25-Huida:

Al escuchar el ruido del auto de José y ver a mamá a través de la ventanilla, el peso que acumulaba mi corazón se desvaneció. Estaba sonriente y no había huellas en ella que indicaran algún problema. Corrimos a abrazarla, antes incluso de que se bajara del auto. Rió, feliz de estar en casa, con una carcajada espontánea que hacía mucho no le oía.

— ¿A mí no me saludan? —manifestó José, apareciendo por la parte trasera del auto. Estaba bronceado y había adelgazado un poco.

Manu y yo nos quedamos mirándolo. ¿Qué pretendía? Que lo saludáramos como a mamá, luego de todo lo que había hecho... ¡Estaba loco!

El tipo se rió de nuestras caras y el silencio transcurrido sin respuesta no pareció molestarle, abrió el baúl del auto y sacó dos maletas. Estaba de buen humor.

— Bueno, veo que no quemaron la casa —se burló al entrar.

— Claro que no, son dos niños muy responsables —replicó una mujer a su espalda.

— ¡Viviana! —exclamó mamá, mientras la abrazaba. José sólo murmuró algo que nadie oyó y subió las escaleras, transportando una valija.

Puedo decir con seguridad que, gracias a la presencia de la madre de Pamela, no hubo roces entre nosotros ni malas caras. Su marido apareció poco después a hacernos compañía y juntos estuvimos casi toda la jornada.

Estaba impaciente por hablar con mamá de nuestra partida, había hecho un bolso con todas mis cosas importantes y lo fundamental lo guardé en la mochila. Incluso había tomado un viejo bolso pequeño y allí había metido ropa de Manu. Sólo lo suficiente por si a José se le ocurría revisar nuestros cajones. Había escondido los bolsos bajo la cama. Sin embargo, las horas pasaban y ella no hablaba.

Mamá parecía más tranquila y contenta que antes, no obstante hablaba mucho menos. Sus marcas superficiales ya no existían y comencé a temer que las profundas también desaparecieran. Que su consciencia guardara todo lo que había sufrido era la única esperanza que tenía para que ella pudiera actuar y dejar a su novio.

Dos días después, me había tragado la impaciencia de no ver a Marcos y estaba a punto de explotar de la incertidumbre de mi destino. Aquella noche, todo cambió. Mamá y José convocaron a una reunión familiar. Querían darnos noticias.

— ¿Noticias? —murmuré algo preocupada.

Manu, que se sentaba a mi lado, empezó a temblar visiblemente. El miedo que había perdido en aquellos días de distancia volvió con toda la fuerza.

— Sí —afirmó mamá, mientras miraba de reojo a José—. He decidido que sería mejor para todos... estar juntos... como una familia.

El silencio se apoderó de la sala. Creo que el horror se notó en mi rostro ya que José endureció su mirada. Manu en cambio no entendía nada.

— ¿No éramos una familia? —preguntó el niño con toda inocencia.

Mamá sonrió y le acarició la mejilla sonrosada.

— Claro que sí... sólo que... sólo que... —balbuceó como si le costara hablar.

— Tu madre y yo vamos a casarnos —intervino José de manera brusca, sonriendo a medias, mientras tomaba de la muñeca a su novia y nos mostraba el añillo simple que lucía en su dedo.

Eso era lo último que esperaba oír.

— ¡Casarse! Pero... pero... —balbuceé horrorizada.

— Después hablamos, Ana —me cortó mamá con dureza.

Fue el colmo, no pude contener las lágrimas y salí corriendo hacia mi habitación. No podía creerlo, ¡después de todo lo que había pasado! Lloré toda la noche. ¿Qué iba a hacer ahora? Mi hermanito y yo no podíamos seguir allí, ¡tenía que hacer algo! Mamá nunca entraría en razón, José había logrado quebrarla, estaba dispuesta a vivir en el infierno pero no tenía por qué arrastrarnos con ella. Comencé a odiarla, todo lo que sentía por ella se desvaneció en un segundo. La alejé de mi corazón, sería más fácil cuando tuviera que abandonarla porque no pensaba ni por un segundo continuar en aquella casa. Cuando salió el sol, comencé a pensar a dónde podríamos ir.

Al día siguiente mamá intentó muchas veces hablar conmigo pero no se lo permití. Ninguna excusa era válida para lo que estaba haciendo. ¿Qué podía decirme? No quería oír más palabra alguna que lograra incrementar mi odio hacia ella. En medio de aquel caos emocional pensé en Marcos. ¡Él podría ayudarme! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Me preparé para salir de casa.

