026; graduación

—Quizá nos equivoquemos y se trate de una simple coincidencia... —empezó Esme, pero se detuvo cuando vio las expresiones de incredulidad en los rostros de todos los demás—. No pretendo decir que sea casualidad el hecho de que un forastero elija visitar la casa de Bella al azar o la nuestra tras marcharnos, pero sí que tal vez sea solamente un curioso. El lugar está impregnado por nuestras fragancias. ¿No se pudo preguntar qué nos arrastraba hasta esos lugares?

—En tal caso, si sólo era un fisgón, ¿por qué no se limitó a venir aquí? —inquirió Emmett.

—Tú lo harías —repuso Esme con una sonrisa de afecto—. La mayoría de nosotros no siempre actúa de forma directa. Nuestra familia es muy grande, él o ella podría asustarse, pero Charlie no ha resultado herido, y no atacó a Killian cuando estaba solo. No tiene por qué ser un enemigo.

Los Cullen repasaron las palabras de Esme con diferentes expresiones. Estaba claro que Edward no aceptaba esa teoría y que Carlisle quería aceptarla a toda costa.

—No lo veo así —Alice frunció los labios—. La sincronización fue demasiado precisa... El visitante se esforzó en no establecer contacto, casi como si supiera lo que yo iba a ver...

—Pudo tener otros motivos para evitar la comunicación —le recordó Esme.

—¿Importa quién sea en realidad? —preguntó Bella—. ¿No basta la posibilidad de que alguien me esté buscando? No deberíamos esperar a la graduación.

—No, Bella —saltó Edward—. La cosa no pinta tan mal. Nos enteraremos si llegas a estar en verdadero peligro.

—Piensa en Charlie —le recordó Carlisle—. Imagina lo mucho que le afectaría tu desaparición.

—¡Estoy pensando en él! ¡Él es quien me preocupa! ¿Qué habría sucedido si mi huésped de la pasada noche hubiera tenido sed? En cuanto estoy cerca de mi padre, él también se convierte en un objetivo. Si algo le ocurre, la culpa será mía y sólo mía.

—Ni mucho menos, Bella —intervino Esme, acariciándole el brazo de nuevo—. Y nada le va a suceder a Charlie. Debemos proceder con más cuidado, sólo eso.

—¿Con más cuidado? —replicó la humana incrédula.

—Todo va a acabar bien —aseguró Alice.

—Ya... —murmuró.

Killian clavó la mirada en un punto del limpio y brillante suelo, su rostro mostrando la complicada expresión que poseía. Las palabras de Bella habían calado hasta el fondo de su ser, si su padre estaba en peligro porque ella tenía relación con vampiros, ¿no ocurriría lo mismo con él, su nana y los niños del orfanato? La sola idea de que pudiera ocurrir algo malo por su culpa lo hacía querer vomitar.

Rosalie se colocó a su lado, abrazándolo por los hombros en señal de apoyo.

—No pienses demasiado —susurró con voz suave—. No pasará nada, te lo aseguro.

—Será mejor que lleve a Bella de regreso —dijo Edward, causando que la mencionada frunciera su ceño—. Charlie estará furioso conmigo por arrastrarte fuera de casa.

Suspirando, a la humana no le quedo más remedio que asentir y ponerse en pie. Esme imitó su acción y le dio un corto abrazo como despedida.

—No te preocupes por nada. Confía un poco en nosotros.

Bella no contestó a ello. Todo sería más sencillo si no se negaran a convertirla.

Poco después de que la pareja se marchara, una lluvia torrencial se desató en el exterior. Killian no había vuelto a pronunciar palabra, se limitó a retirarse a su habitación para estudiar, pero todos los allí presentes sabían que su mente estaba en otro lugar. Jasper mandaba olas de calma de vez en cuando, intentando que aquello consiguiera hacerlo distraer un poco.

—Está preocupado por Soledad —dijo Alice, su voz siendo acompañada por la lluvia que caía.

—Es obvio —le contestó Rosalie.

—Y estoy seguro de que también le preocupan los niños del orfanato —añadió Carlisle—. Dudo mucho que les ocurra algo, pero es inevitable que piense así.

—Sólo nos queda encontrar a ese merodeador lo antes posible y seguir manteniéndolo a salvo —concluyó Esme.

El día siguiente amaneció sin la torrencial lluvia, sin embargo de vez en cuando aún caía alguna que otra gota.

Killian se había despertado, se había tomado su tiempo para asearse, afeitarse y acomodar su rebelde cabello antes de bajar a desayunar. Edward no se encontraba por ningún lado —probablemente estaría con Bella—, Esme, Rosalie, Alice y Emmett habían salido a inspeccionar la zona, por lo que únicamente quedaban Carlisle y ambos Jasper's en la casa.

—Buenos días —saludó el doctor cuando su pie derecho pisó el último escalón—. ¿Estás mejor?

—Más calmado, sí —contesto bajito, sabiendo que aún así lo escucharía—. ¿Qué ha pasado?

Carlisle regresó la mirada hacia el televisor frente a él, el canal de noticias mostraba el sinfín de muertes que se estaban dando en Seattle en los últimos días. No quería admitirlo, pero tenía la muy mala sospecha de que todo aquello era obra de vampiros recién nacidos, de neófitos.

—Las muertes de Seattle siguen aumentando —respondió al fin—. Tengo sospechas de que puedan tratarse de vampiros.

El humano se acercó a ellos, sentándose entre ambos rubios y arrollando sus piernas para abrazarlas y colocar el mentón en sus rodillas. Tras acomodarse, suspiró.

—Ser vampiro suena complicado —confesó, provocando la risa de Carlisle.

—¿Ah si? ¿De qué manera?

—Para empezar no pueden tomar el sol porque parecería que os habéis derramado un bote de brillantina sobre ustedes —sus ojos estaban fijos en la pantalla del televisor, mirando las grotescas imágenes que aparecían en ella—. A eso deben sumarle que no pueden disfrutar de las comidas normales, ¿saben lo rica que está la tarta de manzana que prepara Rosalie, o los gnocchi de espinaca que prepara Esme? También tienen que controlar su hambruna. Ah, y deben pretender pestañear, respirar, no estar sentados rectos de forma exagerada, procurar no romper nada con su super fuerza y no caminar o hacer las cosas demasiado deprisa.

—¿Es esta tu manera de hacernos saber tu elección? —preguntó Jasper.

Killian pareció congelarse por un instante.

—Y-yo-

—No te alteres —recordó Carlisle—, recuerda que respetaremos tu decisión.

—Tu situación en distinta a la de Bella, así que no compares y cambies de parecer con respecto a ella —continuó Jasper.

El labio inferior del humano tembló ligeramente.

—Agradezco mucho la oportunidad que me dieron de experimentar lo que se siente tener una familia...

—¿Pero? —instó el mayor.

—Pero no quiero convertirme, perdón por lo que voy a decir, no quiero ser el monstruo que siempre me han acusado de ser. Lo siento, señor Carlisle, lo que menos quiero es causarle problemas a su familia, pero esa vida... o existencia, no es para mi.

Carlisle pasó uno de sus brazos por los hombros del humano y lo atrajo hacia él, reconfortándolo antes de que fuera a romper en llanto.

—Está bien, no te preocupes. Buscaremos la forma de eliminarte de la mira de los Vulturis cuando todo esto haya acabado, procuraré que tengas una vida tranquila tras marcharte.

Killian era consciente de que para poder seguir siendo humano, tendría que renunciar a la vida familiar que le habían ofrecido los Cullen.

—Lo siento mucho —pronunció en un hilo de voz.

—No tienes nada por lo que disculparte, Killian —recordó el doctor—. Estamos al tanto de que es una elección difícil, y que nuestra condición también es complicada. Nosotros fuimos lo que decidimos adoptarte incluso luego de descubrir que eras humano, sabiendo qué ventajas y desventajas había en ello, pero no me arrepiento de nada.

—Haremos todo lo que esté en nuestra mano para que puedas regresar y vivir una vida cómoda y tranquila —aseguró Jasper.

—Edward lo sabe, supongo —Killian asintió ante la pregunta de Carlisle—. Lo suponía. De acuerdo, entonces mantengamos esto entre nosotros cuatro de momento; dejemos que las chicas disfruten de la fiesta de graduación que está preparando Alice y hablemos de ello más adelante, ¿si?

La fiesta de Alice había provocado que la casa estuviera en constante movimiento mientras traían todo lo que necesitarían el día de la graduación; Rosalie se quejaba mientras que Emmett jugueteaba con algunos adornos (que a veces rompía), Esme retiraba cajas del salón y Jasper intentaba que Killian no se distrajera al éste estar ayudándolo a estudiar para los últimos exámenes finales que tendrían.

