Anhelo Inhumano

Él no sabía por qué, ya habían pasado más de un par de horas estando solos y, aun así, sus manos seguían sin reaccionar a lo que antes deseaba. Aun en medio de la oscuridad, pero dentro del acogedor y seguro castillo, más específicamente dentro de la habitación de la niña; de nuevo se hallaban sus orbes escarlatas sobre el rostro de Jolyne.

Ya sin cargar con el cuerpo inconsciente de la menor, solo quedaba él mirándola arropada y menos empapada. Ni siquiera pensaba en la posibilidad de enfermarla debido a la lluvia, pues a como él pudo la secó y proporcionó algo de calor luego de quitarle parte de la ropa húmeda, y ponerle a apenas por encima una de sus prendas de niña.

No temía de la pronta presencia de Dio, incluso procuraba no estar tan de cerca de ella y mantenía su distancia, es como si se alejara de algún tipo de embrujo o así llegaba a sentirse, una turbación que le hacía querer ser más precavido de lo que sea que se manifestara.

Ante eso, se sentía cada vez más contrariado y empezaba a estresarse. Giorno solía ser alguien sádico siempre y cuando tuviera ese ímpetu de odio o de provocación. No obstante, con el paso del relativo poco tiempo, el aborrecimiento y rencor que tenía hacia Jolyne dejó de existir, tal era así que ni siquiera llegó a darse cuenta hasta ese momento en el bosque.

La presencia de aquella bruja tocando la dulce piel de la niña con la apetencia de absorber su vida, le había revelaba la naciente obsesión que tenía sobre ella o eso era lo que temía. El aroma de su sangre que desde antes estaba totalmente consciente deseaba aspirarla creyendo que ansiaba probarla, pero ahora no, ni mucho menos beberla ni mancharse en ella.

En un principio pensaba que era más como su padre en un sentido más apegado a su naturaleza; en el instinto o impulso de arrebatar la esencia vital del ser vivo, más específicamente del objetivo más llamativo para sus ojos o de aquel que osaba en estorbarle.

Y la pequeña representaba todo eso para él, tanto ella como otros en el pasado, pues encarnaba el obstáculo de cierto amor anhelado, del de su rey y progenitor. Esa codiciada meta del que antes lloró y buscó en sus sueños la manera de ganarse a Dio, y en cuanto supo de la existencia humana y efímera de Jolyne que, a pesar de ser insignificante a comparación de ellos, el dolor en su pecho se materializó al saber que esta personificaba el cariño sincero de él, de su propio padre.

¿Tanto peso tuvo su error? Pues Giorno amaba a Dio, así como la dulce humana estuvo en su regazo protector de padre, él también como cuando pequeño llegó a estarlo.

Y ahora parecía como si hubiese sido una ilusión, ganándose su rencor y absoluto desprecio. Que con una sola mirada parecía querer desaparecerlo.

Si bien, ahora parecía que todo se volvió en contra de ese principal sentimiento. Invirtiendo muchas cosas y solo fijándose en el día a día de Jolyne cual fantasma. De solo verla y su rostro aniñado que parecía expresar cierta armonía a pesar de lo sucedido.

Una vez más se preguntaba aun cuando no hallaba la forma de materializar lo que le provocaba, ¿Por qué no simplemente la mató cuando llegaron a estar a solas, incluso en ese momento que estaba viviendo? No lo aceptaría, pero entendía de alguna manera al mayor o eso creía. Aun cuando ni siquiera convivía del todo con ella, siendo solo un espectro a su sombra, tocándola cuando ni siquiera era consciente.

Y así pudo comprobar parte de lo que le sucedía, pues con la sola idea de que alguien como lo era esa bruja, completamente ajena a la naturaleza humana con la simulación de la cálida atención maternal, osaba en tomarla. Irónico quizá, pues él era algo así, ajeno a la naturaleza humana como lo era Jolyne.

-Papi... - La repentina voz adormilada de la niña resonó por la habitación y lo sobresaltó. Una reacción rara en él, cabía decir.

Interrumpiéndolo, vio como el pequeño cuerpo poco se levantaba aun con los parpados cerrados, mientras que de a poco observaba cómo sus pestañas largas querían moverse para ver, más intuía que era difusa su vista, pues no le veía a la cara, pero sí a su dirección, a él.

