30-Revelaciones:

Llegué a casa en estado de shock, ni siquiera me di cuenta que aquella seguía vacía. Tampoco noté el bulto de bolsos, semi escondidos al lado de la puerta y el ropero, donde se guardaban los abrigos y los paraguas de las visitas. Subí a mi habitación sin detenerme a pensar y me tiré en la cama. Increíblemente no lloraba, no podía, mis ojos estaban secos. No obstante, no lograba pensar en otra cosa más que en la verdad: mi futuro adorado en compañía de Marcos Brown estaba destruido por completo.

Él me había metido, me había usado deliberadamente y se había deshecho de mí cuando me convertí en un problema, como si no valiera nada. Según Rocío con todas tenía la misma forma de actuar. Las manipulaba al punto de que una creía que la culpa de todo era propia. ¡Y vaya si lo había creído! Pero al fin había abierto los ojos.

Poco después de llegar, escuché ruido en la casa, alguien había vuelto. Me preocupé, ¿y si fuera José? Tuve el instinto de meterme bajo las sábanas sin hacer ruido y fingir que dormía. No quería que descubrieran que me había escapado, también me ahorraba una posible conversación. No quería hablar con nadie.

Dos juegos de pasos subieron por las escaleras y se acercaron a mi habitación. Murmuraban algo.

— Está dormida —suspiró mamá en voz muy baja.

— ¿Ves? No había de qué preocuparse. Sus amenazas siempre son mentiras, te lo advertí.

Esa voz... la recordaba... ¿Era...?

— Lo sé... ¡Pero tengo tanto miedo! —exclamó mamá.

— No tienes por qué, yo estoy aquí contigo. —Sí, era la mamá de Pamela.

— No sé qué haría sin ti... ¿Le sigo dando eso? ¿No crees que le hará mal? Duerme mucho.

— No le hará nada. Es mejor que duerma —susurró Viviana.

— Sí... mejor.

— ¿Esta noche es "la noche"?

— Sí.

Cerraron la puerta tras ellas y, cuando oí que bajaban las escaleras, me atreví a moverme en la cama. Por primera vez desde la golpiza atiné a pensar que algo extraño estaba pasando en casa. Lamentablemente ese pensamiento duró poco en mi mente y fue sustituido por el de Marcos. ¡Qué importaba ya el infierno en el que vivía! ¡Qué importaba mamá y su estúpido novio! Mi presente estaba hecho añicos y acababan de destruir mi futuro. Mi vida no valía nada.

Nunca me enteré qué quiso decir Viviana con aquel extraño comentario, porque a las siete de la tarde ya no pude aguantar más. Había enviado al profesor Brown más mensajes de los que jamás me atreví a mandar. Quería respuestas. Quería que él confesara la verdad. No obstante nunca le llegaron. Recordé que me había bloqueado y entonces tomé una resolución. Iba a llamar al celular de su mujer y preguntaría por él, fingiendo ser una monja del colegio. Creo que aún tenía la esperanza de que no existiera tal persona... de que todo fuera una pesadilla, como en una mala película de terror.

Sin embargo, la voz que respondió era femenina.

— ¿Si?... ¿Hay alguien ahí?

Incapaz de hacer salir mi voz de la garganta, colgué. Temblaba entera y no podía pensar en otra cosa: Marcos no sólo me había mentido, me había usado y ahora... sólo era basura para él. Las lágrimas seguían sin aparecer pero una fuerza increíble aumentaba en mi interior. Incapaz de pensar en nada más, resolví ir hasta su casa y enfrentarlo. Ni siquiera pensé en las consecuencias de ello ni en lo inconveniente de aquel paso, sólo quería gritarle en su arrugada cara: ¡Te odio! ¡Te odio!

Me puse la campera y, como mamá y Viviana seguían en el medio del salón conversando, tuve que buscar una salida alternativa.

— ¿Escuchaste eso? —indagó mamá.

Mi corazón casi se detuvo.

— No, ¿qué cosa?

Pasaron unos largos segundos.

— Nada... ¡Cielos, ya estoy paranoica!

— Él no vendrá —le aseguró Viviana.

— Pero sus amenazas...

— Son vacías, es un cobarde.

Su amiga largó un suspiro.

— Sólo estaré tranquila cuando me haya marchado —concluyó mamá.

Estaba en el segundo piso y, si bien no había manera de escapar por alguna puerta, descubrí que, bajo la ventana del estudio, había una saliente y luego un gabinete. Era arriesgado, podría caer y quebrarme una pierna... Sin embargo, ¡qué más daba! ¡Tenía que salir de allí! ¡Tenía que verlo ahora!... Me descolgué e, increíblemente, ¡fue tan fácil!

Llegar a la casa de Marcos, no obstante, fue más complicado. Temiendo que apareciera alguien conocido y me viera, tuve que esperar el autobús. Caía una llovizna suave pero helada. La humedad entró por un agujerito de las zapatillas y comenzaron a dolerme un poco los pies. Pensé entonces que debía haberme cambiado. No obstante, ¡qué importaba ya! Volver a casa no era una posibilidad. Por suerte el vehículo apareció rápido.

Para mi sorpresa, pude ver que al final estaba sentado Daniel. Me sobresalté.

— Hola... ¿Ana? —dijo, mientras su sonrisa desaparecía.

No le respondí, le di la espalda y me senté en un asiento de adelante; mientras maldecía mi suerte. Poco después, apareció a mi lado.

— ¿No te molesta que me siente contigo? ¡Hace mucho que quería hablarte!

