24-Ratoncito ciego:

Manu llegó al día siguiente con toda la desgana cargada en la mochila. Si hubiera tenido la opción de vivir con su amigo, nunca hubiera vuelto. No obstante, al ver que estaba sola en casa, se preocupó.

— ¿Y mamá?

— Bueno... se fue con José por unos días... de vacaciones.

Mi hermanito me miró asustado.

— No pasa nada —le mentí abrazándolo—. Ellos tendrán unas mini vacaciones y nosotros también. ¿Te imaginas ver tele al horario que quieras?

Un amago de sonrisa apareció en su rostro.

— No me gusta que mamá este sola con José. —Fue su comentario.

— A mí tampoco, Manu, pero así son las cosas... Preparé un budín de chocolate, ¿quieres?

Le cambió la cara, emocionado corrió por el comedor hasta la cocina, mientras tiraba la mochila en el camino. Lo había hecho sólo por él, para sacar su mente de la ausencia de mamá. ¡Era tan pequeño todavía! Habría hecho cualquier cosa por él.

Para la hora del almuerzo apareció Carola con una gran bolsa que contenía todo tipo de boles y recipientes. Abrazó a Manu, intercambió unos saludos con él, y dejó el paquete en la mesa del comedor.

— ¿Aún no has hecho de comer, querida?

— Ammm no, es temprano —le dije desconcertada.

— Mejor, traigo varias cosas que sobraron anoche. Comeremos los tres, ¿quieren? —No era una pregunta.

Comenzó a sacar todo lo que había traído. Cuando extrajo un abundante pedazo de torta, tuve que arrancársela de las manos a Manu

— Ahora no, después del almuerzo —le dije entre dientes. El niño lo soltó de mala gana.

— Hay muchas cosas ricas para comer, tesorito —intervino la mujer.

— ¿Y Pamela?

La mujer frunció el ceño.

— Está castigada. La he dejado sola en casa para que reflexione muy bien lo ocurrido anoche. ¡Fue un escándalo! Bueno... debes saber si has estado allí. Aunque Pamela me dijo que estuviste un ratito no más. Supongo que... no era lo que habíamos planeado. ¡Qué vergüenza! Encima tener que soportar... ¡y a mi edad!... ¡Una vergüenza! Mi hermano preocupado por una llamada de un vecino... ¿Qué pasa en casa?, me dijo el pobre, ¡he recibido cinco llamadas de los vecinos!... Imagina tener que contar todo. Yo no sabía nada, Pamela me ocultó todo. Sólo pensé en algunas chicas. —Mientras hablaba iba colocando en la mesa todo tipo de cosas.

— ¡Papas! —exclamó mi hermanito apoderándose de la bolsa y comenzando a tragarlas como si fuera un pequeño cerdito. Intenté que se controlara, sin éxito.

— Oh, supongo que no comen seguido...—murmuró la mujer sorprendida por la reacción del niño.

La verdad era esa misma. José nos había prohibido casi todos los alimentos que consideráramos ricos, con la excusa de que en su casa sólo se ingería comida saludable.

— Son sus favoritas —murmuré, ayudándola con las cosas, y mirando a mi hermanito para que se comportara.

Mientras almorzábamos me iba enterando de todo lo que había pasado la noche anterior. Por suerte Pamela le había dicho que sólo había ido un ratito y, al ver que llegaba mucha gente, me fui. "Porque es una amargada", agregó. En realidad me sirvió mucho más adelante, cuando José se enteró de todo. No tuvo ocasión de castigarme por mi conducta como le hubiera gustado.

— Cuando comenzaron a llegar los de la música y la decoradora con el pastel, me alarmé mucho. Me pareció un gasto innecesario, debido a lo pequeño del festejo, y comencé a dudar si sus padres me reprenderían por derrochar tanto dinero... pero luego... —Se detuvo, largando un suspiro de molestia—. Nunca me imaginé todo lo que armó... Aunque Pamela me asegura que se corrió la voz y que ella no había invitado a tanta gente... No le creí...

