005; errores

Cuando Rosalie aparcó su coche frente al hogar de los Cullen, Killian se apresuró a bajar de éste con todas las bolsas de comida en sus manos. Algunas cosas quemaban, además de que también pesaban un poco, por lo que quería dejar todo en la cocina lo antes posible. A Rosalie no le dio tiempo a acercarse para ayudarlo cuando desapareció por la puerta principal. Emmett, por otro lado, cargaba los materiales escolares.

—¿Está mejor? —preguntó Esme junto a la puerta.

Rosalie y Emmett caminaron hacia el interior junto a ella.

—No lo creo. Dio varios pasos vagos mientras íbamos a comprar la comida, como si fuera a caerse —informó Rosalie.

Esme suspiró.

—Este niño... —farfulló la vampiro.

Killian se encontraba en el interior de la casa, específicamente en la cocina sacando las pequeñas bandejas de comida que habían traído. Alice apareció desde la ventana, caminando con tranquilidad por encima de un grueso tronco musgoso. El humano la miró algo extrañado ante su forma de entrar, más Alice se limitó a sonreír y le preguntó si necesitaba ayuda alguna. Killian decidió callarse y no ser entrometido.

—Hemos traído comida así Esme evita cocinar hoy —le dijo—. ¿Me podrías decir dónde están los platos? Los vasos ya sé dónde están.

—Es muy lindo que hayáis pensado en Esme. Los platos están en el estante del centro, encima del fregadero. Deja que te ayudo a poner la mesa —se ofreció—. Carlisle está trabajando en el hospital y Edward está en casa de su novia, así que seremos nosotros cinco para almorzar.

—¿Edward tiene novia? —preguntó sin tiempo a detener sus palabras. Killian se congeló y en sus ojos se pudo ver el ligero miedo que llegó a sentir—. Lo siento, no quise preguntar eso. No es de mi incumbencia.

Alice rió.

—No seas tonto. Preguntar eso no le hará daño a nadie —aseguró ella—. Y sí, Edward tiene novia. Se llama Bella, la conocerás el primer día de clase. Creo que os podríais llegar a llevar bien.

Killian se limitó a asentir sin saber qué responder a lo que había dicho Alice. Agarró los platillos de comida y los fue colocando de manera ordenada encima de la mesa.

—Uh, necesito una olla para verter el caldo —pidió.

—Justo a tu derecha, en la parte de abajo, Killian.

El humano rebuscó en el lugar indicado y encontró una lo bastante adecuada para colocar en la mesa. Agarró el hornillo y lo colocó en el centro, colocó la olla y vertió el caldo en ella para que fuera calentándose.

—Iré a avisar a los demás —mencionó Alice, quien se encontró de frente con Rosalie que entraba en la cocina—. Oh, Rosalie, el almuerzo está listo. Iré a avisar a Emmett y Esme.

La rubia asintió y se adentró en la estancia.

—Huele incluso más delicioso aquí en casa que en el restaurante —dijo la fémina.

—Estoy de acuerdo, creo que es por el hambre.

Emmett apareció corriendo en la cocina, con una enorme sonrisa en el rostro y una notable imparable energía.

—¡Es hora de comer! ¡Es hora de comer! —repetía una y otra vez mientras caminaba a su sitio en la mesa.

—No grites, idiota —masculló Rosalie mientras Killian vertía agua en una jarra.

—Lo siento, amor —dijo—. Sólo intento disimular. Un mordisco más de comida humana que de y juro que vomitaré el venado que cené ayer.

—Esto huele delicioso —comentó Esme entrando a la cocina—, pero no tendríais que haberos molestado, me encanta cocinar para ustedes.

Alice palmeó la espalda de Esme y la encaminó hacia la silla.

—Tómate un día de descanso, será bueno para ti y para todos.

