031; un guiño al pasado
El sol brillaba con fuerza al otro lado de la pequeña ventana en la habitación, y unas pequeñas nubes recorrían el cielo a gran velocidad. El viento sacudía las copas de los árboles con tanta fuerza que parecía que todo el bosque fuera a desgajarse.
Killian fue despertado gracias a los ladridos de Jasper que indicaban que era hora de desayunar; su estómago, al oler el aroma en el ambiente, rugió.
—Buenos días —saludó un somnoliento humano al grupo de lobos que se arremolinaba desde tan temprano en la casa de la pareja. Ante esto, Sam no lucía muy contento.
—Buenos días, Killian —saludó Emily con una sonrisa mientras dejaba una bandeja de magdalenas en el centro de la mesa—. Siento la multitud a esta hora, pero deben partir hoy así que están algo ansiosos.
—No te preocupes por mi —contestó—. Emmett actúa de igual forma cuando sucede algo así, es quien más disfruta de una buena pelea.
—Adelante, come algo, ¿quieres alguna infusión, quizá café?
—Café está bien.
—Oh, y ya le he dado de comer a Jasper —avisó ella—. Tiene gracia como pide comida en cuanto alguien está despierto.
Killian rió.
—Tiene que haberlo pasado mal. Por lo general siempre hay alguien despierto y pide alguna golosina cuando tiene hambre, así que ver a todos dormidos debe haber sido un martirio para él.
—No me extraña que esté así si come tanto —dijo ella, causando que el perro ladrara en su dirección—. Lo siento, lo siento, estás perfecto.
A medida que la comida iba desapareciendo de la mesa, también lo iban haciendo los cambia-formas que rodeaban la mesa. Al cabo de una hora, sólo quedaban Emily, Sam, el perro y él en aquella casa.
A ojos ajenos, Sam lucía intimidante y daba la sensación de que era alguien difícil de tratar; sin embargo, el humano pudo notar como era bastante calmado, tenía las ideas claras y amaba incondicionalmente a Emily.
—Seth estaba causando problemas cuando le dijimos que no participaría en la pelea —habló su grave voz cuando se sentó frente a él en la mesa—, pero sólo hizo falta mencionarte para que aceptara sin duda alguna.
—Me alegra que Seth se quede atrás con ustedes —confesó Emily soltando un suspiro—, aún es muy joven.
—¿No los somos todos? —preguntó Killian en un susurro.
La pareja miró el rostro afligido del chico. La fémina se inclinó sobre la mesa ligeramente y tomó su mano de manera reconfortante.
—¿Estás bien?
Mirándola a los ojos, asintió.
—Sí, sí, es sólo.... bueno, no quiero que nadie salga herido. Sé que tanto los Cullen como tú manada es fuerte, pero sigo estando preocupado.
Sam observó al chico humano; aún vestía su ropa de dormir, su cabello estaba despeinado y pequeñas sombras negras se formaban bajo sus ojos. El horrendo olor que había traído consigo de casa de los Cullen había menguado significativamente cuando tomó una ducha el día anterior y pasó rato en compañía del resto de chicos, por lo que su aroma natural resaltaba más ahora en lugar de apestar como aquellos chupa-sangres. Al principio no había entendido muy bien porqué su prometida estaba tan empeñada en invitarlo a pasar el día con ellos, pero tras escucharlo y verlo interactuar con la manada, tuvo en claro que era un chico normal cuya mala suerte lo había hecho terminar entre vampiros y lobos.
—Es normal estarlo —habló el varón mayor—, incluso yo lo estoy. En una pelea así puede salir todo a favor o todo en contra. Emily y yo hemos estado hablando sobre ello.
—Y él siempre me deja con el corazón en la garganta debido a los nervios, pero confío en que todo saldrá bien —finalizó ella.
Cuanto más quería evitar que el momento llegara, más rápido parecían avanzar los minutos del reloj.
Los Cullen regresaron a Forks al mediodía, y Killian lo supo gracias a la melodía que salía desde su teléfono móvil. Alice fue la primera en hablar con él, recomendándole llevar una mochila en lugar del bolso que tuviera ropa muy abrigada porque iba a haber una tormenta de nieve; la segunda fue Rosalie, preguntando si estaba bien, si necesitaba algo o si alguno de los "chuchos" le había hecho algo, le siguió Carlisle, el cual aseguró una y otra vez que todo iría bien y que pronto se verían en condiciones más tranquilas. Por último, Edward. Éste le dijo que llamaría a Jacob para encontrarse en el lugar acordado.
Fue todo un reto convencer a Jasper de quedarse junto a Emily, el canino persistía en correr detrás del trío que marchaba hacia el claro donde se encontrarían con Bella y Edward. Killian caminaba entre las formas lobunas de Jacob y Seth, éste último siendo el que llevaba la mochila del humano entre sus dientes para evitar que cargara peso. Jacob había insistido en que se subiera a su lomo para poder llegar antes, pero a Killian eso le daba una tremenda vergüenza. Sin embargo, a mitad de camino, el gran lobo se detuvo y lo miró molesto, obligándolo a aceptar la oferta para poder llegar cuanto antes al claro; La sensación de estar sobre el lomo de aquel animal era similar a la de montar a caballo, pero más salvaje y libre. Si dijera que no disfrutó el paseo, mentiría.
En el claro se encontraban Edward y Bella, charlando tranquilamente sobre algo cuando miraron en su dirección. Killian fue el primero en acercarse mientras los dos lobos volvían a adoptar su forma humana.
—Hola —saludó.
Edward sonrió en su dirección, estiró su brazo y acomodó el gorro negro que ocultaba su ondulado cabello.
—¿Todo bien?
Él asintió.
—¿Te dijo Alice sobre la tormenta? —preguntó la humana al ver que estaba igual o casi más abrigado que ella.
—Me comentó algo cuando llamó al mediodía.
Seth y Jacob emergieron de entre la sombra de los árboles.
Jacob tenía los brazos cruzados sobre el pecho desnudo y llevaba una prenda de abrigo en la mano. Los miró con gesto inexpresivo mientras que Seth sonreía y se colocaba junto a Killian.
Edward curvó hacia abajo las comisuras de la boca.
—Tendría que haber otra forma mejor de hacer las cosas.
—Demasiado tarde —murmuró Bella en tono pesimista.
Edward lanzó un suspiro.
—Hola, Jake —le saludó cuando estuvo más cerca.
—Hola, Bella.
—¿Qué tal estás, Jacob? —le saludó ahora Edward.
Jacob se ahorró los cumplidos y fue al grano:
—¿Adonde los llevamos?
Edward sacó un mapa de un bolsillo lateral de la mochila y se lo dio. Jacob lo desplegó.
—Estamos aquí —informó Edward estirando el brazo para señalar el lugar exacto. El licántropo reculó instintivamente para apartarse de su mano, pero luego volvió a enderezarse. El vampiro fingió no darse cuenta—. Y tú os llevarás hasta aquí —prosiguió Edward, trazando un camino sinuoso que seguía las líneas de relieve del mapa—. Apenas son quince kilómetros.
Jacob asintió una sola vez.
—Cuando estés más o menos a un kilómetro y medio, vuestro sendero se cruzará con el mío. Síguelo hasta el punto de destino. ¿Necesitas el mapa?
—No, gracias. Conozco la zona como la palma de mi mano. Creo que sé adonde voy.
Parecía que a Jacob le costaba más trabajo que a Edward mantener un tono educado y cortés.
—Yo tomaré la ruta más larga. Os veré en unas horas.
Después miró a Bella con gesto infeliz. Esa parte del plan no le gustaba.
—Hasta luego —murmuró ella.
Edward desapareció entre los árboles, en dirección contraria. En cuanto se esfumó, Jacob volvió a estar contento.
—¿Qué ocurre, Bella? —preguntó con una amplia sonrisa.
Ella puso los ojos en blanco.
—La historia de mi vida.
—Entiendo —le dijo—. Una pandilla de vampiros que intentan matarte. Lo de siempre.
—Lo de siempre.
—Bueno —añadió mientras se ponía el abrigo para tener las manos libres—. Nos vamos. Seth, agarra al chico.
