020; la transformación

Killian se hallaba de pie en una lujosa y alegre área de la recepción en la cual Demetri los había dejado a los cuatro.

—¿Os encontráis bien los tres? —preguntó Edward entre dientes lo bastante bajo para que no pudiera captarlo la recepcionista. Su voz sonaba ruda a causa de la ansiedad.

—Será mejor que sientes a Bella antes de que se desplome —aconsejó Alice—. Va a caerse a pedazos.

La humana temblaba de la cabeza a los pies, temblaba tanto que todo su cuerpo vibraba hasta que le castañetearon los dientes. De un momento a otro, comenzó a llorar de forma histérica.

—Silencio, Bella, calma —pidió Edward conforme la guiaba hacia el sofá más alejado de la curiosa humana del mostrador.

—Creo que se está poniendo histérica. Quizá deberías darle una bofetada —sugirió Alice.

Edward le lanzó una mirada desesperada.

—Todo va bien, estás a salvo, todo va bien —entonaba él una y otra vez. La sentó en su regazo y la arropó con la gruesa capa de lana para protegerla de su piel fría.

—Toda esa gente... —hipó.

—Lo sé —susurró él.

—Es horrible.

—Sí, lo es. Habría deseado que no hubieras tenido que ser testigo de esto.

—¿Necesitan algo? —preguntó una voz en tono educado. Era Gianna, que se inclinaba sobre el hombro de Edward con una mirada que intentaba mostrar empatía, una mirada profesional y cercana a la vez. Al parecer, no le preocupaba tener el rostro a centímetros de un vampiro hostil.

—No —contestó Edward con frialdad.

Ella asintió, sonrió y después desapareció.

—¿Sabe ella lo que sucede aquí? —cuestionó Bella con voz baja y ronca.

—Sí, lo sabe todo —contestó Edward.

—¿Sabe también que algún día pueden matarla?

—Es consciente de que existe esa posibilidad. Alberga la esperanza de que decidan quedársela.

—¿Quiere convertirse en una de ellos? —él asintió—. ¿Cómo puede querer eso? ¿Cómo puede ver a esa gente desfilar al interior de esa habitación espantosa y querer formar parte de eso? —Bella se mantuvo en silencio durante un instante—. Ay Edward...

Mientras ambos hermanos intentaban calmar a la joven humana, él se retiró un poco y se sentó en un alejado asiento de color marrón cerca de la salida. Quería salir de aquel lugar, pero no quería volver y enfrentar a los Cullen. Sus sentimientos eran complicados. Tenía una molesta sensación en el estómago que le daban ganas de vomitar; era consciente de que lo haría de no ser por aquel lugar del cual no se atrevía siquiera mirar por temor a romper algo con tan sólo clavarle la mirada. Edward sabía que había estado mintiendo, ahora tendría que enfrentar aquello que lo había estado atemorizando por tantos meses. Y, por si fuera poco, todo lo bueno que le había sucedido en el último tiempo había sido por culpa de un error. Aquello significaba que, de no haber dado por casualidad con su ficha de adopción, Killian jamás hubiera tenido la oportunidad de tan siquiera acercarse a los Cullen. Miró a través de los ventanales, el sol aún no se ocultaba del todo. Quería irse. Quería buscar a su nana y que ella lo abrazara de la misma forma que hacía cuando era un niño: ofreciéndole caramelos de naranja y cantándole una vieja canción inventada por su ya difunto tío abuelo. Querría no haber tenido que tener la vaga esperanza de que todo aquello fuera real y que, realmente, él se merecía una familia.

Bajó la mirada hacia sus manos como si fueran lo más interesante que hubiera allí, jugueteando con sus dedos mientras respiraba profundamente, una y otra vez. Antes de que pudiera darse cuenta, la figura de Alec apareció frente a ellos. Su baja estatura y aspecto similar al de su hermana le causaban escalofríos al humano. Los ojos escarlata del vampiro se centraron en él durante un instante mientras lo encandilaba con una sonrisa para luego ignorarlo y dirigirse a Edward y Alice.

—Ahora, sois libres para marcharos —anunció con un tono tan cálido que cualquiera hubiera pensado que eran amigos de toda la vida—. Lo único que os pedimos es que no permanezcáis en la ciudad.

Edward no hizo amago de protestar; su voz era fría como el hielo.

—Eso no es problema.

Alec sonrió, asintió y desapareció de nuevo.

—Al doblar la esquina, sigan el pasillo a la derecha hasta llegar a los primeros ascensores —indicó Gianna—. El vestíbulo y las salidas a la calle están dos pisos más abajo. Adiós, entonces —añadió con amabilidad.

Alice se acercó rápidamente hacia Killian y habló:

—Podemos irnos ya —informó—. Estoy segura de que estás deseando volver a casa a descansar.

El humano no contestó. Se limitó a ponerse de pie y asentir mientras ignoraba, de forma no brusca, el toque helado que la fémina tenía intención de hacer. Killian caminó con la cabeza gacha hasta que estuvo detrás de la pareja que había comenzado a caminar hacia el exterior. El sol había bajado, sin embargo, las celebraciones y festejos seguían por todo el lugar. Las luces artificiales alumbraban las calles y les permitían caminar sin problema alguno.

