3-El colegio San Andrés:
Tenía la sensación de que había dormido muy poco al sonar el despertador o al menos eso me pareció a mí. Mi mamá ya estaba levantada y no había logrado sentarme en la cama cuando prendió la luz, empezando a apurarme. ¡Ni que fuera tan tarde! Se veía muy nerviosa. Creo que estaba tres veces más nerviosa que yo... No, cuatro veces.
—Ya voy —dije, mientras intentaba pasar un brazo por un agujero de la camisa del uniforme. La camisa era blanca y la falda azul, a cuadros. Un uniforme bastante anticuado.
—No hace falta que te diga que te comportes, Ana, y que hagas todo lo que te indiquen —me dijo, como si lo necesitara y siguió hablando al respecto.
—Ya, mamá...
—No levantes la voz y seas irrespetuosa...
—¡Nunca lo he sido! —repliqué sorprendida.
—Me han dicho que son muy estrictos.
—¡Mamá, basta!
Al fin me dejó en paz y pude seguir vistiéndome. No podía dejar de pensar que estaba exagerando. Cuando llegué a la cocina a desayunar comenzó a molestarme de nuevo.
—Bájate la falda.
—¡No tengo diez años! —protesté.
—Aquí en el reglamento dice que tiene que ir a la rodilla... Y así te presentarás.
—Eso dice en todos los reglamentos de todos los colegios, pero...
—Estoy hablando muy en serio, Ana —manifestó amenazadora—. Bájate la falda, está muy corta. Que te llegue a la rodilla.
—Bien... Me veré como una idiota.
No tenía ganas de discutir, así que me bajé la estúpida falda. ¡Qué estupidez! Ahora todos se burlarían de mi aspecto. Siguió hablando y dándome consejos, yo ya estaba harta y sólo quería irme.
Media hora después me bajaba del colectivo, la parada justo estaba enfrente del colegio, no tuve que caminar mucho para llegar a él. De inmediato me sorprendió algo. Sólo había chicas por todos lados... Leí el letrero que había delante del edificio: "Colegio San Andrés de señoritas"... ¡¿Un colegio de chicas no más?! ¡¿Todavía existían esas cosas?! Molesta con mi mamá por meterme allí, crucé la calle y pasé las rejas de doble hoja de la entrada, que estaban abiertas de par en par.
El colegio era un sólido edificio de dos plantas, pintado de gris oscuro. La gente pasaba por mi lado sin siquiera mirarme, fue en ese momento cuando por primera vez me sentí invisible. Antes de salir de casa, mi mamá me había indicado que tenía que ir a ver a la directora. Así que me dirigí a su despacho, sin embargo allí no había nadie. La puerta estaba cerrada. En ese momento se oyó el timbre que indicaba el comienzo de las clases. Comencé a preocuparme.
—Disculpen... ¿No saben dónde...? —les pregunté a un par de chicas que en ese momento pasaban apuradas por mi lado. Me vieron de arriba abajo y comenzaron a reírse... sin dejarme terminar de hablar. Siguieron de largo y entraron por una puerta que estaba cerca de allí.
"¡Qué bien!" Pensé. "¡Todo el mundo me verá como a una idiota!"... Me subí un poco la falda. Entonces recordé al guardia que había visto en la puerta y corrí hacia allí. El sujeto, un hombre bastante grueso y de piel oscura, me miró con ojos comprensivos. Aquel insignificante detalle me devolvió un poco la confianza.
—¿Tu primer día en el colegio?
—Sí... ¿sabe dónde encuentro a la directora? —pregunté.
—Madre superiora, siempre nómbrala así—me indicó. Asentí con la cabeza, luego prosiguió—: Debe estar dando las últimas indicaciones para que las alumnas se trasladen a la capilla... para la misa matinal.
Estaba algo decepcionada, poco y nada sabía de las costumbres católicas. Mis padres más bien eran ateos.
—¡Oh! Buenos días, madre. ¿Cómo se encuentra usted? —dijo de pronto el guardia.
Me di la vuelta y vi que se acercaban a nosotros dos monjas. Una de ellas, de hábito anticuado y oscuro, tenía alrededor de los sesenta y tantos años y era bastante alta. Su rostro redondo tenía una expresión altiva y seria.
—Como siempre, señor Rodríguez, como siempre —le respondió y luego me miró a mí—. ¿Por qué no estás en tu curso?
—Mi... mi mamá me dijo que tenía que hablar con... la madre superiora. Es mi primer día —intenté explicar, estaba muy nerviosa y las manos me temblaban un poco.