Jacob se agachó y pasó el brazo por detrás de sus rodillas. Las piernas de Bella se elevaron en el aire, pero antes de que su cabeza se estampara contra el suelo la agarró con el otro brazo.
—Idiota —murmuró ella.
Él se echó a reír y arrancó a correr entre los árboles. Llevaba un ritmo constante, un trote que podría haber mantenido cualquier humano en forma... siempre que fuera por terreno llano y sin una carga extra de cincuenta kilos.
—No hace falta que corras. Te vas a cansar.
—Correr no me cansa —Jacob respiraba con el ritmo regular de un corredor de maratón—. Además, pronto hará más frío. Espero que Edward termine de instalar el campamento antes de que lleguemos. ¡Seth, apresúrate!
Seth corría tranquilamente con Killian en su espalda. El humano se había negado mil y una vez en casa de Emily sobre ser llevado estilo princesa durante quince kilómetros por un adolescente que, sorpresivamente, era el doble de altura que él.
—En serio, Killian —dijo el menor—, es más sencillo llevarte de la otra manera.
El chico se aferró a sus hombros.
—No —negó—, es humillante.
—¡Pero más cómodo!
—Ya descansaré cuando lleguemos.
—Edward no se alegrará al escuchar eso.
—¿Ahora eres su amigo?
Seth se encogió de hombros.
—No me desagrada como al resto de la manda —confesó—, parece decente.
—Sobre todo parece desagradarle a Jacob —dijo el humano.
Ambos miraron en dirección contrario, donde Bella y Jacob hablaban.
—Bueno, a Jacob le gusta Bella y ella sale con tu hermano —Seth dio un salto para esquivar una roca, Killian tuvo que aferrarse más para no resbalar—, así que es fácil adivinar la razón.
—Uhm... los triángulos amorosos son complicados, ¿no?
—No tengo ni idea —contestó el lobo—. La única novia que tuve fue en segundo de primaria y me terminó a los tres días porque había sacado más nota que ella en un examen.
Killian no pudo evitar reírse.
—Experiencia única.
—Sin duda. ¿Qué hay de ti?
—¿Sobre qué?
—Pareja.
—Oh, bueno... nunca he pensado en ello.
—¿Y no tienes en mente conocer y salir con alguien?
—No realmente.
—Vaya... —murmuró Seth—, no le gustará saber esto.
El humano lo miró confuso.
—¿A quién?
—A-
—Seth, mantén la boca cerrada y mira por donde pisas —interrumpió Jacob de golpe—, no queremos que tropieces y la mercancía aparezca sin dientes.
—¡Lo siento!
Durante un rato largo guardaron silencio; sólo se escuchaban sus respiraciones y el rugido del viento en las copas de los árboles. A su lado se erguía un escarpado farallón de piedra gris. Siguieron por su base, que se alejaba del bosque dibujando una curva ascendente.
—¿A qué ha venido todo eso? —curioseó Killian.
Seth rió.
—Soy una tumba.
—Emmett dice que si vas a contar un chisme, lo cuentes al completo. Dejar las cosas a medias no tiene gracia —farfulló mientras apoyaba el mentón en el hombro derecho de Seth.
El menor le recordaba mucho a Harold, por lo que agarrar confianza con él no le resultó complicado en lo absoluto.
—Lo sabrás tarde o temprano, ¿o debo recordarte que tienen a alguien que puede leer las mentes?
—Pero suele callarse cuando le conviene.
—Créeme, esto no se lo callará.
Killian moría de curiosidad.
—No estamos muy lejos. Puedo olerle —interrumpió Jacob nuevamente su charla—. Iría más despacio, Bella, pero supongo que querrás estar a cubierto antes de que eso se nos venga encima.
Los cuatro levantaron la mirada al cielo. Por el oeste se acercaba un sólido muro de nubes púrpura, casi negras, y el bosque se sumía en sombras a su paso.
—¡Wow! —murmuró la única chica del grupo—. Será mejor que te des prisa, Jake. Seth y tú querréis llegar a casa antes de que la tormenta descargue.
—No nos vamos a casa.
Bella miró exasperada a Jacob tras escuchar sus palabras.
—No vas a acampar con nosotros —dijo, refiriéndose específicamente a él. Seth no le importaba demasiado, el problema era Jacob.
—Si te refieres al pie de la letra, no, no pienso meterme en vuestra tienda. Prefiero la tormenta antes que ese olor. Pero seguro que tu chupasangres querrá mantenerse en contacto con la manada para coordinar las acciones, así que yo, amablemente, voy a facilitarle ese servicio.
—Creía que ése era el trabajo de Seth.
—Él se hará cargo de ese cometido mañana, durante la batalla.Bella quedó estática, ensimismada.
—Supongo que, ya que estás aquí, no hay forma de convencerte de que te quedes... —le dijo—. ¿Y si me pongo a suplicarte, o te ofrezco convertirme en tu esclava el resto de mi vida?
—Suena tentador, pero no. Aun así, debe de ser divertido verte suplicar. Si quieres, puedes intentarlo.
Seth miró de reojo a Killian cuando el lobo mayor habló; el humano le contestó con un aburrido encogimiento de hombros.
—¿Es que no hay nada que pueda decir para convencerte? —continuó ella.
—No. A menos que puedas prometerme una batalla mejor. En cualquier caso, quien da las órdenes es Sam.
—Edward me dijo algo el otro día... sobre ti.
Jacob se alarmó.
—Seguro que era mentira.
—¿Ah, sí? ¿Entonces no eres el segundo al mando de la manada?Jacob parpadeó. Se quedó pálido por la sorpresa.
—Ah, ¿era eso?
—¿Por qué no me lo has dicho nunca?
—¿Por qué iba a hacerlo? No es gran cosa.
—No lo sé. ¿Por qué no? Es interesante. ¿Cómo funciona? ¿Cómo es que Sam ha acabado de macho Alfa y tú de... de macho Beta?Jacob se rió de los términos que se le acababan de ocurrir.
—Sam es el primero, el mayor. Es lógico que él tome el mando.
—Pero entonces, ¿el segundo no debería ser Jared, o Paul? Fueron los siguientes en transformarse.
—Bueno, es complicado de explicar —se evadió.
—Inténtalo.
Jacob exhaló un suspiro.
—Tiene más que ver con el linaje. Ya sé que está un poco pasado de moda. ¿Qué más da quién era tu abuelo? Pero es así.
—¿No me dijiste que Ephraim Black fue el último jefe que habían tenido los quileute?
—Sí, es cierto. Él era el Alfa. ¿Sabías que teóricamente Sam es ahora el jefe de toda la tribu? —Jacob soltó una carcajada—. Qué tradiciones tan estúpidas.
—Pero también me dijiste que la gente escuchaba a tu padre más que a ninguna otra persona del Consejo por ser nieto de Ephraim, ¿no?
—¿Adonde quieres ir a parar?
—Bueno, si tiene que ver con el linaje... ¿No deberías ser tú el jefe?
Jacob no respondió. Se quedó mirando al bosque, cada vez más tenebroso, como si de pronto necesitara concentrarse para saber por dónde iba.
—¿Jake?
—No, ése es el trabajo de Sam —mantuvo los ojos clavados en el agreste sendero que seguían.
—¿Por qué? Su bisabuelo era Levi Uley, ¿no? ¿Levi no era también un Alfa?
—Sólo hay un Alfa —respondió de forma automática.Killian se elevó un poco sobre la espalda de Seth para alcanzar su oído.
—¿Y tú que eres? —cuestionó al más pequeño.
Seth esquivó varias ramas mientras continuaba el camino.
—¿Para Sam? Un incordio.
Ambos contuvieron un risa a la vez que volvían a callar.
—Entonces, ¿qué era Levi? —siguió curioseando la humana.
—Un Beta, supongo —resopló al pronunciar el término—. Como yo.
—Eso no tiene sentido.
—Tampoco importa.
—Sólo quiero entenderlo.
Jacob suspiró antes de volver a clavar sus ojos en la joven.
—Sí. Se supone que y o debería ser el Alfa.
—¿Es que Sam no ha querido renunciar?
—No es eso. Es que yo no he querido ascender.
