Mismos Ojos
-Eres tú... - La débil y entre cortada voz era aún menos audible que la agitada y nerviosa respiración de Giorno y el gimoteo de Jolyne.
Ninguno de los dos abandonaba esa extraña posición que les unía, conmocionados uno con el otro que difícilmente asimilaban la situación que les envolvía. Así como también, el rubio era el que no llegaba a creer de lo que acababa de hacer y no entendía lo que estaba viviendo en ese momento, aun cuando él haya provocado ese escenario.
Observando y abrazando a la joven perturbada que, con un parpadeo en sus ojos, no sabía si estaba soñando o no, si en verdad ese hombre tan parecido a Dio frente a sus ojos estaba ahí con ella o si tan solo era un sueño posterior de haber cortado sus venas. Si bien, sea como sea, eso la había sacado súbitamente de esa terrible realidad de la que ya estaba sucumbiendo, o es así como su afligido corazón le decía y sus lágrimas silenciosas no veían el momento de parar.
-Eres una tonta... - Insultó por lo bajo así sin más no sabiendo qué hacer o reaccionar por fin dándose cuenta de lo que estaba haciendo.
No obstante, a Giorno puede que para ese instante no le importara la razón por la que Jolyne estuviera dispuesta a acabar con su vida y ahora lloraba con sólo verlo, ¿Se habrá dado cuenta de lo estúpido que fue tratar de suicidarse? Aunque esa cuestión tampoco le incumbía, lo que si le asustaba era el simple hecho de que él la haya detenido sin siquiera pensar y el que ahora fuera totalmente descubierto ante ella. Es más, de haberla dejado se habrían resuelto sus problemas probablemente y él no habría tenido nada que ver, pero ahora por su maldito impulso se veía ahí con ella aferrándose a su grácil cuerpo, la misma de ojos llameantes que seguro no lograba a alcanzar a verle del todo por lo oscuro de su habitación. Siendo escasamente iluminado por la propia noche lunar.
Queriéndose librar rápidamente de esa peligrosa posición e irse lo más pronto posible antes de que Dio se dé cuenta de su presencia, o la propia Jolyne de que supiera él no era su padre, el joven agitó levemente el antebrazo de la menor provocando que el pedazo de espejo cayera al suelo, para después girar el delgado cuerpo hacía él quedando frente a frente. Pretendería empujarla sin importar si caía al suelo golpeándose, pero antes de que pudiera pensar en hacerlo, las manos de la doncella se afianzaron a su ropa atrayéndolo un poco más hacia ella.
-Espera, por favor. – Muy a lo bajo debido al llanto, la menor suplicó no queriéndose separar de él.
El brazo de la joven ya se encontraba libre con un ligero dolor en la piel debido a la fuerza que le habían impuesto, pero no se detenía en ello y aun así se agarraba a al más alto sabiendo que este intentaba irse. Giorno sabía del posible daño que le habría hecho en su brazo, pero parecía que no era importante para ella y, aun así, podría quitársela de encima sin importar la resistencia que le ejercía. No obstante, además de tomarlo, no dejaba de mirarlo y el rubio por un segundo se sentía atrapado en esos orbes que parecían resplandecer por sí solos aun en medio de la penumbra sin la ayuda de ninguna otra luz.
Y era más que nada eso que le detenía.
Sí, era ella, fue lo que pensó el rubio al ver esos perturbadores orbes. No es que le quedara duda, sino que antes sólo tenía en su memoria el infantil rostro de Jolyne tal y como la había conocido, y ahora comprendía mejor el delicado y hermoso rostro de la mujer que era, poseyendo los mismos ojos que le ataban.
¿Tan rápido se fue el tiempo? Gracioso el hecho que inclusive llegó a pensar que podría ya haber muerto sólo por no saber de ella. No lo procesaba bien y las llamas en sus pupilas parecían rogarle incluso por sí solas, y curiosamente al ver ese resplandor se sentía conmocionado no sabiendo cómo reaccionar, como si no quisiera irse tampoco tal y como le pedía la joven.