— ¿A dónde vas? —me preguntó mamá cuando me atrapó en la puerta.

— A ver a Mandy.

No dejé que me detuviera con más preguntas y corrí por la calle. Anduve deambulando hasta que Marcos me respondió el teléfono. ¡Media hora después!

— ¡Hola, Ana! Disculpa... yo... yo... estaba justo ocupado... Una reunión de profesores —se excusó de manera agitada. Parecía que había estado corriendo.

— ¿De profesores? Nunca la mencionaste —repliqué sorprendida.

— No, la había olvidado por completo.

— ¡Ah! ¿Pero no estamos en vacaciones?

— Sí, sí... pero sólo faltan unos pocos días para comenzar las clases. Es habitual... hay mucho que decidir —explicó. No sé si fue mi estado de ánimo o qué, pero me pareció que se molestaba por mis preguntas.

— Ha pasado algo en casa y... —comencé explicando pero me interrumpió.

— Sí, sí, me imagino. Te llamo luego —replicó y me cortó la llamada. ¡Me cortó!

¡Estaba en medio de una crisis y él me cortaba! ¡Estaba furiosa! Le llamé como cinco veces más hasta que apagó el celular.

Para colmo de todo, comenzó a llover. Varias cuadras me separaban de casa y no tenía refugio. Me metí en una iglesia solitaria y comencé a llorar en el último banco. En mi familia nadie era religioso pero en ese momento recé con toda mi alma para que un milagro me sacara de aquella horrible situación.

Al llegar a casa, mamá y José estaban discutiendo. Ni siquiera se dieron cuenta que había llegado. Subí a mi habitación, allí encontré a Manu, que no tenía ni idea de por qué se gritaban. Estaba asustado y sus ojos lucían rojos por el llanto. Lo abracé, le dije que era tarde y que debíamos acostarnos.

— ¿Tienes hambre?

Manu negó con la cabeza y, haciendo un pucherito, preguntó:

— ¿Puedo quedarme a dormir aquí?

— No, sabes que a José no le gusta. Dice que eres grande ya.

— No me importa —discutió frunciendo el ceño.

— Está enojado, Manu, y es mejor que no lo molestemos.

Refunfuñando se levantó de la cama y fue hacia la puerta. Allí lo alcancé y le di una llave.

— Las saqué del cajón de José, es la llave de la puerta de tu pieza. Ciérrala.

Manu asintió con la cabeza y pareció alegrarse un poco. Al menos no dormiría con miedo. Las discusiones se acabaron pronto y no tuvieron mayores consecuencias. Esa noche yo también cerré la puerta.

El profesor Brown apareció al día siguiente con mil disculpas. Estaba estresado, había peleado con una de las monjas a causa de su programa de estudio y también con una de las profesoras, porque nunca cumplía horario y entregaba la clase tarde. Utilizando la excusa de ver a Mandy, salí de casa todo lo que más pude durante los días posteriores. Marcos me convenció de que hablara con mamá y lograra convencerla de salir de allí.

Si no funciona podrías hablar con Viviana, me parece una persona de confianza. Recuerda que logró que tu mamá regresara a casa de esas vacaciones absurdas, me aconsejó. Era una idea consoladora, sin embargo, no tan urgente como la mía. Me parecía algo esencial salir de la vista de José.

Dos días antes del comienzo de clases, estuve todo el tiempo fuera de casa a causa de "Mandy". Recorrimos varios lugares muy hermosos y solitarios en el auto del profesor Brown. También "estuvimos juntos" en un momento que me pareció muy especial. No era la segunda vez, ya que lo habíamos hecho muchas veces. No obstante, Marcos me sorprendió con un regalo.

— Espero que te guste —me dijo, mientras se abrochaba la camisa.

Tomé el paquete que apareció en el asiento trasero como por arte de magia y lo abrí. Contenía una bolsa pequeña y, con absoluta sorpresa, vi que tenía una hermosa caja de joyería. Dentro había un anillo pequeño tan original y hermoso que me dejó muda por unos segundos. Era de plata labrada con la forma de hojas que terminaban en un hermoso rubí insertado en lo que parecían pétalos.

— ¡Es hermoso! —exclamé mientras me lo colocaba en el dedo.

— Es para que me recuerdes siempre.

Lo abracé impulsivamente y con lágrimas en los ojos, ¡nunca había recibido nada parecido en mi vida!

— Es muy especial para mí. Era de mi madre y antes que ella fuera la dueña, fue de su madre. Es un símbolo de amor eterno —dijo sonriendo—. Y muy caro, así que cuídalo. Úsalo sólo en ocasiones especiales.

