4-Bruja:

 A la mañana siguiente me levanté sin ganas de ir al colegio. Me quedé un rato en cama. ¿Para qué ir a la escuela? Recordé que iba a pasar a buscarme Pamela y recién entonces cambié de opinión. Mientas me colocaba el uniforme, oí una pelea en la cocina. Mi mamá hablaba a los gritos con alguien, pensé que era mi hermanito la causa.

—¿Qué hiciste esta vez? —le pregunté cuando me lo encontré en el pasillo, al ir al baño.

—Nada —respondió, encogiéndose de hombros.

—¿Y por qué gritaba recién, mamá?

—José —susurró y corrió hacia el baño.

Corrí tras él. ¡Necesitaba entrar! ¡Iba a llegar tarde!

—¡Salí de ahí! ¡Tengo que ir al colegio!

—¡¿Y?!

Forcejeamos en la puerta, pero logró entrar. ¡El muy maldito cada vez tiene más fuerza! Y ya no se lo puede sobornar como antes...

—¿Qué pasa? ¡Quieren parar! No oigo —dijo mamá, apareciendo por el pasillo con el celular en la mano.

—¡Tengo que prepararme para el colegio! —le indiqué molesta.

—¡Basta, Ana! Ya eres grande. —Fue su respuesta. Luego siguió hablando por el celular—. Perdón... mis hijos... Hoy mismo hablaré con Jorge, te lo prometo, tendré ese dinero... No, no... sabes que no te miento.

En ese momento desapareció por la puerta de la cocina. Otro sujeto más que decepcionaba a mi madre, a veces tengo lástima por ella. Sin embargo, no puedo entender por qué siempre le pasa lo mismo.

Estaba por desayunar y apareció Pamela, así que tomé mis cosas y dejé la mesa apresuradamente.

—¡Espera, Ana! No tomaste la leche —me gritó mamá, cuando estaba en el umbral de la puerta. Frente a mí estaba Pamela, Roxi y otra chica que no conocía. Al escuchar a mi mamá, las tres se miraron con burla.

—¡Chau, ma!

Salimos de la casa y comenzamos a caminar por la calle.

—Tu mamá es tan insoportable como la mía —manifestó Pamela—. Aunque, según mi tío, es peor.

Le hice un gesto y me quedé callada. ¡Maldito sujeto! En ese momento me presentaron a la otra chica, su nombre era Melina. Era de baja estatura, muy delgada y de cara alargada. Al lado de sus amigas se veía bastante fea.

—¿Y ese collar? —indagó Melina, con el ceño fruncido.

Me señaló un collar de cinta negra que llevaba un dije de una estrella.

—¿Qué tiene?

—Parece el de una bruja —dijo la chica y las tres comenzaron a reír.

¿Qué demonios? Pensé. Miré hacia atrás y vi que mamá se había quedado mirándonos desde la puerta con una sonrisa. Suspiré de molestia... no quería decepcionarla, sin embargo estas tres chicas ¡eran unas idiotas!

—Te vigila, ¿eh? Tiene miedo de que te conviertas en un ratón, seguro —bromeó Pamela y se echaron a reír. No me pareció nada gracioso.

Íbamos llegando a la esquina y doblamos, perdiendo de vista a mamá, entonces la actitud de las chicas cambió. Ya no se burlaban de mí, no obstante se pusieron un poco agresivas.

—Hasta aquí te acompañamos, ¿ves ese banco que hay allí? Ahí se detiene el autobús o colectivo como le dicen ustedes. Ese grandote que te lleva al colegio —me dijo Pamela, haciendo grandes aspavientos con los brazos, como si fuera estúpida y no entendiera.

Sus amigas empezaron a reír de nuevo.

—Ya sé que... —comencé diciendo enojada, no obstante Melina me interrumpió.

—Perdona... pero no nos juntamos con brujas. Tus ojos dan miedo.

Rieron más fuerte y me dejaron atrás. ¡Estaba furiosa! ¿Qué problema había con mis ojos? Que sean grises no tiene nada de malo.

— ¡Bruja! ¡Bruja! —gritaron a compás y salieron corriendo.

La burla me pareció tan estúpida y patética que me dio ganas de reír. ¿Tan hueco tenían el cerebro que no eran capaces de algo más? Claro que entonces no me había percatado de lo supersticiosa que puede llegar a ser la gente y más en un colegio católico.

Al llegar al colegio me encontré con un grupo de chicas que me miraron sorprendidas y luego comenzaron a reír. No le di mucha importancia, ya se había regado como pólvora el hecho de que era nueva en el colegio, sin embargo cuando me volvió a pasar otras dos veces más comencé a preocuparme. ¿Pamela sería tan maldita para inventar un rumor así? Estaba pensando aquello cuando la misma chica de pelo corto, que el día anterior me había encontrado en el baño, me atropelló, empujándome y susurrando: "bruja". Luego se alejó riéndose.

