021; nana sol
Dos días después, Killian se halló a sí mismo a puertas del aeropuerto junto a Carlisle Cullen. El humano había pedido pasar un día completo en aquel lugar, a lo que el vampiro no pudo negarse. Aunque, para serse sincero, hubiera imaginado que pediría quedarse durante varios días más; Llegarían al orfanato antes del anochecer, pasarían todo el sábado con nana y los niños del lugar y por la mañana del domingo, se irían.
—¿Te ayudo? —preguntó Carlisle al salir del aeropuerto. Vestía ropa casual de color oscuro, su camiseta blanca de cuello alto y una gorra que ocultaba gran parte de su joven rostro. Killian aún seguía teniendo cierto problema al acostumbrarse al hecho de que la apariencia del doctor era de un joven de veintitrés años.
—No hace falta. Gracias —contestó. Tan solo era un bolso, y él ya cargaba con el suyo propio—. No soy tan débil como aparento.
—Nunca dije que lo fueras.
—Deberíamos buscar un taxi —murmuró el chico para sí.
—Oh, Alice llamó y alquiló un vehículo para nosotros. Deberían estar en el aparcamiento... —Carlisle caminó, seguido por Killian, hacia el aparcamiento de manera tan natural que hubiera creído que había estado allí infinidad de veces. Avanzando a través de la larga hilera de coches, llegó hasta un vehículo de color blanco cuyo aspecto lucía bastante moderno; de pie junto a él, dos hombres de estatura baja que los esperaban—. ¿Señor Crompton?
Ambos miraron hacia el deslumbrante hombre.
—Señor Cullen, debo suponer —contestó el de aspecto más viejo.
—Supone bien —contestó con una sonrisa.
—Bien. Aquí tiene las llaves. El domingo por la mañana vendrán dos de mis empleados a buscar el vehículo. Si no recuerdo mal, su vuelo sale a las once de la mañana, ¿no?
—Sí.
—Perfecto entonces. Espero que el coche sea de vuestro agrado.
—Muchas gracias —contestó Carlisle mientras veía marchar a ambos hombres. Luego, se giró hacia Killian y movió la cabeza para que entrara—. Puedes dejar el bolso en los asientos traseros.
Tras hacer lo dicho, se deslizó en el asiento del co-piloto mientras se colocaba correctamente el cinturón de seguridad.
—Gracias otra vez por acompañarme, señor Cullen —agradeció el menor cuando el vehículo se puso en marcha y se adentró en la carretera.
El aludido lo miró de reojo, elevando la comisura de sus labios en una encandiladora sonrisa. Desde la conversación que tuvieron cuando regresaron de Volterra y la charla hacía dos días cuando la hija del sheriff había aparecido en mitad de la madrugada, Killian parecía estar intentando expresarse más cuando estaba con ellos. Aunque no sabía si era por haberle asegurado que no lo mandarían de regreso o por el hecho de que no lo harían hacer algo que no quisiera (aunque eso les costara la tranquilidad de su inmortal vida), que estuviera actuando de esa forma lucía como una buena señal.
—No es nada —aseguró—. Aunque me hubiera esperado que se lo pidieras a Alice, incluso a Rosalie.
—Lo pensé, pero Alice estaba ayudando a Esme con nuestra inscripción, otra vez, en el instituto; y Rosalie parece no ser muy partidaria de estar rodeada de personas.
—En eso tienes razón. Rose es... algo compleja.
El silencio rodeó el vehículo. Killian apoyó la cabeza en la ventanilla y observó como el sol terminaba por ocultarse en el horizonte y las luces artificiales adornaban la carretera.
—¿Señor Cullen?
—¿Hm?
—¿Cuántos años... lleva usted...?
—¿Alice no te contó nada?
—Sólo que usted se convirtió cuando tenía veintitrés años. Ah, y que Esme es la mayor en apariencia con veintiséis y Edward el menor con diecisiete.
—Bueno, me convirtieron en mil seiscientos sesenta y tres, así que serían unos trescientos cuarenta y tres años.
—Eso... es mucho tiempo.
Carlisle rió.
—¿Sí, verdad? —calló un segundo, analizando algo antes de volver a hablar—. Puede que hagamos un corto viaje algún día para presentarte a unos viejos amigos. Tienen varios más años que yo y seguro que podrían contarte bastante cosas.
—¿Viejos amigos?
—Viven en Alaska. Son cinco de momento: Tanya, Kate, Eleazar, Carmen e Irina.
—Los... vampiros, ¿están en todo el mundo?
—No puedo confirmar que estén alrededor de todo el mundo pero, sin duda, no somos pocos. Algunos viven como ratas en alcantarillas, otros fingen vivir una vida normal ocultos en alguna montaña...
—Y... ¿el sol no les quema?
—No, no nos quema. ¿Lo preguntas por lo que muestran en las películas?
Killian asintió.
—A Drácula lo quemaba el sol.
—El sol no nos quema, pero sí hace que nuestra piel... brille.
—¿Brille?
—Um, te lo mostraré mañana temprano. Al exponer nuestra piel bajo el sol parece como si tuviéramos pequeños diamantes bajo ella, por eso hay que tener mucho cuidado cuando somos expuestos ante un clima poco nublado.
—¿Por eso eligieron Forks?
—Exactamente. Es el lugar ideal, pero al no envejecer debemos mudarnos en unos años.
—Alice mencionó que se mudaban mucho.
—Si... creo que te molestaremos en acompañarnos si decides quedarte con nosotros —confesó Carlisle.
—Entonces... —Killian se enderezó en su asiento y acomodó el cinturón que se había apretado en su cuello—, ¿las estacas de madera tampoco funcionan?
El vampiro rió.
—Tampoco.
—¿El ajo?
—No.
—¿Una cruz?
