21-Intrusos:
La noche que pensé pasarla en completa soledad se convirtió en algo muy diferente. Marcos fue muy bueno conmigo, me consoló mucho y logró al menos que dejara de llorar. Me dio un consejo bastante útil, primero me dijo que lo que había dicho José de mi hermano era muy extraño. Él no tenía donde esconderlo... ¿y si todo fuera mentira para manipularlas?, sugirió... ¡Y Marcos tuvo razón! Le llamé a la madre de su amigo y, con sorpresa, comprobé que mi hermanito estaba con ellos. No tenía idea de lo que había pasado. ¡Fue un gran alivio para mí!... Pero, ¿cómo se lo comunicaba a mamá? Su celular estaba apagado y ni siquiera sabía a dónde habían ido.
Antes de que la luna ascendiera por completo en el cielo, tocaron el timbre. Me sobresalté mucho. Nadie nos visitaba. Estar sola en casa, a pesar de ser un alivio, también me causaba temor.
— ¡Hola! ¡Hola! ¡Debes ser Ana! ¡Qué estoy diciendo por supuesto que eres, Ana, si vives aquí! —me dijo una mujer riendo, que estaba parada en el umbral de la puerta.
La miré extrañada... no la conocía, sin embargo su rostro me era vagamente familiar. La forma de su nariz... y sus ojos.
— ¡Oh! Perdón —exclamó de pronto, dándose cuenta de mi confusión—. Soy Carola... la tía de Pamela. José me dijo que viniera a ver como estabas todas las noches.
Ahora recordaba, su cara se parecía un poco a la de su hermano. Sin embargo, la sonrisa de bondad que la embellecía no la tenía aquel. Era una mujer baja, de cabello desteñido entre rubio oscuro y castaño. Vestía completamente de blanco, manía que tenía y que descubrí posteriormente.
La saludé y ella, de inmediato, entró a la casa, como comprobando que estuviera sola. Con seguridad José le había hecho alguna de sus insinuaciones maliciosas y quería cerciorarse de que no tuviera escondido a alguien bajo una silla. Luego me invitó a cenar con ella y Pamela y no quiso escuchar mi respuesta, ya que media hora después estaba sentada a la mesa con ellas.
Mi compañera de clase estaba extrañamente contenta y temí que tramara algo en mi contra. Sin embargo, no fue así. Se la pasó hablando de su cumpleaños, que sería en unos días. Sus pensamientos estaban concentrados por completo en eso. También habló de los regalos que esperaba de sus padres. Y esperaba bastante.
— Sólo seremos Yo, Roxi, Melina y una o dos más —decía, contando con los dedos, a mí me ignoró—. Pero tía, tengo miedo que Roxi haya abierto de más la boca y caigan más. Papá va a matarme, pero no pude evitarlo. ¡Muchas se ofenden!
— ¡Oh, no te preocupes, querida! Pueden ser más, no diré palabra. Pero tienen que portarse.
— Sí, sí, no te preocupes, tía. Sólo veremos películas y comeremos algo. Mamá ya compró todo. Hay una banda de cosas en la despensa. Con eso está bien —dijo en tono adulador.
— Bien... —alcanzó a manifestar la mujer pero Pamela se le adelantó.
— ¿Podremos poner un poco de música al principio? ¡Me encanta bailar!
Su tía comenzó a dudar, sin embargo Pamela siempre lograba quitarle importancia a sus objeciones y terminaba convenciéndola.
— Sólo será bajito y por un rato. Además estrenaré mi vestido nuevo, ese corto que te mostré recién, y unos tacones altos, alto hermosos... Mamá no quería comprármelos, ¿puedes creer, tía? Pero la convencí. ¡Me son absolutamente necesarios! Decía que eran caros, pero lo "bueno" siempre es caro.
Por cómo se comportaba y por lo que decía, comencé a pensar que Pamela estaba planeando algo diferente a una piyamada, sino ¿por qué se pondría un vestido y zapatos altos?
Volví a la casa de José tarde, ya que Carola no me dejó ir hasta que pudiera acompañarme. Se puso a lavar platos y a ordenar. Su sobrina me ignoró toda la cena, se la pasaba hablando de su cumpleaños y contestando el celular. En realidad era un buen cambio, aunque extraño, prefería eso a que me molestara.
