Ojos Míos

La fuerte tormenta, no se comparaba con la tempestad que asumía su ser. Aun se viese envuelto entre esas gruesas gotas que caían con ímpetu cual filosas cuchillas, no era nada comparado con el dolor que atravesaba su corazón y su orgullo.

De rodillas se dejaba empapar y no solo por la lluvia. Hundía sus manos en lo que quedó de aquellos que fueron sus allegados. Cargó uno de los cuerpos y los miró con pesar dejándose manchar de lo que quedaba de su sangre, de su propia sangre.

Contempló cómo el agua se llevaba aquel líquido carmesí hasta lo más bajo de la colina empedrada. Desde su posición, llegaba a apreciar la pila de cadáveres bajando hasta casi perderse. ¿Cómo es que lo había podido permitir?

Quizá lloraba, aunque no estaba del todo seguro, la misma tormenta era la que se llevaba todo, sus posibles lágrimas, o incluso los restos de sus seres amados.

Sabía quién había sido el responsable, más jamás pensó que llegaría hasta su propia familia. Con acariciar con delicadeza el rostro desfigurado del que cargaba, fácilmente podía leer la dirección en la que habían ido esas navajas contra su ahora despedazado torso.

¿Qué quedaba hacer?

Depositó con cuidado lo que quedaba del joven yaciente en sangre sobre el suelo de piedra. Estaba rodeado de muerte, así como lo estuvo su asesino antes de que él pudiese llegar a evitarlo.

Tan solo atinaba en cerrar sus ojos y dejarse ser una vez más con la lluvia, necesitaba canalizar su alma y cuerpo antes de lo que pretendía hacer. Con ver solo la oscuridad en sus parpados, podía ver la llameante energía de esos ojos que osaron en quitarle su familia, ese ceño fruncido al degollar sus cabezas sin ninguna piedad. Sí, conocía bien al asesino como para incluso saber la satisfacción que tuvo de atravesar sus navajas contra su propia carne.

...

-Entonces, la joven princesa se agachó frente al abrevadero. - Contaba una mujer de cabellos castaños con el libro de cuero en sus manos. - Se miró al reflejo y entonces supo, que su corona en la cabeza no solo la hacía más bella. - La calmada y dulce voz hacia que la niña entre uno de sus brazos se acomodara mejor en su regazo. Mientras que miraba la abundancia de letras e ilustraciones hechos en tinta dentro de las paginas amarillentas. Sus ojos brillaban ante la cálida luz de las lámparas de aceite y contemplaba a la hermosa doncella dibujada junto al cuerpo de agua. - Su único sueño se había cumplido; ahora tenía una familia y un lugar a donde ir. Las pesadillas y los relámpagos impetuosos se habían ido por siempre.

-Léemelo de nuevo, mami. - Expresó al aire la pequeña soñadora una vez finalizada la historia.

La castaña cerró el libro luego de haber concluido y la niña seguía absorta en el relato aun ya hubiese terminado.

-No, amor. - Demandó la madre quitando con delicadeza el brazo que sostenía la pequeña cabeza.

-Pero aún no tengo sueño. - Con su viva voz aniñada le dijo más como una petición. - Por favor.

-No, cariño. Ya es muy tarde, debes dormir. - Se levantó del pequeño lecho y depositó un beso en la frente de la menor que hacia un pequeño puchero. - No me hagas esa cara.

-Pero no quiero dormir, quiero esperar a papá. - Dijo tal vez como excusa, aunque pensándolo si quería recibir el beso de buenas noches por parte de su padre. - ¿Sí? - Rogó con las manos juntas como un rezo.

La mujer pensó que entre más pronto iba a la cama, más rápido Morfeo se colaría en sus sueños. Más observó detenidamente a su hija, su rostro parecía aún muy despierto como para que durmiese de inmediato.

-Está bien - La madre se acercó a la niña y la cargó recibiendo esos pequeños brazos que ya se extendían en su dirección. - Recibiremos a papá juntas. - De igual forma, no tardaría en llegar el hombre. No hacía daño consentirla un poco, pensó.