—Eso tampoco.
—¿Agua bendita?
—Sólo serviría para darme una ducha.
—¿Y duermen en ataúdes?
—No necesitamos dormir.
—¿No duermen?
—No tenemos esa capacidad.
—¿Y por qué tienen camas?
Carlisle frenó ante el semáforo en rojo.
—¿No hubiera sido raro para ti que no hubiera ni una sola cama salvo la tuya en toda la casa?
—Cierto... —el joven suspiró—. ¿Entonces todo lo que he visto o leído desde que era pequeño es mentira?
—En parte, sí.
—¿No es posible acabar con uno de vosotros?
El semáforo se puso en verde y Carlisle avanzó a través de la noche.
—Sí es posible, pero es complicado. Debes ser capaz de decapitar al vampiro y luego hacer arder su cuerpo; si su cuerpo no arde, existe la posibilidad de volver a unir sus extremidades y que reviva.
Killian sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.
—¿Eso era lo que pretendía Edward aquel día?
Carlisle divisó el viejo edificio y giró hacia la derecha.
—Básicamente. Es la única forma, y la más rápida —el motor fue apagado cuando consiguió aparcar frente a la estructura y suspiró—. Bien, podemos seguir hablando mañana. Tu nana viene hacia aquí corriendo para recibirte.
Killian desabrochó su cinturón y abrió la puerta del vehículo, más no tuvo tiempo de terminar de salir cuando unos cálidos brazos lo rodearon. Bajando la vista hacia abajo, descubrió el canoso cabello siempre atado en un moño de su nana.
—¡Mi niño! ¿Cómo ha ido el viaje? —fue lo primero que dijo la vieja mujer—. Señor Cullen, es un placer volver a verlo.
Carlisle, quien acababa de salir y ponía seguro al coche, sonrió de forma amable.
—Igualmente.
—Deben estar cansados del largo viaje. Vamos, pasen, pasen —animó.
Killian hizo el amago de tomar sus pertenencias, pero el vampiro lo frenó, indicándole que fuera dentro y que él se encargaría de todo. Y, aunque algo reticente, aceptó.
Caminar por aquel corto sendero, únicamente iluminado por las farolas que emanaban aquella amarillenta luz artificial, provocaba que centenar de recuerdos golpearan su mente de forma dolorosa. Siempre que regresaba a ese lugar era solo y tras haber sufrido alguna mala experiencia en algún lugar, por lo que le resultaba extraño regresar por unos días sólo por visita. El edificio de tonalidades grises seguía igual que siempre, todavía no era época de pintar la fachada por lo que poco había cambiado. Tras pasar por la enorme puerta principal de madera, un largo pasillo los recibía. Nana y él caminaron lentamente por éste, siendo seguidos por el doctor.
—Están cenando en el comedor. No les he dicho que vendrías —comunicó—. Suponía que te gustaría sorprenderlos.
—¿Todavía siguen habiendo muchos?
—El número de niños suele variar poco, así que no son muchos menos desde la última vez que te fuiste.
El joven suspiró.
—¿Dónde nos quedaremos? —preguntó, refiriéndose a Carlisle y a él.
—El señor Cullen puede quedarse en una de las habitaciones de arriba, y tú, si quieres, puedes alojarte en tu vieja habitación. Los niños no han dejado que nadie la utilice desde tu marcha —Soledad se giró hacia el vampiro—. ¿Algún inconveniente con su lugar de alojamiento?
—Para nada. Cualquier lugar es suficiente.
—Muy bien entonces —celebró—. Killian, adelántate, iré a mostrarle al señor Cullen dónde dejar las cosas.
El menor dudó durante un instante antes de asentir y girar sobre sus talones para dirigirse hacia el comedor.
Una vez solo, no fue sorpresa para él que su cerebro recordara con tan perfecto detalle donde estaba cada lugar. Al fin y al cabo, había pasado allí toda su vida. Desde fuera del comedor se podían escuchar las voces de los niños, voces familiares y otras no tanto. Era un ambiente al que estaba acostumbrado. Abrió la puerta despacio, evitando así llamar la atención, y se halló a sí mismo observando aquella larga mesa que acogía a las decenas de niños que comían tranquilamente entre charlas y risas. El olor a verduras y carne llegó a sus fosas nasales, haciendo que recordara algunas cosas de su infancia.
Killian caminó con tranquilidad, sin pronunciar palabra alguna, hasta un asiento vacío en la parte derecha. La conversación que los niños tenían parecía estar en su punto clave.
—¡Tener mucha fuerza es el mejor superpoder! —exclamó un niño de cabello platinado y brillantes ojos verdes. Rondaría los diez años. Su nombre era Joshua.
—Por eso yo prefiero a Hulk —murmuró una niña algo más pequeña; de piel morena, cabello negro y ojos celestes. Ésta se llamaba Melody.
—Pero volar... ¡volar es el mejor de todos! —chilló una niña de unos doce años cuyo cabello rizado caía de forma abundante en su espalda; su piel olivácea dándole un aspecto fascinante a sus ojos negros. Se llamaba Valeria.
—El mejor poder de todos es ser rico —apuntó un niño pequeño, de unos siete años. Cabello castaño, ojos color marrón y piel blanca como la nieve. Frank era el nombre que nana le había dado—. O eso dice mi hermano.
—¡A mi no me metan en esta conversación de críos! —dijo un adolescente de quince años cuyo aspecto era idéntico al del niño que había hablado con anterioridad pero algo más maduro. Éste último se llamaba Harold.