Alice desapareció de un momento a otro, Edward había dicho que fue a recuperar sus pertenencias del lugar donde se suponía que debía estar Killian oculto.

Caminaron a través de un arco de piedra oscura. Encima de ellos había un enorme rastrillo antiguo. Llegaron hasta un coche oscuro que esperaba con el motor en marcha, Edward y Bella se acomodaron en el asiento trasero mientras que Killian se sentaba lentamente en el del co-piloto.

Alice habló en son de disculpa.

—Lo siento —hizo un gesto vago hacia el salpicadero—. No había mucho donde escoger.

—Está muy bien, Alice —sonrió ampliamente—. No todo van a ser Turbos 911.

Ella suspiró.

—Voy a tener que comprarme uno de ésos legalmente. Era fabuloso.

—Te regalaré uno para Navidades —le prometió Edward.

Alice se dio la vuelta para dedicarle una sonrisa resplandeciente.

—Amarillo —le dijo ella.

—Ahora puedes dormirte, Bella —murmuró el vampiro—, ya ha terminado todo.

—No quiero dormir. No estoy cansada. Killian es el que debería dormir —murmuró la humana, recordando que era culpa de todos ellos que el chico estuviera metido en aquel embrollo.

—Inténtenlo —animó—. Ambos.

Bella se negó y Killian tan siquiera prestó atención a lo dicho, su atención puesta más allá de las luces del exterior.

—No creo que nos esté escuchando —susurró la humana muy, muy bajito.

—Hablaré con él más tarde —aseguró el lector de mentes—, te lo prometo.

Fue un viaje bastante tedioso para Killian: las irregulares carreteras y el largo vuelo de regreso hacia Estados Unidos. Durante el trasbordo antes de llegar a Seattle, descansaron durante un par de horas en un hotel, aprovechando a asearse y vestirse, además de comer comida decente. Fue como estar en el cielo cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Seattle. Había pasado todo el trayecto intentando dormir, intentando que sus pensamientos no viajaran a otros indeseados. ¿Cuánto podía escuchar Edward? No se sentía cómodo sabiendo que no tenía privacidad alguna. ¿Había sucedido esto desde un principio? ¿Siempre sabía lo que había pensado? Aquello resultaba vergonzoso.

Alice fue la primera en divisar a la familia Cullen (salvo Emmett y Rosalie, quienes esperaban fuera), acercándose rápidamente hacia su pareja y saludándola de forma silenciosa. Bella y Edward fueron recibidos por Carlisle y Esme, ésta última balbuceando agradecida por el trabajo de la humana que le había devuelto a Edward junto a ellos.

Killian, por su parte, se mantuvo lejos de la escena, con su cabeza gacha y las manos en los bolsillos mientras una mochila colgaba de su hombro; capucha puesta sobre la cabeza y ocultando su rostro. Carlisle divisó al humano, su rostro preocupado. Sus ojos dorados miraron brevemente en dirección a Jasper, cuyo semblante lucía tétrico. El doctor se acercó con pasos lentos hacia el chico hasta que estuvo junto a él. Apoyando una de sus manos sobre su hombro derecho, llamó su atención. Killian levantó la cabeza, su mirada fija en un punto desconocido del horizonte. A pesar de ocultar su rostro bajo aquella capucha, aquello no impidió que vieran las lágrimas descender por su rostro, ahogando aquellos hermosos ojos rojos en agua salada. Aquella imagen hizo reaccionar a los presentes. Si bien escucharlo llorar era una cosa, verlo en persona era totalmente distinta. Carlisle movió sus manos mecánicamente alrededor del humano pero sin llegar a tocarlo. Miró hacia atrás en busca de la ayuda de Edward, quien al encontrar sus ojos, asintió, y tras la afirmativa no dudó en tirar del cuerpo del humano y rodearlo con sus brazos.

Killian pareció quebrarse cuando sintió el abrazo; su llanto se intensificó y sus cálidas extremidades rodearon la cintura del mayor con fuerza. Lloraba de forma desgarradora, como nunca había llorado, lloraba como si todos los años de sufrimiento se hubiera amontonado de golpe aquel día y él estuviera, por fin, demostrando a otros todo el dolor que había pasado a lo largo de sus ya dieciocho años. Poco parecía importarle en dónde se hallaba, simplemente se había dado el lugar y el momento en el que su mente no había podido soportarlo más. Carlisle jamás se había sentido tan impotente en su vida. Incluso Jasper se sentía así, y es que su don parecía haber dejado de funcionar en aquel momento. El dolor que Killian sentía era demasiado fuerte y perseverante. El abandono de su hermana y él en el orfanato; el centenar de veces que ambos fueron devueltos por su culpa, la separación de Lively para que pudiera tener una vida tranquila, los maltratos en las casas a las que iba, los insultos debido a su aspecto, los calurosos días encerrado en un sótano sin comida ni agua, el aprender que nadie estaría ahí para él, el haber visto por primera vez a otros con el mismo color de ojos pero que esos fueran seres los cuales no deberían siquiera existir, el haberse visto envuelto en una situación de la cual no era seguro que saliera con vida y, por último, regresar para tener que enfrentarse a la realidad. Todo aquello estaba pasando factura en aquel momento.