¿Qué es lo qué demonios lograba hacerle con solo verlo? No estaba asustado realmente como en un principio luego de evitar su muerte, pero quizá no se sentía cómodo todavía. Aunque de igual forma, ya estaba ahí y a lo que venía, Jolyne representaba algo importante para él y buscaría en ella una solución.
Entonces, posando las yemas de sus dedos sobre las húmedas mejillas, puso atención en su calor humano recordando lo que había visto en el salón estando justo detrás de las ventanas y entre las sombras. La elegante, fina y armoniosa doncella con la que bailaba su padre era esa misma que sostenía, la propia hija de Dio ya crecida, pero ahora totalmente deshecha y quebrada como el espejo que se hallaba junto a ellos.
Tal y como él se sentía, y que sin querer le hacía recordar su propio sentir.
Si bien, Giorno no quería reparar en eso aún, y así, su atención se fue desviado hacía del golpe que se hallaba en la frente de la menor, tan doliente y colorado resaltando en su blanca piel. Podría no ser la gran cosa, pero siendo la hija de Dio le parecía raro que ella estuviese lastimada. Y, aun así, sin importar lo desbaratada que se veía, no dejaba de sorprenderle desde el primer momento en que la vio ahí entre los brazos de su padre en medio del aire, o ahí frente a la silenciosa noche en el balcón.
Y parecía ser que ella mostraba su verdadero ser ahí mismo con él, llorando y ahora pegando el rostro en su pecho sin apartar las manos de su ropa que comenzaba a empaparse de lágrimas humanas.
...
Una hora antes
La noche ya había caído en su totalidad y el aire chocaba contra todo su cuerpo hasta llegar a cierto objetivo. Puede que Giorno ya no sea tan rápido como antes, pero era lo suficientemente veloz para llegar antes de que sus amigos pudiesen darse cuenta, y echar un rápido vistazo para evaluar un poco mejor su situación.
Sólo faltaba cruzar ese bosque, aquel último lugar donde llegó a comprender lo que esa niña significaba para él.
Le dolía el estómago de sólo recordarlo, y pensar el tener que recurrir de nuevo en la vigía teniendo que aguantar y enterrar ese deseo de estar cerca de la creatura, no quería caer en esa enfermedad también, aunque ya creía estarlo un poco. Como también soportar la obsesión y dependencia de Dio hacia la pequeña que en sí ya era algo desagradable de presenciar.
-Princesa Estúpida... - Maldijo al aire frustrado por tener que ir de nuevo al castillo. No negaba estar aún celoso de que ella siendo totalmente ajena a la línea sanguínea de Dio, significara más que él siendo su propio hijo y heredero de sus cualidades físicas.
No obstante, procuraba no pensar más en ello como ya llevaba queriendo hacer desde hace bastante rato, veía desde la lejanía el apartado castillo que se encendía de luz cálida desde adentro, sabiendo ahora lo despierto que se veía el palacio e indicaba que Dio no había salido por esa ocasión, y que tanto padre como hija podrían estar haciendo algo juntos, bailar o sólo cenar.
De cualquier forma, le importaba poco lo que hacían, ahora llegando a los pies de la estructura tragó grueso sintiéndose mareado, podrían ser los nervios o quizá porque no llegaba a nutrirse bien, ambos tal vez.
Si bien, eso pasó a tercer plano al percatarse de que la entrada ya no era la misma como recordaba.
Aquella hermosa entrada dorada y alta, ahora era cubierta con mucha más vegetación con espinas por doquier, ni siquiera tenía ningún tipo de flor, en su mayoría eran las ramas forradas de gigantescas púas.
Bastante extrañado, se acercó a duras penas tocando de esa yerba enredada, y al hacerlo, uno de sus dedos se pinchó sacándole una pequeña gota de sangre.
-Vaya... - No le dolió, pero si estaba desorientado por tan curioso cambio del que antes fue su hogar.
Y pese a eso, aquello no sería inconveniente, pues esa barrera no serviría de nada para alguien como él o Dio, pero sí para un animal del bosque o un ser humano. Eso sólo le hizo pensar sobre qué razones habría tenido su padre para integrar eso a su preciado castillo. Muy curioso, pues Dio jamás hacia las cosas sólo porque sí.
