15-Mandy:
Cada vez que salía de casa tenía la sensación de haber escapado de algún peligro. Era feo sentirse así todo el tiempo, sin embargo no podía evitarlo. ¡No podemos evitar los sentimientos que tenemos hacia personas o cosas! Tampoco había aprendido aún a manejarlos. Aquella casa no era mi casa, era de José. Era la casa de la maldad personificada. Dentro me sentía muy nerviosa e insegura... como si en un instante el cielo fuera estallar.
La mañana posterior al incidente de la película (siempre me gusta llamarlos así: "incidentes", "accidentes") José volvió a hacer algo que hizo que me sintiera incómoda.
Me estaba por sentar a la mesa del desayuno, vestida con mi uniforme del colegio como es obvio, cuando al pasar por su lado, movió rápidamente el brazo (como en un descuido) y levantó un poco mi falda. No me llegó a tocar pero, probablemente, me vio los calzones. Me quedé helada y lo miré de reojo. Sus ojos se movieron con rapidez a la hoja del diario que estaba leyendo, aparentando no haberse dado cuenta de nada... ¡Pero era tan obvio que lo hizo a propósito! Más que furiosa, estaba alterada.
— ¡Manu! ¡¿Quieres apurarte y bajar?! —gritó mi mamá en ese momento, estaba tan cerca de mí que di un respingo.
— ¿Puedes dejar de gritar? Seguramente despertaste hasta el vecino de la esquina. ¡Hasta Ana se sobresaltó! —ordenó José, de mal humor.
Mamá me miró de reojo, enojada, como si yo fuera la culpable y se retiró a la cocina. Tengo que haber hecho algún gesto de molestia de manera inconsciente porque el tipo me dijo:
— No le hagas caso, nena, tu mamá siempre anda de mal humor a esta hora. No le gusta levantarse temprano. Además le debe doler la boca.
Lo miré a los ojos y fruncí el ceño.
— ¿Por qué?
— Porque anoche se cansó de usarla.
Me lo quedé mirando perpleja, sin entender nada. En ese momento llegó mi hermanito y se sentó a mi lado. Parecía tan calladito ahora... Tan diferente al Manu que solía conocer...
— Aquí tienen, apúrense que van a llegar tarde —dijo mi mamá de mal humor, mientras colocaba dos tazas de café con leche frente a nosotros.
La miré de reojo... no tenía nada en la boca. Había pensado que la tendría lastimada por un golpe o algo... Entonces entendí. Miré a José con cara de asco y este empezó a reírse con ganas.
— ¡Ya vas a ver que algún día te va a gustar, Ana! —comentó, riendo a las carcajadas.
¡Qué tipo asqueroso! ¿Cómo era capaz de decirme algo así? Un comentario tan... tan íntimo... tan sexual... ¡Qué ASCO! ¡Lo odiaba! E iba a ser el primero de un montón. Por su lado, mamá no comprendió nada. ¡Y lo celebro!
Pronto arrastré a mi hermanito, ya que quería seguir comiendo galletas, fuera de esa sucia casa para irnos al colegio. Lamentablemente no me fui tan rápido como debería haberme ido, porque llegué a escuchar:
— Cariño, estás muy apagada hoy. ¿Podrías comprarte una falda de colegiala para esta noche? Podemos pasarla mucho mejor... ya sabes.
No sé qué le contestó mamá porque cerré la puerta y sus voces se apagaron. Observé a mi hermanito de reojo, preocupada por lo que podría haber oído, sin embargo estaba tan distraído que no oyó nada. Entonces nos dirigimos a la parada del transporte público.
Debido a esta forma de tratarme, que me daba mucha repugnancia y me alteraba, empecé a pensar en excusas para salir de la casa la mayoría de las tardes y así evitar cualquier posible contacto con ese hombre. Un día, iba a tomarme el colectivo, cuando nació Mandy. Nombre que me serviría para muchas excusas luego. Además de mi descubrimiento de una biblioteca pública, sería mucho mejor estudiar allí que en casa.
Pensando en formas de escapar de mi realidad estaba cuando sentí pasos a mi espalda.
— ¿Ana?
El sólo escuchar su voz me hizo sonreír.
— ¿Si? —Me di la vuelta. Era el profesor de Inglés.
— Disculpa, quería decirte que si necesitas una clase extra antes del examen, tengo desocupada la mañana del sábado. Acabo de hablar con la madre superiora y me ha confirmado que el colegio abre en las mañanas... Parece que han comenzado a dar cursos de costura.
Ni siquiera lo pensé.
— ¡Oh! Bueno, sí... me gustaría.
— Bien, entonces nos vemos el sábado a... ¿las nueve?