Así y sin siquiera responderle al llamado a su padre. Giorno solo la tomó por ambos hombros y con suavidad fue acostándola de nuevo. Sin retener, el somnoliento cuerpo se dejaba caer y nuevamente se sumía en la mullida almohada, permitiéndose acomodarse de nuevo. El rubio queriendo procurar su temperatura, aunque tal vez un poco lo dudó, cubrió con su palma la mano de la niña sintiendo el calor que ya emanaba. Al ser pequeña la cubría con totalidad que a su vez parecía ser correspondido; un tacto extraño, que le reconfortaba más a él de alguna manera.

Luego, sus dedos fueron a su frente apartando un par de cabellos, y posó su mano sobre su frente que al parecer tenía un calor considerable para ella al ser humana. No estaba del todo seguro, pues casi no convivía con estos, pero el ya haberla tenido antes, tenía una condición igual a como aquellos momentos, por lo que no se preocupó. Jolyne estaba tibia y su pelo parecía no haberse empapado mucho, pues ya estaba seco y no había tanto rastro de agua en las sabanas.

De este modo y más apacible sin pensamientos que le atormentaran por el momento, soltó su frente para rozar el dorso de su mano contra la rosada mejilla. Tan suave y delicada, más frágil que esas muñecas de porcelana que siempre cargaba, así era a su consideración.

Se tomó su tiempo para sentirla, su respiración cálida y el latido de su corazón le indicaba que estaba bien y gracias a él.

¿Qué sentido tenía ya? Parecía que su objetivo ahora era Jolyne y al momento Dio llegaba a estar en un plano un tanto lejano. Pero eso no era del todo cierto, porque su padre aun representaba un gran peso sentimental y ahora parecía que la humana disipaba parte de ese dolor remplazándolo por otro que no llegaba a darle nombre, aun cuando pensaba que era su mayor causante de sus desolaciones. Creyéndose que la llama en sus ojos era lo que le detenía, pero incluso se olvidaba un poco de eso.

¿Qué quedaba hacer?

Sin miedo a la probable aparición de su padre, con paciencia meditó sobre lo que haría. Evaluando su corazón y qué tanto le afecta y, a decir verdad, le seguía afectando, pero diferente. Un dolor distinto y aun confuso.

Entonces tan solo, tomó una decisión no tan complicada del todo; y ese sería el alejarse de ella hasta cuando él decidiese enfrentar a su padre con el corazón inmortal en su palma. No queriendo caer en la obsesión y embrujo de lo que ella manifiesta. Porque a pesar de lo que ya sentía, no confiaba en Jolyne, sus ojos le demostraban lo que pudo haber causado en Dio y ya ahora le pasaba a él, pues ni matarla podía.

Siendo así, por fin Giorno separó su mano de la menor. Mirandola una vez más totalmente convencido de que encontrará claridad estando un tiempo lejos del castillo, aún pendiente de Dio, pero lejos de ella por lo menos.

Incorporándose del pulcro suelo dorado, con voluntad cerró los ojos y le dio la espalda para evitar ya cualquier pensamiento o sentimiento extraño. Era lo mejor.

Con el sonido de la lluvia en el exterior, el rubio quedó de pie inmóvil al momento en que un fuerte trueno apareció retumbando las paredes y al segundo de desaparecer el fuerte resplandor, Giorno también.

Una manera de desvanecerse muy común entre la familia, una que llegaba a conocer precisamente la pequeña de ojos llameantes, y que justo sus orbes presenciaron la imagen de cierto ser de cabellos rubios irse junto con el sonoro resplandor.

Aquel que momentos antes la tomaba con cariño, se había ido.

...

Rayos de sol opacados, pero igualmente iluminando el nuevo día, dando un color grisáceo y de un azulado tenue. Soplos fríos y húmedos se revelaban debido a la fuerte tormenta de anoche, aunque igual eso era común para esos lares. Llegando y yendo a direcciones opuestas el viento que inevitablemente erizaba la piel de la jovencita. Más por su parte, quien apenas y se ponía encima una tela delicada y algo transparente, no le afectaba del todo y se limitaba tan solo en ver al cielo como muchas veces acostumbraba.