Le di las gracias un montón de veces. Me sentí especial y querida por primera vez en mi vida. Creo que él nunca sabría lo que significó para mí aquel regalo.

— Ahora te voy a contar un secreto —dijo de forma misteriosa—. Creo que te he contado muy poco de mi familia, también puede que te haya sorprendido mi apellido extranjero... Mi padre nació en Inglaterra, era hijo de un importante Lord. Yo heredé ese título. ¿Sabes qué es?

Le dije que no y él me contó todo lo que significaba ser un Lord en ese país. ¡Estaba tan orgulloso de sus raíces! "Lord Brown" sonaba muy bien. Insistió en que, desde entonces, lo llamara así en la intimidad... como un juego. Antes me había convencido de hacer cosas que me resultaban asquerosas pero aquello fue totalmente extraño. No obstante, no me importó hacerlo.

El camino a casa fue muy silencioso y al llegar las circunstancias hicieron que me olvidara por completo de lo que me había dicho. Abrí la puerta y mamá estaba muy enojada junto a Viviana.

— Ana, son más de las nueve de la noche. ¡Te fuiste a las cuatro! Intenté llamarte muchas veces y no respondes... ¿Dónde estabas? —indagó mamá.

Coloqué mejor la mochila en mi hombro y procuré pasar rápido delante de ellas.

— Con Mandy, te dije... Olvidé cargar el celular.

Mamá largó un suspiro.

— No tienes ninguna compañera llamada Mandy.

Me paré en secó y la miré estupefacta, tuve un escalofrío.

— Pamela nos lo dijo —intervino Viviana, seriamente.

¡Odié a Pamela por eso! ¿Por qué sería tan entrometida?

— No es compañera mía, va a otro curso... —repliqué molesta pero mamá me interrumpió.

— No hay nadie llamada así en el colegio, Pamela lo aseguró.

— ¡Ella no la conoce!

— ¡Mandy no existe, Ana! ¡Sé cuándo me mientes! ¡Es hasta un nombre absurdo!

— ¡Claro que existe! ¡Es un sobrenombre! Se llama... se llama... Magnolia y lo odia, por eso...

Mamá frunció el ceño y me interrumpió.

— ¿Y por qué no la invitas un día a casa?

Me quedé con la boca abierta... ¿Qué iba a decirle? Murmuré algo y me fui hacia las escaleras que daban a mi habitación. Desde abajo mamá seguía preguntándome, furiosa, dónde había estado.

Más tarde vino a mi cuarto y seguimos con la discusión. Fue tan grande que hasta llegué a gritarle que qué le importaba, si lo único importante en su vida era José. Nosotros no significábamos nada para ella.

— No te atrevas a decir algo tan horrible, ¡sabes que nos es así! ¡Ustedes son mi vida!

Me acerqué a ella y le hice frente como nunca me había atrevido en mi vida.

— ¿Ah, sí? ¿Y por qué después de que te hiciera papilla y me atacara a mí, decides casarte con él?

Las lágrimas comenzaron a caer del rostro de mamá inconteniblemente, sin embargo no hubo tiempo que alcanzara para una respuesta porque nos interrumpió el mismo aludido. La discusión se incrementó y fue de mal en peor. José hasta amenazó azotarme con el cinturón.

Tres horas después y, mientras todos dormían, había tomado una decisión. Saqué dos mochilas que seguían bajo la cama y me puse un abrigo. Fuera llovía a cántaros y los truenos estremecían el vecindario, sin embargo eso no me importaba. Toqué la puerta de Manu y éste me abrió, estaba despierto y todavía lloraba.

— ¿Dónde vamos?

— Con Marcos.

Mi hermanito sonrió de repente. Había sido muy bueno conmigo guardando el secreto. Le había prometido que algún día iríamos a vivir con él y se alegró muchísimo. Pero había un pequeño detalle que le inquietaba:

— ¿Y mamá? —me preguntó cuando salíamos de casa a escondidas. Lo empujé hacia fuera y cuando estuvimos al resguardo de un tupido árbol, me incliné y lo tomé de los hombros.

— Mamá quiere quedarse con José, Manu. No podemos obligarla a venir.

— ¿No la veremos más? —Enormes lagrimones caían de sus ojos.

— Claro que sí, no llores... Ella reflexionará.

