003; cena en familia

El salón se hallaba en un mortal silencio luego de aquella conversación que tuvieron los Cullen.

Esme se había dirigido a la cocina para preparar la cena; Carlisle desapareció en su despacho, Edward y Emmett se encontraban sentados en el suelo junto al piano rodeados de un montón de papeles sobre perros en adopción, Rosalie pintaba tranquilamente sus uñas y Alice había ido a hacer un rápido viaje al pueblo.

Todos podían escuchar desde ahí la lenta respiración de Killian y los suaves ronquidos de éste.

Edward golpeó el suelo a su lado y tiró los papeles que tenía en la mano al montón que ya habían revisado.

—¡Jasper! ¿Quién demonios le pone Jasper a su perro? ¿No podría haberlo llamado Bobby? Hubiera sido más fácil cambiarle el nombre a Jasper que buscar un perro llamado así.

Rosalie negó con la cabeza.

—Carlisle estaba en una situación complicada en ese momento, ¿me estás diciendo que tú lo hubieras hecho mejor?

—No lo sé, pero de seguro no hubiera dicho que mi perro se llama Jasper.

—¿Cómo vamos a encontrar un perro así? —se quejó Emmett, mentalmente agotado—. Lo único que he visto ha sido una repetición constante de Bobby, Max, Luna y Kira, ¿es que la gente no conoce otros nombres?

—Son los nombres típicos para un perro. Me sorprende que haya distintos —confesó Edward.

Edward tomó otro montón de papeles de adopción y siguió leyendo. Emmett, a su lado, había comenzado a reír.

—¡Amor! Mira, ésta perrita se llama Rose —informó entre risas.

La rubia lo miró de reojo pero se abstuvo a contestar.

—Ley de hielo —informó Edward en voz baja.

—Oh, venga ya —masculló Emmett.

Mientras el tiempo transcurría con lentitud a medida que los papeles iban disminuyendo entre sus manos, Esme terminaba de perfeccionar la comida humana que tendrían que introducir en su organismo a partir de ese día. No podían negar que el aroma era sumamente apetitoso, pero el sabor de la comida no lo sería tanto.

Cuando Killian volvió a abrir sus ojos, el sol se había ocultado en el horizonte. Se movió un poco bajo las sábanas, dándose cuenta que aún no se había vestido; había caído rendido tras darse una ducha caliente únicamente envuelto en una bata y la ropa de cama.

Elevó las manos hasta sus ojos y restregó éstos con suma pereza. Si por él fuera, seguiría durmiendo durante días y días. Notaba el cuerpo bastante cansado, como si hubiera corrido kilómetros y kilómetros sin pararse a descansar. Era como si su subconsciente le dijera que hasta ahí había llegado su carrera y que realmente había llegado al final de la meta, a encontrar la familia perfecta, pero su mente y corazón no le permitían escuchar con claridad aquella vocecita casi inexistente.

Killian se levantó de la cama directo a las prendas de ropa que aún no había sacado de su maleta. Tomó las primeras prendas cómodas que encontró y se las colocó rápidamente. Luego caminó hasta la mesita de noche y tomó el teléfono entre las manos para averiguar qué hora era. El aparato marcaba las 20:13 horas. Killian supuso que había pasado demasiado tiempo en su habitación y que sería de mala educación no presentarse en el salón al menos.

En cuanto salió por la puerta de su habitación fue recibido por el fuerte y apetitoso aroma de la carne en salsa. Su estómago rugió, y fue ahí cuando se dio cuenta que estaba hambriento. Killian caminó por el pasillo de habitaciones hasta llegar a las escaleras, bajando los peldaños con cuidado mientras observaba el panorama en la planta baja; en el piano se encontraba Edward—escribiendo o perfeccionando una partitura, y Alice y Emmett hablaban en voz baja mientras miraban la televisión sentados en el sillón.

Tras pisar el último peldaño, Alice se giró hacia él.

—Killian —saludó—, ¿has descansado bien?

El joven humano asintió.