Durante el lunes, a la hora de la salida, tanto Edward como Alice llegaron a la conclusión de que sería buena idea comentarle a Bella sobre la fiesta, para evitar rabietas por parte de la chica.

—He visto... —Alice comenzó en tono ominoso. Edward le dio un codazo en las costillas que ella esquivó limpiamente.

—Vale —refunfuñó—. Es Edward el que quiere que lo haga, pero intuyo que te encontrarás en más dificultades si soy yo quien te da la sorpresa.

Caminaban hacia el coche después de clase.

—¿Y por qué no me lo dices en cristiano? —pidió Bella.

—No te comportes como una niña. Sin rabietas, ¿eh?

—Creo que me estás asustando.

—Tú..., bueno, todos nosotros, vamos a tener una fiesta de graduación. Nada del otro mundo ni que deba preocuparte lo más mínimo, pero he visto que te iba a dar un ataque si intentaba hacer una fiesta sorpresa —ella bailoteó de un lado a otro mientras Edward intentaba atraparla para despeinarla—. Y Edward ha dicho que te lo debía decir, pero no será nada, te lo prometo.

Bella suspiró profundamente.

—¿Serviría de algo que intentara discutir?

—En absoluto.

—De acuerdo, Alice. Iré, y odiaré cada minuto que esté allí, lo prometo.

—¡Así me gusta! A propósito, a mí me encanta mi regalo. No debías haberte molestado.

—¡Alice, pero si no lo tengo!

—Oh, ya lo sé, pero lo tendrás.

—Sorprendente —intervino Edward—. ¿Cómo algo tan pequeño puede ser tan insoportable?Alice se echó a reír.

—Es un talento natural.

—¿No podrías haber esperado unas cuantas semanas para decírmelo? —preguntó enfurruñada—. Ahora estaré preocupada mucho más tiempo.

Alice frunció el ceño.

—Bella —dijo con lentitud—, ¿tú sabes qué día es hoy?

—¿Lunes?

Puso los ojos en blanco.

—Sí, lunes... Estamos a día cuatro.

La tomó del codo, le hizo dar media vuelta y la dejó frente a un gran póster amarillo pegado en la puerta del gimnasio. Allí, en marcadas letras negras, estaba la fecha de la graduación. Faltaba una semana exacta a contar desde ese día.

—¿Estamos a cuatro? ¿A cuatro de junio? ¿Estás segura?

Nadie contestó. Alice sacudió la cabeza con pesar, simulando decepción, y Edward enarcó las cejas. Killian mordió su labio inferior, Bella realmente había perdido la noción del tiempo, y el pánico en su rostro así lo demostraba.

—¡No puede ser! Pero ¿cómo es posible?

Aquel día Killian no pudo encontrar la oportunidad para hablar con Bella sobre si le molestaría que le obsequiara algo por su graduación, y con el pasar de la semana, terminó por no ser capaz de hacerlo. Conforme avanzaban los días, las noticias sobre Seattle empeoraban cada vez más, el número de desapariciones y víctimas aumentaba, y la inquietud entre los habitantes se extendía más y más. A pesar de intentar distraer a Killian con las últimas preparaciones para la fiesta, éste no podía evitar estar pendiente del tema y preocuparse por Alice, quien lucía cada vez más decaída al notar que su don no estaba funcionando como quería y no ser de mucha ayuda.

Un par de días antes de la tan esperada graduación, Killian había faltado al instituto al haber contraído gripe debido a la insistencia del canino en pasear bajo la tromba de agua, y como Carlisle estaba de guardia y el resto del grupo estaba vigilando la zona, no le quedó más remedio que sacar a pasearlo él. Como consecuencia se encontraba con una gran congestión, su nariz tan roja como el carmín y las manos frías.

Killian se hallaba tapado con una enorme manta peluda de color gris, acurrucado entre Carlisle, Esme y Jasper —los cuales miraban las noticias con mucho interés— cuando Edward llegó junto a Bella. Alice estaba sentada en el último escalón de lasenormes escaleras, con el rostro entre las manos y aspecto desanimado.

Emmett asomó por la puerta de la cocina, con un aspecto totalmenterelajado y saludó.

—Hola, Edward. ¿Qué? ¿Escaqueándote, Bella? —les dedicó su ancha sonrisa.

—Hemos sido los dos —le recordó Edward.

Emmett se echó a reír.

—Ya, pero ella es la primera vez que va al instituto. Quizá se pierda algo.

Edward puso los ojos en blanco, pero, por lo demás, ignoró a su hermano favorito. Le entregó el periódico a Carlisle.

—¿Has visto que ahora están hablando de un asesino en serie? —preguntó.

Carlisle suspiró.

—Dos especialistas han debatido esa posibilidad en la CNN durante toda la mañana.

—No podemos dejar que esto continúe así.

—Pues vamos ya —intervino Emmett, lleno de entusiasmo repentino—. Me muero de aburrimiento.

—Eso es porque estoy enfermo y no puedes atosigarme para que acepte luchar contra ti —molestó Killian al vampiro. Su ronca y enferma voz sorprendió a Bella.

—Ya te recuperarás —contestó simple.

Un siseo bajó las escaleras desde el piso de arriba ante las anteriores palabras de Emmett.

—Ella siempre tan pesimista —murmuró Emmett para sí mismo.

Edward estuvo de acuerdo con él.

—Tendremos que ir en algún momento.

Rosalie apareció por la parte superior de las escaleras y bajó despacio. Tenía una expresión serena, indiferente. Carlisle sacudía la cabeza.

—Esto me preocupa. Nunca nos hemos visto envueltos en este tipo de cosas. No es asunto nuestro, no somos los Vulturis.

—No quiero que los Vulturis deban aparecer por aquí —comentó Edward—. Eso nos concede mucho menos tiempo para actuar.

—Y todos esos pobres inocentes humanos de Seattle... —susurró Esme—. No está bien dejarlos morir de ese modo.

—Ya lo sé —Carlisle suspiró.

—Oh —intervino Edward de repente, volviendo ligeramente la cabeza para mirar a Jasper—. No lo había pensado. Claro, tienes razón, ha de ser eso. Bueno, eso lo cambia todo.

—Creo que es mejor que se lo expliques a los demás —le dijo Edward a Jasper—. ¿Cuál podría ser el propósito de todo esto? —Edward comenzó a pasearse de un lado a otro, mirando el suelo y perdido en sus pensamientos.

Alice saltó para colocarse al lado de Bella.

—¿De qué habla? —le preguntó a Jasper—. ¿En qué estás pensando?

Jasper no pareció contento de convertirse en el centro de atención. Dudó, intentando interpretar cada uno de los rostros que había en el salón, y a que todo el mundo se había movido para escuchar lo que tuviera que decir y entonces sus ojos se detuvieron en mí.

—Pareces confusa —le dijo a la humana, con su voz profunda y muy tranquila.

—Todos estamos confusos —gruñó Emmett.

—No todos, Killian no. Podrías darte el lujo de ser un poco más paciente —le contestó Jasper.

—Ya nada me sorprende viniendo de ustedes —susurró el aludido.

Jasper continuó hablando.

—Ella también debe entenderlo. Ahora es uno de nosotros.

—¿Cuánto es lo que sabes sobre mí, Bella? —inquirió.

Emmett suspiró teatralmente y se dejó caer sobre el sofá (justo al lado de Killian, moviendo ligeramente a Carlisle) para esperar con impaciencia exagerada.

—No mucho —admitió ella.

Jasper miró a Edward que levantó la mirada para encontrarse con la suya.

—No —respondió Edward a sus pensamientos—. Estoy seguro de que entiendes porqué no le he contado esa historia, pero supongo que debería escucharla ahora.

Jasper asintió pensativo y después empezó a enrollarse la manga de su jersey de color marfil sobre el brazo.

—Presta atención tú también —le dijo Carlisle al joven de ojos rojos.

Sostuvo la muñeca bajo la lámpara que tenía al lado, muy cerca de la luz de la bombilla y pasó el dedo por una marca en relieve en forma de luna creciente que tenía sobre la piel pálida. Killian reconoció aquellas cicatrices al instante, eran las mismas que había visto el día que se conocieron. Un montón de cicatrices que se mostraban por todo su cuerpo, incluso por su rostro.

—Oh —exclamó Bella, respirando hondo cuando se dio cuenta—. Jasper, tienes una cicatriz exactamente igual que la mía.

Jasper sonrió de forma imperceptible.

