Verdadero Sentimiento
No sabía qué más se podía pedir, la jovencita con una sonrisa que ni ella era consciente del gesto que hacía en el rostro, cepillaba con suavidad de manera tan pausada que adormilaba al pequeño Emporio, que tranquilo se dejaba acariciar echado en las piernas de Jolyne.
Ninguno había salido de la habitación aun ya se haya levantado el somnoliento sol. Todavía con tintes oscuros, los rayos poco alcanzaban el castillo, por lo que aun fuera de la cama, ambos compartirían esa mañana a oscuras juntos y en silencio.
Luego de lo que pareció haber tenido una pesadilla Emporio, la joven quiso consentirlo más de lo que solía hacerlo, era lo menos que podía hacer por el momento con tal de que el cachorro se sintiera tranquilo. No obstante, parecía que lo había logrado desde hace mucho rato, pero el pequeño no quería despegarse de ella, pues solo estar al lado de Jolyne parecía ser más que suficiente.
La doncella ni siquiera sabía si Dio había regresado, normalmente llegaba antes de que el sol estuviera presente. Suponía que sí, más no era algo que le apuraba por el momento, al salir seguro lo encontraría esperándola en el comedor como lo era siempre; no había día que no la acompañaba en su desayuno.
Aunque si se sinceraba, no tenía mucha hambre y su mente solo lo ocupaba su cachorro de pelaje dorado, no le molestaría pasara toda la mañana así con su pequeño, se sentía en verdad encantada con ese perrito que su amado padre le trajo sin esperarlo.
Hubo muchos días donde ya no divagaba del todo en saber qué había más allá de su hogar, aún tenía ese deseo por supuesto, pero aminoró esa sensación de tristeza y soledad. Si bien, aun imaginándose fuera, dentro o incluso en el final del mundo, se veía con su pequeño Emporio, claro incluyendo a su padre, aunque eso quizá sea algo que a él no le gustaría.
Con eso y pensándolo sin querer, parecía que no había ningún sitio al que podría ir más donde Dio dijera. Por cada paso hacia cualquier esquina del palacio, su mundo seguía siendo igual de reducido, no importaba si era largo o corto, era lo mismo. Su padre muchas veces le decía que él concedía todos sus deseos cuando sólo era lo material. Más ella desde hace mucho que las cosas materiales dejaron de importarle, pues lo único que no podía tener era lo que más ansiaba; salir mucho más allá de su propio mundo. Y, aun así, no tenía el valor para decirle o se molestaría.
Sus caprichos como decía Dio, no eran para lastimarlo. Y de las pocas veces que le pidió conocer otras tierras, recibió fuertes palabras de su parte acusándola de una manera que le estrujaba el corazón.
Lo que menos quería era herirlo, si lo amaba con todo su corazón.
-Emporio. – Sin darse cuenta, tenía la mirada y la respiración del canino muy cerca de su rostro. Su mano paralizada sosteniendo el cepillo en el lomo, supo que se había perdido en sus pensamientos.
El perro quién sabe en qué momento dejó de sentir los repetitivos movimientos de Jolyne, pero estaba ahí, atento a ella y para ella.
Seguidamente y Emporio sabiendo que ya tenía la atención de su querida humana, la lamió apenas con la punta de su lengua a su mejilla evitando ser estrepitoso, como si supiera cómo se sentía la doncella.
Jolyne como respuesta, solo rio levemente y lo atrajo besándole la cabeza junto con un abrazo.
A su padre lo adoraba, pero parecía que el único que podría hacerla sentir mejor era ese cachorro.
-Te quiero... - Le dijo sin estar segura si le entendería, pero parecía que sí, pues Emporio movía la cola contento ante ese cariño y le correspondía a su manera. Con un suspiró liberó el aire que le apresaba por dentro, sintiéndose relajada sólo con la compañía del adorable perrito.
El pequeño también adoraba a Jolyne.