Se la llevó en brazos hasta el comedor junto con el mismo libro cubierto de piel, y ciertamente en esa parte del hogar se llegaba a sentir el frío y la fuerte lluvia con más claridad, por eso mismo; la pequeña se abrazaba a su madre buscando calor. La mayor se sentó en una de las sillas de madera, dejó a la niña en sus piernas, y entonces la menor abrió la cubierta recibiendo el olor desgastado de las hojas.

La castaña palpó la primera página donde se veía la ilustración de una joven de ropas desgastadas y cabello enmarañado, al mismo tiempo que la niña esperaba ansiosa.

-¿Lista? - Preguntó tiernamente, su hija solo asintió energéticamente. - Erase una vez...

En ese momento y sin previo aviso, la puerta de la casa se abrió por completo de repente sobresaltando a ambas. La niña súbitamente sentía sus tiernas mejillas mojándose con pequeñas gotas, ahora que esa gran sombra permitía la entrada a la lluvia.

La persona poco se dejaba ver debido a la tenue luz y la ruidosa tormenta, pero de inmediato se adentró cerrando tras de sí. Dejó sus cosas a un lado de la puerta, se quitó el empapado sobrero y túnica negra ya mostrando su cansado rostro ante los ojos expectantes de las féminas.

-Cariño, por fin volviste. - Dijo con amor la castaña en cuanto vio esa expresión tan familiar. Se levantó de su asiento con la pequeña en brazos con la intención de recibirle.

-Sí, siento haber tardado tanto. - Dejó la prenda sobre la mesa poco importando si mojaba todo lo que tocaba.

-Lo importante es que ya estás en casa. - Se acercó al hombre y le dio un tierno beso en los labios. El hombre correspondió con el mismo cariño, pero ahora daba cuenta de algo.

-¿Y tú por qué aun sigues despierta? - Cuestiono con la traviesa cara de la pequeña, que igual se colgó en el cuello de su padre sin notar que su ropa de cama llegaba a humedecerse. Esta solo se encogió de hombros como respuesta siendo recibida por los brazos protectores.

-Irene no ha querido irse a dormir hasta que llegaras. - Comentó la madre. - Pero ahora que papá ya está aquí. - Se dirigió a la menor y esta se abrazó más al corpulento pecho. - Es hora de dormir.

-Pero sigo sin tener sueño. - Suplicó una vez más con su voz un poco más lastimera.

-Nada de peros o mañana te costara trabajo levantarte. - Esta vez fue el padre un poco más autoritario. - Te llevaré a la cama.

-La llevaremos, juntos. - Reafirmó la castaña y sin que pudiese replicar la niña, fue llevada por el brazo de su padre.

Ya en la reducida habitación. El padre quiso depositar a su hija en la colcha, pero ésta aún no pretendía en descolgarse de su cuello, pero tomándola supo separarla y de inmediato la cubrió con las delgadas cobijas.

-Dulces noches, amor. - Dijo la madre dándole otro beso, pero esta vez en su mejilla.

-No quiero dormir todavía. - Seguía insistiendo. - Quiero seguir leyendo.

-Estará en la mañana. - Prometió el padre asegurándose de que estuviera bien arropada.

-Si te duermes, papi te leerá mañana. - Declaró la castaña haciendo que su esposo la voltease a ver sorprendido, a la vez que la niña abría los ojos emocionada. Casi nunca se daba el tiempo el hombre para leer cuentos a su hija.

-¿Qué?

-¿¡En serio!?

Preguntaron en automático y al unísono, uno en desconcierto y otro en emoción. La madre solo se cubrió los labios con los dedos queriendo aguantar la pequeña carcajada. Luego asintió a regañadientes del hombre.

-Papi te leerá, solo si duermes ya. ¿De acuerdo?

-¡De acuerdo! - La nena se cubrió con las cobijas casi hasta la cabeza dándoles la espalda, dando a entender que dormiría lo antes posible. La sola idea le encantaba, pues pocas veces llegaba a estar cerca de su amado padre.