Sea como sea, eso era lo de menos y cuanto antes, evalúo el lugar para poder entrar sin ningún problema.
...
Minutos después, Giorno pudo ingresar al jardín sin ninguna dificultad, pero sí tardó un poco más por lo denso y cantidad de enredaderas con espinas que parecía rodear todo el palacio. De todas formas, no se molestaría en averiguar la razón de la existencia de estas en el lugar, él sólo iría por lo que le convenía.
Ni más, ni menos, así de simple y así lo pensó el rubio.
Posando sobre el húmedo jardín, buscó con la mirada la ventana donde aquel que fue su habitación y ahora era la de Jolyne, se veía totalmente oscuro comparado con la luz dorada de otros ventanales. Si bien, pudo ver algo parecido a una reja gruesa aprisionando la ventana donde muchas veces llegó a acosar a la niña y donde daba directamente a su lecho.
-Mi padre sí que hizo varios cambios. – Pensando en voz alta, no evitó hacerlo por lo confundido que estaba por ver tan resguardada la seguridad del lugar. Casi como una fortaleza, ¿Se habrá dado cuenta de que él hace tiempo buscaba a la pequeña desde las sombras? Seguramente no, pues lo habría matado o siquiera buscado al momento de enterarse.
Y raro el hecho de que sólo sea el dormitorio de la princesa fuese el único con esa pesada reja.
Queriéndose acercar más a ese mismo cuarto, de pronto escuchó música desde dentro, más específicamente del salón principal o cerca de esta. Eso le hizo detenerse súbitamente, ¿Acaso había más gente además de su padre y la humana?
Pretendiendo cerciorarse por lo peligroso que podría ser si no tenía cuidado, decidido ir primero hacia el enorme ventanal del salón, muy desde la esquina se posicionaba apenas asomando sus ojos y sosteniéndose desde las ramas de las enredaderas de flores que adornaban las paredes.
Al principio no asimilaba nada de lo que veía, pues se veía bastante vacío y aun cerca todavía se escuchaba relativamente lejana la música. Sin embargo, sus pupilas pronto captaron el movimiento de cierta pareja en medio de todo ese mármol brillante que pisaban.
Uno sin duda era su padre vestido de una manera bastante formal, un porte que muchas veces le vio desde que era muy pequeño y ahora lo admiraba así nuevamente tomando la cintura de una doncella que no llegaba a identificar.
¿Dónde estaba Jolyne? Fue lo primero que vino a su cabeza, ¿Se habrá cansado de ella y consiguió a otra mujer así sin más? ¿Habrá muerto tal y como supuso? ¿¡Qué fue lo que pasó con la niña!?
Angustiado con todas esas cuestiones en su cabeza, apretó el puño con el que se sostenía de la enredadera, ella era la respuesta a lo que le pasaba y ahora no estaba más ahí.
¿Qué sería de él sin ella?
Sin embargo, esa inquietud se calmó al percatarse que la pareja ya no sólo bailaba sobre el suelo como hace un momento, ahora danzaban al aire yendo un poco más cerca de donde Giorno se encontraba. No temió en ser descubierto, pues estaba bien escondido y además notaba que Dio no dejaba de mirar a la mujer ni un segundo, ¿Es que ahora amaba a esa nueva humana? ¿Qué significó entonces Jolyne para él? Ese par de preguntas retumbaban con enojo, pero de inmediato eso se esfumó remplazándose con asombro y perplejidad.
Su irises escarlatas parpadearon un par de veces comprendiendo lo que estaba viendo y no precisamente a su padre. Ese ligero y pálido aspecto en la cara de la doncella ya la había visto antes, esas largas pestañas que escondían sus misteriosos ojos, esa boca y esa expresión que parecía soñar aun entre el baile, ¿Será posible?
Dio tomaba y se maravilla por cada vez que la alzaba con sus poderosas garras, y la otra solo extendía sus brazos y su cuello para atrás en dirección a él, pudiendo entonces verla un poco mejor.
