Predicador del Pecado

Un aire mañanero sumamente lúgubre y aunque el cielo gris pareciera querer aguarse acompañando el dolor de esa entristecida gente vestida de negro, no lograba soltar ni una gota de lluvia sobre sus velos que les cubría el rostro.

Con solo pensar en lo que esas personas podrían estar sintiendo mientras miran cómo entierran lo que quedó de sus queridos era algo de lo que cualquiera no quisiera ser partícipe. Sus mentes podrían estar recordando con nostalgia y melancolía cómo fueron en vida esos pobres difuntos que tuvieron un terrible final, afirmando con el corazón que ellos nunca dañaron a nadie para merecer tales muertes donde apenas y quedaron algunas partes de sus miembros y su sangre regada hasta el arroyo sin ninguna piedad.

Eran hombres de buenas costumbres que tan solo se dedicaban a la música, alegrando con sus notas a la gente de ese pueblo y cautivando los oídos de gente bien acaudalada.

¿Qué fue lo que les sucedió?

Lo último que se supo fue que estos atendieron al llamado de alguien que solicitaba de sus servicios musicales, más poco se sabía por dónde exactamente fueron a dar; el bosque fue lo que se encontró de ellos en una madrugada con sus instrumentos y cuerpos destrozados.

Se especulaba que fueron bandidos y la mayoría casi daban por hecho que fue así, pero otros más perspicaces sabían que ningún bandido haría tal atrocidad y que había algo más allá del bosque que los encontró y los mutiló.

¿Qué habría sido? ¿Lobos? ¿Alguna otra bestia desconocida por el ojo y lejos del entendimiento humano?

Y una mente un tanto alejada de entre todo ese llanto y esas lapidas, pensaba en eso. No hablaba y guardaba silencio por respeto a esa gente a sus difuntos, pero sus cuestiones no le dejaban descansar su mente pues aun recordaba ese olor a sangre en la niebla cuando encontró los cuerpos.

Sus ojos azules de vez en cuando miraba más allá de ese cementerio, más precisamente donde le guiaban hacia el bosque y con esfuerzo trataba de visualizar cierto castillo del que se cree abandonado.

Tanto él como pocos sabe de la verdadera naturaleza de algunos que deambulan entre ellos los humanos o al menos cerca de ello; pues ese era parte de su trabajo después de todo, y con pesar se culpaba por no haber podido proteger a esos pobres músicos cuando hubo tiempo.

Y con cierta rabia sus ojos se iluminaban como si una llama se encendiera en ellos, ese rasgo en su mirada que pudo haberlos salvado usando sus manos y las armas adecuadas para matar a aquellos que atenten con su vida, pero que lamentablemente no pudo.

Era un descuido bastante imperdonable para él y por ello no descansaría hasta atrapar a ese ser del que hace tanto muchos temen, porque estaba seguro de él era el culpable.

Puede que le cueste la vida, pero es algo que también le debe al honrado y ya fallecido Jotaro y también a su difunta familia.

-Es una pena, ¿No es cierto? – A un lado suyo, una jovial voz resonó aturdiéndolo un poco. – Eran tan solo hombres que se ganaban la vida para ellos y su familia dedicándose a la música y algo tan simple como eso los llevó a que desmembraran sus cuerpos sin tener la oportunidad de que sus familias vieran sus rostros por última vez.

-Lo es. – Contestó escuetamente el de ojos celestes ante el desconocido joven que se mantenía a su lado. – ¿Eres algún conocido o amigo de alguno de ellos?

-¿Yo? Para nada, es sólo que es difícil de ignorar este lamentable suceso, no podría ni imaginar qué clase de bestia haya sido el culpable, dicen que se trató solo de bandidos o a menos de que sea una especie de asesino serial que se dedique en hacer este tipo de atrocidades, ¿No le parece curioso? Porque incluso, no se tomaron la molestia de quitarles sus cosas de valor.

-¿Me esta insinuando que fue algo más que los mató?

-No lo sé, ¿Lo hago? – Con una leve carcajada, el joven solo le regaló una suave sonrisa aunque el otro ni siquiera se haya molestado en devolverle la mirada. – No me diga que usted cree en alguna de esas cosas que los padres les cuentan a los niños para ir a dormir, ¿Cómo se les llaman? ¿Monstruos? ¿Brujas? ¿Hombres lobo? O quizá, ¿Vampiros?

Ante esa cuestión, el hombre por fin se dignó en verlo al menos de reojo, y lo que puedo ver es que se trataba de un joven más baja estatura que él, cabellos negros, piel ligeramente acanelada y ojos que no lograba identificar del todo el color.

-No digo que se traten de esa clase de creaturas, pero quizá ellos no debieron adentrarse al bosque donde fácil te puedes perder, o en este caso, morir.

Con eso, parece que había logrado callar al joven, pero podría que no tendría intenciones de irse aún.

-Y cambiando de tema, señor y si es un inconveniente para usted, disculpe mi atrevimiento; pero puedo jurar que nunca lo he visto por aquí y aunque no sea cercano de ninguna de estas personas puedo identificarlas con facilidad, ¿Es alguna especie de forastero? Incluso hasta diría que sus rasgos no son de por aquí ¿O me equivoco?

-¿Mis rasgos? ¿Qué tienen de especial mis rasgos? – Sin contestar su pregunta, cuestionó curioso viéndole más de frente y notando su expresión un tanto sorprendida de que ya le da la cara.

-Pues para empezar, su estatura es mucho mayor al promedio de esta gente común, ese color platino de su cabello no es muy usual aquí y esos ojos tan brillantes que tiene parecen un par de gemas preciosas, que casi podría jurar que tienen fuego dentro de ellos. – Atreviéndose a acercarse un poco más el joven, sus pies se levantaban de puntas para analizarle.

-¿No te parece que eres el menos indicado para decirme eso? – Haciendo casi lo mismo que el joven que parece de menor edad, el de ojos azules juzgó el iris del de cabellos negros. – Tus ojos son como un par de amatistas de un rojizo muy tenue. Eso sí que no es una característica usual al de una persona.

Como si eso hubiese ofendido al de ojos amatistas, este se señaló a sí mismo.

-Puedo confesarle que no me crie aquí, pero nací en este país y estas son mis tierras natales. Y si me disculpa, parece que hablé demasiado, pues parece que le molesta mi presencia. – Sin más, el joven de piel acanelada se cubrió los cabellos oscuros colocándose un gran sobrero de paja sobre su cabeza.

-Espera, no fue mi intención ofenderte, pero fuiste tú quien me cuestionó antes. – Como si eso hubiese servido de algo para que pudiera obtener algo de ese joven, el de cabellos platinados quiso detenerlo al menos un momento. – ¿Cuál es tu nombre?

Y ante esa pregunta, logró a que este volviera a dirigirle pero con otra cuestión y a duras penas parecía que este volvía a sonreírle.

-Le diré sólo si usted me dice el suyo primero, señor. – Volviéndole a mostrar su rostro tan joven y casi andrógino, el de ojos azules le contestó seguro.

