Aro por primera vez desde que habían entrado, una sonrisa alegre pero siniestra abarcando gran parte de su rostro—, pueden empezar a desayunar.
Como si de luz verde en una carrera de formula uno se tratase, el grupo de vampiros (incluyendo a los que acompañaban a Killian) se abalanzaron sobre los turistas como si fueran hienas hambrientas. Gritos de horror desgarradores hicieron eco en las paredes de la estancia y se mezclaron con los gruñidos salvajes de los vampiros que los atacaban. De un momento a otro, la extraña tranquilidad que había comenzado a sentir el neófito en aquel lugar hacía algunas horas se había disipado por completo. El miedo y el horror se hicieron visibles en sus ojos escarlatas a la vez que estos se abrían ante la sorpresa de tal escena: sangre, cuerpos tirados en el suelo y las tétricas sonrisas de los inmortales que se alimentaban de aquellos inocentes turistas.
Un paso atrás fue lo único que pudo hacer antes de que su cuerpo colapsara contra la gran puerta de madera vieja a su espalda. La imagen frente a él parecía irreal pero era completamente consciente de que los gritos y, sobre todo, la sangre no lo eran. El fuerte olor metálico se hizo aún más fuerte cuando litros y litros de ésta comenzaron a ser derramados de los cuerpos de los humanos. Killian llevó su mano izquierda hacia su boca y la tapó, su cuerpo sintiendo una clara angustia y una enorme sensación de nauseas y mareos.
Killian no logró ver qué o quién lo agarraba cuando sintió un fuerte tirón y un estruendoso golpe a sus espaldas antes de ser llevado velozmente hacia la habitación que le había sido adjudicada durante su corta estancia. El balcón de la habitación había sido abierto y Killian pudo respirar profundamente cuando el olor de la sangre abandonó sus sentidos. El neófito tuvo que dar varias bocanadas al aire para poder tranquilizarse mientras intentaba ignorar la sensación de ahogo y el repentino temor que se había apoderado de su cuerpo.
Quería regresar a casa. Quería regresar junto a los suyos.
Cuando su cuerpo pudo regresar a la normalidad y dejó de temblar, miró a su alrededor para comprobar quién lo había sacado de allí pero no vio a nadie. Sin embargo, al ver su cara de desconcierto, una burlona risa se escuchó y frente a él se dejó ver un hermosos vampiro de rubio cabello oscuro que sonreía altanero mientras cruzaba los brazos sobre su pecho.
—¿Qué será lo que ven en ti? —se cuestionó para sí mismo mientras se inclinaba hacia adelante y lo observaba con la cabeza ladeada.
Físico lánguido pero llamativo que vestía ropas de color azul real... Killian lo pudo reconocer como Afton gracias a las presentaciones silenciosas de Alec. No era de extrañar que no le hubiera visto al principio ya que su don emulaba la invisibilidad.
—¿Has... has sido tú? —preguntó Killian en un hilo de voz cuando pudo encontrar algo de ella.
Afton contuvo la risa en un bufido y asintió.
—Al parecer no soy nada más que un mandado —contestó con un encogimiento de hombros—. ¿Y bien? ¿Demasiado sangriento para ti? ¿Prefieres que te los entreguemos con cuchillo y tenedor?, ¿o mejor en una copa de vino?
—Suficiente —la clara y grave voz de Caius hizo eco a sus espaldas, llamando la atención de ambos y haciendo que Afton se tensara notablemente. Éste último agacho la cabeza y se apartó ligeramente para dejarlo pasar—. Retírate —pronunció sin tan siquiera dirigirle una mísera mirada, sus ojos clavados en el neófito que mantenía su mirada clavada en las puntas de sus zapatos.
Afton apretó la mandíbula pero asintió y sin dudarlo salió de la habitación.
El silencio rodeó a ambos vampiros, Killian se mantenía estático mientras que Caius no apartaba la vista de su cabello (dado que era lo único que le dejaba ver el contrario)
Tras varios minutos, el mayor se dignó a hablar.