Era muy hermosa sin lugar a dudas, si bien, mujeres bellas había en todos lados y a decir verdad no era algo que le llegaba a impresionar en sí. Pero quizá tratándose de la doncella que estaba viendo y de la que suponía que era, podría ser una excepción. Esa ternura que cargaba la reconocería en cualquier lado ahora que la estaba observando bien, ese color de cabello y la forma en que resplandecía a la luz ya la había tocado antes. La misma creatura cálida que hace tiempo la tuvo en sus brazos ahora mostraba atributos tal cual a la de una mujer.
Sin importar su hermosa transición, seguía siendo ella.
Un tanto pasmado por lo que estaba viendo y cuando apenas pudo notar, ya hubo un momento en que la música ya se desvanecía a la medida que estos bajaban de nuevo al suelo.
Muy atento a los movimientos de estos, supo entonces que su vals por fin había terminado por la reverencia que hacían hacía el otro. No lograba escuchar del todo de lo que Dio decía, pero pudo ver como el mayor se enderezaba y extendía su palma hacia la joven.
Ella al notarlo parecía que no dudó en aceptar, y por consiguiente ambos fueron hacia el balcón que daba a un costado de ellos.
Queriendo observar más, se movió de lugar a un espacio más oscuro y discreto para poder escuchar y ver con claridad a la joven, igual su prioridad era no ser visto ni descubierto de ninguna forma. Si Dio era bueno en ser en lo que era, Giorno era mejor, o era así como pensaba.
El par ya desvelados ante la luna y la naturaleza fresca del jardín, el joven rubio contempló mucho mejor a la doncella que parecía no despegar su atención de las afueras de su palacio que casi era interferido por las enredaderas de espinas.
Si bien, no le interesaba que era lo que ella estaba mirando o no, si no de lo que él veía en ese momento; a la doncella, hija de Dio. Porque sí, aquella era Jolyne, una escena en la que ella protagonizaba y resplandeciente mostraba una elegancia y finura que no imagino tendría la niña al crecer.
Un deseo en su interior comenzaba a nacer y sabía bien qué era sensación carnal que le invadía, pero tenía que encerrar esa apetencia lo mejor posible.
Cautivado estaba, lo admitiera o no, no podía dejar de mirarla. No obstante, su admiración se vio interrumpida al escuchar con claridad la abrumadora voz de su padre.
-Es una hermosa noche. – Habló el rubio mayor y taladró sus oídos como si fuera un contraste a lo que hace un momento sentía al ver a Jolyne. Aunque de igual manera esperó escuchar la propia voz de la joven respondiéndole, aunque no hubo tal sonido esperado.
La menor sólo había sentido con la cabeza, se veía tensa quizá. Nada comparada con la pequeña princesa estúpida que emocionada hablaba a Dio como hace muchos ayeres.
– Pero siempre lo he dicho, nada es más hermoso que tú, Ojos Míos. – Volvió a hablar su padre y la manera en que le dirigía era la misma como cuando niña. Y pese a ese mismo cariño que le profesaba en sus palabras, de nueva cuenta Jolyne parecía no querer responder, ¿Por qué? Poniendo mejor atención a su expresión, se le veía afligida y sus labios poco parecían fruncirse.
Más algo no había previsto.
La gruesa y pesada mano de Dio tomó con cierta brusquedad el mentón de la menor obligándola a verlo, y Giorno hasta donde sabia, su padre siempre fue delicado con ella.
-Sólo soy yo, lo dices porque soy tu hija. – Endulzando los oídos del rubio menor, pero no como esperaba, percibió melancolía y hartazgo en la voz de la princesa.
-No, Jolyne. Puede que aún no lo entiendas, pero tu existencia en esta tierra tiene mucho más significado para mí, más de lo que te puedas imaginar. – Dio de un momento a otro se vio severo ante la menor, cosa que le sorprendió de sobre manera. – Tú eres mi felicidad.
Con cierto dolor, Giorno escuchó esa última frase y un impulso llena de enfado le invadió. Si bien, escuchó de nuevo a la joven dispuesto a escuchar lo que respondería a eso.