Llenando sus pulmones del dulce aire del que le permitía apreciar parte del olor saldo del mar, que ciertamente no quedaba lejos y del que alguna vez llegó a estar cerca. De igual manera, otras cosas inundaban su mente mientras apretujaba contra su pecho sus muñecas, mirando a través de su gran ventana semiabierta el poco panorama que ofrecía la altura del castillo.

Tan ensimismada estaba, que se sorprendió exaltando poco su cuerpo al sentir sobre sus hombros una tela cálida y gruesa; colocada tan delicadamente sobre ella y luego una mano posarse sobre su cabeza, para después este pasar los dedos desde la raíz hasta las puntas.

No le incomodaba en lo absoluto, pues era su amado padre después de todo y aun con su repentina sorpresa, sabía que era él.

-Te ha crecido un poco el cabello, hija mía. – Fue lo primero que dijo con suavidad, pero aun así haciendo resonar su fuerte timbre, comentó a la jovencita que ya volteaba a verlo con una sonrisa y con el corazón más que encantado. – ¿No quieres que lo corte un poco? – Le preguntaba, pero casi era una orden o al menos para él. Pues el no solo notar el largo de su pelo, su estatura o incluso su delgado rostro; comenzaban a evolucionar de una manera que no le agradaba mucho, o más bien le provocaba un sentimiento de angustia.

-Sería lindo, padre. Pero creo que por el momento no me apetece. – Jovial, respondió tocando ahora sus propias hebras algo ilusionada con tener cabello nuevo. No era tan largo, pero de igual manera quería experimentar una nueva apariencia.

- ¿Segura? Podría estorbarte. – Soltando su mechón, insistió un poco.

-Sí, completamente. Tal vez ahora pueda hacerme más peinados, ¿No? Y podrías ayudarme. – Completamente ajena a cualquier inquietud de su padre, aquella ultima proposición fue lo que le pudo calmar de alguna manera.

Viendo desde su ángulo a su pequeña y con esa sonrisa relajada, le daba cierta paz.

Sacando una curvatura en los labios pálidos del mayor, la miró con ternura entrecerrando los ojos y pensó en que quizá exageraba. Jolyne comenzaba a crecer, pero realmente no era para tanto. Su voz que era aniñada poco se le notaba la diferencia al igual que la ropa nueva que le comenzaba a conseguir, pues en los vestidos viejos ya no cabía del todo, pero era poco ciertamente.

Feliz con esa propuesta, le ofreció su mano poseedora de grandes garras negras, la menor sin pensar y con confianza, la aceptó con gusto sin saber su intención. Este la tomó cerrando sus dedos y la llevó más adentro de su habitación para después tomar el cepillo de suaves fibras y con maravilla de la otra, comenzó a cepillarla.

-Sí, es verdad. ¿Cómo podría cortar tan hermoso pelo que llevas? – Calmo incluso en su expresión, alegró a Jolyne y ésta alegre tomó asiento frente a su gran tocador dorado ya sintiendo las fibras desenredar su pelo oscuro.

Dio por sí solo no solía ser alguien que tratara a alguien con tanta sutileza o con esa forma de hablar, pero con el amor de su vida que era su hija, era una excepción. Incluso en su manera de comunicarse con ella, era ya más especial. Su pequeña comenzaba a tener cierta madurez y se comportaba cada vez más a una princesa delicada y fina.

Y entonces pensó que el hecho de crecer no era del todo malo, pues se enorgullecía de ella, más a su vez, se encargaría que eso no fuera un desperdicio, es decir; era algo que él y sólo él debía apreciar y palpar, pues era el único merecedor.

Inclusive con ver solamente ese brillante cabello humano, tan sedoso y fresco era gracias a él. Jolyne era su propia muñeca de porcelana que debía proteger y conservar para sí, y nada más.

Si bien, la jovencita tenía sus propios pensamientos.

Alejada a lo que su padre sopesaba, ella mantenía ya la mirada fija hacia el exterior como momentos antes. Tenía una leve inquietud que quería externar, pero no estaba segura. De pensar en la oportunidad que tenía en ese momento con Dio, sus mejillas se teñían levemente de rojo, ¿Sería buena idea? Quería, pero...

-P-Padre... - Con algo de nerviosismo no evitó llamarle, cosa que de inmediato se hizo notar por Dio y paró en sus propios movimientos sobre el cepillo inclinando la cabeza hacia ella.

