Desafortunada Creatura

Tiempo después

Su pálida y fría palma tocaba aquella otra piel que no era tan distinta a la suya, si bien la que palpaba no tenía vida alguna, pero aún conservaba cierto calor.

Siendo él quien verificaba cuan muerto estaba esa persona, con su expresión daba a entender que él no había sido el culpable, aunque igual eso no importaba, pues era como para cualquier humano ante el rebaño; el rubio recogía los restos de su ganado.

No estaba sólo, pero tampoco se inmutaba mucho de su compañía y, aun así, confiaba en aquellos. Pero, por otro lado, tenía una sensación incómoda y no pretendería en dirigirles alguna palabra por un buen rato.

En sus manos que casi parecían garras, sostenía ese cuerpo inerte como muchas veces llegó a hacer, pero tenía en su interior algo que quizá le asqueaba y eso le inquietaba por el aborrecimiento inusual. Los demás lo notaban mirando sus espaldas, muy quieto que parecía dudar, más no le decían nada al respecto.

Y es que el joven de orbes escarlatas ya no visualizaba ese humano como algo que se pudiera comer, ¿Por qué? Si este antes fue alguien malo para con otros humanos y quizá merecía ser el alimento de ellos, y por alguna razón Giorno no se sentía capaz de visualizarse saboreándole.

Pensaba en cierta niña de ojos que llegaba a temer.

Eso no tenía sentido alguno, pues ella desde hace tiempo que dejó de formar parte de su vida y, a decir verdad, ni siquiera estaba totalmente seguro de hace cuánto fue que se alejó de ese objetivo, para con Dio incluso.

Ya no era completamente preso de ese dolor que su padre le había causado, apenas y recordaba ese pesar por algunas noches. Sin embargo, tenía cierta añoranza le amanecía que hasta le provocaba náuseas y no sabía bien hacía qué.

Aunque por ahora, ese no era el dilema.

Simple y sencillamente no comería aquello que cargaba, y como decima vez en el mes, sus acompañantes ya lo venían imaginando mucho antes de siquiera llegar ahí. La dieta del joven ser ya distaba mucho de la carne humana, solo esperaban que no enfermase, al menos comía y bebía de la vitalidad animal silvestre, pero siendo él parte de aquella línea real aun siendo la misma raza, requería de mucho más.

Y, a decir verdad, ya no tenía sentido a esas alturas tratar ese asunto, no era abierto en ese tema aun cuando se preocupasen.

¿Qué sucede realmente en la mente de Giorno?

...

Parecían ser las mismas brisas, las mismas paredes, el mismo suelo, el mismo paisaje enmarcado por la gran ventana de marco dorado, e incluso su mismo y eterno amor. Pero, ¿Por qué ella se veía diferente?

Mirando su ahora largo cabello, largas piernas; su cuerpo en sí había cambiado; estaba creciendo a una velocidad que jamás creyó sería casi en un parpadeo.

O al menos para alguien como él, así lo sentía.

-Jolyne. – La llamó con tranquilidad, aunque por dentro se encontraba inquieto. Y de esperarse ante su llamado, la ahora joven volteó a verlo que en un instante creyó se desarmaría.

Podría ser ya una dama, que aun con su cuerpo desarrollado y ese rostro afilado de destellos dulces, en su mirada y esa sonrisa demostraba ser aun esa pequeña niña que decidió tomar con cuidado y amor.

¿Cómo querer tanto a alguien podría doler tanto?

- ¿Sí, padre? – Su voz agradable, pero más madura de acuerdo a la edad que tenía ahora, resonó por toda la habitación.

Sin pensarlo, la doncella caminó hacia Dio arrastrando ligeramente el hermoso y sencillo vestido que traía, luego lo tomó del brazo atendiendo a lo que quisiese.

- ¿Por qué siempre miras por la ventana? – Fue una pregunta repentina, pero que decidió hacer pues desde hace poco había notado que su hija hacia eso de costumbre desde hace tiempo.

Algo sorprendida y muda por tal cuestión, en un principio no supo qué responder, pero rápido asimiló su respuesta con simpleza.