—¿Por qué no?
Jacob puso un gesto de contrariedad ante sus preguntas.
—No quería nada de esto, Bella. No quería que las cosas cambiaran. No me apetecía ser un jefe legendario ni formar parte de una manada de hombres lobo, y mucho menos ser su líder. Cuando Sam me lo ofreció, lo rechacé.
—Yo creí que eras feliz, que estabas contento con tu situación —le dijo ella.
—Sí, no está tan mal. A veces es emocionante, como lo de mañana. Pero al principio fue como si me hubieran reclutado para una guerra de cuy a existencia no sabía nada. No me dejaron elegir. Fue algo irrevocable —se encogió de hombros—. De todos modos, supongo que ahora estoy contento. Tenía que ser así y, además, ¿en quién más podía confiar para tomar la decisión? No hay nadie mejor que uno mismo.
En ese momento, el viento sacudió con fuerza los árboles, tan gélido como si bajara soplando de un glaciar. Los fuertes crujidos de la madera resonaron en el monte. Aunque la luz se debilitaba a medida que aquella tenebrosa nube cubría el cielo, se podían distinguir unos pequeños copos blancos que revoloteaban sobre ellos.
Killian tembló, su mente recordando lo cómodo que podría estar en su cama con varias mantas en lo alto para protegerse del frío; a pesar del sentir el notable calor del lobo, el frío era mucho mayor.
Minutos después, llegaron al lado de sotavento del farallón, y divisaron la pequeña tienda montada contra la pared de roca, al abrigo de la tempestad. Los copos caían en remolinos sobre ellos, pero el vendaval era de tal intensidad que no dejaba que se posaran en ningún sitio.
—¡Bella! —gritó Edward con alivio.
Apareció al lado de su novia como un rayo, tan rápido que apenas se vio como un borrón. Jacob se encogió sobresaltado, y después la dejó en el suelo. Edward hizo caso omiso a su reacción y la abrazó con fuerza.
—Killian, ¿estás bien? —preguntó al chico que se ocultaba aún en la espalda de Seth.
El aludido asintió, dando un pequeño salto para soltarse y desprendiéndose de su fuente de calor.
—Sí, perfectamente.
—Gracias —dijo Edward por encima de la cabeza de Bella tras confirmar que ambos estaban bien. Su tono era sincero—. Has sido más rápido de lo que me esperaba. Te lo agradezco de veras.
Jacob se limitó a encogerse de hombros; toda cordialidad se había esfumado de su rostro.
—Llévalos dentro. Esto va a ir a peor: se me están poniendo de punta los pelos de la cabeza. ¿Esta tienda es segura?
—Sólo me ha faltado soldarla a la roca.
—Bien.
Jacob alzó la mirada al cielo, que ahora estaba negro por la tormenta y salpicado de remolinos de nieve. Sus ollares se ensancharon.
—Voy a transformarme —anunció—. Quiero saber cómo va todo por casa.
Colgó el abrigo en una rama corta y ancha y se adentró en las tinieblas del bosque sin volver la vista atrás.
Seth miró con ojos complicados el lugar por el que Jacob se había marchado; tras soltar un largo suspiro y dejar la mochila en manos de Killian, salió en su búsqueda.
—Será mejor que entremos —sugirió Edward, llamando la atención de ambos humanos.
Killian fue el primero en entrar, seguido por Bella y el vampiro el último. La tienda de campaña en sí era pequeño, pero lo suficientemente amplia como para que cupieran hasta cuatro personas. En el suelo yacían dos sacos de dormir y una manta enorme doblada, una mochila medio abierta de la cual sobresalían bolsitas de comida deshidratada, un termo con —probablemente— agua caliente, y una pequeña linterna de mano para alumbrar en cuanto cayera la noche.
A medida que la oscuridad iba cerniéndose sobre ellos, el termómetro descendía cada vez más. Bella ya tenía los labios morados y la piel roja, y temblaba de a ratos.
Una gelidez punzante atravesaba el saco de dormir y las prendas de ropa. ¿Cómo podía hacer tanto frío? ¿Cómo podía seguir bajando la temperatura? Tendría que parar alguna vez, ¿no?
—¿Qu-ué hooora es? —se esforzó ella en pronunciar las palabras, una tarea casi imposible con aquel castañeteo de dientes.
—Las dos —contestó Edward, sentado lo más lejos posible de ellos...
El interior de la tienda estaba demasiado oscuro —habiendo decidido apagar la luz para que intentaran descansar— para que pudiera distinguir su rostro con claridad, pero su voz sonaba desesperada por la preocupación, la indecisión y el chasco.
—Quizá...
—No, estoy bbbien, la werdad. No qqquiero salir ffuera.
Ya había intentado convencerla al menos una docena de veces de que salieran pitando de allí.
—¿Qué puedo hacer yo? —le dijo, en tono de súplica.
En el exterior, bajo la nieve, Jacob aullaba de frustración.
—Vwete dee aquí —le ordenó al lobo de nuevo.
—Sólo está preocupado por ti —le tradujo Edward—. Se encuentra bien. Su cuerpo está preparado para capear esto.
—E-e-e-e-e.
Jacob volvió a gimotear, en tonos muy agudos, un lamento que crispaba los nervios.
—¿Qué quieres que haga? —gruñó Edward, demasiado nervioso ya para andarse con delicadezas—. ¿Que la saque con la que está cayendo? No sé en qué puedes ser tú útil. ¿Por qué no vas por ahí a buscarte un sitio más caliente o lo que sea?
—Estoy bbbieenn —protestó.
A juzgar por el gruñido de Edward y el enmudecimiento del aullido que sonaba fuera de la carpa no había conseguido convencer a nadie. El viento zarandeó la tienda con fuerza.
Un aullido repentino desgarró el rugido del viento y Edward puso mala cara.
—Eso apenas va a servir de nada —masculló—, y es la peor idea que he oído en mi vida —añadió en voz más alta.
—Mejor que cualquier cosa que se te haya ocurrido a ti, seguro —repuso Jacob—. « ¿Por qué no vas por ahí a buscarte un sitio más caliente?» . —remedó entre refunfuños—. ¿Qué te crees que soy? ¿Un san Bernardo?
Se oyó el zumbido de la cremallera de la entrada de la carpa al abrirse. Jacob la descorrió lo menos que pudo, pero le fue imposible penetrar en la tienda sin que por la pequeña abertura se colara el aire glacial y unos cuantos copos de nieve, que cayeron al piso de lona.
—Esto no me gusta nada —masculló Edward mientras Jacob volvía a cerrar la cremallera de la entrada—. Limítate a darle el abrigo y sal de aquí.
Jacob traía puesto el anorak que había estado colgado de un árbol al lado de la tienda.
—El anorak es para mañana, ahora tiene demasiado frío para que pueda calentarse por sí misma. Está helada —se dejó caer al suelo junto a Bella—. Dijiste que ella necesitaba un lugar más caliente y aquí estoy yo —Jacob abrió los brazos todo lo que le permitió la anchura de la tienda. Como era habitual cuando corría en forma de lobo, sólo llevaba la ropa justa: unos pantalones, sin camiseta ni zapatos.
—Jjjjaakkee, ttteee vas a cccoonnggelar —intentó protestar la humana protestar.
—Lo dudo mucho —contestó él alegremente—. He conseguido alcanzar casi cuarenta y tres grados estos días, parezco una tostadora. Te voy a tener sudando en un pispas.
Edward rugió, pero Jacob ni siquiera se volvió a mirarle. En lugar de eso, se acuclilló a su lado y empezó a abrir la cremallera del saco de dormir.
La mano blanca de Edward aprisionó de repente el hombro de Jacob, sujetándole, blanco níveo contra piel oscura. La mandíbula de Jacob se cerró con un golpe audible, se le dilataron las aletas de la nariz y su cuerpo rehuyó el frío contacto. Los largos músculos de sus brazos se flexionaron automáticamente en respuesta.
—Quítame las manos de encima —gruñó entre dientes.
—Pues quítaselas tú a ella —respondió Edward con tono de odio.
—Nnnnooo luuuchéis —suplicó Bella.
La chica tembló violentamente.