Bastante placido el momento, el silencio y la calidez de ambos se vio interrumpida por el propio cachorro que, sin previo aviso, se separó de la otra quedándose quieto y mirando hacia la puerta extrañando a la joven. La otra intentándolo mover, este parecía inquieto y cuando estaba por preguntarse; el ambiente se vio interceptado por unos fuertes toques provenientes de la puerta, que incluso la hizo sobresaltar y abrir más los parpados de la impresión.
- ¿Jolyne? – Desde el otro lado, se escuchó la voz de Dio. – ¿Puedo pasar?
Al anunciarse, la menor sintió a su cachorro aún más tenso y un par de gruñidos salieron de él. Bastante confundida, le habló en susurro.
-Emporio, es papá. – Quizá lo confundía con otra cosa, pensó. – Sí, padre. Adelante. – Aunque le parecía curioso que este pidiera permiso para entrar, casi nunca lo hacía, más al saberse más como una mujer que como una niña, ya era una acción un poco más acostumbrada.
Con la afirmativa, Dio se abrió paso mostrándose ante el par.
-Buenos días, Ojos míos. – Con su calma de siempre se dirigió a su hija. No obstante, y antes de que devolviera el saludo la chica, Emporio no se limitó y con los nervios de punta comenzó a ladrarle con toda agresividad que incluso asustó a su humana.
- ¡Emporio! – Contrariada e igual algo molesta, quiso detenerlo abrazándolo con ambos brazos, pues parecía que casi quería atacarlo, y pese a eso, Dio con una media sonrisa sabia este jamás le mordería ni un pelo. Podía oler cuan aterrado e inseguro estaba. – ¡Emporio, es papá!
De alguna forma, Jolyne quiso hacerle entender a su pequeño que no había motivo para ponerse agresivo, nunca antes le había ladrado así, si incluso fue él quien lo trajo.
El rubio sin ninguna inquietud por eso y casi retador, con sonoros y alargados pasos fue hacia el cachorro infringiendo mucho más miedo en el inocente ser, dándole a entender y con toda intención que no le afectaba en lo más mínimo sus ladridos.
La menor sin entender lo que sucedía, incluso se llegó a sentir agobiada por el aire tenebroso que parecía desprender de él, pero eso simplemente no podía ser posible, al menos no con ellos.
-Parece que me desconoce. – Como si se burlara, sin avisar tomó por la piel de la nuca levantándolo sin ningún cuidado, que hasta parecía que las garras se incrustaban cada vez más en el interior de su pelaje provocando un fuerte chillido. Esa acción alarmó a la menor con un dolor en el pecho. – Soy yo, Emporio; El Gran Dio, el que te dio un hogar, ¿Cómo puedes ser tan mal agradecido? – Y te aprovechaste de mi amabilidad, pensó el rubio con bastante rabia.
- ¡Lo estas lastimando! – Con visible enojo, Jolyne quiso arrebatárselo, pero al querer jalarlo sabía que podría lastimarlo más. – ¡Padre!
-No le estoy haciendo nada, Jolyne. – Por fin soltándolo y con hastío a las palabras sonoras de su hija, casi se lo aventó para después cruzarse de brazos. Le parecía tan patética la situación. – Le enseñaba que no debía ser irrespetuoso conmigo, eso es todo. – Aun con la excusa se notaba su indiferencia.
Jolyne procurando el estado del cachorro ni siquiera lo escuchó, pudo ver que apenas y logró sacarle sangre al pequeño, eso la enfureció.
- ¿¡Por qué lo hiciste!? – Sin limitarse, le cuestionó furiosa, y por supuesto estaba muy dolida que su propio padre pudiera ser capaz de lastimar a su amado canino. – ¡Así jamás me educaste, nunca me lastimaste!
-Pero tú no eres un perro, Ojos Míos. – Sin moverse de su posición arrogante, miró desde arriba sin ningún remordimiento al par, pues él jamás fingía sus sentimientos y no se limitaría en demostrar que no le agradaba más ese ser insignificante. Si bien, notando las lágrimas que comenzaban a surgir de sus ojos llameantes, ahora era él el dolido, aunque no lo demostraba. – Tal vez no seas consciente aún, pero eres mucho más que eso, incluso para un humano cualquiera eres superior.
