8-Daniel:
Aquel mismo día, cuando salí del colegio, Daniel estaba esperándome en la puerta. Se paseaba por allí como cualquier otro hermano de las alumnas. Estaba con su bicicleta. Al verme me hizo señas.
— Hola, ¿qué tal tu día?
— Mejor ni preguntes.
La chica que me amenazó apareció por la puerta principal junto a otras amigas entonces e hizo un gesto de burla. Sus amigas se rieron de mí. El chico las miró sorprendido.
— Ya veo que sos tan popular como lo era Vale —comentó Daniel, con ironía.
Me encogí de hombros, no me importaba mucho si tengo que decir la verdad. Todas mis demás compañeras no tenían ningún valor para mí... por no decir que eran una porquería, al igual que toda la gente de ese maldito colegio. Incluso las monjas, a excepción de la hermana Rosa, ella era especial. Sin embargo, no la veía mucho por allí.
— ¿Vives muy lejos?
— Más o menos...
— ¿Te gustaría que fuéramos a tomar una coca?
— Ammm, no sé... mi mamá... —titubeé. A mi mamá le gustaba que llegara a horario para poder darnos de comer e ir a lo de José, a él le gustaba que fuera. Sin embargo, lo pensé mejor, no tenía ganas realmente de volver a casa.
El chico insistió un rato.
— Está, bien... Vamos —cedí.
En ese momento vi de reojo a Pamela, que se nos quedó mirando fijamente e hizo un gesto de molestia. Le di la espalda y apuré el paso antes que llamara a Melina o ésta tuviera la mala idea de aparecer de repente. No muy lejos de donde estábamos había un lugar donde solían reunirse las chicas del colegio, por lo que le dije a Dani que entráramos allí, que era un buen lugar y bastante barato, pero no quiso.
— No aquí no... más allá hay uno donde íbamos con Vale. Es mucho mejor y no hay tanta gente.
Pensé entonces en Melina y en la posibilidad que espiara a Vale cuando estaba con él, por un momento me imaginé las consecuencias de que nos vieran juntos. Entonces le estaba por decir que no era buena idea, que mejor no fuéramos allí por las dudas... sin embargo no pude porque me interrumpió y empezó a hablar de su amiga. Estaba muy triste aún por la muerte de Valerina.
— Pensé en lo que me dijiste... yo...
— Te aseguro que fue Melina la culpable.
— Te creo, estuve pensando...
Comenzamos a hablar de Valerina y de lo que había pasado ese día en el colegio, de la intervención de la policía. Dani me confesó que al principio no podía creer que Melina hubiera hecho aquello a propósito, había pensado que debido a la ira sólo la empujó... con aquel fatal desenlace pero que acabó por asimilarlo. ¡No podía entender cómo había sido capaz! Aún menos el accionar de la policía. Estaba muy enojado, opinaba que no habían hecho más que pasearse por la oficina sin hacer nada útil.
— ¿Pero la familia sabe... la verdad?
— No, no creo que Sofía le haya dicho a alguien lo que pasó. Seguramente se lo prohibieron —me explicó, mientras llegábamos al sitio elegido por él para tomar una bebida—. Es muy probable que se hayan tragado la versión de la policía.
— Habría que decirles.
— ¿Eso crees? No lo sé... Si el padre de Melina tiene mucho poder como dicen, me parece un poco peligroso.
— Pero... ellos deben saberlo, ¡son sus padres! Además, ¿qué podrían hacer?
Lo pensó un poco y al final asintió con la cabeza.
— Sí, tienes razón... —manifestó. Aunque se veía indeciso, quizá estaba preocupado por Sofía.
— Creo que es lo menos que podemos hacer.
Dani estuvo de acuerdo y planeamos ir un día. Luego de varios segundos comentó:
— Vale no la quería —me dijo, con el ceño fruncido—. Decía que siempre la molestaba pero nunca supe por qué...
Me quedé pensando en si decirle que estaba celosa porque él le gustaba pero, de pronto, cambió de tema y empezó a bombardearme de preguntas sobre mi vida. Estuvimos mucho tiempo hablando y cuando quise acordar eran las cinco de la tarde. Pensé en mamá y en que me iba a matar, así que me despedí de él y corrí a casa. Seguramente estaría preocupada. El celular se había quedado sin batería y no pude avisarle que llegaría tarde. Tenía miedo de enfrentarla, sin embargo nunca me esperé lo que iba a pasar.