Al día siguiente me despertó una llamada al celular, eran las nueve de la mañana. Intenté tomarlo pero no lo tenía a mano y cuando lo encontré ya habían colgado. Era un número desconocido. Dicho número llamó dos veces más esa mañana, no obstante por casualidad no pude atenderlo. Comencé a preocuparme. ¿Y si era mamá?... Intenté devolver las llamadas. José no había pagado la cuenta, así que me las rechazó.
Estaba luchando con el miedo de que pasara algo, cuando sonó el timbre. ¡Otra vez esa mujer! ¡No podía ser! Abrí la puerta con desgana.
— ¡Profesor!
— Ana, por favor, no me llames así —replicó e inmediatamente entró a la casa. Parecía nervioso y sudaba.
¡Mi aspecto era terrible! Estaba despeinada, tenía un buzo enorme manchado y short cortos. Comencé a alisarme el pelo con nerviosismo.
— ¿Cómo está todo? Me preocupé e intenté llamar pero...
— ¡Ah! ¡Eras tú!... No pude atender porque estaba en el baño —manifesté mientras me dirigía hacia la escalera, ¡tenía que cambiarme!—. Ya vuelvo.
Dejé el celular en la mesa y corrí escaleras arriba.
— ¿Estabas desayunando? —lo oí murmurar. ¡Eran las once! Un poco tarde...
Me cambié y me arreglé lo más velozmente posible. ¡Estaba tan nerviosa! ¡No podía creer que estuviera en mi casa! Al bajar me disculpé torpemente.
— No te preocupes, desayuna. Yo debí avisarte que venía pero lo que me contaste me preocupó muchísimo —insistió.
Luego pasamos a hablar de todo lo que había ocurrido. Marcos quería detalles y se indignó muchísimo al descubrir cómo José había manipulado a todo el mundo. Deseaba que fuéramos a la policía pero, ¿para qué?, habían venido y no hicieron nada. Seguramente ya había hablado con su amigo para que lo sacara del conflicto. Después pareció resignarse.
— Lo siento mucho, Ana. Pero no debes desesperarte, ese "hombre" tiene mucho que perder si le hace algo a tu mamá. Personalmente creo que no la tocará. Por más que tenga un amigo en la policía, este lo vigilará... hay mucho en juego. En estos días la violencia doméstica no se toma como antes. Son casos serios. Y cuando vuelva tu mamá, podrán irse... Espero que nunca se le ocurra discutirlo con él —opinó Marcos.
— ¡Oh, no, no lo creo! —aseguré. Después de lo que había pasado estaba segura que mamá había recuperado por completo toda su sensatez.
— ¿Tu hermano sigue con la familia de su amigo?
— Sí, como te conté, él no sabía nada. No le dije —manifesté y luego agregué con alivio—. Me preguntó si podía quedarse dos días más.
Apuntó que eso era muy bueno, mientras Manu se enterara lo menos posible de los conflicto en casa, crecería como un niño normal. Yo estaba de acuerdo, para mí, sin embargo, me parecía demasiado tarde. No me sentía para nada "normal".
Recién a medio día se levantó de la silla. Me miró dubitativo.
— No me gusta dejarte aquí sola... ¿Tienes dinero? ¿Tienes comida?
Le aseguré que sí, mamá me había dejado.
— Además la tía de Pamela viene a verme —agregué.
Asintió con la cabeza. Parecía no tener prisa por irse, volvió sobre sus pasos y, con una mirada de dulzura y cierto brillo en los ojos, me dijo:
— Ana, cualquier cosa que necesites quiero que me lo digas. Puedes llamarme a la hora que sea —insistió y luego, como abandonado a un impulso, me dio un abrazo fugaz que a mí me pareció larguísimo. Luego me dio la espalda y salió de la casa.
Me quedé temblando de la felicidad. Aunque fuera una felicidad irreflexiva, era lo único bueno que me había pasado en esos días. Sentía miles de sensaciones distintas, estaba agradecida, azorada, confundida. Sus ojos me habían hablado del cariño que sentía por mí o yo no conocía su idioma en absoluto. Mi corazón latía aceleradamente y me ardían las mejillas. Por un momento me atreví a imaginar sus labios tocando los míos.
