Princesa Estúpida

Días de regocijo era lo único que encontraba en ese palacio, risas mezcladas de una niña y de un padre. Tomados de la mano la mayoría del tiempo y no necesitando de nada más en ese mundo.

Dio casi había relegado de la existencia de Giorno en su vida, y la cabecita de la niña había olvidado o dejó de importarle aquella espeluznante pesadilla en el jardín; pues así lo consideró, como un mal sueño como suele decirle su padre cuando tenía miedo.

Sí padre Dio lo decía, debía ser verdad y solo era su infantil imaginación. No obstante, la niña jamás comentó aquel suceso ese mismo día ya que, al ser solo un mal sueño, no era importante.

Aunque había algo que alegraba más a la pequeña, aquellas noches donde se sentía presa de la oscuridad y vigilada dejaron de inquietarle. Sus sueños dejaron de ser turbados y entonces fue cuando Dio dio el hecho de que su amada hija comenzaba a crecer y de a poco dejando esas ideas infantiles.

Si bien, específicamente esa misma tarde; el padre miraba como siempre desde la sombra de su castillo a Jolyne andar por el jardín. Esta vez no queriendo despegar su vista y más de cerca, la observaba pensativo mientras dejaba salir un suspiro, ¿Por qué? Sabiendo la madurez que iba tomando, notando su cabello ligeramente más largo y su estatura que de a poco se rebasaba, le afligía de cierta manera.

Era algo que a cualquier padre le alegraría y no es que fuera feliz porque su niña crecía, más no evitaba la tristeza por obvias razones. Jolyne era una mortal y el tiempo para ella era más corta y rápida, casi como un parpadeo a comparación de él.

-Ojos míos... - Pronunció casi como si la llamase teniendo una necesidad de tenerla más cerca, y aquella reacción logró obtener la atención de la menor volteando a su dirección. Teniendo su delicado rostro frente a él, le daba paz.

Amaba tanto a su hija.

- ¿Sí, padre? – Preguntó curiosa por la extraña manera en que le había hablado. Aunque Dio ignoraba que la había exaltado, con solo escucharla pudo sentirse más tranquilo; su voz no ha cambiado en lo absoluto.

- ¿Qué te parece dar un paseo por los alrededores mañana? – No queriendo demostrar esa preocupación, decidió proponer aquello de repente.

Quería estar con ella y consentirla al menos un poco.

Jolyne al escuchar, Dio pudo ver el brillo en sus ojos y sus comisuras ensancharse.

- ¡Sí, un paseo! – Se levantó del pasto y fue corriendo hasta su padre para abrazarlo. Claro, este la recibió con gran amor. Quizá era un plan sencillo, pero ciertamente Jolyne nunca salía y mientras fuera solo con su padre, Dio lo consentiría. – Gracias, papi.

Estrechando el pequeño cuerpo de la niña y ésta sumiéndose en su pecho, se sintió pleno como nunca antes.

Simplemente quería dejar de lado esa idea y se limitaba en disfrutar aun su niñez, no era tiempo de pensar sobre eso.

Ambos se disfrutaban y era lo único que les importaba, teniéndose el uno al otro incondicionalmente y Dio sabia del amor que le tenía, siendo totalmente correspondido como se decía en su propia cabeza.

Era una hermosa soledad para el par o así se podía palpar el cariño de padre e hija. Aunque cierta mirada constante sobre el castillo no se molestaba en siquiera resoplar su incomodidad. Desde la alta colina, Giorno marcaba mucha distancia en su vigía a la vez que su atención no se apartaba, especialmente en Jolyne.

Desde ese día, cuando su intención era acabar con su insignificante vida en ese mismo jardín y luego al revelar aquellos ojos, su mente colapsó de un momento a otro sobre la pequeña.

Si instinto de matar se detenía creándole una confusión pidiendo que esperase, como si deseara descubrir que era lo que le provocaba y por qué no pudo matarla en ese instante cuando tuvo la oportunidad luego de ver esas llamas.

Jolyne no era una simple mortal, después de todo; y más sospechando de su posible progenitor.