—Hola, sí, he descansado bien.

—Eso es bueno. Esme está terminando la cena, ¿por qué no te sientas con nosotros? —Alice lo miró expectante, Killian no pudo negarse aunque se sintiera bastante cohibido en ese instante. Era como un cachorro perdido que no sabía qué hacer ni a dónde ir—. Emmett, muévete.

Killian se asustó al ver la acción de Alice, no quería que moviera a Emmett de su lugar por miedo a que éste se ofendiera y le echara la culpa a él.

—No, no. No es necesario, puedo sentarme en otro lado.

Edward dejó de escribir en la partitura y miró la escena con una mueca en el rostro. La mayoría de pensamientos de Killian eran bastante dolorosos.

—Oh, vamos, Killian —animó Emmett con su usual actitud amistosa—, siéntate aquí. No me importa. Yo también quiero hacerme amigo del nuevo integrante de la familia. Si te descuidas un poco, Alice te roba todo para ella y te convierte en un muñequito de vestir.

Los rojizos ojos de Killian brillaron ante la diversión por lo dicho.

—¿Muñequito de vestir? —preguntó el humano.

Edward se levantó y se acercó al trío para unírseles.

—Alice nos suele utilizar como Barbie's —explicó el lector de mentes—. Nos compra ropa y nos viste a su antojo, ¡y cuidado con decirle que no! Tú sólo espera a que sepa tu talla.

—Ya la sé —comentó Alice casual—. Miré en su chaqueta. Oh, por cierto, Killian, te he comprado un regalo.

Emmett se acercó al oído del humano y susurró:

—Así empiezan las películas de terror.

El menor no pudo evitar reír ligeramente antes de girarse para encarar a Alice.

—¿Un regalo? —preguntó—, ¿por qué me comprarías un regalo?

—Pues para darte la bienvenida, está claro —respondió ella obvia.

—No era necesario que compraras nada. No tengo nada que darte a cambio —se avergonzó el humano.

Alice juraba que de no ser un frágil humano, lo habría abrazado hasta estrujarlo como una pasa.

—¡No debes darme nada a cambio, tonto! Es un regalo de mi para ti. No hay que dar nada a cambio, sólo un obsequio de bienvenida a la familia.

La vidente agarró una bolsa situada detrás del sillón y se la entregó a Killian. La bolsa era de papel gris, adornada con prismas de distintos colores. El humano levantó la mirada como si pidiera permiso para poder mirar dentro, Alice asintió rápidamente. Quiero abrazarlo, quiero abrazarlo, quiero abrazarlo, repitió Alice en su mente mientras miraba a Edward. El lector de mentes hizo una mueca con sus labios, entendiendo claramente el porqué.

Killian introdujo una mano en la bolsa y de ella sacó una hermosa chaqueta de invierno de franela color marrón; era a cuadros, similar a las típicas camisas de franela pero en la parte del cuello estaba adornada por la simulación de la piel de oveja. Killian debía admitir que aquella prenda le pareció hermosa, Alice realmente tenía buen gusto.

—Yo... Gracias, Alice —dijo con sinceridad el joven.

—No ha sido nada. Es más, me ha encantado comprarte algo.

—¿Y a mi no me has comprado nada, Alice? —preguntó Emmett, ofendido—. Bueno, Edward, ya sabemos por quién va a tener preferencia.

Alice tomó un adorno de la mesita de café y se lo lanzó a Emmett directo a la cara. Éste reía disfrutando de la interacción. Killian sonrió levemente ante el par de hermanos.

—La última vez que te compré algo lo terminaste por romper en tus caminatas de senderismo —Por no decir delante de Killian que fue por pelearte con un puma, pensó para ella.

Edward se estaba divirtiendo en lo más grande.

—Chicos —la voz de Esme los hizo girar hacia ella. La mujer llevaba puesto un delantal morado y su cabello recogido en una coleta alta, en sus manos descansaba un trapo con el cual se las estaba secando—. La cena ya está lista. Alice, ve a avisar a Carlisle.

