20-Una gran pelea:
Seguimos caminando por al lado del lago hasta que llegamos a un sitio despejado. Allí nos sentamos en el suelo.
— Nunca me has contado qué te gustaría hacer cuando salgas del colegio. Sé que aún te faltan unos años, pero el tiempo pasa muy rápido —me preguntó en un momento.
— Aun no lo he pensado. Por el momento espero poder sobrevivir al colegio. Luego veré.
Me miró con tristeza y luego sonrió.
— Ya verás que cuando vuelvas de las vacaciones el colegio te parecerá un lugar diferente.
— Ojalá sea así —suspiré.
— ¿No confías en mí? —me preguntó, mientras me miraba a los ojos.
Retiré mi vista de su rostro y le sonreí, mientras asentía con la cabeza.
— Y lo otro... nunca es demasiado temprano para comenzar a pensar en eso. A tu edad a mí me gustaba mucho la idea de ser profesor y también traductor, pero este último anhelo después despareció.
— ¿Y te gusta ser profesor? —pregunté con mucha curiosidad.
Se quedó pensándolo un rato.
— Me gusta mucho... Logro por lo general que las alumnas se interesen en lo que enseño y eso me reconforta... pero no siempre trae cosas buenas.
— ¿Cómo cuáles?
Hubo un breve silencio, estaba pensativo.
— ¿Recuerdas a la alumna que me fue a ver cuando estábamos en clases de apoyo? —me preguntó.
— Sí...
— Bueno... tuve un problema con ella... y otras alumnas más. Son cinco del último año. Las encontré en el baño usando drogas. Por supuesto que está prohibido, además no me gusta que hagan aquello ni allí ni en ningún lado.
— ¡Qué horrible!
— Primero les di un aviso y luego, al día siguiente al encontrarlas otra vez en lo mismo, me vi obligado a avisar a la directora. No para que sean sancionadas sino para que sus padres se enteraran y pudieran prestarles ayuda. No soy ingenuo, sé lo que las drogas le hacen a las personas y mientras más temprano puedan sacarlas de aquel oscuro mundo, mejor —relató con una expresión de tristeza en su rostro—. Aunque lo hice con la mejor intención, lo tomaron bastante mal y no todos los padres se hicieron cargo del asunto. En especial los de esta chica, que minimizaron el asunto. Ahora ellas me odian y sé que planean vengarse de mí de alguna forma.
— ¡Oh! ¡No pueden ser tan idiotas! —me enfurecí. ¡Entiendo que se molestaran con él por delatarlas pero a la larga es lo mejor!
— Así que verás que este año no ha sido muy bueno para mí... primero esto y luego me encuentro con una chica nueva que es golpeada dentro del colegio. Gracias a Dios que tus enemigas no se vengaron de mí. Aunque todavía espero el golpe.
Recordé a Pamela y su comentario.
— No lo creo... Son bastante cobardes —le aseguré y empecé a titubear... ¿Le contaba lo que me había dicho Pamela? No me decidí.
Hubo un largo silencio. El profesor Brown parecía inmerso en sus propios pensamientos, parecía preocupado.
— Quiero darte otro regalo, Ana... Uno muy especial —me dijo en un momento, rompiendo al fin ese silencio.
Lo miré sorprendida. ¡Otro regalo!... ¿Un beso?... Al punto me puse colorada. ¡Cómo podía pensar en algo así delante de él! Por suerte no me pareció que lo notara. Sus ojos estaban posados en el lago. Cambió de posición y rebuscó algo en su mochila. No sabía qué esperar, sin embargo jamás podría haber imaginado lo que sacó de ella. Un pequeño cuchillo con mango de plata.
— Toma, me ha costado mucho decidir si dártelo o no pero... ¡me haces acordar a mí a tu edad! ¡Tenía tanto miedo! Es para que te defiendas si José te vuelve a lastimar pero... Prométeme algo, Ana. Sólo úsalo en una ocasión extrema y sólo como amenaza. —Sus ojos brillaban de una manera extraña.
Asentí con la cabeza y lo tomé en mis manos. Era pequeño y liviano; y me hacía sentir extraña... me hacía sentir... bien. ¿Segura? No sabría definirlo.
— ¿Puedo usarlo para defender a mamá? —pregunté, las palabras simplemente salieron de mi boca.
Me miró fijo y asintió con la cabeza.
