038; monstruo

Edward entró a través de la puerta principal con una clara expresión preocupada en el rostro tras haber recibido la llamada de Esme sobre la particular situación en la que se encontraban. Sus sentidos pudieron facilitarle el trabajo de localizar dónde se encontraba cada uno de ellos, pero aún así preguntó: —¿Dónde está?

Su voz se escuchó mucho más alta de lo normal gracias al asfixiante silencio que los rodeaba, el sonido perdiéndose en el aire tras no recibir respuesta verbal. Carlisle lo miró durante un breve momento y elevó su mano para señalar las escaleras que llevarían a su habitación, pronto volviendo a bajarla e intentar centrar su atención en las copas de los árboles que se movían con el viento.

El lector de mentes asintió, esquivando a Rosalie y Emmett —los cuales se abrazaban mientras el varón acariciaba la espalda de su esposa de manera reconfortante— antes de encaminarse escaleras arriba.

Debía admitir que fue una sensación extraña el abrir la puerta y descubrir la cama, en la que Killian había pasado las últimas dos semanas, vacía. Recorrió el lugar para divisarlo pero no logró hallarlo, sin embargo vio la puerta del baño abierta. Con precaución, Edward se adentró en la estancia, cerrando la puerta tras de sí, y caminó hasta llegar frente a la puerta del cuarto de baño. En cuanto sus ojos divisaron la silueta de Killian, Edward supo que aquella situación perduraría.

—¿Killian? —llamó con su particular voz aterciopelada, su tono mostrando mucha más suavidad que de costumbre.

El aludido no se movió.

Killian se encontraba sentado en un taburete de madera blanca frente al espejo; su postura recta, sus piernas juntas y ambas manos entrelazadas sobre su regazo mientras sus llamativos ojos rojos no se despegaban de su reflejo. No había palabras que salieran de su boca ni pensamientos que rondaran su mente, era como una estatua, sin vida.

—¿Killian? —intentó volver a llamar cuando no hubo respuesta alguna.

Edward estuvo a punto de dar un paso al frente cuando la monótona voz de Killian se escuchó.

—¿Eres tú el que viene a hablar conmigo ahora porque puedes leer mi mente? —observando a través del reflejo del espejo, sólo pudo ver sus labios moverse.

—Perdón por no ser la mejor de las opciones —habló el cobrizo con forzada tranquilidad.

—No —murmuró—, creo que es bueno que hayas venido —por primera vez desde que llegó, sus irises parecieron temblar un poco con la intención de moverse—, yo también quiero saber qué es lo que estoy pensando.

Edward entrecerró sus ojos, analizando las palabras del neófito.

—Killian... no logro escuchar nada más que tu voz ahora que me estás hablando.

Killian agachó la cabeza, cerró sus ojos y respiró profundamente.

—Quizá porque no haya nada. He estado intentando no pensar, obligándome a ser capaz de carecer de pensamiento alguno.

"¿O hubiera sido mejor que pensara en que ahora brillaré si expongo mi cuerpo a los rayos de sol?, ¿o que acabo de dejar a dos crías de puma huérfanas?" el vampiro se sorprendió al escuchar la voz de Killian en su cabeza de repente.

—No todo son cosas malas, Killian —intentó hacerlo calmar.

"No podré volver a abrazar a mi nana", escuchó decir. "Soy un peligro para las personas del orfanato..."

—Estoy seguro de que serás capaz de controlarlo. Tienes en ti fuerza y sé que voluntad es algo de lo que no careces.

El neófito abrió los ojos y, una vez más, enfrentó al reflejo de sí mismo.

—¿Edward?

—¿Qué?

—Se suponía que el monstruo no tenía mi aspecto.

—Killian, no-

Pero no le dio tiempo a terminar.

—La primera casa de acogida a la que nos enviaron estaba situada en Florida —su voz pareció quebrarse durante una milésima de segundo antes de recomponerse—. Acabábamos de cumplir seis años y nana Sol nos había encontrado una familia que parecía ser bastante admirable. Ya habían adoptado a otros niños y vivían en una enorme casa a las afueras de la ciudad. Nana nos había acompañado para asegurarse que llegáramos sanos y salvos a nuestro destino y, así también, comprobar dónde y en qué condiciones viviríamos.

»Todo parecía ser bastante ideal para cualquier niño huérfano en busca de un lugar en el que vivir y, si todo iba bien, aquel matrimonio nos adoptaría a nosotros también en lugar de ser simples pasajeros en aquella casa. Lively y yo estábamos muy emocionados, y cómo no estarlo si era la primera vez que viajábamos tanto y que, también, sabríamos lo que sería tener una familia.