-Me gusta la naturaleza que nos rodea. – Encogiéndose levemente de hombros, volvió sus orbes al exterior recibiendo nuevamente el aroma dulce que entraba al castillo.

- ¿No te da frio? – Aun cuando a Dio no le afectase en lo absoluto el clima, Jolyne era un ser delicado que incluso se preocupaba si ella no llegaba a soportar ese helado viento.

-Para nada, al contrario, se siente bien. – Sin mirar al rubio, la menor con un semblante quizá melancólico, pensó una respuesta un tanto diferente a la que le proporcionó, pues no se sentía segura con decirlo en voz alta.

Si bien y sin esperarlo como muchas veces antes desde pequeña, el calor repentino en sus brazos y espalda se debió al verse envuelta con esa misma tela que Dio llegaba a cubrirla, un gesto que le encantaba el corazón y la mano que sostenía la manta sobre Jolyne, la joven con cariño puso su propia palma sobre la más grande.

-Sólo no quiero que te resfríes. – Dijo igual encantado con ese tacto, amaba tanto a su pequeña, que siempre lo será para él.

Jolyne ya no dijo nada, y entonces el padre soltándola y con la intención de dejarla sola dentro de su habitación, sus pesados pero serenos pasos dieron hasta la puerta hasta perderse.

La joven esperó a que su padre dejara de oírse por completo yendo más al fondo del castillo, entonces serena e inmóvil esperó sin despegar sus ojos del paraje azulado con verde. En silencio más que con el cantar del viento, no supo si era por la frescura que tocaba sus orbes o por otra cosa, pero estos los sintió irritarse y de inmediato a aguarse.

Sus manos comenzaron a tensarse y a sudar, su estómago como su garganta al momento comenzaron a doler sintiendo una presión que casi no podía controlar. Su ceño y sus labios fruncieron mientras que el gemido lastimero, pero procurando no ser tan notorio, salió.

¿Por qué temblaba y su rostro no podía permitirse ver hacia adelante en ese instante tan doloroso? Y más importante, ¿Por qué le lastimaba y de qué?

Lágrimas comenzaron a correr sobre sus gélidas mejillas, acobijándose más con esa tela que antes le cubrió su amado padre creyendo que eso le haría sentir mejor, pero parecía que empeoraba por alguna razón.

¿Cuál era el motivo por el que lloraba? Sentir esa ráfaga sobre ella le hacía recordar cuan triste y sola se sentía, no queriendo ver nada más a través de su enorme ventana. Imaginando que con ese aire que siempre recorría grandes distancias, lugares y más seres vivos, ella de alguna manera podía ser parte de ese mundo.

¿Estaría siendo egoísta? Muchas veces su padre le ha dicho lo peligroso que era ese mundo, que él era suficiente para ella, por su parte jamás opinaba lo contrario en frente de Dio, desde pequeña supo que no podría ir contra lo que decía.

Debía ser así, su padre no mentiría. Si bien, no se sentía satisfecha.

Ella se recordaba como una niña feliz y tranquila en el regazo de su padre, sus pensamientos no iban más allá más que con permanecer siempre al lado de Dio, sus muñecas, vestidos, el jardín y el castillo en sí. Pocas veces en los prados cercanos al mar, alejados de todo lo que la pudiesen lastimar. Y así, no supo en qué momento de su vida su corazón se empezó a sentir afligido y deseosa de algo más.

Se sentía enloquecer y no tenía idea de qué hacer, como tampoco decirle al respecto a su padre era una opción.

No obstante, su único consuelo era ciertos escritos en su biblioteca y su propia imaginación. Conociendo un poco más allá visualizando dentro de eso, aunque por supuesto, nunca fue suficiente.

...

Había estado ya ahí sola desde hace rato, mucho más tranquila y con su atención en ese libro, Jolyne sentada y diminuta en medio de esos normes libreros leía y regocijaba cambiando las páginas de cuando en cuando.

Era lo único que le hacía sentir mejor y eso duraba poco, pero era algo pensaba la joven. Su padre no estaba ahí con ella, estaba en el castillo, pero sabia el ser que necesitaba tiempo a solas al ya no ser una niña; una mujer necesitaba cierta privacidad.

Eso agradecía mucho Jolyne, había momentos donde no podían comprenderse el uno al otro, más esa pequeña parte que necesitaba ella era implícita.