— Sólo si crees que está en peligro... en grave peligro —apuntó.
— Tengo miedo... de que la mate —susurré, mientras las lágrimas caían de mi rostro sin control. Ese era el mayor secreto de mi alma.
Marcos tomó mi rostro entre sus manos y limpió el torrente de agua que caía por él. Colocó su rostro cerca del mío y me aseguró que eso no pasaría, que él iba a ayudarme. Luego me abrazó. Su perfume entró por mi nariz y fue como el remedio que necesitaba mi alma para calmarse. Estuvimos abrazados mucho tiempo, como en un sueño... un hermoso sueño.
En ese entonces no pude ver que aquel insólito regalo marcaría mi vida para siempre y las de muchos más.
El aire que rodeaba la casa donde vivía cambió el día en que mamá conoció a Viviana. Tenían mucho en común y se hicieron amigas. Esta última comenzó a aparecer en casa a menudo. José no podía decir nada pero, lo notábamos todos, no estaba feliz. A veces le agarraban celos de su hermana. Quería a mamá sólo para él. Algo que para mí no tenía sentido y nunca voy a comprender. Se comportaba como un niño con un berrinche y sus cambios de humor se volvieron más frecuentes. Por el momento mamá sabía manejarlo.
Las cosas con Marcos, ahora me gusta llamarlo así, iban muy bien. Siempre hablábamos por teléfono, no me quedaba tranquila si al menos no lo hacía un par de veces; y casi nos veíamos con la misma frecuencia. Íbamos al dique, donde la soledad era más cómoda para ambos. Por sus conversaciones deduje que le preocupaba mucho lo que pasaba en casa y, sospecho, que se había arrepentido de haberme regalado el cuchillo. No obstante el tema se perdió y no volvimos a tocarlo. Tuve muchas peleas con José pero ninguna como para usarlo y él lo sabía. Supongo que al final comenzó a confiar en mi buen juicio.
Me preocupé un poco cuando Marcos dijo, divertido, que mi aspecto había cambiado y no pude dejar de ruborizarme. La verdad era que siempre me arreglaba más que de costumbre cuando iba a verlo... casi inconscientemente. Muy dentro de mí sabía que él nunca iba a "mirarme" de la forma que mi corazón deseaba. Sin embargo eso ya no me importaba, aunque al principio me entristeció, había decidido que iba a quererlo en secreto toda mi vida. Me conformaba con estar cerca de él.
Una mañana, cuando estaba sola en casa, la paz se esfumó. Mamá se había ido a ver a Viviana para ayudarle a organizar unas cosas, ya que ella y su esposo partían de vacaciones una hora después y éste último estaba retrasado. Esperaría a que ambos salieran, junto con Carola y Pamela, y volvería a casa. Me encargó que hiciera la comida. Mi hermanito se había ido a la casa de su amigo de futbol por el fin de semana.
— ¡Ana! —gritó José desde el piso de arriba.
Largué un suspiro de fastidio, no podía dejar la comida abandonada en la sartén porque iba a quemarse. Con paso rápido llegué a la escalera y le grité que estaba cocinando, luego volví.
— ¡Ven aquí ahora! —ordenó.
Su voz era amenazante, así que resolví apagar el fuego. Sin embargo, estaba por hacerlo cuando el aceite saltó y me quemé la mano. Mientras ponía la mano bajo el agua de la canilla escuchaba como José bajaba las escaleras lanzando insultos. Pronto lo tuve frente a mí y antes de que pudiera decirle algo, me tomó del cabello.
— ¡Te dije que vinieras, mocosa estúpida! —me gritó en la cara rociándome de saliva. Estaba de muy mal humor porque mamá, en vez de servirlo a él, había preferido ir a casa de Viviana.
Traté de explicarle lo que había pasado, no obstante me gritaba tanto que dudo que escuchara. Tomó mi cabello y tiró más. ¡Dolía tanto! Las lágrimas comenzaron a caer de mi rostro. Pensé en el cuchillo, pero lo había dejado en mi habitación, guardado en una caja oculta debajo de la cama.
— ¡Basta! ¡Me duele! ¡Me duele! —le dije.
