17-Encuentro inesperado:
Podría decir que desde este momento en mi vida comenzó un periodo de completa felicidad. Hubo problemas, imagino que muchos, pero no me afectaron como antes. Aquel mensaje de mi profesor de inglés fue como un tesoro precioso para mí. Apenas podía creer que había sucedido y mucho menos que había sido escrito por él. Me llenaba el alma de felicidad y también de expectativa. ¿Qué sería esa sorpresa que tenía guardada para mí? Solía preguntarme. ¿Cuándo me la daría? El mensaje no decía mucho más.
Recuerdo que respondí lo más amable y respetuosamente posible. No sabía cómo tratarlo. Nunca en mi vida había tenido algún tipo de amistad con un adulto. Sin embargo, la respuesta no llegó con la celeridad que reclamaban mis nervios. El mensaje fue visto pero no contestado.
Una mañana, un par de días después de la llegada de los resultados, José volvió a convertirse en una fuente de alarma perpetua en mi vida. Estaba usando la computadora, ¡la única hora al día que se me permitía!, cuando mamá abrió la puerta.
— Ana, ¿puedes llevarle la caja de herramientas a José? Está en el sótano y justo tengo que llevar a tu hermano a fútbol.
— Pero mamá...
— Vamos, ayúdame, por favor. Justo estoy saliendo y él no deja de gritar.
Largué un suspiro de fastidio. ¿Por qué no se paraba y la buscaba él mismo?
— Está bien, yo se la llevo.
Mamá me sonrió y luego bajó las escaleras rápidamente. Manu la esperaba en el umbral de la puerta de entrada. Su cara era el retrato vivo del descontento. No le gustaban mucho los deportes pero José había insistido en que fuera para "hacerse hombre de una vez". Y, de paso, para alejarlo de su amigo vecino; amistad que no aprobaba.
Bajé las escaleras sin ganas y pude escuchar desde la cocina a José gritar:
— ¡Nadie me escucha! ¡Maldita sea! ¡Necesito la caja de herramientas!
Estaba tratando de reparar un caño de agua que iba hacia la pileta. El olor a podrido se podía olfatear desde donde estaba.
— ¡Ya la llevo! —le grité desde el comedor. Tentaba mi risa verlo en dificultades, todo mojado y sucio.
No sé qué me respondió porque estaba bajando al sótano cuando habló. Este era simplemente una reducida habitación que contenía la caja de electricidad y una gran cantidad de trastos inservibles. Justo frente a la escalera empinada había una estantería recubierta de cajas y herramientas, trapos sucios y botellas pláticas con líquidos que olían muy mal. No obstante, la caja de herramientas no estaba por ningún lado.
Rebusqué y no aparecía, comencé a preocuparme. Me divertía ver a José enojado pero tampoco quería que se enojara demasiado. El sudor caía por mi frente, aquel lugar cerrado no tenía ventilación y era un horno. De pronto sentí una respiración en mi cuello. Fue tal el terror que sentí que me di la vuelta rápido y choqué con la estantería, mientras daba un grito. Con el hombre tiré un frasco al piso.
La puerta había sido cerrada un poco y delante de mí podía ver la figura de un hombre. El sujeto comenzó a reírse con ganas.
— No me digas que pensaste que era un fantasma, Ana —dijo y largó una carcajada. Era el idiota de José.
— No te oí —murmuré molesta, tratando de quitarme del medio.
José levantó la mano y golpeó la estantería con mucha fuerza, justo al lado de mi oreja derecha. Tal cambio en su actitud logró sobresaltarme y creo que lancé un grito.
— Te pedí la caja de herramientas hace media hora —susurró furioso, recalcando el tiempo que... ¡Por supuesto que no era cierto!
— Perdón, yo... No puedo encontrarla —manifesté, no tenía ganas de discutir, sabía que sería en vano.