Jolyne no lo miraba, pero escuchaba no comprendiendo a lo que decía. Aun fuese ella su hija, no era más importante que Emporio, a veces pensaba que su padre enloquecía.
-No soy lo que dices, padre. – Sin dignarse a voltearle a ver y sin ninguna señal de que lo haría, fue lo único que dijo. Como si no fuese merecedor de ver sus pupilas llamearse de tristeza o eso pensó el mayor.
¿Qué acaso ese perro ahora era más importante que su propio padre y rey? Se preguntó hundido en celos, pero de inmediato supo que eso era completamente estúpido, eso no era posible. Pero si tenía la culpa de que Jolyne estuviera enojada con él.
-Si vas a llorar por ese perro, una vez más déjame decirte que esa creatura no vale ni la mitad de una de tus lágrimas, solo haces que se desperdicien. – Queriendo Ignorar inmediatamente ese sentir, trató de acercarse a la joven levantando la mano hacia ella, pero esta no le permitió que cargando con Emporio se fue a otra esquina de la habitación.
¿Lo estaba retando acaso?
-Si vas a acercarte para lastimar más a Emporio, será mejor que te retires de mi habitación. – Tal vez aterrada por negarle algo al rubio, de igual manera no quería que tuviera ningún otro tipo de contacto con su cachorro. – T-Te pido que no te acerques. – Con las lágrimas empapando sus mejillas, Dio no dio un paso más con la palma petrificada.
No demostraba ningún gesto que manifestara la furia o algo similar, pero sí que lo sentía. Ahora no cabía el grave error que había cometido, Jolyne ya no permitía su cercanía solo por esa maldita creatura de vida efímera.
-Bien, sí así lo quieres. – Con serenidad, solo dio la vuelta y con pocos pasos fue hasta la puerta, y enseguida salió cerrando con tal fuerza la puerta que casi ensordecía a la joven y al cachorro.
Con la piel erizada y aun con la espalda en la pared, Jolyne por fin levantaba el rostro mirando hacia donde había desaparecido su padre. Y con el cachorro en brazos, se dejó caer hasta el suelo de manera lenta, pues sus piernas parecían ya no pudiendo sostenerse más, sus manos sudaban y temblaban de manera un tanto descontrolada. Tocando por fin la pulcra y fría superficie, su llanto se volvió más sonoro manifestando más el miedo y el estrés.
Siendo iluminada cada vez más por la luz mañanera, resaltando el lamento en su rostro para después esconderse su rostro entre sus brazos y piernas recogidas; pareciera que Jolyne solo era la afectada, pues Emporio aun cuando momentos antes estuviese horrorizado e incluso herido con algo de sangre en su pelaje, su atención iba solo para su humana. La joven hundida sólo sentía en la piel de sus extremidades las patas y lamidas del pequeño queriendo llamar su atención.
Y para ese momento, sus oídos pudieron percibir la llave cerrando la puerta de la habitación.
¿Acaso la había encerrado?
...
Las horas pasaron, y Dio desde la sombra del enorme jardín veía hacia arriba justo en la ventana de la habitación de Jolyne. Aún cerrada sabía que ella se encontraba ahí, la jovencita siempre la abría para respirar el aire desde la mañana hasta que empiece a oscurecer, aunque por esta ocasión no era así, aun cuando sólo le había bloqueado la puerta. Quizá debería estar hambrienta como también el cachorro, si bien ella no saldría hasta que él lo decidiese; pensó sin desesperarse.
Cualquier otro se arrepentiría y se disculparía por haber sido tan cruel, pero no sería el caso con él. Es más, pensaba que era lo justo y dejarla sin alimento por un rato quizá era poco de lo que se merecía, aun le duela hacerle eso.
Dejarla sin comer no la mataría, ni siquiera a Emporio aun siendo más pequeño.
