Sólo tú y yo
Risas infantiles se perdían en el eco del espaciado jardín que era bañado por la luz de la luna. Si bien, su jovialidad y su felicidad lograban inundar todo el castillo y no solo eso, el corazón de Dio casi lloraba al ser el causante de esa alegría, de esa tierna sonrisa y de esos ojos llameantes que solo eran dedicados a él.
Amaba a su hija con toda su existencia.
-¡Padre! - Llegó la niña abrazando las piernas del mayor con sumo regocijo, luego el aniñado rostro se levantó hacia el de Dio, quien no resistió y la cargó alzándola al cielo.
-¡Jolyne, estas volando! - Exclamaba entre risas que se mezclaban con la de la niña que extendía los brazos sin ningún temor, pues confiaba plenamente en él, en su adorado padre.
Todo era hermoso desde que esa niña llegó a su vida, la pequeña que proclamó como su hija ahora era la luz de sus días, ya no concebía el dolor. No veía un solo momento donde no estuviera ella.
Él se encargaba de cuidarla, amarla, acobijarla, alimentarla, enseñarle todo lo necesario. Él sería el único en su vida y se aseguraría de que así fuera.
Jolyne era el mundo de Dio y él era el mundo de Jolyne. Así sería siempre, solo ellos dos en su propio mundo. Juntos y nada ni nadie los separaría.
...
Vías rodeadas de vegetación, un paraje encerrado de gigantescos árboles y de arbustos tan altos como las ruedas de ese grandioso carruaje dorado. Jolyne apreciaba en su piel el fresco viento chocar contra su piel mientras que aspiraba el dulce olor de la naturaleza.
Levantó la vista hacia arriba y supo que tan altos eran esos troncos poseedores de grandes hojas que revoloteaban al viento mañanero, no recordaba haber visto algo tan bonito y tan rápido, pues los caballos negros que jalaban se movían de manera tan ágil y sin ningún tropiezo.
En ese momento, su pequeña mano fue cubierta por una más grande; era su padre Dio.
Jolyne correspondió juntándose más al fornido cuerpo ahora estando debajo de aquella sombrilla negra que sostenía el rubio. Su padre al ser muy sensible al sol, siempre llevaba ese tipo de para soles y ropa oscura que le cubría casi en su totalidad.
Se trataba solo de ellos dos del trayecto de una mañana, recorriendo un camino juntos hacia quien sabe dónde y no se lo preguntaba del todo, puesto que ya disfrutaba ese paseo junto a su padre y en cuanto menos se dio cuenta, aquel camino de tierra ya se hallaba sola quedando a pocos metros de lo que parecía había personas.
Con aquella imagen su tranquilidad se vio ligeramente turbada, no esperaba algo así, sería la primera vez que conviviera con alguien diferente a su padre. Dio pronto dio cuenta de la reacción de la pequeña, por lo que negó con una media sonrisa. Su amada hija no tendría que tener contacto con nadie más que con él, tan solo era el ganado que inevitablemente tendrían que atravesar para que pudiesen divertirse. De igual forma, él mismo se encargaría de todo sin que la menor tuviese en siquiera mirarlos directamente; esos ojos solo le pertenecían a él y solo a él.
Los hermosos caballos ya habiendo parado frente a la entrada de aquel pueblo, las personas que se hallaban cerca miraron cautivados por tan mística e imponente visita y no solo por el hermoso carruaje dorado con detalles de mármol o las increíbles bestias que cargaron con él; sino por el hombre de vestiduras negras que cargaba de un pequeño ser vestido de blanco, una niña.
Una escena bastante singular y que pocas veces podía llegarse ver, pues esa presencia misteriosa rara vez visitaba el pueblo y más ahora que tenía a un acompañante de aspecto infantil.
Dio bajó antes para después cargar a la menor y ponerla al suelo con cuidado, tomó de su mano y se adentraron haciendo que las demás miradas se apartaran ante la intimidante presencia. Dio supo de la impresión de la gente, pero no tomó importancia, mientras no se acercaran a su adorada hija o siquiera verla directamente a los ojos, no tendría la necesidad de hacerles algo.
Caminaron con los demás abriéndoles paso, Jolyne se aferraba a la mano de su padre curiosa del lugar a donde estaba, nadie los miraba directamente o quizá de reojo, pero nada más y eso le hacía preguntarse del por qué, más no preguntaría o al menos no por el momento.
Sin saber realmente a donde iban, Dio la guio hasta donde parecía ser un corral lleno de animales o eso creía la niña, pues jamás había visto algo como esas bestias frondosas y quizá acolchonadas.
