001; carlisle cullen



—Y ya sabes, si algo sale mal y no es como parece ser, debes darle una patada en el estómago. Agarra lo primero que encuentres y rómpelo sobre su cabeza, si muere ya nos encargaremos del problema luego pero lo importante es tu seguridad.

—Nana, ¿no eras tú quien decía que debemos ser positivos? —Killian interrumpió la lección de defensa de nana Sol, intentando reprimir una risa.

—Claro que sí, niño, pero hay que ser positivos, no tontos —la mujer suspiró pesadamente antes de volver a hablar—. Sabes cuál es mi número de teléfono. Cualquier cosa no dudes en llamarme. Sé que puede ser algo extraño al principio para ti, pero lucen como una buena familia así que esperemos que todo vaya bien.

—Está bien. No te preocupes demasiado, nana.

—De acuerdo... ¿has salido ya del aeropuerto?

—No. Estoy en el baño, quería lucir bien y no despeinado porque me dormí en el trayecto.

—Te dije que durmieras anoche —reprochó.

—Lo sé, lo sé, pero estaba entusiasmado.

—Ya... Bueno, debo colgar, Diana se volverá loca si estos niños siguen gritando en vez de hacerle caso.

El menor sonrió.

—Está bien. Te enviaré un mensaje esta noche para contarte cómo ha ido todo.

—Perfecto. Hablamos luego. Cuídate, Killian.

—Tú igual, nana.

El molesto pitido retumbó en su oído izquierdo cuando la llamada fue finalizada. Killian inspiró y espiró varias veces intentando calmar el descontrolado latido de su corazón. Mentirle a su nana sobre el no poder dormir la noche anterior debido a que estaba entusiasmado le dejó un mal sabor de boca, y es que más que entusiasmado, estaba aterrorizado.
Había pasado una semana completa desde que aquel doctor había contactado con ellos para la acogida de Killian, nana le había pedido toda la documentación e incluso hablaron durante horas por teléfono y la familia de aquel hombre parecía el lugar ideal para él, sin embargo, Killian no podía evitar sentirse totalmente asustado.

Si bien el doctor había dicho que conocían a alguien con una condición ocular igual a la suya, él no podía evitar dudarlo bastante. En sus diecisiete años de vida nunca nadie antes había conocido a personas como él, por lo que era entendible que Killian fuera escéptico al respecto.

Killian elevó la vista y observó su reflejo en el espejo; su pelo castaño oscuro y algo ondulado había sido acomodado por él segundos antes de que su nana llamara, vestía una simple camiseta de algodón azul y unos vaqueros. Nada del otro mundo que lo hiciera llamar la atención. No obstante, cuando su propia mirada cayó en sus ojos pudo encontrar el fallo en su aspecto. El iris de sus ojos mostraban un brillante rojo rubí que apartaba toda la atención de su persona hacia ellos.

El adolescente suspiró y pestañeó varias veces antes de girarse y tomar el equipaje entre sus manos y salir del aseo. Caminó por el corto pasillo hasta estar nuevamente en el pequeño pero amplio aeropuerto del lugar. Sus pies no tenían rumbo alguno, no tenía idea de dónde lo esperarían ni tampoco sabía si había algún área de descanso. Killian se dedicó a dar vueltas por el lugar y a admirar el cielo nublado en el exterior. A decir verdad, el clima era bastante agradable a su parecer en aquel instante.

—¿Killian? —una voz grave pero con una amabilidad palpable en su tono sonó detrás de él. El adolescente se giró un poco para encontrarse con la alta figura de un atractivo y joven hombre rubio; sus ojos eran de un brillante tono dorado que sorprendió al menor, vestía un traje gris perfectamente planchado y sonreía amable. No obstante, Killian pudo notar un destello extraño en aquellos ojos, un destello que había visto cada vez que iba a una nueva casa de acogida, un destello que mostraba decepción, miedo o asco.

El adolescente respiró profundo, intentando que sus pensamientos negativos no afectaran a su estado de ánimo: aún podía ser que ese hombre fuera un asesino extraño y él estaba ahí lamentándose por algo distinto. Killian esbozó una sonrisa sin dientes y asintió hacia el doctor, estirando su mano en el proceso. La gran y fuerte mano cubierta por un guante se aferró a la suya para devolverle el saludo.