La vampiro asintió con una sonrisa antes de sentarse en la silla. La mesa pronto estuvo rodeada por las cinco personas que había en ese momento en la casa. Killian se mantuvo algo callado mientras escuchaba al resto hablar, sin embargo ellos le hacían preguntas sobre cómo se lo había pasado yendo de compras con Rosalie o si estaba entusiasmado por comenzar las clases, siempre intentando integrarlo en las conversaciones. Más tampoco querían presionarlo a hablar mucho, sobre todo cuando su rostro lucía algo más pálido que cuando llegó al hogar.

El almuerzo transcurría sin ningún hecho digno de mencionar. Tragaron aquella comida humana como si de tierra se tratara y disfrutaron del corto periodo de tiempo en familia. A decir verdad, ninguno de los Cullen había sentido aquel ambiente familiar desde hacía décadas. La última vez había sido cuando aún eran humanos, y algunos incluso ni eso. Inconscientemente, Killian les había traído la normalidad humana que habían estado intentando aparentar durante tantos años; preparar temprano el desayuno, salir a hacer la compra, caminar a velocidad normal dentro de la casa, preparar el almuerzo, algún snack entre horas e incluso la cena o algo tan simple como lo era beber agua. A pesar del extraño y no tan apetecible sabor de los alimentos, sentían que volvían a ser humanos y que todo lo que había pasado durante y después de su transformación sólo había sido una pesadilla.

Alice y Esme estaban discutiendo sobre quién de los dos debía lavar los platos aquel día cuando la respiración de Killian se volvió irregular y sus palillos cayeron al suelo. Esme se levantó de golpe para acercarse al joven que había cerrado sus ojos y apretaba sus sienes con fuerza.

—Killian, Killian, ¿estás bien? —preguntó la vampiro.

El joven arrugó sus cejas y asintió cuando consiguió estabilizar el dolor, mintiendo descaradamente cuando con claridad se veía que no estaba bien.

—Solamente ha sido un pequeño dolor en la cabeza —susurró. Separó las manos de su cabeza y se separó un poco de Esme—. Habré dormido en una mala posición y mi cabeza duele por eso.

—¿Y no nos has dicho nada? —cuestionó ella.

—No quería molestar por un simple dolor de cabeza, además, ¿qué pensaríais de mi si ya estoy causando problemas al segundo día de estar aquí? —rió sin gracia.

—Pues pensaríamos que te duele la cabeza por los nervios de estar en un lugar desconocido con gente que no conoces y solo —habló Alice—. Es entendible. A muchas personas les pasa, los nervios le juegan una mala pasada y provocan que se sientan débiles o enfermos.

—Deberías habernos dicho que no te encontrabas bien antes de irnos y así hubieras podido descansar en lugar de hacerte caminar por todo el centro comercial —regañó un poco Rosalie.

—Es que tenía ganas de ir —confesó Killian en voz baja.

Rosalie suspiró.

—Podríamos haber ido cualquier otro día. Aún quedan tres días para el comienzo de clases, teníamos tiempo.

—Pero ya tenían los planes hechos.

—Eso da igual. Killian, te lo decimos de verdad, tu salud nos importa. Ahora eres parte de la familia, ¿qué va a pensar nana Sol si te estropeas a los dos días de irte del orfanato? Seguro nos cae una demanda más grande que Forks —bromeó Esme.

—Lo siento —se disculpó.

—No pasa nada, pero cuéntanos si te sientes mal la próxima vez, ¿si?

Killian asintió. Alice se acercó a él con una pastilla en la mano. El humano siquiera se dio cuenta que se había alejado.

—Toma esto. Carlisle ya está en camino, le he avisado que no te encontrabas bien y que tampoco nos habías dicho nada. Dijo que tomaras eso y que te haría un chequeo cuando llegase.

El humano se enderezó de golpe, causando que una punzada en la cabeza lo molestara, sin embargo las palabras de Alice eran más preocupantes para él que el dolor.

—¿Le has avisado al señor Cullen? —preguntó alarmado—. Está trabajando, ¿por qué le avisaste?

