Nuevos Ojos

En esa habitación tan lúgubre, que apenas era iluminada con una vela y ayudada por el reflejo del enorme espejo, ese mismo que a pesar de estar quebrado como si la más feroz bestia hubiese chocado contra él, podía ver con claridad cada facción de su delgado y fino rostro aun esta agrietaba su imagen.

Sentada frente a este y con las manos enguantadas con el encaje blanco, se mantenían juntas una sobre otra posada sobre el propio regazo, descansando sobre la delicada y detallada tela que cubría sus largas piernas. La sentía tan pesada por alguna razón, pero se mantenía apacible de todas maneras.

Su cabello que hace un momento era suelto, comenzaba a entrelazarse entre sí debido a las ajenas manos que le manipulaban desde atrás, aquellas que casi parecían garras, eran las mismas que le acariciaban paternalmente cada tanto desde que tenía memoria.

O era así como pensaba cuando era una niña, pues ya temía de ellas desde hace cierto tiempo, más no lo diría nunca frente a él.

No fijándose tanto en su padre a través del espejo quebrado, admiraba y curioseaba más sobre su propia vestimenta que el otro le exigió usar para esa noche, pues no se había detenido en verlo aun cuando este le había ayudado a ponérselo, pues era demasiado fatigoso para habérselo puesto ella sola o es lo que él le dijo.

Era uno que le descubría los hombros y un poco el pecho, de color azul en su mayoría y adornada con detalles dorados y de formas que simulaban a las mariposas; ese elemento le llevó a recordar un poco su niñez, puesto que esos seres los veía a menudo cuando antes jugaba en el jardín o cuando visitaba los alrededores naturales junto a su padre, esas poseedoras de frágiles y llamativas alas que paraban de volar solo para asentarse sobre las flores.

Hubo ocasiones en que pudo sentirlas, con sus diminutas patas sobre uno de sus dedos o sobre la porcelana de sus fallecidas muñecas. Las mariposas junto con otros diminutos animales eran lo más cercano a otro ser vivo que pudo tener contacto, además de Dio o su desaparecido Emporio.

Ella para ese entonces de pequeña no lo veía así o ni siquiera pensaba en algo similar, su mundo y su alegría eran sólo ellos dos junto con sus amigos de porcelana, no necesitaba de más y era inmensamente feliz, ¿Qué fue lo que cambió? Pues, ahora ya no se sentía igual, sino todo lo contrario. Sin advertirlo, hubo un momento de su vida donde todo empezaba a ser oscuro y solitario ante sus ojos, dónde su mirada ya no podía ir más allá ni siquiera para su cachorro o cualquier cosa viva que se le cruzará, su rostro siempre será forzado a mirar los orbes carmesíes de Dio y nada más.

No sentía ninguna dicha en su actual día a día y cada noche en su lecho indagaba algo dentro de sus pensamientos, aunque ella ni sabía qué era lo que buscaba.

Ni siquiera su propia habitación era la misma como cuando era más joven, ahora era bastante simple; con una cama blanca de una sola sabana que le cubría apenas rozando los pies, el mismo espejo roto y una pequeña mesa de madera bastante desgastada. Las hermosas cortinas, juguetes o cualquier otra cosa que antes le adornaron fueron retiradas o destruidas por el mayor sin que ella pudiese preverlo.

Incluso su propia ropa era resguardada por su padre en alguna parte del palacio, cada mañana él elegía lo que la joven se pondría por ese día, y así sucesivamente desde hace ya bastante tiempo.

Pero lo que más le afectaba y ni siquiera se atrevía a mirar, eran los barrotes dorados que afianzaban su enorme ventana, ese que antes le permitía ver más allá de lo que conocía, aun cuando era desde la lejanía, le permitía sentir la encantadora brisa tocar su piel que llegaba desde todos lados, ese mismo que le hacía sentirse conectada con el resto del mundo y ahora le era totalmente negado.

Ahora ni siquiera tenía eso, eran demasiado gruesas que apenas y el despertar del sol de cada día podía tocar su palidez. Y que, debido a eso, la piel de la joven cada vez era más fría como la de su padre a falta de calor solar, quizá no podía compararse, pero se sentía tan helada y sin vida.