Eran muy contadas las veces en que la castigaba, pero en verdad le había lastimado y esperaba que con eso supiera lo mal que hizo al preferir a la creatura que a él.
Él nunca puso absolutamente nada sobre Jolyne, su hija desde que la tuvo en brazos siempre fue su prioridad, ¿Cómo es que ella no hacía lo mismo? Aun cuando él fue el único para ella, simplemente le parecía absurdo.
Si bien, esperaba una buena respuesta luego de esto. La menor aun haya crecido convirtiéndose más en una mujer, todavía tenía mucho que aprender y se encargaría de guiarla al buen camino que siempre soñó para ella.
Un camino que recorrer sólo para ambos.
De todos modos, ni él aguantaría la idea de tenerla un día entero sin comer o beber, más pensando si tanto le importaba ese perro se esperaba incluso una disculpa.
Con paciencia, esperaría el momento adecuado para después acercarse a ella, no arrepentido, pero le demostraría con amor y tranquilidad que lo que hacía y haría respectivamente era por su bien.
Ya después verá qué hacer con Emporio.
...
-Emporio, lo siento mucho. – Totalmente encerrados, la joven lamentaba mucho, además del hambre y la sed, el agobio que tenía el cachorro al estar tan encerrado por tanto tiempo. Estando tan acostumbrado al sol, pasto y viento; se sentía sumamente estresado.
Jolyne no era muy diferente a ese sentir.
El pequeño baño que llegaba a corresponderle solo para la doncella dentro de la enorme habitación, apenas y Emporio había podido beber de ahí, pero no era suficiente, necesitaba alimento.
Pero de pensarlo, tenía bastante miedo y en momentos se preguntaba, ¿Era justificado? Dio se había molestado mucho que llegó a lastimar a su adorado cachorro, pero su sentido común le decía que aquello pudo ser peligroso y aun así no sabía de qué manera.
Se sentía tan confundida y triste.
Entonces imaginaba que quizá su padre fue capaz de asustarlo durante la noche cuando ella dormía, cuando a Dio algo no le gustaba algo no se molestaba en ocultar sus sentimientos, más cuando eran así de feroces.
¿Cómo habría sido capaz? Y, a decir verdad, tampoco tendría pruebas claras de que eso habría sucedido, pero lo que pasó en la mañana y la reacción del pequeño casi estaba segura.
Ojalá Emporio pudiera hablar, pensó mientras le acariciaba la cabeza. El pequeño estaba tan frustrado como ella, ni siquiera se paraba y se apoyaba en su regazo, parecía estar algo débil, más si este aún era un bebé.
Le dolía, pero no confiaba ya en dejar que su dulce perro estuviese cerca de su padre. Y se preguntaba, ¿Por qué quisiera dañarlo, por celos? Quizá era algo obvio, pero ni su propio corazón le permitía del todo aceptar aquello, pues amaba a su padre a pesar de todo.
Jolyne se sentía tan atrapada no solo por fuera, sino internamente y consigo misma.
Puede que sea necesario salir, aunque no quisiera.
Si quería protegerlo, era también enfrentar los problemas, ¿No? Dio alguna vez le dijo que él siempre afrontaría cualquier cosa por ella, Jolyne quería hacer lo mismo por Emporio.
Se disculparía.
...
Dio jamás tenía la necesidad de salir al jardín o siquiera ver la luz del día a menos que fuera por su hija, y de haber salido fue solo para observarla aun a lo lejos y sin ver su silueta precisamente. Por ello, paseaba dentro del castillo sin darse cuenta de la falta que le hacia su presencia, extrañándola y recorriendo cada esquina aun percibiendo el aroma de Jolyne. Aunque no tanto como cuando suele salir de su habitación, y ciertamente para aquel segundo, su olor de un momento a otro era más penetrante para su olfato al escucharla cerca de su propia puerta.
Apenas había pasado el mediodía y su hija no pudo soportar más su propi encierro, porque sí, ella fue quien lo provocó.
