2-Soledad:
Tuve una semana de inesperadas "vacaciones", como las llamó mi mamá; mientras terminábamos de instalarnos, pintábamos la casa, espantábamos los bichos que la habitaban y salíamos a comer a cualquier restaurante en compañía del tal José, que no parecía tan malo como imaginé al principio... Al menos era divertido y se interesaba por lo que decíamos. Manu y yo pronto nos sentimos más cómodos en su presencia.
Quise confrontar a mamá muchas veces por esa amistad tan rara que se le había "olvidado" mencionar, sin embargo sus evasivas acabaron por desalentarme. Aprendí que era mejor no hablar sobre ciertas cosas. Al menos mi vigilancia constante dio sus frutos y pude averiguar que, aparte de ser simpático, era soltero y tenía un trabajo estable; aquello era suficiente para mí. Al parecer esta vez mamá había acertado con su elección.
No tengo mucho para contar de esa semana, estuve tan ocupada haciendo de empleada doméstica que poco me preocupé de mi "nueva vida". Mis vecinos eran puros viejos y no había nadie decente de mi edad con quien hablar, sin embargo hablé con mis amigas todos los días (¡fue un gran consuelo!) y dos veces con mi papá. Todavía me estaba adaptando, pero ya no me parecía tan catastrófico mi destino... Llamaba "destino" a aquello... ¡Qué tonta! No sabía que mi destino sería muy diferente.
Cuando pienso en ese entonces me pongo triste, a pesar de todo el cambio tan abrupto, fue una buena época. ¡Era tan niña aún! Mis preocupaciones eran por completo infantiles. Ahora es diferente, he cambiado...
Mi gran ocupación en ese momento, aparte de descubrir qué clase de persona era José, fue leer el diario de Soledad. Tuve que admitir que era muy buena poetiza... ¿o poeta? En realidad no tengo idea cómo se dice, pero ustedes me entienden. Eran poemas de amor, todos ellos, en los primeros se podía percibir una alegría enorme. No obstante, eso cambiaba con el pasar de las hojas. Los últimos poemas eran muy oscuros y tristes. Me pregunté entonces quién sería Soledad, cuál sería su historia. Siempre he sido curiosa, así que no tardé en agarrar el diario y comenzar a leerlo.
Su diario empezaba así, con un simple título:
Memorias de mi vida
1 de marzo: hoy comencé el colegio. No tenía ganas de volver. Le rogué a mi mamá para que me dejara faltar pero no me escuchó, al contrario se puso muy pesada. Dice que tengo que levantar mis notas, que este año tengo que esforzarme más. Pero no puedo. ¡Ella no entiende! ¡Ella no sabe nada! Ella no puede saber nada. ¡Y yo no sé qué hacer!
No hubo ninguna novedad. Fue un día aburrido. Ya ni siquiera mis amigos me divierten. Confieso que tenía esperanzas pero todavía no sé de qué.
3 de marzo: ¡Estoy muy feliz! Ese fue el sentimiento que se impuso cuando al fin lo vi. Aunque sólo fue de lejos, iba entrando al aula muy apurado. Pero no importa. ¡L. se ve mejor que nunca! Sé que no debería pensar en él cuando sé que todo terminó definitivamente pero ¡no puedo! No puedo dejar de tener esperanzas todavía.
4 de marzo: maldito día. Fue un asco. No hay nada bueno que contar. Esa estúpida de Rocío se burló de mi otra vez. Me dijo que era una "niñita" ingenua y estúpida... ¡Cómo me gustaría darle una piña en plena cara! Apareció la ayudante de música y preferí irme sin responder. No quiero tener problemas este año.
9 de marzo: no pude escribir antes, la profesora de Biología nos dio un trabajo para hacer muy largo. ¡No tuve tiempo para nada! Todo va más o menos igual. Ya me acostumbré al colegio. Pensé que nunca iba a poder volver. Algunos días aún me cuesta, pero ya no como antes.
—¡Ana! ¡Ven a comer! —Sentí a mi mamá gritar por lo que tuve que dejar la lectura.
No podía imaginarme cómo era Soledad en realidad. ¿Quién sería L.? ¿Leo, Luis, Lucas? ¿Y por qué habría terminado todo? ¿Por qué no quería volver al colegio? ¿Para no verlo?... Con estas preguntas me encaminé a la mesa. El diario de Soledad iba a convertirse en una lectura diaria para mí. Sin embargo, nunca pensé ni remotamente que me ayudaría a descubrir la verdad cuando mi vida se hundiría sin remedio.
—Recién estuve hablando con José —comentó mi mamá un poco distraída, mientras regañaba a Manu para que fuera a lavarse las manos.
—¡Qué raro! —susurré con ironía.
—¿Qué?
—Nada.
—Me dijo que quiere presentarte a su sobrina, se llama Pamela, va a tu mismo colegio...
—Mamá, no necesito que me ayudes a hacer amigos —le dije con algo de molestia.
—Es inteligente, popular y se lleva muy bien con las monjas y los profesores. Creo que me dijo que le gustaba la música... ¿Cómo me dijo que se llamaban?... Esos chinos.
—Son coreanos, mamá.