—Tiene un montón —apuntó Killian.

Sus palabras hicieron que las cabezas se giraran hacia él.

—¿Puedes verlas desde ahí? —cuestionó el rubio.

—Edward me comentó hace tiempo que fue de las primeras cosas que notó el día que se conocieron —intervino Carlisle—. No estoy seguro del porqué de este evento.

El rostro de Jasper era impenetrable cuando se arremangó la fina manga del jersey. Había un montón de medias lunas curvadas que se atravesaban unas con otras formando un patrón, como si se tratara de plumas, que sólo eran visibles, al ser todas blancas, gracias a que el brillante resplandor de la lámpara hacía que destacaran ligeramente al proyectar pequeñas sombras delineando los contornos.

—Jasper, ¿qué fue lo que te pasó? —preguntó la humana.

—Lo mismo que te ocurrió a ti en la mano —contestó Jasper con voz serena—, sólo que mil veces más —soltó una risotada amarga y se frotó el brazo—. La ponzoña de vampiro es lo único capaz de dejar cicatrices como las mías.

—¿Por qué? —jadeó horrorizada.

—Yo no he tenido la misma... crianza que mis hermanos de adopción. Mis comienzos fueron completamente distintos —su voz se tornó dura cuando terminó de hablar—. Antes de que te cuente mi historia —continuó Jasper— debes entender que hay lugares en nuestro mundo, Bella, donde el ciclo vital de los que nunca envejecen se cuenta por semanas, y no por siglos.

Los otros ya habían oído antes la historia, por lo que se desentendieron de la misma. Carlisle y Emmett centraron su atención en la televisión. Alice se movió con sigilo para sentarse a los pies de Esme. Killian subió la manta hasta su mentón y se ocultó tras esta, dejando sólo al descubierto sus ojos. Jasper jamás había actuado tan duro frente a él como ahora, siempre era educado al principio, luego precavido debido al accidente y, tras todo eso, comenzó a actuar como todo un hermano mayor, de la misma forma que Emmett, Alice, Rosalie y Edward. Por lo que verlo así le resultaba curioso al humano.

—Si quieres entender la razón, has de cambiar tu concepción del mundo e imaginarlo desde la óptica de los poderosos, de los voraces... o de aquellos cuya sed jamás se sacia. Como sabes, algunos lugares del mundo resultan especialmente deseables para nosotros porque en ellos podemos pasar desapercibidos sin necesidad de demasiadas restricciones.

» Hazte una idea, por ejemplo, del mapa del hemisferio occidental. Imagina un punto rojo simbolizando cada vida humana. Cuanto mayor es el número de puntos rojos, más sencillo será alimentarse sin llamar la atención, es decir, para quienes vivimos de este modo. A los aquelarres sureños apenas les preocupa ser o no descubiertos por los humanos. Son los Vulturis quienes los meten en vereda. No temen a nadie más. Ya nos habrían sacado a la luz de no ser por ellos. En comparación, el norte es mucho más civilizado. Fundamentalmente, aquí somos nómadas que disfrutamos del día tanto como de la noche, lo que nos permite interactuar con los humanos sin levantar sospecha alguna. El anonimato es importante para todos nosotros.

» El sur es un mundo diferente. Allí, los inmortales pasan el día planeando su siguiente movimiento o anticipando el de sus enemigos, y sólo salen de noche; y es que allí ha habido guerra constante durante siglos, sin un solo momento de tregua. Los aquelarres apenas son conscientes de la existencia de los humanos, o lo son igual que los soldados cuando ven una manada de vacas en el camino. El hombre nada más es comida disponible, de la que se ocultan exclusivamente por temor a los Vulturis.

—Pero ¿por qué luchan? —preguntó Bella.

Jasper sonrió.

—¿Recuerdas el mapa con los puntos rojos? —esperó a que asintiera—. Luchan por controlar las áreas donde se acumulan más puntos rojos. Verás, en algún momento, a alguien se le ocurrió que si fuera el único vampiro de la zona, digamos, por ejemplo, México Distrito Federal, entonces podría alimentarse cada noche dos o tres veces sin que nadie se diera cuenta, por lo que planearon formas de deshacerse de la competencia. Los demás no tardaron en imitarlos, unos con tácticas más efectivas que otros. Pero la estrategia más efectiva fue la que puso en marcha un vampiro bastante joven, llamado Benito.

» La primera vez que se oyó hablar de él apareció desde algún lugar al norte de Dallas y masacró los dos pequeños aquelarres que compartían el área cercana a Houston. Dos noches más tarde, atacó a un clan mucho más grande de aliados que reclamaban Monterrey, al norte de México, y volvió a ganar.

—¿Y cómo lo consiguió? —preguntó nuevamente la humana con curiosidad y cautela. A Killian le hubiera gustado preguntar también, pero la historia, la voz relajante de Jasper y su malestar lo hizo quedarse quieto y escuchar sin mover ni un solo músculo.

—Benito había creado un ejército de vampiros neófitos. Fue el primero en pensarlo y al principio, esto hizo de él y los suyos una fuerza imparable. Los vampiros muy jóvenes son inestables, salvajes y casi imposibles de controlar. A un neófito se le puede enseñar a que se controle, razonando con él, pero diez o quince neófitos juntos son una pesadilla. Se vuelven unos contra otros con tanta rapidez como contra el enemigo. Benito debía estar creando continuamente otros nuevos conforme aumentaban los enfrentamientos entre ellos y también porque los aquelarres derrotados solían diezmar al menos la mitad de sus fuerzas antes de sucumbir.

»Ya ves, aunque los conversos son peligrosos, hay todavía posibilidad de derrotarlos si sabes lo que haces. Tienen un increíble poder físico, al menos durante el primer año y si se les deja utilizar la fuerza, pueden aplastar a un vampiro más viejo con facilidad, pero son esclavos de sus instintos, y además, predecibles. Por lo general, no tienen habilidad para el combate, sólo músculo y ferocidad. Y en este caso, la fuerza del número.

» Los vampiros del sur de México previeron lo que se les venía encima e hicieron lo único que se les ocurrió para contrarrestar a Benito, es decir, crearon ejércitos de neófitos por su cuenta...

» Y entonces se desató el infierno, y lo digo de un modo más literal de lo que a ti pueda parecerte. Nosotros, los inmortales, también tenemos nuestras historias, y esta guerra en particular no debería ser olvidada nunca. Sin duda, no era un buen momento para ser humano en México.

» Cuando el recuento de cuerpos alcanzó proporciones epidémicas, la historia oficial habló de una enfermedad que había afectado a la población más pobre, y entonces fue cuando intervinieron los Vulturis. Se reunió toda la guardia y peinó el sur de Norteamérica. Benito se había afianzado en Puebla, donde había erigido de forma acelerada un ejército dispuesto a la conquista del verdadero premio: la ciudad de México. Los Vulturis comenzaron por él, pero aniquilaron a todos los demás. Ejecutaron sumariamente a cualquier vampiro que tuviera neófitos, y como casi todo el mundo los había utilizado en su intento de protegerse de Benito, México quedó libre de vampiros durante un tiempo.

» Los Vulturis invirtieron casi un año en dejar limpia la casa. Es otro capítulo de nuestra historia que no debemos olvidar a pesar de los pocos testigos que quedaron para describir lo ocurrido. Hablé con uno que había contemplado de lejos lo que sucedió cuando cayeron sobre Culiacán.

Jasper se estremeció.

—Bastó para que la fiebre de la conquista sureña no se extendiera y el resto del mundo permaneció a salvo. Debemos a los Vulturis nuestra actual forma de vida.

» Los supervivientes no tardaron en reafirmar sus derechos en el sur en cuanto los Vulturis regresaron a Italia.

» No transcurrió mucho tiempo antes de que los aquelarres se enzarzaran en nuevas disputas. Abundaba la mala sangre, si se me permite la expresión, y la vendetta era moneda corriente. La táctica de los neófitos estaba ahí y algunos cedieron a la tentación de usarla, aunque los aquelarres meridionales no habían olvidado a los Vulturis, por lo que actuaron con más cuidado en esta ocasión: seleccionaron a los humanos y luego los entrenaron y usaron con más cuidado, por lo que la mayor parte de las veces pasaron desapercibidos. Sus creadores no dieron motivos para el regreso de los Vulturis.

» Las reyertas continuaron, pero a menor escala. De vez en cuando, algunos se pasaban de la raya y daban pie a las especulaciones de la prensa de los humanos; entonces, los Vulturis reaparecían para exterminarlos, pero quedaban los demás, los precavidos...