Lo que restó del día no pude dejar de pensar en esas horas, en sus palabras, en sus gestos, en la amabilidad de toda su persona. Su compañera sería la mujer más feliz del mundo. Al pensar en ello me entristeció un poco, sin embargo no era tan egoísta como para desearle soledad eterna. Él merecía ser feliz.
Para matar el tiempo, rescaté el diario de Soledad de la mochila. ¡Hacía tanto que no lo leía! Me avergoncé de aquel olvido.
Del diario de Soledad:
- 25 de Junio: pronto serán las vacaciones y lo único que quiero es alejarme de todos. He estado muy triste. Susy se ha dado cuenta pero no quiero decir nada, le temo, todavía tengo en mente su amenaza.
Mi papá dice que este año iremos a las montañas, donde vive mi abuela, aunque no me gusta mucho la idea (es muy aburrido) me alegré porque no tendré que estar más en casa. Y estaré lejos de él.
Ahora comprendía mejor su tristeza, sentir tanto amor por alguien que ya no te quiere debe ser horrible. Recordé a Daniel y todo lo que había hecho, me imaginé que L. debía ser alguien como él.
- 1 de julio: ¡Primer día de vacaciones! Estamos empacando, nos iremos diez o quince días. Ya no puedo esperar.
¡Ojalá yo pudiera tener vacaciones algún día!
- 2 de julio: ¡Que hermoso que es aquí! Me arrepiento por completo de haber dicho que era aburrido. Quizá sea tranquilo pero no me aburro. Mi papá me enseñó a cabalgar. ¡Qué lindo que es! Pienso salir todas las mañanas. Así me olvido de él y del maldito colegio San Andrés.
¡El colegio San Andrés! Leer aquello me impactó muchísimo. No podía creer la casualidad y tampoco me extrañaba que odiara ese lugar. Yo también casi lo odio, nunca me ocurrió nada bueno allí, exceptuando el haber conocido al profesor Brown. Sin embargo, el detalle encendió mi curiosidad. En las próximas páginas había unos dibujos, seguramente hechos por ella misma en el viaje. Luego seguía así:
- 6 de julio: hoy pasó algo extraordinario, me encontré a Rocío. ¡Rocío! Se sorprendió mucho de verme pero pareció que se alegraba y me saludó con una sonrisa. Estoy perpleja. ¿Qué le habrá pasado para ser tan amable? ¿Planeará algo contra mí?
Lo mismo se me había ocurrido el día anterior al pensar en Pamela. Su cumpleaños era al día siguiente y no pensaba asistir. ¡Ni loca! No tenía a nadie que me obligara, al menos iba a ahorrarme el mal rato.
- 7 de julio: descubrí que a Rocío también le gusta cabalgar en las mañanas. Está con su padre aquí. Paran en el pueblo. No es mala. Creo que comenzamos a ser amigas.
Esto sí logró sorprenderme. ¿No eran enemigas? No podría perdonar a Pamela o a sus amigas por todo lo que había pasado y pasar a formar parte de su grupo. La idea hasta me hizo reír. Quizá Rocío la engañaba... le estaba tendiendo una trampa. Comenzaba a estar segura de ello. ¿Y si la empujaba del caballo?
La oscuridad estaba entrando por la ventana, así que me paré a encender la luz. En ese preciso instante hubo un ruido en el piso de abajo. Me sobresalté tanto que el diario cayó a mis pies con un ruido sordo... Luego, otra vez el ruido. Parecía como si alguien quisiera abrir una ventana. Aunque estaba muy asustada, decidí bajar. Prendí todas las luces.
En el piso de abajo no se veía nada extraño. Fui a la cocina y tampoco había nada fuera de lo normal. De pronto, hubo un golpe en una ventana del comedor. Grité del susto y, en pánico, comencé a subir las escaleras. Oí murmullos... ¡definitivamente alguien quería entrar! En mi habitación busqué el celular. Mi primera intención fue llamar a Carola pero recordé que no tenía el teléfono. Los golpes en el pio de bajo se detuvieron, sin embargo poco después volvieron con más intensidad. ¡No podía salir de casa y correr a la de al lado!