—¿Conversación de críos? A mi me parece interesante —la voz que se escuchó era algo grave, nada comparado con las chillonas voces de los infantes allí presentes. Las cabezas se giraron de golpe hacia donde provenía el sonido y se hallaron a sí mismos viendo una delgada figura sentada en una silla pero sin ninguna bandeja de comida delante de ella. El corto y ondulado cabello castaño oscuro lucía ligeramente despeinado, y su pálida piel tenía unas pequeñas sombras bajo sus ojos de un llamativo color escarlata. Estaba apoyando sus brazos sobre la mesa y escuchaba con atención la conversación.
—¡Killian! —exclamó el adolescente que había hablado hacía apenas unos segundos.
Pareciera que los niños estaban procesando quién estaba delante de ellos antes de que todos olvidaran sus cenas y se levantaran para acercarse a él. Killian se levantó de su asiento y recibió el primer abrazo de una niña.
—¡Ian!
—¡Killian!
—¡Te hemos echado de menos, Ian!
—¿Qué haces aquí?
—¡Eso! Nana dijo que estabas muy bien con tu nueva familia.
—Espera... si estás aquí...
Killian sonrió ante las suposiciones de algunos mientras respondía a los abrazos. Él también los había echado de menos.
—No piensen nada raro. Estoy aquí para visitarlos, regresaré el domingo por la mañana. Incluso me han acompañado para verlos —aseguró.
—¿Por qué has venido a visitarnos? —cuestionó Harold.
—¿Acaso no me quieres aquí? —preguntó el mayor con una ceja alzada.
—¡No es eso! Es que... pensamos que no te veríamos más.
—¿Te tratan bien? —preguntó Melody.
Valeria se aferró a él.
—Si te tratan mal, debes decírnoslo.
—¿Ah si? ¿Y cómo planean ayudarme? —inquirió Killian.
—Podemos seguirte y... y... —Joshua se calló sin saber qué decir.
El mayor no pudo evitar reír.
—De acuerdo, de acuerdo. Ya sé que pueden ayudarme si me tratan mal. Me aseguraré de pediros ayuda si eso llega a ocurrir.
—¿Y cómo son? —curioseó Valeria.
—Bueno..., son una familia muy amable. El señor y la señora Cullen siempre intentan que me sienta cómodo estando con ellos. ¡Oh! Y tienen cinco hijos más.
—¿En serio? ¿Tienes hermanos? —dijo un entusiasmado Frank.
Killian asintió.
—Jasper y Rosalie son mellizos, y los mayores junto a Emmett —explicó—. Edward y Alice tienen mi edad.
—¡Wah! ¡Hermanos y hermanas! —exclamaron varias voces a destiempo.
—¿Y adivinen qué? —preguntó, bajando el volumen y agachándose para crear expectación.
—¿Qué? ¿Qué?
—¡Cuéntanos!
—¡Ian, por favor!
—No me gusta jugar a las adivinanzas.
—Tienen un perro de mascota —murmuró.
—¡Waaah! —exclamaron.
—¡Un perro!
—¿Cómo es?
—¿Se porta bien?
—¿Cuál es su nombre?
—¿Sabe jugar a la pelota?
—¿Qué color tiene su pelo?
—Se llama Jasper, es un golden retriever y es muy inteligente.
Harold frunció su ceño.
—¿Jasper no era el nombre de tu hermano?
Killian rascó su nuca.
—Sí..., me pasó lo mismo cuando recién los conocí. Su perro y el humano tienen el mismo nombre...
Justo en ese instante, Soledad y Carlisle regresaban por el pasillo en dirección al comedor. Ambos habían hablado de la mejoría de Killian con respecto al accidente, habían hablado de sus niveles de adaptación y su comportamiento con respecto a otras personas. Nana estaba segura de que Carlisle y su familia habían sido algo bueno para Killian, y por ello les estaba muy agradecida. Por otro lado, también le advirtió que sería capaz de ver una faceta que, probablemente, jamás había visto de Killian.
Abriendo las puertas del comedor, Carlisle Cullen se encontró con una imagen bastante peculiar. Killian reía cómodamente mientras charlaba de cosas aleatorias con los niños. Varios de ellos lo abrazaban con fuerza y él les devolvía el abrazo o acariciaba su cabello de forma cariñosa.
—¿Tanto os gusta Killian como para no ser capaces de terminar vuestra cena? —la voz de nana llamó la atención de todos los presentes.
Los niños ignoraron la pregunta de nana y clavaron sus ojos en el alto, esbelto y atractivo hombre de cabello rubio que se situaba junto a ella.
—¿Es él? —preguntaron entre susurros hacia Killian.
Éste asintió.
Un grupo de niños corrieron para arremolinarse frente al vampiro —quien los miraba tranquilamente— y se colocaron en forma de V. Joshua era el que estaba a la cabeza de ellos, sus brazos cruzados sobre su pecho y una fingida amenazante expresión.
Joshua pareció pensar algo y se giró hacia Killian.
—¿Cómo se llama? —susurró a gritos.
—Es el señor Cullen —respondió de igual forma.
Volviéndose a girar, marcó más su "amenazante" expresión.
—¿Es usted el señor Cullen? —cuestionó con su fingido tono de voz grave.
—Sí, soy yo.
—¿Está tratando usted bien a nuestro Ian? —preguntó esta vez Valeria.
—Por supuesto.
—¿Cómo sabemos que no miente? —continuó.
—Bueno..., estoy aquí con él, acompañándolo para que os visite.
Los menores se callaron de golpe y Joshua no tuvo más opción que llamarlos a todos para que formaran un circulo y así discutir la gravedad de la situación.
Killian, por su parte, sonreía divertido.
—¿Qué piensan? —masculló Joshua.
—No lo sé —dijo Melody—, tiene algo de razón.
—No parece estar enfadado —susurró Frank.
—Y su rostro es bonito —apuntó Valeria.
Los cuatro niños se giraron hacia Harold. Éste los miro durante un instante antes de enderezarse y acercarse al hombre.
