29-Los secretos de Soledad:
Al llegar al final del diario, vi que en unos de los márgenes estaba escrito un teléfono y debajo se podía leer: Rocío. Estaba escrito en letra poco clara, como si las manos de Soledad hubieran estado temblando en el momento de plasmar la escritura.
José apareció por mi habitación en ese momento y tuve que dejar de lado lo que estaba haciendo. Había estado tan concentrada en mis dificultades que ni por un minuto había pensado en él y en las consecuencias que podrían traerme mis problemas de conducta en el colegio. El sujeto no se detuvo a insultarme, como de corriente hacía, sino que se sacó el cinto que llevaba puesto y comenzó a golpearme con fuerza. Pedí ayuda varias veces, pero mamá no apareció. No obstante, en un momento oí a Manu acercarse.
— ¡Basta! ¡Basta!
— ¡Cállate, imbécil! —gritó José, pude ver cómo se daba vuelta y lo empujaba.
Manu cayó al suelo y golpeó su cabeza con el escritorio. Comenzó a llorar estrepitosamente.
Vi los zapatos de mamá aparecer por el umbral de la puerta, dando gritos tomó a Manu en sus brazos y se lo llevó con ella. Luego una puerta cercana se cerró. Me habían abandonado. Aquella certeza terminó por destrozar mis fuerzas. No recuerdo más nada, supongo que me desmayé del dolor.
A la mañana siguiente no fui al colegio, me desperté en la cama con todo el cuerpo entumecido. Mamá me oyó y subió con un vaso de agua, que me obligó a tomar. Creo que había colocado algo más en él, ya que me quedé dormida casi de inmediato.
Aquel día no vi ni oí a José. Mamá, por otro lado, estuvo en un singular movimiento. Cada tanto la veía pasar cargando con bolsos, valijas y pilas de ropa. En mi mente confusa pensé que se dedicaba a lavar la ropa de alguien. Más tarde, cuando el sol se ocultó en el horizonte, me desperté con la cabeza más clara. Me pareció extraño el silencio que había en la gran casa y las luces tenues. Sólo se encontraban algunas prendidas.
— ¿Mamá? —Nadie respondió y no oí ruido alguno que indicara que había alguien en la casa. ¿Me habrían dejado sola?
La idea me tranquilizó un poco, sola me sentía más segura. Me moví en la cama y tomé el celular. Agendé el número de Rocío y le mandé un mensaje con la esperanza de que aún tuviera el mismo celular. Esperaba que me respondiera, aunque no esperaba mucho. Incluso en aquel momento de dolor, era más importante para mí averiguar la verdad sobre Marcos Brown que pensar en el infierno en el cual vivía. Supongo, ahora que lo pienso mejor, que me había acostumbrado tanto al abuso que lo había incorporado como algo normal en mi existencia. Estaba allí siempre presente y tenía que soportarlo, eso era todo.
Con sorpresa descubrí que Rocío contestó poco después. Me dijo que estaba esperando mi mensaje, que si podía verla a la mañana siguiente cerca del colegio, hablaríamos. Le respondí que sí, sin pensar en las clases ni en los moretones que empezaban a ser evidentes en todo mi cuerpo ni tampoco en el dolor que sentía. Entonces hubo ruidos en el piso de abajo. Se abría la puerta de calle. La voz suave y baja de mamá llegó hasta mí.
— Acabo de llevar a Manu... Sí, sí, está bien. No ella no, todavía está en cama y no quiero trasladarla en ese estado. Voy a esperar a mañana... No, no. Él no sabe nada, Viviana... Por supuesto.
Hablaba por teléfono mientras subía las escaleras. Escondí rápidamente el celular entre las sábanas y me recosté, cerrando los ojos. Mamá se acercó a la puerta de mi cuarto.
— Está durmiendo... Bueno —murmuró a alguien que estaba del otro lado de la línea. Luego volvió a bajar.