Los latidos de mi corazón aumentaron al darme cuenta que estaba encerrada allí y ¡sola en casa! Me enojé conmigo misma, había relajado la guardia y José me había tomado desprevenida. Eso no podía volver a pasar.
— Si te sales del medio quizá pueda encontrarla yo.
Me agarró del brazo y me lanzó contra la escalera. Tropecé con algo, supongo que con parte de la botella rota, y caí sobre los últimos escalones, mientras escuchaba:
— ¡Aquí está! No sé si eres ciega o te haces la tonta. ¡Bah! Tontas eres... No sé cómo pudiste aprobar los exámenes del colegio, seguro que ese profesorcito te dio las respuestas —afirmó con maldad, mientras tomaba una caja negra que estaba justo debajo de la escalera.
¡Eso era tan injusto! No pude quedarme callada...
— ¡No es cierto! Yo...
José volvió a empujarme a un lado y pasó rápido, subiendo los escalones de a dos.
Me senté unos segundos en la escalera, para calmarme un poco y recién subí. Cuando llegué la puerta, esta había sido cerrada con llave. Tiré del picaporte sin poder creerlo y luego comencé a gritar. A lo lejos escuché la risa de José. ¡Me había encerrado! Estaba muy oscuro y la única fuente de luz provenía del hueco que había debajo de la puerta. Por un momento entré en pánico, imaginando que cualquier cosa podría alcanzarme allí. A tientas busqué el interruptor de la luz hasta que caí en la cuenta que estaba del otro lado.
No recuerdo cuánto tiempo pasé allí, lloré mucho de terror y grité más aún, sin embargo nunca apareció José. El silencio poblaba todos los secretos de aquella enorme casa. Estaba sola y nadie me ayudaría. En un momento comencé a adormecerme y creo que me quedé dormida porque un ruido repentino hizo que despertara bruscamente. Una voz de mujer llegó hasta mí...
— ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá! —comencé a gritar a todo pulmón.
Un momento de silencio y luego pasos que se acercaban con rapidez.
— ¿Ana? —escuché cómo me llamaba.
— ¡Acá, mamá, acá en el sótano!
— Pero qué... ¿qué ocurrió? —En ese momento chocó contra la puerta—. ¡Oh! Está con llave...
Su voz sonaba desconcertada y luego, casi al final, pude notar el miedo.
— Pero qué hiciste, cariño.
— ¡Nada, lo juro! —sollocé.
— Voy a buscar la llave.
Cinco minutos después estaba en sus brazos, llorando de miedo. No podía dejar de llorar. Al calmarme, le conté lo que había pasado.
— Fue José, él me encerró sin motivo. Estaba buscando la caja de herramientas y se enojó porque tardaba.
Estaba abrazada a su cuello y no pude ver la cara que ponía, de todos modos largó un hondo suspiro.
— Quédate aquí en tu cuarto y no bajes por nada —me ordenó.
— ¿Qué vas a hacer? —pregunté temerosa.
— Hablar con él, esto no puede volver a pasar.
— ¡No, mamá! ¡No lo hagas! ¡Se enojará!
Se acercó a mí y me dio un beso en la frente.
— No te reocupes por mí... ¡Y no bajes!
Entonces me di cuenta que mamá estaba realmente enojada con su novio. Sentí el peligro. Al menos no estaba mi hermanito en la casa, único consuelo.
Los gritos comenzaron a sentirse poco después y duraron mucho tiempo. Todo concluyó con un fuerte golpe y una caída. Me asusté mucho y corrí hasta la barandilla de la escalera, tratando de no hacer ruido, para mirar lo que estaba sucediendo abajo. No pude ver nada. ¡Tenía que bajar!
Los insultos de José se mezclaban con incoherencias. Luego ante mi vista al fin apareció. Estaba arrastrando del pelo a mamá, que parecía estar inconsciente. No pude contenerme.
— ¡Mamá! —grité espantada.