Ninguno daba mucha cuenta, en especial la menor. El lugar que antes, aun siendo muy grande, se llenaba de risas y mimos por parte de ambos, y ahora era más silencioso que nunca, bueno; tal y como se puede recordar desde que Jolyne llegó. Si bien, no les molestaba ese hecho, seguían juntos y era lo que más importaba, de todas formas, Dio estaba muy consciente de que eso cambiaria de una u otra forma, aunque le duela.

-Ojos míos. – La fuerte voz de Dio resonó incluso en su interior, sin sobresaltarse la menor levantó el rostro hacia arriba donde daban las escaleras. La silueta de su padre se iluminaba y daba una presencia casi celestial, una que ya acostumbraba ver, pero no dejaba de ser impresionante.

El rubio al saber que tenía la atención completa de su hija, sin más bajó con los brazos hacia atrás, ocultando sus manos tras su espalda, eso se veía a leguas y Jolyne no entendía ese motivo. De igual manera lo que más le llamaba la atención era la diminuta mueca o una sonrisa que amenazaba en aparecer en él.

- ¿Qué sucede, padre? – No entendiendo, preguntó teniendo ya muy cerca al otro, pero al detenerse le miraba muy fijamente. Para entonces, Dio separó sus manos de atrás para por fin mostrarle lo que tenía, la joven al instante no asimiló lo que veía y el olor que desprendía.

-Te traje un regalo. – Con sus enormes palmas sosteniendo a un tierno y pequeño ser peludo, Jolyne de a poco supo de lo que se trataba; Dio cargaba con un cachorrito, con un perro.

-Pa-Papá. – Sin terminar de asimilar más que nada cómo es que su padre llegó de repente con ese adorable canino de pelaje dorado cobrizo, lo tomó con cuidado sintiendo una calidez y ternura que creía jamás haber experimentado con otro ser vivo. El pequeño medio adormilado, pero con sus abiertos, se enlazó con los de Jolyne; aquello causo una reacción muy encantadora en ellos, que se demostraba con el menear de la cola de este, que a su vez la joven sonreía de oreja a oreja.

Dio estaba atento a aquello, esa sonrisa en su hija hacía mucho tiempo que no la veía, aun le haya costado mucho dejarle tomar al perro, pensó que valía la pena, pues sabía muy bien que desde hace tiempo que Jolyne no era feliz.

-Es lindo, ¿No? – Aun cuando no le parecía así, preguntaba sabiendo que así lo consideraba ella, pero lo que, si le sorprendió, eran las leves lagrimas que advertían salir de sus orbes.

- Es hermoso. – Tapándose la boca como si aguantase el llanto, colocó al cachorro en su regazo con este mirándola igual con curiosidad.

El rubio no sabía cómo reaccionar, no sabía que una de esas pequeñas creaturas que tanto usaban los humanos para jugar, cazar o incluso cuidar lograría causar una reacción así en su amada hija.

Y, a decir verdad, eso por alguna razón no le gustaba, pese a que su intención era hacerla feliz, pero no tanto como para que llore, eso él nunca había sido capaz de provocarle un sollozo de felicidad.

-Gracias, papá. – Fue lo que le escuchó decir de repente sacándolo de sus nacientes celos, mirando su rostro iluminado y esa blancura en su boca dedicándolo sólo para él. Que ahora fue él quien sonreía. – Te amo.

Sin más, Jolyne se paró de su asiento aun cargando con el cachorro, y con un brazo se acercó abrazando al de tez pálida con mucho amor. Con eso fue un gran motivo para que fuera su turno de casi llorar, pensando que ella siempre sería el motivo de sus lágrimas, sacrificios y muchísimo más. Devolviendo el abrazo con más ímpetu y con sus dos enormes extremidades acompañado de un beso en su mejilla que desprendía un olor metálico.

Esos ojos eran suyos, eran su existencia entera.

-Yo te amo mucho más, Ojos míos. – Declaró con más fuerza, porque eso era una verdad irrefutable.

La doncella cautivada y sumamente feliz, de alguna manera no pudo sentirse más arrepentida de su antigua tristeza, su padre siempre estaba ahí para ella, y buscó la forma de hacerla sonreír otra vez.