- ¿Sí, Ojos míos? ¿Te lastimé? – Fue lo primero que pensó al juzgar la turbación en su voz, siempre se prometió jamás lastimarla y el haberle causado algún daño sería imperdonable para él. Mas cuando veía sus puños apretarse en la falda de su vestido empezó a preocuparse. – ¿Jolyne?

- ¡No, no! De hecho, eres muy dulce. – Sabiendo de la leve preocupación en él, le hizo saber al momento y así solo terminó confundiendo al rubio. – Es solo que hay algo que he querido preguntarte.

-Claro, amor. Lo que tú quieras. – Bastante jovial ante su niña, la pequeña solo sonrió y dejó salir un sonido de nerviosismo, pues aún no terminaba de hablar y podría ser quizá sencillo, pero para ella no lo era. – ¿Quieres una muñeca nueva o un vestido nuevo? Sabes que no tenemos problema en conseguir lo que deseas, Ojos míos.

-Sí, bueno, si quiero un vestido nuevo. – Empezaba desde ahí encogiéndose de un hombro y parecía no haber problemas. El sonrojo en sus mejillas y el sudor de sus palmas eran muy presentes. – Pe-pero... quisiera ir contigo.

Jolyne en cuanto terminó su frase en lo más calmada posible, al segundo sintió el delicado cepillo petrificándose a la mitad de sus hebras justo cuando Dio ya volvía a cepillarla.

Con eso tragó grueso, pues ella bien sabía que el acompañar a su padre de compras, significaba contacto con más seres como él.

Para eso, Dio quitó el objeto sobre su hija y quiso verle la cara para ver qué tan en serio lo decía. No parecía molesto juzgando ahora la expresión del rubio, pero de igual manera intimidaba a la jovencita y se sentía diminuta.

-No lo sé, querida. – Viendo la seriedad de Jolyne al haber dicho eso y no parecía retractarse se mantuvo firme a lo que diría. – Sabes que no me gusta exponerte. No son como tú y no están a tu nivel. – Pensando en la idea de que vieran siquiera de reojo a su amada niña le asqueaba. – No, Jolyne.

-Pero solo quiero ir a escoger mis propios vestidos, padre. – Ya con menos pena, se excusó en verdad deseosa de salir. – Me encanta lo que me traes, pero quisiera ver con mis propios ojos lo que hay, solo eso.

Dio seguía receloso, pero no quería y aun cuando ella le rogara su respuesta seguiría siendo un rotundo No.

-Entiende, Ojos míos, ¿No te sientes satisfecha con lo que te traigo? ¿Qué necesidad hay de que salgas? Si quieres salir, puedo llevarte al campo de por aquí.

Algo afligida con lo que le decía, de inmediato le quiso explicar, pues le daba a entender que lo que él hacía por ella no le era suficiente.

-No, padre. Yo te amo, no pienses esas cosas. – Siendo una niña sensible y lo que menos quería era lastimar a Dio, se levantó de su silla y como pudo alzó las manos queriendo tocarle su rostro. – Mi deseo solo es el ver todas esas prendas del que te rodeas para escoger, y tienes el detalle de traerme. – Apenas con los dedos rozando las mejillas del rubio, daba cuenta de que esta comenzaba a estirarse un poco más, pero eso no era lo que advertía, si no en sus ojos que melancólicos le pedía algo del que su corazón no estaba dispuesto a consentir, y esa voz que parecía ser cada vez más consciente de lo que decía.

Así, Dio lo pensó y su pequeña se veía en verdad anhelante, aunque tuvo una idea. Cosa que del que se sentía afortunado y de igual manera, él era quien daba las ordenes dentro del clan.

– Bien, irás conmigo. – En eso, los ojos de Jolyne brillaron de un color azulado y su sonrisa se ensanchó con el naciente impulso en sus piernas para saltar y abrazar al más alto, pero eso se detuvo al verse interrumpida con la propia voz del padre. – Pero irás cubierta de telas negras de la cabeza hasta los pies, créeme Jolyne, no conviene exhibirte ante ellos, ¿Esta claro? – Bastante pasmada y decepcionada ante eso, la curvatura de sus comisuras bajó.

Sin que pudiera decir algo más, Dio sobó con cariño la cabeza de la niña una vez más y se retiró de inmediato de la habitación dejándola sola un tanto desconcertada, además del cambio en su voz y esa caricia le fue un poco más pesada y demostraba que no lo había dejado del todo contento.