José miró hacia arriba, tenía los ojos inyectados en sangre y parecía escupir espuma de la rabia. Me insultó:
— ¡Quédate ahí! ¡Serás la próxima! —vociferó, largando una carcajada de maniático. Soltó a mamá y corrió, empezó a subir las escaleras.
El miedo hizo que perdiera por completo el control. Corrí aterrorizada hacia mi cuarto y me encerré en el placard de la ropa. Era la única llave que tenía a mano. Apenas hube cerrado, el tipo chocó contra la puerta y comenzó a golpearla, tratando de abrirla. Mientras tanto, me insultaba.
Oí de pronto la voz de mamá que procedía del piso de abajo. José se detuvo y debió salir de la habitación porque lo oí bajar las escaleras. Aproveché la oportunidad. Salí del mueble y me acerqué a la ventana, abriéndola de golpe. Aquella daba al jardín y la caída sería de un piso, no obstante ni siquiera lo pensé. Me lancé por la ventana y caí al pasto. Me había hecho daño en las piernas pero corrí de todos modos.
No sé cuánto tiempo deambulé por las calles cercanas a casa. Había huido sin siquiera llevarme el celular. De todos modos, aquel tiempo me sirvió para tranquilizarme y para proponerme a mí misma que nunca más iba a provocar una pelea entre ellos. Si José me volvía a hacer daño, no le diría a mamá. No. Nunca más la pondría en peligro.
No quería volver a casa, sin embargo ya se estaba poniendo fresco y no tenía dónde ir. La puerta de calle estaba abierta y dentro todo era puro silencio. El auto de José no estaba por lo que imaginé que se había ido, como siempre que tenían una gran pelea. Lamentablemente volvía tan borracho como para continuar. Al parecer la bebida funcionaba como combustible a su ira.
En el piso de arriba pude oír un lamento de dolor. Busqué en todas las habitaciones, no obstante estaban vacías. Entonces se me ocurrió de pronto... bajé rápidamente al sótano e intenté abrir la puerta. El lamento se oyó de nuevo.
— ¡¿Mamá?!
— ¿Ana? —Su voz era débil y adolorida.
— Sí, mamá. ¿Estás bien? —La angustia que sentía y la rabia contra mí misma fue enorme.
Hubo un breve silencio... supongo que estaba pensando si mentirme o no. Se decidió por ignorar la pregunta.
— Manu —susurró y, jadeando un poco, agregó—. Ve... a buscarlo... a fútbol...
¡Me había olvidado por completo de Manu! ¡Hacía más de una hora que había salido!
— Mamá... quizá fue José. Su auto no está.
Hubo otro breve silencio.
— ¿Crees realmente que irá? —murmuró con ironía.
No, no lo creía. Sin embargo aquel comentario me trajo más alivio. Mamá no estaba tan mal como había imaginado. Quizá se imaginen que eso es horrible de mi parte, las golpizas eran tan normales que mientras estuviera consciente me parecía que todo se arreglaría.
— No te preocupes, iré yo.
El lugar quedaba lejos pero no me preocupaba, iría en autobús y caminaría. Decidida atravesé la casa oscura.
Había sido siempre injusta con mamá, pensé que nosotros no le importábamos pero no era así, me había defendido a costa de quedar molida a golpes. Al principio quizá había estado tan enamorada de José que minimizó todos los problemas y creyó que cambiaría cuando viviéramos todos juntos. Ahora, probablemente, se le había pasado y comenzaba a preocuparse.
Apenas salí de casa, advertí un auto que se detenía frente al jardín. De aquel bajó mi hermanito. Por primera vez en mucho tiempo, vi que sonreía. Un compañero lo saludó desde el asiento trasero. La mujer que conducía sacó la cabeza por la ventana. Tenía una sonrisa dulce y cálida.
— ¡Hola, querida! Como nadie apareció a buscar a Manu decidimos traerlo, espero que no haya pasado nada.