-Weather, Weather Report. – Era extraño quizá, pero podría jurar que el aspecto que ese joven tenía era uno que ya conocía.

-Es un placer Weather Report, mi nombre es Narancia Ghirga. – Sin ningún miedo de haber revelado su identidad ante el desconocido, Narancia hizo un movimiento con su mano despidiéndose. – Y si no le ofende, ojalá que un día nos volvamos a encontrar, aunque tengo el presentimiento de que así será.

Y sin más, el cielo que antes era tan gris comenzaba de a poco aclararse con un suave azul y unos rayos solares que animaban el ambiente tan lúgubre.

Podría ser solo su imaginación, pero parecía que ese clima gris se lo había llevado ese joven de ojos amatistas y de naturaleza que casi estaba seguro conocía.

...

Cerca del castillo oculto

Vagar y caminar rodeando su hogar eran de las pocas cosas que creía sentirse un poco más en paz, un respiro dentro de la naturaleza que ofrece ese casi inhabitado lugar le permitía descansar de alguna forma, y es que a veces creía que el único que le entendía sin tener la necesidad de hablar era esa vegetación, apacibles y sólo sobreviviendo.

Sobreviviendo quizá tal y como él lo hacía. Elegantes como desde pequeño se le inculcó, rojizas como sus ojos y ariscas como son las espinas de sus tallos, y aunque parecen ser fuertes y hermosas, suelen ser delicadas ante tan pocas cosas. Y no quisiera admitirlo, pero así se sentía ante algo tan pequeño como lo era Jolyne.

Y pese a que antes Giorno se creía sólo ante el desprecio de su padre, las personas que ahora sabía se preocupaban por él los sentía ya como un estorbo; además del hecho de que Bruno haya mencionado todo ese suceso donde la vorágine de sangre y carne fueron derramados por sus propias garras le revolvía el estómago. Quizá para ese entonces o un poco antes podría ser, no le causaba ningún efecto negativo al creer que eso había sido lo mejor.

Aunque, de igual forma se supone que esa masacre había sido enterrado olvidado luego de la venganza de Dio hacia ese cazador de ojos llameantes.

Algunas ocasiones él mismo se consideraba una víctima, aunque sabía que no lo era del todo así o al menos desde que decidió matar a sus propios hermanos por un bien que él mismo consideraba, pero al cargar con la culpa, reproche y vergüenza; se creyó como tal cual un ser atormentando. Se volvió una creencia propia que nunca quiso tener, pero a su vez, al sentirse obligado en aquel entonces puede que si lo sea, ¿Verdad? y aunque antes haya tomado sus propias decisiones a costa de los deseos de su padre, no se siente satisfecho con ello y desde que manchó sus manos de esa sangre que compartía con ellos, ahora ese suceso controla su vida, y ahora dominaba también la existencia de aquella niña ya convertida en mujer debido a él.

Al final eso terminó involucrándola inevitablemente y eso era algo también que le hacía recordar aún más a esa joven humana. Ella era realmente una víctima de las circunstancias, aunque la odie.

¿Cuántas veces se paga por un mismo error? Estaba consciente del pecado que cometió y obligó a otros a ejecutarlo también, pero pensaba con pesar; a diferencia de los animales, cuando estos cometen errores ellos pagan una vez incluso si es cuando se paga con su vida, pero ya no lo sufren más. No obstante, seres como ellos o incluso los humanos que poseen memoria, el equivocarse conlleva la culpa y posteriormente al castigo, ya sea a uno mismo o por el juzgar de los demás.

Pero, ¿Quién le juzgaba o quién le castigaba exactamente? ¿Jolyne sería esa condena para él? Si bien, antes creyó que el rechazo violento de su padre ya lo era de alguna manera.

De pensar en ella solo le devolvía los deseos de asesinarla y acabar con su dolor como si solo fuese una espiga dorada clavada en el pecho que bastaba con desencajarla y lanzarla lejos. Pero al mismo tiempo, cuando la miró con ese pedazo de cristal en su mano a punto de matarse, no se permitió ser solo un espectador.

Sentía que ella controlaba su vida con un solo mirar y por algo no permitió que se quitara la vida sin antes encontrar la solución dentro de la existencia de Jolyne.

Creía que el solo alejarse le ayudaría como lo hizo al ya no convivir con su padre, pero ahora era parecía que le había empeorado esa condición que le enfermaba cada vez más.

¿Qué le estaba sucediendo? Tendría que regresar a ese lugar al que él antes llegó a abrazar y llamó hogar.

Y es que si lo pensaba bien, Jolyne ya pertenecía dentro de ese legado de mentiras aun sin compartir sangre.

¿Será eso también que le conectaba a ella?

- ¡Giorno! – A sus espaldas, la fémina voz se escuchó no tan fuerte, pero lo suficiente para que el rubio la oyese ya sabiendo de quien se trataba. Volteó con calma con su usual expresión seria, pero a su vez enfermiza.

-Trish. – Un tanto desganado, le dio la atención que pedía aunque no estuviera muy cómodo de siquiera mirarla o a cualquiera de sus allegados.

El rubio paró en su paseo para que la otra lo pudiese alcanzar, la joven de ojos rojos suaves se acercó con las manos recogidas en su pecho.

-Giorno, por un segundo creí que te irías de nuevo. – Comentó aliviada de poder hablar con él, pero aquello descolocó al rubio, ¿Irse de nuevo?

- ¿Irme? ¿A qué te refieres? – Un tanto molesto, cuestionó.

-Sé que te fuiste de aquí anoche, no tienes que fingir. – Encarándolo, el rubio abrió los ojos por saberse descubierto. – Pero tranquilo, sólo yo lo sé, y debo decirte que a diferencia de Bucciarati, no vengo a cuestionarte.

- Si ya lo sabías, ¿Por qué no se lo dijiste? Eres muy cercana a él y me parece extraño que no se lo digas cuando me cuestionaban tan injustamente. – Desconfiado, dio un paso hacia adelante amedrentando un poco a la otra, aunque esta no retrocedió y sólo le miró triste. – ¿Qué es lo que quieres?

-Sólo quiero tu sinceridad, Giorno. – Haciendo una pausa, Giorno solo cerró los ojos sintiéndose harto de que ellos quieran involucrarse en sus propios problemas. – Porque puedo ver lo mucho que estas sufriendo.

En eso, la joven de cabellos rosados quiso tocarlo para al menos transmitirle algo de compasión a su angustia, pero el rubio solo dio un paso hacia atrás para evitar su tacto.

- No supongas cosas tan a la ligera, no quiero tu lastima, Trish. Ustedes realmente no saben nada.

-¡Pero es verdad! Y todos aquí nos podemos dar cuenta, ni siquiera puedes comer carne humana y solo te alimentas de sangre de algunos animales, ¿Qué te está sucediendo? Cada día te vez más enfermo y triste. – Aun queriendo acercarse, intentó tener al menos un contacto visual con él, pero Giorno era tan obstinado que volteaba la mirada hacia las flores. – ¿Es sobre tu padre aun, verdad? ¿Qué viste en su castillo que te mortifica tanto?