Killian parecía haber llegado a su límite.

A ninguno parecía importarle que estuvieran llamando la atención de los turistas o los empleados del lugar. Sólo tenían ojos para el humano.

—Lo siento muchísimo, señor Cullen —murmuró el humano de forma ahogada, su cabeza enterrada en el pecho del vampiro.

Carlisle acarició su espalda de forma reconfortante, dando una imagen muy paternal en el exterior. El menor temblaba.

—¿Por qué te disculpas ahora? —murmuró el mayor con tono bajo, suave cual brisa de verano.

Killian hipó y aflojó un poco el agarre, intentando fallidamente tranquilizar su llanto para que pudiera entenderlo.

—Lo siento por no haber —volvió a hipar— sido uno de ustedes. Hubiera... hubiera sido mejor que me regresaran con nana, así tampoco hubieran incumplido la regla del señor Aro dos veces.

¿Aro? ¿Killian había conocido en persona Aro?

—¿Uno... de... nosotros...? —repitió el patriarca de la familia, aún con el humano hundido en llanto entre sus brazos, antes de mirar al vampiro de cabello cobrizo.

—Aro nos obligó a contárselo —explicó.

—¿Lo vio en ti? —cuestionó.

—En mi —interrumpió Alice—. Tocó mis manos varias veces a lo largo de toda la conversación. Puede haber visto lo que quiera...

—Pero me mencionó a mi —murmuró Edward.

—Pero... dijo que no lo había visto cuando intentabas... ya sabes... —volvió a decir Alice.

Ambos se miraron, luciendo confusos y algo tensos. ¿Acaso Aro había conseguido despistarlos? No..., no era posible.

Carlisle suspiró, acariciando la cabeza del humano cuyo llanto comenzaba a calmarse.

—Shh, shh —calmó—. Está bien. Intenta calmarte —girándose hacia el lector de mentes dijo:— Hablaremos cuando lleguemos a casa y descansen un poco —el rubio volvió a girarse hacia Killian—. Supongo que esto significa que sus recuerdos están de vuelta, ¿no? —Alice asintió—. De acuerdo. Será mejor que nos pongamos en marcha, hay un rato de viaje hasta Forks.

El adolescente se separó de Carlisle, bajando la mirada debido a la repentina vergüenza que comenzaba a apoderarse de sus sentidos, y se retiró varios pasos hacia la izquierda. El rubio vampiro elevó la comisura de sus labios con expresión triste, era consciente que, desde aquel momento, deberían prestar mucha más atención de la ya dada a Killian y su salud mental. Eso era, siempre y cuando, el humano aceptara quedarse con ellos o decidiera volver junto a Soledad.

El grupo caminó lentamente hacia el aparcamiento, siendo Edward y Esme los que sujetaran a Bella —quien parecía a punto del colapso ante tanto agotamiento—. Carlisle, Alice y Jasper se mantuvieron cerca del humano pero proporcionándole el suficiente espacio personal para que no molestarlo. Cuando llegaron al aparcamiento, Emmett y Rosalie los esperaban apoyados sobre un Sedán negro. Edward se alteró ante su presencia, y aunque Rosalie hubiera preferido correr en busca de Killian, se quedó atrás para poder disculparse con su hermano adoptivo y la humana. Edward se detuvo de golpe y mostró clara molestia en su rostro.

—No lo hagas —susurró Esme—. Ella lo ha pasado fatal.

—Qué menos —dijo Edward, sin hacer intento alguno de bajar la voz.

—No ha sido culpa suya —Bella intervino con la voz pastosa por el agotamiento.

—Déjala que se disculpe —suplicó Esme—. Nosotros iremos con Jasper y Alice.

Edward fulminó con la mirada a aquella vampira rubia.

Esme empujó suavemente la parte baja de la espalda de Killian para obligarlo a caminar en dirección al otro vehículo que los esperaba. Ante el toque se sobresaltó pero comenzó a desplazarse de forma rápida hacia donde Jasper esperaba situado en el asiento del conductor.

El camino por carretera era largo y tedioso, y hubieran vuelto a tomar otro vuelo de no ser por la humana cuya relación con los aviones no era demasiado buena. Durante las tres horas de viaje, Killian fue capaz de descansar por primera vez desde que habían abandonado Forks la última vez. Aunque incómodo, sintió que su cuerpo le daba las gracias a gritos por las horas de descanso. Cuando despertó, se vio a si mismo cubierto por una manta de color burdeos y con el asiento reclinado lo máximo posible, en su cuello descansaba una almohada de viaje de color azul marino. Sus ojos tardaron varios minutos en adaptarse a su alrededor; Alice y Esme estaban junto a él pero sentadas correctamente, ahora era Carlisle el que conducía y Jasper miraba con poco interés el paisaje nocturno del exterior.

—¿Has dormido bien? —preguntó la aterciopelada voz de Esme—. Llegaremos a casa en media hora, podrás descansar mejor ahí. ¿Necesitas algo? ¿Agua?