Los progenitores le miraron entre divertido y enternecido, más su padre sorprendido por como su amada lo había hecho prometer algo en donde ni siquiera habló, más si su hija lograba dormirse y con una sonrisa en su angelical rostro; lo aceptaba.

Sin decir más. La pareja dejó a la pequeña apagando la poca luz que había, así cerrando la puerta para que la oscuridad le permitiera descansar y soñar con la princesa que tanto le encantaba leer.

Ya a solas, ambos se dirigieron nuevamente al comedor, la señora tendría que preparar la cena para su esposo, pues llegaba de un arduo día.

-Deberías tomar un baño después de cenar. - Dijo la castaña acariciando y apartando algunos cabellos de la frente que tenía el hombre. Observándole mejor, tenía grandes ojeras y cierta palidez. - Podrías resfriarte. - Y es que este aún se encontraba considerablemente mojado, aun la gabardina y su sombrero le llegaron a cubrir, tenía el pelo mojado y las demás ropas húmedas. Para ello, lo primero que hizo fue darle la espalda para calentar agua.

El hombre no respondió, estaba pensativo a pesar de haber escuchado a la fémina. Su nariz comenzaba a congestionarse y quizá a tener algo de frío, pero eso era no era importante o al menos no para él, pues su mente se encontraba concentrada en otro lado.

Siguió mirando la espalda de su amada, quien amorosamente preparaba todo para él. Se sentía afortunado, pero a la vez no. Estaba absorto en una vorágine de imágenes, que no podía sacarse de la cabeza, mirando de cuando en cuando sus cosas que descansaban al marco de la entrada y que poco brillaba el filo de estas ante la cálida luz. Su mente divagaba sin parar entre esos cuerpos cubiertos de un rojo brillante, gritos y las dolorosas punzadas.

Era sigiloso en su pesar, pero cerraba los ojos y se tomaba las sienes teniendo malestar hasta casi vomitar, pero no le dejó ser. Levantó la mirada hacia la mujer que no notaba su estado.

-Mujer... - Llamó audiblemente.

-¿Sí, cariño? - Volteó a verlo y entonces hubo silencio.

-En un momento regreso. - Dijo sin más y con calma como pudo, como si fuese lo más normal del mundo.

-Claro, amor. Pronto estará la cena. - Asintió dulcemente sin voltear a verle, en eso, el hombre se fue tranquilo aguantando sus ansias.

La mujer encontrándose sola, dejó el cucharon y lo que hacía para voltear nuevamente hacia donde había ido su esposo, ella sentía la intranquilidad de su amado, más no diría nada hasta que él se sintiese listo.

El hombre ya se encontraba encerrado en el pequeño baño, se miraba al espejo luego de lavar su cara de manera rápida. Se sentía con nauseas, le dolía la cabeza y casi quería llorar. Su mente no paraba de dar vueltas recorriendo nuevamente esos charcos de sangre. De no ser por la lluvia, aun seguiría empapado en ese horrible color rojo.

De igual forma, ¿Qué se podía hacer? No era nada fuera de lo normal, era algo que llegaba a ver casi todos los días. No era su problema después de todo. Lo hecho, hecho estaba, más algo le inquietaba pero no sabía qué.

Sin querer demorarse más, secó su cara y estaba dispuesto a salir, pues su cuerpo lo pedía a gritos. Estaba cansado tanto mental y físicamente. Necesitaba tener cerca el cálido y amoroso cuerpo de esposa y con la tranquilidad de saber que su amada hija se encontraba durmiendo en su habitación, así podría dormir en paz.

Salió y camino con los nervios ya más calmados, debía dejar de pensar en eso distrayéndose con el amor que profesaba.

-Ya estoy de vuelta. - Se anunció como siempre solía ser, más no escuchó a su esposa. Todo estaba a como lo había dejado, más faltaba alguien importante. - ¿Cariño?

Se fijó a todos lados, tan solo se veía en su lugar la cena y el agua calentándose, incluso su ropa que se encontraba arriba de un charco.

Tragando grueso y con la falta de aire, sus sentidos de apoco empezaron a alterarse. Su pecho subía y bajaba agitadamente.