» Mi carrera militar fue efímera, pero muy prometedora. Caía bien a la gente y siempre escuchaban lo que tenía que decir. Mi padre decía que yo tenía carisma. Por supuesto, ahora sé que había algo más, pero, fuera cual fuera la razón, me ascendieron rápidamente por encima de hombres de mayor edad y experiencia. Además por otra parte, el ejército confederado era nuevo y se organizaba como podía, lo cual daba mayores oportunidades. En la primera batalla de Galveston, que bueno, en realidad, fue más una escaramuza que una batalla propiamente dicha, fui el mayor más joven de Texas, y eso sin que se supiera mi verdadera edad.

» Estaba al frente de la evacuación de las mujeres y los niños de la ciudad cuando los morteros de los barcos de la Unión llegaron al puerto. Necesité un día para acondicionarlos antes de enviarlos con la primera columna de civiles que conducíamos a Houston.

» Recuerdo perfectamente esa noche.

» Había anochecido cuando alcanzamos la ciudad. Me demoré lo suficiente para asegurarme de que todo el grupo quedaba a salvo; me procuré una montura de refresco en cuanto concluí mi cometido y galopé de vuelta a Galveston. No había tiempo para descansar.

» Me encontré con tres mujeres a pie a kilómetro y medio de la ciudad. Di por hecho que se trataba de rezagadas y eché pie a tierra para ofrecerles mi ayuda, pero me quedé petrificado cuando contemplé sus rostros a la tenue luz dela luna. Sin lugar a dudas, eran las tres damas más hermosas que había visto en mi vida.

» Recuerdo lo mucho que me maravilló la extrema palidez de su piel, ya que incluso la muchacha de pelo negro y de facciones marcadamente mexicanas tenía un rostro de porcelana bajo la luz lunar. Todas ellas parecían lo bastante jóvenes para ser consideradas muchachas. Sabía que no eran miembros extraviados de mi grupo, pues no habría olvidado a esas tres beldades si las hubiera visto antes.

» —Se ha quedado sin habla —observó la primera. Hablaba con una voz delicada y atiplada, como las melodías de las campanas de viento. Tenía la cabellera rubia y la piel nívea.

» La otra era aún más rubia, pero su tez era de un blanco calcáreo. Tenía rostro de ángel. Se inclinó hacia mí con ojos entornados e inhaló hondo.

» —¡Um! —Dio un suspiro—. Embriagador.

» La más pequeña, la morena menudita, le aferró por el brazo y habló apresuradamente. Su voz era demasiado tenue y musical como para que sonara cortante, pero ése parecía ser su propósito.

» —Céntrate, Nettie —la instó.

« Siempre he tenido intuición a la hora de detectar la jerarquía entre las personas y me quedó muy claro que era la morena quien llevaba la voz cantante. Si ellas hubieran estado dentro de un ejército, yo habría dicho que estaba por encima de las otras dos.

» —Es bien parecido, joven, fuerte, un oficial... —la morena hizo una pausa que intenté aprovechar para hablar, pero fue en vano—, y hay algo más... ¿Lo percibís? —Preguntó a sus compañeras—. Es... persuasivo.

» —Sí, sí —aceptó rápidamente Nettie mientras se inclinaba de nuevo hacia mí.

» —Contente —le previno la morena—. Deseo conservarle.

» Nettie frunció el ceño. Parecía irritada.

» —Haces bien si crees que puede servirte, María —dijo la rubia más alta—.Yo suelo matar al doble de los que me quedo.

» —Eso haré —coincidió María—. Éste me gusta de veras. Aparta a Nettie,¿vale? No me apetece estar protegiéndome las espaldas mientras me concentro.

» El vello de la nuca se me puso como escarpias a pesar de que no comprendía ni una sola de las palabras de aquellas hermosas criaturas. El instinto me decía que me hallaba en grave peligro y que el ángel no bromeaba al hablar de matar, pero se impuso el discernimiento al instinto, ya que me habían enseñado a no temer a las mujeres, sino a protegerlas.

» —Vamos de caza —aceptó Nettie con entusiasmo mientras alargaba la mano para tomar la de la otra muchacha.

» Dieron la vuelta con una gracilidad asombrosa y echaron a correr hacia la ciudad. Parecían volar e iban tan deprisa que los cabellos flameaban detrás de sus figuras como si fueran alas. Parpadeé sorprendido mientras las veía desaparecer.

» Me volví para observar a María, que me estudiaba con curiosidad.

» Nunca había sido supersticioso y hasta ese momento no había creído en fantasmas ni en ninguna otra tontería sobrenatural. De pronto, me sentí inseguro.

» —¿Cómo te llamas, soldado? —inquirió María.

» —Mayor Jasper Whitlock, señorita —balbuceé, incapaz de ser grosero con una dama ni aunque fuera un fantasma.

» —Espero que sobrevivas, de veras, Jasper —aseguró con voz suave—.Tengo un buen presentimiento en lo que a ti se refiere.

» Se acercó un paso más e inclinó la cabeza como si fuera a besarme. Me quedé allí clavado a pesar de que todos mis instintos clamaban para que huyera.

Jasper hizo una pausa y permaneció con gesto pensativo hasta que al final agregó:

—A los pocos días me iniciaron en mi nueva vida.

Aquellos segundos en los que detuvo la historia se sintieron tensos, Killian sintió como si algo hubiera estado encima de su cuerpo y éste no lo pudiera mover.

—Se llamaban María, Nettie y Lucy y no llevaban juntas mucho tiempo. María había reunido a las otras dos, las tres eran supervivientes de una derrota reciente. María deseaba vengarse y recuperar sus territorios mientras que las otras dos estaban ansiosas de aumentar lo que podríamos llamar sus « apriscos» .Estaban reuniendo una tropa, pero lo hacían con más cuidado del habitual. Fue idea de María. Ella quería una fuerza de combate superior, por lo que buscaba hombres específicos, con potencial, y luego nos prestaba más atención y entrenamiento del que antes se le hubiera ocurrido a nadie. Nos adiestró en el combate y nos enseñó a pasar desapercibidos para los humanos. Nos recompensaba cuando lo hacíamos bien...

Hizo una pausa para saltarse otra parte.

—Pero María tenía prisa, sabedora de que la fuerza descomunal de los neófitos declinaba tras el primer año a contar desde la conversión y pretendía actuar mientras aún conserváramos esa energía.

» Éramos seis cuando me incorporé al grupo de María y se nos unieron otros cuatro en el transcurso de dos semanas. Todos éramos varones, pues ella quería soldados, lo cual dificultaba aún más que no estallaran peleas entre nosotros. Tuve mis primeros rifirrafes con mis nuevos camaradas de armas, pero yo era más rápido y mejor luchador, por lo que ella estaba muy complacida conmigo a pesar de lo mucho que le molestaba tener que reemplazar a mis víctimas. Me recompensaba a menudo, por lo cual gané en fortaleza.

» Ella juzgaba bien a los hombres y no tardó en ponerme al frente de los demás, como si me hubiera ascendido, lo cual encajaba a la perfección con mi naturaleza. Las bajas descendieron drásticamente y nuestro número subió hasta rondar la veintena...

» ...una cifra considerable para los tiempos difíciles que nos tocaba vivir. Mi don para controlar la atmósfera emocional circundante, a pesar de no estar aún definido, resultó de una efectividad vital. Pronto, los neófitos comenzamos a trabajar juntos como no se había hecho antes hasta la fecha. Incluso María, Nettie y Lucy fueron capaces de cooperar con mayor armonía.

» María se encariñó conmigo y comenzó a confiar más y más en mí. En cierto modo, y o adoraba el suelo que pisaba. No sabía que existía otra forma de vida. Ella nos dijo que así era como funcionaban las cosas y nosotros la creímos.

» Me pidió que la avisara cuando mis hermanos y yo estuviéramos preparados para la lucha y yo ardía en deseos de probarme. Al final, conseguí que trabajaran codo con codo veintitrés vampiros neófitos increíblemente fuertes, disciplinados y de una destreza sin parangón. María estaba eufórica.

» Nos acercamos con sigilo a Monterrey, el antiguo hogar de María, donde nos lanzó contra sus enemigos, que nada más contaba con nueve neófitos en aquel momento y un par de vampiros veteranos para controlarlos. María apenas podía creer la facilidad con la que acabamos con ellos, sólo cuatro bajas en el transcurso del ataque, una victoria sin precedentes.

» Todos estábamos bien entrenados y realizamos el golpe de mano con la máxima discreción, de tal modo que la ciudad cambió de dueños sin que los humanos se dieran cuenta.