Menos mal, pensé. No era tan tonta su tía.

— ¡Estuve como loca todo el tiempo! ¡Esos niños! ¡No dejaban de deslizarse por las escaleras! ¡Y bailaban encima del mostrador de la cocina!... Uno se cayó y se hizo un enorme chichón... ¡Estuve corriendo todo el tiempo para intentar poner orden!... ¡Encima un grupo llevó un barril de cerveza! ¡Todos menores de edad! ¡Iban a matarme!... Me la pasé escondiendo botellas por toda la casa...

— ¿Rompieron algo? —pregunté tímidamente, me parecía que tenía que hablar, hacía más de media hora que estaba callada.

— ¡Una silla! ¡Y el jarrón de las indias, regalo de matrimonio de mi hermano!... Sin mencionar una docena de vasos, ocho platos, el sillón quedó manchado de vómito, rompieron dos masetas, cuatro adornos, un perro de porcelana,... —enumeraba la mujer y la lista de cosas siguió. Parecía tan alterada y preocupada que me enojé con Pamela y su egoísta conducta.

— ¡Y luego cayó la policía! ¡Qué vergüenza! Los vecinos no dejaron de llamar pero yo no atinaba a contestar, ¡estaba tan ocupada poniendo orden!... Después, ¡gracias al señor!, se calmaron las cosas. Se fueron casi todos. Sin embargo, no pude ir a dormir hasta que amaneció. Quizá por eso estoy tan alterada... perdón, querida, te estoy aburriendo.

Le aseguré que no.

— ¿Pamela la pasó bien?

— Oh, sí, la pasó muy bien —asintió de manera cortante y con el ceño fruncido—. Esto ha puesto tan nervioso a mi hermano que al parecer adelantaría su regreso.

No supe qué decirle, no quería irritarla más de lo que estaba y tampoco atinaba a consolarla de alguna manera. Tomé una botella de gaseosa que había llevado, me serví en el vaso y, estaba por tomarlo, cuando mis ojos se dirigieron desde el rostro de Carola hacia una de las ventanas que estaba detrás de ella. Un rostro apareció de repente. ¡El profesor Brown! Me sobresalté y el líquido se derramó por la pechera de mi buzo.

— Oh, querida, ¿estás bien? —me miró preocupada, mientras me alcanzaba una servilleta.

— Sí, sí, me ahogué —expliqué fingiendo tos.

La mujer no se dio vuelta, sin embargo mi hermanito miraba fijo hacia la ventana. ¿Lo habría visto? Comencé a ponerme muy nerviosa.

— Manu, no has comido tu ensalada —lo reprendí, para llamar su atención.

Me miró con el ceño fruncido y comenzó a quejarse de que no le gustaba la zanahoria; cosa que atrajo todos los pensamientos de la tía de Pamela hacia él. Esta estuvo hablando veinte minutos de lo buenas que eran las verduras, de sus propiedades e incluso me dio algunas recetas.

El hombre no volvió a asomarse ni tocó el timbre y, luego de comer un buen pedazo de torta, Carola decidió partir a ver qué estaba haciendo su indisciplinada sobrina.

— Manu es hora de...

— ¿Puedo ver un rato tele? ¿Si? No tengo ganas de dormir siesta —me interrumpió.

Intenté discutir pero no tenía ganas, así que lo dejé frente a la tele.

— ¡Media hora no más!

Cuando dejó de mirarme, me acerqué a la ventana y miré hacia afuera. No se veía nadie, la cuadra estaba desierta. Fui hacia la puerta de entrada y salí. El vecino de enfrente llegó en su auto, lo estacionó y entró a la casa. Luego sólo los ruidos habituales se oyeron por todos lados. El profesor Brown había desaparecido.