—Estoy seguro de que ella te agradecerá esto cuando los dedos se le pongan negros y se le caigan —repuso Jacob con brusquedad.
Edward dudó, pero al final soltó a su rival y regresó a su posición en la esquina.
—Cuida lo que haces —advirtió con voz fría y aterradora.
Jacob se rió entre dientes.
—Hazme un sitio, Bella —dijo mientras bajaba un poco más la cremallera.
—N-n-n-no —intentó protestar.
—No seas estúpida —repuso, exasperado—. ¿Es que quieres dejar de tener diez dedos?
Embutió su cuerpo a la fuerza en el pequeño espacio disponible, forzando la cremallera a cerrarse a su espalda.
—Ay, Bella, me estás congelando —se quejó.
—Lo ssssienttoo —tartamudeó.
—Intenta relajarte —sugirió mientras otro estremecimiento le atravesaba con violencia—. Te caldearás en un minuto. Aunque claro, te calentarías mucho antes si te quitaras la ropa.
Edward gruñó de pronto.
—Era sólo un hecho constatable —se defendió Jacob—. Cuestión de mera supervivencia, nada más.
—Ca-calla ya, Ja-jakee —repuso enfadada—. Nnnnadie nnnnecesssita to-todos los de-dedddos.
—No te preocupes por el chupasangres —sugirió Jacob, pagado de sí mismo—. Únicamente está celoso.
—Claro que lo estoy —intervino Edward, cuy a voz se había vuelto de nuevo de terciopelo, controlada, un murmullo musical en la oscuridad—. No tienes la más ligera idea de cuánto desearía hacer lo que estás haciendo por ella, chucho.
—Así son las cosas en la vida —comentó Jacob en tono ligero, aunque después se tornó amargo
—. Al menos sabes que ella querría que fueras tú.
—Cierto —admitió Edward.
Los temblores fueron amainando y se volvieron soportables mientras ellos discutían.
—Ya —exclamó Jacob, encantado—. ¿Te sientes mejor?
—Sí.
—Todavía tienes los labios azules —reflexionó Jacob—. ¿Quieres que te los caliente también? Sólo tienes que pedirlo.
Edward suspiró profundamente.
—Compórtate —le susurró, apretando la cara contra su hombro.
Killian miraba el techo de la tienda, pensando que hubiera sido una buena idea haberse traído su reproductor de música y un par de auriculares.
—Intenta descansar, Killian —el lector de mentes llamó su atención—. Mañana será un día largo.
Por primera vez desde que había entrado a la tiende de campaña directo a discutir con el chupa-sangre, Jacob Black notó al chico.
—¿Cómo es que no estas temblando de frío y suplicando por algo de calor? —cuestionó confuso.
Killian entrecerró sus ojos para poder divisar su silueta en la oscuridad. Jacob lo observó elevar su cabeza de debajo del saco de dormir y sólo exponer sus ojos y nariz.
—He tenido que sobrevivir a temperaturas más bajas y sin ninguna manta —contestó simple.
—¿Te van los deportes extremos?
—No. A mis casas de acogida no les hacía gracia tenerme dentro de su hogar.
Jacob quedó mudo ante esa confesión. ¿Y lo decía así, como quien habla de ir a hacer la compra?
—No indagues —sugirió Edward hacia el cambia-formas.
El lobo se mordió la lengua para evitar seguir preguntando.
Minutos después, volvió a hablar.
—¿Por qué no te querían dentro?
Edward iba a replicar, pero Killian se rió.
—No te alteres, Edward —pidió el humano; su tono de voz extremadamente bajo, somnoliento, hipnotizante y llamativo—. Jacob.
—¿Qué? —contestó a su llamado.
—¿Alguna vez has visto a algún humano con este color de ojos? —preguntó—. No debemos tener en cuenta a la gente albina que a veces tienen un tono rojizo bastante notable, pero ni de lejos nada comparado con el color escarlata de mis iris. Dime, ¿Alguna vez lo has visto?
—No fuera de ser un vampiro.
—Ahí tienes tu respuesta —susurró—. Todo mal que ha tenido mi vida gira alrededor de mi aspecto —un bostezo escapó de sus labios—, esa es la única razón por la cual este frío no es mucho para mi. Sólo debo concentrarme y autoconvencerme de que esto acabará pronto.
El menor de los cuatro no dijo nada, se mantuvo en silencio durante un rato. Bella se había quedado en silencio, al igual que Killian.
—¡Por favor! —masculló Edward al cabo de un rato—. ¡Si no te importa...!
—¿Qué? —respondió Jacob entre susurros, sorprendido.
Fuera, el viento aullaba de forma enloquecedora al pasar entre los árboles. La estructura metálica vibraba de tal modo que resultaba imposible pegar ojo.
—¿No crees que deberías intentar controlar tus pensamientos? —el bajo murmullo de Edward sonaba furioso.
—Nadie te ha dicho que escuches —cuchicheó Jacob desafiante, aunque algo avergonzado—. Sal de mi cabeza.
—Ya me gustaría, ya. No tienes idea de a qué volumen suenan tus pequeñas fantasías. Es como si me las estuvieras gritando.
—Intentaré bajarlas de tono —repuso Jacob con sarcasmo.
Hubo una corta pausa en silencio.
—Sí —contestó Edward a un pensamiento no expresado en voz alta, con un murmullo tan bajo casi imperceptible—. También estoy celoso de eso.
—Ya me lo imaginaba yo —susurró Jacob, petulante—. Igualar las apuestas hace que el juego adquiera más interés, ¿no?
Edward se rió entre dientes.
—Sueña con ello si quieres.
—Ya sabes, Bella todavía podría cambiar de idea —le tentó Jacob—. Eso, teniendo en cuenta todas las cosas que yo puedo hacer con ella y tú no. Al menos, claro, sin matarla.
—Duérmete, Jacob —masculló Edward—. Estás empezando a ponerme de los nervios.
—Sí, creo que lo haré. Aquí se está muy a gusto.
Edward no contestó.
—Ojalá pudiera —repuso Edward después de un momento, contestando una pregunta mental.
—Pero ¿serías sincero?
—Siempre puedes curiosear a ver qué pasa.
—Bien, tú ves dentro de mi cabeza. Déjame echar una miradita dentro de la tuya esta noche; eso sería justo —repuso Jacob.
—Tu mente está llena de preguntas. ¿Cuáles quieres que conteste?
—Los celos... deben de estar comiéndote. No puedes estar tan seguro de ti mismo como parece. A menos que no tengas ningún tipo de sentimientos.
—Claro que sí —admitió Edward, y ya no parecía divertido en absoluto—. Justo en estos momentos lo estoy pasando tan mal que apenas puedo controlar la voz, pero de todos modos es mucho peor cuando no la acompaño, las veces en que ella está contigo y no puedo verla.
—¿Piensas en esto todo el tiempo? —susurró Jacob—. ¿No te resulta difícil concentrarte cuando ella no está?
"Es como repetir la telenovela que vi ayer con la señorita Emily", pensó el humano.
—Duérmete, Killian —demandó el vampiro en un murmullo muy bajo para no molestar a Bella.
—Podría hacerlo si no hubieran elegido discutir su triángulo amoroso en mitad de la madrugada.
Edward se sorprendió ante su respuesta. El sueño, sin duda, mostraba al Killian que solían ver los chicos del orfanato.
—Le diré a Rosalie cómo me has contestado.
Killian se dio media vuelta en el saco y bufó.
—Me aplaudirá y se reirá de ti, seguramente.
Edward negó con la cabeza y volvió a centrarse en Jacob para contestar.
—Con respecto a tu pregunta, sí y no —respondió Edward; parecía decidido a contestar con sinceridad—. Mi mente no funciona exactamente igual que la tuya. Puedo pensar en muchas cosas a la vez. Eso significa que puedo pensar siempre en ti y en si es contigo con quien está cuando parece tranquila y pensativa.
Ambos se quedaron callados durante un minuto.
—Sí, supongo que piensa en ti a menudo —murmuró Edward en respuesta a los pensamientos de Jacob—, con más frecuencia de la que me gustaría. A Bella le preocupa que seas infeliz. Y no es que tú no lo sepas, ni tampoco que no lo uses de forma deliberada.