En ese momento dejó de gritar en mi oído e hizo algo que preferiría olvidar para siempre, pero mi mente se niega. Quedó plasmado en mis recuerdos como una pesadilla que no acababa nunca. José soltó mi cabello y me empujó hacia la mesada con violencia. Instintivamente, puse mis manos adelante para no golpearme con la alacena que había allí. Entonces él pegó su cuerpo al mío y comenzó a frotarlo, mientras decía asquerosidades.
Mamá entró a la cocina exactamente en ese mismo instante, había escuchado los gritos, probablemente.
— ¿Qué haces?... ¡No! —gritó horrorizada. Luego perdió el control y se fue encima de él —. ¡Nunca te atrevas a tocar a mi hija! ¡Nunca! ¡Nunca! ¡Asqueroso pervertido!
Mi mamá comenzó a golpearlo fuera de sí y, aunque les parezca raro, José no reaccionó. Creo que estaba congelado. Jamás se había esperado esa reacción de la mujer que siempre había controlado. Antes de que hiciera algo, tomé a mamá de los brazos para que parara. No me importaba José, pero si éste lograba actuar, iba a matarla. La arrastré conmigo hacia la escalera y, ambas jadeando, subimos al piso superior. Nos encerramos en mi pieza.
Mamá lloraba incontrolablemente. Me abrazaba y no dejaba de darme besos. Yo también lloraba con ella. No paraba de decirme que lo sentía, como si hubiera sido ella la atacante.
— ¡Lo siento mucho, cariño! ¡Los siento!... Nunca debí traerlos aquí —sollozaba, me miró a la cara y volvió a estallar en llanto—. ¡Tus manos!
Las miré, tenía un corte en una de ellas. Había aferrado la alacena para no golpearme la cabeza, mientras él me empujaba. Me dolía bastante.
— Esto ya no puede seguir así —murmuró para sí misma. Luego susurró—: Ayer hablé con Viviana, ella me dijo que puede ayudarnos si yo... decido dejarlo.
La miré, asombrada. ¡Había decidido contarle todo a la hermana de José! ¡Casi no podía creerlo! Ahora entendía por qué las cosas habían mejorado. Ella había intervenido.
— Me dijo que su hermano siempre ha sido así, ella dejó su casa muy joven porque José le pegaba y su madre no hacía nada. Me contó que él tuvo muchas parejas que terminaron golpeadas, algo que él me negó siempre... decía no haber encontrado nunca el amor. ¡Tonterías! De todos modos, ya no importa.
— ¿Pensabas dejarlo, mamá?
— Sí, quería esperar que ella volviera de sus vacaciones... por las dudas. Pero no podemos esperar tanto —susurró llorando.
Comenzaron a oírse golpes en el piso de abajo, como si arrojaran cosas contra las paredes. José gritaba e insultaba. Se había vuelto loco.
— Destruirá toda la casa —comentó mamá, frunciendo el ceño.
— Qué importa, es "su" casa.
Los ruidos seguían en el piso de abajo. Ella me abrazó. Estuvimos así un largo rato.
— Ana, es muy importante que me digas... ¿Nunca antes había pasado algo... así? ¿José nunca...?
Negué con la cabeza. Ella lanzó un suspiro de alivio.
— Nunca voy a perdonarme esto —murmuró llorando.
Necesitó un largo rato para serenarse, hasta que al fin lo logró no despegó los labios.
— Cuando José se calme, iré al piso de abajo a tomar mi bolso. Allí tengo mis documentos, no necesito más. Quiero que juntes sólo lo indispensable en tu mochila y mete las cosas de Manu, también. Sólo lo indispensable, Ana. Tendremos que caminar mucho.
— ¿No llevarás nada tuyo?
— No... al menos hasta que lleguemos... —dijo pero se detuvo, con tristeza.
— ¿Dónde, mamá?
— No importa... Estaremos a salvo. Luego veremos qué hacer con lo que dejamos aquí. Lo importante es... estar a salvo... Después buscaremos a tu hermano. Él está bien, lejos.
— José no nos dejará ir —le advertí.
— No tiene por qué enterarse. Siempre huye a emborracharse. Cuando nos quedemos solas, prepararemos todo.
Los gritos y la destrucción siguió por, aproximadamente, una hora. Luego hubo silencio. Me relajé, tomé mi mochila y metí una muda, algunos artículos personales y algo de dinero que había ahorrado. Miré lo del colegio... no podía llevar todo. Mientras mamá salía de la pieza, corrí a la habitación de Manu, donde metí algunas cosas. Pensé que no olvidaba nada, hasta que caí en la cuenta que dejaba el cuchillo. De nuevo en mi pieza, saqué la caja. Allí estaba, junto con el diario de Soledad. Puse ambos en mi mochila.
