050; visita temporal
Killian frunció su ceño inconscientemente, su rostro demostrando de manera casi inmediata lo impensable de aquella pregunta. Aro se rió levemente mientras meneaba la cabeza con suavidad de lado a lado.
—Ya veo que no —murmuró para sí, aún sin pender su peculiar sonrisa.
El neófito se mantuvo quieto, sus ojos recorriendo las facciones del mayor frente a él, el cual no parecía molesto con su falta de palabras; Aro, por su lado, dio una palmada y giró sobre sus talones para darse la vuelta y caminar tranquilamente hacia Caius. En el momento en el que iba a posar uno de sus brazos sobre sus hombros, Caius se movió de manera veloz para alejarse del rey Vulturi, colocándose inconscientemente al otro lado de Killian. Ante la rapidez de su acción y dado la tensión de su cuerpo, el neófito se sobresaltó y dio un paso atrás por inercia.
Aro entrecerró sus ojos levemente y observó a ambos con curiosidad, su semblante cambiando a uno indescifrable pero que no parecía albergar nada bueno.
—¡Bueno! —exclamó Aro de un momento a otro, recuperando su normal forma de actuar—. Habrá que enseñarle a Killian el lugar, ¿no te parece, mi querido amigo Caius?
El aludido miró en su dirección sin expresión alguna, su rostro estático cual piedra pero aún así habló.
—Sí, tenía pen-
—¡Alec! —exclamó Aro rápidamente, interrumpiendo la baja voz del rubio, provocando que éste apretara su mandíbula molesto.
Alec apareció en un abrir y cerrar de ojos frente a ellos, una sonrisa juguetona se alzaba en su rostro.
—Killian necesitará aposentos para los próximos tres días, y también es necesario mostrarle el castillo por igual para evitar que se pierda y termine en un lugar desagradable para todos —volvió a hablar Aro hacia el recién llegado.
El mellizo asintió y se giró de manera brusca hacia Killian antes de acercarse y tomar su brazo con confianza. Tal accionar provocó incluso más tensión en el cuerpo de Killian, quien creía que estaba a punto del colapso si aquellas personas seguían tratándolo así y nada malo pasaba.
El neófito fue arrastrado fuera de la sala, dejando atrás al grupo de vampiros que miraba en su dirección con curiosidad o excitación.
Los pasillos con los que se encontró Killian al salir no eran demasiado distintos a los que ya había visto, todos mostraban la antigüedad del lugar que poseía aquel lugar y los años que debían llevar aquellos vampiros viviendo allí. Alec hablaba con tranquilidad mientras explicaba cosas que Killian no lograba entender, su mente en otro punto del planeta y las palabras no logrando ser juntadas para formar frases coherentes. Había visto vampiros, muchos vampiros que cruzaban de un lado a otro con ropas oscuras y desprendiendo el nauseabundo olor metálico de la sangre; también pudo escuchar perfectamente el latir de decenas de corazones y el retumbar de los pasos que los acompañaban. Las voces, de los que supuso que eran turistas, se escuchaban a lo lejos igual de ininteligibles que lo que decía la persona que aún tironeaba de él.
De un momento a otro, pasaron frente a una gran cristalera que mostraba algunos rayos de Sol que pegaron de lleno en el rostro de Killian. El brillo centellante de su propio cuerpo lo hizo detenerse en seco, obligando a Alec a detenerse a la fuerza también.
El vampiro más longevo lo miró con curiosidad y sus ojos escarlata pronto cayeron en el semblante tenso y asqueado del neófito que miraba con molestia hacia el Sol.
—¿Molesto? —preguntó Alec con simpleza.
Killian negó con la cabeza y bufó suavemente.
—Frustrante —confesó.
Alec asintió con la cabeza y cruzó sus brazos frente a su pecho mientras se colocaba junto a Killian y miraba al Sol al igual que él.
—Deduzco que no querías esto —volvió a hablar con tranquilidad.
El contrario dejó escapar una larga bocanada de aire y se encogió de hombros.
—¿Lo delató mi repudio hacia el olor de la sangre o mi molestia hacia la bola de fuego que tenemos en frente? —contestó el más joven igual de tranquilo.
Alec se carcajeó suavemente, agradándole las palabras del neófito.
—Puede que ambas —respondió tranquilamente. Dando un paso atrás, movió su cabeza en dirección al pasillo para que lo siguiera. Killian así lo hizo.
El castillo parecía ser infinito, las decenas de pasillos hacían que Killian luciera agotado de recorrer incluso cuando era incapaz de cansarse. Alec se había encargado de explicarle todos y cada uno de los detalles que se cruzaban, incluso le contó la historia sobre la baldosa rota y porqué Aro nunca más dejaría a Jane pelear con Félix.
Cuando llegaron a las torres, éstas lucían más custodiadas de lo normal y aquello causó cierta curiosidad en Killian, quien aceleró su paso ligeramente para colocarse a la altura de Alec. Varios vampiros de la guardia se colocaban en la entrada de las torres y sólo se movieron cuando ambos hicieron el amago de pasar. Alec se movía grácilmente por el lugar, subiendo un centenar de escalones hasta llegar a lo más alto de la torre. Killian lo seguía de cerca, ahora sí curioso por saber qué hacían en un lugar así. Poco después de haber llegado al último piso, Alec se acercó a una enorme puerta de madera la cual golpeó suavemente con sus nudillos aunque fuera innecesario.