¡Vaya! La creía más persistente aun cuando haya sido él quien decidió privarle la libertad dentro del castillo, pero tal y como pensó fue más que nada por ese perro. Esa irrefutable razón le caló aún más.
Sin demorarse, fue a paso lento donde ella se hallaba, podría estar muy enojado y decepcionado, pero extrañaba ver y sentir su hermoso rostro entre sus garras. Después de todo, ella seguía siendo suya, su amada hija y la razón de su existir.
-Ojos míos. – Estando a muy pocos metros de la puerta, le habló sonando el eco de su voz retumbar hacía las amplias paredes, aquello estimuló paralizar los sentidos de Jolyne y detenerse abrazando con estrés a Emporio, estando sólo detrás de la madera pudo escucharlo con claridad.
Sin prever, ya sonaba desde el otro lado la llave abriendo y rápidamente dejándose ver el rubio y su fuerte energía endemoniada. Pero a comparación de esa mañana, su mirada parecía afligida y a la vez apacible con solo verla, Jolyne no supo interpretar del todo ese gesto que le manifestaba.
-Buen día. – No queriendo demostrar su temor, saludó con flaqueo la joven, quería darle a entender que era firme para con él, aunque no lo lograse. Si bien, luego de saludar sintió los dedos ajenos acariciando su rostro como si se hubiese despabilado totalmente de su enojo con Jolyne o incluso su rabia hacía Emporio. Más no reparaba mucho en ello, al ser liberada su único objetivo para ese momento era buscar comida y guiar sus pasos hacia la enorme cocina del palacio, pero antes tendría que pasar justo donde estaba el mayor.
Queriendo darse prisa lo haría, pero antes de que pudiera hacerlo, Dio la tomó de su brazo con suavidad sabiendo la intención de esta, al hacerlo presionó más contra su pecho al cachorro, quien parecía ya no responder ante la presencia mayor, sólo dando un par de quejidos apenas audibles casi escondiéndose en el pecho de la doncella.
-Cariño, no me temas. – Como sonaría cualquier padre amoroso, el rubio le habló con dulzura haciendo que Jolyne levantara la mirada exponiendo sus ojos desconsolados y recelosos. – Me duele mucho que creas que pueda hacerte algo. Eres mi hija, el amor de mi vida.
-Pero, lastimaste a Emporio, es como si lo hicieras conmigo. – No arrepintiéndose de sus palabras, la menor no le mentiría como aquel suceso la hizo sentir. Ante eso, Dio trató de respirar hondo y no matar al cachorro de un solo rasguño en ese instante o empeoraría el asunto.
-Jolyne, eres joven, desde hace poco que empiezas a dejar de ser una niña, y aún hay cosas que no comprendes y deberías de entender... – No obstante, y antes de que pudiera seguir Dio, la menor se desató de su agarre negando con su cabeza.
Y de nuevo se le veía el agua en sus orbes.
-Tú, viniste anoche a mi habitación, ¿verdad? – Como si no hubiese escuchado absolutamente nada de lo que acababa de decir el rubio, simplemente cuestionó. – Papá, ¿Querías hacerle algo a Emporio mientras yo dormía?
De un momento a otro y con la pregunta de la doncella, Dio cambió su semblante a uno bastante tenebroso, nada comparado como el de hace un segundo, que era solo de amor y preocupación. Y dentro de la joven, esperaba tener una respuesta que le calmase el corazón, que negara eso que le preguntaba.
-Si te respondo con una afirmativa, Jolyne, ¿Qué tendría eso que ver con lo que pretendía decirte? ¿Por qué te importa tanto la vida de ese insignificante ser de efímera existencia? Me interrumpes por cosas banales. – El timbre de sus interrogantes eran tan profundas y graves que alteraban sus nervios, tan sumida en el terror que tal vez jamás haya sentido, y mucho menos provocado por su padre.