Quizá sabía que eso podía pasar, pero no dejaba de ser algo atemorizante su padre cuando estaba molestó.

Mirando hacia la figura de su padre que ya se alejaba y desaparecía en cada paso sonoro que daba, se fue calmando no muy convencida de lo que había conseguido, de igual manera, parecía que se conformaba.

Ya estando sola, la espalda de Dio se esfumaba detrás de esa hermosa puerta. Un tanto inquieta, fue a donde sus dos mejores amigas de porcelana sobre su cama bien ordenada y las abrazó impaciente.

-Bueno, supongo que algo se pudo conseguir, ¿No? – Les habló como si estas tuvieran vida propia, las miraba y acomodaba su cabello de ambas.

Y es tanto ellas como Jolyne, sabrían que el solo ver esos vestidos de dónde conseguía Dio, no era el motivo principal. Y no por nada, eran sus confidentes más leales.

...

La noche como siempre se esperaba ya era presente ese día. Parecía que por esa ocasión no llovería y era una oportunidad que aprovecharían para cumplir aquel capricho del que no estaba seguro Dio. No obstante, aun con las condiciones impuestas, Jolyne se encontraba ciertamente entusiasmada.

Apenas vistiendo ese traje negro; falda hasta los pies, guantes e incluso un largo velo que le cubría en su totalidad seria lo que usaría hasta cuando ella decidiese regresar, tal y cómo había dicho su padre.

- ¿Ya estás lista, Ojos míos? – Quizá algo impaciente, se asomaba y preguntaba queriendo acabar con eso de una vez, entre más rápido sería mejor.

-Sólo me falta esto. – Con el largo vestido que le cubría desde el cuello hasta el suelo, sostenía el largo velo que no encontraba cómo ponérselo. Jolyne no lo notaba y ni siquiera se cuestionaba, pero esas prendas que usaba, eran para las de una mujer adulta, y Dio solo la observaba, era curioso que solo era un poco más largo de lo que su hija usaría.

-Déjame ayudarte, no es tan difícil. – Algo incomodo al verla así, solo le quitó de las manos la tela y rápido la colocó con cuidado sobre su cabeza. En eso notó la menor que esta aun al cubrirle el rostro, podía ver a su padre y cualquier cosa a su alrededor, además de que no la asfixiaba en lo absoluto. – Listo, ahora vámonos.

Sin dejarle replicar sobre nada, Dio la tomó en sus brazos y de un momento a otro ambos se vieron fuera del castillo.

En eso Jolyne sintió el inmediato cambio de aires, sintiéndose en el exterior y siento tocada por la luz plateada de la luna. Y aunque no pudiese quitarse de encima la enorme tela, podía apreciar un poco de ese extraño paisaje, uno del que casi nunca podía ver desde esas alturas a como solía ir el rubio.

Si bien, de todas maneras, se fijaba un poco en el perfil de su amado padre, que mostraba un semblante serio y tal vez enojado, ¿Enojado con ella? Podría ser, pero no lo estaba del todo, pues de estarlo completamente, ella no estaría ahí con él.

Se sentía agradecida de alguna manera, y con ese sentimiento, no evitó querer pasar los brazos en el cuello de este y abrazarse. Él ser por sí solo era de una piel muy fría, pero a su manera se sentía el calor que expresaba su amor.

Dio con ese tacto, pudo corresponder solo afirmando el agarre con un poco de más fuerza, solo un poco.

En verdad se amaban.

...

- ¡Señor Dio! – Fue lo primero que se escuchó al entrar en un entorno muy diferente al exterior o incluso el propio castillo. Hasta el olor era distinto.

Voces y murmullos era lo que percibía la pequeña y eso la ponía algo nerviosa, pues ninguna la conocía, más a la vez le entusiasmaba. No obstante, al estar pegada al enorme cuerpo del rubio, sintió una fuerte tensión en él y entonces su repentino grito retumbó todo incluso en su interior.

- ¡No te atrevas a mirar de nuevo! ¿¡Entendido!? ¡Di una orden y es el no verle! – Fue lo único que pudo interpretar Jolyne desde su posición. No entendía esas palabras, pero suponía era parte del trato el que ella estuviese ahí. Así mismo, se sintió un silencio absoluto, casi que parecía que solo se encontraban ellos dos.