Lo chistoso fue que no sé por qué pensó que a mí me gustaban también.
—Como sea... podrían ser buenas amigas...
En ese momento se sentó a la mesa mi hermano, con cara ceñuda. Lo miró y se detuvo abruptamente.
—¿Te lavaste las manos?... A ver... ¡No lo hiciste! ¡¿Qué te he dicho?! ¡Ve a lavarte! —lo retó de manera enérgica.
Manu se levantó de mala gana.
Ella no reanudó el tema y me alegré, ¡no necesitaba que me consiguiera amigos! Si hay algo que me molesta es que me obliguen a simpatizar con alguien. Creo que empecé a odiar a Pamela incluso antes de conocerla.
—¿Qué estuviste haciendo toda la tarde? —me preguntó mi mamá, cuando habíamos terminado de cenar y mi hermano había ido a ver tele al comedor (comíamos en una pequeña mesa que hay en la cocina) —. ¿Ya has organizado todo?
—Sí, claro —mentí. Me miró fijo como si supiera que la estaba engañando, así que comencé a pensar rápidamente en cambiar de conversación. Por un segundo titubeé en contar lo que realmente había hecho, pero... abrió la boca y antes de que pronunciara algún sonido le dije:
—Cuando llegamos encontré un diario viejo en el ropero.
—¿Ah, sí? —dijo, sin mucho interés. Su celular sonó en un breve timbre, que se extinguió rápidamente.
—Sí, es de una chica llamada Soledad. Debe haber vivido aquí. Creo que tiene mi edad.
No respondió nada, había agarrado el celular y me di cuenta de que ya no me escuchaba. Seguro es José, pensé moleta y me paré de la mesa.
Al volver a mi habitación vi mi mochila tirada en el piso y recordé que no había preparado nada. Al día siguiente iría al nuevo colegio. Pensé en Pamela, quizá no era tan mala idea conocer a alguien de allí de antemano... Suspiré resignada.
Aquella anoche, antes de dormir volví a leer el diario de Soledad. Es inútil transcribir todo lo que decía, había días enteros que no decía más que: "sin novedad", "igual que siempre", "día aburrido", etc.
2 de abril: hoy tengo buenas noticias, al fin logré acercarme a él sin que lo notara, estaba de espalda y no me vio. Pero no le hablé. Vi de pronto a la maldita profesora de Lengua mirarme raro. Me asusté. Últimamente siempre me asusto. No sé por qué. Hay algo malo allí que no puedo identificar. Algo en el aire. Me río a veces de ese pensamiento tan tonto. Pero es real y no puedo evitar sentirlo. Creo que me estoy volviendo paranoica. ¡Odio el colegio!
9 de abril: ¡Odio a Rocío! Parece que me espía todo el tiempo. Cada vez que miro sobre mi hombro está ahí, observándome. No sé qué le pasa. Parece una víbora al acecho, a punto de clavarle los dientes a su presa. Y se parece también a una. Todos creen que es bonita, pero yo no. Que sea rubia no la hace bonita, tiene la nariz demasiado grande y los dientes salidos. Además cada vez que habla lo hace arrastrando las palabras.
10 de abril: no quiero que L. mire a esa víbora asquerosa, ¡y lo hace a propósito! Para molestarme seguro. Soy mucho más linda que ella, él siempre decía eso el año pasado. ¡No comprendo por qué lo hace! Que estupidez. Y a mí ya ni siquiera me mira. Al parecer me ha olvidado pero sé que no es así, sino no miraría a Rocío. Lo hace porque sabe que me molesta.
Hoy fue un día bastante normal, excepto por eso. Parece que la vieja de Lengua me odia, no me sorprende nada. Me gustaría reírme en su fofa cara. Me retó en clase, ¡y yo no había hecho nada! Daira tuvo la culpa. Me pidió el corrector y justo me vio dárselo. ¿Eso es pecado? Al parecer una de las santurronas cree que sí. ¡Qué fastidioso este colegio!
13 de abril: ¡Qué triste es todo! ¿Es tan malo querer a alguien?
Supongo que no, pensé en ese momento sin mucha emoción, mientras mi vista se posaba en el techo grisáceo de mi habitación. No estaba muy ordenada, había ropa colgando de una manija, en una valija abierta y hasta en el suelo... confieso que me da pereza organizar todo. Esa mañana mi mamá me había estado sermoneando y tuve que tomar las zapatillas y meterlas en el ropero a presión... espero que no lo abra.
Me quedé pensando en la pregunta de Soledad... Mi vida amorosa en ese entonces era... por completo inexistente. Había un chico que me parecía lindo en mi anterior colegio, pero nada más, nunca me había gustado nadie en serio. No sabía aún qué se sentía, aunque había fantaseado mucho con eso. Es raro, pensarán muchos, poco importa ya. Ahora, que pasó tanto tiempo, ya nada importa.
Aquel día dejé la lectura en ese punto, no me emocionaban mucho las historias de amor, pero ¿quién sería Rocío? Yo nunca había tenido una enemiga o algo que se le pareciera. No era una persona rencorosa. No... en ese momento pensé que jamás podría odiar tanto a alguien. ¡Qué equivocada estaba!
Pronto me dormí.
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