Entré al aula furiosa con Pamela y sus dos amigas, con la idea de enfrentarlas, no obstante allí no estaban. Por suerte, las dos chicas que me habían hablado el día anterior se encontraban sentadas en sus bancos. Sin embargo, sólo nos habíamos saludado cuando apareció una monja que antes no había visto. Nos hizo parar al lado del banco y salimos en fila. Hacia el final del colegio, luego de atravesar un gran patio al aire libre con jardines, se encontraba la capilla. Allí daban la misa matutina.

El padre Alfonzo, un hombre bajo y rechoncho con una sonrisa bondadosa, nos recibió en la puerta. Mientras entrábamos nos miraba fijamente. En cierto momento, al pasar cerca de él, sus ojos se posaron en mí e hizo un gesto raro con la comisura de la boca. Luego llamó a la madre superiora y estuvo conversando con ellas unos minutos. Temí que pasara algo...

En los largos bancos nos colocamos de pie. Había un coro de chicas en la esquina derecha, allí vi a Pamela y a sus dos amigas.

—Disculpen... Disculpen —La madre superiora se introdujo en el banco en donde estaba sentada, empujando a las otras chicas de mi curso. Me tomó del brazo—. Acompáñeme.

La seguí, sumamente preocupada. ¿Qué había hecho? En los jardines recién abrió la boca, dentro de la capilla el coro comenzaba una canción.

—¡Quítese ese horrendo objeto! ¡¿Cómo se le ocurre usar algo así?! —me ordenó, escandalizada.

Tomé el collar de la estrella y me lo saqué. No entendía qué pasaba ni por qué armaba tanto lío por un colgante. Entonces recordé vagamente que en el reglamento decía algo sobre llevar joyas. ¿Qué decía?... No lograba recordar exactamente.

—Yo... yo... No sé por qué... —balbuceé asustada.

—¡Es un símbolo del diablo! —exclamó furiosa.

—Pero... si sólo es una estrella —repliqué sorprendida.

—¡No se atreva a interrumpirme cuando hablo! ¿Le queda claro? —ordenó, escupiéndome en el rostro.

Asentí con la cabeza.

—Dígale a su madre que mañana venga a verme a primera hora —me ordenó, mientras tomaba un pañuelo y se secaba el sudor del rostro—. Entre y mantenga la disciplina.

Casi me empujó dentro de la capilla. Tomé el collar y lo metí en el bolsillo de la chaqueta... ¡No podía creer lo que había pasado! Sólo había estado dos días y ya llamaban a mi madre de la dirección. ¡Me iba a matar!... Para colmo los ojos de la monja no se apartaron de mí. Fingí cantar porque no sabía la letra de la canción. Rogué que no se hubiera dado cuenta.

Más tarde en el aula, Sofía y Valerina quisieron saber qué había pasado. Al contarles todo, me explicaron que en aquel colegio eran muy estrictos con el aseo y el arreglo de las alumnas, cualquier objeto decorativo era prueba de vanidad. Aquello era considerado un pecado y castigado con severas medidas disciplinarias.

—¡¿Me van a expulsar?! —pregunté horrorizada.

—No lo creo. Supongo que te darán sólo un aviso... por lo que recién ingresas al colegio —manifestó Sofía.

Valerina estuvo de acuerdo.

—Sí, siempre dan un aviso antes.

—¿Qué significa un aviso, Vale?

—Sanciones —aclaró.

Me encogí en el banco... ¡Sanciones en apenas dos días! ¡Mamá iba a matarme, sin duda alguna!

—¿A ver el collar?

Lo saqué de mi chaqueta y lo puse en el banco. Sofía dio un respingo del susto y me quedé desconcertada.

—¡Guarda eso! ¡Guarda eso! —dijo ocultándolo con sus manos y mirando a las demás chicas. Nadie nos observaba.

—Pero... ¿qué tiene de malo?

—Ese símbolo... La estrella de cinco puntas o el pentáculo invertido, es considerado un símbolo del satanismo, la brujería y la magia negra —me explicó Sofía.

—Eso es una tontería...

—¿Una tontería? Ya vas a ver que para las monjas NADA es una tontería —repicó Sofía y añadió—: Guárdalo y nunca más lo traigas.

En ese momento entró un profesor bajito y con lentes. De inmediato empezó a hablar con su voz aguda.

—Buenos días, señoritas, yo soy el profesor Hernández. Seré el suplente de su profesor de inglés ya que se encuentra enfermo.