—Debo usar cuanto tenga a mano —contestó Jacob en un bisbiseo—. Yo no cuento con tus ventajas, ventajas como la de saber que ella está enamorada de ti.
—Eso ayuda —comentó Edward con voz dulce.
Jacob se puso desafiante.
—Pero Bella también me quiere a mí, ya lo sabes —Edward no contestó y Jacob suspiró—.
Aunque no lo sabe.
—No puedo decirte si llevas razón.
—¿Y eso te molesta? ¿Te gustaría ser capaz de saber también lo que ella piensa?
—Sí y no, otra vez. A ella le gusta más así, y aunque algunas veces me vuelve loco, prefiero que Bella sea feliz.
El viento intentaba arrancar la tienda, sacudiéndola como si hubiera un terremoto.
—Gracias —susurró Edward—. Aunque te suene raro, supongo que me alegro de que estés aquí, Jacob.
—Si quieres decir que tanto como a mí me encantaría matarte, yo también estoy contento de que ella se haya calentado, ¿vale?
—Es una tregua algo incómoda, ¿no?
El murmullo de Jacob se volvió repentinamente engreído.
—Ya sé que estás tan loco de celos como yo.
—Pero no soy tan estúpido como para hacer una bandera de ello, como tú. No ayuda mucho a tu caso, ya sabes.
—Tienes más paciencia que yo.
—Es posible. He tenido cien años de plazo para ejercitarla. Los cien años que llevo esperándola.
—Bueno, y... ¿en qué momento decidiste jugarte el punto del buen chico lleno de paciencia?
Killian suspiró y volvió a revolverse bajo el saco de dormir. Jacob centró su atención en él.
—Ey, tú, rarito —llamó hacia él.
—¿Hm? —emitió un gruñido en respuesta.
—¿Tienes frío? Puedo llamar a Seth —recomendó.
—No sé dónde pretendes meter a cinco personas; tres del tamaño de un armario cada una —respondió.
Dándose la vuelta otra vez, demostrando su incomodidad, se quedó quieto cuando halló una extraña pero cómoda posición y allí se quedó mientras intentaba ignorar la larga conversación que aquellos dos seres sobrenaturales habían elegido tener justo aquella noche en aquella situación. Con la tormenta de fondo y los susurros del dúo, Killian consiguió dormirse a duras penas, pero al menos logró conciliar el sueño durante un par de horas seguidas.
Despertó temprano en la mañana, cuando los primeros rayos de sol comenzaban a entrar a través de la tela de la tienda. Abrió sus ojos perezosamente y estiró su cuerpo lo máximo que pudo en aquel espacio reducido. Su mirada pronto cayó en el vampiro que seguía sentado en la esquina sin moverse. Killian se sintió ligeramente mal al verlo ahí solitario.
—No pienses tonterías —dijo el vampiro entre susurros para evitar despertar a su novia y al lobo que aún la mantenía abrazada—. Buenos días, Killian.
El humano se movió antes de enderezarse y gatear hasta poder sentarse a su lado.
—Buenos días, Edward —saludó de igual forma.
—Has dormido muy poco, ¿seguro que no quieres intentar descansar un rato más?
—No creo poder dormir —contestó con tono sincero—, estoy nervioso.
Edward suspiró y estiró una mano para acariciar su hombro de forma reconfortante.
—Todo irá bien, ya verás. Confía un poco más en nosotros.
—No me malinterpretes. Confío en ustedes —dijo—, pero no confío en esos... vampiros.
—Ya... los neófitos —Edward miró un punto fijo de la tienda antes de respirar profundo y girar su cuerpo hacia él—, ¿quieres un poco de té? Te ayudara a relajarte.
—Por favor.
Edward se giró con un movimiento veloz y tomó el termo que yacía en una mochila; abrió su tapa y tomó uno de los vasos térmicos que había traído consigo antes de verter un poco del líquido en él. Con cuidado le tendió el vaso a Killian.
—Gracias —dijo el humano.
—¿No quieres comer nada?
—No tengo hambre —confesó.
—Que Esme no te escuche decir eso.
—¿Sabes algo de ellos?
—Están terminando de organizar las últimas cosas junto a la manada, pronto se encontrarán todos en el claro para esperar la llegada del grupo.
—Extraño a Jasper —dijo en un suspiro—, pero seguro que está disfrutando junto a la señorita Emily.
—Sólo será por hoy —aseguró el mayor.
El movimiento de un cuerpo logró llamar la atención de ambos. Bella se revolvió entre los brazos de Jacob antes de mirar al dúo de hermanos adoptivos que la miraban tranquilos.
—¿Se está caliente ahí fuera? —murmuró ella.
—Sí. Dudo que hoy necesitemos la estufa —contestó Edward.
Intentó alcanzar la cremallera, pero no logró liberar los brazos. Se estiró, luchando contra el peso inerte de Jacob, que susurró algo pese a estar por completo dormido, y la estrechó aún con más fuerza.
—¿Y si me ayudas? —le preguntó al vampiro con calma.
Edward sonrió.
—¿Quieres que le aparte los brazos?
—No, gracias. Sólo libérame. Me va a dar un golpe de calor.
Edward abrió la cremallera del saco de dormir con un movimiento brusco y veloz. Jacob cayó hacia atrás dándose con la espalda desnuda en el suelo helado de la tienda.
—¡Eh! —se quejó, abriendo los ojos de golpe.
Se retorció y saltó por instinto para apartarse del frío. Al rodar, terminó cayendo sobre Bella. Ella jadeó cuando su peso la dejó sin respiración, pero de pronto dejó de aplastarla. Se sintió el impacto cuando Jacob salió volando contra uno de los palos de la tienda y ésta se sacudió. Los gruñidos brotaron desde todas partes. Edward se agazapaba delante de ella; los rugidos surgían enfurecidos de su pecho. Jacob también se había encorvado, con todo el cuerpo sacudido por los estremecimientos, mientras gruñía entre los dientes apretados. Las rocas devolvieron el eco de los feroces sonidos que Seth Clearwater emitía fuera de la tienda.
—¡Estaos quietos! ¡Parad! —gritó ella, incorporándose con torpeza para interponerse entre los dos. El espacio era tan reducido que no necesitó estirarse mucho para poner una mano en el pecho de cada uno de ellos. Edward enroscó un brazo alrededor de su cintura preparado para apartarla del camino de un empujón—. ¡Deteneos ahora mismo! —les avisó.
Los ojos de Bella cayeron en el humano que seguía sentado en el suelo con su pequeño vaso de té en las manos, bebiendo tranquilamente mientras parecía disfrutar de un episodio de su serie favorita.
—Killian —llamó ella—, ayúdame, por favor.
—Oh, uh... Bella... —pronunció él—, soy humano... y ellos...
Una expresión complicada cruzó el rostro de la fémina. Era cierto, ambos eran humanos y no podrían hacer mucho en caso de que comenzaran a pelear.
Jacob comenzó a calmarse cuando notó el contacto de la mano de Bella. Disminuyó la frecuencia de sus convulsiones, pero no dejó de exhibir los dientes ni apartó los enfurecidos ojos de Edward. Seth no dejó de proferir su aullido interminable, un violento contrapunto para el repentino silencio que se hizo en la tienda.
—¿Jacob? —preguntó Bella—. ¿Te has hecho daño?
—¡Claro que no! —masculló.
Ella se giró hacia su novio.
—Eso no ha estado bien. Deberías disculparte.
Sus ojos se dilataron de disgusto.
—Debes estar de broma. ¡Te estaba aplastando!
—¡Porque le tiraste al suelo! Ni lo hizo a propósito ni me ha hecho daño.
Edward refunfuñó y puso cara de asco, pero luego, con lentitud, elevó la mirada hacia Jacob con ojos claramente hostiles.
—Mis excusas, perro.
—No ha pasado nada —replicó Jacob, con un borde afilado y provocador en su voz.
—¿Alguien quiere té? —preguntó Killian en voz alta sólo para ser mortalmente ignorado.