-¡Mujer! - Le gritó y aun fuera una casa pequeña como para que lo escuchase, no obtuvo respuesta. - ¡Por favor responde!

-Tranquilízate, Jotaro. - Una grave y congelante voz se escuchó a sus espaldas haciendo que se paralizara por un segundo. - Desde aquí puedo escuchar tu agitada respiración.

Giró hacia esa desagradable presencia. Al inicio no logró ver nada, hasta que de entre las sombras salió el ser que antes había temido.

Aquel de gran corpulencia, piel pálida, cabellos rubios e iris color sangre. Se dejó ver y no solo su verdadera forma. En uno de sus brazos, cargaba la figura esbelta de la castaña, totalmente tendida con los ojos abiertos con un hilo de sangre saliendo de su boca.

Ante tal imagen, los ojos de Jotaro se abrieron como nunca en su vida, su labio inferior temblaba no creyendo lo que veía.

-¡Oh, lo siento! ¿Era tu esposa? - Dio la mirada hacia el cadáver. - Era una mujer muy hermosa, ¿No crees? - Luego la dejó caer al suelo como si de cualquier objeto se tratara.

El hombre se arrodilló ante el cuerpo de quien fue su amada, sus manos tiritaban en su dirección. Poco la tomó y entonces se dio cuenta; tenía roto el cuello.

- No pude resistirme.

-Eres un... - Ahora apretaba los puños cerrando los ojos. - ¡Eres un maldito, Dio!

Con furia, fue directo a sus armas cerca de la puerta con la intención de blandir su gran espada, pero de inmediato fue obstaculizado por el ente de gran energía.

-¿Maldito? ¿¡Maldito yo, Jotaro!? - Con rapidez lo tomó del cuello hasta levantarlo lentamente. - ¿¡Cómo osas maldecirme aun después de lo que hiciste!? - Apretó con más fuerza cortándole casi por completo el aire.

-¡E-Eres... una amenaza! - Dijo como pudo, trataba de zafarse del fuerte agarre o moriría. Jotaro sacó de su ropa un cuchillo de plata que de inmediato le cortó el brazo, pero no hubo efecto alguno en Dio.

Entonces fue cuando vio de nuevo eso que en algún momento quiso arrebatar; esa llama en sus ojos, aquella que quizá haya visto su difunta familia antes de morir. De solo recordar le enfurecía.

Con el odio desbordante, tomó de sus espaldas una de las dagas que antes intentó tomar Jotaro y lo encajó en el pecho de este antes de que pudiese ver venir algo.

Dio lo soltó dejándolo caer muy mal herido, pero no se contuvo, estaba dolido y lo único que quería era venganza y ver la sangre del asesino derramarse tal y como fue de su familia.

-¡Muere Jotaro! ¡Muere!

Sus instintos se apoderaron completamente de él, a los pocos segundos el cuerpo que sometía era despedazado con sus propias manos. Aun siendo ya lo que quedaba de un cadáver, seguía rasgando esa piel caliente, no terminaría hasta que no quedara nada reconocible de ese hombre.

Cuando sus garras se encontraran solo despedazando el suelo de madera, fue cuando su inconsciente supo parar. Por fin lo había hecho, había matado a Jotaro Kujo y a su familia.

Se dejó caer los hombros, tanta tristeza y tanto odio lo agotaba. Se tapó el rostro con una de sus manos bañado en sangre.

¿Qué seguía ahora? Aun lo haya matado, seguía estando sólo. Su muerte no le regresaría los suyos.

-¡Huh! - En ese instante, el rechinido de una puerta y un lastimero sonido percibió. Destapó su cara que se encontraba hacia arriba, y lentamente la dirigió a dónde provino el sonido.

Siendo así, su inhumana visto logró ver de entre la línea oscura dentro de esa habitación. Un aniñado rostro le miraba que nada podía controlar el miedo en su expresión.

Dio dejó sacar una irónica carcajada. ¿Quién diría que Jotaro se apareara o eso parecía ser? Sin preámbulos, se acercó a donde estaba ese pequeño que dejó salir un sollozo, cosa que hizo que la temblorosa niña cerrara la puerta y se escondiera dentro de su habitación.