Cada vez más hostigado, el joven de ojos escarlata le encaró como tanto ella quería y aunque pueda verse intimidante tanto como su padre, la otra no se sintió en lo absoluto amenazada.

-¡Trish! Estas haciendo básicamente lo mismo que Bruno, me fuerzas a darte respuestas cuando no las hay, así que si tanto te preocupo, te pido que no alteres mi paz y me dejes sólo al menos por un rato.

Dándole la espalda dando a entender que su platicaba estaba terminada, solo ocasionó tristeza y enojo en la joven.

-Como si mi intervención fuera necesaria, Giorno. Porque tu paz ya había sido alterada justo cuando tu padre te dio prácticamente por muerto. – Queriendo al menos causar un efecto diferente en él, sólo provocó que este sin darse la vuelta, le diera una rápida mirada por el rabillo del ojo.

Al no recibir ninguna réplica del otro, la joven decidió irse para no perturbar más al rubio justo como este le había dicho, pero estaba segura tal y como le dijeron sus otros amigos y compañeros; Giorno no hablaría y es que al menos quiso evitar que alguno de ellos fueran a investigar al castillo de Dio.

Ellos no eran como Giorno o como alguna vez fueron sus hermanos, sus habilidades eran aún mucho más desarrolladas que los demás de la raza y siendo hijo de Dio conocía bien el castillo, por lo que podía ir sin ser descubierto si realmente era cuidadoso. Sería muy arriesgado si alguno de ellos va a indagar entre las paredes del castillo.

Más la intuición de todos parecía ir cada vez más hacia la verdad, según pensaba la de cabellos rosados y más con los rumores de algunos otros.

¿Será cierto lo que dice Bucciarati? ¿Hay una mujer de la cual Dio se obsesionó? ¿Qué y cómo sería ella para causar tal efecto en él? ¿Qué es lo que ella provoca en Giorno?

Ciertamente, el rubio menor solía ser severo en algunas ocasiones, pero tampoco tan arisco como lo ha sido los últimos años y que sin éxito ninguno ha podido sacarle ni una palabra de su propia boca sobre lo que le sucedía.

Desde hace relativamente poco que ellos notaron su ese cambio desde que volvió, luego de dejar de frecuentar el castillo de su padre, este siempre mostraba su habitual semblante y actitud. No obstante, hasta hace poco que presentó ciertos síntomas en su cuerpo, ahora en su mente y probablemente en su corazón.

Por parte del joven rubio, no pareció importarle que haya lastimado a Trish cuando solo se preocupada por él, pero quizá lo mejor por ahora es que se alejaran de él.

Si antes cometió el pecado de involucrarlos en esa masacre, por lo menos ahora podría resolver por su propia cuenta lo que le sucedía con respecto a Jolyne y Dio.

Si bien, Trish ya sabía que él había salido de su hogar la noche anterior. Quizá estaba tan desesperado que se descuidó.

Debería ser más cauteloso la próxima vez y puede que ya le haya dicho a Bruno, pues no le creía que se haya callado. Y a esas alturas puede que solo sepan que sale a buscar a su padre, pero quizá no de la existencia de Jolyne.

Su impulso de volver a encontrarse con ella también radicaba en saber qué es lo que le sucedió, ¿Por qué quiso suicidarse?

Esa sonrisa que resplandecía en todo momento junto a Dio cuando este la vigilaba pareció extinguirse desde hace ya mucho tiempo, pues nunca la vio ni cuando esta bailaba con su padre.

Por alguna razón, necesitaba saberlo y algo la arrastró hasta ese momento donde solo deseaba la muerte.

Entonces con eso quizá, el camino a esa búsqueda dentro de Jolyne apenas comenzaba.

...

Trish caminaba desaminada llegando al pequeño castillo, dentro y de entre los pasillos le esperaba el mismo Bucciarati que recargado en una pared y con los brazos cruzados, en cuento la vio entrar le habló.

-Te lo dije, Trish. – Con su usual seriedad y porte, le dijo a la joven que de inmediato bajó el rostro triste.

-¿Nos escuchaste? – Aunque sabía que el de cabellos negros y lacios la cuidaría siempre desde la distancia, quiso preguntar para al menos fingir para sí misma que seguía respetando la privacidad de Giorno. Y aunque no tuviera respuesta, tenía en mente más que nada otra cuestión que también le preocupaba. – ¿Dónde está Abbacchio? – Temiendo, obtuvo de nuevo su silencio, ciertamente era alguien de pocas palabras y ella sabía que ya todo estaba implícito. – ¿Bucciarati?

-Desde hace rato que partió a un encargo que le pedí. – Esas simples palabras podrían tener un significado simple, pero la joven de ojos rojizos al conocerlo muy bien, supo exactamente que eso confirmaba su suposición.

- Tengo un muy mal presentimiento de todo esto, creo que lo mejor sería detener a Abbacchio y forzar a Giorno de alguna manera.

- Si hacemos eso solo ocasionaríamos una exterminio entre nosotros. Conociendo y viendo ahora las condiciones en la que esta Giorno, quien terminará muerto antes de que podamos solucionar algo será él.

-Pero...

Con pena e ignorándola provocando que cortara sus palabras, Bruno solo se dio la vuelta y se adentró más a los aposentos seguido de la de cabellos rosados.

La fémina quería buscar una manera más sensata para salvar a Giorno sin tener que correr riesgos, y es que estaba cansada, quería que al menos por una vez en sus vidas pudieran vivir tranquilos sin temer a Dio o cualquier cosa que se le relacione. 

Y si lo pensaba como en muchas otras ocasiones, el dejar que su compañero y ex heredero de Dio saliera a buscar a su padre luego de que se sumiera en la soledad de su castillo fue un gran error, porque Dio no era alguien del que solo se deprima y muera por aislamiento. Bruno no lo dijo, pero estaba segura de que también lo pensaba.

Pero también pudo ser inevitable, la culpa que tanto trataba de ocultar el rubio joven era muy transparente ante ellos y por lo tanto, fue infectado por algo.

...

En el castillo de Dio

No necesitaba de una vela para poder ver dentro de la penumbra de su habitación, y ciertamente pareciera que el acuoso cielo ya se despejaba permitiéndole al sol hacer su acostumbrada presentación para ese día.

Antes de despertar pudo escuchar un par de gotas de lluvia sobre el castillo y su ventana abarrotada de tubos de metal y enredaderas con espinas, de alguna manera sentía esa mañana un poco más triste de lo usual, si es que eso era posible para ella. Teniendo un presentimiento que la involucraba y ese sentir le demostraba que había un sufrimiento más aparte del de ella.

Quien sabe, a veces pensaba demasiado que incluso habían veces en que ya no creía ni en su instinto, pero al menos por petición suya y le fue consentida, era solo abrir los cristales de su ventana para respirar algo de aire que no fuera solo el del castillo. Rara vez que Dio accedía a algo, pero al menos pudo complacerle eso pues sabía que Jolyne seguía siendo una humana que necesitaba oxigenar su interior para no morir.

Incluso su padre lo llegó a decir una vez, puede que poco ella necesite de luz natural, pero el aire y el oxígeno del exterior lo necesitaban para sobrevivir tal y como una delicada flor lo requería.