Lo miré de reojo y con mala cara, sin embargo no le importó. Se sentó al lado mío.

— Sé que estas enojada... ¡Lo siento mucho! ¡Tenías toda la razón respecto a Melina! —continuó, ignorando mi silencio.

— ¿Ah, sí? —murmuré con sarcasmo.

— Vamos, ¿no puedes perdonarme? ¿Podemos ser amigos de nuevo?

Entonces exploté de rabia.

— ¡No! ¡Déjame en paz! —le grité frente a toda la gente que viajaba.

Daniel enrojeció por la vergüenza. Me levanté y casi lo pisé al pasar por su lado. Me fui al final y me senté en un asiento desocupado.

Como vi que amagaba con levantarse para seguirme, decidí bajar del colectivo. No estaba tan lejos de la casa del profesor Brown y casi corrí en el apuro de descender. Daniel, que evidentemente pretendí seguirme, se tuvo que quedar arriba, frustrado. Abrió una de las ventanas para decirme algo, pero no llegué a escuchar sus palabras. Había cruzado la calle y me introduje en el laberinto de casas. Volví a pensar en Marcos, olvidando por completo a Daniel.

Recorrí la misma calle que había pisado con mi hermanito en un pasado no muy lejano. Sus árboles y sus casas me parecían irreales como si estuviera en un sueño. Miré mis manos y no parecían mis manos, no sentía el viento golpear mi rostro, tampoco frío... había volado lejos de allí. No obstante, mi cuerpo seguía avanzando.

No me percaté qué sentía hasta que lo vi. Me quedé paralizada en medio de la vereda, a una casa de distancia, pues no estaba solo. De espaldas a mí, una mujer robusta con una bata grisácea lo despedía con un beso. La misma sonrisa que tanto conocía estaba plasmada en el rostro del profesor Brown. Este no me vio, se subió al auto y pronto desapareció por la calle, alejándose de su casa y también de mí.

Cuando pude volver a respirar y fui dueña de mis pensamientos, mi cuerpo comenzó a temblar entero. Bueno... había visto la verdad con mis propios ojos. Ya no quedaba ni una sola duda en mi pensamiento, ni una sola esperanza. Miré hacia la casa de ladrillo, la mujer había desaparecido.

Mi presencia allí ya no tenía sentido, sin embargo algo me impulsó hacia la bonita casa. Aun no sé qué fue... Era sólida y pulcra. Tenía una bonita puerta de madera clara, unos malvones de color blanco rodeaban su marco. Del lado derecho había una ventana cerrada y debajo de esta un hermoso jardín. Al lado de los malvones se encontraba una tijera de podar olvidada. Pensé que seguramente se estropearía por la lluvia. Entonces toqué el timbre.

Una mujer alta abrió la puerta, su cabello castaño claro caía por sus hombros de manera desordenada, enmarcando un rostro redondo. Sus ojos verdes tenían una expresión muy dulce y apacible. Su mirada se posó en mí y pude ver la sorpresa.

— ¿Si? ¿Qué necesitas? —me dijo, desconcertada por mi silencio.

Su bata gris estaba abierta, dejando al descubierto un anticuado vestido celeste pastel. Bajo este se podía apreciar un vientre prominente. Me sorprendí.

— Está embarazada —murmuré como para mí misma. La mujer se tapó con la bata, poniéndose incómoda.

Detrás de ella pude observar una estantería con portarretratos y algunos adornos, sobre esta se encontraba una fotografía encuadrada. Era su foto de bodas. Ver aquello me trastornó. Aquella mujer tenía todo lo que yo nunca tendría. Tenía todo lo que deseaba obtener con toda mi alma. Su imagen representaba mi destino destruido.

— ¿Quién eres? ¿Qué necesitas? —preguntó, algo nerviosa y molesta.

No le respondí, sentí como si el fuego del mismísimo infierno creciera dentro de mí. Mis mejillas se encendieron. Recordé las tijeras de podar abandonadas en el jardín. De alguna forma aparecieron entre mis dedos. Luego me abalancé sobre ella.

— ¡Ahhhhhhhhhhhhh! —gritó.


Lo siguiente que recuerdo es que estaba sumergida en la tina del baño, completamente vestida. Había manchas en la pared y una palma de la mano estampada en los azulejos, antes impecables. El agua llegaba a mi mentón y era... ¿rojiza? En el piso posaban mis viejas zapatillas, manchadas del mismo color y, justo al lado, una tijera de podar. Recién entonces comprendí lo que había ocurrido. Si bien no lo recordaba con absoluta claridad...

Las lágrimas al fin aparecieron y también comprendí cuál sería mi destino. ¡¿Qué había hecho, por Dios?! ¡¿Qué había hecho?! Las náuseas me atacaron de repente y me abalancé hacia el inodoro. Vomité bilis.

Pasó mucho tiempo... ¿o poco?, no lo sabía. Me desprendí de toda mi ropa con repugnancia y la dejé tirada en el suelo. No reconocí mi rostro en el espejo y, desesperada, comencé a echarme agua. Al fin, mis ojos grises se destacaron.

En pánico caminé hacia mi habitación y comencé a vestirme con lo primero que encontré. No oí ruidos, mamá y su amiga habían vuelto a desaparecer. ¡Mejor así!, pensé. No quería que nadie me detuviera, había tomado una decisión: aceptaría mi destino.

Tomé un bolso con lo indispensable y seguí las huellas de sangre hasta la ventana, por allí volví a escapar. No intenté ocultar lo que había hecho... ¡¿Qué importaba ya?! 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top