En ese momento me pregunté a qué habría ido, ¿se quería disculpar por dejarme sola con los intrusos en casa?

— ¿Ana? —susurró alguien a mi espalda. Volví a sobresaltarme.

— ¡Es la segunda vez en el día que me asustas! —dije.

— Perdón, estaba por tocar el timbre cuando escuché la voz de una mujer. Pensé que tu mamá y su novio habían vuelto —se disculpó Marcos.

— No, es la tía de Pamela. Huyó de su sobrina esta mañana —le informé.

— ¿Qué pasó anoche?

Le conté brevemente lo dicho por Carola.

— ¿Qué pasó contigo? —le reproché. Allí fue cuando me contó su relato de los hechos de la noche anterior.

— ¿Llamaste a la policía?

— No, los perseguí con un cuchillo y se asustaron —reí con ganas.

A Marcos no le pareció tan gracioso, me miraba con incredulidad.

— No te rías, podrías haber... —comenzó a sermonearme pero se quedó callado de repente.

— ¿Ana?

Me di la vuelta, Manu nos miraba desde el umbral. Me puse blanca como el papel, ¿y ahora qué iba a decirle? Se produjeron unos breves segundos de silencio.

— ¡Hola! ¿Él es tu hermanito? —preguntó Marcos, sonriendo.

— Sí... Manu...

— Hola, Manu, soy profesor en el colegio de tu hermana. Tu mamá me dijo que pasara a ver cómo estaban —mintió Marcos.

Manu se sorprendió pero no vio algo raro en eso, terminó sonriendo.

— Puedo jugar con la compu...

Estaba a punto de decirle que no, que tenía que irse a dormir, no obstante Marcos le preguntó cuál era el juego. Luego se inventó un sobrino que jugaba a lo mismo y le propuso jugar con él un rato. Ambos entraron a la casa como dos criaturas sonrientes. Trajeron la notebook de José y se instalaron en el sillón. Mientras tanto aproveché para limpiar la mesa y lavar los platos, luego me fui a cambiar de ropa pero estaba toda pegajosa.

— ¡Me voy a dar una ducha rápida! —grité desde lo alto de las escaleras.

— ¡Bueno! —me respondieron ambos a la vez.

Cuando salí del baño, los oí reír y charlar todo el tiempo. Estaba un poco celosa de que mi hermanito acaparara toda la atención del profesor Brown y estaba molestándome tal situación cuando me di cuenta de que no había ruidos en la casa. Intrigada y todavía secándome el cabello con una toalla, bajé la escalera.

Manu se había quedado dormido en los brazos del hombre... ¡y este también roncaba! Daba tanta risa y tanta ternura verlos juntos. Me sentí mal por mis anteriores pensamientos tan egoístas y los dejé dormí un largo rato.

Para distraerme tomé la computadora que estaba en la mesita frente a ellos y me fui al comedor. Revisé mis redes sociales con curiosidad, quería enterarme de los pormenores de la noche anterior. Si bien no la tenía a Pamela ni a sus amigas agregadas, sus cuentas eran públicas y cualquiera podía verlas. Había muchísimas fotos de su cumpleaños, ¡hasta una de los dos policías que fueron!

Me reí un rato de una foto que alguien le había sacado de improviso a Roxi con los dientes fuera, ¡parecía un conejo!, cuando reparé en la pareja que salía detrás de ella medio oculta. Daniel parecía muy enojado con una chica que le gritaba con un dedo acusatorio. Melina no lo había pasado tan bien, pensé. Luego comencé a ver un montón de rumores de varias personas, incluso de chicos que no había visto nunca, que parecía afirmar que se habían peleado. Pensé que al fin Daniel veía lo que era en realidad su novia.