Recordando ese sentir, pudo percibir como los dedos de su padre ya dejaban de entrelazarse de entre su largo cabello y que por consiguiente y sin esperarlo, este rozaba con el dorso de su mano la mejilla de Jolyne, palpando la suavidad y tersa de esta. Eso le recordaba que ella no era como él del todo, todavía ese contacto le erizaba la piel. Experimentando ese tacto tan sutil, cerró los parpados no sabiendo con exactitud qué era lo que eso le provocaba, solo quedaba dejarse apreciar por su padre.

-Eres tan hermosa, Ojos míos. – Casi en susurro, la voz del otro tocó cada fibra de ella haciendo que abriera los ojos casi con ímpetu frente al espejo. – Ahora puedo ver con más claridad en la mujer que te has convertido, amor mío.

Creyendo saber a lo que se refería Dio, solo pudo apreciar en su apariencia más delicada y refinada con ese vestido y en el sencillo peinado que le había hecho; trenzado y atado hacia arriba descubriendo su delgado cuello.

-Sólo es el vestido. – Fue lo que dijo renegado a lo que el mayor decía, pero parecía que no la había escuchado.

-Tan sólo falta una cosa más para terminar. – Sin mirar a dónde Dio se separaba, Jolyne no dejaba de verse sin ningún ánimo, pero pronto sintió un delgado y helado objeto teniendo contacto sobre su pecho para después atarse en su cuello. – Este hermoso collar es incluso más viejo que yo, querida mía. Es algo así como una reliquia familiar.

Sin poner mucha atención lo que le colocaba o lo que le decía, Jolyne pudo ver cómo este brillaba a la tenue luz de la vela. Una cadena dorada con un rubí en medio aprisionaba su garganta, no le lastimaba, pero no le gustaba como se le veía.

-Es preciosa. – Fue lo que dijo la joven sabiendo que eso pondría contento a su padre, aun tuviera que mentir, pues le parecía como cualquier objeto común y corriente, sin ningún valor para ella.

-Pero tú lo eres mucho más, cariño. – La joven siendo obligada a despegar la mirada del espejo, Dio tomó su mentón girándole el rostro hacia él, haciéndole notar que él también vestía de una manera bastante formal y arreglada, aunque eso ella ya lo sabía.

Más llamaba la atención tal vez, eran los cabellos rubios peinados hacia atrás, sin ninguna hebra fuera de su lugar, se veía tan distinto y quizá más amable.

Pero bien sabía que por dentro era el mismo de siempre.

Por fin soltándole con delicadeza, este ofreció su mano para que pronto Jolyne la tomara y se pusiera de pie. Sin ningún problema así lo hizo, y ahora levantada y junto a él, se apreciaba mucho mejor su alta estatura y su cuerpo en sí tal cual a la de una mujer.

Poseía una cadera un poco más ancha, cintura pequeña, cuello delgado, extremidades más largas y el busto más crecido, como también sus facciones un poco más maduras sin dejar ese toque adorable y suave del que siempre le caracterizó; cada parte resaltaba con elegancia y belleza. Tan hermosa y exquisita como pensaba Dio al examinarla por milésima vez en esa ocasión, y él era el único privilegiado de apreciar tal perfección.

Orgulloso, la guio a la salida de la habitación con un paso bastante tranquilo; sus pasos al cruzar el umbral de la puerta, de inmediato sus hombros y toda su persona resplandecieron debido a las enormes lámparas de araña en los techos, a su vez que sus pisadas resonaban por cada rincón al que pasaban del solitario castillo y la sofisticada falda poco se arrastraba al pulcro suelo dorado.

Puede que sólo sean ellos dos en todo el lugar tal como siempre se supo Jolyne, pero Dio no podía dejar de mirar a su adorada hija cada tanto, que aun cuando años antes temía de lo rápido que crecía su amada niña, no podía sentirse más emocionado por esa noche.

Jolyne ya tenía una estatura considerable y qué decir de sus demás atributos, siempre supo que sería bastante bella, lo fue desde pequeña, pero jamás imaginó que superaría sus expectativas ahora siendo toda una dama; simplemente era perfecta.