La fémina asintió y corrió escaleras arriba mientras intentaba subir los escalones de dos en dos, pero su estatura no se lo facilitaba.

—¿Qué comeremos hoy? —preguntó curioso Emmett.

—Carrilleras de ternera al vino tinto —respondió ella.

Oh la la...

—Carne en salsa con patatas al horno —respondió Edward al ver la expresión confusa de Killian ante aquel extravagante nombre.

—Oh —respondió él.

Esme sonrió cariñosa hacia el humano.

—Killian, cariño, ¿te están tratando bien?

Él asintió.

—Sí, señora Cullen.

La mujer no dejó que su sonrisa decayera en ningún momento mientras se acercaba a él, pasaba uno de sus brazos por la espalda de Killian y lo guiaba hacia el comedor.

—Ya intentaremos tu y yo quitarte la costumbre de llamarme señora Cullen y no Esme.

Killian rascó su nuca un poco avergonzado.

—Lo siento.

—No te preocupes.

El comedor estaba junto a la cocina. Constaba de una mesa larga y amplia y varias sillas, diez para ser exactos. Encima de la mesa había vajillas hermosa de color blanco y varias velas le daban el toque agradable.

Carlisle apareció por la puerta y saludó a Killian.

—Killian, ¿cómo lo llevas?

—Bien —dijo simple con un asentimiento de cabeza.

—Me alegro —luego se acercó a Esme y la saludó con un beso—. Huele delicioso.

Y sabe horrible, se lamentó Emmett.

Edward golpeó su brazo en advertencia de que no fuera a decir nada raro.

Carlisle se sentó en la punta de la mesa; a su izquierda iba Esme y a su derecha iba Edward, seguida de Esme iba Emmett y luego Rosalie, y seguido de Edward iba Alice y ahora Killian. El humano debía admitir que era extraño estar sentado en una mesa con un grupo de personas las cuales podrían llegar a ser su familia definitiva. Se sentía extraño pero natural a la vez.

Esme les indicó que podían comenzar a comer y cada uno comenzó a colocar su propia comida en el plato. Killian fue el último en servirse la cena porque quería que todos estuvieran servidos antes de hacerlo él. Rosalie lo observaba atentamente, dándose cuenta de lo que hacía y tomando nota mental de hacerlo servirse primero al día siguiente.

—¿Tu habitación es cómoda? ¿Hay algo que necesites? —preguntó Carlisle tras terminar—. Rosalie y Emmett deben ir a PortAngeles mañana para comprar todos los materiales necesarios que necesitáis para clase Edward, Alice y tú; si te hace falta algo, tan sólo búscalo y ellos lo pagarán. No te preocupes por el dinero.

—Creo que no necesito nada —fue la respuesta de Killian—, aunque agradezco mucho la oferta. Uhm...

—¿Sí?

—Las clases.

—Oh, eso. Asistirás junto a Alice y Edward al último curso. Jasper, Rosalie y Emmett se graduaron el año pasado así que podrás descansar de ellos durante esas horas fuera —bromeó el doctor—. No hay muchos alumnos en Forks, así que no te preocupes demasiado si la multitud no es lo tuyo. Ya he arreglado todo con el departamento para que tus registros estén al día lo antes posible.

—Puedes ir en coche con nosotros por la mañana o elegir algún vehículo del garaje —continuó diciendo Edward.

Killian se atragantó con el agua que bebía.

—¿Has... has dicho elegir un vehículo del garaje?

—¡Por supuesto! —asintió Carlisle—. Tenemos un par de coches sin utilizar en el garaje, quizá te guste alguno y si no quieres compartir vehículo por la mañana pues conduces solo.

—¿No pensáis que pueda ser un ladrón y desaparezca con el coche?

La mesa se llenó de risas.

—Claro que no.

—Killian, eres un joven muy dulce —habló Esme risueña—, dudo mucho que seas un ladrón de coches. Eso, o eres realmente un buen actor.

El humano negó rápidamente.