Al poco tiempo, el andar de su padre era evidente y quién sabe hasta dónde la llevaba, hasta que este paró y el cerrar de dos puertas se cerraron detrás de él.

La pequeña no podía interpretar mucho, hasta que su padre le habló.

-Ya puedes quitarte el velo, Ojos míos. – A comparación de cómo había gritado hace poco, ahora le dirigía con una suavidad y ternura. Así, motivada con sus manos enguantadas trataron de quitarse la tela y con ayuda de su padre.

Con el tierno rostro al descubierto, el poco alumbramiento no le fue tan difícil acostumbrarse, y más cuando se vio rodeada de tan hermosas telas en aquellos modelos de oro solido que vestían aquellas prendas.

Aunque eso no era todo; se rodeaba de hermosas flores y artefactos de los cuales no conocía, extraño quizá, porque incluso veía juguetes muy diferentes a cómo eran sus dos mejores amigas de porcelana.

Jolyne siendo depositada en el suelo, se quedó estática asimilando lo que veía y es que esperaba algo más... ¿Diferente? Pues era prácticamente similar a como era su hogar, incluso su propia habitación. Solo que la única diferencia, era lo que había adentro y no negaba que lo que veía era hermoso.

No obstante, no se limitó y sin más se recogió la falda para poder caminar, y de manera apresurada. La curiosidad le invadía de cierta manera, porque había cosas de las cuales no conocía. Tal vez no era lo que tenía en mente o al menos no se lo imaginaba, pero le emocionaba pues era si había algo nuevo para ella.

¡Incluso carretas y caballos en miniatura que jamás creyó ver!

Un enorme cuarto lleno de cosas que simplemente jamás había visto.

Dio por su parte, solo miraba el rostro curioso de su hija, cruzado de brazos solo pensaba en que deseaba apresurarla, no quería que ella estuviera ahí en ese mismo recinto a pocos metros de otros y con tan solo un par de paredes de diferencia. Más ya no había vuelta atrás y al menos le dejaría disfrutar en la singularidad del que no estaba acostumbrada; la conocía bien, y además de vestidos, pidió juguetes.

De este modo y sintiéndose obligado, mientras se posicionaría frente a la entrada y la vigilaría. E incluso vería por la ventana que se hallaba en frente, mientras Jolyne estuviera cerca, no confiaría en nadie.

Si bien, se le hace curioso el hecho de que la menor su atención iba más en los juguetes que en las prendas, y puede que lo haya hecho a propósito, el demandar esos artefactos dentro del cuarto. Eso le gustaba, quería disfrutar de su niñez y de su mente aun reducida, pues haría lo posible para procurarla así.

Siendo suya, incluso su mente y sus pensamientos.

-Jolyne, apresúrate en escoger algún vestido o lo que quieras, no puedes estar aquí por mucho tiempo. – Sin querer esperar más, le empezó a exigir.

La menor que sostenía varios caballos de madera y un muñeco de porcelana, volteó a verlo desvaneciendo poco la sonrisa que antes tenía.

-Pero acabamos de llegar. – De manera inconsciente, su voz se hizo más pequeña pues le desilusionaba que le apresurara.

-Eso no me importa, ya te lo dije, no puedes estar aquí mucho rato. – Sin dejar de cruzar sus brazos, casi deseaba en regañarla si no hacia lo que le pedía. – Así que, por favor escoge lo que quieras llevarte y vámonos de una buena vez.

Algo triste, Jolyne solo volvió la vista hacia el muñeco de hebras rosadas y los caballos de madera. Entonces, sin pensarlo demasiado, tomó sólo lo que le había gustado y con el rostro cabizbajo fue a paso lento hasta donde el rubio.

La niña esperó a que su padre la tomara en brazos y le colocara nuevamente el velo negro, pero este tardó mucho en hacerlo y no hacia ningún movimiento al respecto, entonces levantó la mirada confundida.

-Jolyne, dijiste que querías escoger por ti misma un maldito vestido. – Visiblemente enojado, el padre le veía con una mirada exasperada. La jovencita hace un momento había pensado que al menos le dejaría llevarse lo que ella quisiera, cosa que le hizo olvidar el asunto del vestido como había dicho aquella mañana. – ¿Dónde está?