Killian negó, enderezándose un poco para que su cuerpo se estirara. Alice se inclinó hacia él para colocar el asiento correctamente antes de alejarse de él. La vampiro lo estaba pasando mal, se suponía que había tomado la decisión correcta. ¿O habría sido mejor dejarlo marchar solo hacia Ithaca cuando no sabía si aquel vampiro seguía detrás de él? ¿Dejarlo a la deriva frente a un desconocido vampiro o llevarlo con ella y dejarlo fuera del asunto (aunque esto no hubo funcionado)? No tenía mucho tiempo para decidir y, para la joven Alice, la decisión estaba muy clara desde el principio. Jasper se giró hacia ella y sonrió en busca de reconfortarla, cosa que su pareja agradeció.

—Sabes que si hay algo que desees saber, puedes preguntarlo, ¿no? —la voz de Carlisle se escuchó bastante alta dentro del espacio del vehículo debido al silencio de la noche—. Creo que estamos en una etapa en la que ya puedes ser tan curioso como quieras.

Killian divisó aquellos ojos dorados mirarlo a través del espejo retrovisor, ojos que mostraban nada más que amabilidad y que, por alguna razón, siempre proporcionaban cierta calidez.

Aunque el sentimiento de querer curiosear cruzó por su cuerpo durante un instante, sólo hubo una pregunta rondando su mente con letras mayúsculas.

—¿Y Jasper? —cuestionó en voz baja.

Carlisle miró a su hijo adoptivo de reojo y frunció su ceño.

—¿Qué ocurre con él? —el rubio vampiro imaginó que se refería al día en el cual lo atacó, el día de la fiesta de cumpleaños de Bella.

—¿Dónde está? ¿Lo habéis dejado en Ithaca?

Fue en ese entonces que se dio cuenta de que el Jasper vampiro no le importaba en lo más mínimo. El humano estaba preocupado por el perro.

—Jasper está en el coche junto a Emmett y Rosalie —contestó risueño—, lo podrás ver en cuanto lleguemos a casa. Te ha echado de menos.

Killian asintió y se acomodó en el lugar para esperar que aquella media hora se terminara cuanto antes.

Volver a aquella casa con todo los Cullen al completo resultaba extraño. Jasper fue el primero en bajar del vehículo de Emmett, moviendo la cola y ladrando fuertemente para que supieran que había llegado. Killian realmente pensaba que era un perro muy listo. El animal corrió hacia él cuando lo vio bajar, saltando con gran ímpetu y logrando tirarlo al suelo; lamió su rostro con su larga lengua rosada y lloriqueó para que lo acariciara. El humano se sentó en el suelo, ignorando la tierra que se había adherido a su ropa y cumplió las peticiones del animal. Contento, el perro se tumbó boca arriba, exponiendo su barriga.

—¡Oh, Killian! —la voz de Rosalie se escuchó a su lado, sonaba afligida y tenía un deje de tristeza en el tono—. ¿Cómo estás? Dios, lo siento tanto. Debe haber sido horrible.

—Rosalie —llamó Carlisle. La hermosa vampiro lo miró—, hablemos dentro.

Killian observó como la rubia suspiraba y, a regañadientes, se adentraba dentro de la casa seguida por su pareja. Él se puso en pie mientras se dirigía al vehículo para tomar sus pertenencias, siempre seguido de cerca por el canino. Todos, salvo Carlisle que se quedó a esperarlo, se adentraron en la casa antes. De un momento a otro, la luminosidad del interior consiguió alumbrar la entrada lo suficiente como para poder ver perfectamente por donde pisaba. A comparación con aquel día que estuvo solo en aquella gran casa, preferiría mil veces verla habitada. El salón, donde el piano y los sofás de color blanco se hallaban, se encontraba algo desordenado gracias a algunos bolsos con cosas esenciales que habían traído de regreso, entre ellas, la pequeña cama de Jasper, su comida y platos para la misma comida y el agua.

Carlisle le indicó un lugar vacío en el sofá y Killian se sentó de forma correcta: con su espalda recta, sus manos sobre sus rodillas y las piernas juntas.

—Bien. Alice nos ha contado todo mientras dormías, y supongo que Edward les habrá dicho lo mismo tanto a Rosalie como Emmett, así que —dijo Carlisle—, ¿alguien quiere comenzar?

El silencio los rodeó, pequeñas miradas eran lanzadas unos a otros de vez en cuanto. Eso, hasta que la estridente voz de la rubia vampiro apellidada Hale resonó entre las cuatro paredes.

—¡¿Es que acaso la inmortalidad mató no hizo que vuestras neuronas funcionaran mejor?! ¡¿Siquiera por qué creías que era buena idea llevarlo contigo a Volterra?! ¡Volterra! ¡¿No era obvio que notarían el olor de otro humano en ti?! —vociferó, furiosa—. Para colmo eso no es lo peor, ¡lo peor es que Aro lo vio directamente! —Emmett colocó la mano en su espalda y la acarició para intentar calmarla. Rosalie lo fulminó con la mirada—. No me toques. Ya me disculpé con Bella y Edward sobre todo lo que sucedió, y sí que me sentí mal por ello, pero ¿qué tienen pensado hacer ahora? ¿Qué tienen pensado? "¡Oh, sí Bella, llevemos con nosotros a Killian a un lugar al cual no sabemos si saldremos con vida!". ¿Y aceptar transformar a Killian luego de la transformación de Bella? ¿Son idiotas? Les funciona mal el cerebro, ¿verdad? ¡Lo sabía! Sabía que no tenía sentido cuando decidieron meterla en la familia. ¿Le han preguntado siquiera a Killian si quiere convertirse en uno de nosotros?