—Sí, señor Cullen, soy yo —murmuró.

—Nada de formalidades, llámame Carlisle —indicó el rubio cuando soltó la mano del menor, luego miró detrás de él—. ¿Ese es todo el equipaje que traes?

—Sí.

—¿No es poco?

Killian se rascó la nuca algo avergonzado antes de contestar.

—No suelo tener muchas expectativas con mis casas de acogida.

—Ya veo. Bueno, esperemos que con nosotros vaya bien —mintió.

Y Killian supo que mentía por lo rígido que quedó al decirlo. ¿Había sido por sus ojos? ¿Tanto miedo o repulsión podía haber sentido por sus extraños ojos rojos? ¿O quizá había sido por su aspecto? Había visto que vestía ropa cara, ¿quizá no era lo que esperaba encontrarse? No sería la primera vez que algo así sucedía, tampoco sería la primera vez que lo repudiaran por algo así, sin embargo lo que más temía Killian era que volvieran a dejarlo semanas sin comer por "ser el hijo de diablo", o que lo encerraran en el desván y se olvidaran de él por días como pasó en su infancia.

—Déjame ayudarte con la maleta —se ofreció el mayor, sacando a Killian de su ensimismamiento—. Mi coche está aparcado fuera. Ha comenzado a lloviznar un poco, espero que algo de lluvia no te moleste.

El menor caminó detrás de él hacia la salida, mirando de reojo las pequeñas gotas de agua que se adherían a los cristales de las ventanas.

—No. La lluvia me gusta.

—Eso es bueno. Forks suele tener mucha humedad y lluvia, sino te gustara deberías ir acostumbrándote.

Ambos caminaron a la par cuando salieron del aeropuerto. Killian no pudo evitar admirar el flamante coche negro que estaba aparcado frente a él y que destacaba entre los demás. Mayor fue su sorpresa cuando el doctor abrió el maletero del coche e introdujo la maleta en él. Carlisle elevó la mirada y observó al joven mirar en su dirección con la boca abierta, causando que riera ante la expresión de éste.

—¿Te gusta?

—¡¿Es una broma?! Éste es uno de los mejores coches que he visto en mi vida —exclamó el joven con notable entusiasmo.

—Si tienes carné de conducir, podría prestártelo algún día.

El adolescente quedó algo descolocado ante aquella oración, ¿prestárselo algún día? ¿no era que no le había gustado y lo devolverían pronto? Killian no podía evitar tener esos pensamientos, tan malís y pesimistas que le impedían ver la parte buena de la situación.

Killian corrió a sentarse en el asiento del copiloto cuando Carlisle se lo indicó, abrochando el cinturón y colocando su mochila entre sus piernas. Su pierna derecha subía y bajaba, mostrando el nerviosismo y la ansiedad del menor. Sus rojizos ojos admiraron todo el interior del coche, tan elegante que no quería siquiera tocarlo. Observó de reojo como Carlisle sacaba un teléfono móvil del bolsillo de su chaqueta y marcaba rápidamente un número. Al cabo de unos segundos se escuchó una voz ininteligible.

—Hola, sí, acabo de encontrarme con el chico —informó Carlisle—. Creo que deberíamos sacar a Jasper de la casa y llevarlo a una de las cabañas al este durante un tiempo —el silencio reinó en el vehículo mientras la persona al otro lado contestaba—. Sí. No. Por su seguridad. Claro que no. No, no lo es. Sí. Emmett, devuélvele el teléfono a Esme. De acuerdo. Sí. Nos vemos en un rato. Adiós, yo también.

Carlisle guardó nuevamente el dispositivo y miró al chico.

—Parece que quieres curiosear —dijo el mayor—. Adelante, sin miedo.

Killian dudó un instante antes de atreverse a preguntar:

—¿Quién es Jasper?

El rubio se quedó callado un instante mientras sonreía y pensaba una excusa con rapidez.

—Nuestro perro —fue su respuesta—. Es algo mayor y tiene muy mal genio al conocer a nuevas personas, así que prefiero alejarlo un tiempo hasta que estés instalado y él tenga tiempo para acostumbrarse a ti.