-Jolyne... - Dijo su nombre sabiendo lo no tan desagradable que era al pronunciarlo, y no porque fuera la niña que lo poseía, era un apelativo acostumbrado para una princesa o alguien de sangre noble, como bien recordaba de aquel famoso cuento. – Princesa... ¡Princesa estúpida! – Espetó por lo bajo escupiendo aun su asco y repudio, luego bajó con un salto silencioso siendo perfectamente desapercibido por cualquier ser.

...

El día siguiente ya despertaba siendo aún presente la oscuridad, aunque los cantos suaves de los pájaros ya eran presentes, Dio se dirigía a la habitación de su razón de vivir. Abriendo dicha puerta rica de detalles ondulados sobre la madera, sintió el calor de Jolyne en cada rincón, aun escuchando su respiración dentro de sus sueños y bien arropada.

Incluso verla tan en paz y segura, le daba pesar tener que despertarla, aunque fuese tonto, era lo que sentía como padre.

-Ojos míos. – En susurro, acarició su cabeza con la intención de que despertara, cosa que logró muy rápido. – Es hora de despertar.

Jolyne entre abrió los ojos y se encontró borrosamente la silueta de Dio, sabiendo bien que se trataba de él, tan solo atinó en levantar los brazos hacia el mayor queriendo sentir su cariño.

Sin siquiera preguntar, sabía que este desde luego la tomaría y dejara que la niña recostara su cabeza en su hombro, aunque no quiso perder tiempo y fue directo al baño para asearla.

-Soñé algo... - Mencionó de repente la menor aun adormilada.

- ¿Sí? ¿Qué soñaste, ojos míos? – Con simpleza preguntó ya dentro del baño color dorado.

-Soñé que ibas a mi habitación. – Comenzó tallándose los ojos queriendo contar. – Y me leías el cuento de la princesa Jolyne. – Dio depositando a su hija dentro de la tina de porcelana, escuchaba.

-Sabes que te leería siempre que quieras tu libro favorito, amor mío. – Dijo mientras vaciaba agua de una jarra y paño a un lado. – Por eso te puse ese nombre.

-Y luego yo era la princesa y tú el rey. – Continuó no tomando en cuenta lo dicho por el mayor. Si bien, eso le hizo parar en su labor y quiso verla imaginando lo que le contaba. – Tenía frío, pero después te abracé y ya no recuerdo que más sucedió. – Se rascó la cabeza un poco enredada y molesta por no acordarse más, pues lo había sentido tan real que incluso se había confundido de realidad. – Pero fue bonito, ya no tuve frío porque estabas ahí. – Aun siendo la niña que es, asintió energéticamente afirmando lo hermoso que había sido.

Dio parpadeó un par de veces asimilando el sueño de Jolyne, más sonrió y salió una risilla de sus labios pálidos.

-Seguro que lo fue, yo siempre estaré contigo, Jolyne. – Le besó la frente con las cosas en mano para ya bañarla. – Cierra los ojos, que empezaré a mojarte la cabeza.

En eso obedeció y sintió el calor del agua invadiéndole con suavidad.

...

El sol empezaba a desemperezarse y el trinar de aves de a poco inundaba el bosque con más intensidad. El carruaje iba a paso tranquilo y tanto padre e hija disfrutaban.

Jolyne vestía de azul con la delicada falda tocando sus pies, además de un suave abrigo del mismo color, pero de un tono mucho más oscuro. A su lado, Dio siempre vistiendo de negro, y el para sol negro sobre él.

La niña estaba en verdad contenta, tenía bastante rato que no salía del castillo y tocaba las hojas y pétalos fuera de ese gran jardín. Y aun fuesen los acostumbrados alrededores del castillo, gustaba de ver más allá de lo que su vista pudiese alcanzar. Apreciando desde arriba las lejanas villas y oliendo las flores silvestres de los acantilados, eso era suficiente para ella aun tuviese el deseo de ir más allá. Con tener a su padre cerca, le hacía más feliz. Aunque no solo eso, llevaba consigo sus muñecas y sus mejores amigas como ella consideraba.

-Procura no alejarte tanto cuando lleguemos. – Demandó Dio de repente sacándola de su emoción por un segundo. – Puedes explorar un poco, pero no tanto, ¿Entendido?

Dio quería que la niña se divirtiera bajo el sol, pues era necesario para ella. Más, le pondría límites. La niña asintió dispuesta a acatar la orden, pues confiaba en su padre.