Me preguntaba dónde habría trasladado a Manu, seguramente a la casa de su amiguito, pensé. ¡Y qué equivocada estaba! Mamá regresó pronto y me obligó de nuevo a tomar un vaso de agua. Tenía un gusto bastante raro. Luego me dormí.
Desperté al día siguiente cuando hacían varias horas que había amanecido. Sobresaltada, me incorporé en la cama. Tenía que ver a Rocío en media hora. Me cambié lo más rápido que pude, hasta que el silencio llamó mi atención. ¿Otra vez me habían dejado sola en casa? Me asomé por la puerta y no vi a nadie... Tanto mejor, pensé. Antes de salir me puse una polera y una campera para que Rocío no notara los moretones. El dolor seguía allí, sin embargo había disminuido bastante y yo me había acostumbrado a él.
La puerta de calle fue mi primer obstáculo, estaba cerrada con llave. Todo el mundo se había ido y me habían dejado encerrada. ¿Dónde estaría José?, pensé, él nunca dejaba mucho tiempo la casa a solas. Por suerte encontré la llave de la puerta del jardín y pude escapar por allí. No me detuve a pensar que algo raro ocurría, mi pensamiento siempre estaba puesto en Marcos.
La primera vez que vi a Rocío, me sorprendí. Esta no era como me la había imaginado. En primer lugar, parecía mayor de lo que era (tendría como mucho 19 años) y tenía un gesto en el rostro como si... estuviera más viva que el resto de la gente. Sólo así lo puedo explicar. Era muy bonita, de ojos negros. Su cabello rubio caía por su espalda como en una cascada. Me hacía acordar a una modelo de portada de revista y por un instante sentí celos. Marcos seguramente se tendría que haber fijado en ella. ¿Hebe dijo que lo había intentado o lo leí en el diario de Soledad? No lograba recordar.
— ¿Ana?
— Sí.
Para mi sorpresa, se acercó y me abrazó. Me quedé sin saber qué hacer.
— ¡Estoy tan contenta de que hayas venido! Pensé que te había arrepentido —dijo sonriendo con sinceridad. Su voz era gruesa.
— ¡Oh! No...
Hubo un incómodo silencio. En eso apareció Hebe junto con la chica con la que había visto a Eliana la última vez, más tarde supe que se llamaba Rosario. Llegaron disculpándose.
— ¡Perdón! Tuvimos que escapar de la profesora de Biología —explicó Hebe, luego me miró—. ¿Por qué no has venido a clases?
Me puse colorada y comencé a titubear, para mí era muy doloroso hablar de lo que pasaba en casa con extraños. Mi primer impulso siempre era mentir.
— ¿No te habrán expulsado?
— No... no todavía —aclaré.
Rocío se sobresaltó.
— Brown no habrá hablado, ¿no? Supimos que tuviste problemas con él —indagó la chica rubia.
Les aseguré que no, o al menos que me hubiera enterado, y les conté el incidente de la profesora y el libro. Se compadecieron de mí y eso, no sé por qué, me molestó.
— Es muy difícil entender y salir de una relación abusiva, pero te sentirás mejor con el tiempo —me aseguró Hebe.
— Nosotras siempre estaremos para cuando nos necesites, podemos ser tus nuevas amigas... si quieres —titubeó Rocío.
— ¿Podrían guardarse sus tonterías de apoyo y eso? Sólo quiero... quiero respuestas.
Ninguna pareció ofenderse.
— ¿Quién era Soledad?
Todas miraron a Rocío y esta, después de unos segundos, dijo:
— Era... se parecía mucho a ti.
Soledad era compañera de clases de Rocío. "Una solitaria", así la definió. No tenía muchas amigas y, por lo general, hablaba muy poco. El año en que pasó todo, había cambiado mucho. Sus padres se estaban divorciando y se peleaban continuamente por los hijos. Soledad estaba siempre estresada y nerviosa. Sus notas comenzaron a bajar y fue eso lo que llamó la atención del profesor Brown.