—Alec... —pronunció como si estuviera recordando algo—, ¿prefieres algún oso? —preguntó con notable duda, recordando la pregunta que le había hecho Alec al neófito en su camino hacia Volterra.
Killian mordió su labio inferior y negó.
—No es necesario —murmuró casi inaudible—, me alimenté antes de venir.
—Aro quería darte un banquete de bienvenida —intentó explicar.
El neófito arrugó sus cejas y elevó la mirada hacia el rubio vampiro.
—¿No sabe Aro acaso que los Cullen se alimentan de sangre animal? —cuestionó acusatoriamente.
Y, por primera vez en mucho tiempo, Caius no supo qué contestar. Aquello se había sentado como una patada en el estómago, y es que el neófito tenía toda la razón, pero en el loqueo de hacer sentir al menor cómodo en aquel lugar y ganarse su confianza, se había olvidado por completo de aquello. Caius se sentía un idiota.
—Pasé eso por alto —susurró desinteresadamente mirando un punto fijo en el horizonte.
Killian hizo una mueca extraña y negó con la cabeza, abrazó su propio torso con sus brazos y suspiró.
—¿Qué es lo que realmente quieren de mi? —preguntó el menor con algo de valentía, aunque su mirada nunca cruzó con la del mayor—. ¿Por qué estoy aquí?
Caius se halló a sí mismo siendo arrastrado por una inmensa sensación de confusión, había quedado enmudecido ante aquella pregunta y no podía evitar intentar buscar una respuesta que claramente no tenía.
¿Por qué estaba allí? ¿Qué querían de él?
Si Caius tuviera que contestar obligatoriamente, diría que no sabía pero era consciente que había algo en aquel neófito que inconscientemente lo arrastraba hacia él, sin embargo sabía que Athenodora ya estaba en su vida y llevaba milenios siendo su esposa; No obstante, si se auto-preguntaba qué era lo que quería Aro del chico, no sabría qué contestar. Caius era consciente de que Aro era conocedor de su interés por Killian pero el pelinegro también sentía interés por el neófito pero nunca había dado razones del porqué. Pero, por más interés que sintiera por el chico, no había intentado que se quedase, ni tampoco había intentado invitarlo a venir como había hecho él en un acto impulsivo. No había hecho uso de Chelsea ni había utilizado amenazas pasivas para hacerlo quedarse en el clan.
—No puedo contestar por el resto pero sí por mi —comenzó a hablar Caius al cabo de un rato—. No sé que quiero de ti, pero sí quiero que te quedes, aquí; aunque soy consciente de que eso sería imposible y que eso pronto crearía una lucha innecesaria entre ambos clanes. No sé qué es lo que tienes, Killian Cullen, pero me fascina y lo odio al mismo tiempo.
—¿Que me quede? —preguntó atónito—, ¿quieres que me quede en Volterra? —el vampiro volvió a asentir—. ¿Por qué haría algo así?
Ahora que escuchaba su pregunta, Caius notaba lo ridículo de su petición y, por primera vez, sintió vergüenza hacia su persona. ¿Siquiera qué era lo que tenía Killian para hacerlo actuar de manera tan estúpida? Aquello lo hizo molestar de manera sobrehumana y su humor cambió repentinamente a uno molesto.
—Tienes razón. Es ridículo. Olvida lo que te he dicho, olvídalo todo —sentenció con voz autoritaria mientras se enderezaba y volvía a mostrar aquel porte elegante y inalcanzable tan característico suyo, su mandíbula apretada ante el enojo y sus ojos clavados en el neófito—. Le diré a Alec que te acompañe de vuelta a casa. Puedes irte.
Y antes de que pudiera contestar, Caius desapareció de la habitación dejando a un Killian muy confundido y con la palabra en la boca.
La repentina estancia de tres días había pasado a ser una rápida visita de menos de dos días y todo porque Caius se había molestado por una razón desconocida para Killian.
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