015; solo

Su cabeza dolía. Un constante dolor punzante en la parte trasera de su cabeza que le daba inmensas náuseas. ¿Alena? Imposible. Su rostro se contrajo durante un instante, sus ojos permanentemente cerrados ante la intensidad del dolor. Sus manos sudaban. Era una sensación agobiante y muy molesta.

—¿Killian? —la voz de Alice sonó a su izquierda. ¿Cuándo había llegado a su lado?

Incluso el bajo tono de voz de la chica le causaba molestia. ¿Era esto debido al golpe? ¿Alguna consecuencia de éste? Killian se sentía terriblemente mal.

—¿Killian? —volvió a escuchar la voz de la joven.

Odiaba esa sensación. La sensación de sentirse mal y saber que tendría que pedirle ayuda a alguien para poder mejorar. Jamás le había gustado obtener la ayuda de los demás, sabía que aquello sería causarle problemas innecesarios a otras personas y eso era lo que menos querría Killian: causar problemas.

—Estoy bien —aseguró el joven, respirando profundamente antes de levantar la cabeza.

La borrosa baja estatura de una niña fue lo primero que vieron sus ojos al abrirlos. Killian tuvo que pestañear un par de veces para enfocar la imagen.

—Ian, ¿estás bien? —preguntó la aniñada voz.

El joven no quería ser brusco con ella, pero su voz provocaba cierta molestia en su cabeza. Sin embargo, se lo guardó para sí mismo, se acuclilló frente a la ojiverde y sonrió.

—¿Qué estas haciendo aquí?

Alena sonrió.

—Mi nueva mamá llamó para que pudiera verte, pero tu nuevo papá dijo que habías tenido una pequeña caída y que estabas en el hospital. Mamá habló con nana, nana llamó a tu papá y él le dijo que habías perdido la memoria. Luego nana se lo dijo a mi mamá y yo le dije a nana que quería verte.

—¿Tu nueva mamá? Espera, ¿mi papá? ¿Te refieres al señor Cullen? —murmuró el humano, confuso. La niña asintió sin dudarlo. Killian quedó un poco descolocado ante la forma en la que Alena llamaba al señor Cullen; pero, en cierto modo, logró entender que Alena asociaba la adopción definitiva con llamar a los adoptantes "papá" y "mamá". Killian supuso que nana Sol debía haberle dicho que había sido adoptado—. ¿Convenciste a nana para venir hasta Nueva York?

—No sabes lo insistente que puede ser esta niña... —se quejó la mujer mayor.

—Le dije a nana que mis papás me acompañarían y aceptó.

—¿Están aquí? —preguntó el adolescente.

—No —negó—, se quedaron en el hotel. No querían molestarte.

—Oh.

Soledad se acercó al menor y lo examinó de arriba a abajo, bajo la atenta mirada del clan de vampiros. Sus arrugadas manos subieron hasta sus mejillas y las ahuecaron con delicadeza. Los ojos de la mujer mostraron un brillo triste al mirar su rostro.

—¿En serio te encuentras bien? —preguntó la mujer.

—Ha sido sólo un golpe, nana —aseguró.

—Pero has perdido la memoria.

Killian tensó la mandíbula, bajando la mirada hasta el suelo sin saber qué contestar.

—Pero, Ian nos recuerda a nosotras —pensó la niña en voz alta.

Carlisle no pudo evitar reír un poco ante lo dicho. Los niños eran algo fascinante.

—La memoria se puede perder en partes —explicó—. Killian sólo perdió una pequeña parte de ella.

—¿Y la va a encontrar? —cuestionó la niña como si aquello se tratara de una simple pieza de puzzle desaparecida.

—Eso..., muy probablemente sí.

—¿Cuánto tiempo puede tardar? —volvió a preguntar nana.

—Días, semanas, quizá meses. Todo depende cómo funcione su cuerpo, nosotros no podemos hacer mucho más incluso aunque queramos.

—Lo entiendo —la mujer suspiró y sonrió—. Están haciendo más que suficiente cuidando a mi pequeño Ian.

Las mejillas del adolescente adoptaron un ligero tono rosado ante la vergüenza.

—Nana, por favor...

—¿Ahora te avergüenzas? ¡Déjate de tonterías! Toda la vida te he llamado así.

—Y si... y si mejor vamos a comer. Tengo hambre y no debo tomar la medicación con el estómago vacío.

—¡Sí! —exclamó la niña—. Hay un lugar que venden bolas de helado con brownie. Quiero ir a comer allí.

—Está bien, está bien. ¿Pero seguro que te sientes lo suficientemente mejor como para salir a comer fuera? —Killian asintió, ignorando la fuerte punzada dolorosa que se instaló en la parte alta de su nuca—. De acuerdo. Señor Cullen, ¿su familia y usted nos acompañaría? Me gustaría invitarlos a comer.

El rubio doctor miró brevemente las nubes en el cielo que comenzaban a marcharse para dar lugar a un cielo despejado.

—Lamento mucho tener que declinar su oferta, pero mi turno empieza en media hora y mis hijos tienen clases por la tarde. Nos encantaría ir, pero...