—Debe cuidar mucho a Killian —concluyó—. No sé lo que haremos, pero si llega a tratar mal a Killian, haremos algo.
El mencionado se acercó hacia el grupo y rió de manera incómoda.
—Bien, bien. Suficientes amenazas. Todo está bien. ¿No ha dicho nana que vayan a terminar la cena? Ya casi es hora de acostarse. ¡Corran! —el grupo de niños se disolvió en un instante, dejando solos a el dúo adoptivo de padre e hijo—. Lo siento por eso.
—No te preocupes —aseguró—. Te quieren mucho.
El humano bajó la cabeza y sonrió enternecido.
—Soy la única figura adulta fraternal que han tenido a medida que han ido creciendo. Siempre he estado aquí desde que todos ellos eran bebés, es normal que actúen de esa forma cuando son conscientes de que puede que no me vuelvan a ver más. Ya sea porque yo me mude con ustedes y no regrese, o porque ellos vayan a ser adoptados y comiencen a vivir en una ciudad lejana.
—Debo admitir que es raro ser amenazado por unos niños —comentó el doctor con gracia.
—Deberías cuidar tu espalda mientras estemos aquí —aconsejó—. También les gusta gastar bromas.
—¿Quieren cenar algo? —preguntó una de las cuidadoras mientras se acercaba a ellos.
—No, gracias, Diana. Hemos cenado antes de llegar aquí.
—De acuerdo. Te recomendaría descansar esta noche, los niños planean hacer varias actividades contigo el día de mañana.
—Lo tendré en mente.
La mujer sonrió y se alejó de ellos.
—Veo que tendrás un día ocupado mañana.
Killian asintió.
—Eso creo. Usted... deberá pasar dentro del orfanato hasta que se ponga el sol, ¿no? Dijo que su piel...
—Sí. Pasaré el día terminando cierto papeleo antes de regresar a Forks. Tú comienzas el instituto el lunes, otra vez, pero yo comienzo a trabajar en el hospital.
—Oh, es verdad. ¿Edward y Alice volvieron hoy?
—Sí. Alice dijo que todos cuchicheaban sobre su regreso y se preguntaban porqué no estabas allí.
Killian se quejó.
—No me gusta demasiado la gente del instituto.
—Míralo por el lado bueno, te quedan tres meses antes de tu graduación.
—¿Y qué pasará luego?
—¿A qué te refieres?
—¿Podré asistir a una universidad?
—Puedes hacer lo que tú prefieras. Respetaremos tu decisión de ir a una universidad, o de comenzar a trabajar si así lo deseas.
—¿Y con respecto a... la transformación?
—También respetaremos sea cual sea tu decisión. Tienes tiempo para pensarlo así que no te agobies mucho con ello, ¿si?
—Si... si no me convierto... eso os causaría problemas, ¿no es cierto?
Carlisle miró la mesa llena de niños, tomándose su tiempo antes de responder. Una pequeña mueca apareció en sus labios.
—No importa si eso causa problemas o no —comenzó—. Lo que importa es que tú mismo decidas lo que quieres o no hacer. ¿No crees que va siendo hora de que hagas lo que quieras y vayas a donde tú desees?
—No me gustaría seguir siendo... así si eso significa que le causaré problemas a todos.
—Tampoco nosotros queremos que te obligues a una transformación que tu no quieres.
—¿Qué clase de conflicto surgiría de no convertirme? —el vampiro suspiró, dándole una clara respuesta al humano—. Entiendo.
—Hay muy pocas cosas que salgan bien de un conflicto con los Vulturi.
—¿Es necesaria una monarquía entre ustedes?
—Míralo por éste lado —comenzó a contar—, de no ser por el control en transformar a diestro y siniestro, o de tener la norma de no exponer nuestra existencia, el mundo sería mucho distinto del cual conocemos.
—Pero, a pesar de controlar la vida de los vampiros, lucen como personas no demasiado buenas...
Carlisle sonrió.
—Digamos que son algo... sádicos.
—¡Ian! —chilló una niña. Su nombre era Hayley y tenía cinco años. Era una niña pelinegra de grandes ojos grises y pálida piel blanca adornada por pecas.
El mayor se giró hacia la infante que corría en su dirección, agachándose lo suficiente para agarrarla en brazos en cuanto estuvo cerca. Killian la levantó y la acomodó en el hueco de su cintura, sobre su cadera para mantenerla quieta.
—¿Qué sucede? —preguntó con voz suave.
—¿Puedes leernos un cuento? Nana dice que te vas pronto.
—En realidad, mañana voy a estar todo el día aquí, pero sí puedo leeros un cuento. Diles que se pongan el pijama y me esperen en el salón. Enseguida voy.
—¡Gracias, Ian! —chilló la niña antes de salir corriendo en dirección al resto de niños, los cuales celebraron y se apresuraron a acicalarse antes de dormir.
—Tu relación con ellos es muy buena —comentó el doctor.
—¿Verdad? —contestó con una pequeña sonrisa—. Será mejor que los espere en el salón. Oh, mira, nana te está llamando. No deberías hacerla esperar, ¡lo odia! —informó—. Que tenga buena noche, señor Cullen.
—Igualmente, Killian.
El vampiro miró tranquilamente como el joven se marchaba del comedor corriendo, y apenas salió por la puerta, el viejo rostro de Soledad apareció frente a él.
—Me gustaría hablar con usted, señor Cullen —pidió la anciana mujer—. ¿Me acompañaría a mi despacho?
—Por supuesto.
La mujer sonrió y advirtió al resto de cuidadoras que estaría en su despacho. Carlisle la siguió de cerca. Ambos caminaron por el largo pasillo, pasando cerca del salón que comenzaba a llenarse de niños que esperaban contentos a que Killian les leyera un cuento. Al llegar al final del pasillo, se encontraron con una escalera en forma de caracol cuyo aspecto lucía algo viejo y desgastado; tras subir hasta el final, una única puerta de madera. Soledad entró tranquilamente y se dirigió a su escritorio para sentarse en la cómoda silla detrás de éste.