Pasos se escucharon al otro lado y, poco después, el bello rostro de una vampiro se hizo presente.
—¿Alec? —preguntó con clara confusión, su cabello marrón oscuro cayendo suavemente sobre su rostro mientras el vestido que llevaba caía con elegancia hasta sus pies.
—Sulpicia —saludó Alec cordialmente—. Vengo a presentaros a una visita temporal —informó.
La vampiro miró en ese momento hacia el neófito que acompañaba a Alec y ladeó la cabeza con curiosidad. Dando un paso hacia el lado y abriendo aún más la puerta, movió su mano para indicar que pasaran.
Alec tomó la muñeca de Killian y lo obligó a entrar detrás de él. Killian se notaba algo cohibido ante la situación, no emitiendo sonido alguno.
—¿Visita temporal? —cuestionó entonces Sulpicia, caminando por la amplia sala-habitación y tomando asiento frente a una antigua mesa de té. Killian podía notar fácilmente que todo el lugar estaba formado por antigüedades, estando seguro de que todo lo que había en ese espacio podría comprarlo unas quinientas veces y aún así seguir teniendo dinero para gastar. La mezcla de colores suaves y flores contrastaba a la perfección con el vestido que llevaba Sulpicia, cuya delicadeza al moverse parecía mostrar el danzar de un cisne.
Alec se sentó frente a ella en la mesa de té e indicó a Killian que lo imitara. Aunque todavía cohibido, el neófito así lo hizo.
—Fue idea de Caius, él insistió en traerlo y aquí lo tenemos —confesó el varón.
—¿Caius? —resonó una voz detrás de ellos.
Killian se giró de inmediato y su falso respirar se atascó en su pecho cuando vio la belleza de aquella vampiro: cabello rubio ceniza que se encontraba peinado perfectamente hacia atrás y adornado en una larga y hermosa trenza; esbelto cuerpo abrazado por la suave tela aterciopelada de un precioso vestido verde bosque, sus largas pestañas hacían que sus ojos se vieran incluso más hermosos y su pálida piel a juego con el suave tono rosado de sus labios.
—Athenodora —saludó Alec con una sonrisa cordial por igual—, ¿gustas sentarte a charlar con nosotros?
La vampiro de nombre Athenodora no respondió pero caminó hacia Sulpicia y se sentó junto a ella, quedando frente a Killian y mirándolo con curiosidad y escrutinio.
—¿Por qué Caius insistiría en traer a alguien? —habló la vampiro rubia nuevamente.
—¿No te lo ha dicho? —cuestionó Alec, frunciendo su ceño.
—¿Qué te dijo? —preguntó en demanda Athenodora.
Alec se encogió de hombros y se recostó contra el respaldo de la silla.
—A mi no me ha dicho nada, relájate. Nadie sabe qué ocurre en esa cabeza suya —respondió en un suspiro—. Quizá tenga pensado descuartizarlo y quemarlo.
Killian se puso en pie de inmediato, dando pasos largos hacia la puerta. Alec se movió con rapidez y se colocó frente a la puerta para evitar que continuara caminando y se fuera mientras se reía tranquilamente.
—Es broma, es broma —dijo con tranquilidad mientras elevaba ambas manos—. Ni una broma se puede hacer cuando eres un Vulturi porque ya piensan que sí lo harán.
—Bueno... —comenzó a decir Sulpicia—, es de Caius de quien hablamos.
El cuerpo de Killian se tensó incluso más de lo que ya estaba y Alec chasqueó la lengua con molestia.
—Si llega a salir corriendo, le diré a Caius que fue por tu culpa.
La vampiro de pelo oscuro se levantó de su silla y caminó hacia el neófito, depositando una de sus manos en la parte hueca de su espalda y acariciándola de forma reconfortante. Por alguna razón, aquel gesto le había recordado al actuar de Esme y eso lo hizo relajarse, sin embargo se dio cuenta de una cosa: ya echaba de menos a Esme.
—No nos hagas caso —habló con voz suave y delicada—, estamos bromeando. Siéntate con nosotras a charlar un rato, no te pasará nada.
—Aún —dijo el vampiro.
—¡Alec! —reprendió Sulpicia. Killian volvió a sentarse donde estaba antes y nuevamente quedó frente a Athenodora—. No le hagas caso a Alec, le gusta molestar y asustar a los recién llegados. Ha mencionado que eres visita temporal, ¿cuánto tiempo te quedarás con nosotros? —cuestionó mientras caminaba grácilmente hacia su posición anterior.
Killian carraspeó suavemente antes de contestar.
—Me estaré quedando tres días, señora —contestó en voz baja—, mi familia estará esperando a que regrese.
—¡Familia! —exclamó sorprendida la vampiro—. ¿Tienes clan? —el neófito asintió—. ¿Quiénes son?
Killian miró a Alec y éste asintió para darle ánimos a que contestara.
—Los Cullen.
La sonrisa de Sulpicia flaqueó y los ojos de Athenodora se abrieron ante la sorpresa.
—Uh —fue lo único que Killian escuchó que contestó la vampiro antes que el silencio los terminara de rodear.
[•••]
¡Jelou!
Capítulo corto porque tuve que separar y juntar otras partes, pero les traigo pronto la otra parte.
Espero que les guste y estén todxs bien.
Cuídense mucho<3
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