—Oh —exclamó el castaño—. Me gustan los perros.

—Eso es bueno, entonces —rió algo incómodo el doctor.

Carlisle encendió el motor del vehículo y comenzó a conducir fuera del aparcamiento del aeropuerto.

Killian, a pesar de haber estado viviendo en distintos estados y lugares, siempre quedaba fascinado por los nuevos sitios que conocía. Sus ojos brillaban tan intensamente como si pudiera ver por primera vez, sus manos se aferraban al cinturón sobre su pecho con fuerza mientras que no podía apartar la vista de la carretera. Era como un niño, como alguien cuya única preocupación es admirar el paisaje exterior. Killian solía conformarse con muy pocas cosas (sus ojos así lo habían dictado) y tener la oportunidad de conocer nuevos lugares era una de ellas. A pesar de intentar recomponerse y no sonreír ante cualquier árbol que pasaba a su lado, Carlisle fue capaz de notar el entusiasmo en el menor y sonrió sin apartar su vista de la carretera.

Si bien había sido un choque para él cuando entró al aeropuerto y el único adolescente con equipaje era el chico cuyo corazón latía con fuerza, no iba a negarle una oportunidad de una familia a nadie, y menos cuando había sido él quien había contactado y movido cielo y tierra para poder acogerlo. Además, por lo que veía en el joven se notaba que era alguien puro, con una vibra similar a las que notaba en su hija adoptiva, Alice.

Lo que sí sería algo más complicado era el pretender. Carlisle siquiera podía llegar a imaginarse cómo reaccionaría el chico al llegar a una casa llena de desconocidos y que lo primero que te digan sea "ah, sí, y somos vampiros". Eso era algo que no podían hacer, menos aún si tenían en cuenta las reglas impartidas por los Vulturi. No obstante, estaba seguro de que el humano no les creería y simplemente lo tomaría como una broma pesada, es decir, al pobre crío lo llamaban incluso hijo del diablo. Carlisle estaba seguro que sería una escena estúpida que no los llevaría a ninguna parte. Por lo que ahora debía darle indicaciones a su familia. Agradecía que Esme hubiera preguntado si realmente era un vampiro, fue la pregunta ideal para poder negarlo y que así el sacar a Jasper de la casa tuviera más sentido. Esme también le había dicho antes de colgar que enviaría a Rosalie y Emmett a hacer la compra para, al menos, tener algo de comida en la alacena y frigorífico.

—Forks —murmuró el adolescente a su lado cuando pasaron por el cartel en la entrada del pueblo. Carlisle olvidó su monólogo interno y se centró nuevamente en él.

—No es un lugar muy poblado y todo el mundo se conoce, así que probablemente te integres rápido —dijo el mayor.

—Hay mucha vegetación —señaló.

—Sí que la hay, y mucha más donde mi familia y yo vivimos.

—¿Dónde viven?

—Prácticamente en mitad del bosque —sonrió—. Nuestra casa es como un lugar oculto, así que sí o sí necesitarás un vehículo para desplazarte. Para ir al instituto siempre puedes ir con Alice.

—¿Quién es Alice?

—Oh, Alice es una de mis hijas adoptivas. Son cinco en total: Rosalie y Jasper, Emmett, Edward y Alice.

—¿Tu hijo se llama como el perro? —cuestionó Killian.

Carlisle se dio un golpe mentalmente antes de reír.

—Rosalie le puso el nombre a nuestra mascota. Ella y Jasper son mellizos, por lo que molestar al otro es costumbre. Aunque Jasper no estará estos días en casa.

—¿El perro o la persona? —Killian estaba algo perdido a esas alturas.

—Ambos. Al perro lo llevaremos a otro lugar y Jasper persona tiene algunas cosas pendientes que hacer, así que no lo conocerás aún.

—Entiendo.

Carlisle suspiró tranquilo cuando Killian dejó de preguntar y volvió a mirar hacia al exterior, más específicamente hacia el camino poco señalado que los conduciría hasta su hogar.

Killian observaba como todo a su alrededor era vegetación, centenares de árboles y distintas plantas que no le dejaban ver la luz del sol. Era algo precioso y fascinante, sobre todo si te apasionaba la naturaleza. Más en el momento que comenzó a apreciar el verde exterior, una enorme casa apareció frente a él; grandes ventanales, balcones amplios y un diseño bastante moderno. Killian se quedó boquiabierto ante la inmensidad del lugar.