—Tome asiento, por favor —pidió.
Carlisle avanzó, cerrando la puerta detrás de él, y se sentó del lado contrario a la mujer. Soledad se recostó en la silla, su expresión tranquila y un brillo que parecía no tener fin en sus ojos. Estiró una de sus manos y guardó uno de los bolígrafos que aún seguían en el escritorio en su respectivo lugar.
—No creo que sea necesario alargar de manera tonta esta charla, por lo que iré directo al punto —comenzó diciendo la mujer—. Señor Cullen, me estoy muriendo.
De todas las conversaciones imaginables con aquella mujer, esa era, sin duda, la que hubiera esperado en último lugar.
—Y no lo tome a mal —siguió diciendo Soledad—, todos en el orfanato lo saben. Incluso los huérfanos mayores lo saben para que no los tome por sorpresa. Es algo natural del ciclo de la vida, al fin y al cabo. También tengo yo mis varios años como para saber que este día llegaría tarde o temprano. Al menos yo tengo la suerte de saber cuándo me iré y poder tener la oportunidad de despedirme de todos aquellos que formaron parte de mi vida. Pero le estoy contando esto a usted porque necesito pedirle un favor.
El vampiro asintió sin dudarlo.
—Lo que sea.
—Cuide a Killian —pidió—. Mañana hablaré con él sobre esto, y lo conozco lo suficiente como para saber que se deprimirá. Los doctores me dieron dos años de vida si sigo asistiendo a los controles y tomando la medicación correcta, pero todos necesitan saber que mi cuerpo puede fallar en cualquier momento y deben estar preparados. Por eso no me gustaría tampoco ocultárselo a Killian. Ha estado toda su vida solo, y también sé que soy la única persona que ha estado siempre a su lado.
Carlisle miró a la mujer con expresión complicada. Soledad tenía razón, Killian perdería a la única persona que estuvo durante toda su vida con él, perdería a la persona que lo consoló cada vez que regresaba de algún lugar por el desprecio de esas familias hacia sus ojos.
—Puede estar segura de que lo cuidaré, lo cuidaremos. Tanto mis hijos como mi esposa y yo, nos aseguraremos de darle a Killian una buena vida y lo cuidaremos.
Soledad suspiró antes de reír.
—Lo sé. Se nota en su rostro que aprecia mucho a mi pequeño Ian, señor Cullen —murmuró—. No mentí durante aquella llamada telefónica cuando dije que las palabras no serían suficientes para agradecer todo lo que están haciendo por él. Por eso sé que lo dejo en buenas manos.
A la mañana siguiente, el frío parecía haber disminuido notablemente, por lo que las cuidadoras habían decidido que era buena ocasión para hacer varias actividades en el patio exterior. Y, ante esa noticia, la mesa del comedor durante el desayuno se había convertido en gritos y charlas ruidosas sobre los juegos y actividades que realizaría cada uno. Killian se hallaba sentado junto a Harold, quien no lucía muy feliz ante la buena nueva.
—¿Qué sucede? —preguntó el mayor mientras bebía un poco de zumo de naranja.
El adolescente observó los rojos ojos de su acompañante y suspiró.
—Son todos actividades para niños pequeños...
Killian sonrió.
—Oh, ¿por tener quince años piensas que eres muy mayor?
—Lo soy —se defendió el chico.
Esta vez, Killian rió y estiró una de sus manos para despeinar el cabello de Harold.
—¡Oh, venga ya! Tengo dieciocho y estoy deseando dibujar gallinas a partir de la forma de mi mano —confesó.
—¿En serio?
—¡Pues claro! ¿O es que acaso hay una edad límite para dibujar gallinas?
—No, pero...
—Entonces ya está.
Nana Sol se encontraba sentada junto a algunas cuidadores que vigilaban durante el desayuno y Carlisle Cullen. Éste último miraba con atención las interacciones del humano al que había adoptado.
—¿Esto es a lo que se refería con ver una faceta de Killian que jamás había visto? —preguntó hacia la mujer.
—Sí. Sabía que no lo había visto así porque es muy raro que el se suelte tanto en un lugar que no sea éste. Los niños parecen ser un camino de flores para él, se siente cómodo junto a ellos, y ellos lo adoran.
—Sería bueno que pudiera desenvolverse con nosotros de esa manera con el tiempo.
—Estoy segura de que lo hará. Hay que darle tiempo. Diecisiete años de sufrimiento no desaparecen de la noche a la mañana.
—Soy consciente.
—¡Señor Cullen! —exclamó la misma niña que había pedido un cuento la noche anterior.
El doctor miró en su dirección y sonrió.
—¿Si?
Hayley sonrió de igual manera.
—Hoy veremos una película después del almuerzo, ¿le gustaría verla con nosotros?
Carlisle levantó la mirada y encontró varios pares de ojos curiosos, además de otros que disimulaban no esperar una respuesta afirmativa.
—Me encantaría.
—¡Ha dicho que sí! —chilló la niña, exponiendo a aquellos que miraban con disimulación.
—¡Hayley! —se quejaron algunos a destiempo.
—Creo que usted también le agrada a los niños —apuntó Soledad cuando la menor se hubo marchado.
—Bueno, los años como doctor me ha debido enseñar a ganarme la confianza de los niños rápidamente, sino sería bastante complicado lidiar con ellos cada vez que deben asistir a consulta.
—¿No quiere adoptar otro? —dijo nana, tranquilamente.
Carlisle rió.
—Lo consideraré, pero de momento creo que no. Estoy muy contento con Killian.