No sabía cómo explicarle lo que pensaba, era muy triste todo, sin embargo teníamos que irnos pronto o nos descubrirían. Corrimos por la calle hacia la parada del autobús nocturno. Había averiguado la dirección de Marcos un día que me dejó sola en el auto con sus pertenencias. Había tomado su billetera y saqué su documento. Sólo tuve tiempo a memorizarla porque volvió enseguida, no obstante ya la tenía en mi poder y nada más me importaba. En tantas noches de reflexión había decidido que la mejor solución era ir a vivir con él. Era un adulto y podríamos quedarnos allí hasta que mamá entrara en razón. No me percaté entonces de lo infantil que era aquella decisión.

Según mis cálculos, el autobús nos dejaba a tres cuadras de su casa. El barrio de clase media estaba a oscuras y sólo las luces de los garajes se encontraban encendidas. El agua corría por los desagües de la calle y nos mojaba las zapatillas. En pocos minutos, terminamos empapados.

— Al llegar a la esquina hay que doblar a la izquierda. Allí tendremos que caminar sólo una cuadra más, Manu —traté de consolar a mi hermanito, que estaba quejándose del barro que tenía en los pantalones.

— Estoy cansado —refunfuñó.

Lo tomé del brazo para que apurara el paso y en ese mismo instante apareció un auto por la calle. Las luces de los faros nos iluminaron. Llevé la mano a mis ojos encandilados. El vehículo, en vez de seguir de largo, se detuvo con una fuerte frenada. Un hombre descendió de aquel. Maldecí mi mala suerte por aquel inoportuno extraño, hasta que lo reconocí.

— ¡Marcos!

— Ana, pero... ¿pero qué hacen aquí? —preguntó perplejo, mientras nos habría la puerta trasera—. Vamos suban, están empapados.

Subimos al auto rápidamente. Le expliqué lo que pretendíamos.

— ¡Yo no puedo recibirlos! ¡Son menores! ¡La policía vendrá y creerán que los he secuestrado! ¡Tendré muchos problemas! —replicó horrorizado.

— No los tendrás... les explicaremos todo lo que pasa en casa —le aseguré rápidamente.

Manu asintió con la cabeza.

— No, no, no... No van a creerles... Harán muchas preguntas.

— Les diremos que hemos escapado y...

— ¡Ana! ¿No me has escuchado? ¡No pueden quedarse en MI casa! —me interrumpió furioso—. ¿Cómo se te pudo haber ocurrido algo así? ¡Les preguntarán por qué yo!... No... No... No puedo permitirlo.

— ¡Pero no puedo volver a casa! —repliqué molesta y preocupada. Manu temblaba como una hoja a mi lado y decía sin parar que no volvamos.

—Los llevaré allí de vuelta, no pueden huir —decidió el profesor. Arrancó el auto y aceleró. Comenzamos a transitar las calles de la ciudad a gran velocidad.

Discutimos sin parar, simplemente no podíamos volver... Si José se despertaba y se enteraba de todo... ¡Íbamos a tener graves problemas! No obstante, a Marcos le importaba más su reputación.

— Gracias a Dios que tuve que salir a la farmacia... sino... sino... Lo siento, niños. No puedo hacerlo.

— Pero... ¡tendremos muchos problemas! —le grité llorando y también furiosa por llamarme "niña". ¡No era tan niña cuando estábamos solos!

Manu comenzó a retorcerse y a gritar.

— ¡No podemos volver! ¡No podemos volver!... ¡José nos pegará! —gritaba fuera de sí.

Marcos comenzó a largar insultos.

— ¡Calma a ese niño!

Sin embargo, Manu no se calmó y comenzó a dar patadas detrás del asiento del conductor. El hombre se enfureció más.

— ¡Basta, mocoso estúpido! ¡Cállate! ¡Cállate!

Tomé a mi hermanito de la cintura y lo atraje hacia mí para separarlo de él. Manu lloraba y gritaba, le había dado un hermoso berrinche. Lo único que nos faltaba... No obstante no podía decirle nada ¡porque tenía razón! Marcos iba a dejarnos en la cueva del lobo y no parecía importarle mucho aquello. No parecía importarle que fuéramos víctimas de una paliza.

Minutos después nos encontramos en la puerta de casa, empapados y llorando desconsoladamente. En el piso de abajo había una luz encendida. De inmediato se abrió la puerta principal y apareció mamá en el umbral, que alcanzó a ver cómo un auto dejaba la calle a gran velocidad.

— ¿Qué está pasando? ¿Quién era...? ¿De dónde vienen...?—comenzó a decir con compulsión, mientras tomaba a mi hermanito asustada y me miraba a mí con el ceño fruncido.

— Es el novio de Ana —respondió mi hermanito, en pequeña venganza.  

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