—¿Tu apellido? —preguntó con frialdad.
—Moretti... Ana Moretti
—Ah, sí. Sígueme —me ordenó.
Al darnos la espalda, la monja que la acompañaba, que era más joven y parecía más amable, me hizo una seña señalándome las piernas. Incómoda bajé mi falda de nuevo y seguí rápidamente a la directora. Poco después entramos a su despacho, que abrió con una llave que colgaba de un gran llavero amarrado a su cintura.
—Entra. Lamentablemente has llegado tarde y tendrás que perderte la misa del padre Alfonzo. —Su tono de voz sonó como un reproche.
Asentí con la cabeza.
—Espero que no se repita. Tienes que llegar a tiempo —continuó la mujer y añadió—: ¿Tienes la solicitud de inscripción?
No dije nada y sólo se la pasé. Sabía que de nada me serviría discutir. Luego me leyó las reglas del colegio, de vestimenta y de conducta, haciendo "recomendaciones" que fueron más bien órdenes. Miró mi falda y no hizo comentarios, mentalmente le agradecí a aquella bondadosa monja por su advertencia.
Cuando al fin acabó de hablar había pasado casi una hora y nos dirigimos hacia un salón de clases. Estaba al fondo de un largo corredor que atravesaba un pequeño patio interior donde la vegetación era inexistente. La luz por allí parecía colarse muy poco y se veía oscuro en aquel día nublado. Al llegar al curso, comencé a preocuparme.
Una mujer muy delgada y de gruesas gafas daba la clase de Lengua y Literatura. Vestía un conjunto a cuadros rosa. Al vernos tuvo un sobresalto y sus lentes se deslizaron por su huesuda nariz. La directora me presentó y le explicó mi situación, luego se retiró, no sin antes advertirle a la profesora que sus zapatos eran muy llamativos. "Acuérdate de que aquí nos vestimos con sencillez". La mujer se puso colorada.
—¿Nueva como yo?... Ve a sentarte, donde quieras —me susurró con una sonrisa de complicidad.
Vi que en la tercera fila había un asiento desocupado y me acerqué. Al lado se sentaba una chica de cabello oscuro ondulado.
—Está ocupado —me dijo, frunciendo el ceño.
Algo incómoda, ya que varias chicas comenzaron a reír por lo bajo, me dirigí hacia el final donde había dos asientos desocupados. Bueno, pensé decepcionada, este año no tendría compañera de banco.
La profesora, que había estado dándonos la espalda, mientras escribía en el pizarrón, comenzó la clase. Como transcurrió todo anoté mentalmente que tenía que releer mis cuadernos de Lengua, ¡no recordaba nada! Por suerte, no me hizo preguntas.
En el recreo me sentí más sola aún, nadie me habló y todas mis compañeras parecían ignorarme. La chica de cabello ondulado se acercó a otras dos y me dio la espalda... Entonces se me ocurrió la mala idea de ir al baño. Apenas entré, una chica alta y de pelo corto se burló de mí, ¿por qué? No sé. A esa altura ya estaba muy molesta.
Ya en el curso, las dos chicas que estaban sentadas delante de mí, se dignaron a mirarme.
—Tienes la cara rayada con lapicera —me dijo sonriendo una de ellas.
Avergonzada, comencé a frotarme la mejilla, donde me había indicado.
—Sí que eres nueva... Soy Sofía... ella es Valerina —me dijo y me presentó a su compañera de banco. Era una chica muy menuda, de cabello oscuro hasta el hombro, que llevaba atado en una coleta. En aquel lugar estaba prohibido llevar el cabello suelto.
—Sé que mi nombre es chistoso, pero no te vayas a burlar... —comentó Valerina.
—Te llamas como un trapo de cocina —se rió su amiga.
Me hicieron reír y me sentí más cómoda. Valerina tenía ojos claros y cara redonda. Ambas eran divertidas. La conversación terminó cuando entró la siguiente profesora, que era nada menos que la monja que había visto antes. La hermana María de los Ángeles daba religión, materia que me pareció tremendamente aburrida. Después de ello dejé de sentirme como un bicho raro en aquel colegio.
Aquella primera jornada escolar acabó al fin. No había sido tan mala como imaginé que sería al principio. Al menos tenía dos amigas.
En casa, encontré a mamá llorando. Estaba sorprendida, pero en el fondo confieso que lo esperaba, aunque no tan pronto. Maldije a al maldito José... ¡Seguro que había sido su culpa! Siempre era lo mismo. Novio nuevo, felicidad, llanto.
—¿Qué pasó?