Alice rió y acarició cariñosamente el ondulado cabello de Killian.

—Por si lo olvidas, chiquito despistado, Carlisle es el médico del pueblo. Tú también tienes derecho a sentirte mal y te atenderá como un paciente más.

—No me digas chiquito, soy más alto que tú —murmuró muy, muy bajo.

Rosalie sonrió, negando la cabeza.

—También ha dicho que te cambies de ropa y te acuestes en la cama hasta que él llegue, que tomemos tu fiebre y, que si tienes, te coloquemos una compresa fría en la frente —indicó Alice lo que había al resto—. Así que venga, Rosalie y yo te acompañaremos arriba y Esme irá a por el termómetro.

—¿Y yo que hago? —preguntó Emmett.

Esme miró la mesa y la señaló.

—Limpia la mesa y lava los platos.

Killian estaba a mitad de las escaleras cuando escuchó las quejas de Emmett.

—¡Eso no es justo!

Killian se sentía algo cohibido. Estaba recibiendo mucha atención por (lo que él consideraba) un simple dolor de cabeza. Jamás había sido cuidado cuando estaba enfermo, sin contar a nana Sol y algunas trabajadoras del orfanato durante las pocas semanas que pasaba allí cuando no estaba en casas de acogida. Siempre había tenido que buscar su propia medicina, bajar su fiebre por su propia cuenta y conseguir que el dolor de estómago disminuyera sin causar el mayor alboroto posible. Era demasiado extraño tener a gente rodeándolo con miradas preocupadas por un leve dolor, ¡y mucho más extraño era que hubieran llamado a un médico! (incluso cuando éste era el propio patriarca de la familia).

Alice abrió la puerta de la habitación de Killian y lo dejó pasar primero. Esme apareció en ese momento con el termómetro entre sus manos. Las tres féminas se arremolinaron en el interior de la habitación con miradas preocupadas.

Las tres vampiros miraron al humano con miradas expectantes y Killian las miró de vuelta algo confuso.

—Debes acostarte y quitarte la camiseta para tomarte la temperatura —indicó Esme.

Killian enderezó su espalda y las miró directamente sin decir nada. Rosalie suspiró y se acercó a la puerta.

—¡Emmett! ¡Sube aquí!

En la planta baja se escuchó como el grifo era cerrado, además de un montón de sonidos de platos al éstos ser amontonados; se escucharon pasos sonoros al subir las escaleras y luego la cabeza de Emmett apareció por el marco de la puerta con una enorme sonrisa en el rostro al haberse librado de limpiar.

Esme le tendió el termómetro, el vampiro lo tomó con cuidado y ella se giró hacia Killian.

—¿Te sentirás más cómodo si estás con Emmett?

—No —confesó—, pero como no puedo hacerlo solo, entonces sí.

Emmett colocó ambas manos en sus caderas y sonrió altanero hacia las tres féminas en la habitación.

—Si me lo permiten, señoritas —dijo mientras abría la puerta y señalaba al exterior.

Alice se divertía mientras que Rosalie lo miraba mal. Esme pasó por su lado y palmeó su hombro.

—Cuando termines con Killian, vuelves abajo y terminas de lavar los platos.

—¡Merecido! —exclamó Rosalie antes de cerrar la puerta sin dejarlo contestar.

Killian sonrió y se arrastró para tapar sus piernas con las sábanas. Emmett levantó el termómetro en el aire para que lo viera. El humano se deshizo de la camiseta y dejó al descubierto su pálida piel, piel que se encontraba ligeramente rugosa debido al frío que sentía.

—Recuéstate —indicó. Emmett movió un poco el brazo de Killian para colocarle el termómetro. Tan mal se sentía el humano que siquiera notó el frío gélido de las manos del muchacho frente a él; supuso que todo era porque su cuerpo estaba a una temperatura bastante elevada—. Listo. Ahora hay que esperar unos minutos.