Al llegar a casa vi a mi hermanito en la vereda, sentado en el cordón de la calle. Estaba llorando y los mocos le colgaban por la pera. Daba una sensación de desamparo que llegó a conmoverme.
— ¡Ana! ¡Ana! —comenzó a gritar de felicidad al verme, corrió hacia donde estaba y se abrazó a mis piernas.
— Estoy bien. No llores.
— José... José decía que... que... que seguro estabas muerta... en... en un basurero —me dijo entrecortadamente por el llanto.
¡El muy idiota le dijo eso a un niño pequeño! ¡¿Era necesario ser tan cruel?! ¡Cómo odiaba a ese sujeto!
— No te preocupes, estoy bien, ¿ves? No me ha pasado nada.
— ¿No te hizo picadillo una pandilla? —preguntó con toda inocencia.
— No, Manu, estoy bien. Nadie me hizo nada —respondí, sonriendo y también pensando de dónde sacaría esas ideas. ¿Lo habría escuchado de labios de José también?
Traté de consolarlo como pude, sin embargo poco caso hacía y las lágrimas seguían cayendo de sus ojos.
— ¿No te atacó un voilador?
— ¿Un qué?
— ¡Un voilador!... José dice que te atacó eso.
¡Ah, un violador! Pensé... Vaya imaginación tenía José. ¿Por qué no se la guardaría para él solo? Mamá debía estar histérica.
— No me atacó nadie —dije, dudando si preguntar si sabía qué era un violador. No obstante decidí que era mejor no hacerlo.
Caminé unos pasos con él todavía aferrado a mí, por algún motivo no quería soltarme.
— ¿Y mamá?
— Adentro.
Me desprendí de él a la fuerza y pude llegar a la puerta de casa.
— Ana... —me llamó mi hermanito, titubeando, algo alejado de mí.
— ¿Qué?
— Está con José.
Parecía una advertencia... en sus ojos rojos por el llanto había miedo, mucho medo. ¿Qué más había pasado? Pensé con temor. Por unos segundos pensé en huir, ¿pero dónde iría? Así que abrí la puerta, Manu se quedó fuera. En el momento en que aparecí, vi ante mis ojos a mi mamá que se abalanzó sobre mí.
— ¡Oh! Ana. ¡¿Qué pasó?! —me dijo llorando. Su rostro estaba hinchado por el llanto.
¡Vamos, sólo había estado ausente un par de horas! Pensé. El maldito José había montado un bonito drama.
— Nada... estuve con un nuevo amigo. ¡Perdón, ma! No pude avisarte que llegaba tarde porque el celular se quedó sin batería. ¡No tenía cómo cargarlo! —me justifiqué como pude.
En ese momento apareció José detrás de ella, me miraba con una expresión inescrutable. Este le dio una palmadita en el hombro. Mi mamá me soltó y lo miró sorprendida.
— Ya sabes lo que tienes que hacer —le dijo con una frialdad que nunca voy a olvidar. Luego le pasó un cinto de cuero negro.
Mi mamá lo tomó y, por unos segundos, pensé que se iba a oponer... no obstante no lo hizo. Lo primero que sentí fue el sonido al caer sobre mí y luego el dolor. Mi mamá me golpeó con el cinto de José durante veinte minutos, aunque a mí me parecieron horas. José no dejaba de alentarla, recordándole lo rebelde que era y que debía corregirme antes de que fuera tarde. Nunca había sentido tanto dolor. Pensé que moría ese día...
Sin embargo, no morí... aunque me hubiera gustado haber muerto. Nunca pensé que mi mamá me haría algo así. Esa noche dormí de costado porque las heridas en la espalda me dolían mucho y mi brazo derecho estaba lleno de moretones, con el tiempo aparecerían muchos más. Al siguiente día no fui al colegio debido a que amanecí con fiebre. Seguramente alguna herida se había infectado. Mi mamá me las desinfectó con alcohol, molesta por tener que hacerlo y todavía largándome reproches, incluso recalcando que aquello era culpa mía. Aunque le veía preocupada... Ahora comprendo que si ese día me hubieran llevado a una salita de emergencia, los médicos habrían llamado a la policía.