Jolyne no quitaba la idea de quitarse la vida en algunas ocasiones, pero al menos por ese momento relativamente a solas agradecía estar viva...

Su mano apenas podía extenderse de entre los barrotes de su ventana, queriendo sentir un poco del sol como hace tanto que no sentía su cuerpo, y con lo poco que alcanzaba a ver del exterior, una pequeña y apenas palpable mariposa de alas azules se posaba sobre uno de sus dedos.

Al verla brillar a contra luz debido al sol que ya se despejaba completamente de las grisáceas nubes, una leve sonrisa en ella pudo darle un aspecto más vivo en su rostro pálido.

Puede que sea solo un pequeño animal de aspecto frágil, pero tuvo un momento de alegría donde podía sentir a un ser diferente a su padre tocándole la mano con delicadeza sin ninguna intención; solo estaba ahí, compartiendo existencia con ella.

Jolyne podría estar siempre en medio de la oscuridad de su habitación, pero ese tacto con esa mariposa quería que la transportase a todos los lugares en los que pudo haber estado ese dulce ser.

Incluso pensaba, que quería tener alas como ella para poder volar lejos de ese castillo para buscar a cierto ángel de aspecto joven como lo era ella y de ojos rojos que le recordaban a su padre, ese mismo que desde cierta noche jamás se apartaba de sus pensamientos.

-Ojos Míos. – Sin haberlo sentido y a sus espaldas, de pronto la presencia del mismo Dio la petrificó y a su vez, su fuerte voz ahuyentó a la dulce mariposa que hace unos segundos tocaba su fina mano. – ¿Qué crees que haces?

-Padre, no te sentí llegar. – Volviendo a meter su mano a la oscuridad y frialdad de su habitación volteó a ver a su padre quien le esperaba.

-Creí haberte dejado en la bañera, ni siquiera te has desvestido. – Molesto porque su hija no atendió a sus órdenes cuando se las pidió, Jolyne sólo bajó la mirada. – Quítate la ropa, es hora de nuestro aseo matutino.

-Sí, padre. – Sin más miramientos como suele ser casi siempre, la doncella comenzó a quitarse lo más pronto la bata blanca que había usado para dormir.

Dio sin moverse, se cruzó de brazos autoritario mirándola hasta asegurarse de que quedara completamente desnuda tal y como él ya lo estaba, y es que a veces pensaba que su hija perdía el tiempo en tonterías como en sacar la mano de entre los barrotes para tocar una mariposa, porque sí; el padre pudo ver desde esa distancia el revoloteo de ese insignificante insecto tocar a su amada doncella de ojos llameantes.

Cuando la joven se halla despojando totalmente de cualquier tela, el rubio asintió fascinado con la belleza natural de su hija.

-Muy bien, Jolyne. Ahora vayamos a la tina, empezaré con enjabonarte el cabello y luego tú lo harás conmigo. – Al haber dicho eso, ni siquiera esperó a que Jolyne se moviera o dijera algo para luego tomarla del brazo guiándola hasta la bañera provocando ya un tenue roce con sus cuerpos desnudos.

La joven diría que eso era una rutina de la cual ya estaba acostumbrada, y a decir verdad, no recordaba del todo o exactamente cuándo empezó a ser un hábito el que su padre se bañara con ella y entre ellos se asearan con el agua tibia.

Desde muy pequeña Dio la aseaba, pero no recordaba que desde siendo tan pequeña ella se bañara con él, pues solo llegaba a tallar con delicadeza su pequeño e infante cuerpo y hasta que empezó a crecer según ella pensaba, comenzaron a frecuentarse el compartir esa rutina donde ambos compartieran la misma agua. Por alguna razón y sin opción, tenía que resguardar ese sentimiento de desagrado, al ser cada vez más madura hubo momentos donde ella ya no necesitaba de su padre para limpiarse ella sola u otras cosas muy similares, pero poco a poco su padre parecía retractarse de que hiciera todo por sí misma y él se encargaba de incluso desvestirla rompiendo los vestidos cuando tardaba mucho en tratar de quitárselos.

No sólo era el hecho de que él ya poco la dejaba con algo de privacidad, si no parecía querer estar presente en todo. Si bien, ¿Qué más daba analizando aquello? Estaba segura de que aun amaba a su padre tal y como él llega a recordarle que un amor entre padre e hija no hay ninguno, pero al mismo tiempo quería irse lejos para no estar cerca de él nunca más.

No obstante, al citar sus palabras dentro de su mente le provocaba una tristeza tan profunda que de inmediato deseaba la muerte; ella era de él, de su propiedad; su propia muñeca de porcelana tal y como Jolyne alguna vez tuvo, aquellas que eran sus amigas y él destrozó.

Y ¿Qué decir de su amado Emporio? Su amado cachorro que a pesar de que ella nunca lo consideró de su propiedad, lo amaba con toda el alma.

¿Por qué simplemente su padre no era así con ella? Todo era tan confuso; era como si odiara, amara, deseara la muerte y en ocasiones agradecía estar viva, todo eso al mismo tiempo y eso simplemente no era posible.

-Jolyne, metete. – Como si el rubio no le dejara ni siquiera a solas con sus pensamientos, la interceptó y la joven sólo acató la orden metiendo un pie y luego el otro sintiendo el agua hasta sus rodillas.

Luego de eso, Dio le imitó estando detrás de su hija, admirando su estatura más baja que él y aspirando su piel desnuda sin siquiera tocarla. Era como una piel de porcelana, tan pálida y fría por falta de la luz solar y parecía que ese nuevo aspecto en ella le encantaba, pues se parecía un poco más a él.

En eso, Dio dobló sus rodillas y se sentó en la tina donde el agua ya estaba al nivel de su abdomen casi llegando al pecho, posteriormente y sin tener que pedírselo, Jolyne hizo lo mismo quedando entre las robustas y fuertes piernas del mayor.

Suavemente y ansioso de comenzar, el padre vertió bastante agua sobre la cabeza de la doncella donde ya de vez en cuando este pasaba una de sus manos por su espalda sintiendo su suavidad ya humedecida, era tan pura y tan hermosa que le fascinaba estar así con ella, la amaba demasiado y esa rutina era de los momentos donde más le gustaba apreciarla.

Tanto ser de aliento sangriento y doncella de ojos tristes, desnudos y metidos en la grande bañera blanca, el ser masajeaba la cabellera de la joven mientras que ella sólo me mantenía quieta en el agua. Las gotas delineando ambas figuras y Jolyne solo se dejaba cerrando los ojos como si estuviera dormida, aunque solo buscaba en su mente una manera de escapar de esos momentos que siempre le perturbaron de alguna manera. Se abrazaba a si misma cubriendo sus senos y hasta que Dio acabe de asearla, sería su turno de estar detrás de su fornida espalda.

-Ojos Míos. – De pronto, la voz de Dio volvió a resonar de entre las paredes del baño y entonces Jolyne sintió algo de confusión y algo de inquietud por miedo a que este de nuevo la regañaría por algo que quizá no le pareció.