El silencio era algo incómodo. Emmett, a pesar de ser tan extrovertido, parecía como si no supiera que hacer. Sin Rosalie y a solas con Killian, parecía la típica escena de un niño cuya madre había dejado solo con el hijo del vecino para jugar. Emmett juraba que cinco minutos no habían pasado tan lentos nunca en toda su inmortalidad.

—De acuerdo, veamos —dijo cuando el tiempo transcurrió. Emmett tomó el termómetro y miró los números, 39'2—. Oh. Creo que te vas a morir.

—¡Emmett! —se escuchó a Rosalie del otro lado antes de que la puerta volviera a ser abierta. Killian agarró las sábanas y se tapó hasta el cuello—. ¡Lo siento!

—No pasa nada —dijo Killian con sus mejillas rojas, ya sea por la fiebre o por la vergüenza que estaba pasando.

—¿Cómo se te ocurre decirle eso?

—Ha sido una broma, amor. Deja de ser tan seria —contestó Emmett.

Rosalie le quitó el termómetro de las manos y se sobresaltó cuando vio los números. Ahora se sentía mal por haberlo llevado a PortAngeles en lugar de haber pospuesto la salida cuando Edward dijo que no se sentía bien.

—Cámbiate de ropa y vuelve a meterte en la cama. Iré a buscar una compresa fría —indicó.

Rosalie salió por la puerta y Emmett se quedó allí de pie en mitad de la habitación. Killian lo miró desde la cama.

—¿Qué pasa? Oh, ¿quieres que me vaya? —el humano asintió—. Pero si me voy tengo que lavar los platos... bueno, está bien. Cámbiate rápido antes de que vuelva Rosalie.

Emmett salió por la puerta, escuchando a lo lejos el vehículo de Carlisle ser aparcado en la parte frontal de la casa.

Killian se levantó y rebuscó entre su ropa un conjunto de pijama para ponerse. No sabía si había sido porque admitió que se sentía mal en voz alta pero su cuerpo parecía que había comenzado a sentirse más pesado que antes. Sentía como le costaba mover sus extremidades, además del frío que sentía. Se colocó el pijama con rapidez y volvió a subirse en la cama, poniéndose de lado en posición fetal y acurrucándose entre las sábanas.

Cuando la puerta volvió a abrirse, Carlisle apareció en la puerta luciendo tan hermoso como cuando apareció en el aeropuerto. Parecía como si ese hombre no conociera lo que era el cansancio. Detrás de Carlisle se asomaba las cabezas de Rosalie y Alice, intentando mirar al interior para asegurarse de que Killian estaba tapado en la cama y descansando.

El doctor Cullen le quitó la compresa fría de las manos a Rosalie y cerró la puerta en la cara de las dos vampiros, ganándose quejas por parte de éstas. Luego se giró y caminó con su maletín hacia la izquierda de la cama. Killian se sentó un poco y sonrió algo incómodo.

—Hola, señor Cullen —saludó.

—Hola, Killian —dijo amablemente, con aquella expresión sonriente y parental que parecía tener todo el tiempo—. Me han dicho que te encuentras mal.

El menor asintió.

—Algo así.

—¿Y por qué no has dicho nada? Sabes que estamos aquí para ayudarte también, ¿no?

—Sí. Lo siento mucho.

Carlisle rió.

—No debes disculparte conmigo, sino contigo mismo. Tu cuerpo puede empeorar si no tratas los síntomas de algo a tiempo, ¿lo sabes?

—Lo sé. Es sólo que ya estaban todos los planes para hoy hechos y no quería estropearlo.

—Oh, ¿los planes para hacer las compras para el comienzo de clases? —Killian asintió—. Por eso no debías preocuparte. ¿Te cuento un secreto? Ni a Rosalie ni a Emmett les gusta ir a comprar esas cosas porque dicen que deberían hacerlo Edward y Alice, y tienen razón. Bien. Veamos. ¿Te duele la cabeza, cierto?