Rosalie inhaló y exhaló varias veces para calmar su repentino arrebato.

—¿Eso es todo? —inquirió Carlisle con su calmado tono de voz.

Ella ni siquiera contestó.

—Entiende que estábamos en una situación complicada —murmuró Alice, ganándose un mal gesto por parte de la rubia—. Teníamos poco tiempo y no me podía permitir acompañarlo a Ithaca, y tampoco dejarlo solo mientras esperaba a que alguno de ustedes decidiera ir a por él. El día antes de irnos, cuando lo vine a buscar para pasar un día con Bella en casa de Charlie, hubo un aroma que jamás había sentido. Era el olor de un vampiro pero jamás lo había sentido. Incluso ahora si prestas mucha atención puedes notar un ligero rastro que aún perdura. No me podía arriesgar a dejarlo solo.

Esme negó con la cabeza, sentándose a un lado de Rosalie y suspirando.

—Lo hecho, hecho está, supongo —susurró—. ¿Killian?

Él la miró.

—¿Si? —contestó con una voz tan baja que de no haber sido vampiros no hubieran logrado escuchar.

—Lo que dijiste en el aeropuerto...

Su cuerpo se tensó.

—Pueden... pueden regresarme con nana si así lo prefieren —farfulló—. No me opondré ni diré nada de lo que he visto, yo sólo... no quiero causar más problemas.

—Tú nunca has causado problemas —aseguró la mayor.

Carlisle caminó cauteloso hasta el sofá y se sentó junto al humano.

—¿Por qué querríamos regresarte junto a Soledad? —cuestionó el doctor.

—Edward dijo que usted se había equivocado al adoptarme.

—¿Notan eso? —murmuró Rosalie—. Creo que es mi cuerpo transformándose en un Vulturi.

Carlisle le lanzó una mirada de advertencia.

—Confesaré que esperábamos a alguien como nosotros, sí —comenzó a contar el vampiro—, pero eso no quita el hecho cien por cien verídico de que nos cautivaste a todos nosotros. ¿Por qué piensas que nada más a una semana de convivir con nosotros yo ya buscaba desesperado los papeles para completar la adopción? Killian, vimos en ti una calidez que le hacía falta a esta familia. Y si bien en un principio no esperamos un humano, jamás he dicho que me arrepienta de mi decisión.

»Todos ellos que han sido adoptados por mi esposa y por mi, fueron adoptados porque somos de la misma especie, porque aceptaron la inmortalidad al estar al borde de la muerte, aceptaron cambiar su dieta y vivir de forma civilizada para poder, siquiera, aparentar que somos personas normales. Ellos no necesitan cuidados, cada uno puede valerse por sí mismos ya que no corren peligro alguno debido a su condición. Tú, sin embargo, me has dado la oportunidad de comprender de primera mano ese sentimiento de paternidad del cual tanto hablan en mi trabajo cada vez que nace un niño. Aunque sienta aprecio incondicional por mi familia, la mayoría de los momentos que comparto con mis hijos parecen como si fuéramos amigos de toda la vida, y he hablado en centenar de ocasiones con ellos sobre esto y sienten lo mismo que yo. Más desde que tú llegaste, todos hemos notado una mejoría notable en nosotros, además de que también hemos podido sentir una nueva emoción. Todos ellos te adoran y te consideran su hermano; y Esme y yo, te consideramos nuestro hijo, pase lo que pase.

—Creo que Edward acaba de perder su lugar como hijo favorito —susurró Emmett.

—Nunca fue el hijo favorito —dijo Rosalie.

—Bueno, seguro que desde ahora sí que no lo es —se unió Jasper.

El rostro de Killian, bañado en lágrimas nuevamente, miraba perplejo al doctor.

—¿Eso significa que no me mandará de regreso al orfanato?

Carlisle rió jovial, una risa que llevaban tiempo sin oír.

—Eso depende, ¿no estás lo suficientemente asustado como para seguir viviendo con nosotros?

Killian abultó su labio inferior.

—Lo estoy —admitió—, pero no me han comido todavía.

—"Todavia" —repitió Emmett, ganándose un codazo por parte de su esposa.

—No... no "comemos" personas —explicó Carlisle con suavidad—. Nos alimentamos únicamente de sangre animal —explicó. Killian miró con horror en dirección a Jasper—. ¡No nos comemos las mascotas tampoco!

—Cazamos osos, venados, alguna que otra vez vamos a cazar pumas —interrumpió Emmett.

—Y... cuando... durante... —Killian se calló, respiró profundamente y continuó—, durante el cumpleaños de Bella, ¿por qué...

Jasper bajó la cabeza, completamente avergonzado de aquello, sin embargo, sabía que en algún momento debía dar la cara por sus errores.

—Soy uno de los miembros más recientes de la familia y, en comparación con el resto, no llevo demasiado tiempo alimentándome de sangre animal. El incentivo de la sangre de Bella y el hambre que sintieron mis hermano provocó que mi razón se nublara y no pudiera controlarme —explicó—. Me disculpo sinceramente por ello, y si te sientes más seguro conmigo alejado, volveré a la otra casa que tenemos por aquí cerca.