» El éxito la volvió avariciosa y no transcurrió mucho tiempo antes de que María fijara los ojos en otras ciudades. Ese primer año extendió su control hasta Texas y el norte de México. Entonces, otros vinieron desde el sur para expulsarla. Jasper recorrió con dos dedos el imperceptible contorno de las cicatrices de un brazo.

—Los combates fueron muy intensos y a muchos les preocupó el probable regreso de los Vulturis. Tras dieciocho meses, fui el único superviviente de los veintitrés primeros. Ganamos tantas batallas como perdimos y Nettie y Lucy se revolvieron contra María, que fue la que prevaleció al final.

» Ella y y o fuimos capaces de conservar Monterrey. La cosa se calmó un poco, aunque las guerras no cesaron. Se desvaneció la idea de la conquista y quedó más bien la de la venganza y las rencillas, pues fueron muchos quienes perdieron a sus compañeros y eso no es algo que se perdone entre nosotros.

» María y yo mantuvimos en activo alrededor de una docena de neófitos. Significaban muy poco para nosotros. Eran títeres, material desechable del que nos deshacíamos cuando sobrepasaba su tiempo de utilidad. Mi vida continuó por el mismo sendero, de violencia y de esa guisa pasaron los años. Yo estaba hastiado de aquello mucho antes de que todo cambiara.

» Unas décadas después, trabé cierta amistad con un neófito que, contra todo pronóstico, había sobrevivido a los tres primeros años y seguía siendo útil. Se llamaba Peter, me caía bien, era... « Civilizado» ; sí, supongo que ésa es la palabra adecuada. Le disgustaba la lucha a pesar de que se le daba bien.

» Estaba a cargo de los neófitos, venía a ser algo así como su canguro. Era un trabajo a tiempo completo.

» Al final, llegó el momento de efectuar una nueva purga. Era necesario reemplazar a los neófitos cada vez que superaban el momento de máximo rendimiento. Se suponía que Peter me ayudaba a deshacerme de ellos. Los separábamos individualmente. Siempre se nos hacía la noche muy larga. Aquella vez intentó convencerme de que algunos de ellos tenían potencial, pero me negué porque María me había dado órdenes de que me librara de todos.

» Habíamos realizado la mitad de la tarea cuando me percaté de la gran agitación que embargaba a Peter. Meditaba la posibilidad de pedirle que se fuera y rematar el trabajo y o solo mientras llamaba a la siguiente víctima. Para mi sorpresa, Peter se puso arisco y furioso. Confiaba en ser capaz de dominar cualquier cambio de humor por su parte... Era un buen luchador, pero jamás fue rival para mí.

» La neófita a la que había convocado era una mujer llamada Charlotte que acababa de cumplir su año. Los sentimientos de Peter cambiaron y se descubrieron cuando ella apareció. Él le ordenó a gritos que se fuera y salió disparado detrás de ella. Pude haberlos perseguido, pero no lo hice. Me disgustaba la idea de matarle.

» María se enfadó mucho conmigo por aquello... Peter regresó a hurtadillas cinco años después, y eligió un buen día para llegar.

» María estaba perpleja por el continuo deterioro de mi estado de ánimo. Ella jamás se sentía abatida y se preguntaba por qué yo era diferente. Comencé anotar un cambio en sus emociones cuando estaba cerca de mí; a veces era miedo; otras, malicia. Fueron los mismos sentimientos que me habían alertado sobre la traición de Nettie y Lucy. Peter regresó cuando me estaba preparando para destruir a mi única aliada y el núcleo de toda mi existencia.

» Me habló de su nueva vida con Charlotte y de un abanico de opciones con las que jamás había soñado. No habían luchado ni una sola vez en cinco años a pesar de que se habían encontrado con otros muchos de nuestra especie en el norte; con ellos era posible una existencia pacífica.

» Me convenció con una sola conversación. Estaba listo para irme y, en cierto modo, aliviado por no tener que matar a María. Había sido su compañero durante los mismos años que Carlisle y Edward estuvieron juntos, aunque el vínculo entre nosotros no fuera ni por asomo tan fuerte. Cuando se vive para la sangre y el combate, las relaciones son tenues y se rompen con facilidad. Me marché sin mirar atrás.

» Viajé en compañía de Peter y Charlotte durante algunos años mientras le tomaba el pulso a aquel mundo nuevo y pacífico, pero la tristeza no desaparecía. No comprendía qué me sucedía hasta que Peter se dio cuenta de que empeoraba después de cada caza.

» Medité a ese respecto. Había perdido casi toda mi humanidad después de años de matanzas y carnicerías. Yo era una pesadilla, un monstruo de la peor especie, sin lugar a dudas, pero cada vez que me abalanzaba sobre otra víctima humana tenía un atisbo de aquella otra vida. Mientras las presas abrían los ojos, maravillados por mi hermosura, recordaba a María y a sus compañeras, y lo queme habían parecido la última noche que fui Jasper Whitlock. Este recuerdo era más fuerte que todo lo demás, ya que yo era capaz de saber todo lo que sentía mi presa y vivía sus emociones mientras la mataba.

» Has sentido cómo he manipulado las emociones de quienes me rodean, Bella, pero me pregunto si alguna vez has comprendido cómo me afectan los sentimientos que circulan por una habitación. Viví en un mundo sediento de venganza y el odio fue mi continuo compañero durante mi primer siglo de vida. Todo eso disminuyó cuando abandoné a María, pero aún sentía el pánico y el temor de mi presa.

» Empezó a resultar insoportable.

» El abatimiento empeoró y vagabundeé lejos de Peter y Charlotte. Ambos eran civilizados, pero no sentían la misma aversión que y o. A ellos les bastaba con librarse de la batalla, mas y o estaba harto de matar, de matar a cualquiera, incluso a simples humanos.

» Aun así, debía seguir haciéndolo. ¿Qué otra opción me quedaba? Intenté disminuir la frecuencia de la caza, pero al final sentía demasiada sed y me rendía. Descubrí que la autodisciplina era todo un desafío después de un siglo de gratificaciones inmediatas... Todavía no la he perfeccionado.

Jasper se hallaba sumido en la historia, al igual que ambos humanos. Su expresión desolada se suavizó hasta convertirse en una sonrisa pacífica.

—Me hallaba en Filadelfia y había tormenta. Estaba en el exterior y era de día, una práctica con la que aún no me encuentro cómodo del todo. Sabía que llamaría la atención si me quedaba bajo la lluvia, por lo que me escondí en una cafetería semivacía. Tenía los ojos lo bastante oscuros como para que nadie me descubriera, pero eso significaba también que tenía sed, lo cual me preocupaba un poco.

» Ella estaba sentada en un taburete de la barra. Me esperaba, por supuesto —rió entre dientes una vez—. Se bajó de un salto en cuanto entré y vino directamente hacia mí.

» Eso me sorprendió. No estaba seguro de si pretendía atacarme, esa era la única interpretación que se me ocurría a tenor de mi pasado, pero me sonreía y las emociones que emanaban de ella no se parecían a nada que hubiera experimentado antes.

» —Me has hecho esperar mucho tiempo —dijo.

—Y tú agachaste la cabeza, como buen caballero sureño, y respondiste: « Lo siento, señorita» —Alice rompió a reír al recordarlo.

Él le devolvió la sonrisa.

—Tú me tendiste la mano y yo la tomé sin detenerme a buscarle un significado a mis actos, pero sentí esperanza por primera vez en casi un siglo.

Jasper tomó la mano de Alice mientras hablaba y ella esbozó una gran sonrisa.

—Sólo estaba aliviada. Pensé que no ibas a aparecer jamás.

—Alice me habló de sus visiones acerca de la familia de Carlisle. Apenas di crédito a que existiera esa posibilidad, pero ella me insufló optimismo y fuimos a su encuentro.

—Casi nos da algo del susto —intervino Edward, que puso los ojos en blanco antes de que Jasper pudiera explicar nada más—. Emmett y yo nos habíamos alejado para cazar y de pronto aparece Jasper, cubierto de cicatrices de combate, llevando detrás a este monstruito —Edward propinó un codazo muy suave a Alice—, que saludaba a cada uno por su nombre, lo sabía todo y quería averiguar en qué habitación podía instalarse.

Alice y Jasper echaron a reír en armonía, como un dúo de soprano y bajo.

—Cuando llegué a casa, todas mis cosas estaban en el garaje.

Alice se encogió de hombros.

—Tu habitación tenía las mejores vistas.

Ahora los tres rieron juntos.

—Es una historia preciosa —comentó Bella. Tres pares de ojos la miraron como si estuviera loca—. Me refiero a la última parte, al final feliz con Alice.