Incluso era mucho más que las propias hembras de su raza.

Y sabiendo eso, no desaprovechó la oportunidad de ese día que ya se oscurecía, pidiéndole al amor de su vida vivir una noche tan especial y única.

...

Esa misma noche

Arcadas y vómito rojo era lo que salía a gran cantidad de su boca. Manchando su propia ropa, su demacrada cara y sus manos que antes sostenían su apetecible carne. Y con las miradas confundidas sobre él, frustración era lo que sentía el joven de rulos dorados y ojos escarlata.

- ¡Giorno! – Gritaron sus acompañantes al instante de escuchar los fuertes ascos que este sufría, olvidándose cada uno de su propio festín, todos priorizaron ver el estado de Giorno queriendo acercarse sin importar cuan ofendido podría sentirse si llegaban a siquiera tocarlo en tan penosa situación, pues conociéndolo sabían bien que eso le causaría cierta vergüenza. Los pedazos de carne que segundos antes intentó engullir el rubio, ahora eran esparcidos de manera violenta al suelo de manera repentina.

- ¡No se me acerquen! – Se sentía humillado con tan poco, por más que intentaba comer esa extremidad humana no podía, había prometido intentarlo de nuevo y así recuperar lo que era antes, ¡Pero simplemente no podía! ¿Por qué? ¿Qué fue lo que cambió en él? Antes creía que solo era esa sensación de culpa, pero su cuerpo lo rechazaba así sin más.

Sin obedecer al joven, otro de cabellos negros y lacios, lo tomó del hombro queriendo auxiliarlo de alguna forma, pero Giorno de inmediato se apartó levantando la garra hacia el rostro contrario, no lo dañó por supuesto, pero sí quería alejarlo.

Sin remedio se apartó y el rubio posando sus manos al suelo trató de calmarse, el vómito por fin paró, pues había sido el instante de una violenta nausea, y ahora sólo respiraba recuperando su propia estabilidad.

-Giorno, tenemos que hacer algo. No podemos dejas que esto siga avanzando, ¡Podrías morir! – Yendo al punto del problema, la única fémina de ese grupo y poseedora de cabellos rosados pedía con preocupación el actuar sobre lo que le estuviera sucediendo. Todos los demás presentes estuvieron de acuerdo asintiendo o dando un paso hacia el afectado.

El rubio muchas veces les había dicho que no era nada, solo había perdido un poco el gusto a ese alimento tan necesario para ellos. Si bien, ahora parecía empeorar con el pasar del tiempo. Y, a decir verdad, no recordaban del todo cuando fue que inició exactamente ese mal estar, todos a excepción del propio Giorno. Era implícito para él, quizá, pero tampoco era algo fácil de aclarar ni para sí mismo, menos lo sería para con ellos.

-Sólo necesito tiempo. – Queriendo tranquilizar un poco el ambiente, lo dijo casi sin pensar y eso sólo provocó el enojo y desesperación de los demás.

¿¡Sólo tiempo!?

Sin previo aviso, de inmediato el rubio sintió el cómo un par de manos jalaban de su ropa para que le diese la cara; encontrándose con unos ojos muy parecidos a los suyos, pero una piel más acanelada y facciones ligeramente más duras.

- ¿Es una broma? ¡No somos estúpidos, Giorno! Algo te pasa y no nos quieres decir. – Al mismo tiempo que este le ayudaba a ponerse más erguido, le exigía una respuesta y el otro como pudo se soltó tratando de no caerse. – Es obvio que estas enfermo, pero no nos dejas ayudarte, ¡Y sólo tú sabes que te sucede!

-Me están irritando y me haces repetirlo innecesariamente, ¡Sólo necesito tiempo, eso es todo! No sé qué más quieren que les diga, es una etapa. Es normal para alguien como yo. – Claramente refiriéndose a su linaje real fue lo que pudo excusar, más era una mentira. Puede que no le hayan creído de todas formas, pero ninguno indagó más que nada por lo debilitado que estaba y hacerlo enojar no era una opción.