-¿Sí, padre?

-Hace un momento que mojaba tu hermoso pelo, me quedé pensando. – Dejando de manipular su cabello, solo le acarició la espalda. – Cuando nos bañamos juntos casi no veo tu rostro, ¿Podrías darte la vuelta?

En eso, Jolyne por un momento pensó en que no quería moverse, pero no objetó y sin tener que ponerse de pie se dio la vuelta inclinándose hacía él por lo incomodo que fue hacer lo que le pedía y quedando frente a su padre, este la tomó del rostro y le depositó un beso sobre su frente ya un tanto mojada.

-¿Está todo bien, padre? – Algo curiosa quizá por la repentina petición, este solo le sonrió y la tomó de los hombros para que ella recargara totalmente su cuerpo sobre él, quedando tan juntos que se sentía aprisionada por sus brazos.

Siendo obligada a que su cara descansara sobre el pecho desnudo de Dio, solo atinó en acomodarse mejor como si correspondiera en su abrazo. Se sentía tan frio, piel a piel contrastaba su propio calor con la de su padre y diría que ya estaba habituada al contacto tan áspero que tenía con él, pero una vez más, al sentir cada centímetro de su desnudo cuerpo contra el de ella le incomodaba.

-Te siento algo tensa, cariño. – Más de lo normal, pensó Dio. – ¿Te molesta esta posición conmigo?

-No, en lo absoluto, padre. Es sólo que es algo fuera de lo que siempre solemos hacer.

-Entonces, ¿Prefieres que te limpie primero como antes, Ojos Míos?

Preferiría no ser tocada por él nunca más, pensó solo Jolyne.

-Eso no importa, supongo. Si así te sientes más complacido, creo que para ti mi comodidad no te interesa. – Casi como una indirecta que bien pudo entender Dio, tan sólo la ignoró y posando sus manos sobre la delegada cintura y la mano de su hija sobre su pecho, afianzó más su abrazo con ella.

-Tienes razón, después del daño que me has hecho por ahora eso no importa. – Como si fingiera demencia, hubo ironía en sus palabras y eso sólo ocasionó rabia en Jolyne. – Aunque, debes admitir de lo tranquilo que es todo esto, juntos y abrazados en esta tina tan amplia y adecuada para los dos, ¿Qué más podríamos pedir, cariño?

Restándole importancia el que Jolyne quizá este enfurecida con él por burlarse de ella, comenzó en acariciarla en movimientos sutiles el esbelto cuerpo de su hija. Jolyne sentía eso con escalofríos, pero a los segundos se resignó y sólo cerró los parpados dejándose caer sobre el cuerpo de su padre.

-Te amo, Jolyne. – Fue lo último que dijo al menos para esos momentos Dio, y la doncella solo tendría que responder lo mismo cada que él le decía eso.

-También te amo, papá. – Y aunque estaba convencida de que eso era verdad, cada que esa frase salía de sus labios sentía algo parecido al asco, enojo y tristeza.

Yaciendo en silencio sobre él, algunas lágrimas empezaron a salir combinándose del agua de la tina y aunque Dio parecía percatarse de eso, no se inmutaba como si no tuvieran ningún significado para él.

Era como si su amor ella no lo mereciera, pero aun así se lo daría y no había nada que Jolyne pueda hacer al respecto, más que aceptarlo y doblegarse ante él. Y la doncella para sus adentros, quizá pueda dormir aun con la compañía de su padre, pues en sus sueños los pocos recuerdos que tiene de ese ángel del que tanto añoraba es donde lo encontraba y es algo que Dio jamás le quitaría.

Ese es el arrullo y la luz para su alma que siempre encuentra cuando cierra los ojos.

...

En los jardines del Castillo de Dio

Hacía poco que había visto un brazo delgado y pálido salir de entre los barrotes de esa ventana tocando una débil mariposa. Era curioso que por fin con sus propios ojos bicolor haya podido ver algo de esa fémina que algunos rumoreaban, juzgando por la complexión de esa extremidad podría figurarla como una mujer ya desarrollada y esbelta.

Para él no importaba la distancia de donde estaba hasta esa torre que guardaba la habitación de la susodicha. Y a pesar de no poder estar bajo el sol tal y cómo algunos de sus compañeros pueden hacerlo, más que nada hablando de Giorno, ciertamente quizá no era mucho problema para él; estar bajo la naturaleza brindándole oscuridad, podía al menos empezar con éxito en su vigía y descubrir lo que guardaba Dio.

Puede que por el momento no tenga mucho qué decir, pero al menos confirmaba la existencia de esa mujer. Quizá el actual vigilante no sea personalmente muy cercano al único hijo vivo de Dio, más lo conocía lo suficiente para saber a leguas que algo no estaba bien en él y si las sospechas de Bruno eran ciertas, la existencia de esa mujer y su padre eran la clave para que el rubio menor sane o al menos eso esperaban.

¿Qué es ella y qué significara tanto padre como hijo? Lo descubriría, y ¿Sería necesario matarla?

Aunque pensaba en algo que le parecía quizá curioso, al ver ese brazo siendo tocado por la intensa luz solar que a él le quemaría le dejó pensando; creyó que sería de la misma raza que Dio o al menos de una un poco más inferior como la de alguno de ellos, y aunque Giorno fuera capaz de hacerlo era porque tenía cierta ascendencia por parte de su madre que le permitía ser tocado con los rayos solares.

Dio no era alguien que fácilmente acepte a cualquiera dentro de su vida y más si este ser es alguien común como un humano, lo cual eso sería muy inaceptable para él y le vería solo como comida. Si bien, eso era lo ya hacía más interesante su vigía y su tarea de averiguar.

Y como si le alentaran en saber más, una mariposa de alas azules revoloteaba de pronto frente a su rostro. No estaba seguro si era la misma que esa mujer tocaba, pero el de cabellos albinos encapuchados la tomó tal cual como ella lo hizo desde esa altura en el castillo.

Su mano enguantada de piel color negro dejó que reposara en su mano y luego de inmediato esta se alejó para ir más al sol y donde había algunas flores.

Se podría qué ser que un contacto indirecto con la misteriosa doncella, esa que quizá sea la nueva esposa o al menos amante de Dio.

...

En el castillo Oculto

La noche no estaba ni cerca, pero creía conveniente quizá llevarle aquel regalo lo más pronto posible.

Sin ninguna ropa que le cubra del sol que ya se despejaba de las melancólicas nubes, se quitó esas estorbosas prendas en cuanto volvió y se dejó ver con su habitual y cómodo atuendo con su banda naranja en la cabeza.

Había sido interesante lo que había visto en ese pueblo, quizá un poco lejos del castillo viejo donde viven, pero había valido la pena y ciertamente no esperó por encontrarse con un hombre que sobresalía de entre toda esa gente tan común a comparasión de él.

Lo tendría en mente al menos por un buen tiempo y quizá se lo mencione a Bucciarati después, pero por ahora eso no le preocupaba y su prioridad en esos momentos era llevarle algo a cierto amigo rubio que probablemente yacía en sus aposentos no queriendo ver a nadie como casi siempre era el caso.