...

Los días además de ser más soleados, tenían más color para Jolyne. Dentro de aquel hermoso jardín, ella y el dulce cachorro Emporio como le nombró, se tenían y jugaban sobre el pasto. Risas de la joven y ladridos infantes para un canino se escuchaba por todo el espacio.

Dio como siempre, veía desde la sombra a su pequeña. Le alegraba que ahora está desde hace días que no lloraba, porque sí, él lo sabía muy bien, pero jamás se había atrevido a preguntar temiendo por una respuesta que no quería. Si bien, no hacía falta, pues esa creatura portadora de una corta vida, animaba a la doncella.

¿Quién diría que algo como eso resolvería ese problema? Incluso cuando en un principio se negaba a compartir a su hija, valía la pena, si bien, solo era un perro, uno que hasta los humanos usaban para beneficio propio y egoísta, si ellos lo hacían, ¿Por qué ellos no?

Si bien, no duraría mucho; era como un juguete más, como esos de porcelana que igual quería mucho su hija.

- ¡Muy bien, Emporio! – Gritó emocionada la joven a la vez que aplaudía al peludo luego de hacer un pequeño truco. El rubio no ponía del todo atención de lo que hacía, solo le importaba ella.

Si bien, tampoco le estorbaba el ser inocente, mientras no interfiriera entre él y Jolyne, todo estaría bien, y también dudaba mucho que eso sucediese.

Nada se compararía con el amor que ambos se tenían.

...

-Jolyne, ¿Por qué elegiste Emporio como nombre? – Una tarde como cualquiera, la menor sentada junto a su padre disfrutando de la sombra, mientras ella cargaba del durmiente cachorro el rubio quiso saciar su curiosidad.

Ella quien hace un momento lo acariciaba y este descansado encima de sus piernas, atendió recordando el motivo del nombre.

-Pues, sólo creí que le quedaba bien. – Siguiendo la caricia con dos de sus dedos en la cabecita del pequeño, continuó contando. – En uno de tus libros, hay un niño que tenía el mismo color de pelo que el pelaje de este amiguito. – Recordando a ese personaje, un niño de bellos sentimientos le recordó en todo sentido a ese cachorro. – Además, en ese cuento contaba que tenía una mirada tierna que desprendía paz, cuando vi a Emporio entre tus manos, no pude evitar pensar en ese niño. – Como si fuese algo sin importancia, se encogió de hombros como suele acostumbrar cuando su padre le preguntaba cosas así.

Dio que estuvo atento a sus razones, en cierta medida pudo proyectarse. Pues si su amor hacia Jolyne nació, fue porque en un principio sus ojos llameantes le atraparon, asimismo que eligió su nombre en referencia a un libro.

Aunque le parecía ridículo que un perro podría despertar algo así también, si no era nada especial a comparación de ella.

...

Los meses pasaron y el pequeño Emporio crecía de manera muy rápida. Jolyne claro llegaba a verse igual con ese tiempo transcurrido, el rubio agradecía a la naturaleza que así fuera el periodo de tiempo en la tierra de cada ser vivo respectivamente.

También su dicha permanecía, su tiempo diario casi iba nada más para ese perro, y otro poco para él. Quizá así lo había descifrado desde el día que lo trajo, como también creía que se aburriría de él y pasaría cada vez menos tiempo con ese ser alegre.

Sí, era lo más seguro.

- ¡Padre, mira lo que Emporio puede hacer! – En eso y mostrando su mejor cara, la chica ordenó con un ademán en su mano al perro y este de inmediato parecía entender haciendo una voltereta que incluso sorprendió un poco al padre. – ¿Lo viste? – Preguntó emocionada.

-Claro, fue impresionante. Le enseñaste muy bien, Ojos míos. – Aplaudió un par de veces entusiasmando más a la doncella, que casi se comportaba como aquella niña que tanto añoraba Dio.

- ¿Quieres ver otro truco? Hemos trabajo mucho desde hace meses. – Sin siquiera dejarle responder, Jolyne ordenaba y apremiaba con pequeños trozos de carne al animal luego de cada truco. El padre miraba, pero ya no al perro, sino a ella.