—Ven —dijo Edward, tranquilo de nuevo, cuando notó a Bella abrazarse a sí misma. Tomó el anorak del suelo y se lo envolvió alrededor del abrigo.
—Es de Jacob —protestó ella.
—Él tiene un abrigo de pieles —insinuó Edward.
—Si no os importa, yo prefiero el saco de dormir —Jacob ignoró a Edward, los eludió y se metió dentro—. No me apetece levantarme aún. No pasará a la historia por ser la noche en que mejor he dormido, desde luego.
—Fue idea tuya —repuso Edward, impasible.
Jacob se acurrucó, con los ojos ya cerrados, y bostezó.
—No he dicho que haya sido una mala noche, sino que he dormido poco. Pensé que Bella no iba a callarse nunca.
—Me alegro de que lo hay as disfrutado tanto —murmuró Edward.
Los ojos oscuros de Jacob parpadearon y se abrieron.
—Entonces, ¿tú no has pasado una buena noche? —preguntó, muy pagado de sí mismo.
—No ha sido la peor noche de mi vida.
—Pero ¿entra al menos entre las diez peores? —inquirió Jacob con un disfrute perverso.
—Posiblemente.
Jacob sonrió y entornó los párpados.
—Ahora bien —continuó Edward—, no figuraría entre las diez mejores si hubiera podido ocupar tu lugar. Sueña con eso.
Los ojos de Jacob se abrieron con una mirada hostil. Se sentó rígido y con los hombros tensos.
—¿Sabes qué? Creo que hay demasiada gente aquí dentro.
—No podría estar más de acuerdo.
—En tal caso, supongo que ya me echaré luego una cabezada —Jacob pusomala cara—. De todos modos, debo hablar con Sam.
Se arrodilló y echó mano al deslizador de la cremallera.
—Jacob, espera.
Bella estiró el brazo para retenerle, pero su mano se escurrió por su brazo, y él lo agitó antes de que lograra aferrarlo.
—Jacob, por favor, ¿no podrías quedarte?
—No.
La negativa sonó dura y fría.
—No te preocupes por mí, Bella. Estaré bien, como siempre —soltó una risa forzada—. Además, ¿crees que voy a dejar que Seth ocupe mi lugar, se quede con toda la diversión y me robe la gloria? ¡Seguro! —bufó.
—Ten cuidado...
Salió de la tienda antes de que pudiera terminar la frase.
—Dame un respiro, Bella —murmuró mientras cerraba la cremallera.
Bella se acurrucó en sus ropas de abrigo y se dejó caer contra el hombro de Edward. Ambos se quedaron quietos durante un buen rato, Bella aceptando por fin la taza de té que Killian le ofrecía y que la ayudaría a mantenerse en calor.
—¿Cuánto nos queda? —preguntó ella.
—Alice le ha dicho a Sam que tardarían alrededor de una hora —repuso Edward con voz sombría.
—Quiero que estemos juntos. Pase lo que pase.
—Pase lo que pase —asintió él, con los ojos fuertemente cerrados.
—Lo sé —comentó Bella—. A mí también me aterroriza.
—Ellos saben cómo apañárselas —aseguró Edward para tranquilizar a ambos humanos, haciendo que su voz sonara divertida a propósito—. Me fastidia perderme la diversión, eso es todo.
—No te preocupes —rogó; después, me besó en la frente.
—Vale, vale.
—¿Quieres que te distraiga? —musitó él mientras deslizaba los dedos helados por su pómulo.
—Quizá no sea la mejor ocasión —replicó ella mientras retiraba su mano y miraba de reojo a Killian.
Edward rió ante esto.
—Si lo que te preocupa es Killian, que sepas que está acostumbrado a Rosalie y Emmett siendo dos bichos amorosos por toda la casa.
—Parecen estar pegados con pegamento —intentó Killian aligerar el ambiente.
—Bueno... hay otras formas de distraerme.
—¿Qué te gustaría?
—Podrías contarnos cuáles han sido tus diez mejores noches —le sugirió, mirando de reojo al humano para que la apoyara. Killian elevó su vasito de té de forma afirmativa—. Me pica la curiosidad.
El vampiro se echó a reír.
—Intenta adivinarlas.
—Has vivido demasiadas noches de las que no sé nada, todo un siglo...
—Acotaré la cuestión. Las mejores han ocurrido desde que nos conocemos.
—¿De verdad?
—Sí, sin duda, y por un amplio margen.
—Sólo puedo pensar en las mías —admitió Bella..
—Lo más probable es que coincidan —la alentó.
—Bueno, hay que contar con la primera noche, la que te quedaste conmigo.
—Sí, ésa es una de las mías también; aunque claro, tú estuviste inconsciente durante mi parte favorita.
—Llevas razón. Aquella noche también estuve hablando.
—Sí —asintió.
—¿De qué hablé anoche? —murmuró ella en voz más baja que antes.
Edward se encogió de hombros en vez de contestar y Killian sonrió. El rostro de Bella enrojeció como un tomate.
—¿Tan malo fue?
—No, no tanto —suspiró él.
—Por favor, dímelo.
—Principalmente me llamaste, lo mismo que de costumbre.
—Eso no tiene nada de malo —admitió con cautela.
—Luego comenzaste a preguntar por Killian. Pero al final, sin embargo, empezaste a murmurar algo sin sentido sobre «Jacob, mi Jacob» —se notaba el dolor incluso en el susurro de su voz—. Tu Jacob disfrutó lo suyo con esa parte.
—Lo siento. De ese modo, diferencio entre el doctor Jekyll y el señor Hyde, entre el Jacob que me gusta y ese que me pone de un humor de perros —explicó.
—Eso tiene sentido —sonó ligeramente aplacado—. Háblame de otra de tus noches favoritas.
—La que volamos de regreso desde Italia —frunció el ceño—. ¿No es una de las tuyas?
—Sí, lo cierto es que sí, pero me sorprende que figure en tu lista. ¿No tenías la absurda impresión de que yo actuaba impulsado por la culpabilidad y de que iba a salir disparado en cuanto se abrieran las puertas del avión?
—Sí, pero, sin embargo, te quedaste.
—Me amas más de lo que merezco.
—La siguiente fue la noche posterior a Italia —continuó ella.
—Sí, ésa está en la lista. Estuviste muy divertida.
—¿Divertida? —objetó.
—No tenía ni idea de que tus sueños fueran tan vívidos. Me costó lo indecible convencerte de que estabas despierta.
Al haber cesado el viento, Killian pudo escuchar fácilmente los pasos de Jacob rondar en el exterior; aunque suaves debido a la nieve, podías escucharlo si prestabas mucha atención.
Killian suspiró y estiró la manta sobre sus piernas, dejando el vaso de té vacío a un lado y agarrando uno de los comics de bolsillo que Edward había comprado al azar para mantenerlo entretenido hasta que todo problema hubiera pasado.
—Dime una de las tuyas, venga. ¿He adivinado tu mejor noche? —preguntó una curiosa humana.
—No. La mía fue hace dos días, cuando por fin accediste a casarte conmigo.
—¿Ésa no está en tu lista?
—Sí, sí que está, pero con reservas. No entiendo por qué es tan importante para ti. Ya me tienes para siempre.
—Dentro de cien años, cuando dispongas de una perspectiva suficiente para apreciar realmente la respuesta, te lo explicaré.
—Te recordaré que me lo cuentes... dentro de cien años.
—¿Estás bien calentita? —le preguntó.
—Estoy bien —le aseguró—. ¿Por qué?
Un ensordecedor aullido de dolor desgarró el silencio imperante en el exterior antes de que pudiera contestar. El sonido reverberó en la roca desnuda de la montaña y llenó el aire de tal modo que podía sentirse llegar desde cualquier dirección.
Killian detuvo su lectura y miró aterrorizado hacia la cremallera de la tienda de campaña. Bella quedó helada al escuchar aquel alarido, rápidamente dándose cuenta que Jacob estaba cerca y que había escuchado sobre el compromiso. El aullido se quebró en un peculiar sollozo estrangulado y después se hizo el silencio de nuevo.
—Parece que a tu estufa se le ha acabado el butano —respondió Edward con serenidad—. Se acabó la tregua —añadió, tan bajo que no podía estar realmente segura de lo que había dicho.