Fue entonces cuando escuché una voz...
— ¿A dónde van? —José le hablaba a mamá en el piso de abajo. Me quedé helada y comencé a temblar entera. ¡Aún estaba en la casa!
Mamá hablaba incoherencias y se notaba muy nerviosa. No oí qué le dijo que causó la risa del hombre.
— ¡Es en serio! Ya no pudo seguir así —manifestó mamá, alzando la voz. Se notaba más segura de sí misma—. Nos iremos...
— No te irás a ningún lado... ¿Dónde dormirán tus hijos? ¿En la calle? —replicó José, su voz era insegura—. Podemos... resolverlo y... ¡Yo no tengo la culpa que la zorra de tu hija se me haya "tirado"!
— ¡No te atrevas a hablar de mi hija así ni contamines su conducta con mentiras! —vociferó.
Preció titubear, el tono de su voz cambió.
— No fue nada... Podemos resolverlo...
— ¡Que no fue nada! —recalcó furiosa—. No, José. No podemos, lo he intentado por mucho tiempo. Ya me cansé. Es mejor que... que nos separemos.
José perdió el control, sus gritos e insultos se volvieron a oír por toda la casa. Estaba furioso, sin embargo, luego rompió en llanto y comenzó a suplicarle que no se fuera. Semejante cambio de humor me resultó muy sospechoso. Tanto que salí de la habitación... Quizá, si dijera algo, no convencería a mamá como otras veces. No obstante, no era necesaria mi intervención, ella estaba decidida.
— No, José, nos iremos... y ahora.
De pronto, oí un fuerte golpe. Mamá gritó y el caos se desató. Aterrorizada corrí al piso de abajo. José la golpeaba en la cabeza, mientras que ella estaba tirada en el piso. No se movía.
— ¡Para! ¡Para!
El sujeto me hizo caso, pero porque estaba muy agitado y ya no podía más. La profunda actividad de destruir la casa lo había dejado agotado. Se sentó en una silla.
Me abalancé a dónde estaba mamá, gritando, pero ella no me respondía. La moví mucho, sin obtener reacción. Comencé a llorar... No podía creerlo... mi mente se negaba a aceptar la posibilidad de que ella...
— ¡La mataste! ¡La mataste! —le grité al sujeto fuera de mí. El muy estúpido me miró sorprendido.
Recordé el cuchillo... ¡Iba a vengarme! Descolgué la mochila de mi hombro y estaba por abrirla cuando José me empujó a un lado. El bolso fue a parar bajo la mesa.
El hombre la tomó del rostro y comenzó a golpearla suavemente para que reaccionara, vi miedo en sus ojos... más que miedo, terror. Comenzó a decir su nombre repetidas veces... pero ella no reaccionaba. Entonces le tomó el pulso.
— No está muerta —comunicó, lanzando un suspiro de alivio.
Olvidé el cuchillo y me abalancé sobre ella. ¡Era cierto! ¡No obstante el pulso era muy débil!
— Hay que llevarla al hospital.
— Ni lo pienses...
— ¡Si no lo hacemos, morirá de todos modos! —le grité furiosa.
José se paró, mientras murmuraba que llamaría a su amigo médico, y tomó el celular que estaba encima de la mesa.
— ¡Maldita sea! ¡No responde!
Discutiendo estuvimos como una hora, le suplicaba que la lleváramos al hospital, sin embargo seguía negándose. Le llamaba contantemente a "su amigo" pero no respondía. Al fin se decidió.
— Está bien, ayúdame a cargarla al auto. Diremos que cayó por las escaleras y, si me contradices, me las pagarás, Ana. No la volverás a ver nunca más —me advirtió. No tuve opción que aceptar y ambos la trasladamos al auto.
José arrancó antes de que me hubiera subido.
— Cambié de opinión, te quedas acá. Si abres la boca delante de los médicos...
— Pero... pero... ¿cómo sé que la llevarás?...
No respondió, apretó el acelerador y el auto salió disparado por la calle. Tuve noticias de ella recién a las tres de la mañana. La estaban atendiendo y todo iba bien, al menos en palabras de José.