Sabría que sería una misma frase que atendería su amor, sabiendo lo correspondido que era Dio, sería lo más obvio para él. Sintiendo de nuevo ese amargo anhelo que antes refirió por Jolyne, deseaba tener la oportunidad de poseerla y acabar con su sufrimiento de una vez por todas. Sin embargo, las palabras inesperadas de la doncella le sacaron de ese repentino lamento.
-Y, ¿Acaso tú sabes cuál sería mi felicidad? – Con desafió en el tono que usaba, cuestionó de pronto provocando el enojo de su padre. Hacer enojar a Dio era un riesgo mortal, que incluso Giorno lo sabía, no pudo evadir la sorpresa del atrevimiento encolerizado de la joven.
-Tu felicidad ya la tienes, cariño. Es sólo que aun te cuesta un poco notarlo y apreciar todo lo que hago por nosotros. – Argumentó seguido que un quejido de dolor salía de la boca de Jolyne asustando al rubio menor. Dio la había apretujado lastimándola.
¿Estaba viendo y escuchando bien?
Una extraña conmoción le dificultó qué pensar o entender lo que estaba pasando. Y más que el gemido del llanto que amenazaba con salir de la menor, mezclada con la respiración estresada del padre.
Una vorágine de emociones le aturdían para ese momento tan aterrador, y espeluznante más que nada por la princesa de ojos llameantes. Y parecía que el dolor y angustia de la joven no parecía importarle a Dio, tomando solo una de sus lágrimas para después lamerla le dio a entender que ese amor que se profesaban hace muchos años ya estaba más que distorsionado.
Ambos dijeron un par de cosas más, pero no se permitió escucharlo muy bien por lo inmerso en su confundida cabeza, aunque pudo ver cómo este besaba su frente arrastrándola de nuevo hacia adentro con Jolyne llorando intentando zafarse.
Pobre creatura ingenua, pensó sin querer Giorno. De querer soltarse solo provocaría una fractura en su brazo, lo mejor por el momento sería que se dejara llevar.
Pudo ver que Dio estaba furioso y dolido, entonces sin escuchar a su hija, logró adivinar que la estaba llevando a su habitación reforzada de barrotes gruesos.
En aquel momento muchas cosas comenzaron a tener algo de sentido para él.
Giorno pensaba que toda esa seguridad era para que nadie pudiese entrar al castillo, pero en realidad, era para que nadie mortal pudiera salir.
¿Qué fue lo que hizo Jolyne para que su padre tomara esas medidas tan drásticas?
No dispuesto a perder ningún detalle de lo que sucedía, se paró a la ventana de la habitación dificultándose en poder ver lo que estaba sucediendo, pero al menos podía un poco de entre las aberturas de la reja dorada y la pesada cortina blanca.
Sin descuidar el sigilo, por supuesto.
No entendía o más bien no lograba ver bien lo que sucedía, pero Dio que, casi cargando con el débil cuerpo de la joven, supo que este sin ningún rastro de cuidado la lanzó a Jolyne dentro de la oscura habitación para seguidamente cerrar la puerta con fuerza. La doncella cayó boca abajo tendida con mucha dolencia, el estruendo de su cuerpo chocando al duro mármol daba a entender que se había golpeado.
Un tanto sensible a lo que estaba presenciando, sin querer se tocaba el pecho no creyendo lo que veía. Esa mujer era la misma niña que Dio tanto cuidaba, a la que le profesaba un amor eterno jurándole protección y cuidado, y ahora, con pena intentaba levantarse con sus delgados brazos del suelo.
¿Será que por fin sucumbía a la verdadera naturaleza de Dio? Es decir, ella empezaba a sufrir algo similar a lo que él sufría siendo hijo del rey de su raza. No encontraba otra explicación, pues era como ver una realidad alterna comparada a lo que había observado hace años.
Jolyne golpeando y maldiciendo, de un segundo a otro se soltaba el cabello cubriéndole toda la cara, dándole una apariencia más apesadumbrada y quizá desquiciada, se notaba a leguas que comenzaba a enloquecer.
Tal y como él alguna vez vivió.