—Había que intentarlo.
Killian se acercó corriendo.
—Buenos días, nana. Buenos días, señor Cullen.
—Buenos días, Killian.
—¿Has dormido bien? —preguntó nana.
—Muy bien. Diana ha dicho que comenzarán las actividades luego del desayuno, como a las diez, pero todos hemos terminado de desayunar, ¿no podríamos empezar antes?
Carlisle observó, por primera vez, como el joven humano utilizaba sus encantos para conseguir lo que quería, al igual que un niño.
—Puedes ir a preguntarle si ha terminado, y si es así, entonces pueden empezar antes —dijo nana.
Killian sonrió radiante.
—¡Gracias, nana! Señor Cullen, ¿quiere acompañarme?
No teniendo otra cosa que hacer, el vampiro asintió y lo siguió fuera del comedor.
Una vez que estuvieron lo suficientemente lejos y no había nadie alrededor, Killian se giró y miró expectante al mayor.
—¿Qué sucede? —preguntó con calma.
Killian arrugó sus cejas, descontento.
—Dijo que me mostraría el truco de hacer brillar su piel, ¿podría mostrármelo ahora?
Carlisle rió.
—No es un truco —explicó—, sino una condición de nuestra especie. Sígueme.
Killian obedeció y lo siguió hasta una parte del pasillo donde los rayos de sol entraban por la ventana. Carlisle se colocó junto a la ventana sin dejar que su cuerpo fuera expuesto a los rayos solares. Arremangó una de las mangas de su camisa y expuso un brazo blanco como la cal que se veía musculoso. Lentamente, estiró el brazo hasta colocarlo bajo los rayos. Ante sus ojos se mostró un brazo normal, sin embargo en cuanto éste era colocado bajo la luz natural, pequeños destellos luminosos encandilaban la visión. Lucía igual que una bola de discoteca, o como el reflejo de un espejo, o como diminutos diamantes brillantes. Killian tenía varias formas de describirlo. Era una imagen fascinante.
—V—a—y—a... —exclamó lentamente—. ¿Todos los vampiros producen luz?
Carlisle no pudo evitar aguantar la risa mientras volvía a colocarse bien la prenda de ropa.
—Lo haces sonar como si fuéramos fuentes de electricidad.
—Lo siento.
—No hace falta que te disculpes por todo, ¿sabes?
—Sí, lo siento.
El vampiro suspiró y negó divertido, levantó la mano y despeinó de forma cariñosa el cabello del humano.
—No puedo acompañarte fuera, así que me temo que tendrás que ir solo. Aprovecharé para llamar a Esme y preguntar cómo van las cosas por ahí. Y sí, todos los de nuestra especie brillan.
—No se preocupe. Escuché decir a Hayley que vería una película con nosotros, así que no se preocupe por ello. ¡Nos vemos luego, señor Cullen!
Carlisle observó al humano marchar. Sin duda sería bueno que se comportara así de suelto y vivaz en Forks; aunque entendía que aún se sentía algo cohibido al no estar rodeado de cosas conocidas.
Killian se encaminó hacia el patio, donde habían varias mesas con pinturas, hojas, hilos y dijes para hacer collares, y muchas más cosas para entretener a los niños durante todo el sábado. Una sonrisa apareció en sus labios, recordando como adoraba hacer brazaletes cuando era pequeño. Recorriendo el lugar con la mirada, Killian pudo divisar a Diana junto a un pequeño grifo situado en el suelo del cual sacaba agua para llenar cubetas y globos. El joven trotó hasta ella y la saludó amablemente.
—¡Diana! ¿Te ayudo en algo? Nana dijo que si has terminado y nos dejas, podríamos comenzar las actividades un poco antes.
La mujer se giró hacia él.
—Tan solo me quedan estos globos de aquí y ya estaría —Killian se acercó y se acuclilló junto a ella para poder ayudarla a llenar algunos—. El clima no es muy caluroso todavía, pero no sabes cuánto han estado pidiendo por hacer una guerrilla de agua. Soledad y yo fuimos hace unos días a comprar algunos trajes de baño térmicos para que tengan ahora que viene la época de calor, y qué mejor ocasión que estrenarlos ahora.
—¿Cómo han estado en los últimos meses? —preguntó el joven de repente—. He visto que faltan algunos.
—Han estado bien, algunos de ellos esperan la confirmación de adopción y otros tienen visitas programadas en las próximas semanas. Cristina y Lara fueron adoptadas hace dos meses por una pareja holandesa —comenzó a contar—. Jason, David, Samuel y William fueron adoptados poco tiempo después de que tú te fueras. He oído que Samuel, William y David siguen en Estados Unidos, pero Jason se mudó a Tailandia junto a su nueva familia. Marie-Anne y Anne-Marie fueron adoptadas por un matrimonio español que estuvo aquí durante unos meses antes de volver a su país natal. Llamaron hace unos días y dijeron que las cosas iban muy bien y que la familia las trataba realmente bien. Oh, y Trevor fue adoptado hace cinco días. Estoy segura de que le hubiera gustado verte antes de irse.
—Me alegra saber que, poco a poco, todos están encontrando un lugar —susurró mientras terminaba por hacer un nudo en el cuello del globo y lo dejaba dentro de una de las cubetas.
—¿Y tú? —pregunto la mujer de un momento a otro—. ¿Estás bien? ¿Te tratan bien?
Killian bajó la cabeza y respiró hondo.
—Me tratan bien, Diana. Es sólo..., siento que me tratan mejor de lo que merezco. Se preocupan por mí y están siempre pendientes a que no me pase algo malo. Es... es una sensación bastante rara. No me molesta, en absoluto, pero no termino por acostumbrarme.