-Se llaman borregos. - Le comentó su padre de manera dulce estando cerca del animal. - Son animales de granja, usados para beneficio humano y por lo tanto son comida. Están en este mundo para servirte, Jolyne.
La niña escuchaba atenta sin dejar de mirar al borrego que comía del pasto. Extendía su mano queriendo tocarlo y el padre viendo aquella acción, Dio la tomó apartándola, cosa que hizo que le mirara extrañada.
-¿Puedo acariciarlo?
-No, Jolyne. No es un caballo, es comida. - La menor no entendía, miraba al ser frente a sus ojos y lo veía como un pequeño animal más, así como lo era un caballo e incluso lo consideraba tan tierno como sus osos de peluche.
-No quiero comerlo, quiero adoptarlo. - Sin hacerle caso al rubio, corrió hacia el borrego abrazando su hebra blanca, el animal ni se inmuto y se dejaba ser ante los pequeños brazos de la pequeña. - ¿Puedo quedármelo? - Jolyne miraba con un intenso brillo en sus llameantes ojos hacia su padre queriendo convencerlo de quedárselo. Eso cabreó al padre, ¿Por qué mostraría encanto y quizá cariño hacia algo desechable? Sus ojos se encendieron por algo tan insignificante, para eso lo tenía a él, que era su padre y debía ser el único que debía causar ese efecto.
-¡No, ojos míos! ¡Esto es comida! - Con enojo se acercó al animal y apartando a la niña tomó sin piedad el cuello del borrego lastimándolo y haciéndole chillar.
-¡Pa-Padre! - Exclamó Jolyne asustada y con las manos en su boca no creyendo lo que veía. Su padre cargaba sin ninguna dificultad a la pequeña bestia mordiendo de su cuello y empapándose de sangre. Las lágrimas pronto le brotaron con sumo miedo, ¿Por qué lo hacía? Lo desconocía, le arrancaba el cuello como si arrancase el ala de una mariposa, estaba asustada.
Dio estaba consciente de lo que le causaba a su adorada, pero era algo que tenía que tener en claro; era comida y el amor que ella profesaba debía ser solo para él.
Con miedo y desconsuelo, sus temblorosos pies dieron un paso hacia atrás para luego irse corriendo con el llanto a flote. Ese no había sido su padre, ¿Verdad? No era nada igual como cuando era cariñoso con ella. Su voz demostró furia o quizá algo más, de igual forma temía y sus impulsos ahora eran los que la dominaban, el miedo la había sometido como para correr a cualquier rumbo.
Sus pies fueron tan rápidos, que de un momento a otro estos tropezaron haciéndola caer; su rostro había chocado contra algo mojado y espeso, se había ensuciado de lodo.
Llorando y tratando de levantarse, se paró sosteniéndose con sus rodillas queriendo quitarse el lodo de sus ojos. Ahora no sabía qué hacer, ahora quería buscar a su padre, más aún le temía por aquella horrible imagen que no podía quitarse de la cabeza.
¿Cómo pudo matar tan cruelmente a ese lindo borrego? o ese era el nombre de ese animalito como le dijo su padre.
-Oye, ¿Estas bien? - Le preguntó de repente alguien enfrente.
La niña no comprendió bien esa pregunta o al menos saber dónde estaba, ya que no asimilaba nada aun teniendo el desconcierto. Si bien, unos dedos ajenos la ayudaron a quitarse el fango de su rostro permitiéndole ver de quien se trataba.
Jolyne aun con lo que quedaba del llanto, puso atención a esa persona que le inspeccionaba preocupada y en aquel momento, su respiración se paró por un segundo y su corazón se tranquilizó en un solo un choque de miradas.
Descubrió unos hermosos orbes rosados que se incrustaban cual hermosas joyas al apuesto rostro de un joven. A su vez que el otro ya miraba los ojos de la niña, le sonrió queriendo tranquilizarla, aunque eso ocasiono un bochorno en Jolyne.
-Huh... - Quiso decirle algo, pero nada pudo salir de su atrabancado pecho.
-Déjame ayudarte. - Dispuesto en limpiarla, sacó de su ropa un trapo de una tonalidad gris que ya iba directo en su cara, cuello, cabello y manos. Y en un siéntanme, había quitado gran parte del fango, realmente no había sido tanto. - ¡Listo! Ahora estás limpia de nuevo. - Pellizco levemente la mejilla sonrojada.
-Gracias... - Agradeció tímida mientras que el joven le sonreía tiernamente.
-¿Qué hace una niña tan bella como tú por aquí sola? - Preguntó jovialmente. - ¿Estás perdida?
-No...- Contestó insegura no sabiendo qué más decir, era la primera vez que hablaba con alguien que no fuera Dio.