Hubo varias murmuraciones hasta que una chica se atrevió a preguntar cómo estaba. El sujeto, dejó el pequeño maletín negro que traía con él en el escritorio, y respondió:

—Ese asunto no le atañe.

Luego comenzó preguntando por dónde iban y empezó la clase. Lamentablemente poco tiempo pasó para descubrir que mi inglés era muy básico. Llamé la atención del hombre, que me recomendó estudiar más en casa y tomar un profesor particular para no atrasarme... Pensé en mamá, no podíamos permitirnos gastar dinero si ésta tenía ya deudas. Me terminé deprimiendo.

En el recreo, me uní a Sofi y a Vale y fuimos al jardín que quedaba detrás del colegio. Era un lindo sitio, no iba mucha gente por allí y me sentí más cómoda. En los pasillos no dejaban de murmurar mi nombre.

—Parece que tu conversación con la madre superiora se esparció por todas partes —murmuró Sofía.

Largué un suspiro de molestia... Primero me decían bruja y, después del encuentro con la mujer, ¡iban a pensar que estaba metida en cosas raras!

—Aquí es un lugar seguro —afirmó Valerina, mientras desenvolvía un paquete con una enorme medialuna.

La miré sorprendida por el comentario.

—¡Oh! A mí también me molestan de vez en cuando... Pero aquí siempre está el padre mirando por una ventana —aclaró, señalando la capilla con un gesto. Miré hacia allí y efectivamente estaba el cura observando el patio.

—¿Quienes te molestan?

—Las idiotas de las populares —intervino Sofía sin darle mucha importancia—. Melina, Pamela y Roxi... También está Olga pero a ella casi ni la vemos porque es mayor... Tienes que ignorarlas y te dejan en paz.

—A veces es difícil ignorarlas —comentó Vale, molesta.

—Son unas huecas, Pamela es sobrina del novio de mi mamá y me obligan a hablarle. Esta mañana me llamaron "bruja".

Ambas me miraron muy preocupadas hasta que Sofía comenzó a reír de pronto:

—Bueno, a lo mejor te toman miedo y dejan de molestarte...

—No es chistoso —repliqué frunciendo el ceño.

—¡Claro que sí! Cuando se acerquen, grítales algún hechizo.

Aquello provocó la risa colectiva. ¡Era una buena idea! Pensé entonces, riendo junto a mis nuevas amigas...

Al terminar la mañana escolar, me despedí de las dos y me fui al colectivo. Por suerte allí no estaba Pamela ni compañía y disfruté del viaje, claro que al llegar a mi casa y contarle a mi mamá que la directora la esperaba a la mañana siguiente, las cosas cambiaron.

—¡Me llaman en el segundo día de colegio! ¡¿Qué demonios pasó, Ana?! —exigió una explicación.

El muy idiota de mi hermano comenzó a burlarse, mientras se sentaba en la mesa para almorzar.

—¡Cállate! —le gritó mi mamá y luego me miró, estaba muy molesta.

—Perdón, mamá. Fue por ese estúpido collar —dije, largando un suspiro. Ya veía la discusión que se venía.

—¿Qué collar? ¿De qué hablas?

Saqué el collar de mi chaqueta y se lo di. Ella lo tomó y lo observó, desconcertada.

—¿Qué tiene esto de malo?

Entonces le expliqué lo del símbolo diabólico y la magia negra. Puedo decir que ella tampoco entendió por qué habían armado lío por semejante insignificancia, no obstante, como era de esperar, igual me reprendió.

—Pamela seguro no notó el collar sino te hubiera dicho que te traería problemas —comentó, mientras se sentaba en la mesa y dejaba el colgante a un lado—. Menos mal que la tienes para guiarte.

Hice un gesto de desagrado... ¡Pamela había sido parte del problema! ¡Lo había empeorado todo! Lo único que había hecho había sido burlarse de mí.

—¿Qué pasó? —preguntó de pronto—. ¿Se pelearon?

—Emmm... no exactamente —titubeé sin querer decirle nada y agregué, cambiando de tema—: Tengo dos nuevas amigas.

—¡Ah, sí! ¡Qué bueno, hija! Puedes invitarlas cuando quieras.

Mamá se veía desanimada y noté que la entrevista con la directora no era el único problema que tenía en la mente. En el almuerzo estuvo callada y pensativa, algo que no era su proceder habitual, por lo general no se cansaba de hacer preguntas.

En un momento su celular sonó y vi que era José... ella lo miró y lo dejó de lado. Por primera vez no lo atendió. Parecía que las cosas entre ellos no estaban nada bien.

Iba a preguntarle qué pasaba cuando ella se me adelantó y, palmeándome al brazo, me dijo que no me preocupara. No obstante, aquella noche antes de acostarme me asusté realmente...