—Jacob estaba escuchando —farfulló Bella. No era una pregunta.
—Sí.
—Tú lo sabías.
—Sí. Nunca prometí que sería una pelea limpia —recordó sin perder la calma—, y merece saber qué hay.
—¿Estás enfadada conmigo? —inquirió el lector de mentes.
—No, contigo no —masculló ella—. Me horrorizo de mí misma.
—No te atormentes —suplicó.
—Sí —admitió con amargura—. Debo ahorrar energías para atormentar a Jacob un poco más, hasta que no deje un recoveco sano.
—Él sabía lo que se traía entre manos.
—¿Y tú crees que eso importa? —la fragilidad de su voz reflejaba con qué esfuerzo intentaba contener las lágrimas—. ¿Tú crees que a mí me preocupa si es o no juego limpio o si se le ha advertido de forma adecuada? Le he hecho daño, y cada vez que vuelvo al tema se lo sigo haciendo —fue elevando la voz, hasta la histeria—. Soy una persona odiosa.
—No, no lo eres, Bella.
—¡Sí lo soy! ¿Qué tornillo anda suelto en mi cabeza? —luchó contra sus brazos y él la soltó—. Tengo que ir y encontrarle.
—Bella, él ya está a kilómetros de aquí y hace frío.
—No me importa. No me puedo quedar aquí sentada —se quitó el anorak de Jacob, sacudió los pies dentro de las botas y see arrastró rígidamente hacia la puerta—. Tengo que... debo ir...
Abrió la cremallera de la tienda y salió de un salto al exterior, donde lucía una mañana brillante y helada. Edward se apresuró a salir detrás de ella, y Killian aprovechó la oportunidad para también salir a estirar un poco el cuerpo.
Sus ojos fueron recibidos por la hermosa imagen de un manto blanco que cubría todo a su alrededor. El aire tenía un filo cortante, pero estaba totalmente en calma y conforme el astro rey ascendía en el horizonte, con lentitud, se volvía cada vez más acorde con la estación.
Seth Clearwater se hallaba a la sombra de un abeto de copa ancha, con la cabeza entre las patas; se acurrucaba en un área alfombrada por pinaza, donde era casi invisible debido al parecido del color arena de su pelaje y el de las agujas de árbol secas. Sus ojos abiertos observaban a Bella con cierto aire acusatorio.
Bella siguió avanzando y desapareció entre los árboles, siendo seguida muy de cerca por un Edward que brillaba bajo la luz del sol.
Killian se quedó rezagado, acercándose a la hermosa forma lobuna de Seth. El chico lo saludó pasando la lengua por su rostro, provocando la risa del humano mientras limpiaba el resto de babas.
—Qué asco, Seth —exclamó. El lobo se levantó y dio varias vueltas a su alrededor—. ¿Estas nervioso? —el lobo negó con su cabeza—. ¡Qué suerte! A mi me tiemblan las piernas —admitió.
Seth se acercó a él y lo obligó a dejar caer su mano sobre su cabeza para acariciarlo, en búsqueda de que aquello consiguiera tranquilizarlo. Killian iba a agradecer cuando la silueta de Bella volvió a aparecer, sin embargo su rostro ahora lucía rojo y era cubierto por grandes lágrimas. El varón se sobresaltó pero no dudó en acercarse a ella y rodearla con sus brazos para ofrecerlo apoyo; Aunque no era bueno con las palabras, un abrazo serviría para poder hacerla calmar un poco y que su hipo debido al llanto se calmara. Bella se aferró a él y dejó salir un sollozo mientras clamaba lo horrible persona que era.
Al cabo de varios minutos, Seth aulló y se incorporó sobre sus patas. Bella se separó de Killian y lo miró curiosa.
—¿Qué pasa? —le preguntó estúpidamente.
Él la ignoró, correteó hasta la linde del bosque y apuntó hacia el oeste con la nariz. Comenzó a gimotear.
—¿Son los otros, Seth? —inquirió—. ¿En el claro?
Los miró a ambos y gañó con debilidad una sola vez; después, giró el hocico de nuevo en dirección oeste. Echó las orejas hacia atrás y volvió a aullar.
Un sudor frío recorrió a Bella de arriba a abajo, todo tipo de malos pensamientos recorriendo su mente mientras se apretaba con fuerza al pobre brazo del chico a su lado. Antes de que se fuera a desmayar del susto, un gruñido ligero salió del interior del pecho de Seth; después, abandonó la vigilancia y volvió a su lugar de descanso. Eso la calmó, pero la irritó a la vez. ¿Es que no podía escribir un mensaje en el suelo con la pata o algo así?
Bella se quitó el abrigo y lo lanzó dentro de la tienda, pronto regresando al lugar donde Killian aún estaba.
De pronto, Seth saltó sobre sus patas con el pelo de detrás del cuello completamente erizado. Bella alrededor sin ver nada. Iba a acabar tirándole una piña como continuara con ese comportamiento.
Gruñó, un sonido bajo de advertencia, mientras subía con sigilo hasta el extremo occidental.
—Somos nosotros, Seth —gritó Jacob desde una cierta distancia.
Edward apareció primero, con el rostro inexpresivo y tranquilo. Cuando salió de las sombras, el sol relumbró sobre su piel como lo había hecho antes en la nieve. Seth acudió a saludarle, mirándole intencionadamente a los ojos. Edward asintió con lentitud y la preocupación le llenó de arrugas la frente.
—Sí, eso es todo lo que necesitamos —murmuró para sus adentros antes de dirigirse al gran lobo—. Supongo que no debería sorprendernos, pero vamos a ir un poco apurados, le va a andar muy cerca. Por favor, dile a Sam que le pida a Alice que intente concretar aún más el esquema.
Seth asintió bajando la cabeza una vez.
—Bella —susurró Edward—. Ha surgido una pequeña complicación. Me voya llevar a Seth y Killian un poco más allá para intentar solventarla —dijo con una voz estudiadamente desprovista de preocupación—. No me iré lejos, pero tampoco podré oírte. Ya sé que no quieres público y no me importa que escojas el camino que quieras.
El dolor no irrumpió en su voz hasta el final del todo.
—Apresúrate —le susurró.
Le dio un beso suave en los labios antes de desaparecer en el bosque con Seth a su lado y Killian mágicamente acomodado entre sus brazos.
Para cuando el humano pudo darse cuenta de lo que estaba pasando, Edward lo había acomodado en lo alto de una piedra mientras hablaba con la manada gracias a la telepatía.
—Así que... —comenzó a decir Killian cuando todo quedó en silencio— te casas.
El vampiro de cabello cobrizo suspiró, clavando sus dorados ojos en los rojos suyos antes de asentir.
—Eso parece —Edward pareció sopesar algo—, eso espero.
—Dudo mucho que te rechace a estas alturas —comentó al aire.
Seth caminó hasta él humano y movió su cabeza para reclamar caricias.
—Te sorprendería saber lo en contra que está de contraer matrimonio.
—Pero te quiere demasiado como para aceptar la oferta.
Edward sonrió.
—Aceptó porque le dije que quería hacerlo oficial, así que no me importaría casarme en Las Vegas —ahora, rió—, pero Alice está empeñada en realizar una gran boda para poder organizarla y decorarla.
—¿Por qué será que no me extraña?
—Creo que tiene pensado utilizarte a ti como el niño de los anillos —chinchó.
Killian lo miró horrorizado.
—Las Vegas me parece un lugar precioso para casarse —contestó rápidamente.
Ambos rieron, sin embargo el semblante de Edward no tardó mucho en tornarse serio. Llamando a Seth, le pidió al humano que se quedara sentado allí mismo mientras ellos volvían a comunicarse con su familia y la manada. Pasara lo que pasara, el semblante de Edward consiguió que la inquietud en su cuerpo aumentara significativamente. Quizá pasaron unos quince minutos, o puede que más, pero lo único que lograba oír eran las oraciones aleatorias que soltaba Edward de vez en cuando tras escuchar lo que Seth pensaba. Aquello estaba provocando que Killian se sintiera cada vez más ansioso. ¿Qué demonios sucedía?