»Fue bastante reconfortante para mí el ver que el matrimonio no mencionó nada sobre mis ojos al hablar con nana o que no me miraban con desprecio debido a mi aspecto. Aquello me había hecho muy feliz. Desde que había empezado la primaria sólo recibía miradas de las madres de otros compañeros de clase y comentarios hirientes por parte de los niños, además de que no se les permitía relacionarse conmigo; por lo que mudarse a otro estado quizá había sido la solución.

»Pero estaba claro que yo era un niño iluso que no sabía que los adultos podían mentir.

»En cuanto nana se fue, comenzó una pesadilla real que parecía no tener despertar. Lively fue tratada con normalidad, fue tratada de forma amable y simpática, mientras que a mi se me movió a un lado y fui obligado a habitar en un húmedo cobertizo cuya cama lucía vieja e incómoda, lo cual era. Al parecer aquella cama la iban a tirar junto a muchas otras cosas en el lugar, pero al tenerme a mi pudieron aprovechar su uso.

»No le tomé mucha importancia al principio. Creía que era porque faltaba algo de espacio y por eso habían decidido que yo durmiera ahí, pero luego empezaron los llantos. Los hijos adoptivos de aquella familia soltaban todo tipo de comentarios sobre mi: "Me dan miedo sus ojos", "Mamá, dile que deje de mirarnos", "No puedo comer, sus ojos me dan asco"..., entre otros; y fue ahí cuando se me prohibió comer al mismo tiempo que ellos. Debía llegar de la escuela y esperar una hora más para poder almorzar la poca comida que sobraba. No se me permitía interrumpir en el comedor ni entrar en la cocina hasta que no hubiera ningún miembro de la familia en la estancia aún.

»Lively estaba furiosa, pero yo me negaba a dejar que hiciera algo que nos hiciera volver al orfanato. Era la primera oportunidad que nos daban y no quería que se estropeara por mi culpa.

»Fue entonces cuando llegó la noche de Halloween. ¡Oh, me encantaba la noche de Halloween! La casa había sido decorada con luces y adornos terroríficos que a mi me encantaban, los cuencos estaban llenos de dulces y esperaban junto a la puerta a que los niños del vecindario se acercaran a pedir Truco o Trato. Era la primera vez que veíamos aquel ambiente, como en una película familiar real.

»Tenía muchas ganas de disfrazarme, y mi entusiasmo creció cuando comencé a ver al resto de residentes de la casa bajar las escaleras. "Ian, vamos a disfrazarnos también", había gritado Lively para llamar mi atención. Me acerqué a las escaleras para poder tomar la mano que estiraba hacia mi cuando escuché la risa burlona de Peter y Louis, ambos un par de gemelos cuatro años mayor que nosotros. Lively comenzó a caminar con su mano aferrada a la mía e ignorando a aquellos que comentaban cosas hirientes sobre mi. Pero los comentarios no cesaron y la paciencia de mi hermana se redujo significativamente.

»Lively se detuvo cerca del final de la escalera cuando vio que ambos hermanos bajaban aún burlándose. "Que estupidez", "El monstruo se quiere disfrazar de monstruo", "Si fuera él, no saldría a la calle", entre otros comentarios más suaves. No sé qué habrá cruzado la cabeza de Lively en ese momento, pero no pestañeó siquiera cuando soltó mi mano y empleó toda su fuera para empujar a Peter por las escaleras. El sonido del cuerpo chocando contra los diecinueve escalones restantes retumbó a través del murmullo en el exterior y cuando llegó al suelo se pudo ver un pequeño charco de sangre formarse bajo él tras golpear su cabeza con la barandilla.

»Lively parecía ser mucho más madura y despierta que yo en aquella época, así que agarró mi mano una vez más y tiró de nosotros para terminar de subir los últimos dos o tres escalones que nos faltaban y así correr hacia la habitación en la que dormía. Puede que en ese momento hubiera estado un poco ido por el shock, o quizá era demasiado estúpido como para poder comprender del todo lo que pasaba, pero me quedé callado y me dejé guiar por ella.

»Mientras corríamos, pude escuchar el grito aterrorizado de su madre y los sollozos de Louis mientras aseguraba entre chillidos que había sido yo el culpable. Lively nos guió hacia el pequeño balcón en su habitación y me recordó mil y una vez que tuviera cuidado con las enredaderas que utilizaríamos para descender.