En un momento vi que salía de casa.

—Ana, ya vengo. Voy al kiosco —me dijo.

¿Al kiosco? Pensé... seguro que iba a ver a José, a juzgar por cómo se había vestido. Y confirmé mis temores cuando pasó una hora y no volvía.

—¿Y mamá? Tengo hambre —me dijo mi hermanito. También tenía cara de sueño.

Agarré el celular y le llamé... no respondió. Así que me fijé en la heladera y calenté un poco de comida que había sobrado del almuerzo para mi hermano, yo no tenía hambre. Tiempo después lo acosté y me quedé esperándola. Eran las dos de la mañana y aún no aparecía. Realmente me asusté... aunque sabía que estaba con José. Sin embargo, él no me inspiraba confianza.

Me estaba cambiando para acostarme, ya que aparte de estar ausente tampoco respondía el celular, cuando oí ruido en la puerta. Entró llorando y un poco fuera de sí. Corrí hacia ella asustada y vi que tenía la ropa revuelta y una marca roja en la cara.

—¡Mamá! ¿Qué pasó?... Te estuve llamando.

—Nada... nada... No hagas preguntas —replicó y, cubriéndose el rostro con el cabello, pasó rápidamente a mi lado y se encerró en la habitación principal.

Me quedé mirando su puerta, muy preocupada y alterada... ¿Qué le habría pasado? Le seguí haciendo preguntas, sin embargo no respondió hasta que se enojó y me ordenó que me fuera a la cama. Así que eso hice.

No dormí mucho aquella noche... No tenía que dejar que mamá fuera a ver a ese sujeto otra vez... No tenía la certeza que hubiese estado con él, no obstante lo sospechaba.

A la mañana siguiente, estuvo muy callada y triste todo el desayuno. Preparó la mochila de mi hermano para que fuera al colegio y huyó de mí todo el tiempo.

—Mamá...

—Vete al colegio que llegarás tarde.

—Pero... —En ese momento vi su muñeca y tenía un moretón alrededor, como si alguien la hubiera sujetado muy fuerte. Rápidamente lo ocultó con la manga de su camisa.

—Más tarde nos vemos —dijo, evasivamente.

—Fue José, ¿no? ¿Él te pegó? —le largué furiosa.

Suspiró y se sentó en una silla, con las manos ocultando su cara.

—No pienses mal de él. Es un buen hombre, me ha ayudado mucho... Sin embargo... yo no entiendo algunas cosas y grito mucho...

—¡¿Lo estás justificando?! —exclamé sorprendida y enojada con ella.

—Fue mi culpa... Ya sabes cómo me pongo cuando me enojo.

No podía creer lo que estaba escuchando.

—Mira, después hablamos, ve al colegio que llegarás tarde. Nos vemos más tarde —repitió, pasándome la mochila.

Como vi que no iba a sacarle ni una palabra más, me fui de casa. ¡No podía creerlo! ¡Seguramente se pelearon y el maldito sujeto le pegó! ¡Era tan obvio! No obstante eso podía soportarlo, lo que no podía soportar era que mi madre lo hubiera justificado, echándose la culpa de todo. ¡Odiaba a José!

El día en el colegio transcurrió como de costumbre hasta que apareció mamá a ver a la monja a cargo. Estaba en clase cuando se asomó por la puerta y le pidió a la profesora hablar conmigo unos minutos.

—Acabo de hablar con la directora... o mejor dicho madre superiora, como me aclaró que le llamara... Mira, Ana, ten cuidado. Quizá no lo pensé bien al traerte aquí. En fin... Ten cuidado —repitió enigmáticamente.

—¿Por qué? ¿Qué pasó, mamá?

—Toman muy en serio estas cosas. Me ha dicho que no va a tomar medidas disciplinarias, porque cree que seguro que al ser nueva aún no te has aprendido bien las reglas... Además de un montón de comentarios absurdos sobre el demonio y... quedarse en el lado de la luz... y no sé qué otras tonterías. Por eso, ten cuidado con lo que dices o haces. Es un buen colegio y... Estudia y te irá muy bien.

Dicho esto me empujó al aula y se fue por el pasillo, murmurando que la esperaban en el trabajo. No sé bien qué conversación tuvo esa monja con ella, pero logró asustarla. Luego de aquella entrevista miraba obsesivamente mi forma de vestir y lo que usaba. Aunque no hizo más comentarios al respecto. Gracias a la suerte que no se enteró de que en el colegio comenzaban a molestarme llamándome bruja, en especial Pamela y sus amigas. Y así pasó una semana hasta que un incidente volvió a traer el tema a discusión.  

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