No tardaron en llegar, los caballos se aura mística pararon en su andar dando a un hermoso paraje rodeado de árboles y lleno de flores de varios colores. Al verlo, la niña no contuvo se emoción y sus piernas ya querían moverse e ir a recostarse donde la luz del día ya tocaba.

-Espera a que te baje, Jolyne. – No queriendo que se lastimara, él bajó primero y luego tomó a la niña con cuidado del alto carruaje. Teniéndola en la tierra, le retiró el abrigo que la cubría del frío mañanero. – Lis...

- ¡Gracias padre! – Sin dejarle terminar, fue corriendo hacia las flores.

-...to. – Terminó sin ser escuchado, pero no le molestó. Aunque quizá deba corregir eso con ella más tarde.

La dejó ser y cubriéndose con la sombra de los árboles y del para sol, pudo ver como Jolyne se recostaba en el cálido suelo cubierto de yerba, extendiendo sus delgadas extremidades con sus muñecas igualmente recostadas acompañándole.

Una escena hermosa como creía, toda preocupación se iba de tan solo verla, ¿Qué más podría pedir? Más que su deseo de no morir debido a su mortalidad, aunque eso era imposible. Si bien, era como la tercera vez que se prometía no pensar más en ello durante ese tiempo, lo cumpliría de ahora en adelante.

Solo se dedicaría en disfrutar tal como lo hacía su razón de vivir, y aunque no necesitara precisamente del sol o de sentir la brisa cálida sobre los verdes acantilados, se regocijaría de aquello por ella, porque, aunque fuesen seres totalmente dispares si así podría decir, quería formar parte del mundo de donde ella siempre lograba mantenerla; bajo de la cordialidad del día y de la vida jovial que rodeaba a Jolyne.

Viendo su sonrisa y escuchando sus risas inundar el eco del solitario lugar, tan solo pensaba que nada de eso debía ser un error, era una dicha que solo debía ser concebida por ellos.

Y así debía mantenerse por siempre y se aseguraría de ello.

Jolyne por su parte, no reparaba en lo absoluto en los pensamientos o preocupaciones de su padre, se confinaba solo en su alegría y en disfrutar de ese momento donde le permitían estar. Danzando y abrazando a sus muñecas, a veces sosteniéndolas desde las manos de porcelana como si estuviesen volando dentro de ese bello paraje.

Se sentía tan cómoda, que no percataba absolutamente nada fuera de su atmosfera o a algún ser de mirada curiosa sobre ella, así como tampoco Dio; permaneciendo a un lado del carruaje juntaba sus manos en su regazo sin ninguna inquietud. No obstante, y muy fuera de su realidad a solas, un par de orbes color escarlata desde hace rato que los veía desde la lejanía, como ya empezaba a ser costumbre para él.

Conseguía sin apuro el no ser descubierto y se dejaba llevar por sus profundos pensamientos como hace segundos lo hacía su padre, claro sin saberlo. Teniendo un mismo objeto, pero distinta dirección; se trataba de Jolyne por supuesto, aquella de quien no despegaba la vista ni un instante.

Giorno, con un puño sosteniendo su pálida mejilla, observaba impávido bajo la sombra de un árbol cómo la niña jugaba con todo lo que disponía a su alrededor, a la vez que hablaba con sus muñecas como si estas tuvieran vida propia; una manera de divertirse muy acorde para una infanta de su edad, pensó. Además de que tomaba por detrás los vestidos de estas para simular que podían sostenerse por sí solas sobre el pasto. Con esa escena surgió una cuestión de algo que jamás había sospechado, o más bien, había tenido interés o mera curiosidad.

Aquella singular creatura, ¿Alguna vez le ha sido permitido convivir con más gente o cualquier otro ser que demostrase vida y poseer la habilidad de expresarse? De las veces que ha acosado sin ser visto por ese par, nunca lograba ver cerca a ningún otro que no fueran los insectos o las más bellas plantas. Siempre eran solo Dio y esa mocosa de ojos llameantes.

Sabiendo la forma de ser de su padre, intuiría que era posesivo con ella. Realmente no le constaba, pero era una posibilidad muy fuerte aun sin saber el origen de la menor. Aunque...