Estaba quitando de la pantalla la página cuando seleccioné un archivo del escritorio sin querer y este se abrió. Allí José había guardado fotos familiares recientes. La mayoría eran de mamá haciendo diferentes cosas de la casa: mamá limpiando el piso con una escoba, mamá lavando los platos con las manos llenas de espuma, mamá cortando las margaritas secas del jardín, mamá cavando un pozo en la tierra para plantar un pequeño brote, mamá haciendo su cama... No tenían sentido para mí esas fotos. Me daban escalofríos, parecían instantáneas de un acosador.

No obstante lo más raro de ese archivo era otra carpeta que estaba allí mismo con el nombre de "frutas". Sabía que no debía hacerlo, pero la curiosidad me ganó. Al abrirlo me aparecieron un montón de archivos titulados con nombres de frutas: manzana1X, pera3X, mango1X, ananá 4X, banana 2X, frutilla 2X, mandarina 3X,... y así seguía la lista. Intenté abrir uno al azar pero me pedía contraseña. ¡Era todo tan raro! Me puse muy nerviosa... Entonces reparé que al final de la larga lista había otra carpeta. Esta la pude abrir sin problemas pero lo que vi me dejó asqueada. Eran piernas, nada más. La foto estaba tomada como si uno deslizara el celular bajo la mesa y sacara una foto de la persona que está en frente. Había piernas con faldas, jeans, pantalones, short, pijamas... y todas eran mías. Miré sobresaltada debajo de la mesa y pude comprobar que era esa mesa y esas sillas... un escalofrío recorrió mi cuerpo.

En ese momento me sobresaltó escuchar el ruido del sillón y cerré rápidamente los archivos.

— Perdón, Ana, me quedé dormido —me susurró Marcos, pasando su mano por el cabello revuelto que lo volvía más sexi. Le sonreí.

— No hay problema —murmuré.

Se acercó a mí y me dio un beso en la frente.

— ¿Estabas jugando en línea?

— No, veía mis cuentas... Todos hablan del cumpleaños de Pamela —dije por lo bajo, riendo.

— ¿Algún comentario del ataque con el cuchillo?

— No, nada. —Fingí decepción. Marcos rió.

Apagué la computadora... estuve a punto de decirle sobre las fotos extrañas de José pero me contuve. No sé por qué realmente. Me parecían una locura más del novio de mamá... no atinaba a darle más importancia.

— Tengo que irme... es tarde —susurró.

Lo miré sorprendida... ¡No habíamos hablado nada! Intenté protestar, pero se dirigió hacia la puerta rápidamente.

— ¡Espera! ¿Vendrás mañana? —pregunté.

Dudó un poco.

— ¿Cuando vuelve tu madre?

— En realidad no tengo idea, ella dijo que iba a llamar pero no se ha comunicado.

— Está bien —suspiró. Entonces me tomó de la barbilla, parecía triste y contrariado—. Yo... no puedo dejarte sola, Ana. Vendré... pero no me esperes siempre.

Asentí sonriente. Luego atrajo mi cuerpo hacia él y me besó. Los siguientes días fueron una copia de ese, preguntaba si podía venir (es decir si mamá no había vuelto o si Carola no estaba en casa) y luego aparecía. Jugaba con Manu un tiempo hasta que este se dormía o se ponía a ver dibujitos animados, y charlaba conmigo casi toda la tarde. Cuando Manu estaba presente, él no me trababa diferente a cualquier persona... pero cuando este desaparecía, volvíamos a amarnos como la primera vez. Sin darnos cuenta nos convertimos en cómplices de un secreto prohibido que ambos sabíamos que nunca debía salir a la luz. Los escrúpulos de Marcos ya no estaban presentes en sus palabras y no los tenía que soportar. Sólo veía tristeza en sus ojos cuando nos separábamos en la noche. Estábamos inmersos en una atmósfera de locura que éramos incapaces de ver.