— Comencé a ver que Sole iba a sus "clases de apoyo", que cada vez duraban más tiempo, me di cuenta de que algo extraño pasaba. Sabía de su reputación porque yo como tu vengo de otra parte. ¿Sabías que lo echaron del anterior colegio en donde trabajaba? Fue en Mendoza, yo soy de allí.
Negué con la cabeza.
— No tenía idea, sólo comentó que en Mendoza tiene a una hermana.
— Mentira, él no tiene familia. Nunca la tuvo, es adoptado. Mi papá lo conocía de aquella época... por supuesto que ahora ni se hablan.
Me quedé con la boca abierta, totalmente sorprendida.
— Pero... él me dijo que sus padres... en concreto, que su papá era abusivo con él y su familia. La hermana huyó a Mendoza y... y su madre se suicidó.
Roció me miró estupefacta.
— Vaya mentira... esta vez fue macabro —murmuró Rosario.
— ¡Vaya! No, no, sus padres adoptivos siguen vivos, al menos que yo sepa. Papá contó que cortó relaciones con ellos cuando lo echaron.
— ¿Lo conocía muy bien? —pregunté perpleja.
— Sí, mi papá es profesor como él. Trabajó en el mismo colegio, yo lo vi varias veces, en ese entonces era una niña. Luego, eso fue mucho después de que Brown se fuera, pidió un traslado a una escuela pública de aquí. Yo llegué a este colegio y fue una sorpresa verlo. Él no me reconoció y yo no me acerqué a hablarle. Le conté a papá y él me dijo que no le hablara, que tuviera cuidado. No entendí al principio...
— ¿De niña? Pero...
— ¡Oh! Siempre miente sobre su edad, es mucho mayor de lo que aparenta —explicó Rocío—. Como decía, yo al principio no comprendí qué quería decirme papá con que tuviera cuidado. Después de lo que pasó con Sole y de que él... intentara acercarse a mí. Papá me confesó que había rumores de que había salido con una menor y ese fue el motivo de su salida del colegio. Por supuesto que las autoridades dijeron algo muy diferente.
— ¿Le contaste a tu papá que él intentó acercarse?
— Sí, habló con Brown y no tuve más problemas —dijo Roció largando un suspiro—. En como un depredador, siempre al acecho...
— ¿Y qué pasó con Soledad? —la interrumpí, a pesar de todo, aún no podía tolerar que lo insultaran en mi presencia.
— Traté de hablar con ella, pero fue en vano. Creía que me quería burlar. Verás yo era una de las populares y no confiaba en mí. Al siguiente año, fue compañera mía. Había cambiado mucho, estaba muy delgada y tenía ojeras, parecía enferma. De inmediato me di cuenta que él se había librado de ella. Verás Soledad era un año mayor que yo pero repitió por sus notas bajas. Brown no le ayudó en nada, todo lo contrario. ¡Tampoco le importó! Le decía que era muy bruta. Sin embargo, Soledad aún estaba enamorada de él. Al final, durante unas vacaciones que tuvimos, nos hicimos amigas y le conté todo sobre Brown. Había llegado a... ¡pasó todos los límites! Ahora no le interesaba más. Yo sabía por qué pero ella no me creyó y le mandó un mensaje para hablar. Nunca hablaron y Soledad, muy enojada, cometió el error de amenazarlo con contarle a la directora. Vio que estaba en peligro y él la denunció.
— ¿Qué dijo?
— Fue una historia de película —intervino Hebe con sarcasmo.
— Dijo que Soledad iba mucho a fiestas y, después de emborracharse, se aparecía en su casa a los gritos. En una ocasión le tiró huevos al auto y una lata de pintura. Lo extorsionaba para que tuvieran algo y él, "horrorizado por lo que hacía la menor", intentó razonar con ella pero fue en vano. Le dijo que el colmo fue cuando se apareció desnuda y borracha en su puerta, y que la vio todo el vecindario. Eso fue en las vacaciones.