—No —contestó en un susurro—, eso me haría sentir como si te estuviera echando de tu propia casa. Eso no es lindo.

—Entonces... ¿te quedarás con nosotros? —cuestionó el doctor.

—¿Podría... hablar con mi nana primero? ¿Podría verla?

—¿Quieres que la invitemos a venir?

—No. Quiero ir al orfanato.

—Sabes que alguno de nosotros deberá acompañarte, ¿cierto? —Killian asintió—. Está bien. Hablaré con ella en la mañana. Ahora, ve a cambiarte y descansa un poco, ya sabes dónde está tu habitación.

El adolescente asintió, dando las gracias ante las molestias de contactar a nana y corrió escaleras arriba en dirección a su habitación seguido por el perro —el cual se había negado en dormir en otro lugar que no fuera a los pies de su cama—.

Killian durmió durante todo el día, ya que cuando se fue a acostar el sol comenzaba a salir por el horizonte, y despertó cuando el reloj marcaba la media noche. Abrió sus ojos y despertó fuera de sí, sin saber qué día era ni dónde se encontraba. Lo único que sí reconoció era el rubio pelaje del canino durmiendo a sus pies. Se sentó, estiró su espalda (la cual sonó de manera no muy atractiva) y se deshizo de las sábanas sobre sus piernas antes de ponerse de pie. Tuvo que encender la lámpara de noche para no tropezar mientras caminaba por la habitación hasta el baño; hizo sus necesidades, lavó su rostro, sus dientes y peinó su cabello con las manos antes de salir de la estancia. Bajando las escaleras, aún con su pijama negro con pequeños garabatos de ovejas, pudo ver a Carlisle sentado en una esquina mientras leía un libro cuyo idioma él desconocía.

—¿Has dormido bien? —preguntó con una sonrisa en el rostro.

—Um —asintió.

Dejando el libro a un lado, se levantó y se acercó a él.

—Ven. Siéntate en la mesa de la cocina mientras te preparo algo de comer —dijo mientras caminaba hacia dicho lugar, seguido del humano—. Has estado durmiendo durante todo el día, todo el estrés debe haberte pasado factura.

—Lo siento.

—¿Te disculpas por dormir? —rió—. No te disculpes por algo así, al fin y al cabo, fue nuestra culpa desde un principio. ¿Te apetece comer un omelette, café, tostadas, un bistec, pasta?

—Uh... un omelette simplemente —contestó sin saber qué elegir entre tanta opción.

—De acuerdo —contestó mientras se daba la vuelta y buscaba las cosas necesarias para cocinar—. Hablé esta mañana con Soledad. Dijo que no habría ningún problema en que la visitaran, así que tengo dos billetes de avión para pasado mañana, ¿te parece bien?

—Sí. Está bien.

—¿Pimentón dulce?

—Sí, por favor —Killian vio como las manos del vampiro se movían con rapidez mientras batía el huevo en un pequeño cuenco, le añadía el pimentón y seguía batiendo—. ¿Señor Cullen?

—¿Si?

—¿Podría-podría ser usted el que me acompañara?

El sonido que provocaba al batir se detuvo. Carlisle elevó la mirada hacia el humano y sonrió.

—Sería un placer. ¿Estas seguro? —el humano asintió—. Entonces, de acuerdo. No sé cuántos días pla-... Espera aquí un segundo.

Carlisle desapareció por la puerta de la cocina en dirección al salón.

—Bienvenida otra vez, Bella —escuchó decir al patriarca—. ¿Qué podemos hacer por ti en plena madrugada? A juzgar por la hora, supongo que no se trata de una simple visita de cortesía, ¿verdad?

—Me gustaría hablar con todos vosotros enseguida si os parece bien. Se trata de algo importante.

—Por supuesto —dijo Carlisle—. ¿Por qué no hablamos en la otra habitación?

Carlisle volvió a aparecer en la cocina. Ante los ojos de Bella se presentó la imagen de un joven de ojos rojos que estaba sentado frente a una gran mesa ovalada de madera rodeada por ocho sillas a su alrededor. Carlisle estiró su mano en su dirección para que Bella tomara asiento.

Esme había seguido a Edward, y detrás de ella entró en fila india toda la familia. Carlisle se sentó a la derecha de la joven y Edward a la izquierda. Todos tomaron asiento en silencio.

Carlisle hizo un gesto con la cabeza en su dirección y dijo:

—Tienes el uso de la palabra.

—Bueno, espero que Alice os haya contado cuanto sucedió en Volterra —comenzó a decir Bella.

—Todo —aseguró Alice.

—¿Y lo que está a punto de ocurrir?

—Eso también.