—El trabajo es trabajo —terminó por decir la mujer—. Lo entiendo. No se preocupen, la próxima vez será.

—Invitaré yo si hay una próxima vez —aseguró el vampiro.

Soledad asintió, conforme con esas palabras.

Alice se acercó hasta Killian con una pequeña sonrisa en el rostro. Elevó una de sus manos y dejó ver en ellas un pequeño frasco blanco con una etiqueta de color azul.

—Esta es la medicina que debes tomar en el almuerzo justo antes de comer. No te olvides de tomar. Son cien pastillas, me aseguraré de contarlas una por una si hace falta.

—Las... las tomaré.

—Bien.

Nana Sol sonrió.

—Me gusta esta chica —dijo.

—Es muy bonita —opinó Alena.

Alice rió.

—Gracias, Alena. Tú también eres muy bonita.

La niña sonrió satisfecha ante el alago. A los Cullen les recordó a una pequeña Rosalie.

—De acuerdo. Será mejor que nos vayamos antes de que se nos pase la hora de comer.

Soledad empujó a ambos menores fuera de la casa tras despedirse de la familia, alegando que traería al varón sano y salvo de regreso.

El coche en el que habían venido era algo viejo, pero no era tan viejo como el coche que residía en el orfanato. Killian supuso que nana lo habría alquilado para poder moverse fácilmente por la ciudad sin tener que depender de taxis y/o autobuses. Alena se sentó en el asiento trasero del vehículo mientras que Killian se acomodaba en el del copiloto. Cuando nana terminó de colocarse el cinturón, encendió el motor del coche y se alejó de la villa en la que residían los Cullen, Killian pudo relajarse en su asiento. Fue capaz de cerrar sus ojos e intentar que los rápidos latidos de su corazón se aminoraran. El dolor constante en su cabeza aún seguía, aunque no tan fuerte como cuando vio a Alena en mitad del salón.

Nana condujo sin prisa hasta un restaurante cuyo nombre estaba formado por pequeños símbolos en lugar de letras, Killian no recordaba haber visto ningún idioma con aquellos símbolos antes. A medida que se acercaban, el menor pudo ver que bajo los símbolos habían unas pequeñas palabras que mostraban el nombre.

—¿Puedo comer patatas fritas? —preguntó la más pequeña.

—¿Sólo patatas fritas? Tú estómago dolerá después si sólo te alimentas con eso. Come también algún bistec o una hamburguesa —aconsejó nana.

—Uhm —murmuró la niña, disconforme—. ¿Nuggets?

—Mínimo tres.

—Está bien —contestó Alena, alargando la "e".

—Veo que sigues adorando las patatas fritas —dijo Killian mientras observaba a su nana aparcar.

—Son la mejor comida del mundo mundial.

La niña fue la primera en salir del vehículo de un salto, cerrando la puerta con fuerza y ganándose una pequeña reprimenda por parte de nana Sol. Killian sonrió, pero él también se llevó esa reprimenda por cerrar igual de fuerte.

—¿Están intentando dejar las puertas giratorias? Les prometo que, por más fuerte que las cierren, no va a funcionar.

Alena tomó la mano del varón y tiró de él para caminar hacia el interior del local. Los tres se sentaron en una mesa cerca del pequeño espacio de juegos en el que los niños podían jugar. Una camarera se acercó a ellos y les tomó las órdenes.

—Alena —llamó nana—, ¿por qué no vas a jugar hasta que esté la comida?

La niña asintió y no dudó en salir corriendo hacia los juegos.

—¿Sus padres no se preocuparán de que esté tardando tanto? —preguntó Killian.

—Son buenas personas, y saben que está conmigo y que íbamos a visitar a su tan querido Killian. No pasará nada.

—Me alegra mucho ver que es feliz —confesó el adolescente.

—¿Y tú? —preguntó la mujer.

—¿Yo que?

—¿Eres feliz?

Killian se calló, sus ojos siguiendo la silueta de Alena sin apartarse de ella ni un segundo, como si tuviera miedo de que desapareciera en un instante.

¿Era feliz? No lo sabía. Puede que su vida no fuera tan desdichada como lo era antes, es decir, al menos lo había adoptado una familia por voluntad propia. Aquello le provocaba cierta alegría, pero no estaba seguro de si era realmente feliz. Killian era consciente de que, para poder ser feliz, debía dejar muchas cosas atrás. Tenía que aprender a confiar en la familia que le dio una oportunidad pero, ¿cómo se hacía eso?

De momento, Killian no era feliz.

—Sí —mintió—, soy feliz.

Soledad suspiró. Éste chico era, sin duda, un caso perdido.

—¿Hasta cuando seguirás mintiéndome? —preguntó la mayor. El rostro de Killian se contrajo ligeramente. ¿Acaso sabía que mentía? Como si leyera sus pensamientos, nana Sol volvió a hablar—. Te conozco, prácticamente, desde que naciste. Obviamente sé cuando mientes.

—Entonces...

—Sí. También sé que le estás mintiendo a los Cullen.

Los rojos ojos de Killian se llenaron de lágrimas.