Temblaba tanto y mis pensamientos eran tan incoherentes que no se me ocurrió hacer nada. Me encontré paralizada en el umbral de mi habitación. Entonces comenzó a sonar un teléfono. Miré mi celular y, por supuesto que no era, ¡me sentí muy confundida! Creo que el pánico me estaba trastornando el juicio.
El sonido se repetía insistentemente. Recordé. Había un teléfono de línea en el piso de abajo. Jamás sonaba, a eso se debía mi confusión. Creo que esa vez fue la primera que lo escuché.
Con cuidado bajé por las escaleras, los golpes en la ventana habían parado. Corrí hacia el pasillo que conectaba el comedor con otro que daba al jardín y que tenía la puerta del sótano.
— ¿Hola?
—... —Había sólo ruido del otro lado. Comencé a asustarme.
— ¿Hola?
— Mañana él vendrá a visitarte —murmuró una voz ronca. De pronto, los golpes en la ventana se intensificaron. Grité de terror y dejé caer el tubo al piso.
No sé por qué lo hice, simplemente no lo pensé. Corrí por el corredor hasta la puerta que daba al jardín, la abrí y salí de la casa. Sin atreverme a mirar atrás, corrí muy rápido hasta la casa de Pamela. Entré por una puerta que daba a su jardín y seguí mi trayecto hasta llegar a la puerta trasera, donde antes mamá y Viviana se habían sentado a hablar.
— ¡Abran! ¡Abran! —comencé a gritar desesperada, mientras golpeaba con los puños la puerta.
Carola apareció y me abrió, asustada.
— ¡Ana! ¡¿Qué ocurre, querida?!
No podía hablar sólo le señalaba la casa. Las palabras se negaban a abandonar mi garganta.
— ¡Cálmate! Espera... ven... estás resoplando, respira querida. —La mujer me miró aterrada.
Intenté calmarme.
— Alguien... alguien... quiere entrar... a la casa —dije de manera entrecortada. Luego le conté sobre la llamada de teléfono. La mujer frunció el ceño, mientras me obligaba a tomar un vaso de agua.
— Mmmm eso no me gusta nada. Parece una broma de mal gusto.
La miré sorprendida y me sentí avergonzada... ¡Y furiosa! Pensé en...
— ¿Qué pasa? —Era Pamela que entraba en ese momento. Estaba secándose el cabello con una toalla. La miré confundida, por un segundo había pensado que ella...
— Cierra todas las puertas, cariño, y no le abras a nadie. Ya venimos.
— ¡¿Pero qué pasa?! —gritó Pamela desde el umbral de la puerta, mientras nos veía alejarnos hacia la casa de su tío.
Me detuve como paralizada en medio del jardín de la casa de José. Había dejado la puerta abierta. ¿Y si había alguien allí?
— No temas, querida, seguramente es una broma de los niños del barrio. Están muy traviesos últimamente. Ayer no dejaron de llamar.
— ¿Niños? —murmuré incrédula.
Entramos a la casa... y no había nadie allí. Revisamos todo, por dentro y por fuera. Quienquiera que estuviese allí antes, había desaparecido.
— Ves, era una broma —aseguró Carola—. Si hubieran sido ladrones, se hubieran llevado algo.
— ¿Está segura?
— Aquí está tu celular, estaba tirado en el piso, ¡y no se lo llevaron!... Sí, fueron los mocosillos del barrio.
En ese momento entró Pamela a la casa y cuando la vi me sobresalté. En su rostro apareció una sonrisa burlona.
— ¿Qué pasó? ¿Había algún fantasma en la casa? ¿Ruidos provenientes de otro mundo?... Fantasmas que...
— ¡Pamela, basta! —la cortó la tía. Era muy capaz de imponer su autoridad cuando quería—. Vete a la casa...
— Pero...
— ¡Ahora!
Mi compañera nos miró con el ceño fruncido, quería quedarse, sin embargo pareció cambiar de opinión. Seguramente se dio cuenta de que no era muy inteligente enojar a su tía un día antes de su cumpleaños. Nos dio la espalda y se fue por el jardín sin decir ni una palabra más.