-Entonces, ¿Por qué corrías y llorabas? - Jolyne bajó la cabeza, no quería mirarle y llorar de nuevo con recordar la razón, más fue inevitable, pequeñas lagrimas salían de nuevo rodeando sus mejillas. Como acto seguido, el joven mayor le limpió con su dorso. - ¿Cuál es tu nombre? - La niña al instante no respondió, pero luego miró de nuevo sus ojos de iris rosa y tuvo deseo de contestar.
-Jolyne.
-¡Jolyne! Que hermoso nombre, como tú. - Provocó un nuevo bochorno en ella. - Yo me llamo Narciso, pero puedes llamarme Anasui. - El joven referido como Anasui, se quitó el sombrero dejando ver sus cabellos rosas, cosa que cautivo a la pequeña. Después colocó el objeto hecho de paja sobre su cabeza trenzada. - Toma, es un obsequio, por favor ya no llores. Eres tan bella como para que pongas esa cara triste, ¡Vamos! Dame una sonrisa.
Reconfortada, ensanchó sus labios dejando ver sus blancos dientes, era algo en verdad hermoso pensó Anasui.
-¡Jolyne! - A espaldas de la niña, la voz de su padre resonó haciéndola temblar. - ¡Aléjate de ese niño inmediatamente! - Jolyne no quería verle temiendo a verlo descontento aún más con ella.
Anasui por su parte, se mostró firme, aún sus nervios se violentaron por tan repentina y espeluznante aparición.
-Pa-Papá... - Pronuncio girándose de a poco, luego sintió como el rubio le quitaba con brusquedad aquel sombrero de paja.
-Es hora de irnos. - Dijo secamente cargándola sin mirar al joven y dándole la espalda.
Jolyne no dijo nada como tampoco Anasui. El jovencito tan solo vio como ese misterioso hombre de ropajes negros se llevaba a la niña que ya lo había embelesado. Ambos se miraban y el de ojos rosas levantó la mano como despedida mientras veía los orbes de la menor aguarse que cada vez se alejaba. Entretanto, recogió el sombrero que se hallaba en el suelo con el corazón afligido.
Con la rabia dentro de Dio, pensaba en cómo Jolyne había sido capaz de sonreírle y permitirle escuchar su voz a ese humano, aunque sabía que aún era muy pequeña para entender que ella solo le pertenecía a él, por lo que solo lo culpaba a él.
Ninguno de los menores lo sabía, pero esa próxima noche, era la última donde Anasui daría su ultimo respirar.
...
-Entonces, la joven princesa se agachó frente al abrevadero. - Contaba el ser de cabellos rubios y ojos color sangre sosteniendo el libro de cuero. - Se miró al reflejo y entonces supo, que su corona en la cabeza no solo la hacía más bella. - La profunda voz que proyectaba ternura, hacía que la niña en su regazo se arropara hasta la barbilla con las aterciopeladas sabanas. Su vista no se despegaba de esas páginas amarillentas, pues dentro de su mente soñadora se veía a sí misma como la princesa. Su iris se encendía ante la cálida luz de los grandes candelabros y contemplaba a la hermosa doncella dibujada junto al cuerpo de agua. - Su único sueño se había cumplido; ahora tenía una familia y un lugar a donde ir. Las pesadillas y los relámpagos impetuosos se habían ido por siempre.
Al terminar el cuento, el ser cerró el libro de cuero con cuidado haciendo que poco soplara y revoloteara los cabellos de la niña, en eso sintió el olor viejo de las hojas.
Jolyne había olvidado del por qué se había sentido tan triste antes, su padre la mimaba como siempre leyéndole su cuento favorito, entonces eso quería decir que la había perdonado de lo que sea que lo haya molestado, puesto que ni siquiera la reprendió de absolutamente nada cuando llegaron al castillo.
Se sentía plenamente en confianza con él y todo lo sucedido en esa misma mañana, casi se había borrado por completo.
-Léemelo de nuevo, padre. - Pidió en medio de un puchero. El mayor negó con la cabeza para luego sostenerla y quitarla de encima de la manera más delicada posible.
-No, es tu hora de dormir, Jolyne. - Salió de la cama y cubrió a la pequeña con las pesadas sabanas doradas.
-Tengo miedo. - Admitió de inmediato no queriendo que el rubio se fuera, quería estar aferrada a Dio y más cuando era de noche. El padre sonrió con ternura al ver el rostro afligido de la pequeña, más negó con la cabeza.
-¡Nada de eso! Tienes que descansar y yo tengo que salir. - Le dijo severamente a poca distancia de su aniñado rostro esperando a que entendiera.