Curarme de aquellos golpes me costó sólo una semana, pero marcó en mí a fuego la idea de lo que sería mi nueva vida allí. Nunca lo olvidaría. Ahora sabía bien de que era capaz mi madre y también el cobarde de José. Cuando pude mover el brazo derecho sin sentir muchísimo dolor, volví al colegio... No obstante, lo primero que hice fue cargar mi celular para poder llamar a mi papá. Tenía que irme de allí... si no lo hacía por mí, tenía que hacerlo por mi hermanito.
— ¡Oh, Ana! ¡Qué bueno escuchar tu voz, hija! —me saludó.
Hacía mucho tiempo que no sabíamos de él. Al menos unas tres semanas. Mamá nos decía que estaba muy ocupado para llamar... y así parecía.
— No has llamado...
— Lo sé... perdona, hija... ya sabes que con el bebé tengo el tiempo limitado. ¿Cómo están por allá? ¿Ya hiciste nuevos amigos?
Me quedé callada, parecía apurado, como si le fastidiara la llamada.
— Más o menos...
— ¿Qué pasó?
Entonces le conté lo que había pasado con José, sin embargo no creo que me prestara mucha atención. Todo el tiempo me interrumpía dándole órdenes a alguien, justo lo había pillado en el trabajo.
— Puedo llamarte más tarde si estás ocupado —le propuse, ya enojada... y triste. Sentí lo poco que le importábamos... Quizá mamá tenía razón... él ya tenía una nueva familia de la que ocuparse.
— No, no. Sígueme contando.
Cuando acabé de decirle todo lo que me había propuesto, le supliqué que nos dejara ir con él.
— ¿Venir aquí? Pero... Pero, hija, no tenemos lugar. ¿Qué piensa tu madre de esa idea?
— Nada, no le he dicho nada —respondí, sumamente decepcionada.
— Lamento todo lo que está pasando, pero realmente... justo ahora... sería muy complicado... Quizá unos meses más tarde... pero no sé.
Unos meses más tarde quizá ya hayamos muerto... pensé molesta.
— Voy a hablar con tu madre... lo prometo, para que solucione el problema.
— ¡Pero si mamá es el problema!
Hubo una breve pausa.
— Ana, lo siento, pero realmente no puedo recibirlos ahora.
Las lágrimas interrumpieron lo que iba a decirle... creo que eran más de rabia que de desesperación. Entonces colgué la llamada, sin despedirme. Sentí como si una puerta se cerrara. ¿Y ahora qué íbamos a hacer? Siempre había imaginado a mi padre como una posible salida.
Ese día corrí al colegio y aun así llegué tarde, sin embargo ya no me importaban los retos de las monjas. ¡Nada podía empeorar! Mi día fue como todos los demás y el único consuelo fue ver a Dani. Él me causaba una sensación de confianza por lo que le conté parte de lo que me pasaba.
— Tienes que enfrentar a tu mamá y a José... no esconderte. Cuando ese tipo sepa con quien se mete, nadie va a volver a hacerte daño. Pero debes ser fuerte, Ana.
Tal fue su consejo y me preparé para llevarlo a cabo. Quizá tuviera razón... había actuado hasta entonces como un conejo asustado y ya era hora de convertirme en un perro rabioso. Aquello me subió el ánimo y pude enfrentar mejor a mamá. Por el momento funcionaba... hasta que mi papá llamó a casa (¡Cuatro días después de que le llamara! Vaya tiempo me dedicó) y la pelea fue mayor.
— ¡Tu padre no tiene derecho a opinar sobre mi vida! ¡Nadie lo tiene! ¡Quién se ha creído que es! ¡Soy dueña de hacer lo que quiera! ¡Él ya tiene a su propia familia! —gritaba incoherentemente y fuera de sí—. ¡Es la última vez que le llamas! ¡Nadie se va a ir de aquí! ¡Tengo derecho a criarlos como me plazca!
Intenté enfrentarla, como me dijo Dani. Al menos de esa manera podía intentar que comprendiera... No obstante lo único que recibí como respuesta fue una cachetada.
— ¡Es la última vez que me hablas así! ¡O le digo a José! —me amenazó furiosa.
— ¡Y decile a tu estúpido noviecito!
Salí corriendo y me encerré en mi habitación. Tenía miedo realmente que apareciera... sin embargo no lo hizo. Mi mamá ya no parecía mi mamá... era otra persona. Se había vuelto "extraña". Estuve encerrada todo el día y, para matar mejor el tiempo, estuve leyendo el diario de Soledad, que había abandonado hacía tiempo.