Todos en silencio, le dieron su espacio viéndolo mover los pies hacia la salida de ese pequeño cuarto algo oscuro y sin ninguna ventilación.

Retirándose lo más pronto posible de ese sitio, el joven les dio la espalda y con cierta prisa pasó por los restos de carne que yacían en el suelo esparcidos. Todos cazados por el propio grupo, pero esos específicamente ninguno fue víctima de Giorno.

Incluso en eso él ya no era el mismo, no cazaba su propia comida y a duras penas se mantenía bebiendo sangre animal.

Había depresión, era evidente, pero, ¿La razón? Eso era lo que le enfermaba y el enigma más importante a resolver.

Eso era lo que carcomía a los jóvenes seres y compañeros de Giorno, pero él, solo podía pensar en que no podía ocultar más lo que físicamente le estaba afectando. No quería angustiarlos, pero no podía evitarlo a esas alturas y si no encontraba una solución, ellos lo harían por él aun a sus espaldas si llegaba a ser necesario.

Y eso era lo que temía.

Todos ellos vivían en ese propio palacio, uno viejo, abandonado y bastante pequeño casi sumergido entre la tierra y muchos árboles. No era la gran cosa comparada con el castillo de su padre, pero era suficiente.

Donde estaba momentos antes, desde lo más profundo del hogar donde resguardaban el alimento; su propio corral cómo le habían bautizado, subía con dificultad hasta su propio aposento apoyándose de las paredes.

Al subir cada escalón de piedra, el aspecto de una tras otra mejoraba como también el techo y la pared que palpaba para sostenerse. Siendo un espacio un poco más agradable para ellos para cuando decidan descansar, así lo habían decidido en cuanto descubrieron ese pequeño castillo.

Era el mejor lugar, uno donde se sentía cómodo con su propia familia que eran sus amigos, luego de que fuese exiliado por su propio padre, pudo haber sido muy feliz después de eso, pues contaba con ellos, aunque...

- ¡Maldigo...! – Dijo al aire mientras se cubría el rostro con una de sus manos, empezaba dolerle la cabeza y desesperado necesitaba maldecir. – ¡Te maldigo, Jolyne! – Y también a Dio, pero no lo manifestó.

El pronto estruendo de un jarrón estrellándose contra el espejo de Giorno, al unisonó con su cansado alarido, fue lo que resonó en sus oídos queriendo dejar de pensar tanto. Ni él se había dado cuenta de que sus propias piernas por fin lo habían llevado hasta su habitación, y lo primero que vio fue lo que tomó para aventarlo contra cualquier cosa liberando su exasperación.

Se sentía tan mal y no sólo porque enfermaba, porque sí, como había dicho su amigo del alma hace unos minutos, Giorno comenzaba a enfermarse y no sólo porque perdía fuerza corporal, mentalmente empezaba a desmoronarse, esa determinación que antes le motivaba a realizar sus objetivos, desde hace tiempo que no la hallaba y sólo llegaban dos presencias en su mente, una con más fuerza que la otra.

¿Qué fue lo que le hizo Jolyne en él? Su padre también tenía gran peso y mucho antes de saber de la existencia de la niña, pero, ¿Por qué ella?

¿Cómo es que no pudo matarla en cuanto pudo? ¿Por qué le tuvo compasión? ¿Por qué la salvó todas esas veces? Se arrepentía, pero a la vez de pensarlo no lo asimilaba, no podía verse a sí mismo tomando su sangre entre sus manos.

¿Es que acaso él también había caído a su encanto como lo había hecho con Dio?

Estaba seguro que después de alejarse con el tiempo se olvidaría de ella, pues su corta vida no duraría como para él lo es un parpadeo, y quizá para ese mismo instante la niña ya esté muerta, ni siquiera se molestaba en contar los posibles años humanos que pudiera tener.

¿Sería necesario regresar para buscar una respuesta? De considerarlo le asustaba por alguna razón, algo que le relacionaba con Jolyne y su padre le estaba matando, eso era seguro para él. De lo contrario no encontraba otra posible razón.