-Pero... - Le besó la frente sin dejarle objetar.
- Te amo, ojos míos. - Despidió rápidamente ya dándole la espalda o de lo contario, no resistiría en consentirla otra noche más durmiendo con ella.
Apagó los candelabros de un solo chasquido ahora dejando que la penumbra tomara lugar dentro de la gran habitación. Ante eso, las manos de Jolyne apretaron las sabanas ahora sintiéndose perdida, pues desde el momento en que se apagaron las velas, supo que su padre ya no se encontraba ahí.
Quiso mirar a su alrededor, aunque su vista no llegaba a acostumbrarse aún. Si bien, ante su desesperación de querer encontrar algo; a sus pies arropados podía distinguirse una delgada línea de luz platinada. Sus ojos se dirigieron hacia dónde provenía, y es que las grandes y pesadas cortinas que cubrían los ventanales, dejaban entrar aquella luminosidad a través de una diminuta abertura.
Mirando hacia esa dirección, pudo relajarse al menos un poco. Siendo una de esas tantas noches, no evitaba sentirse diminuta ante esa gran cama, dentro de esa habitación de altas paredes adornadas de velos aterciopelados. Era demasiado para su pequeño cuerpo o quizá su inocente mente. Y encontrando aquel rastro de claridad tocándola, le hacía sentir menos temerosa.
Cerró sus ojos girándose hacia donde la ventana cubriéndose hasta la barbilla. Al menos así podría controlar aquello que muchas veces le dijo su padre se trataba solo de su imaginación; eso que le mortificaba cada noche. Sin embargo, como muchas veces, esa sensación le asaltaba de nuevo, ¿Por qué siempre palpaba un sentir incómodo y acosado? De igual forma creía más en su padre que en su propio instinto, por lo que decidió ignorarlo y tratar de dormir.
La noche era silenciosa, su respiración era todo lo que percibía y de a poco fue cayendo a los brazos de Morfeo. Su mente se encaminaba a un profundo sueño donde de a poco podía ver a su padre tomándola de la mano y guiándola a un bello campo de flores y un abrevadero. Sus labios se curvearon ante eso, su padre la amaba y ella siempre lograba sentirse segura a su lado, siempre llamándola y enseñándole con sus palabras sobre el mundo donde vivía y del que poco podía conocer.
-Jolyne... - Podía escuchar su voz en sus sueños.
Ese era su nombre, pues así siempre le ha llamado desde que tiene memoria. Tan solo recordaba el amor de su padre Dio, con el abrigo de su cariño dentro de ese colosal y solitario castillo que conocía a la perfección.
-Jolyne, ojos míos...
Lo escuchaba nuevamente, la sonrisa de su padre la deslumbraba y la cargaba estando junto al paraje de agua. Entonces, ella también le recitaba aun sumida en su dulce sueño.
-Padre...
-Jolyne. - La llamó una voz diferente.
La niña de inmediato abrió los parpados de par en par. Lo había sentido tan claro y tan diferente a su padre, que sintió un gran escalofrió recorrerle. Se incorporó apretujando las sabanas contra sí, era esa sensación otra vez, esa extraña voz que pareciera le hablaba al oído de manera tan tenebrosa. Su padre aseguraba que era solo su imaginación, pero siempre era así, tan claro que en momentos como ese creía que era real. Si bien, siempre se encontraba sola, no había forma.
Se recostó de nuevo sintiendo sus extremidades helarse y el sudor en sus palmas. Estaba asustada, pero no quería moverse y buscar a su padre, no quería que se molestara. Por lo que cerró los ojos con fuerza dejando los gimoteos salir, mientras que se ponía en posición fetal hasta quedar dormida como solía ser cada noche.
Las horas iban pasando, las lágrimas de la niña se iban secando en su rostro y en las finas telas donde se apoyaba. Su respiración dejaba de hipar ya encontrándose en un oscuro sueño donde su mente no lograba ver nada.
Era una imagen oscura y quizá lamentable para una inocente niña, pero para esos ojos rojos que le miraban desde afuera gracias a esa delgada abertura de entre el cortinaje, era satisfacción y burla. Sus comisuras se encorvaron con gracia, era tan fácil y divertido importunar el sueño de un niño y más si se trataba de ella, aquella a quien no soportaba.
No obstante, no era algo que se dedicara hacer por toda la noche, nada más era una pequeña distracción que gustaba hacer cada cierta hora cuando esa chiquilla se disponía a dormir.
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Aquí el segundo cap :3 espero les haya gustado. Ya se la sanborns, si ven alguna cosa fea ahi ruego disculpas :'^ Soy Juan Topo
Bueno, los quiero, nos leemos pronto :3
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