Mamá estuvo internada sólo tres días, las contusiones y los moretones diseminados por el cuerpo no les preocupó a los médicos demasiado sino el gran golpe en la cabeza que tenía. Sin embargo, los estudios médicos no mostraron nada alarmante por lo que le dieron el alta pronto. No la vi hasta que volvió a casa, por ese motivo no me enteré realmente de lo que había pasado hasta que hablé con ella.
El médico que la atendió y una enfermera empezaron a hacer preguntas que José calificó como "impertinentes" y "maliciosas", simplemente habían descubierto la verdad. Todo fue negado por José e incluso se "escandalizó" porque pensaran que había golpeado a su mujer. Esta también negó el hecho, aterrorizada por lo que pudiera hacerle su novio a sus hijos. Sin embargo, sus afirmaciones no le sirvieron de nada a José. Tras una fuerte discusión con el médico en los pasillos del hospital, aquel le informó que iba a hacer la denuncia a la policía.
Como verán, ambos llegaron a la casa en un estado de ánimo caótico. José culpaba a mamá de todo y la amenazó varias veces con hacernos daño si no se prestaba a sus urgentes planes.
— ¿Qué planes? —pregunté alarmada, mientras el tipo corría y bajaba de la escaleras con bolsos.
— Nos iremos de "vacaciones", tu mamá y yo solos... Una semana o quizá dos.
— Pero... pero... —balbuceé horrorizada.
— Te quedas a cargo de mi casa, mocosa. Carola vendrá a vigilarte de vez en cuando. Y más te vale que te comportes y que todo esté bien porque si no... tu hermano pagará las consecuencias —me amenazó.
— No podrás tocarlo, Manu está lejos ahora con...
— Lo fue a buscar —intervino mamá con voz débil. Estaba sentada, parecía ausente y cansada de todo. Su fortaleza anterior había desaparecido por completo.
Lo miré con la boca abierta.
— Pero... ¿dónde está?
— No voy a decir —canturreó riendo el tipo. Dejó un pequeño bolso de mano en la mesa y ordenó—: Bueno, ya está todo listo, vamos.
Mamá no protestó, sólo se levantó de la silla. José salió de la casa con dos grandes bolsos.
— ¡Mamá! ¡No vayas, por favor! ¡Por favor! —le supliqué sollozando.
— Ana, tiene a Manu. Le hará daño, sabes que es capaz —me dijo también llorando, luego bajó la voz a apenas un susurro—. Eso que hablamos lo haremos cuando vuelva.
Me abrazó y me dio un beso, tomó mi mano y puso un fajo de billetes en él.
— Guárdalo rápido, que no te vea... Si algo me pasa...
En ese momento entró José a la casa y mamá calló de golpe. Guardé el dinero disimuladamente, mientras el sujeto la tomaba del brazo y la arrastraba fuera de su hogar. Yo no me iba a rendir tan fácilmente.
— La policía vendrá y...
— Y se irán —me interrumpió José con malicia—. Les dirás que nos fuimos de vacaciones, que está todo bien, que nunca toqué a tu madre, que ella está feliz y todas las estupideces que se te ocurran. ¡Y más vale que te crean! Si no tu hermano pagará por tus errores.
— ¡No puedes hacernos esto!... ¡Ellos volverán de todo modos!
— No, no lo harán. Tengo un amigo con un alto cargo. Cuando le llame arreglará todo... me debe unos favores. Sólo necesito ganar tiempo. Nada más.
El plan parecía perfecto. ¡Estaba tan furiosa y tenía tanto miedo por mamá y por Manu! ¡¿Dónde demonios estaría mi hermano?! El auto salió del garaje con las ruedas chirriando.
Había tenido razón, unas horas después cayó la policía. Hice lo que me había dicho. Uno de los oficiales le llamó al celular y el muy salamero le dijo que aquellas vacaciones estaban programadas desde hacía tiempo y no podían dejarlas pasar. Su mujer estaba bien y no necesitaba más decepciones. El oficial se tragó todo o al menos aparentó creerle.
Cuando me dejaron en paz subí a mi cuarto a llorar. Nunca me había sentido tan sola ni tan vulnerable. ¿Qué podía hacer yo?... Pensé en Marcos y le llamé. Él se había convertido en mi único consuelo.
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