Si bien, la idea de tener que ir de nuevo a su viejo hogar donde ahora la pequeña residía en la habitación donde él creció, también le impulsaba de una manera que le imploraba su corazón y de saciar esa sensación de añoranza.

Y eso no era normal, ¿Cómo podía tener dos sentimientos tan contrarios?

Bastante asqueado, pero sintiéndose más tranquilo, reparó en el espejo roto y los pedazos esparcidos en el suelo de lo que antes fue un jarrón con una rosa dentro. Resignado de lo que tendría qué hacer, se agachó para tomar la flor para después depositarla sobre el tocador, luego miró al frente viéndose a sí mismo, el reflejo quebrado de su ser representaba como se sentía actualmente, ¿Así se verían todos cuando no encontraban equilibrio en su alma? Seguramente, y así se percibía él mismo.

Y seguro ella estaría enteramente feliz en el cobijo de Dio mientras que él sufría.

Respirando hondo, se alejó de esa rotura tocando el frio del cristal de la única y pequeña ventana de su estancia, y sabiéndose tocado por la luz plateada de la luna, le devolvió la mirada pensando en que tal vez Jolyne la esté observando también junto con esas malditas muñecas de porcelana.

Dentro de ese cuerpo celeste visualizaba el rostro tierno de la pequeña, y seguidamente recordaba el último contacto indirecto que había tenido con ella; ese cachorro que dejó a manos de otro niño humano.

No era que le importara esa creatura de pelaje dorado o ese humano tan común, pues lo era comparándolo con Jolyne, pero era un recuerdo muy presente para él, pues fue lo último que pudo sentir de ella.

Con esa última memoria, estaba considerando seriamente hacer algo en ese mismo instante. Sacando aire de sus fosas nasales cerró el puño cada vez más dispuesto en hacerlo.

¿Podría sólo ir a echar un vistazo por esa noche?

...

En el castillo

- ¿De dónde proviene, padre? – Con voz apacible y su aliento chocando contra el otro debido a la cercanía que tenían en medio de la solitaria pista, la doncella preguntó implícitamente al escuchar una suave música más en la profundidad del castillo que creía desolado en sí.

- ¿Dices la música? – Preguntó aun sabiendo a lo que su hija se refería, más le extrañaba que indagara a esas alturas, pues ya llevaban bailando bastante rato. – No te preocupes, me encargué de que sólo tocaran para nosotros sin que te vieran, no te harán ningún daño. Además, estoy yo para protegerte.

Sin decir nada más, Jolyne ni siquiera asintió ni nada similar, obteniendo esa respuesta fue suficiente y sólo siguió el danzar que ambos hacían.

Era una actividad relativamente nueva para ella, pues hasta hace poco que su padre le enseñó como supuesta compensación de su tristeza, porque no era algo que pudiese esconder y menos ante los ojos de Dio, y eso era un regalo como él le había dicho.

Pero esa era la primera vez que usaban música y, a decir verdad, Jolyne pocas veces en su vida había podido escucharla de tan cerca, a comparación de otras veces que visitaba los alrededores del propio castillo, a menos que sea su padre cantando y ella siguiéndole la melodía como cuando era una niña. Si bien, ahora se usaban instrumentos, en otra ocasión pudo haber sido algo especial para ella, pero para esos momentos era todo lo contrario; teniendo tan de cerca el frívolo rostro de Dio mientras que la sostenía de la cintura con firmeza le hacía sentirse aún más aprisionada y condenada.

Algunos pasos de su propio vals ameritaban el despegar sus cuerpos y unirse sólo con las manos, pero de inmediato los orbes contarios se fijaban en los suyos a muy poca distancia. Incluso el uso de máscaras estaba prohibido para ellos como le dijo anteriormente su padre, pues significaba una gran ofensa el ocultarle su rostro a él que era su única familia, aun fuese una tradición hacerlo según había leído Jolyne.

-Ojos míos, no sabes lo feliz que me estás haciendo esta noche. – La repentina confesión de Dio se escuchó a la par que sentía sus pies dejaban de tocar el suelo resplandeciente.