Sin que ninguno de los dos se diera cuenta, Dio iba hacia ella a paso lento, pero pocos harían falta para acorralarla contra la pared, esta vez sin ninguna intención de detenerse como esa misma mañana. Emporio quizá sólo por instinto de proteger al ser amado, ladraba al rubio percibiendo el peligro que este representaba e intentando zafarse, pero parecía que ninguno se percataba de ello y Jolyne tenía un agarre bastante fuerte.
- Papá – Con el llanto naciendo de nuevo, no dejaba de mirar los orbes carmesíes del monstruoso ser que era su padre. No podía ni rogar, solo lograba llamarle como varias veces llegó a hacerlo desde pequeña. - ¡Papá! ¿Por qué...?
Para ese momento y sin esperarlo, Dio no se contuvo y abofeteó a su amada hija provocando que esta fuera levemente lanzada, cayendo a una esquina totalmente tendida al dorado suelo sin ningún signo de defensa previa. A su vez y debido al golpe, no evitó soltar de repente al cachorro que con complicaciones no pudo impedir la dolorosa caída a su vez que el impacto del golpe también no evitó ser víctima.
Así como se percibió tan lento y a la vez rápido, el rubio poco fue capaz de asimilar lo que había sucedido. Sus encolerizados ojos habían desaparecido percibiendo un panorama muy distinto, ahora siendo sólo un par de esferas rojizas mirando la figura de Jolyne sobre el piso. Con los cabellos extendidos y la falda sin ningún tipo de vuelo, inerte que realmente no sabía percibir su respirar.
Aquello y dándose cuenta de lo que había provocado, como casi nunca en toda su vida; el miedo y el posible llanto fueron capaces de amenazarle con aparecer. Su respiración se cortaba y una impetuosa opresión en su pecho le calcinó los nervios.
Esa hermosa doncella yacente en el dorado azulejo de su palacio, era su hija y él fue el causante del hilo de sangre que desprendía de su cabeza, contrastando con su pálida y suave piel, el fuerte aroma del líquido inundó sus fosas nasales provocando un dolor en su corazón ¿Cómo pudo ser capaz siendo su propio padre?
- ¡Jolyne! – Sin más y con prisa se acercó a su amada hija, tomando su frágil cuerpo la sostuvo quitando todos los cabellos que le imposibilitaban verle el rostro. Si bien, teniéndola a pocos metros de él, pudo sentir el latir de su corazón y su respiración yendo contra su cara.
Procurando no lastimar su cuello, la apoyó contra su fuerte pecho manchando su ropa de la propia sangre de la menor, lamentándose por derramar aquello tan preciado y no haberlo evitado antes.
Sus impulsos y miedo fueron más fuertes.
– ¿Sabes lo mucho que me lastimas, Ojos míos? Tú me orillaste a esto, Jolyne. – Con un par de lágrimas resbalaron en su fría y áspera piel.
Hacía tanto que el demonio no lloraba desde esa vez en la lluvia en el suelo empedrado...
...
Desde hace tiempo que siempre había una razón para colapsar sus miradas, sus aromas se encontraban y no sabía sí era el aire que tocaba su cabello o si era ese alguien que cargaba con su cuerpo palpándola con curiosidad. Recordaba la silueta de aura dorada y ojos escarlata, una figura que desde muy pequeña siempre le pareció tan familiar y a la vez distante. Debía ser Dio, su padre, pero rememorando en sus sueños las facciones severas y confundidas, le daban una sensación muy fuera de lugar, uno del que jamás llegó a estar acostumbraba y por alguna razón añoraba.
Incluso cuando aquellas manos siempre la trataron con delicadeza tal cual como lo hacía Dio, pero no era lo mismo.
Lo veía ahí ahora mismo, sintiéndose más pequeña y en medio de la brisa marina. Le dolía la cabeza y no sabía por qué, pero el impulso de abrazarse a ese ser le estaba matando junto con las ganas de llorar.
Como si lo extrañase.