Fingí estar sorprendida... eso de fingir comenzaba a dárseme muy bien. Manu me abrazó en ese momento. Era el único que podía "sentir" los problemas.
— ¡Oh! Disculpe, señora. Mi papá se debe haber retrasado... verá tenía una reunión en el trabajo...
— ¡Ah! No lo sabía, será mejor que le avises.
—Sí, no se preocupe. Yo lo llamaré de inmediato... ¡Y disculpe la molestia! No volverá a pasar.
— No ha sido ninguna molestia, querida. Manu y Gus se llevan muy bien. Un fin de semana de estos me gustaría llevármelo a casa, si su madre lo permite, claro.
Sonreí, sería lo mejor que podría pasarle a mi hermanito. Asentí con la cabeza y le aseguré que no habría problemas.
— ¿Te gustaría eso, Manu? —le preguntó con una sonrisa.
Mi hermanito dio una salto gracioso y dijo que sí.
— Me gustaría hablar con tu madre. ¿Está en casa? El fin de semana que viene nos convendría muy bien, ¿no, Gus?
El aludido sonrió desde el asiento trasero y dijo algo que no pude oír.
— Mamá ha salido pero puedo decirle... De todos modos, señora, no creo que haya problema.
— Bueno, bueno, bueno—repitió la mujer, sobre los gritos de alegría de los dos niños—. Pasaré el sábado por él, en la mañana.
Y ese fue el comienzo de una gran amistad y de muchos fines de semanas divertidos para mi hermanito y, sobre todo, a salvo de la malicia de José. Ni él ni mamá se opusieron y más bien fue un alivio para ella.
Como siempre sucedía, el día siguiente fue como cualquier otro día. "Nada pasó aquí", ese era el lema de José. Mamá tenía un enorme moretón en el cuello, sin embargo era otra de las cosas que él nunca "notaba". Después de un silencioso almuerzo, le dije a mamá que Mandy me había invitado a ir a su casa toda la tarde. Se alegró y sonrió con debilidad, no preguntó dónde era su casa ni a qué hora volvía. Los dolores evidenciaban su descuido y lo justificaban.
Todas las tardes iba a casa de mi "querida amiga", que "no vivía lejos" y así podía librarme de gran parte de los conflictos domésticos. Mamá mejoró y tampoco hizo pregunta. El tiempo lo invertía en la biblioteca, leyendo libros de todo tipo y ahí me encontró el profesor Brown. Había pasado una semana desde su mensaje.
— Vaya... vaya, Ana. ¿Qué haces aquí? No estarás estudiando en vacaciones, ¿no?
— ¡Oh, no! Yo... yo... —Me trabé, no sabía qué decirle. Sin embargo, no hubo necesidad de expresar nada. Él entendió.
— Ya veo. —Se sentó a la mesa donde estaba y miró hacia uno de los pasillos. El lugar estaba desierto.
— ¿Problemas en casa?
Asentí con la cabeza.
— ¿Te ha pasado algo?
Negué con la cabeza.
— No... bueno... me encerró en el sótano, pero nada más.
El profesor me miró sorprendido, como queriendo decir: "¿Ese NO es un problema?"
— ¿El novio de tu madre?
Asentí con la cabeza.
— Pero no me pasó nada, mamá me defendió. Entonces discutieron y... ya sabe. —Me daba tanta vergüenza contarle aquello y, sin embargo, sentía tanto alivio.
Largó un suspiro, como queriendo controlar el enojo que sentía. Le conté todo, no sé bien por qué lo hice. Él me daba confianza. Trató de consolarme y celebró que saliera de casa todas las tardes, era de la misma idea que yo, mejor sería pasar menos tiempo en casa.
— Sería bueno que tu madre lo dejara y...
— ¡Oh! Creo que... lo hará.
Me miró perplejo.
— Sí, verá... creo que comienza a preocuparse por cómo han avanzado las cosas. Pudo enfrentarlo... es un paso...