—Vaya —exclamó.

—¿Qué tal?

—Es una casa preciosa —murmuró.

Carlisle aparcó frente a la estructura y salió del vehículo seguido por el humano. Sus ojos no podían evitar delatar lo entusiasmado que ahora se sentía a pesar de todavía ser precavido.

El mayor sacó su equipaje del maletero sin esfuerzo alguno y caminó hacia el interior del lugar.

—Venga, sígueme —animó tras ver que el menor se quedaba de pie, inmóvil.

Killian caminó algo titubeante detrás de él. En cuanto cruzó el umbral de la puerta, un sinfín de voces sonaron desde (lo que supuso que era) el salón. Caminó siempre detrás de Carlisle, manteniendo la distancia e intentando hacerse pequeñito. Siempre odiaría las primeras impresiones y las presentaciones cuando eran más de dos personas a las que debía presentarse.

El salón quedó en silencio cuando ambos varones entraron. Killian miró curioso y pudo distinguir 5 figuras: una rubia de aspecto serio que lo miraba con sus ojos entrecerrados, un grande y musculoso pelinegro que sonreía enormemente en su dirección, una pequeña adolescente de aspecto delgado y curioso peinado en su cabello oscuro, también había un desgarbado joven de cabello cobrizo que no miraba en su dirección, y por último una mujer de cabello chocolate que se alzaba la primera con una sonrisa tierna y amigable.

—Tú debes de ser Killian —la última mencionada fue la primera en acercarse—. Es un placer tenerte con nosotros, encantada de conocerte. Soy Esme, la esposa de Carlisle.

—El placer es mío —fue lo único que pudo decir Killian en respuesta, es decir, ¿qué más se supone que diga si ya saben su nombre.

—Oh, debo presentaros —recordó el doctor y se acercó a ellos—. La rubia es Rosalie, no tomes muy personal su expresión, no es nada en tu contra. El que está a su lado es Emmett. Alice es quien no para de dar saltitos y el último es Edward.

—¡Ay, no sabes cuán contenta estoy de que Carlisle haya acogido a alguien más! —exclamó la adolescente de aspecto menudo—. Estoy segura de que nos llevaremos muy bien, ¿te gusta ir de compras, cierto?

—Alice, no lo abrumes demasiado —recordó Edward.

—Lo siento —se disculpó ella. Luego se giró hacia Carlisle y sonrió—. ¿Puedo enseñarle su habitación?

—Me harías un favor —asintió el mayor.

Carlisle observó como Killian se sentía algo reacio a dejarse guiar por Alice hacia la planta superior, con su equipaje en la mano e intentando seguirle el ritmo a la rápida conversación que tenía la joven.

Edward se acercó a Carlisle y observó las escaleras por igual.

—¿Un perro? —cuestionó el lector de mentes.

—¿Podrías haber encontrado excusa mejor? —se quejó el rubio.

—¿Qué clase de dueño le pone Jasper a su perro? ¿Acaso odias al animal? —se entrometió Emmett.

—¿Tanto tenéis para decir? —cuestionó Carlisle con una ceja alzada.

Rosalie habló por primera vez desde que llegaron:

—Oh, créeme tienen mucho más que decir.

—Muy bien. Entonces os encargo la tarea de buscar un perro viejo que se llame Jasper en alguna perrera. Tenéis una semana de plazo.

Emmett y Edward miraron el lugar por el que Carlisle salió junto a Esme tras decir aquello sin poder creerlo. Rosalie se rió ante el rostro de su pareja y hermano adoptivo.

—Eso os pasa por intentar ser más listos que Carlisle.

—No intentamos ser más "listos" que él —dijeron, ofendidos, al unísono.

—Me es igual. Dense prisa y ayúdenme a traer el resto de camas sin que el humano se de cuenta.

Los tres vampiros salieron de la casa, no sin antes escuchar el grito emocionado de Alice en la planta superior: «¡Seremos los mejores amigos!»

Edward miró a la pareja que lo acompañaba.

—Me compadezco del chico.

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