¿Qué le importaba a él? Dejando de indagar sobre esa duda interna, se ajustó en solo querer saciar su curiosidad de saber sobre lo que le había causado ese día al ver esos iris y en por qué tenía tan atado a Dio a ella. ¿Por qué había ocupado su lugar como el amado hijo que era?

Solo se permitía gastar su tiempo por eso. Sí, solo por eso...

Estaba ensimismado en su propio mundo lleno de dudas e inquietudes, la infantil risa a lo lejos reventó su burbuja de reflexión. Recordando volver a centrar su atención sobre los torpes movimientos de Jolyne, corriendo cada vez más lejos de donde estaba Dio y muy cerca de la orilla.

¡Vaya! Muy cerca de la orilla, pensó. Si bien, no era algo que le preocupase el que estuviese a una muerte segura si no veía hacia donde trotaba, o si Dio llegaba a ver hasta donde su Princesa Estúpida caería.

Con la misma expresión desinteresada y tranquila, pudo ver como Jolyne tropezaba y sin remedio, una de sus muñecas se le escapaba de las manos dando fuera del acantilado. Ahí puedo ver algo de terror en su rostro, uno muy parecido como aquel día en el jardín del castillo.

-Huh... tonta. – Insultó por lo bajo por tan desastroso suceso para una niña. Aunque seguro llamaría a su padre para que le ayudase a recuperar su juguete, y aunque Giorno esperó por el lloriqueo y auxilio de la menor, esto nunca sucedió.

Extrañado y muy al contrario de lo que supuso que sucedería, contempló como Jolyne recostada sobre el forraje verde miraba hacia abajo buscando algo, su muñeca como era de obviarse. Tardó varios segundos en esa posición, y atento a lo que estaría por pasar Giorno no podía descifrar a lo que pensaba la menor.

No estaría pensando en ir por su juguete, ¿O sí? Quizá un poco intrigado, vio como esta se arrastraba cual gusano con su cuerpo ya más afuera del pasto y la mitad de su cuerpo justo en el filo de ese acantilado. Con eso dirigió rápidamente su mirada hacia donde se encontraba Dio, quien al parecer no tenía idea de lo que sucedía, aun junto al carruaje con su ropa negra y su para sol bajo los árboles. Entonces el rubio menor era el único conocedor de lo que estaría por ocurrir.

¿En verdad sería tan estúpida como para arriesgar su vida por algo tan insignificante? Una muñeca de porcelana era fácil de conseguir, ¿Qué más daba perder esa? Tal vez ya se estrelló contra una roca y se rompió en mil pedazos. Si bien, al observar a Jolyne, todo eso parecía no pasar por su cabeza, se veía decidida y su ser ya se veía más sobre la gran altura que la separaba de las olas y las piedras que sobre la tierra.

La niña por su parte, se mantenía serena o al menos trataba para no caerse, y es que podía ver a su amada muñeca de cabellos cortes y verdes atorada en esa gran rama llena de herbaje no muy lejos de la orilla, entonces había una oportunidad de recuperarla.

Habría llamado a su padre, pero no la ayudaría con la idea de que podrían conseguir una nueva, cosa que ella jamás querría.

La amaba y entonces no se daría por vencida por recuperarla.

Agarrándose de otra rama más delgada en el mismo filo del acantilado, extendía su brazo hasta queriendo dar con ella y ciertamente no le quedaba lejos. Tenía la certeza de que la tendría de nuevo en sus brazos y su padre jamás se enteraría.

La muñeca con su inquebrantable rostro sosegado, casi era tocada por el dedo índice de Jolyne que con fuerza se estiraba y se aferraba.

-Ya casi... - Susurró con esfuerzo y el corazón latiéndole por la garganta. Faltaba muy poco para alcanzarla.

En ese momento, poco sentir la frialdad de la mejilla de porcelana, pero muy a su desgracia; el vértigo la invadió al sentir como la rama de la que se sostenía se desprendía de la piedra, y el viento del vacío que pasaba por su cabello y su cara la sintió con más ímpetu dando cuenta de la falta de tierra firme en sus piernas.

Para la jovencita, creyó el tiempo detenerse, pues no digería lo que acababa de pasar y su pequeño cuerpo comenzaba a caer, mientras que el grito junto con las lágrimas que nacían de su interior empezaba a ser presentes antes de que su cabeza supiera lo que le estaba sucediendo. Si bien, aquellas reacciones no se dejaron salir del todo, puesto que al segundo de ya no ser presa del abrumador aire o de la caída en sí, advirtió su cintura aprisionada de manera repentina.