—No. No. No he robado nada en mi vida, ni siquiera los chicles de los niños en el orfanato.

Carlisle sonrió antes de continuar hablando.

—Entonces todo aclarado. Rosalie —llamó a la rubia, ésta lo miró de reojo—, recuerda que Killian irá con ustedes luego de desayunar.

Rosalie asintió.

—Bien —exclamó Esme—, ¿habéis terminado? Rosalie ha hecho el postre.

Edward suspiró y se dejó caer en la silla cuando Esme mencionó eso.

—Ha sido una buena vida, pero de algo tendríamos que morir...

Rosalie junto ambas cejas y lo miró mal.

—Al menos sé cocinar algo que no sean tostadas y huevos revueltos —contraatacó.

Edward iba a hablar pero pronto calló e hizo un movimiento desinteresado de mano.

—Voy a dejarla ganar esta vez porque me parece innecesario decirle que también sé cocinar arroz y abrir latas de sardinas.

Esme apareció otra vez en la mesa con una tarta de manzana entre las manos. Los ojos de Killian parecieron brillar ante la imagen del postre.

—Rosalie escuchó que te gustaban las manzanas y éste también es uno de sus postres favoritos, así que le pareció una buena idea como bienvenida —explicó Esme.

Rosalie desvió la mirada y se hizo la desentendida cuando los ojos de Killian cayeron en ella, sin embargo pudo notar la sonrisa agradecida en el rostro del menor.

—Gracias, Rosalie.

Tras la degustación del postre, Killian se sentía satisfecho y el suelo volvía a golpearlo de lleno. Sin embargo, ayudó a levantar la mesa a pesar de que Esme se hubiera negado varías veces. Tras dejar todo limpio y ordenado, Killian se despidió cordialmente de ellos y les deseó las buenas noches.

En cuanto la familia de vampiros escuchó la puerta de Killian cerrarse, Emmett fue el primero en hacer muecas de asco.

—Que asco.

—No ha sido tan malo —dijo Rosalie—. ¿Habéis visto su cara cuando Esme le explicó porqué había hecho el postre?

—Uh-huh, alguien ya se ha encariñado —molestó su esposo.

—Tonterías.

Carlisle rió.

—No pasa nada por encariñarse del chico —dijo el rubio—, al fin y al cabo será parte de la familia. Es bueno que os agrade.

—Cierto —dijo Alice—. Oh, y aún debe conocer a Bella.

Rosalie murmuró algo ininteligible.

—Se la presentaré el primer día de clases —acordó Edward.

—¿Irás hoy con ella?

—Sí. Luego de deshacerme de los restos de comida, iré hasta su casa.

—Ugh —se quejó Emmett—, quiero deshacerme ya de la comida.

—Pues venga —animó Esme—, id ustedes primero y luego iremos Carlisle y yo, así no dejamos la casa sola.

Emmett sonrió y miró desafiante a sus hermanos adoptivos.

—El último que se deshaga de los restos, se muere —dijo antes de salir corriendo.

—Ya estamos mue-, olvídenlo —dijo Rosalie antes de salir corriendo detrás de él.

—¿En serio vamos a correr detrás de él? —preguntó Alice.

Edward se encogió de hombros.

—Ya sé que estamos muertos, pero ha dicho que el último se muere y no me gusta perder —y desapareció de la vista sin darle tiempo a Alice de procesar lo dicho.

Alice dio un pisotón al suelo al ver que estaba quedando en último lugar.

—¡Oye! Esperen, ¡a mi tampoco me gusta perder!

Y con eso, desapareció en el bosque.

Carlisle miró con cariño el lugar por el que se habían ido. Esme se acercó a él y lo abrazó.

—Killian estará bien con nosotros, ¿verdad?

Los suaves ronquidos de Killian volvían a escucharse desde su habitación, indicando que ya había caído rendido ante el sueño.

—No hay nadie que pueda llegar a comprenderlo mejor que nosotros —dijo Carlisle—. Sí, sí estoy seguro de que estará bien con nosotros.

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