—Ella marca la diferencia —coincidió Jasper—. Y sigo disfrutando de la situación.

Edward rió por lo bajo nuevamente.

—Killian quiere darte un abrazo, Jasper —dijo el lector de mentes en voz alta.

Los ojos del aludido se abrieron como platos, y agarrando la manta que cubría su cuerpo, se tapó ocultando su cabeza de las miradas ajenas.

—¿Nunca te han dicho que leer pensamientos ajenos es de mala educación? —profirió Killian cubierto por la manta y negándose a que el resto vieran su rostro completamente rojo ante la vergüenza.

Pero no podía durar la momentánea pausa en la tensión del momento.

—Una tropa... —susurró Alice—, ¿por qué no me lo dijiste?

Todos se concentraron de nuevo en el asunto. Todas las miradas se clavaron en Jasper. Y Killian destapó ligeramente su cabeza para dejar únicamente sus ojos al descubierto.

—Creí que había interpretado incorrectamente las señales. ¿Y por qué?¿Quién iba a crear un ejército en Seattle? En el norte no hay precedentes ni se estila la vendetta. La perspectiva de la conquista tampoco tiene sentido, y a que nadie reclama nada. Los nómadas cruzan las tierras y nadie lucha por ellas ni las defiende. Pero he visto esto antes y no hay otra explicación. Han organizado una tropa de neófitos en Seattle. Supongo que no llegan a veinte. La parte ardua es su escasa capacitación. Quienquiera que los hay a creado se limita a dejarlos sueltos. La situación sólo puede empeorar y los Vulturis van a aparecer por aquí ano tardar mucho. De hecho, me sorprende que lo hayan dejado llegar tan lejos.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Carlisle.

—Destruir a los neófitos, y además hacerlo pronto, si queremos evitar que se involucren los Vulturis —el rostro de Jasper era severo—. Os puedo enseñar cómo hacerlo, aunque no va a ser fácil en una ciudad. Los jóvenes no se preocupan de mantener la discreción, pero nosotros debemos hacerlo. Eso nos va a limitar en cierto modo, y a ellos no. Quizá podamos atraerlos para que salgan de allí.

—Quizá no sea necesario —repuso Edward, huraño—. ¿A nadie se le ha ocurrido pensar que la única posible amenaza para la creación de un ejército en esta zona somos... nosotros?

Jasper entornó los ojos mientras que Carlisle los abrió, sorprendido.

—El grupo de Tanya también está cerca —contestó Esme, poco dispuesta a aceptar las palabras de Edward.

Killian se enderezó ligeramente ante la mención de aquel nombre, era el mismo que había mencionado Carlisle cuando iban dirección a visitar el orfanato.

—Los neófitos no están arrasando Anchorage, Esme. Me parece que deberíamos sopesar la posibilidad de que seamos el objetivo.

—Ellos no vienen a por nosotros —insistió Alice. Hizo una pausa—, o al menos... no lo saben, todavía no.

—¿Qué ocurre? —quiso saber Edward, curioso y nervioso al mismo tiempo—. ¿De qué te has acordado?

—Destellos —contestó Alice—. No obtengo una imagen nítida cuando intento ver qué ocurre, nunca es nada concreto, pero sí he atisbado esos extraños fogonazos. No bastan para poderlos interpretar. Parece como si alguien les hiciera cambiar de opinión y los llevara de un curso de acción a otro muy deprisa para que yo no pueda obtener una visión adecuada.

—¿Crees que están indecisos? —preguntó Jasper con incredulidad.

—No lo sé...

—Indecisión, no —masculló Edward—. Conocimiento. Se trata de alguien que sabe que no vas a poder ver nada hasta que se tome la decisión, alguien que se oculta de nosotros y juega con los límites de tu presciencia.

—¿Quién podría saberlo? —susurró Alice.

Los ojos de Edward fueron duros como el hielo cuando respondió:—Aro te conoce mejor que tú misma.

—Pero me habría enterado si hubieran decidido venir...

—Amenos que no quieran ensuciarse las manos...

—Tal vez se trate de un favor —sugirió Rosalie, que no había despegado los labios hasta ese momento—. Quizá sea alguien del sur, alguien que ha tenido problemas con las reglas, alguien al que le han ofrecido una segunda oportunidad: no le destruyen a cambio de hacerse cargo de un pequeño problema... Eso explicaría la pasividad de los Vulturis.

—¿Por qué? —preguntó Carlisle, aún atónito—. No hay razón para que ellos...

—La hay —discrepó Edward en voz baja—. Me sorprende que hay a salido tan pronto a la luz, y a que los demás pensamientos eran más fuertes cuando estuve con ellos. Aro nos quiere a Alice y a mí, cada uno a su lado. El presente y el futuro, la omnisciencia total. El poder de la idea le embriaga, pero y o había creído que le iba a costar mucho más tiempo concebir ese plan para lograr lo que tanto ansia. Y también hay algo sobre ti, Carlisle, sobre tu familia, próspera y en aumento. Son los celos y el miedo. No tienes más que él, pero sí posees cosas de su agrado. Procuró no pensar en ello, pero no lo consiguió ocultar del todo. La idea de erradicar una posible competencia estaba ahí. Además, después del suyo, nuestro aquelarre es el mayor de cuantos han conocido jamás...

—Hay que tener en cuenta también que se han consagrado a su misión y no quebrantarían sus propias reglas. Esto iría en contra de todo aquello por lo que luchan.

—Siempre pueden limpiarlo todo después —refutó Edward con tono siniestro—. Cometen una doble traición y aquí no ha pasado nada.

Jasper se inclinó hacia delante sin dejar de sacudir la cabeza.

—No, Carlisle está en lo cierto. Los Vulturis jamás rompen las reglas. Además, todo esto es demasiado chapucero. Este... tipo, esta amenaza es... No tienen ni idea de lo que se traen entre manos. Juraría que es obra de un primerizo. No me creo que estén involucrados los Vulturis, pero lo estarán. Vendrán.

La tensión se podía notar en el ambiente, tanto que Killian se sentía mareado. Jamás hubiera ni siquiera imaginado que se vería envuelto en tal tipo de problema.

—En ese caso, vayamos... —rugió Emmett—. ¿A qué estamos esperando?

Carlisle y Edward intercambiaron una larga mirada de entendimiento. Edward asintió una vez.

—Vamos a necesitar que nos enseñes a destruirles, Jasper —expuso Carlisle al fin con gesto endurecido, pero se podía ver la pena en sus ojos mientras pronunciaba esas palabras. Nadie odiaba la violencia más que él.

—Vamos a necesitar ayuda —anunció Jasper—. ¿Crees que el aquelarre de Tanya estaría dispuesto...? Otros cinco vampiros maduros supondrían una diferencia enorme y sería una gran ventaja contar con Kate y Eleazar a nuestro lado. Con su ayuda, incluso sería fácil.

—Se lo pediremos —contestó Carlisle.

Jasper le tendió un teléfono móvil.

—Tenemos prisa.

Tomó el teléfono y se dirigió hacia las ventanas. Marcó el número, se llevó el móvil al oído y apoyó la otra mano sobre el cristal. Permaneció contemplando la neblinosa mañana con una expresión afligida y ambigua. Carlisle hablaba bajito y muy deprisa, saludó a Tanya y luego se adentró en describir con rapidez la situación, demasiado rápido para comprender casi nada. Entonces se produjo un cambio en la voz de Carlisle.

—Vaya —dijo con voz un poco más aguda a causa de la sorpresa—. No nos habíamos dado cuenta de que Irina lo veía de ese modo.

Edward refunfuñó y cerró los ojos.

—Maldito, maldito sea Laurent, que se pudra en el más profundo abismo del infierno al que pertenece...

Rosalie se deslizó junto a Killian, estirando su mano la cual sostenía un termómetro. El humano abrió ligeramente la boca y dejó que colocara el objeto en esta. La vampiro estaba muy centrada en él, y había notado con claridad como su temperatura había aumentado un poco.

Carlisle continuó hablando, pero su voz había perdido esa nota de súplica para fluctuar entre lo persuasivo y lo amenazador.

—Eso está fuera de cuestión —respondió Carlisle con voz grave—. Tenemos un trato. Ni ellos lo han quebrantado ni nosotros vamos a romperlo. Lamento oír eso... Por supuesto, haremos cuanto esté en nuestras manos... Solos.

Cerró el móvil de golpe sin esperar respuesta y continuó contemplando la niebla.

—¿Qué problema hay ? —inquirió Emmett a Edward en voz baja.