El profesor Brown no habló más de separarnos y sólo parecía preocuparse por los obstáculos que debíamos atravesar para vernos. No siempre Manu nos dejó solos y a veces Carola aparecía de improvisto y él tenía que huir. Un par de veces casi fuimos descubiertos por esta y Pamela, que acudió a casa de mala gana acompañando a su tía. Sin embargo, el secreto me gustaba... era como una descarga de adrenalina intensa cada vez que lo veía a solas.

El día en que todo se complicó fue el día en que volvieron mis vecinos.

— Espera, Ana, ¿qué es ese ruido? —me detuvo Marcos.

Estábamos acostados en el sillón y yo no dejaba de acariciarlo. Me había vestido provocativamente sólo para él. Manu estaba en la casa del frente con su amigo.

— ¿Qué cosa? No oigo nada.

Él se levantó y fue hacia una de las ventanas, de inmediato se puso en cuclillas y comenzó a correr hacia la cocina gateando. Asustada, me levanté del sillón. El timbre sonó cuando me acomodaba la minifalda. Era la madre de Pamela, Viviana. Acababan de llegar de viaje. Sorprendida por no ver a mamá quiso que le contara todo lo que pasaba.

— Perdón, Ana, ¿ibas a salir? ¿Te estoy deteniendo? —me dijo en un momento. Hacía media hora que estaba en casa—. Estoy tan preocupada... olvidé por completo el tiempo... Voy a averiguar a donde están, a mi José nunca me niega nada.

No esperaba respuesta, se despidió apresuradamente y salió de la casa.

— Tendremos que tener más cuidado... Me voy —dijo Marcos, asustado.

— ¡Oh, no, no! No creo que vuelvan más por hoy... puedes quedarte más tiempo. Manu todavía no viene y...

— Pero es tarde...

Le supliqué que se quedara y al fin cedió. No obstante, nunca me imaginé que ese día las cosas iban a llegar más lejos. Estaba en el baño cuando decidí subir y esperarlo en la puerta. Al salir Marcos se sorprendió de verme.

— ¿Qué haces aquí? —rió

— Nada... ¿quieres venir? Prometiste arreglarme la lámpara de la mesita. ¡No he podido leer en días! —le dije, fingiendo una excusa para que nos recostáramos un ratito, mientras lo arrastraba unos pasos hacia mi pieza.

— No... no, Ana... Acordamos que... —manifestó, dándose cuenta de mi intención.

— No acordamos nada. Además, yo sólo...

— ¡Claro que sí!... Acordamos que no pasaríamos ese límite. Era mi única condición al venir... Lo sabes bien —replicó seriamente, pero sus ojos me decían otra cosa.

— ¡Vamos! —insistí varias veces, mientras le daba un beso en la boca.

— No... —Se negaba él, hasta que dejó de hacerlo.

Lentamente, pero no a la fuerza, logré que me siguiera. El profesor Brown se dejó llevar, aunque no se resistió mucho, para decir verdad.

— Está bien —murmuró y cerró la puerta de la habitación.

En el pasillo se quedaron sus escrúpulos y todo pensamiento que le advertía que no debía hacer aquello. Que aquello estaba mal. Muy mal.

Pasaron dos días sin que pudiera volver a verlo, los padres de Pamela iban a casa a toda hora. Habían logrado comunicarse con José y mamá. Estaban bien, fingiendo pasar unas vacaciones excelentes. Al menos avisaron que vendrían el fin de semana para el cual faltaban sólo dos días. Por ese lado estaba feliz y tranquila, pero otra parte de mí pensaba que serían un obstáculo más para que yo y Marcos nos viéramos. Sólo quería estar con él, estaba muy enamorada.

Esa pequeña separación, nos hizo imprudentes. Cuando pudo entrar en casa de nuevo sin que hubiera peligro, corrí hacia él y nos besamos. Olvidé por completo la realidad.

— ¿Ana?

Nos separamos de repente y nos dimos vuelta, Manu nos miraba con la boca abierta. Me puse roja de la vergüenza, Marcos en cambio palideció. 

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