Y a como lo veía Dio, a su amada y tonta hija siendo expuesta con un par de insignificantes juguetes en sus brazos, pensaba que había sido una total pérdida de tiempo.

Con algo de miedo y suma tristeza, la menor solo volteó a sus espaldas a donde se posaban los vestidos, pero ciertamente, ninguno le gustaba, los consideraba demasiados pesados para ella.

-Es que, creo que no me gusta ninguno. – Fue lo único que atinó a decir y llena de timidez.

-No estarás hablando en serio, Jolyne. – Desatando sus brazos, se inclinó a ella queriendo que le escuchase bien. – Hay muchos aquí, hija mía. Debe haber alguno que te guste. – Con cierto cuidado, pero con poca fuerza impuesta, la tomó por el cuello del vestido negro y la llevó más adentro del lugar, más específicamente en medio de todas esas telas. – Escoge bien, o consideraré esto como una advertencia para mí; en no consentir de manera errónea a una niña tonta mal agradecida, que yo solo quiero mantenerla a salvo del mal que infecta a este mundo egoísta. – Dio no solía hablarle así, incluso parecía ser la primera vez, pues se empezaba a sentir en verdad dolida. No sabiendo que hacer o decir, petrificada apretujaba su caballo y su muñeco, mirando a todos lados. – ¿Y bien? ¿Cuál será?

Apresurándola, sin querer tener esa presión de su voz y su mirada, sólo señaló al azar con los ojos cerrados. Ella dándole la espalda a su padre, este no daba cuenta que no miraba hacia ningún lado, pero entonces su atención fue hacia donde ella señalaba.

Sin obtener respuesta del rubio, la pequeña de a poco abrió los parpados para saber hacia dónde había dirigido su dedo en silencio y con pocas lagrimas queriendo salir.

...

La noche ahora parecía ser más oscura, Jolyne miraba dentro de su habitación la misma luna plateada que ya era más apagada y cubierta por nubes negras.

Hasta hace rato que no había parado de llorar sobre su enorme lecho, que a su vez compartía espacio con ese vestido azul de adornos plateados y mariposas brillantes al pie de la falda. Tan hermoso y odiado al mismo tiempo, pues realmente no era algo que hubiese querido traer, sino por exigencias de su padre.

También dejaba de vestir esa estorbosa prenda negra, la cual al llegar de inmediato le quitó Dio y se lo llevó sin dirigirle ninguna palabra, ningún tipo de frase que solía decirle antes de dormir.

¿Había hecho mal acaso? Le dolía mucho que se haya enojado así con ella, que le dijera que era un niña tonta y mal agradecida. De verdad que esa no había sido su intención, ella amaba mucho a su padre y sólo quería ver un poco más de ese castillo, más allá de los lugares que siempre iban juntos apartados del mundo.

Podría ser que le había cumplido su capricho a medias, pero al final resultó fatal para ella, y es que el verdadero deseo que tenía, sabía que no podía hacérselo saber y ahora sabiendo por cómo le había llamado y acusado.

La niña en un principio pensaba que su ropa la conseguía en el pueblo cerca de su hogar, aquel que veía desde lo lejos de las alturas, uno donde sabía que había gente y del que de alguna manera pudo ser parte según un sueño lejano que tuvo de más pequeña.

Recordando aquello, su atención y necesidad de cariño le hizo dirigirse hacia sus muñecos, más específicamente el de hebras rosadas. Tomándolo, acarició su cabello y un poco su mejilla helada, un movimiento y un tacto que era posible gracias a que su padre le permitió sacarlo de ese extraño lugar del que ya jamás le volverá a llevar.

Pero también se repetía, que este objeto que ahora era su nuevo amigo, que le recordaba ese sueño y por eso lo había tomado; un rostro amable y algo joven como la de ella, nada parecido a la de su amado padre.

Y, a decir verdad, tenía varios sueños difusos, donde estaba segura eran seres que no eran su padre. Unas sombras y rostros distintos que fueron amables con ella, más había uno en especial que no llegaba a interpretar del todo, pero era presente cada que se sumía cada noche en su cama.

Llegaba a ver dentro de su mente a alguien poseedor de varios cabellos dorados ondulándose al viento que la sostenía a la cercanía del mar, y unos ojos que le recordaban mucho a Dio, pero que, a la vez de ser tan iguales, eran muy distantes. 

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