—El vínculo de Irina con nuestro amigo Laurent era más fuerte de lo que pensábamos. Ella les guarda bastante ojeriza a los lobos por haberle matado para salvar a Bella. Ella quiere... —hizo una pausa.

—Sigue —instó Bella con toda la calma que podía aparentar.

—Pretende vengarse. Quiere aplastar a toda la manada. Nos prestarían su ayuda a cambio de nuestro permiso.

—¡No! —exclamó con voz entrecortada.

—No te preocupes —la tranquilizó con voz monocorde—. Carlisle jamás aceptaría eso —vaciló y luego suspiró—. Ni yo tampoco. Laurent tuvo lo que se merecía —continuó, casi con un gruñido— y sigo en deuda con los lobos por eso.

—Esto pinta mal —dijo Jasper—. Son demasiados incluso para un solo enfrentamiento. Les ganamos por la mano en habilidad, pero no en número. Triunfaríamos, sí, pero ¿a qué precio?

Dirigió la vista al rostro de Alice y la apartó enseguida.


El ambiente en el hogar era más tenso que nunca.

Killian seguía enfermo para el miércoles, Jasper había partido en busca de viejos amigos que los ayudaran, al igual que Carlisle intentaba averiguar el paradero de unos tantos otros. Sin embargo, Alice seguía con la idea de la fiesta en la cabeza, quería que Killian y Bella consiguieran distraerse un poco (aunque aquello resultara imposible).

Y, hablando de Killian, Rosalie lo tuvo durante los últimos dos días a base de sopas de pollo, medicina recetada por Carlisle y mucho, mucho descanso. Los exámenes finales comenzarían durante el jueves y ninguno quería que el humano tuviera que perdérselos por su mala salud. Alice se había encargado de cuidar a Killian mientras hacía sus exámenes, aún no se recuperaba del todo y como Rosalie había salido de caza, prácticamente la obligó a ser sus ojos y oídos, y notificarle sobre su salud cada media hora.

Para cuando su gripe comenzaba a desaparecer, Edward apareció junto a Bella, una Bella cuya mano lucía hinchada y en mal estado.

Killian se encontraba en el garaje, sentado dentro del vehículo negro de Carlisle mientras que Emmett sostenía en alto su enorme Jeep y Rosalie se ocultaba debajo de éste, con sólo sus piernas a la vista, para arreglarlo. Emmett sonrió ante el aspecto de Bella.

—¿Te has vuelto a caer, Bella?

—No, Emmett, le aticé un puñetazo en la cara a un hombre lobo.

El interpelado parpadeó y luego estalló en una sonora carcajada Edward guió a su pareja, pero cuando pasaron al lado del trío, Rosalie habló desde debajo del vehículo.

—Jasper va a ganar la apuesta —anunció con petulancia. La risa de Emmett cesó en el acto.

—¿Qué apuesta? —quiso saber mientras se detenía.

—Deja que te lleve junto a Carlisle —le urgió Edward mientras clavaba los ojos en Emmett y sacudía la cabeza de forma imperceptible.

—¿Qué apuesta? —insistió mientras encaraba a Edward.

—Gracias, Rosalie —murmuró mientras la sujetaba con más fuerza alrededor de la cintura y la conducía hacia la casa y desaparecían de la vista.

—Apostar cuántas veces Bella estropea algo... —murmuró Killian cuando se fueron.

—También han apostado cosas por ti —chinchó Rosalie, aún debajo del Jeep.

—¿Sobre qué?

Emmett dejó caer el Jeep sin cuidado alguno, acercándose a Killian y pasando un brazo sobre sus hombros mientras reía.

—Sobre nada —aseguró.

Los ojos de Killian viajaron hacia la figura de Rosalie que había quedado debajo del vehículo.

—¡Emmett!

El grandullón sonrió y dio media vuelta antes de correr:— ¡Adiós!


En un abrir y cerrar de ojos, el día de la graduación llegó.

Killian había despertado temprano en la mañana gracias a su despertador personal cuyo nombre era Alice. La vampiro lo había obligado a ducharse antes de que tuviera que marcharse para entregarle la ropa que había comprado para Bella. El humano volvió a colocarse el pijama tras el aseo y salió con el cabello húmedo (a petición de Rosalie). Encima de su cama se encontraban unos pantalones de vestir negros, una camisa blanca y un chaleco del mismo color que los pantalones; a un lado de la cama, unos brillantes zapatos negros que lucían extremadamente caros. Desde la puerta, Esme, Rosalie y Alice esperaban la reacción del joven.

—Luce caro —señaló él.

—¡Ay, no empieces! —exclamó la vidente.

—¡Yo te peino! —siguió Rosalie.

—Estarás precioso —dijo Esme.

Jasper asomó la cabeza por el marco de la puerta, vestido con traje y corbata y con su cabello perfectamente peinado.

—Luciremos como los muñequitos de Alice —bromeó antes de volver a desaparecer.

Alice rodó los ojos.

—Vístete antes de que deba irme —pidió mientras empujaba a las otras dos vampiros fuera de la habitación para darle privacidad.

Killian suspiró al ver la ropa encima de la cama, estaba seguro que aquello costaba más que cualquier cosa que hubiera podido comprar él nunca.

—¡Deja de pensarlo tanto! —gritó Edward desde la habitación de al lado.

—Perdón —susurró.

Se despojó del pijama y procedió a colocarse las prendas de ropa con mucho cuidado. Cuando el último botón había sido abrochado, Alice volvió a entrar en la estancia y dio un grito al aire.

—¡Soy la mejor! —chilló, se giró para agarrar el brazo de Rosalie y dar pequeños saltitos junto a la rubia—, ¿no soy la mejor? Claro que soy la mejor.

Esme sonrió.

—Tan bonito como siempre —halagó mientras se acercaba al humano y acomodaba ligeramente el chaleco.

Killian sintió la vergüenza recorrerlo de pies a cabeza.

—Gracias, señora Cullen —dijo.

—Bueno, debo irme —anunció Alice—. Nos vemos luego, Rosalie te encargo el peinado, no lo estropees.

La rubia vampiro ignoró lo dicho y se acercó al joven.

—Siéntate —pidió mientras se retiraba para buscar el secador, peines, el rizador y spray fijador. Killian hizo lo pedido, agarrando la silla de su escritorio y colocándola cerca de un enchufe. Para cuando Rosalie regresó, lo encontró jugando con sus dedos—. ¿Qué ocurre?

—¿Saben algo de nana? —preguntó.

—Llamó hace un rato diciendo que había llegado al aeropuerto —contestó Esme—, Emmett fue a recogerla.

—Por cierto —dijo Rosalie—, si te preguntan por nosotros, tan sólo di que hemos vuelto de la universidad para la graduación.

—¿Siempre que se gradúan ustedes primero deben esperar un año antes de volver a mudarse? —interrogó el humano, curioso.

—Prácticamente —asintió la rubia. Sus manos trabajaban en el cabello de Killian sin pausa alguna—, aunque ya estamos acostumbrados y un año no es que sea demasiado para nosotros.

—¿No se aburren?

—Antes lo hacíamos, pero ahora te tenemos a ti —confesó—. Nos has salvado.

Killian rió suavemente.

—Alice ha dicho que deja tu toga sobre el respaldo del sillón —la voz de Carlisle rebotó entre las cuatro paredes de la estancia cuando entró—. Vaya...

—¿Qué tal? —preguntó Rosalie—. Deberíamos cambiarle el apellido a Hale, es digno de llevarlo.

—¿Insinúas que alguien de buen aspecto no debería llevar el apellido Cullen? —molestó Carlisle.

—Bueno, tienen a Edward, eso les hace perder puntos —contestó con simpleza mientras terminaba los últimos retoques en los marcados rizos de Killian.

—¡Te escuché, Rosalie Hale! —gritó el lector de mentes desde algún punto de la casa.

Killian se puso en pie y caminó hasta colocarse frente al espejo, no pudo evitar sorprenderse ante su aspecto. Lucía bien, se veía bien.

—¿Cómo... qué tal luzco? —preguntó tras dar media vuelta sobre su eje.

—Captarás toda la atención —aseguró el patriarca, acercándose a él y colocando una mano es su hombro—. ¿Cómo te encuentras?

—Algo nervioso —confesó.

—Todo irá bien —intentó tranquilizar.

—¿Están listos? —preguntó Jasper—. Emmett acaba de llamar que están a punto de llegar con Soledad al instituto.

—Señor Carlisle —murmuró Killian en un hilo de voz.

—¿Si?

—Me tiemblan las manos.

El doctor miró sus manos y las vio temblar ligeramente, como si tuviera frío. Se acercó a él y las tomó entre las suyas.