—Obviamente llevará tiempo, Ian. Es normal, pero es algo realmente bueno que te des cuenta cuán bien te tratan, y que también sientas que se preocupan por ti.
—¿Diana?
—¿Si?
—¿Es egoísta pensar que esto es lo que me merecía desde un principio? —Killian sopesó durante un instante sus palabras—. Me refiero a la atención, el cariño, al tener un lugar al que poder llamar casa.
—¡Por supuesto que no! —exclamó ella—. No es egoísta en absoluto. Siempre te has merecido algo así, Killian, y te lo dice alguien que ha estado trabajando contigo desde que tienes diez años.
Killian sonrió y se puso de pie.
—Entiendo. Bien, ¿puedo llamar a los niños ya?
Diana sabía que sus palabras habían conseguido calmar su ansioso corazón. No era muy difícil leer a Killian si lo conocías desde hacía tiempo.
—Claro.
El joven salió corriendo hacia el interior del edificio bajo la atenta mirada de la cuidadora.
El decir que estar rodeado de niños mientras realizaban actividades que había hecho durante toda su vida en el patio del orfanato no le causaba cierta nostalgia sería mentira. La sensación que tenía Killian en el cuerpo en aquel instante era extraña, como si todo aquello hubiera pasado hacía tiempo. Sabía que seis meses no eran pocos, pero no eran los suficientes como para hacerlo sentirse así. Nana Sol había dicho que era por su comodidad junto a los Cullen. Killian se hallaba sentado frente a una mesa, rodeado por varios niños mientras hacían brazaletes de colores. Harold, a su lado, refunfuñaba porque algunos niños le quitaban las figuritas de plástico que él iba a elegir. El adolescente era alguien que no le importaba dejar a los niños elegir primero, pero de ahí a no poder elegir siquiera era otro tema bastante distinto. Jamás comenzaría una pelea con un infante pero, a esas alturas, no le importaría comenzar a las patadas por conseguir una figurita con forma de tortuga.
—La vena de tu frente parece que va a explotar —apuntó Killian, quien se ganó una mirada del menor.
—¡No me dejan elegir!
—Son niños.
—¡Cómo si fueran la reina de Inglaterra! ¡Quiero. mi. tortuga!
—Jennifer debe haber traído más cajas con dijes de tortugas, no te preocupes.
—Diana dijo que era la última.
—Entonces, quítale una a alguien que tenga más de uno.
Harold miró a Killian con horror.
—¿Quién eres tú y qué has hecho con Killian? Te han cambiado en ese sitio, ¿no es cierto?
El mayor de los dos, rió.
—No seas tonto —dijo, divertido—. Deben aprender desde una edad temprana lo que es compartir. Además, todos deben tener al menos uno para poder hacer un brazalete, si luego no lo utilizan ya es cosa suya.
Harold suspiró.
—Iré a preguntarle a alguno —murmuró antes de levantarse e irse.
Killian se quedó sentado, disfrutando de los rayos de sol que calentaban su rostro. Pequeñas gotas de sudor comenzaban a formarse en su frente debido a la cantidad de ropa que había decidido ponerse, pero era más importante terminar el brazalete de hilo azul y negro que estaba a punto de finalizar.
Era uno de esos días en los que únicamente importa pasar un buen rato junto a buena compañía. Tanto las actividades como la guerrilla de agua pasaron a segundo plano porque se estaban divirtiendo todos juntos. Estuvieron horas y horas en el patio, almorzaron también allí y se aseguraron de poner al día a Killian sobre lo ocurrido en los últimos seis meses; así como también se encargaron de presentarle a los nuevos niños que habían ingresado al lugar. Fue una pena que trasladaran la película al exterior, ya que de esa forma Carlisle no pudo acompañarlos. Pero Killian podría decir, sin duda alguna, que guardaría ese día en uno de sus top cinco de mejores recuerdos. Y es que estar con ellos siempre era algo digno de recordar.
Para cuando la hora de la cena llegó, el sol se había ocultado, habían terminado de juntar todo del patio y estaban finalizando la hora del baño, Killian llamó a Carlisle. El vampiro se había pasado gran parte del día haciendo papeleo (tal y como le había dicho a primera hora de la mañana al humano) y hablando con su esposa, contándole cómo era la situación en aquel lugar, por lo que cuando fue llamado por el humano, no dudó ni un instante en tomar un descanso y acudir en su encuentro. Killian lo esperaba en su habitación, en donde estaba terminando de acomodar su bolso antes de marchar a la mañana siguiente. Tres suaves golpes en la puerta y el menor abrió para dejarlo pasar.
—¿Te queda mucho por guardar? —preguntó el rubio.
—Sólo unos cincuenta brazaletes y collares —murmuró, causando la risa del mayor.
—¿Necesitas mi ayuda en algo?
—No. Es sólo... sólo que... bueno... y pensé... dar las gracias... vergüenza... bueno, soy pobre... Diana dijo... incluso los niños... así que sí... pero no sé...
Carlisle no entendió ni la mitad de las cosas que había dicho el chico, ¡y eso que debía suponerse que tenía una audición bastante desarrollada!
—Killian, no te he entendido.
El humano hizo el amago de acercarse pero se detuvo, pareció pensar algo y luego se acercó con su mano izquierda extendida. Carlisle se halló a sí mismo viendo una pulsera de hilo entrelazada cuyos colores azules y negros lucían bien juntos.
Con la cabeza gacha y su rostro ardiendo, Killian comenzó a hablar:
—Hice esto durante las actividades. No tengo mucho que ofrecer a cambio de la amabilidad que me han estado proporcionando desde que nos conocemos, así que pensé que algo hecho a mano sería bueno de regalar, ¡aunque sé que nunca será suficiente algo así de insignificante como para agradecerles!
—¿Lo has hecho específicamente para mi? —preguntó, ligeramente sorprendido ante el detalle.