—Perfecto; entonces, estamos todos al corriente. Bueno, tengo un problema —comenzó—. Alice prometió a los Vulturis que me convertiría en uno de vosotros, al igual que hizo con Killian. Van a enviar a alguien a comprobarlo y estoy segura de que eso es malo, algo que debemos evitar. Ahora, esto os afecta a todos. No voy a imponerme por la fuerza si no me aceptáis, con independencia de que Alice esté o no dispuesta a convertirme —Esme abrió la boca para intervenir, pero Bella alzó un dedo para detenerla—. Dejadme terminar, por favor. Todos vosotros sabéis lo que quiero y estoy segura de que también conocéis la opinión de Edward al respecto. Creo que la única forma justa de decidir esto es que todo el mundo vote. Si decidís no aceptarme, bueno, en tal caso, supongo que tendré que volver sola a Italia. No puedo permitir que vengan aquí —Killian, quién no sabía qué era lo que quería Bella, se mantuvo en silencio. Jasper y Edward, bajaron la cabeza para evitar reír ante los sentimientos y pensamientos del humano—. Así pues, tened en cuenta que en modo alguno os voy a poner en peligro. Quiero que votéis sí o no sólo al asunto de convertirme en vampira.

El rostro del lector de mentes volvió a estar serio.

—Un momento. Tengo algo que añadir antes de que votemos. No creo que debamos ponernos demasiado nerviosos —prosiguió— por el peligro al que se refiere Bella. Veréis —explicó sin dejar de recorrer la mesa con la mirada mientras hablaba—, había más de una razón por la que no quería estrechar la mano de Aro al final del todo. Se les pasó una cosa por alto y no quería ponerles sobre la pista.

—¿Y qué es? —le instó Alice.

—Los Vulturis están demasiado seguros de sí mismos, y por un buen motivo. En realidad, no tienen ningún problema para encontrar a alguien cuando así lo deciden. ¿Os acordáis de Demetri? Encuentra a la gente, ése es su talento, la razón por la que le mantienen a su lado —«¿Cuál de todos era Demetri?», se preguntaba Killian—. Demetri es el que nos acompañó a la salida.

Killian hizo una mueca.

—Por favor, no hagas eso —pidió en voz baja—. Es... incómodo no tener privacidad.

—Disculpa —contestó Edward, mostrando una sonrisa avergonzada.

—Ahora bien, estuve hurgando en sus mentes para obtener la máxima información posible todo el tiempo que estuvimos con ellos. Buscaba algo, cualquier cosa que pudiera salvarnos. Así fue cómo me enteré de la forma en que funciona el don de Demetri. Es un rastreador, un rastreador mil veces más dotado que James. Su habilidad guarda una cierta relación con lo que Aro o yo hacemos. Capta el... gusto... No sé cómo describirlo. .. La clave, la esencia de la mente de una persona y entonces la sigue. Funciona incluso a enormes distancias. Pero después de los pequeños experimentos de Aro, bueno... —Edward se encogió de hombros.

—Crees que no va a ser capaz de localizarme —concluyó la humana con voz apagada.

—Estoy convencido. El confía ciegamente en ese don. Si eso no funciona contigo, en lo que a ti respecta, se han quedado ciegos.

—¿Y qué resuelve eso?

—Casi todo, obviamente. Alice será capaz de revelarnos cuando planean hacernos una visita. Te esconderemos. Quedarán impotentes —dijo con fiero entusiasmo—. Será como buscar una aguja en un pajar.

Él y Emmett intercambiaron una mirada y una sonrisita de complicidad. Aquello no tenía ni pies ni cabeza.

—Te pueden encontrar a ti —recordó Bella.

Emmett se rió, extendió el brazo sobre la mesa y le tendió el puño a su hermano.

—Un plan estupendo, hermano —dijo con entusiasmo.

—No —masculló Rosalie.

—En absoluto —coincidió la humana.

—Estupendo —comentó Jasper, elogioso.

—Idiotas —murmuró Alice.

Esme se limitó a mirar a Edward.

—Dices que se han quedado ciegos con respecto a Bella —interrumpió Killian en toda aquella conversación—. Pero, ¿no que también debo obtener la inmortalidad para seguir "con vida"?

Edward tensó la mandíbula. Por un instante se había olvidado que Killian también estaba metido en todo aquel problema.

Bella se irguió en la silla para atraer la atención de todos.

—En tal caso, de acuerdo. Edward ha sometido una alternativa a vuestra consideración —dijo con frialdad—. Votemos.

—¿Quieres que me una a tu familia?

—No de esa forma. Quiero que sigas siendo humana.

—¿Alice?

—Sí.

—¿Jasper?

—Sí —respondió con voz grave.

—¿Rosalie?

Ella vaciló mientras se mordía la parte inferior de su labio carnoso.

—No, pero déjame explicarme —rogó—. Quiero decir que no tengo ninguna aversión hacia ti como posible hermana, es sólo que... Esta no es la clase de vida que hubiera elegido para mí misma. Me hubiera gustado que en ese momento alguien hubiera votado <no> por mí.

Bella se volvió hacia Emmett.

—¡Rayos, sí! —esbozó una sonrisa ancha—. Ya encontraremos otra forma de provocar una lucha con ese Demetri.

Bella miró a Esme.

—Sí, por supuesto, Bella. Ya te considero parte de mi familia.

—Gracias, Esme. ¿Killian?

—Soy el menos indicado para decidir algo ahora mismo... Yo sólo estoy aquí porque quería cenar...

Por último, quedaba Carlisle.

—Edward —dijo él.

—No —refunfuñó Edward con los dientes apretados y retrajo los labios hasta enseñar los dientes.