—Sí.

Carlisle elevó ambas manos hasta la cabeza de Killian y comenzó a tocar zonas de ésta, preguntando «¿aquí?» cada vez que presionaba en algún lugar para que el humano le respondiera con sí y no.

—Ahí sí —mencionó.

—Uhm —murmuró—. ¿Sientes que el dolor es palpitante?

—Un poco.

—¿Rigidez en el cuello?

—Es más como un dolor, pero sí.

—¿Sientes nauseas o mareos? ¿Has tenido vómitos?

—Sólo mareos.

—De acuerdo —dijo antes de girarse hacia su maletín y sacar un juego de agujas y un pequeño bote con un líquido, guantes, algodón y desinfectante—. ¿Alice te dio la pastilla, cierto? —Killian asintió—. Está bien. La pastilla no hará mucho porque era para un dolor de cabeza leve. Te daré una pequeña inyección que se les duele dar a las personas con migraña, ¿de acuerdo? Será más efectiva en éste momento que alguna otra pastilla i medicación en polvo. Además de que ya has presentados síntomas de fiebre y no queremos que eso vaya a más. Y luego quiero que descanses, ¿de acuerdo?

—Sí, señor Cullen.

Carlisle suspiró ante la formalidad.

—Dame tu brazo —El humano así lo hizo, arremangando su pijama y dejando el brazo al descubierto. Carlisle agarró un poco de algodón y desinfectó la zona, se colocó los guantes, abrió la jeringuilla y metió el líquido en ella a través de la aguja. Killian se tensó un poco cuando sintió el pinchazo en su brazo—. Relájate. Ya casi está. Y... listo.

Carlisle volvió a pasar el algodón por el brazo y luego bajó la prenda de ropa. Mientras dejaba a un lado los utensilios para tirar y guardaba lo que no había utilizado de vuelta en el maletín, Killian se recostó otra vez y se tapó hasta la barbilla. Carlisle se volvió a girar hacia él cuando terminó de organizarse y lo miró ocultarse como un pequeño topo en su madriguera.

—La próxima vez no dudes en decirnos si te encuentras mal, ¿está bien? Lo digo en serio. Estamos aquí para serte de ayuda. Como una familia.

Era inevitable no poder notar el brillo en los rojizos ojos de Killian cada vez que escuchaba esa palabra.

—Está bien, señor Cullen.

—Cualquier cosa que necesites, nos avisas.

—De acuerdo, señor Cullen.

El rubio no sabía si echarse a reír o a llorar. ¿Cómo se le quitaba al crío la costumbre de decirle señor?

—Me han dicho que los papeles llegarán mañana durante la tarde, así que podremos comenzar el papeleo para cambiar tu apellido lo antes posible —informó—. Mientras tanto intenta descansar y recuperarte pronto, ¿si?

Killian asintió.

—Sí, señor Cullen.

Carlisle no pudo evitar reírse cuando se puso en pie.

—Bien, te dejo descansar —dijo. Agarró las sábanas y las levantó un poco—. Pon los brazos debajo —Killian lo miró con precaución pero no cuestionó nada e hizo lo que le indicaba. Cuando tuvo sus brazos abajo, Carlisle lo tapó bien para evitar que pasara frío y colocó delicadamente la compresa fría encima de su frente—. Ahora descansa, duerme un rato. Luego vendremos a ver cómo sigues.

—Sí, señor Cullen.

Carlisle agarró su maletín y salió de la habitación del humano. Fuera de ésta esperaba el resto de su familia, pero a éstos se les había sumado Edward, quien acababa de llegar.

—¿Está bien? —preguntó Esme.

Carlisle los miró a los cinco y no pudo evitar reírse.

Sin duda Killian había sido un error, pero desde lejos se podía ver que había sido de esos errores que sólo pueden traer cosas buenas.

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