—¡Oh! No te vi entrar, Ana. —Avergonzada, limpió sus lágrimas con la punta de la camisa.
—Es por José, ¿no? —pregunté, tratando de ocultad mi rabia.
—No... No... —Por su mirada huidiza supe que no había errado mi conclusión.
Se levantó de la silla y vino hacia mí.
—No te preocupes por mí. Ya se me pasará... Una tontería no más —dijo, mientras tomaba mi mochila—. ¿Cómo fue tu primer día de clases?
—¡Mamá! Dime qué pasa.
—Nada, sólo problemas de adultos.
Odiaba cuando me contestaba así, como si fuera tan estúpida que no pudiera comprender nada. Intenté protestar, sin embargo se me adelantó.
—No pude obtener un adelanto de dinero en el trabajo, eso es todo. José llamó y... bueno... debía devolvérselo hoy —explicó resignada.
Así fue cómo me enteré de que su nuevo novio había pagado el alquiler. Me enojé con ella, ¿habíamos viajado tan lejos y no tenía ni ahorros? ¿Qué había hecho con eso?
—Entonces. ¿José nos echó a la calle? —indagué con algo de temor. ¡¿Por qué mamá era así?!
—No, ¡no! ¿Por qué dices eso? Además esta casa no es suya. José es un buen hombre, hija.
—Sí, igual que los otros —repliqué y, dándole la espalda, me fue a mi habitación. Luego me arrepentí, ya que oí que sollozaba.
Toda la tarde estuve haciendo tarea y, en cuanto pude desocuparme, les llamé a mis amigas. Sin embargo, ninguna respondió. Sin nada qué hacer tomé el diario de Soledad.
13 de abril: ¡Qué triste es todo! ¿Es tan malo querer a alguien?
Había quedado en esa fecha y se me ocurrió que mi vida amorosa apestaba. Y en un colegio donde sólo iban chicas... iba a seguir apestando.
20 de abril: Me topé con L. al salir del baño. Me miró de reojo y me ignoró. Siempre es así... Me siento triste. Creo que nunca podré olvidarlo. Mis amigas se han dado cuenta de que me pasa algo. Ellas no saben nada de lo que pasó, claro. No podía decírselo a nadie. Se lo prometí. ¡Son tan tontas las promesas que una hace por amor! De todos modos, estuve a punto de decírselo a Susy.
21 de abril: estuve todo el día pensando si decirle todo a Susy o no. No me decido. ¿Y si él se enoja conmigo?
25 de abril: Estoy segura de que Rocío me vigila. Definitivamente me vigila. Caminaba a casa cuando logré verla, aunque se escondió detrás de unos árboles. ¡Qué tonta es! ¿Qué le pasa? ¿Está loca?
En la escuela todo fue como siempre. Nada fuera de lo común. Parece que L. olvidó que existo.
Todavía no le digo nada a Susy. Recordé lo que me dijo y creo que tiene razón.
¿Una relación secreta? ¿Por qué se prestaría para algo así? Tendría novia el chico, seguro. Yo nunca ni en mil años haría algo así. Con razón había durado poco tiempo y ahora la ignoraba. Muchos pendejos son así de boludos, pensé en ese entonces.
26 de abril: estuve atenta todo el camino a casa y no vi a la fea víbora.
28 de abril: ¡Otra vez la vi! ¡Me sigue a casa! ¡No sé qué pretende! Pero ya me da miedo.
Cuando leí esto la verdad que me sorprendí. ¿Quién será esa tonta de Rocío? A mí también me daría miedo que alguien me siguiera. Y más si es mi enemiga, porque eso es lo que parece ser.
—¡Ana, ven!
"¿Qué querrá ahora?" Pensé molesta. Dejé el diario de Soledad arriba de la cama y fui hasta el comedor. Al llegar allí vi a José. Ya no me parecía tan bueno que viniera... Mi mamá sonreía y parecía haber olvidado por completo su ánimo matutino. El tipo estaba saludándome cuando noté que lo acompañaba una chica. Para mi completa sorpresa vi que era una de las amigas de la chica de pelo ondulado que no había querido que me sentara a su lado. Ella también me reconoció.
—Hola —me saludó con una sonrisa tensa. Era rubia (teñida obvio) y de ojos oscuros. Más o menos de mi misma altura. Tenía puesto un top que decía "bebé" en el busto, súper ajustado.
—Ella es mi sobrina, Pamela —intervino José.
—Sí, somos compañeras —dijo Pamela, riendo. ¡Qué falsa parecía!
Traté de sonreír como ella...