—Sí. No hace falta que se lo ponga, sería igual de bueno si tan solo lo aceptara.
—¿Me ayudarías a ponérmelo?
Killian levantó la cabeza y miró al vampiro con ojos brillosos.
—¿En... en serio?
—¿Te gustaría que fuera a pedirle ayuda a otra persona?
—¡No! ¡Yo lo ayudo, yo lo ayudo!
El chico se acercó al mayor, quien mantenía su brazo estirado para que el contrario no tuviera problema a la hora de colocar el brazalete. Las manos de Killian temblaban ligeramente a la hora de hacer en fuerte nudo. Una vez listo, se retiró varios pasos.
—Hum —murmuró el vampiro—, luce bien. Muchas gracias, Killian.
—No ha sido nada, señor Cullen.
Suaves golpes en la puerta se escucharon.
—Adelante.
—¿Interrumpo algo? —preguntó nana, asomando su cabeza.
—Tú nunca interrumpes, nana. ¿Necesitas algo?
—¿Podría hablar contigo durante un momento?
—Los dejaré a solas —comunicó el doctor antes de salir de la habitación.
Nana sonrió y caminó hasta la cama, en donde se sentó y palmeó la parte del colchón a su lado para que el menor también se sentara.
—¿Qué pasa, nana?
La mujer miró a aquel chico que prácticamente había criado y no pudo evitar que un sentimiento de angustia se apoderara de su pecho.
—Killian, mi tan querido Killian... Creo que ya eres lo suficientemente mayor como para poder tener una conversación así como adultos.
—No... comprendo.
—Quiero que tengas una mente abierta, ¿de acuerdo?
—Claro...
—Y que comprendas que es normal.
—De acuerdo...
—Te hablo cara a cara porque sé que eres un hombrecito adulto que podrá manejar la situación.
—Nana... me estás asustando.
Soledad suspiró y tomó las pálidas manos del joven entre las suyas llenas de arrugas y cayos.
—Killian, ¿eres feliz junto a los Cullen?, ¿te sientes cómodo con ellos?
—Bueno, todavía es algo raro pero son la primera familia que me trata bien. Creo que nana tuvo razón al aceptar mandarme —dijo de forma segura para que dejara de preocuparse tanto por él.
—Me alegra oír eso. Ellos serán quienes te cuiden cuando yo no esté, lo sabes, ¿no?
El joven sonrió.
—¡Claro que lo sé, nana! Pero no debes pensar en esas cosas ahora, vas a durar muchos, muchos años, ya verás —la sonrisa en el rostro de Killian no duró demasiado al ver el rostro complicado de su nana y el silencio sepulcral que había adoptado—. ¿Verdad, nana?
Soledad hizo una mueca, parecida a una sonrisa, y lo miró directamente a los ojos. El rostro de Killian no tardó en ser bañado por las lágrimas.
—No..., nana, no. Es mentira. Es una broma porque mañana me voy, ¿no es cierto? Ja, ja, ya pueden parar. Tú... tú no...
—Lo siento mucho, mi niño.
—¿Cuándo? ¿Por qué no me lo dijiste?
—Apenas me enteré hace un tiempo. Los doctores me dieron un par de años más de vida, pero quiero que todos estén preparados en caso de que algo suceda. Quería hablar contigo en persona en lugar de hacerlo por teléfono, era la forma correcta.
—Te irás...
—Es algo que no podemos evitar, Ian.
Killian se puso de pie de golpe, las lágrimas cayendo sin parar por su mejillas. Se negaba a creer que aquello era cierto. No su nana.
—Iré a... iré abajo a cenar.
El joven no le dio tiempo a la mujer a contestar cuando ya hubo desaparecido de la habitación. Soledad lo dejó ser, sabiendo que necesitaba tiempo a solas para procesar la información.
Killian bajaba los escalones de dos en dos, sus oídos zumbando y su garganta soportando el nudo que se había formado en ella. El llanto que se suponía que debía salir de sus labios no estaba. Su nana se iría en cualquier momento si su cuerpo no soportaba, no la vería más. La persona la cual había sido su mayor pilar durante toda su vida se iría. ¿Cómo se suponía que debía lidiar con eso ahora? Sentía nauseas, ganas de vomitar. Corría por el pasillo en busca de aquella persona que sabía que no preguntaría lo que sucedía porque seguramente ya lo había escuchado, aquella que, por alguna razón, lo trataba como a alguien de una verdadera familia.
Carlisle lo esperaba junto a la puerta del patio trasero, su rostro mostrando la empatía. Killian se acercó a él, hipando. Era algo vergonzoso como había llorado delante de aquel hombre en varias ocasiones en la última semana.
Tomando toda la valentía que poseía en su cuerpo antes de arrepentirse, Killian preguntó:
—Señor Carlisle, ¿puedo pedirle el favor de darme un abrazo?
Ignorando la sorpresa ante el nombre y, también, la petición, el vampiro abrió sus brazos y le indicó que se acercara. El joven humano no dudo en acercarse y esconderse en su pecho. ¿Era así como se sentía un niño al ser consolado por sus padres? Ante el confort del abrazo y la seguridad que, por alguna razón, éste le proporcionaba, Killian se quebró y lloró desconsoladamente entre los brazos del vampiro una vez más.
¿Por qué la vida se empeñaba en no dejarlo ser feliz?
[•••]
En fin, ¿qué es un fanfic de crepúsculo sin algo de drama?
Killian, poquito a poco, se va abriendo cada vez más.
Déjese querer lrpm.
Con este capítulo, cerramos Luna Nueva y comenzamos con Eclipse.
Victoria, patéame la cara, reina🫶
Dicho esto, espero que hayan disfrutado del capítulo y nos leemos pronto<3
—HAOYUS
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