Y aunque no quisiera atender a nadie, siempre eran capaces de hablarle y verle aunque se moleste.

Sus pasos iban rápido y optimistas llegando a la habitación deseada, sin siquiera tocar la puerta pidiendo permiso, la abrió asomando gran parte de su cuerpo sin desvanecer su leve sonrisa.

-¡Hey! Giorno. – Sin previo aviso como suele ser costumbre para el joven de ojos amatistas, entró a la habitación del rubio sin que este la autorizara y si ninguna vergüenza, se dirigió a donde él estaba; sentado en el pequeño sillón color rojo e imitándolo, se sentó a su lado.

-Narancia, ¿Qué quieres? – No limitándose en demostrar que no quería su presencia ahí, le cuestionó un tanto severo que sin despegar la vista de en frente. Era como si apenas saliera de su propia meditación.

- ¡Oye!, ¿No puedo simplemente venir y visitar a uno de mis grandes amigos a su habitación? No necesito motivos para verte, ¿Sabes? Aunque esta vez sí vine por algo. – Sin importarle que con su visita le moleste al rubio, de entre sus ropas sacó algo que a su parecer desprendía sangre y algo de grasa envuelto en un saco de tela muy delgada. – Mira, te traje algo.

Curiosamente, puede que eso haya despertado un poco la curiosidad del rubio, pues el olor que desprendía aquello le provocaba una sensación de hambre, aunque no estaba seguro si eso le provocaría lo mismo de siempre; que su cuerpo lo rechace.

-¿Por qué trajiste eso? – Con el ceño fruncido, miró lo que traía en las manos con cierto desagrado.

-Es carne como seguramente ya te diste cuenta, pero no es cualquier carne si es lo que crees. – En eso, Narancia quitó la tela sucia para descubrir ante los ojos del rubio ese limpio y apetitoso pedazo de lo que parecía ser muslo de res. – Es la que suelen comer los humanos e incluso otros animales como los perros pastores que usan para el cuidado de sus corrales. Fui al pueblo y creí que esto al menos te haría bien en vez de la que nosotros comemos.

-¿Es una broma? La carne que consume alguien como yo debe ser la de algún humano o la de algún animal salvaje de la cual su sangre debe antes contaminarse de mi líquido salivar, esto no servirá de nada. – Narancia al recibir el esperado rechazo de su amigo, solo rodó lo ojos siguió ofreciendo esa comida más hacia él. – Y además vas al pueblo de día como si nada, eres un imbécil.

-¡Ah! ¿Me insultas luego de que vine a traerte un regalo? Cada día te vuelves más como Dio. – Y aunque no fue su intención dañarlo con ese comentario, Giorno solo le siguió dedicando una mirada bastante molesta, pero quizá el de ojos amatistas no se arrepiente de haberlo dicho si con eso atrapaba su atención para que le escuchase. – Escucha, lo traje porque dudo que sobrevivas con solo beber sangre de unos pocos animales. Al menos inténtalo, todos estamos preocupados y lo menos que puedo hacer es buscar alternativas tal y como haría Fugo. – El rubio estaba cansado que optó por ignorarlo y evitar la carne con solo volver a voltear a ver la ventana que le dirigía al destino que ansiaba en ir de nuevo. Narancia un tanto decepcionado, no se resignó en que el otro debería probar ese pedazo de res que compró a los humanos. – Eres como un reloj de arena que te define, amigo. Hay una maldición que no puedes ocultar y simplemente podemos suponer que esas arenas blancas te entrelazan cada vez más a tu padre aun cuando haya tratado de exiliarte de su vida. – Y aunque el joven de cabellos negros no lo mencionara, sabía que esa conexión que le ataba aún más era esa humana.

-Soy algo así como un predicador, Narancia. – Comenzó Giorno haciendo que el otro no entendiera a lo que se refería. – Prediqué el pecado y simplemente estoy pagando por ello, por eso no creo conveniente que ustedes se preocupen por mí cuando yo sólo puedo solucionar esto. No hay nada de lo que ustedes deban sospechar o suponer, porque mi padre no tiene nada que ver con todo esto. – Puede que por un lado le dijera la verdad, pero por el otro mentía, al menos agradecía que el de amatistas de tintes escarlata no le exigiera por respuestas como Bruno o Trish lo hacían.

El joven de estatura más baja, por su parte solo guardaba silencio no sabiendo qué decir. Como ya antes se le mencionó, el que hayan matado todos juntos a los hijos de Dio no fue solo una decisión de Giorno, sino de todos ellos.

-Tú sabes que tuvimos motivos para hacer eso que ahora te duele, Giorno. Por eso dejamos que fueras por tu cuenta a vigilar a tu padre, incluso Fugo no soportó manchar sus manos de sangre y al final lo hizo porque creía que era lo mejor aun cuando haya decidido alejarse de nosotros. – Narancia no evitó mencionar a su otro amigo de cabellos rubios, aquel de corazón humano que sin opción tuvo que ser convertido a una naturaleza maldita igual a la de ellos.

-Justamente por eso, es que no puedo perdonarme y yo solo tengo que buscar mi propia redención y sanar el desprecio de mi padre.

No queriendo hablar más de ello con nadie más, Giorno optó por levantarse de ese sillón y salir de su propia habitación dejando solo a Narancia con la carne aun sostenida por una de sus manos.

Eso le entristeció y al verlo partir hasta desaparecer entre las paredes del castillo, solo pudo expresar para sí mismo desilusión, realmente esperaba que su amigo comiera algo más que solo sangre tan simple.

-Al menos podría comerlo yo. – Mirando el delicioso corte de carne, el joven lo olio y le dio una rápida lamida encantándose con ese sabor. – Esto sabe bien, no soy humano, pero podría comerlo como si lo fuera.

Realmente sin tener idea de cómo lo comían los humanos, tan solo le dio una gran mordida y saboreo el pedazo con cada rincón de su boca. Quería probar con otro bocado, pero cuando se limpió la boca de rastro de sangre con el largo de su brazo, pudo notar algo extraño en la habitación de Giorno que le hizo olvidarse por un momento que estaba comiendo un nuevo manjar.

Curioso, se puso de pie y se acercó a lo que se supone era el espejo de su amigo, no lo recordaba roto y menos con varios pedazos faltantes.

Eso claramente significaba que él había sido el culpable de romper ese espejo, pero ¿Por qué? Eso solo demostraba cuan mortificado estaba el rubio y eso solo le hizo suspirar con pena.

Al menos sabía que Abbacchio ya había partido a averiguar de lo que realmente era esa mujer dentro del castillo de Dio, pero temía. Incluso él mismo quería ir a investigar sobre la misteriosa fémina de la que se habla, la primera vez que se supo de ella gracias a ciertos rumores se sorprendió, jamás imaginó que Dio tomara a alguna mujer.

Sabía lo arriesgado que era el solo pararse a la puerta del castillo y de entre todos ellos sin contar a Giorno, su amigo de ojos bicolor era el más indicado.

...