—¿Por qué no van a tu habitación a conocerse? —nos dijo mi mamá sonriendo, evidentemente quería quedarse a solas con su "amigo".
Traté de hacerle señas con la mirada, ¿no veía lo desagradable que era?
—Vamos —dijo Pamela y tuve que ir hasta mi habitación con ella. Entramos—. ¿No cierras la puerta?
Ella la cerró de golpe.
—Podemos dejarlos solos... Mi tío me dio cincuenta pesos para que me demorara media hora. Fue un buen negocio, algo en extremo raro ya que es muy tacaño. No sé para qué tiene tanta plata si no le da un buen uso, ¿no? —comentó, mientras se sentaba en la cama. En ese momento vio el diario—. ¿Y este diario? ¿Escribes tonterías como las nenitas de ocho años?
Luego comenzó a reírse.
—No... no —dije mientras se lo arrebataba de las manos. ¡Qué estúpida que era!
Tomé el diario y lo puse en una estantería. Pamela miraba todo con ojos críticos, de inmediato empezó a decirme que el color de mi habitación que había elegido era algo repulsivo.
—No la he pintado, ya lo tenía.
—¡Ah! Tienes que pintarlo, me duelen los ojos de verlo —me aconsejó, aunque sonó más como una orden—. Esta mañana no tenía idea de que eras la hija de la mina de mi tío. Te había descripto de otra forma... algo más... —dijo mirándome de arriba a abajo—, pero bueno. Tienes que disculpar a Roxi, no le gustan las nuevas.
¿Roxi? ¿Se referiría a la chica de pelo ondulado? Tenía nombre de perro. De pronto Pamela se levantó y tomó un libro de la estantería.
—Una novela... ¿Te gusta leer esto? ¿Para qué? Están mucho mejor las de la tele. Al menos puedes ver cómo se ven los personajes...
—Sí, pero es más divertido imaginar cómo son por las descripciones del autor.
La chica me miró extrañada y luego hizo un gesto de desprecio.
—"Bella Ángel" está buena. Carlos Alberto está mortal... aunque no sé por qué lo han hecho tan llorón. Mi viejo se ríe de él.
—Prefiero leerlas.
Se encogió de hombros.
—Así que eres una de esas ratitas de biblioteca. "Eso" no me lo esperaba —comentó riendo.
Me enojé. ¿Quién se creía que era? ¡Me acababa de conocer!
En ese momento su tío la llamó.
—¡Qué querrá el idiota! En casa me prohíben cerrar las puertas, no sé qué imaginan que hago con mis amigas.
¿Fumar? Pensé... No era muy difícil imaginarlo. La había visto hacerlo fuera de clase y seguro sus padres sospechaban.
Abrió la puerta y gritó:
—¡Todo bien! ¡Estamos intercambiando ropa!
Y volvió a cerrar la puerta. Luego fijó su vista en mis pechos.
—Mmmm se dará cuenta. Mi top de seguro no te entra.
Me sentí incómoda. Crucé los brazos sobre mis pechos... Bien, saben, tengo pechos enormes y los odio. Últimamente habían crecido demasiado.
—No quiero decir que seas TAN gorda, sólo que...
En ese momento se abrió la puerta y apareció mi mamá en el umbral. Al parecer habían discutido y José se quería ir... aunque no lo dijo. Pensarán cómo lo sé... Bueno, conozco a mamá... La seguimos y en el comedor estaba el sujeto, con una sonrisa falsa en su rostro. Apuró a su sobrina y los acompañamos hasta la puerta.
—Pame, ¿por qué no la invitas a ir contigo al colegio mañana? —le dijo de pronto su tío y luego nos miró a mamá y a mí—. Pame se junta con dos amigas todas las mañanas y caminan hasta la parada del colectivo. Sería lindo que se conocieran todas. Viven muy cerca.
No sé qué cara puso porque nos daba la espalda, no obstante cuando se dio la vuelta tenía otra vez esa sonrisa falsa (tan parecida a la de su tío) y me dijo que no había problema. Quedamos en que pasarían por mi casa a la mañana siguiente. Luego ambos se fueron.
—¡Qué pesadilla! —susurré.
—Parece una buena chica, serán buenas amigas —dijo mi mamá sonriendo, aunque parecía triste.
—¡Y por qué no intentas tú ser amiga de ella! —le respondí. Estaba irritada y molesta. Me había dicho gorda y rata de biblioteca, ¡y acababa de conocerme! Ya la odiaba. ¡Encima tendría que juntarme con ella al día siguiente!
Mi mamá me miró con el ceño fruncido. Sin querer discutir más, le di la espalda y me fui a la habitación.
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