Con gracia tan solo abrió la puerta rompiendo el cerrojo sin ninguna dificultad. Lo único que encontró fue penumbra, pero eso no fue problema. Además de los relámpagos que llegaba a iluminar, sus orbes podían distinguir a la perfección cada rincón.

Se adentró sin más y sin siquiera buscar con la mirada, supo donde se encontraba. Sus pesados pasos fueron a esa dirección; detrás de la mesa de noche se hallaba sosteniendo algo de cuero contra su pecho, aunque eso era lo menos que le importaba.

En eso, se paró enfrente del diminuto bulto que no dejaba de temblar y sin pudor, con uno de sus largos y afiladas garras levantó el mentón. Ahí supo que se trataba de una niña y efectivamente; hija de la pareja que acababa de matar.

Su dedo se humedecía por las gruesas lágrimas que caían de los tiernos pómulos. Tenía su otra mano lista para desgarrar la suave piel de la pequeña, estuvo a punto de hacerlo y dirigió sus garras contra su cara. Si bien, algo lo detuvo.

¿Por qué? Los parpados se abrían de par en par y su cuerpo se encontraba paralizado, el titubeo era algo que pocos seres le llegaban a causar. Miró con más detenimiento y quizá supo encontrar la razón.

Eran sus ojos, eran como los de su padre. Esos que se mostraban tristes y anonadados que inocentemente no asimilaban nada de lo que sucedía. Entonces fue cuando ahí pudo ver esa llama de nuevo, se veían en sus pupilas aquella fuerza y poder que varias veces llegó a penetrarle cuando su padre vivía. No obstante, no eran tan iguales como al primer vistazo.

Se trataba de una llama azulada, que le recordaba a los cuerpos de agua salados cuando terminaba la tierra. No era para nada amenazante como los que llegó a poseer Jotaro, quería descifrarlo pero eran un misterio, uno que parecía conectarse con los suyos.

Su fría piel se erizó ante eso y ahora era él quien temblaba. Aun teniendo esa alma mirándole expectante aun no viese nada ante la oscuridad, Dio mostraba impresión y no se sabía capaz de matar a la pequeña.

Ella tenía una misión importante que lo incumbía a él o así la sentía.

Ante ese descubrimiento sonrió, y no resistió en tomar su pequeño cuerpo y levantarla hacia arriba para mirarle mejor. La niña ni siquiera se movió ante tal acción tan cínica. Temblaba y no se permitía en siquiera patalear para que le soltase, sus extremidades se dejaban caer sin dejar de observar los orbes carmesí que la hipnotizaban.

Dio la acercó hacia su misma cara seguido de darle un beso en su frente dejándole rastros de pavesa. Con eso tuvo para que la niña cerrara inmediatamente los ojos y cayera en un profundo sueño que no la despertaría en un buen rato.

La acunó entre sus grandes brazos y su fuerte pecho.

-Sí no te maté, fue porque eres especial. De lo contrario, habría arrancado tu cabeza con un solo rasguño - La colocó en su regazó e inconscientemente la niña se acomodó. - Tu padre me quitó lo que más amaba, ahora tú ocuparás su lugar y nada ni nadie nos separará.

Un gran trueno los iluminó, pero de un momento a otro, estos desaparecieron ante un segundo destello de la tormenta.

Ahora Dio, tenía un nuevo motivo para existir.

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¿Qué tal? :3 vengo con una nueva historia (sip, tengo que actualizar otras cosillas pero no me resistí :'^), si llegaron hasta aquí, en verdad muchas gracias por leer. Será algo corto. Espero les haya gustado.

Si llegaron a ver una incoherencia fea o una falta de ortografía, pido disculpas y pediría de favor que me lo hicieran saber para corregir :3

Si veo que les gusta, me motivaría mucho continuarla <3

Bueno, sin mas que decir XD nos leemos pronto <3 Un beso y un abrazo uwu 💚❤️💙💜

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