En el Castillo de Dio

-A veces creo que mal entiendes mis acciones, Ojos míos. Pero yo te amo y lo único que quiero es cuidarte y estar a tu lado. – Le decía Dio a su amada hija que yacía entre lágrimas en el suelo y lo que parecía ser un golpe en una de sus mejillas. Ya vestida con el sencillo vestido blanco que él mismo le puso, el cabello suelto llegando a su cintura y tendido a todas partes y uno de sus zapatos blancos lejos de su pie desnudo.

Sentía el frio en su piel contra el suelo de mármol, el hombro derecho donde la rasgadura de su vestido era visible, hecha por el rubio por supuesto. Jolyne quiso contener las ganas de llorar por el arranque de ira que había provocado en su padre poco antes de llegar a la biblioteca, pero simplemente ya era inútil guardar su tristeza.

Una de tantas, por supuesto.

-Lo sé, padre. – Era lo que siempre respondía, con el mismo tono entrecortado y con el gesto descompuesto.

Luego de haber tomado esa placentera ducha para Dio, acompañarla en su desayuno y pasar un buen rato juntos durante la tarde. Dio escogía el pasatiempo que tendrían para ellos dos, para esa ocasión, Jolyne le leería el libro que tanto llegó a gustarle de pequeña dentro de la biblioteca del castillo y, a decir verdad, para ese momento no tenía ningún placer de recordar esos ayeres donde su felicidad era una vil mentira y ese cuento cubierto de cuero se lo recordaba.

Luego de haber leído los primero párrafos, el rubio pareció darse cuenta del aburrimiento o mal estar de la joven, que ocasionó su rabia y no evitó darle una buena abofeteada.

Parándose por sí misma, volvió a tener el libro entre sus manos que igual que ella yacía en el suelo y Dio tan solo se mantenía inmóvil a un costado suyo mirándola y escuchándola.

-Por favor, comienza, querida mía. – Más contento y animado el padre, Jolyne sólo abrió la cubierta y en ella se veía las ilustraciones en tinta de la princesa del cuento.

Dando un leve suspiro aguantando el llanto, comenzó a leer con tranquilidad lo más que pudo y con voz lo suficientemente audible para Dio, tal como a él le gustaba y ella bien sabía cómo complacerlo o quizá a veces cuando su depresión no le traiciona.

-Era se una vez en la helada madrugada, las sombras de la soledad se avanzaban sobre la tierra áspera y helada que tocaban sus pies. ¡Pobre pequeña niña! Sin ningún rastro de amor llegaba a cubrirle de su terrible pesar, de esa friolenta calle empedrada que casi comenzaba a empaparse de una pronta tormenta. – Comenzó a leer la doncella y ya llegaba a atravesarle el corazón con tan sólo recitar esas palabras entintadas, era como si la describiesen a ella de alguna forma. – La imagen desdichada de la muerta de hambre de amor, buscaba sin parar algún paradero de ese posible cariño, familia quizá. Nadie la ha llegado a tratar con gentileza en su vida siquiera, y no tenía ni idea de cómo podría saber encontrar y satisfacer esa añoranza; de una madre, un padre o tal vez de un hermano... - Prosiguió Jolyne encantando a su padre en un principio, aunque este sabía percibir la melancolía que comenzaba a ser visible de nuevo en su hija, ¿Por qué razón? Si cuando ella era pequeña no llegaba a manifestar ningún tipo de tristeza, al contrario, expresaba algo parecido a esperanza por la joven del cuento. – Siendo rebelde y testaruda soñaba con vivir esa dicha que tanto veía en los rostros ajenos, ser feliz como el niño aquel o cualquiera persona alegre que se le cruza...

-Basta, Jolyne. – Sin dejarle proseguir, de repente le cerró el libro en sus manos sorprendiéndola por tan repentino acto. – Si vas a leerme quiero que estés tranquila, no que te pongas triste. – Pareciera que se preocupaba por ella, pero bien se sabía que era más que nada porque a Dio no le gustaba el tono que estaba tomando la joven al leer, no era lo que el rubio padre quería escuchar. – Léelo todo de nuevo y esta vez asegúrate de no entristecerte por un tonto cuento, ¿Entendido?

Demandó Dio y entonces sin poder negarse, Jolyne carraspeó la garganta y volvió a abrir el libro dispuesta a leer a un tono mejor.

-Era se una vez en la helada madrugada, las sombras de la soledad se avanzaban sobre la tierra áspera y helada que tocaban sus pies. ¡Pobre pequeña niña...! – Cayó repentinamente al ver que el libro era cerrado con brusquedad de nueva cuenta, mirando extrañada a su padre, este la miraba un tanto molesto.

-No, hazlo de nuevo. – Ordenó otra vez, poniendo nerviosa a Jolyne, pero sabiendo que esa sensación sería perjudicial, trató de calmarse y entonces volvió a abrir el cuento con lentitud.

- Era se una vez en la helada madrugada... - De nuevo fue cerrado el libro por Dio, pero esta vez fue arrebatado de sus manos y su rostro fue girado bruscamente hacía el rubio. – Pa-padre...

-Si te hace infeliz leerme, entonces es algo que tendremos que dejar de hacer, ¿No crees, Ojos Míos? – Aventando el libro, soltó a la doncella y esta se apartó sobándose las mejillas por donde la había tomado su padre, físicamente ya se sentía más adolorida. Con cierta rabia pensaba en que ya no sabía cómo complacer a su padre, antes pensaba que sí, hace todo lo que este le pide. Y ahora parece que no le gustaba cómo hacia las cosas. – Palabras rotas es sólo lo que escucho, querida mía. – Continuó Dio suavizando la voz, como si así supiera tener la atención de Jolyne por voluntad propia, aunque ella le miraba más que nada con desespero. – A pesar de que tu mundo siempre fue estar conmigo en este castillo, tú universo y el mío parecen ser dispersos. – Tomándola del mentón, le obligó a acercarse a su propio rostro hasta sentir la respiración contraria. – ¿Cuál es el mal que te he hecho, Jolyne? Si lo único que he hecho es amarte.

Cerrando los ojos la joven, por un segundo creyó que la lanzaría de nuevo.

-¿Qué puedo hacer para que estés contento, padre? – Queriendo asegurar su tono para que dejara de quebrarse, Jolyne solo sintió el agarre de su padre que le soltaba sin ningún cuidado y la joven trataba de mantenerse de pie viendo como Dio le daba la espalda.

-Desgraciadamente, por ahora nada. Será mejor que parta de aquí antes, el sol está a punto de ocultarse y entre más temprano este aquí contigo, mejor. – Estarás en tu habitación y no saldrás hasta que yo regrese. Puedes irte a dormir si quieres, no me importa. ¿Entendido?

En eso, el rubio tomó de la cintura de su hija y sin dejarse resistirse, aunque ella no lo pretendería, y así fue guiada a su habitación.

El contacto físico entre ellos siempre estaba muy presente, como si él fuera ya parte de su cuerpo en contra de su voluntad, así como él conocía ya cada rincón de su cuerpo, ella conocía muy bien el de él, y el que se vaya por fin al menos por un rato, se sentiría un poco menos sofocada.