—Es la única vía que tiene sentido —insistió Carlisle—. Has elegido no vivir sin ella, y eso no me deja alternativa.

—¿Y qué piensas hacer con Killian?

—Eso es decisión suya...

Edward miró a ambos humanos, se levantó de la mesa y se alejó de ésta mientras salía de la cocina.

—Supongo que ya conoces el sentido de mi voto —concluyó Carlisle con un suspiro.

—Gracias —murmuró. Un estrépito ensordecedor resonó en la habitación contigua—. Es todo lo que necesitaba. Gracias por querer que me quede. Yo también siento lo mismo por todos vosotros.

Al final de la frase, su voz se quebró a causa de la emoción. Esme estuvo a su lado en un abrir y cerrar de ojos y la abrazó con sus fríos brazos.

—Me querida Bella —musitó.

—Bueno, Alice —dije cuando Esme me soltó—. ¿Dónde quieres que lo hagamos?

—¡No! ¡No! ¡NO! —bramó Edward que entró como un ciclón en la estancia. Se acercó a Bella y la miró con su rostro chorreando cólera—. ¿Estás loca? ¿Has perdido el juicio?

—Eh... Bella, no me parece que yo esté lista para esto —terció Alice con una nota de ansiedad en la voz—. Necesito prepararme...

—Lo prometiste —le recordó a Edward.

—Lo sé, pero... Bella, de verdad, no sé cómo hacerlo sin matarte.

—Puedes hacerlo —alentó—. Confío en ti.

Edward gruñó furioso. Alice negó de inmediato con la cabeza. Parecía atemorizada.

—¿Carlisle? —preguntó la todavía humana.

—Soy capaz de hacerlo. No corres peligro de que yo pierda el control.

—Suena bien.

—Espera —le pidió el lector de mentes entre dientes—. No tiene por qué ser ahora.

—No hay razón alguna para que no pueda ser ahora —repuso ella, aunque las palabras resultaron incomprensibles.

—Se me ocurren unas cuantas.

—Naturalmente que sí —contestó con molestia—. Ahora, aléjate de mí.

—Charlie va a venir a buscarte aquí dentro de tres horas. No me extrañaría que trajera a sus ayudantes. Sugiero que pospongamos esta conversación en aras de seguir pasando desapercibidos —dijo Edward, que seguía hablando con los dientes apretados, pero ahora se dirigía a Carlisle—. Al menos, hasta que Bella termine el instituto y se marche de casa de Charlie.

—Es una petición razonable, Bella —señaló Carlisle.

—Lo consideraré.

Edward se relajó y dejó de apretar los dientes.

—Lo mejor sería que te llevara a casa —dijo, ahora más sereno—. Sólo por si Charlie se despierta pronto.

Bella observó a Carlisle.

—¿Después de la graduación?

—Tienes mi palabra.

—Vale, puedes llevarme a casa —le avisó a Edward.

Bella y Edward desaparecieron en un abrir de ojos. La cocina se quedó en silencio mientras la familia de vampiros miraba al único humano de la estancia.

—¿Duele? —preguntó Killian de un momento a otro.

Esme juntó ambas cejas.

—¿El qué?

—La transformación.

Todos se quedaron sin habla.

—Sólo hasta que tu corazón deja de latir —confesó Carlisle, sin ser capaz de mentirle.

—Debe... debe haber otra opción —soltó Rosalie.

Carlisle miró el rostro complicado de Killian. Esme se alejó un par de pasos para seguir haciendo la cena del chico que su marido estaba haciendo con anterioridad.

—Killian... ¿qué te gustaría hacer?

El humano bajó la mirada hasta las manos que descansaban sobre su regazo.

—Realmente... no he pensado en ello, pero... vivir para siempre significaría tener que aprender a vivir sin ver a mi nana nunca más —su voz se quebró ante la sola mención del hecho—. No obstante... tampoco quiero morir a manos de ellos. ¿Podría... podría pensarlo un poco más?

Rosalie se acercó al chico y colocó uno de sus brazos sobre sus hombros de forma reconfortante. Killian se obligó a no sobresaltarse, debía acostumbrarse.

—¡Claro que sí! Puedes pensarlo el tiempo que haga falta y, si encontramos alguna solución para que sigas siendo humano, la llevaremos a cabo —anunció la rubia.

—Puedes estar tranquilo, Killian —dijo Carlisle—, no haremos nada que tú no quieras.

Esme se acercó al humano con un plato en sus manos y un bello bien presentado omelette. Lo colocó encima de la mesa y sonrió hacia el chico.

—Te damos nuestra palabra. Somos una familia, Killian, y respetamos la decisiones del resto.

Killian bajó la cabeza y miró el plato de comida, una pequeña mueca similar a una sonrisa apareciendo en la comisura de sus labios.

¿Por qué la tristeza constante que sentía en su corazón había dejado de sentirse tan intensa?





[•••]

¡AAAAH¡ ¡Estamos a punto de terminar con Luna Nueva!

Sólo diré que:
Bella del libro te quiero y te odio por momentos.

No saben las ganas que tengo de mostrarles el desarrollo con respecto a los dos últimos libros. Estoy muy, muy contenta con los resultados.

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