— Sí... pero yo no me haría tantas ilusiones —me advirtió.
— La conozco... lo hará...
— Es difícil terminar con una relación así cuando se depende por completo, económicamente hablando. Lo que podría hacer es buscar ayuda.
— Eso nunca lo hará, mamá es muy orgullosa —repliqué desanimada.
Se me ocurrió que quizá él hubiera sufrido alguna situación parecida por lo que me entendía tanto, no obstante me dio mucha vergüenza preguntarle algo tan íntimo. No tuve tiempo para seguir pensando en ello ya que cambió bruscamente el tema.
— Es triste que no pudieras visitar a una amiga hoy pero... —Calló, estaba pensativo.
— ¡Oh! Me gusta este lugar, es tranquilo y puedo leer todo lo que quiera.
Me preguntó que había leído y le di una larga lista de libros, increíble en tan poco tiempo pero tampoco eran muy largos.
— Sabes, no he tenido ni un momento libre esta semana pero ya me libré de unos cuantos problemas y, si quieres, podríamos hablar algunas tardes.
¡Fue tan amable su propuesta! Casi no podía creerlo. Mis ojos se perdieron por un momento en él, ¡era tan lindo! Cómo cruzaba los brazos y la camisa se abría un poco dejando a la vista parte de su pecho...
— Así no estás tanto tiempo, aquí sola —agregó.
Desvié la mirada de él y me ruboricé mucho. ¡No podría ser más estúpida!
— ¡Oh! Gracias... me encantaría. —En ese momento no pude controlar la emoción que sentía y creo que se dio cuenta porque me sonrió.
— No puedo prometerte todas las tardes pero sí algunas.
En ese instante apareció una anciana rechoncha que era la encargada de dar y recibir los libros. Aquella nos miró con curiosidad y luego frunció el ceño. El profesor Brown se retiró un poco de la mesa y dijo:
— Vamos, fuera.
El sol se había puesto en el horizonte sin embargo, más allá de ello, la calle se veía tan concurrida como siempre.
— ¿Lo veré aquí, en la biblioteca?
— No, no, te escribiré cuando venga. Son tus vacaciones y me parece que deberías estar más tiempo al aire libre. Vives aquí desde hace poco, ¿no? ¿Conoces algunos lugares turísticos?
Negué con la cabeza. Mi único conocimiento se limitaba a la ruta que iba desde casa al colegio y viceversa.
— Entonces, me gustaría llevarte a esos lugares. Podríamos comenzar por el parque —propuso, sonriendo.
Estaba tan feliz que si me hubiera propuesto ir al cementerio, habría sido lo mismo. Asentí con la cabeza y le di muchas veces las gracias.
— ¿No es tarde, ya?
Miraba hacia el cielo donde la noche daba paso a las estrellas. ¡Tenía razón!, había estado más tiempo que de costumbre fuera de casa. Comencé a ponerme muy nerviosa. Debió notarlo, porque su sonrisa desapareció.
— Tengo que irme —murmuré, apretando los dedos de la mano, mi felicidad se había evaporado por completo.
— ¿Caminas a casa?
— Sí.
— Te acompaño...
— ¡Oh, no! —largué de repente. Me di cuenta de que había sido muy grosera por lo que intenté disculparme—. Quiero decir, que me encantaría pero... pero José...
— No te preocupes, una cuadra antes me iré.
En ese momento sentí una gratitud enorme, él me comprendía, aunque por sus gestos parecía como si aquello fuera en contra de sus principios. Era un sacrificio que hacía por mí.
Estuvimos hablando de libros todo el camino, hasta que llegamos a una cuadra de casa.
— Bueno, Ana, nos vemos pronto... ¡Ah! Y no pienses que me he olvidado del regalo que te prometí... No pensaba encontrarte hoy —me aseguró con esa amabilidad que siempre lo caracterizaba.
¡No podía creer que en el mundo existiera un hombre tan bueno como él!
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