"Volvamos" fue la única palabra que había pronunciado Edward antes de comenzar a caminar de regreso al lugar donde acampaban. Seth se mantuvo pegado a él como si temiera que fuera a desaparecer en cualquier instante, asegurándose de que la mano del humano se mantenía en todo momento sobre su lomo.
Cuando divisaron la tienda de campaña, Seth volvió a recostarse en el lugar de antes y Killian le pidió que lo esperara mientras iba a por aquel extraño comic que estaba leyendo con anterioridad.
Al entrar a la tienda, vio a Bella recostada boca abajo en el saco de dormir mientras Edward acariciaba su cabello.
—¿Te encuentras bien? —murmuró el vampiro, con la voz plena de ansiedad.
—No. Quiero morirme.
—Eso no ocurrirá jamás. No lo permitiré.
Bella gruñó y luego susurró:
—Tal vez cambies de idea.
—¿Dónde está Jacob?
—Se ha ido a luchar —masculló contra el suelo.
Killian tomó el comic con una mano y salió de la tienda para darle privacidad a la pareja mientras el aprovechaba a disfrutar del calor que emanaba el lobo de Seth a la vez que él vigilaba y los protegía. El lobo se sentó en el suelo y permitió que el humano se apoyaba en su lomo a leer tranquilamente, intentando distraerse para no tener que pensar en la batalla que estaba a punto de comenzar. Quería evitar pensar en el inminente encuentro a través de las extrañas historias de aquel raro detective que salía dibujado entre las páginas en blanco y negro. No quería tener que pensar en las bajas que podría haber a pesar de saber defenderse.
No quería pensar en lo absoluto.
Seth aulló de forma estridente y Killian supo que había comenzado.
Al cabo de unos segundos, el lobo gimoteó. Rápidamente, Edward asomó la cabeza desde la tienda.
—No te preocupes, Killian, simplemente está enfadado porque debe quedarse con nosotros y no puede participar.
El humano miró a Seth interrogante.
—Creía que te gustaba mi compañía —se quejó. El lobo volvió a gimotear, chocando su cabeza contra el hombro de Killian, causando la risa de éste—. De acuerdo, está bien, lo entiendo, lo entiendo.
Aunque Edward sabía que Killian quería distraerse, relatar la batalla y que supiera que todo iba bien ayudaría a que su ansiedad menguara, por lo que elevó la voz al hablar.
—Los neófitos han llegado al final de la pista, y todo funciona como si fuera resultado de un encantamiento, este Jasper es un genio. También han captado el rastro de los que están en el prado, así que ahora se están dividiendo en dos grupos, como predijo Alice —murmuró Edward, con los ojos concentrados en algún lugar lejano—. Sam nos está convocando para encabezar la partida de la emboscada —estaba tan concentrado en lo que escuchaba que usó el plural empleado por la manada de forma habitual—. El primer grupo está en el claro. Podemos escuchar la pelea.
La respiración de Seth se volvió pesada, como si intentara calmar su rápido corazón. Killian lucía igual o peor que él.
—Podemos oír a Emmett... Se lo está pasando genial.
Edward gruñó.
—Están hablando de ustedes —los dientes se le cerraron también de golpe—. Se supone que deben asegurarse de que no escapen... ¡Buen movimiento! Vaya, qué rápida —murmuró con aprobación—. Uno de los neófitos ha descubierto nuestro olor y Leah le ha tumbado antes de que ni siquiera pudiera volverse. Sam le está ayudando a deshacerse de él. Paul y Jacob han cogido a otro, pero los demás se han puesto a la defensiva. No tienen ni idea de qué hacer con nosotros. Ambos grupos están fintando. No, dejad que Sam lo lidere, apartaos del camino —masculló entre dientes—. Separadlos, no les dejéis que se protejan las espaldas unos a otros.
Eso está mejor, llevadlos hacia el claro —asintió Edward.
El ritmo acelerado de la respiración de Seth se cortó y Killian se puso alerta. Una sensación de peligro lo rodeó y pronto su espalda chocó con el suelo cuando la figura de Seth se elevó. De repente, la tienda de campaña voló varios metros y tanto Edward como Bella quedaron expuestos a la vista de ambos. Tanto cambia-formas como vampiro se miraron durante un instante antes de reaccionar. El sol relumbraba sobre la piel de Edward y enviaba chispas de luz hacia la pelambre de Seth.
Y entonces, Edward susurró imperiosamente:
—¡Corre, Seth!
El gran lobo aceleró y desapareció entre las sombras del bosque.
Antes de que Killian pudiera preguntar qué pasaba y que Bella pudiera reaccionar, Edward los movió a ambos hacia la escarpada falda del acantilado, colocándose delante de ambos humanos.
Edward adoptó una posición defensiva, medio agachado, con los brazos adelantados ligeramente.
Algo venía a por ellos.
—¿Quién es? —murmuró la humana, tomando la mano de Killian y colocándolo a él detrás de ella como si aquello fuera a ayudar.
Las palabras salieron entre sus dientes con un rugido más alto de lo que esperaba. Demasiado alto. Eso quería decir que ya no había posibilidad alguna de esconderse.
—Victoria —contestó, escupiendo la palabra como si fuera una maldición—. No está sola. Nunca tuvo intención de participar en la lucha, pero seguía a los neófitos para observar. Cuando percibió mi olor, tomó la decisión de seguirlo por pura intuición, adivinando que tú permanecerías donde yo estuviera. Y ha acertado. Tú llevabas razón, detrás de todo esto siempre estuvo ella y nadie más que ella. Pero Killian..., no termino de comprender porqué está detrás de él. Que lo haya encontrado es un error en nuestros cálculos.
Victoria estaba lo bastante cerca para que él pudiera escuchar sus pensamientos.
El cuerpo de Edward se movió, de forma infinitesimal, pero les permitió saber hacia dónde mirar. El dúo de humanos observaron las sombras oscuras del bosque.
Tres vampiros se deslizaron con lentitud dentro de la pequeña abertura del campamento, con los ojos atentos, sin perder nada de vista. Brillaban como diamantes bajo el sol.
Bella apenas le prestó atención a los vampiros que acompañaban a la hermosa pelirroja cuyo cabello brillaba como el fuego y mostraba sus ojos negros sedientos de sangre. Sin embargo, Killian había comenzado a temblar mientras se aferraba a la manga de la humana. Sus ojos clavados en los dos individuos que conocía muy bien.
Riley Biers lucía idéntico que en la foto que seguían mostrando en las noticias sobre las desapariciones de Seattle, quizá algo más pálido ahora; lo único que cambiaban eran sus ojos que ahora lucían de un intenso color rojo... igual al suyo. Había esperado que lo hubieran convertido, siendo uno de los desaparecidos y no estando entre los asesinados, era algo obvio. Su mirada una vez amable y tranquila, ahora lucía hostil y desconocida para él-
Sin embargo, Riley era la menor de sus preocupaciones.
Sus oídos pitaron con fuerza y el mareo lo abrazó como si quisiera asfixiarlo; las facciones conocidas de aquel pálido rostro que lo miraban sin expresión alguna. Vestía pantalones negros y una camisa blanca, portaba joyas que resplandecían al igual que su piel. Su cabello del mismo tono que el suyo se balanceaba gracias a la ligera brisa que había comenzado a aparecer; Edward miró en su dirección preocupado, no sabiendo si el chico sería capaz de aguantar aquel choque emocional. Bella intentaba aferrarse a su mano para darle apoyo a pesar de que ella estaba igual o peor que él.
Allí, detrás de la pelirroja y su viejo amigo Riley, un rostro que ahora lucía un color de ojos igual al suyo.
Una cara que no creyó volver a ver jamás.
Killian sintió sus ojos escocer y pronto las lágrimas nublaron aquella imagen.
Sólo una cosa se repetía en su mente sin detenerse: el nombre de su hermana,
Lively.
El nombre de la vampiro que acompañaba a quienes querían matarlos.
[•••]
Jeje
Prepárense para lo que viene, la tranquilidad nunca fue una opción en este fic.
Espero que les haya gustado.
Cuídense mucho y nos leemos pronto.
<3
—HAOYUS
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