—Nana, por favor, no se lo digas.

—¿Por quién me tomas? —cuestionó con falsa ofensa—. No les diré nada si tú no quieres, pero quiero intentar comprender porqué no les dices que los recuerdas. Mentir sobre esto... no se yo, Ian, no lo veo bien.

Killian tomó una bocanada de aire e intentó, en vano, que las lágrimas no cayeran de sus ojos. Miró hacia el techo, en un intento de secar el agua salada, siendo recibido por los chillones colores del local.

—¿Me prometes que no dirás nada? —preguntó el menor con voz gangosa.

Soledad pudo ver lo difícil que se le estaba haciendo aquello a su pequeño niño. Tomando su mano por encima de la mesa y dándole un leve apretón en señal de apoyo, asintió.

—No diré nada. Puedes confiar en mi, como siempre has hecho.

El adolescente se calló durante un corto periodo de tiempo, como si organizara y analizara las palabras que estaban en su mente y debían salir de su boca para explicar. Se podía ver con claridad el conflicto interno que tenía en su interior a través de sus ojos. ¿Qué era tan grave como para tener que pensar cómo decirlo?

—Yo... —comenzó a decir—, nana, descubrí algo que no debería haber descubierto. Es algo que quizá nunca hubiera sabido de no ser por ese pequeño contratiempo.

—¿Me dirás ahora que son asesinos en serie? —preguntó la mayor.

Killian se quedó callado. Bueno, asesinos en serie no eran... pero sí uno de ellos había intentado atacarlo.

—No... no es eso. No son asesinos en serie —el menor volvió a suspirar. Soledad pensaba que terminaría deshinchando si seguía suspirando tanto—. Es sólo que...

—Tienes miedo de que no les guste que sepas de más —afirmó ella.

Killian había estado pensando en eso desde que despertó en la cama del hospital.

Había descubierto que la familia que lo había buscado para adoptarlo era, en realidad, un grupo de vampiros. ¿Lo habían elegido para luego comérselo? Aquello no tendría ningún sentido, sino, ¿por qué lo adoptarían y se molestarían con hacer todo el papeleo? Entonces, ¿qué era lo que querían de él? Killian no estaba seguro. En el momento en el que vio entrar al señor Cullen en su habitación, el miedo se apoderó de él y no pudo hacer más que fingir que no lo recordaba. ¿Y si, ahora que sabía sobre su existencia, suponía un peligro para su especie? Quizá no tenían pensado comérselo de primera mano pero, ahora que sabía su secreto, no tenían ninguna otra opción. Killian no quería morir antes de cumplir los dieciocho. O, quizás, el que Killian lo supiera los obligaría a que él regresara al orfanato, cancelando así la adopción y obligando al menor a volver a estar en aquella larga lista de adopciones en las que siempre se encontraba el último debido a su edad.

—Tengo miedo a volver a quedarme solo luego de encontrar a personas con las que merece la pena intentar confiar lo suficiente para considerarlas familia —confesó, las lágrimas volviendo a emerger—. Nana, es... es como la vida que siempre soñé. Una casa amplia, con una mujer cariñosa al mando de la familia que siempre espera a sus hijos con una sonrisa y los trata amablemente; un padre de familia que desprende un aura de confianza y siempre te asegura que puedes recurrir a él pasara lo que pasara. Hermanos con los que poder salir a dar un simple paseo o ir de compras, hermanos con los que hablar de tonterías. Incluso la mascota que jamás pude tener. Son todo lo que siempre pude haber imaginado, y tengo miedo, nana. Tengo miedo de que saber eso provoque que tenga que regresar al orfanato. No quiero volver a quedarme solo luego de experimentar la calidez de una buena familia —murmuró.

Soledad se levantó de su asiento y se acercó a Killian para poder abrazarlo, sus ojos ardiendo pero sin permitirse derramar ninguna lágrima. No era la primera vez que el chico expresaba sus pensamientos delante de ella, pero sí era la primera vez que su voz expresaba lo roto y puro de sus sentimientos. Por más que ella y el resto de cuidadoras intentaran darles a los chicos un lugar acogedor en el que vivir hasta que los adoptaran, no había nada que pudiera compararse a la calidez de una verdadera familiar. Y Killian acababa de experimentar eso por primera vez en diecisiete años. Entendía perfectamente el miedo que sentía de cometer algún error y que, en consecuencia, lo repudiaran.

—No llores más, ¿si? —habló la mujer con voz suave—. No diré nada, Ian. Te lo prometo. Haz... haz lo que tengas que hacer, pero algún día deberás recuperar la memoria ante sus ojos. No puedes mentirles para siempre.

—Lo sé, nana, lo sé. Tan sólo... tan sólo quiero disfrutar el ser feliz durante un tiempo. Después no importa si debo regresar al orfanato. Me iré sin dar problemas.

Nana lo miró y asintió, sin saber qué decir ante aquellas palabras. Aunque sabía que era complicado que se deshicieran de él tras la adopción, era consciente de que el dinero podía lograr muchas cosas.

Killian ya había sufrido demasiado. Sólo deseaba que aquel lugar fuera el definitivo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top