— Pero la monja se tendría que haber dado cuenta de que era mentira, estuvo todas las vacaciones con su padre —dije, frunciendo el ceño.
— No todas, pasó una semana con su mamá. Verás... la mamá siempre estaba ausente. La mayoría del tiempo Soledad se quedaba sola en casa —explicó Rocío, luego se encogió de hombros—. Nadie le creyó, ni siquiera sus padres... Nadie... La expulsaron.
En este punto, unas lágrimas aparecieron por el rostro de Rocío, su expresión se tornó muy triste.
— Y... No me llamó... si me hubiera llamado... Yo podría haberla ayudado.
Hebe la rodeó con los brazos. Rocío lloraba en silencio.
— La encontraron dos días después, colgada en el baño —finalizó, Hebe.
No podía creerlo... ¡era terrible! Me sentí muy mal por ella. Hubo un minuto de silencio.
— ¿El profesor Brown dijo algo, al saberlo? —pregunté horrorizada.
— Nada —murmuró Rocío en un tono duro.
— Ni siquiera le importó —replicó Hebe. Rosario la apoyó, afirmando con la cabeza.
Me quedé helada... no podía creer semejante frialdad de parte suya. Aquel comportamiento tan ruin no lo esperaba de él. Toda la situación me parecía lejana e irreal, como si me estuvieran hablando de un hombre distinto... Quedé pensativa por unos minutos.
— ¿Pero en el colegio saben lo que él... hace? —me parecía increíble que nadie se hubiera dado cuenta, si es que había habido más víctimas... porque eso era lo que eran.
Reflexionando no me consideraba aun una víctima más, porque tenía muy arraigadas sus palabras que se habían plasmado en mi memoria. Había sido mi culpa, yo lo había impulsado a tener una relación conmigo.
— Sí, claro que sí —respondió Rosario. Se cruzó de brazos—. Yo personalmente le dije a la directora... No me creyó.
La miré perpleja y con la boca abierta.
— Al morir Sole, me sentí muy mal conmigo misma. No había podido ayudarla. Entonces empecé a vigilar a Brown y hablé con todas las que me parecían que comenzaban a ser manipuladas por él. Luego el año terminó pero conocía a Hebe y a Rosario, y ellas me ayudaron desde adentro. Ahora somos cinco... La idea era juntar testimonios y denunciarlo a la directora para que lo echen. Pero nadie quiere hablar, tienen miedo. Él las amenaza. Seguro tú lo sabes bien —dijo Rocío.
Desvié la mirada... era cierto, no podía negarlo.
— Entonces cometió un error, le envió una carta a Flor... ¡Teníamos algo escrito de manos de él! Rosario se ofreció para hacer la denuncia, junto con Flor.
— Pero Flor no llegó —intervino Rosario, algo molesta—. Dice que se olvidó... seguro se arrepintió.
— Vamos, ¿todavía no puedes perdonarla? Él todavía la manipulaba —dijo Hebe en tono conciliador.
Rosario la ignoró:
— De todos modos, fui yo sola. Como no estaba Flor me dijo que iba a hablar con ella. Tomó la carta y la leyó sin hacer comentarios. Dijo que iba a hablar con Brown... y eso fue todo.
— ¿Y habló con ellos? —pregunté.
— Claro que sí, me llamó a la dirección al día siguiente y me gritó un montón de cosas. Creyó que yo había inventado todo. Me dijo que me alejara del profesor Brown —replicó Rosario, molesta—. No entendía nada hasta que nos enteramos que Flor nos había traicionado...
— Rosario, ella... —intervino Hebe, su amiga la interrumpió.
— Ella era bien consciente de lo que hacía... Flor dijo que todo era mentira y Brown también, nunca había escrito esa carta. Como Flor lo negó todo, la monja ni siquiera se tomó el trabajo de investigar si era o no la letra del profesor... Lo único que conseguí fue que me pusieran sanciones.
— Flor se arrepintió y unos días después se retractó con la monja —apuntó Hebe.