La joven no se sintió extrañada por ese súbito suceso del vals que ya empezaba en el aire, ciertamente ya lo esperaba y Dio era el que se encargaba de ello, aunque no imaginó escuchar esa revelación sentimental que estaba experimentando su padre.

¿Cómo él si podía ser feliz y ella no? Quería indagar con ese pensamiento, pero a veces sentía que hasta para eso era una prohibición. Entonces sólo seguía con el baile sin decir absolutamente nada.

Dio totalmente ajeno a lo que su hija pudiera sentir, la tomaba con más veces de la cintura y la levantaba cada cuando mientras que ella extendía sus extremidades junto con el cuello cerrando los parpados. Sintiéndose girar y las corrientes de aire que ellos provocaban revoloteaban los pocos cabellos sueltos que se salían de su sencillo peinado; Jolyne creía que así al menos lo podría ver menos imaginando que bailaba sólo para sí misma y no para darle gusto a su padre.

Así lo hacía a partir de ese momento, suponiendo que la música venía de ese mismo salón, rodeada de gente que al igual que ella, bailaban con tanta elegancia. Pero más importante, no evitaba ver de entre toda esa gente los rostros de aquellos amigos que para ella siempre estuvieron vivos, esos de expresiones tiernas poseedores de cabellos verdes, rosados y oscuros; sus muñecas hechas de carne y hueso como Jolyne, felices por ella. Como también su amado Emporio, estando por algún lado tranquilo jugando con los insectos del jardín esperando reunirse luego de terminar el baile.

Y no menos importante y del que siempre fue más un amigo secreto para ella; ese ángel de ojos rojos únicamente salido de sus propios sueños infantiles, muy parecido a su propio padre tal vez, pero bien sabía que no era él y una distorsión de la imagen de Dio es lo que siempre creyó. Si bien, aun sin ser real, lo rememoró en todo momento cuidando de ella y era algo que le reconfortaba constantemente en esos últimos años lúgubres. Por alguna razón, últimamente pensaba mucho en ese imaginario ser, como si deseara que la rescatase de esa prisión hecha de oro, aunque sabe que eso jamás iba a suceder, era un pensamiento especial, a fin de cuentas, aun siendo ya una adulta.

Todo aquello que tenía un gran significado para ella, estaba ahí en su imaginación en medio del vals, y ciertamente no veía a ningún lado a Dio dentro de su cabeza, pues a él lo tenía quiera o no sosteniendo su cintura o sus manos en el mundo real. Sabiendo eso casi quería llorar, pero lo mejor era evitar las lágrimas.

Y con toda resignación, ese sería su destino para siempre; estando al lado únicamente de su padre dentro de ese gigantesco palacio dorado.

Sin percatarse del todo, ambos de nuevo bajaron resonando la suela de sus zapatos contra el mármol brillante, a su vez que la doncella tenía que volver a regalar la mirada a su padre que ya esperaba por ese espectáculo en sus ojos. Esperaba ver algo especial en ellos por alguna razón, pero parecían ser los mismos. Si bien eso no le molestó, porque cualquier manifestación especial que tuviera, él sólo sería el afortunado.

Para ese momento, la agradable y danzante música parecía parar cada vez más, para después reinar el silencio y ambos reverenciar uno frente al otro dando a entender que ese baile por fin había terminado para esa ocasión.

Un pequeño alivio para Jolyne se presentó de repente, esperaría que Dio la llevase de regreso a su habitación, pero no fue así, al menos no para ese momento.

-Querida mía. – Luego, al escucharlo, la joven pudo ver nuevamente la palma de su padre extendiéndose hacía ella ya completamente erguido y con una sonrisa. – Acompáñame al balcón. – Casi como una orden, sin chistar la tomó de inmediato aun no quisiera, oponerse jamás era una opción.

Proyectando nuevamente su calor en la palma de su padre, este sin apresurarse la guio para afuera abriendo sin ninguna dificultad la puerta del cristal que les permitiría pasar al balcón. Todo el salón se rodeaba de todo un ventanal y por fuera varios miradores, el rubio decidió irse por el que más daba a la luna y con un panorama un poco más grande.