Su propia visión que en esos momentos no se despabilaba, ese rostro que parecía ser relativamente parecida a la de su padre, y a su vez a la suya por la suavidad de sus gestos y ojos más vivos; más jóvenes como cuando ella se miraba al espejo. Le daba un consuelo que parecía dolerle, un sueño que le atormentaba.
- ¿Papá? – Aun cuando no estuviese segura de sí era él, el escenario donde se percibía y la visibilidad fue cambiando encontrándose al auténtico Dio frente a ella. Sus parpados entreabiertos quisieron abrirse aun con todo pesar.
Y al hacerlo, se supo en otro lugar, uno muy diferente que el que veía hacia un momento; ahora estaba en su habitación y su padre le miraba con visible preocupación.
-Ojos míos, despertaste. – Como si estuviese por llorar, de pronto se sintió rodeada por los brazos del otro aun cuando no se había podido incorporar. Dio procurando no dejar todo su peso en ella, y Jolyne sintiendo un horrible dolor de cabeza.
-Papá, ¿Qué pasó? – Preguntando más que nada por lo que antes soñaba, le costaba dilucidar y separas la realidad con su doliente alucinación.
Si bien y antes de que Dio pudiese responder, se separó sin levantarse de ella y mirarla de frente.
-Te golpeaste la cabeza, querida. – Tomando una de sus manos la dirigió donde la venda que enredaba su cabeza. – Fue un accidente, pero no volverá a suceder. – Con una sonrisa, fue lo único que dijo para después besarle la frente. – No volveré a permitir que te hagas daño, ¿Escuchaste?
Jolyne escuchó, pero no entendía a lo que se refería, no recordaba cómo es que ella misma se había golpeado. Aunque para ese momento, en su mente pronto volvió a la imagen del portador de pelaje dorado y ojos negros.
- ¿Dónde está Emporio? – Sin importarle ya las circunstancias, preguntó de pronto y Dio solo sonrió para Jolyne provocándole un grave escalofrió. – ¿Pa-papá? – Tan solo volvió a cuestionar con llamarlo y aún sin recibir respuesta las lágrimas comenzaron a brotar una vez más, pero con más ahínco y desesperación. El silencio del rubio le estaba dando a entender algo y simplemente se negaba, incluso lo hacía con su cabeza que poco le importaba el daño físico que había recibido. - ¡No!
-Te amo, Ojos míos. Te prometo que de ahora en adelante será mucho mejor que antes, no necesitaremos de nada más. – Como si nada de eso sucediera frente a sus ojos, se puso de pie con una sonrisa y tranquilo se fue retirando para dejarla descansar, estaba herida y necesitaba reposar, pensó.
Y ciertamente, también debía acomodar sus prioridades y sentimientos a solas.
Para eso, Jolyne estando sola y aun con cierto mareo se quitó las sabanas encima, y sin mucho equilibrio abrió la ventana tratando de buscar al pequeño cachorro con su débil vista. Al menos su aroma o un par de cabellos dorados era lo que deseaba, pero no lograba encontrar nada.
- ¡Emporio! – Gritó hacía el exterior siendo tocada por los rayos del sol, rogando por dentro al viento que le guiase hacia su querido cachorro, pero no había caso. Ni siquiera veía sangre esparcido ni nada similar.
¿Qué fue lo que hizo Dio con su amado Emporio mientras ella estaba inconsciente?
Se imaginaba lo peor y de hacerlo, sus piernas perdían la poca fuerza que tenían y sus rodillas se doblaron como sus manos tapaban su rostro aguardando las gruesas lágrimas.
Su llanto descontrolado parecía implorar el final de un sufrimiento que llevaba arrastrando y no sólo el de ese instante.
Inconsciente deseaba para ella misma buscar a su propio paso desnudo a su amada creatura, o de no serlo la muerte que pocas veces llegó a presenciar, buscando entre el sueño eterno a ese ser de reflejos dorados que le consuele y termine con su martirio.
No sabía que nacía en ella, pero se desataba un sentimiento que no quería aceptar y no había nombre que pudiese nominar.
¿Qué sucederá con Jolyne?
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