— Sí, pero no sirvió de nada. ¡Creyó que había hablado porque la estábamos amenazando! Así que no hizo nada. ¡Encima pusimos a Brown en alerta! Ya sabía quiénes éramos y tenía una idea aproximada de lo que deseábamos. Empezó a ser más cauteloso.
Hubo un momento de silencio, me decidí a hablar.
— Me dijo que las había atrapado en el baño tomando drogas —murmuré.
— ¡Una total mentira, ninguna de nosotras se droga! —aseguró Rocío.
— Sí y bien que le sirvió el chime para que no nos creyeras, Ana. Lo sabemos. Pero todo lo que te hemos contado es cierto —manifestó Hebe.
¿Marcos sería capaz de manipularme para que siguiera con él? No llegaba a comprender su mentira, no aún. Él se había desembarazado de mí. ¿Para qué tomarse el trabajo de intentar que no hablara con ellas?
— Cuando vi que entrabas con él a un salón vacío, corrí a ver a la madre superiora. Sabía que era una buena oportunidad para que los descubriera —continuó Hebe, frunciendo el ceño—. ¡Y así fue! Tuve la esperanza de que al fin lo echaran... ¡Pero no pasó nada! ¿Te dijo qué le había dicho la mujer?
Les conté todo lo que sabía.
— O sea que sólo le dieron una palmadita... ¡Qué bien! —murmuró con ironía Rosario.
— Chicas... he estado pesando en esto todos estos días —nos llamó la atención, Rocío—. Él tiene una estrecha amistad con el cura... quizás lo sepan ya hace rato y... y no les importe. Sé que hace unos años, Brown donó mucha cantidad de dinero al colegio.
— Siempre me dio a entender que no tenía dinero —murmuré como para mí misma.
— Pues lo tiene, sus padres adoptivos son dueños de tierras y tienen una gran empresa de fabricación de telas —informó Rocío.
— Y aun así te da esos anillo truchos de lata —intervino Rosario con sarcasmo.
Me quedé un rato pensando, entonces una pregunta de Hebe me hizo recordar el diario.
— ¿Conocías a Soledad?
— No, cuando llegamos acá mamá alquiló una casa por un tiempo. En la calle Magnolia.
Las tres se sobresaltaron.
— En un ropero encontré un diario con unos poemas.
— ¡Sole escribía poemas! —saltó Rocío, sorprendida.
— Sí y muy lindos —dije con una sonrisa.
— ¡Eso puede ser una prueba! —intervino Hebe, esperanzada.
— No lo creo... En realidad el diario comienza cuando empieza el colegio y luego de que se pelea con un supuesto chico.
— Pero nombrará a Brown...
— No. nombra a un chico llamado L.
Las tres hicieron un gesto de compresión.
— Bueno... es lo mismo —replicó Hebe.
— No lo será para la monja —negó Rosario.
— Pero... no lo entiendo... el profesor Brown se llama Marcos... ¿Qué tiene que ver la L? —pregunté, confusa.
— La L es de Lord Brown.
Miré a Rocío con la boca abierta, mis mejillas se colorearon.
— ¿Cómo... cómo saben?
— Así quiere que le digan cuando... ya sabes, por lo que veo —replicó Rocío, llevándose las manos a la cabeza. Quizá pensaba que había llegado tarde.
Hubo un breve silencio. Luego Rocío contó que en realidad ese título era ficticio. Brown no tenía parientes en Inglaterra, ni provenía de aquel país. Había aprovechado su apellido extranjero para adornar su identidad. Apellido que tomó de sus padres adoptivos. El original era Pérez. Un nombre muy vulgar que no encajaba con su ego. Lord Brown, era una de sus retorcidas fantasías.
Me quedé asqueada... ¡Tenía tanta información que procesar! ¡Y todavía los sentimientos que me causaba estaban allí presentes! ¡A pesar de todo! ¡Aun creía que aquello era tan horrible que no podía ser cierto!... Y estaba por empeorar...