¿Pero qué ocurría? Sus ojos bien abiertos y apunto de aguarse poco giraba a su alrededor queriendo asimilar algo.

Sin prever algún otro acontecimiento, súbitamente se vio a si misma apoyada sobre un hombro y su muñeca en su propio pecho. Aspirando un olor parecido a las flores y totalmente anonadada, fue cuando atinó solo a levantar la vista de manera nublosa, teniendo la respiración agitada y con una las lágrimas esparcidas por el rápido movimiento que había sufrido.

- ¿P-papi? – Entrecortada, fue lo primero que le vino la mente en tan estresante realidad, si no es que lo estuviese soñando.

De igual forma, preguntó Jolyne entrecortada al encontrarse con esa mirada que desde un inicio le veía intensamente no mostrando alguna expresión aparente, eso le causaba más dudas y más conflicto. Se veía tan similar a su padre, pero algo le decía que no era él, no obstante, le conocía de alguna forma. – Huh...

La agitación y terror que había experimentado la menor, terminó agotándola haciendo que se desmayara en sus brazos casi al momento, o eso se podría interpretar desde la perspectiva de alguien más.

Giorno enredando sus piernas donde la misma rama frondosa donde yacía la muñeca, tenía a Jolyne cargándola como si fuese ella hecha de porcelana y no su juguete de fibras verdes. Teniéndola ahí supo de lo ligera que era y que, de pensar en su caída sobre esas olas y esas rocas, se habría quebrado sin lugar a dudas.

Aun en esa posición tan incómoda como se veía, se permitió estar tomando aquello que desde hace tiempo veía y solo una vez se decidió en tener en frente, más ahora esta era la segunda y sin haberlo planeado de ninguna forma.

No quitando ese mismo semblante, llenó sus pulmones percibiendo algo del aroma de la niña; la dulzura de su apetitosa piel y de su cabello que caía grácilmente de su brazo. Además de tener a pocos centímetros las mejillas coloradas debido al helado viento y sus largas pestañas cerrándole el paso de ver nuevamente esos iris llameantes.

-No puedo creer cuan idiota eres... – Le susurró de cerca como si deseara que le escuchase. Y aunque fuese un claro insulto, parecía decirlo antes con afligido reproche. – Te odio, Princesa Estúpida. – Terminó de decir a la vez que pasaba dos de sus dedos curiosos por la punta de uno de sus mechones.

...

La luz platinada finalmente encendía sus orbes y la hacía lucir más pálida de lo que en realidad era. Vestida solo por su aterciopelada ropa de dormir y con la cálida luz de los candelabros dentro del castillo, la hermosa niña abrazaba con fuerza a sus amigas de porcelana.

Mirando la luna a través del gran ventanal de marco dorado, no llegaba a disipar en lo absoluto lo que vivió varias horas atrás. No sabiendo realmente si era el terror o la confusión que había sentido en ese momento en el acantilado. No dijo nada a su padre o de cómo es que luego de caer de un segundo a otro ya se hallaba sobre la hierba y las flores. Tan solo habían regresado cuando Jolyne tomó como excusa el supuesto hambre que la carcomía y de lo asqueada que estaba de los insectos subírsele.

No quería ir a ese lugar nunca más, sin embargo, había algo más que la inquietaba...

-Ojos míos. – Llamó de repente Dio sobresaltando a la menor. – ¿Qué haces? Ya son pasadas tu hora de dormir, deberías estar en cama.

Jolyne le vio con su mirada brillosa y solo se supo excusar como ya lo había hecho ese día.

-No tengo sueño, padre. – Dijo tranquila apretujando con más vehemencia a sus muñecas, mientras que se acercaba con prisa queriendo sentir la protección del mayor. Dio al sentir la aflicción de su amada hija, se arrodilló queriendo verla más de cerca y luego sintió uno de sus delgados brazos rodeando su cuello.

- ¿Te pasa algo, amor mío? – Confundido, se separó con cuidado el ser tomando delicadamente el diminuto mentón para que le mirase. Jolyne solo negó tiernamente. – ¿Qué no confías en mí? – Preguntó con tristeza, sabía que algo la inquietaba y ella no se animaba en decirle, aunque aún con duda, Jolyne no evitó asentir levemente.