Jolyne no entendía esa repentina acción, quizá sólo era parte de su noche especial, seguir en compañía de él admirando el paisaje. Al menos podría tomar un poco de aire y mirar más allá como hace mucho no lo hacía, aunque no se daría el gusto de refrescarse del todo teniéndolo a él que parecía vigilar sus reflexiones.

Estando afuera, una agradable brisa natural la envolvió impregnándose en su piel, como si se hubiese liberado por unos instantes de esa cárcel, aunque no podía concebirlo si su mano y parte de su espalda eran sujetadas por Dio.

-Es una hermosa noche. – Habló el rubio mirando hacia el frente sin soltarla, la menor sólo asintió mirando hacia la misma dirección, ¿Por qué se sentía tan incómoda? Si toda su vida ha estado a solas con su padre y ahora tenía unas horribles ganas de correr. – Pero siempre lo he dicho, nada es más hermoso que tú, Ojos Míos. – Volviendo a dirigir sus orbes hacia la joven, la chica no tendría la intención de hacer lo mismo, pero el padre sin avisar la tomó como siempre del mentón para que lo viese.

Ya estaba harta.

-Sólo soy yo, lo dices porque soy tu hija. – Mirándolo en contra de su voluntad no evitó negar lo que le decía, ¿Qué necesidad tenía siempre de decir eso? Había veces que lo decía sólo por decir y en momentos muy repentinos, antes eran palabras lindas que animaban su corazón, ahora sólo le aterraban. Sus palabras las sentía tan desequilibradas.

-No, Jolyne. Puede que aún no lo entiendas, pero tu existencia en esta tierra tiene mucho más significado para mí, más de lo que te puedas imaginar. – Dio siempre fue directo y eso lo supo desde siempre la joven, y el que le diga eso sabía que no exageraba, eso que sentía lo expresaba de manera tan certera. – Tú eres mi felicidad.

Le daban hasta nauseas.

-Y, ¿Acaso tú sabes cuál sería mi felicidad? – No lo había y jamás lo habrá, pero quería saber qué era lo que realmente pensaba su padre sobre sus propios deseos a esas alturas, aun tome el riesgo de liberar de nuevo su furia contra ella.

Jolyne tuvo el atrevimiento de ser un poco más abierta en su contra, eso claramente no le gustó al otro, pero no desató su ira como en otras ocasiones cuando intentaba decir que era infeliz con él.

-Tu felicidad ya la tienes, cariño. Es sólo que aun te cuesta un poco notarlo y apreciar todo lo que hago por nosotros. – Esperándolo quizá, la menor sintió el fuerte dolor en el agarre que hacía su padre con ella. Sin evitarlo, un quejido de dolor salió de su boca encorvándose ligeramente por lo mismo.

Cerrando los parpados, sus ojos se aguaron ya no sabiendo el por qué. Pero el padre sólo la volvió a enderezar y la única lagrima que resbalaba de su mejilla la tomó con un dedo para después lamerla, esa acción la aterrorizó, pero a Dio pareció no importarle.

- ¿Por qué? - Entre cortada fue lo único que pudo decir.

-Un día te darás cuenta y me lo agradecerás. – Besándole la frente, la jaló con más violencia de nuevo al interior. – Tenía la intención de terminar esta velada con lo mejor, pero parece que ni para eso estas de humor. – Lastimándola, pues la arrastraba del brazo, Jolyne poco pretendía zafarse. Y sin ninguna delicadeza subieron hasta la habitación de la joven de una manera bastante rápida, Dio estaba enojado. – Bailaste muy bien, amor. Me hiciste el hombre más feliz esta noche, pero supongo que no siempre se puede tener todo en esta vida, aun siendo el rey de su propia raza. Me lastimaste cuestionándome frente a la luna, pero estoy seguro de que un día te arrepentirás de todo lo que me has hecho y despreciado.

Sin ningún rastro de cuidado como horas atrás, el padre lanzó a Jolyne dentro de la oscura habitación para seguidamente cerrar la puerta con llave. La doncella cayendo al piso se golpeó la frente, justo donde un minuto antes le había besado.