Estaba contento de que desde hace los mismos meses no lloraba, pero algo le incomodaba.

...

La noche era presente, y el sueño que dominaba Morfeo sobre el palacio ya había encantado a la joven y al pequeño Emporio. Si bien, Dio era el único que mantenía los parpados abiertos como siempre era cada que caía ese manto nocturno.

Bien sabia Jolyne que su padre saldría por provisiones y demás cosas, más el rubio sin avisarle o siquiera antes pensarlo, antes de salir del castillo quiso ir directo a la habitación de su hija donde descansaba junto con su cachorro en el mismo lecho.

Dentro de la habitación de combinaban dos olores, uno que tanto agradaba y otro que ya consideraba intrusa. Siguiendo con sus pasos silenciosos hacia los durmientes, antes contempló la belleza de su hija que su respiración calmada denotaba mucha paz, al igual que con Emporio, pero ese no era una imagen muy complaciente para él, que ya llegaba a molestarle su increíble cercanía hacia ella.

Y lo peor, es que el propio Dio; el rey de los vampiros, impulsó y permitió aquello.

Completamente arrepentido, pareciera que sus anheladas y próximas acciones despertaron de un momento a otro al cachorro que ya parecía exaltado. El pequeño aun cerca de Jolyne, miró quieto al ser de tez helada y ojos carmesí que parecían iluminarse frente al objetivo, sus colmillos parecían brotar de sus labios y se dirigían específicamente a Emporio. La creatura comenzando a impacientarse de lo que veía y no sabía interpretar en base a su raciocinio canino, un par de leves gruñidos sonaron alertando un poco a una Jolyne semidormida.

Esta quejándose de lo que podía percibir aun entre sueños, el cachorro después de sentirse amenazado comenzó a manifestar un par de sonidos lastimeros incorporándose un poco más aun en su posición, si bien al segundo en que Dio parecía acercarse, se movía más hacia la doncella.

-Emporio... - Con voz adormilada y apenas distinguiendo la realidad con el sueño, Jolyne nombraba a su amado amigo al saberse escuchado, sus gemidos aterrorizados se hicieron más sonoros, eso fue suficiente para causar un impacto en la joven que ya despertaba asustada. – ¡Emporio!

El pequeño que parecía no aguantar el miedo, este intentaba esconderse entre sus brazos, esta con el mismo temor que ya se impregnaba, lo cubría con suma protección, le dolía mucho escucharlo sufrir de lo que sea que estuviese atemorizado, pues mirando en cada esquina de su alrededor no encontraba absolutamente nada que pudiera asustarlo. Estaban solos.

Tal vez tuvo una pesadilla, pensó confundida. Si bien y para ese momento, un líquido caliente empezó a empaparla a ella y a sus sabanas.

Emporio se había orinado del miedo.

-Cariño... - Con tristeza y asombro, no imaginó cuan horrorizado estaba, por lo que le habló con palabras de amor y le acarició de la manera más amorosa que podía. – Todo está bien, mi pequeño Ojos míos. – Así como su padre le dirigía, ella lo hacía con Emporio. – Mientras yo esté aquí, nada te va a pasar. – Fue lo último que dijo al saber que Emporio se encontraba un poco más tranquilo.

Poco después, Jolyne prendió un par de velas y sacó de su habitación las sabanas húmedas seguida de su cachorro, que parecía más cerca que nunca. Eso no le molestaba, no parecía ningún inconveniente para ella, sólo quería que su peludo estuviera bien.

Por esa noche, lo arrullaría y cuidaría como si fuese su bebé, porque ciertamente, así lo consideraba.

...

Dio, que veía desde la ventana, su rostro que parecía ser más salvaje y su mirada afilada y sedienta de muerte seguía cada paso de Emporio, sus pequeñas patas sonaban sobre ese suelo pulcro, y cada sonido que este emitía le asqueaba y deseaba asesinarlo.

Mirando cada gesto de Jolyne hacia la creatura nauseabunda, aquellos mimos y cariño debían ser sólo para él que era su padre. A su vez, el rubio pensaba con todo el dolor de su corazón, que su amada hija era una mal agradecida egoísta. 

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