Por un momento quería comentar parte de lo que pasó esa tarde, pero sabía cuan molesto estaría con ella y la posibilidad de que jamás le dejaría salir del palacio le entristecía. Así que se abstuvo inventando cualquier otra cosa. – Es que... es que te extraño cuando sales de noche. – Se encogió de un hombro mirando hacia una esquina pensando en que quizá no quería pasar la noche sola, además de apenarse de lo que pensaría Dio. Si bien, solo recibió un soplido por parte del mayor.

-Sabes que tengo que salir por comida, Jolyne. – Le acarició el rostro. Jolyne en cierta forma era una verdad que llegaba a rondar por su pecho cuando se percibía en total soledad en ese gran castillo, si bien ese no fuese el verdadero motivo. – Pero podría hacer una excepción por hoy.

El cambio de voz de Dio y esa afirmación le hizo voltear sorprendida no creyendo que en algo tan simple como llegaba a regañarle, fuese a consentirla.

- ¿En serio, papi? – Le emocionaba, era algo nueva tal vez para ella. Dio solía ser cariñoso, pero también estricto y eso por un momento le hacía olvidar el terror sufrido en ese abismo. Ahora solo quería sentirse protegida y amada más que nunca por su padre.

-Claro, pero mañana tendré que salir desde más temprano. – Procuró esa condición y Jolyne solo asintió frenéticamente abrazando nuevamente a su padre. – Te amo, Ojos Míos.

- ¡Yo más! – Vibrante y feliz, se enganchó al abrazo para que su padre se pusiera de pie y la cargara junto con sus muñecas apagando cada vela a su paso sin tener que detenerse a ellas. Siendo solo presente la oscuridad y sin poder percibirse el par.

Llegando a la habitación de Jolyne, Dio la recostó y a su vez él también se arropaba dejando que la niña se recargara en su brazo. Así, de a poco la menor quedara sumida en un bello sueño con el cobijo de amor de un padre. Dio tardó más en conciliar el sueño, pues si un ser como él dormía de noche, era por mero gusto.

Ambos quedaron abrazados y tranquilos ignorantes del mundo exterior como era siempre, el ser de luceros helados y color sangre, siendo una vez más afortunado de ser el causante de la tranquilidad de su hija. Sin embargo, una vez más la misma mirada perseguidora observaba a través de la ranura de las pesadas cortinas, solo que de una manera distinta a las veces anteriores.

Giorno ya ni siquiera se fijaba en Dio o incluso se olvidaba de él sin ninguna dificultad, luego de lo que pasó cerca del filo de la tierra y del vació, quería asegurarse de que Jolyne no dijera nada al respecto o esa era la idea que tenía al verse de nuevo sumido en ese rostro aniñado y apacible.

Viéndola, pudo apreciar reiteradamente la desorbitante expresión de miedo que tenía la niña, siendo abruptamente cambiado a una desvanecida dejándose caer en su cobijo de forma involuntaria. Saboreando una vez más en su mente el aroma de su carne y sus delgados cabellos esparcidos siendo jalados por el aire.

No sentía vergüenza por salvar a su peor enemigo o al objeto por el que estaba arriesgando su vida y de atraparla al poco de caer al abismo de un sombrío final, pues antes necesitaba cubrir ese deseo de saber.

Exigía respuestas, pero asimismo tenía otro tipo de insuficiencia que no sabía interpretar. Giorno como muy raras veces, mostraba desazón a la vez que juntaba levemente sus cejas al tener a tan cálido panorama.

-Princesa Estúpida... - Susurró cerca de ser inaudible como suele referírsele, viendo la curvatura de sus comisuras y su angelical rostro que parecía resplandecer aun en medio de la oscuridad, apenas siendo tocada por la luz del cuerpo plateado como si estuviese bendita.

¿Cómo algo tan simple como esa niña resultaba ser verdaderamente hermoso y repugnante a la vez?

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HOLA! Siento mucho la demora, pero ya esta aquí el cap. Agradezco aquellos que se den la oportunidad de leer esto <3 y por su paciencia, estaré actualizando un poco más seguido <3 gracias :3 

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