La cabeza comenzaba a dolerle y casi se mareaba al querer moverse. Mirando hacía la puerta, comenzó a llorar maldiciendo por lo bajo a su padre, golpeando con el puño cerrado al suelo procurando no gritar, porque seguro de hacerlo Dio volvería furioso empeorando ese infierno, si es que podía serlo.

Soltándose el peinado de un solo tirón, los cabellos cayeron sin ninguna gracia cubriendo toda su cara. Igual daba lo mismo si le dejaba ver o no, puesto que toda la estancia estaba casi completamente a oscuras, y la luz de la luna apenas podía entrar con las diminutas aberturas que poco dejaban los barrotes.

Estaba enloqueciendo, se sentía desfallecer. No quiere vivir aquello, no quería vivir así sin más.

¡Quería morirse! Se negaba a ser prisionera de Dio hasta envejecer.

Y sin meditar absolutamente nada, miraba a todos lados de su habitación buscando por algo, y a lo primero que le llamó la atención fue el espejo roto de siempre. Sin más, se puso de pie sin lograr sostenerse del todo, tomó la débil mesa de madera y la arrojó contra el reflejo agrietado logrando que varios pedazos grandes cayeran en sus pies. Sin importar si se cortaba o no, tomó uno de las piezas apuntando a su propia muñeca izquierda.

-Tengo que hacerlo... - Quería hacerlo, pero le horrorizaba a la vez. Las pocas gotas de sangre que delineaban su palma caían una sobre otra en la muñeca contraria, la fuerza que tenía sosteniéndola le rajaban la piel y casi le señalaban donde tenía que cortar. Si bien, volvía a pensar sobre el destino que le deparaba si no lo hacía, entonces y con ese impulso, sin pensarlo más dirigió con firmeza la punta del trozo hasta la vena que resaltaba.

Cerrando los ojos creyó sentir ese dolor que le liberaría de esa condena, pero en vez de eso; un peso a sus espaldas y el repentino agarre de una mano totalmente ajena tomando la suya evitó que el cristal cortara su propia muñeca.

-Princesa estúpida, ¿Qué crees que haces? – Una voz en su oído que jamás esperó, un aroma familiar del que no llegaba a recordar muy bien, un abrazo por detrás y la extremidad intrusa que detenía su brazo apunto de cortar su vena la había despertado totalmente del trance perturbado que tenía hacia un segundo. – No estarás pensando suicidarte...

Jolyne no identificando al otro, sólo pudo voltear sobresaltada y contrariada hacia el otro que al parecer no pretendería soltarla. Encontrándose con una mirada escarlata, piel pálida y helada enmarcada con unos rulos dorados cayendo a sus hombros y tal vez hasta su espalda.

Por un segundo creyó visualizar a su padre, pero a leguas se veía que no era él, se veía mucho más jovial a comparación y, a decir verdad, a él ya lo conocía.

-Eres tú... - El joven rubio no comprendió por qué decía eso, ¿Estará delirando? Si bien, Jolyne con asombro, las lágrimas de un momento a otro volvieron a brotar con violencia, pero estas tenían otro sentido y razón; era un llanto alegre.

Sus miradas se unieron de nuevo, y desde hace mucho tiempo que Jolyne no mantenía un contacto así por voluntad propia. Así como también Giorno no asimilaba a la niña que ahora era una mujer y de lo que probablemente estuvo mal intervenir.

Pero por alguna razón, pareciera que la cercanía del otro era lo que ambos necesitaban para esos momentos, o era así cómo sentían sin meditarlo de ninguna forma.

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Hola, amigos, ¿Cómo están?

Últimamente me he sentido con un mejor ánimo, a pesar de que ya me pusieron la vacuna y me pusiera un poco mal xd pero me llegó la inspiración. Quizá me salió largo, pero pensaba en que tal vez si no lo hago así, aun me llegue a tardar un poco, o bueno, del lapso de este cap con el anterior, el fici se haría muy largo y tardado. Considero hacer los capítulos así.

Bueno, antes había hecho un playlist de música y bla bla, pero me dio pena xd disculpen. Procurare ser mas constante, también me falta actualizar otros giolyne que tengo aquí. Bueno, se me cuidan, besus.

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