— Entonces el diario no nos va a servir de nada —comentó Rocío en tono de derrota.
— No con la monja pero... podría servirnos si se lo mostramos a su mujer —dijo de pronto Rosario.
— No vamos a hacer eso. Sería demasiado arriesgado y con seguridad nos meteríamos en problemas. ¡Ya lo hemos hablado! —replicó rápidamente Rocío.
— ¡Pero ella debe saber! —replicó Rosario.
— Nos concentremos primero en exponerlo en el colegio, así lo echan. Luego vemos lo otro —intervino Hebe.
— ¡Esperen, esperen, esperen!... ¿Su mujer?... ¿Cómo su mujer? —las interrumpí. Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
Las tres me miraron, estupefactas.
— Se casó el año pasado. ¿No lo sabías? —manifestó Rocío.
— ¡No tenía idea! Él me dijo que no estaba casado.
— Pero... ¿te lo dijo con palabras? A lo mejor nunca lo mencionó y creíste que lo había hecho —dijo Rocío.
— No, no, no. le pregunté explícitamente. ¡Lo recuerdo muy bien! Y en ese entonces no teníamos nada —les aseguré, las cosas se ponían cada vez más horribles.
— Pues qué extraño, todo el mundo en el colegio sabe que está casado. —Fueron las afirmaciones de Hebe.
— ¿Pero están seguras? —insistí, me parecía algo increíble. Había andado con varias alumnas y ¡lo vi coquetear y manosear a una "amiga" en la calle! ¡Y encima estaba casado! ¡¿Pero qué clase de monstruo era?!
— Estamos seguras —afirmó Rocío—. No hay duda de eso, el año pasado todo el mundo lo felicitó... Nos sorprende que no lo sepas. Incluso Flor tuvo problemas con la mujer. A ella Brown le había dicho que se estaban separando, ¡mentiras! Flor relató que comenzó a llamarle un celular raro, atendió y era una mujer preguntando por qué su marido le hablaba tanto. Flor se asustó y colgó. Brown después negó que esa llamada tuviera algo que ver con él.
Recordé algo y pegué un respingo.
— ¡Oh! Una vez me llamó al celular un número desconocido. Le dije a Marcos y él me dijo que había sido él, que quería saber de mí. No lo atendí porque justo me estaba bañando y nunca le pregunté por qué no me había llamado desde su propio celular. De todos modos, nunca volvió a llamar desde allí. ¿Sería el de la mujer?
— El número seguro que es de su mujer, pero no creo que te haya llamado él. Debe haber sido ella —replicó Rosario, frunciendo el ceño.
— Pero no volvió a llamar —apunté, confusa.
— Quizás Brown tomó tu celular y lo bloqueó —intervino Hebe, encogiéndose de hombros—. ¿Alguna vez lo dejaste a su alcance? Cuando no estabas en la misma habitación.
— Muchas veces, pero... no creo... —titubeé. Saqué rápidamente el celular del bolsillo del pantalón y me fijé en la lista de números bloqueados. Nunca había bloqueado a nadie, entonces debía estar vacía, sin embargo allí había un número. Lo miré asombrada—. No puede ser... yo nunca...
Rocío tomó mi celular y miró el número. Mientras asentía con la cabeza, me confirmó que era el número personal de su esposa. Se lo sabía de memoria, aunque nunca habían intentado contactarla. Sus esfuerzos siempre se habían enfocado en tratar de exponerlo en el colegio.
La revelación me dejó por completo devastada. Ahora comprendía por qué el profesor se había tomado tantas molestias en evitar que hablara con ellas, aquella simple mentira era una prueba de su comportamiento sucio... Apenas podía creerlo. Muy dentro de mí, antes de la entrevista, aún tenía la esperanza de que todo fuera mentira, que Marcos y yo aún podíamos reconstruir lo que habíamos tenido. Allí acababa aquella esperanza: Marcos Brown estaba casado...
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