Tan silencioso el castillo como siempre suele ser, sus pasos y sus respiraciones era lo único que escuchaban, pero de alguna manera sentía que le taladraba los oídos.

Al llegar frente a su puerta, Dio sin soltarla fue abriendo la puerta haciendo sonar la llave de color dorado de entre otras que tiene, y ciertamente nunca supo para qué otras puertas eran las demás, solo la de su habitación.

En cuanto se abrió la entrada, de inmediato la penumbra la cubrió y más cuando su padre la empujó hacia adentro y pronto volvió a cerrar dejando a su hija sola.

-¡Volveré pronto, Jolyne! Y por favor, no vayas a hacer nada estúpido mientras no te vea. – Sabiendo de otras veces que intentó escaparse, sabía que no lo haría más, pero más valía advertirle.

Sin que Jolyne quisiera hablar o Dio esperar por una réplica, se fue alejando de esa puerta y adentrando a mas al fondo del castillo y realmente, si es que nunca, la joven no sabía por dónde o en qué momento salía cada que iba a buscar cosas para él y para ella.

Quizá por esa noche era bueno, el que Dio se moleste con ella ya no era una novedad, pero sí el que saliera un poco antes, casi nunca lo hacía a decir verdad. Entonces tendría algo de privacidad y aun así, no sabía qué hacer exactamente si estaría encerrada de nuevo.

Tal vez lo de siempre, recostarse y podría quedarse dormida tal y como había dicho su padre, pero debido a los golpes de ese día lo más probable es que se quede a llorar y solo recordar en su mala suerte de no saber cómo hacer que su padre este feliz para que ella también lo fuera.

Ya era cada vez más como un acondicionamiento, aun viviendo por siempre así y si él podía ser feliz sin ninguna decepción, ella también podría serlo de alguna manera, ¿Cierto?

O, la muerte podría ser de nuevo una opción.

Y aunque lo quisiera, no encontraba la manera si solo lo pensaba pues su padre la había privado de casi todo, incluso las blancas sabanas que tenía se las quitó.

Sin más, fue hasta su cama tan plana, y sin quitarse los zapatos se recostó ya con las lágrimas brotando de nuevo. En realidad no sabía si Dio ya se habrá ido, pero dejaría ir todo su dolor y llanto inundando todo el ambiente de su habitación todavía más lúgubre.

Se sentía muerta por dentro.

Y lo único que la sentía, era lo poco que podía sentir afuera de esa prisión sacando el brazo de entre los barrotes de las ventanas, como también solo pensar en su salvador que ya ni sabía si era real o empezaba a enloquecer.

Y es que lo sentía tan real a veces, pero ya dudaba.

Su pecho subía y bajaba violentamente mientras que empapaba su cama, su cuerpo temblaba y cerraba los puños sin importar si sus uñas se clavaban a sus palmas.

Ella soñaba con un destino del que quería crear, sin ser perseguida o atada a un demonio como lo era su padre, lo amaba y estaba segura de que sí, pero simplemente quería irse lejos y correr hacia esos seres amados que les fueron arrebatados.

De alguna manera, así lo quería, buscar por sus muñecas y Emporio aunque ellos ya no estén más en ese mundo tal y cómo él le dijo varias veces hasta que lo entendiera y no los añorara más.

En eso y hundiéndose solo en su mar de lágrimas y su lamento, sintió una mano posarse sobre su espala yendo a su hombro desnudo debido a la rasgadura del vestido.

-Padre... - Fue lo que dijo al saberse tocada con esa piel tan fría, ni siquiera un escalofrió le dio, de alguna manera fue un tacto delicado, pero igual no significaba que le había gustado. – Dijiste que me fuera a dormir y eso es lo que intento hacer o ¿Necesitas algo más de mí? – Dando a entender que quería estar sola, como respuesta otra mano ahora se pasó a su cabeza.

-Verte pelear con tus propios demonios hace que te veas como un desastre, princesa. – Respondió una voz que le hizo tensarse y sus ojos abrirse creyendo que había escuchado mal. Jolyne de inmediato volteó y por fin dando la cara a esa voz tan distinta a la de Dio, parpadeó varias veces creyendo que estaba soñando. – Casi pareces una pordiosera, extraño al ser hija de Dio.

Aun sin creerlo y estando tan lucido a comparación de la última vez, dijo algo que le molestó al otro.

-¿Padre? – Temiendo de decir algo erróneo si es que ese era su progenitor, así le dijo para no cometer una equivocación por confundirlo con un sueño, pero pronto vio su rostro molesto demostrando desagrado, sus lágrimas volvieron a llenarse más ahora tomaban un sentido distinto.

-No soy Dio y te prohíbo que vuelvas a confundirme con él, podremos tener algunas semejanzas físicas pero no somos iguales y mucho menos psicológicas, princesa estúpida.

-Así que volviste. Si eres real. – Reincorporándose de inmediato, salió de la cama y quiso pararse junto a él, pero el otro rubio tan solo dio un paso hacia atrás y le dio la espalda. Jolyne entendió que no quería que se acercara más, pero su cuerpo se lo pedía y solo se acercó un poco más mirando su ancha espalda que es mucho más esbelta que la de su padre. – Siempre te tuve presente como un sueño de mi niñez que creí que había desaparecido.

Recogiendo sus manos sobre su pecho, cerró los ojos oliendo el aroma tan silvestre y diferente que jamás había olido o, ¿Quizá sí?

-Siempre fui real, Jolyne. Pero la pregunta es, tú sigues creyendo en la ilusión o ¿Crees que ya es hora de despertar de una maldita vez? – Como si estuviera harto de las palabras de la doncella, por dentro de alguna manera disfrutaba de ese momento. – Eres una tonta y no te confundas, si estoy aquí por ti pero nada de lo que imaginas es la razón. – Dijo bastante arisco, pero pareciera que Jolyne no prestara atención en lo absoluto que decía, pero las manos ansiosas de la joven ya le abrazaban desde atrás atravesando lo que es entre sus brazos y costado del rubio.

Entrelazaba sus manos una sobre otra sosteniendo el pecho del más alto y después este sentía el rostro y cuerpo de Jolyne pegarse a su espalda.

Curioso al ver las pálidas manos de la joven, Giorno las tomó y pudo recordar la diferencia que estas tiene como cuando ella era solo una pequeña niña. El tamaño, que aunque seguían siendo más pequeñas que las de él, ya eran extremidades de una mujer bien desarrollada e incluso el color que tenía era un poco más bronceado y ahora parecían de un tono casi como las de él.

Era como si Dio la tuviera cautiva. 

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Hola amigos, ¿Cómo están? después de tanto tiempo, por fin puedo actualizar esta historia, sí, este cap salió muy largo, pero era por una ocasión especial y los próximos ya son normales, pero con nuevos sucesos interesantes xd 

Espero les haya gustado, es mi fic favorito para escribir, sé que no lo leen mucho xd ósea que tiene pocos lectores, pero ciertamente disfruto mucho compartiéndolo con ustedes. 

Gracias por tanto, un beso! Ahora estaré actualizando Primero Amor. 

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