- 2 de mayo: Rocío intentó hablarme en el recreo pero por suerte logré escapar de ella. Seguro pretendía burlarse de mí. Pero yo le gané.
- 7 de mayo: Hoy le hablé. No debería haberlo hecho. Él se molestó mucho conmigo y más aún cuando lo hice en el colegio. Estuve muy triste. Lloré a mares, creo que mi vida ya no va a ser igual que antes.
- 13 de mayo: ¡Lo vi con una chica! ¡Lo vi! No puedo entender por qué... yo ya no le intereso. Me siento como un juguete usado para él. Ahora tiene otro bien "nuevo", por lo que dicen. Y me da pena porque también era como ella. Hasta que me llevó a su cama.
¡Qué horrible debe ser sentirse así! Como un juguete usado que se deja de lado porque ya no se desea más. No podía imaginarme bien a este chico que ella nombraba con la letra L. Nunca había conocido a alguien tan despreciable como él... excepto José claro, pero José era viejo.
En ese momento pensé en Daniel, él nunca le haría nada así a nadie. Parecía ser muy bueno. Y también era muy amable y atento, al menos conmigo. Siempre me había tratado bien. Sus consejos me habían servido mucho en casa y pensaba aplicarlos en el colegio. Creo que si en este momento me dijeran que nombrara a un chico ideal, sin dudarlo diría su nombre.
Creo que en ese momento no me di cuenta cuánto me estaba encariñando con Daniel.
- 18 de mayo: Rocío me atacó cuando salí de clase. Me agarró del brazo e intentó empujarme hacia la plaza para "hablar" según ella. Le pegué en la cara y huí. Creo que la lastimé.
Por otro lado, L. no ha vuelto a hablar conmigo. Me ignora en los pasillos del colegio. Creo que no le importo más. A veces pienso que matarme sería una buena solución.
Después de leer esto me di cuenta de lo parecida que éramos, con la diferencia de que yo no estaba enamorada. Tenía una enemiga... Yo tenía tres, bueno... muchas más si contamos las que apenas conocía, como esa Nadia y también Karen. Y otras más que se mantenían a la sombra.
Comencé a leer algunos de sus poemas. Realmente eran buenos, me gustaban mucho... no obstante se hacían cada vez más... "raros", creo que es la palabra. Hablaban de dolor, de muerte, de tumbas. Era una poesía siniestra. Sin embargo, me agradaban mucho porque podía identificarme con algunos de ellos. Parecía que Soledad y yo podríamos haber sido hermanas... Entonces me pregunté qué habría sido de ella... Cuando habitamos la casa realmente daba la impresión de haber sido abandonada por los dueños.
Pensando en eso estaba cuando tocaron la puerta, me sobresalté.
— ¿Ana? ¿Puedes salir? ¿Podemos hablar? —Era mamá.
No respondí, casi entré en pánico. Era difícil seguir los consejos de Daniel, él tenía razón: tenía que ser fuerte.
— ¿Ana? ¿Estás despierta?
Intentó unos segundos más, golpeando la puerta, no obstante no iba a abrirle... Luego la manija comenzó a moverse y sentí cómo insultaba. Luego... silencio. Estuve preocupada de que ella volviera pero eso no sucedió.
Cuando llegó la hora de la cena no salí de mi cuarto, no tenía hambre, aunque no había probado bocado en todo el día. Mamá tampoco me llamó, sin embargo estaba por acostarme cuando apareció mi hermanito. Sabía qué significaba eso. José estaba en casa... Cerré la puerta con la llave que le había robado a mamá y nos recostamos juntos. Manu se durmió pronto pero yo no pude hacerlo. Temblaba de miedo. No sabía si mi mamá iba a cumplir con sus amenazas. Ya no confiaba en ella. La confianza que había entre nosotras había desaparecido por completo. Y jamás regresaría...
Logré dormirme poco antes del amanecer, cuando oí que iba a acostarse. Había sobrevivido a esa noche, pensé más tranquila. No obstante no iba a descansar mucho ya que dos horas después sonó el despertador y tuve que levantarme. Le preparé el desayuno a Manu y ambos fuimos al colegio. Mi mamá ya no nos acompañaba, creo... supongo que por consejo de su estúpido novio. Poco a poco nos estaba separando de ella.
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