—Respira profundamente, no pienses mucho en ello. En cuanto te des cuenta, todo habrá terminado y estarás siendo arrastrado a la fiesta de Alice.

—Alice ha dicho que habrá bocaditos de manzana —soltó de repente.

—Sí, los ha hecho Rosalie.

—De acuerdo —Killian exhaló antes de darse la vuelta e intentar distraerse—. Bocaditos de manzana —murmuraba muy bajo para sí.

—¿Les parece ir bajando? Será mejor que no se nos haga demasiado tarde —recordó Esme.

Edward se había ido ya camino al hogar de los Swan, desde el cual iría a la graduación. Emmett los esperaría dentro del gimnasio en el que se celebraría la ceremonia junto a Soledad, por lo que sólo quedaban ellos por ir.

Alice regresó a tiempo para subirse al vehículo junto a Killian, Carlisle y Esme; Rosalie y Jasper viajaban en otro aparte. La vidente habló tanto durante los minutos de viaje que a Killian no tuvo la oportunidad de volverse a poner nervioso.

La cantidad de vehículos aparcados en el instituto era sorprendente, era un milagro que hubieran encontrado un lugar en el que aparcar.

—Tengo que hacer algo primero pero Edward estará en la fila junto a Bella —le dijo la vidente.

—Estaremos dentro —recordó Carlisle—. Todo irá bien, tranquilo.

Killian asintió, avanzando por el aparcamiento para llegar a la puerta trasera del gimnasio, donde las decenas de alumnos se amontonaban para el tan esperado momento. Bella lo divisó en el momento que apareció por la esquina.

—¡Killian! —exclamó. Se notaba que estaba igual o más nerviosa que el contrario, pero aún así tomó la valentía de llamar su atención para que se acercara.

Dando un par de pasos al frente, se acercó a la pareja.

—Hola, Bella —saludó con algo que pareció ser de todo menos una sonrisa.

—¿Tú también estás nervioso? —preguntó ella.

—Siento que mis piernas fallarán y no podré volver a ponerme en pie.

—No hay porqué estar nervioso, no es para tanto —intentó relajar el ambiente Edward.

—Lo dices como si ya te hubieras graduado unas ochenta veces —refunfuñó Killian, sabiendo de sobra que así era.

El vampiro rió.

Se armó un caos cuando la señora Cope, de la oficina principal del colegio, y el señor Varner, el profesor de Cálculo, intentaron ordenarlos a todos alfabéticamente.

—Cullen, a las filas de delante —les ordenó a Edward y Killian el señor Varner.

Edward le dio un beso fugaz a su pareja y Killian se limitó a asentir con la cabeza antes de avanzar hacia el grupo de alumnos cuyo apellido comenzaba con C. Alice seguía sin aparecer pero el humano no estaba preocupado por ella, sabía que aparecería en el momento exacto. El orden en el que saldrían era sencillo: Alice, Edward y, por último, él. Las manos le seguían temblando. Edward se colocó la toga y lo miró.

—¿Te ayudo? —preguntó.

Killian bajó la mirada y vio la toga amarilla de poliéster aún sobre su antebrazo.

—Oh, lo había olvidado —dijo mientras se movía para colocársela. Edward estiró la mano y quitó algunas arrugas que habían quedado y lo hizo lucir radiante.

—Te ves bien —alagó.

—Todo es obra de Rosalie y Alice.

—¿Lo llevas mejor? —preguntó al ver que la fila comenzaba a avanzar tras el discurso, el director Greene entregaba los diplomas a la velocidad de la luz.

—Que va.

—Bueno, vas justo detrás de mi —susurró—, si te llegas a tropezar, me tiro al suelo yo también.

Y, ante aquellas palabras, Killian carcajeó, toda la tensión de su cuerpo desapareciendo.

—De acuerdo —contestó.

Alice apareció en el momento justo para ser llamada, con una sonrisa enorme adornando su delicado rostro. Recorría el estrado con sus andares de bailarina para recoger el diploma con un rostro de máxima concentración. Edward acudió justo detrás, con expresión confundida, pero no alterada. Killian los seguía a ambos con paso firme, aún nervioso pero mucho más relajado que antes.

Justo ahí, mientras seguía avanzando, vítores infantiles se escucharon por todo el gimnasio. Killian siguió la línea del ruido y divisó la vieja figura de su nana, acompañada por seis figuras más pequeñas: Joshua, Melody, Valeria, Frank, Harold y, por último, Alena. Sus ojos se agrandaron ligeramente ante la sorpresa, giró la cabeza hacia Edward y lo vio sonreír en su dirección.

El señor Greene terminó de pronunciar la lista de nombres y pasó a repartirlos diplomas con una sonrisa tímida.

—Felicidades, señorita Cullen —le dijo a Alice.

—Felicidades, señor Cullen —le dijo a Edward.

—Felicidades, señor Cullen —volvió a repetir cuando colocó el diploma en la mano de Killian.

Tras la repartición de diplomas, el director les dio la enhorabuena a todos y, de un momento a otro, todos gritaron y lanzaron los birretes amarillos al aire. Alice abrazó a Killian con fuerza, sonriendo enormemente mientras se apresuraba a guiarlo hacia su familia.

—¡Nana! —exclamó Killian mientras se lanzaba a los viejos brazos de su cuidadora—. Te he echado de menos.

—Hablamos casi todos los días, no te da tiempo para eso —reprochó ella—. Felicidades, mi niño.

—Gracias, nana.

—¡Ian!

—¡Killian!

—¡Ian, felicidades!

Los niños rodearon al chico mientras lo saludaban y felicitaban por su graduación. Killian no cabía en sí de gozo.

—¿Cómo es que están tantos aquí? Pensaba que-

—¡Alice! —chilló Valeria—. Ella nos mandó pasajes.

Killian se giró hacia la vidente, quien miraba tranquila en su dirección.

—Alice...

—No. No empieces, Killian.

Un par de pequeños brazos rodearon su cintura, al bajar la mirada pudo ver los brillantes ojos claros de Alena.

—Hola —saludó ella con una enorme sonrisa.

Killian la levantó y la acomodó en el hueco de su cadera, una amplia sonrisa apoderándose de su rostro.

—¿Cómo has estado? Ha pasado mucho tiempo...

—Muy bien. Quería llamar para venir a visitarte pero mis papás dijeron que estarías ocupado estudiando y no me dejaron, pero pude venir hoy —explicó ella. La niña miró hacia atrás y, siguiendo su mirada, él pudo ver una pareja de pálida piel que sonreían en su dirección—. Mamá, papá, él es Killian.

El varón de la familia Robinson se presentó como Marius, y la mujer como Dahlia.

—Hemos oído hablar mucho sobre ti —dijo el hombre—. Eres bienvenido a visitarnos cuando quieras.

—Alena habla maravillas de ti —continuó la mujer.

—Muchas gracias —contestó Killian.

Rosalie se acercó al grupo y abrazó a Killian cuando Alena se alejó para hablar con el resto de niños.

—Son bastantes —murmuró, sus ojos brillando ante la imagen de los niños.

—Hay muchos más en el orfanato —contestó Killian, una sonrisa plasmada en su rostro mientras los miraba—, es una pena que no pudieran venir pero era mucho dinero y sería un caos moverlos a todos.

—¿Vendrán a casa? —preguntó Rosalie hacia Carlisle.

El aludido asintió.

—Hay sitio de sobra para no entrometernos con la fiesta, he invitado a Soledad y los señores Robinson a acompañarnos para tomar algo mientras los niños juegan.

—¡Conocerán a Jasper! —exclamó Killian hacia los niños.

Estos se acercaron hacia él mientras sonreían.

—Nunca he visto a un perro de cerca —confesó Frank.

Esme sonrió mientras se acercaba a ellos.

—Bien, ¿me acompañan hacia el coche? Debemos ponernos en marcha.

Killian vio al grupo alejarse mientras se quedaba atrás junto nana. La mujer miró sus facciones y notó el brillo en sus ojos.

—Luces feliz —dijo.

Killian movió la cabeza de arriba a abajo sin quitar la vista del grupo que se alejaba.

—Estoy feliz, nana, realmente feliz.





[•••]

Un poco de calma que nunca viene mal.

Estuve pensando en traerles otro capítulo hoy así que aquí tienen, es un capítulo largo pero me apetecía incluir el back-story de Jasper.

¡Cada vez más cerquita de la lucha contra los neófitos y la aparición de Victoria!

Espero que les haya gustado el capítulo.

Cuídense mucho y nos leemos pronto<3

HAOYUS

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