— ¿Quieres venir a dormir a la casa esta noche?
— ¡Oh, no, estaré bien, señora! No hay problema —le aseguré, sin embargo la idea me tentaba. Pero recordé la burla de Pamela y preferí quedarme allí sola.
— ¿Segura?
Asentí con la cabeza y pronto me quedé sola, prometiéndole que llamaría a su casa en cuanto sintiera ruidos otra vez. No pensaba hacerlo, la próxima vez llamaría a la policía. ¿Cómo no se me había ocurrido antes?
Cené parada en la cocina un sanguchito de miga. Estaba nerviosa y no tenía ánimos de ir a la tienda de comestibles a comprar algo. Mientras pasaban las horas, me iba tranquilizando. Cerré toda la casa y me puse con la computadora. Al fin podía usarla a mis anchas.
Eran como las once de la noche cuando decidí darme un baño y ponerme el camisón. Era de un satén color azul y no lo usaba nunca, ya que era demasiado corto. No quería por nada del mundo que el asqueroso de José me viera así algún día.
Al salir coloqué una bata gruesa y abrigada sobre mis hombros y volví a la computadora. Sin embargo, allí me lo saqué ya que, gracias a la estufa, hacía mucho calor. Estaba hablando con una de mis antiguas amigas que hacía como un mes que no sabía nada de ella, cuando sonó el timbre de la puerta. El corazón se me heló. ¡No podía ser!
Esperé asustada... el timbre sonó otra vez más. Me dio rabia y bajé corriendo por las escaleras sin hacer ruido. Saqué una escoba del armario de la limpieza y me dirigí hacia la puerta. ¡Los malditos mocosos me la iban a pagar! Sonó el timbre de nuevo... abrí la puerta de golpe y lancé un gritó, mientras golpeaba con la escoba a alguien. El hombre gritó y retrocedió asustado, cayendo para atrás al tropezar.
— ¡Espera, Ana!
La escoba se detuvo en el aire, entonces lo miré.
— ¡Marcos! —exclamé sorprendida.
El profesor Brown tenía los brazos alzados para que no le pegara. Me miraba asustado y sorprendido.
— Sí, soy yo venía a... cálmate, por favor.
Un ruido sonó a mi espalda y salté del susto. Mis manos temblaban tanto que apenas podía sostener el palo. Miré hacia el jardín... ¡Estaba tan oscuro! Sentí como el profesor me tomaba del codo.
— Ana... ¿estás bien?
No lo miré.
— ¿Oíste eso? El ruido...
— No...
Un gato blanco salió de repente desde un arbusto florido.
— Es un gato —apuntó Marcos.
Largando un suspiro, bajé la escoba. Las manos aún me temblaban de manera incontrolable. Fue cuando lo miré a los ojos, en ellos había confusión.
— ¿Estás bien?... Mejor entremos a la casa.
Dentro comencé a temblar pero de frío, no me había dado cuenta que estaba en camisón.
— Me estás preocupando... ¿Ha pasado algo?
Asentí con la cabeza y me eché a llorar como una tonta, mientras la escoba caía al piso. Marcos, profundamente conmovido, me abrazó, mientras intentaba calmarme. Pero no podía hacerlo, en sus brazos sentía la seguridad que nunca en mi vida había sentido. No podía para de llorar, pero en sollozos, le expliqué más o menos lo que había ocurrido.
— Y los ruidos no pararon... y esa llamada me asustó... pero... pero Carola dijo... dijo...dijo que eran niños —tartamudeé, alterada.
Él me rodeó con los brazos y me apretó contra su cuerpo, podía sentir su respiración y su aliento en mi oído, la calidez de sus brazos alejaron el frío. Decía algo, no sé qué, porque no le prestaba atención. Estaba tan cera y... ¡Dios, lo quería tanto! Miré sus labios y luego sus ojos, estos brillaban y tenían una expresión que no pude descifrar. Quise soltarlo pero, al volver mi mirada sobre sus labios, algo pasó conmigo... Nunca podré explicarlo. Apoyé mis labios sobre los suyos y lo besé.
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