»Me dejé guiar por Lively incluso cuando mis pies tocaron el suelo. La sirena de la ambulancia se escuchaba a lo lejos, sin embargo ella lo ignoraba y me animaba a correr en dirección a una zona de cultivos de altos trigos. Era como si supiera adónde iba, como si hubiera pasado su vida estudiando aquel lugar y lo recordara de memoria. Sólo nos detuvimos cuando escuchamos las sirenas lejos y el silencio volvía a rodearnos. Lively soltó mi mano e intentó recuperar el aliento mientras rebuscaba en los bolsillos de su pantalón vaquero.

»"Le robé diez dólares a Mara que tenía escondido en su osito de peluche", dijo con una sonrisa en el rostro. "Podemos llamar a nana si encontramos una cabina y así poder regresar con ella".

»"¿Quieres regresar con nana?", pregunté muy confundido. ¿Por qué querría irse cuando tenia una buena vida? Ella asintió sin dudarlo y yo no pude evitar preguntar porqué. "Porque no te tratan bien y eso no me gusta", fue su respuesta rotunda.

Killian hizo una pequeña mueca con sus labios, señal de que evitaba sonreír.

—Debo admitir que aquello me sorprendió, no esperaba que renunciara a tener una familia por mi, pero lo hizo y fue la primera vez de muchas.

»Luego de caminar varios kilómetros en busca de una cabina telefónica, logramos hallar una en mitad de la nada, en donde una pequeña tienda 'todo en uno' se encontraba cerrada. Fueron tres intentos los que nos tomó que nana contestara a la llamada, y creo que ya puedes imaginar cuán preocupada estaba. Lively se encargó de contar todo lo sucedido y nana Sol nos pidió que nos quedáramos quietos en donde estábamos porque enviaría a una vieja amiga que vivía por los alrededores para llevarnos a su casa hasta que nana pudiera volar y llevarnos de vuelta al orfanato.

»Recuerdo que Lively sonreía eufórica porque, al fin, habíamos escapado de aquella casa; recuerdo que había comenzado a decir cuán mal sabía la comida, como los otros niños hablaban mientras dormías, también que resultaba muy pesado que sólo hubiera un baño para todos... Estaba feliz, pero yo no. Por culpa de mis ojos había destruido nuestra oportunidad de intentar ser parte de una familia, había causado que ella perdiera la oportunidad, y aquello me carcomía por dentro. Pero Lively no pensaba lo mismo. Me dio un fuerte pellizco en el brazo y me pegó en el hombro antes de sentarse en el suelo con sus piernas cruzadas y hablar como si ella fuera la adulta responsable a pesar de sus corta edad.

»"Todos son unos tontos. Siempre estaban llamándote monstruo y hablando mal de ti. Los monstruos son ellos que siempre están peleando con todos", dijo indignada. "Killian, ven aquí", llamó y dio palmaditas a su lado para que pudiera sentarme. Obviamente no dudé en hacerlo, provocando que ella sonriera contenta, "¿sabes? No debes hacerles caso, ¿está bien? Sólo saben decir tonterías. Los tontos dicen tonterías. ¿Y sabes por qué son tontos? Porque los monstruos no se parecen a nosotros, los monstruos son malos y tienen una cara fea... ¡y cuerpo feo! Así que tú no eres un monstruo. Eres Ian"

Killian dio una bocanada de aire tras decir aquello, sus ojos clavándose en el reflejo frente a él una vez más. Edward se hallaba justo detrás de él, atento a todos su movimientos. Asimismo, también escuchaba los movimientos del resto de vampiros en la casa que parecían igual de atentos a la historia de Killian.

—Si no soy uno, ¿por qué el monstruo que está frente a mi en el espejo luce exactamente igual que yo?

El silencio rodeó la estancia una vez más. No había palabra alguna que Edward fuera capaz de pronunciar. Ni él, ni ninguno de los otros vampiros que habían escuchado todo el monólogo de Killian. Había sido como un duro golpe de realidad en el que volvían a recordarles que era su culpa que el chico hubiera terminado en aquella situación, era su culpa que fuera algo que no quería ser.

Killian no quiso darles tiempo a analizar sus palabras cuando volvió a hablar.

—No quiero seguir siendo un monstruo —confesó—. Esos pumas no sobrevivirán solos —dijo con la mirada perdida en un punto fijo del baño—, y es mi culpa que lo estén.

—Podemos ayudarlos hasta que aprendan a cazar por sí solos —recomendó Edward sin saber qué más decir, intentando animar el estado de ánimo de su hermano adoptivo.