Mordiéndose los labios, pensaba en lo desastroso que debía ser desde que se fue, no presenció nada de lo que pudo haber provocado lo que ahora estaba pasando, y por alguna razón, quería tocar y aspirar ahora más que nunca el aroma y suavidad de su dulce piel. Aunque ahora que la veía de pie, la sensación se desvió de pronto al ver que la princesa lazó algo contra su espejo estrellándolo, para después tomar uno de los pedazos.
¿Qué pretendía? Puede que sólo sea para sacar su ira, más esa suposición se descartaba al ver que al tomar ese cristal, la dirigía a su otra mano como si fuese una cuchilla.
El corazón y su respiración de Giorno se paralizaron, así como sintió sudar frio de lo que estaba imaginando, no podría ser...
- ¡Jolyne! – No pudiendo vociferar como hubiese querido, sus piernas y sus manos se movieron a una dirección sin que él estuviera consciente, yendo y adentrándose de una manera tan repentina que apenas pudo levantar el aire o siquiera sabiendo de lo que hacía, para después encontrándose sin preverlo aspirando el cabello de la princesa cerca de sus fosas nasales, abrazándola por detrás y deteniendo la estupidez que estaba por cometer. – Princesa Estúpida, ¿Qué crees que haces? – Preguntando y recibiendo el calor que la joven desprendía, la princesa volteó el cuello aun siendo inmovilizada por el otro. – No estarás pensando suicidarte...
Y fue entonces, que pudo tenerla en sus brazos de nuevo, separándola súbitamente de una terrible muerte.
...
Actualmente
Jolyne lloraba aun en el pecho de Giorno, y este queriendo apartarla, no se decidía si en hacer algún movimiento o no. Aún se regañaba mentalmente por lo que había hecho, se había condenado a sí mismo así nada más.
Ya sin siquiera tocarla y con los brazos caídos, dejaba que la joven lo tomara por la ropa empapándolo de sus gruesas lágrimas, además de la sangre que desprendía de su mano luego de sujetar ese maldito pedazo de espejo.
Matarla no era una opción para ese momento, y aunque quisiera no podría hacerlo. Si bien, sería bueno dejarla inconsciente, hacerle pensar que todo eso que estaba viviendo la princesa era sólo un sueño era lo mejor, ¿Verdad? Aunque parecía que Jolyne le confundía con su padre, o quizá no.
Lo reconocía, esperaba que no. Temía que llegara a contarle a Dio sobre esto.
-Huh... - Manifestó en sus labios la menor sacándolo de sus pensamientos, a la vez que parecía aminorar su agarre que tenía con él. Giorno se sintió liberado, pero no esperó que el cuerpo de la doncella se deslizara hacía abajo cayendo de a poco hasta quedar de rodillas.
Seguro se cansó, fue lo que pensó el rubio, más, así como la joven cayó, el otro también se agachó quedando a la misma altura, mirándola, pudo entender que esta llegaría a desmayarse de tanta presión.
Vaya, quizá era más fácil, pues ella por sí sola se dormiría aun teniéndolo a él ahí cerca. Además del golpe que tenía, podría hasta dolerle la cabeza a horrores.
Sin ningún miedo, la tomó en brazos y ella se dejó caer por fin. Con cierta prisa la dejó sobre el lecho simple y blanco. Jolyne ya no respondía a nada, estaba ya inconsciente y Giorno la acomodaba de la mejor manera.
No se quedaría en admirar o pensar de lo sucedido, tendría que irse lo más pronto y asimilar la situación llegando a su propio hogar, tendría que estar ahí antes de que sus compañeros se den cuenta de que se había ido.
Si bien, antes de irse, la miró por una última y rápida vez, claramente tendría que volver por ella. Puede que ahora sepa que la princesa realmente sufría como él de alguna forma, pero eso no desviaba el deber que tenía de curarlo de lo que sea que le haya hecho.
-Nos veremos luego, Jolyne. – Dirigiéndose a ella sabiendo que no le escucharía, de un momento a otro Giorno desapareció tal y cómo se había adentrado.
La joven totalmente tendida a su propia cama, poco pudo escuchar la voz que le había cargado, más pudo sentir su lejanía y la última lagrima de esa noche brotó con añoranza.
-No te vayas... - Fue lo que dijo antes de caer y colapsar en un ansioso sueño.
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