Killian lo miró a través del reflejo, clavando sus ojos rojos en los dorados del lector de mente.

—¿Crees que acepten? —aquella pregunta logró tranquilizar al cobrizo. Aquella pregunta llena de duda y vacilación le aseguraba que Killian no había perdido del todo la confianza en ellos.

—¿Quieres que les preguntemos?

Éste asintió.

Edward suspiró y se acercó al neófito para colocar su brazo sobre sus hombros y levantarlo para que caminara fuera del baño y la habitación en dirección a las escaleras.

Era notable como Killian ejercía fuerza involuntaria a cada paso que daba y los hacía retroceder ligeramente. Era como si su cuerpo se negara a enfrentarse a ellos. No era capaz siquiera de mirarlos a la cara cuando llegaron al salón y tuvo que enfrentarse a la familia completa, mucho menos cuando escuchó los gruñidos bajos provenientes de Jasper, el cual parecía tomarlo como una amenaza.

Rosalie moría de ganas por abalanzarse sobre él para abrazarlo y asegurarle que todo estaría bien, que lograrían llegar a una solución en la que aquello en lo que se convirtió no le afectaría en lo absoluto. Quería que estuviera bien, que le volviera a regalar una sonrisa tímida e incómoda. Quería que todo siguiera como lo era antes, quería que Killian fuera feliz.

—Creo que sería buena idea cuidar de las dos crías de puma hasta que aprendan a cazar —habló Edward sin soltar al neófito—. Ha sido culpa nuestra que su madre ya no esté y es nuestra responsabilidad hacernos caso de ello.

Emmett estaba a punto de decir algo cuando Rosalie golpeó su estomago con el codo para hacerlo callar, lanzándole una mirada de advertencia.

—Por supuesto que sí —interrumpió Esme—, podemos cuidarlos hasta que sean los mejores felinos del bosque. Remediaremos esto, Killian, es nuestra culpa.

Tratarlo como a un niño, con cautela y cuidado era la mejor opción que tenían dadas las circunstancias de no saber cómo reaccionaría o si habría un repentino brote de ira.

—¿Te apetece que vayamos a comprobar dónde están para poder tener un seguimiento de ellos? —preguntó Alice, entusiasta.

Killian miró de reojo a Edward, el cual asintió y dejó caer su brazo de los hombros del chico antes de dar un paso atrás. El neófito pronto fue tomado del brazo por Alice y arrastrado a través de la puerta seguido de Emmett, Rosalie y Esme.

Edward se vio una vez más a solas con Jasper y Carlisle, éste último bastante afectado emocionalmente.

—No es un monstruo, Carlisle —recordó el lector de mentes.

Carlisle pasó una de sus manos por su rostro con frustración.

—¿Y si decide marcharse?

—No lo hará.

—¿Cómo estás tan seguro?

—No lo estoy, pero deberías tener un poco más de fe en que no lo hará.

—Es la primera vez en toda mi existencia que tengo miedo de cruzarme con los Vulturis —murmuró—. No sé cómo le diré que quieren verlo. Tampoco sé qué hacer si ha reaccionado tan mal a la caza.

—¿Crees que vuelva a suceder lo mismo si intenta cazar otra vez? —intervino Jasper.

—Probablemente. Creo que es la acción de matar él mismo lo que le retiene.

—¿Y si drenamos la sangre sin matar al animal?

—¿Como cuando donas sangre? —preguntó Edward.

—¡No me mires así! —exclamo Jasper al ver la expresión incrédula del contrario—. Sólo estoy dando ideas, el ardor comenzará a ser molesto y será una tortura el controlarse.

—Podría funcionar —cortó Carlisle la posible disputa—. Sería como una donación de sangre, sí. Él vería que no acaba con la vida del animal y aún puede controlar su sed sin hacer daño a nadie.

—¿Y si no funciona? —cuestionó Edward.

—No perdemos nada por probarlo.

El sonido de dos notificaciones finalizó la conversación.

Mientras que Edward leía el mensaje de una preocupada Isabella, Carlisle leía las palabras que más temía ver en aquellos instantes:

«Paul quiere verlo»








[•••]

Siento haber desaparecido un mes otra vez, pero comencé a trabajar nuevamente y es una tortura.

Sigo diciendo que dormir es de privilegiados.

No tengo mucho que decir sobre este capítulo, simplemente estaba intentando profundizar poco a poco y más en la forma en la que se siente Killian (confusión, repudio, tristeza, etc).

Espero que les haya gustado el capítulo y que nos leamos pronto.

Cuídense mucho.

<3

HAOYUS

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