Asentí con la cabeza. El profesor Brown volvió a entrar al curso donde se encontraba y yo me dirigí al mío. Por algún motivo estaba contenta... me dije que era por haber logrado escaparme de José toda una mañana de sábado, día que por lo general traía consigo su mal humor y su crueldad. Eran días horribles porque siempre "hacíamos algo en familia". Lo que quería decir esta frase para José era que hiciéramos los tres algún arreglo a la casa o a su jardín, mientras él nos miraba echado en una mecedora, con un vaso de cerveza en la mano y hablando sin parar. Además no dejaba pasar oportunidad para criticarnos.
Al entrar al curso de inmediato noté la burla en la cara de Melina. Estaba satisfecha y triunfante. Aparté los ojos de ella, la verdad que me daba igual si estaba con Daniel o no, él ya no valía nada para mí. Era obvio que ella no o entendía... como siempre. Nunca entendía nada. Era una chica sin sentido común. Me encogí de hombros y me senté lejos de ella.
A mitad de clase apareció la madre superiora con la monja que era su secretaria, la hermana Celestina. Interrumpieron la clase para dar anuncios, el comienzo de los exámenes la semana próxima y el de las vacaciones en dos más. Teníamos que aprobar sí o sí todas las materias sino había que rendir de nuevo antes de volver a clases. Aquello me puso nerviosa porque estaba muy atrasada con el estudio de casi todas las materias. Las peleas constantes entre mamá y José no me dejaban en paz.
Cuando sonó el timbre de salida, antes de irme a casa, fui a ver si estaba el profesor Brown en el curso de antes pero no lo hallé. Lo busqué por todos lados, sin suerte. Deseaba hablarle del libro que me había prestado y decirle que probablemente no lo termine antes de las vacaciones. Deseaba tenerlo conmigo y no quería abusar de su confianza.
Cerca del aula de las ceremonias me topé con dos chicas mayores. No me prestaron atención, por lo que me animé a hablarles.
— Chicas, ¿han visto al profesor Brown?
La más alta negó con la cabeza y la otra me ignoró. Me había alejado unos metros, cuando noté que alguien se me acercaba. Era la chica alta.
— ¡No lo hagas, Hebe! —le gritó su amiga, fastidiada y cruzándose de brazos.
— Disculpa... ¿Eres Ana?
Asentí con la cabeza, desconcertada.
— ¿Tomas clases particulares con el profesor de inglés?
Volví a asentir... ¿cómo lo sabía?
— Creo que... seguramente está con Flor... Florencia Martínez. ¿No sé si la conoces?
— No... ni idea quién es.
La chica me miró fijo y luego señaló la puerta que daba al jardín posterior.
— Hace rato la vimos por ahí.
No esperó que le contestara, se dio la vuelta y fue hacia donde estaba su amiga. Ambas se pusieron a discutir. La otra chica, baja y rellenita, al parecer se había molestado porque su amiga me había hablado. Consecuencia de los rumores de Pamela, seguro.
Me dirigí hacia el jardín posterior, sin embargo por allí no había nadie a la vista. Ni una sola alumna paseaba entre las flores y menos un profesor. Entonces se me ocurrió ir a la capilla. Nunca había visto a aquel ir a rezar allí como a otros profesores, no obstante me pareció que era la última oportunidad de hablarle ese día y quise hacer el esfuerzo.
De pronto, escuché su voz, era sólo un susurro y al principio creí que me había equivocado. Miré para todos lados. No había nadie. Volví sobre mis pasos y lo vi detrás de un enorme rosal. Estaba por hablarle cuando me di cuenta de que no estaba solo. Frente a él se encontraba una alumna mayor de largo cabello castaño lacio. Parecía enojado, como si la estuviera retando. Le decía que lo que había hecho estaba muy mal. La chica tenía una biblia en su mano y de ella colgaba un rosario, ambos temblaban en sus brazos. El profesor Brown podía provocar miedo si se enojaba, por eso la mayoría de las alumnas lo miraban con respeto. ¿Ella sería Florencia?
Me sentí incómoda y retrocedí unos pasos. Los ojos del profesor se dirigieron hacia donde estaba y entré en pánico. ¡Me había descubierto! ¡Y no quería que pensara que estaba espiando! Me di la vuelta y corrí lejos. No miré atrás. No sé qué hizo o si la chica también notó mi presencia.
Ya en casa y después de almorzar, esperé que José se levantara de la mesa y fuera a dormir su acostumbrada siesta para hablar con mi mamá. Primero le dije lo de la clase del sábado, para la cual no hubo resistencia.
— Sí, hija. Esfuérzate todo lo que puedas para la semana que viene —dijo y luego bajó la voz, en un susurro añadió—. Trata de aplastar a Pamela.
Ambas nos reímos. Creo que todos los intentos de José al compararme con Pamela para desacreditarme a los ojos de mamá, le habían salido bastante mal. Ella comenzaba a odia a Pamela tanto como yo. Consecuencia de conocerla mejor. Al ser vecina nuestra tan cercana había tenido muchas oportunidades de hablarle y ya no podía cerrar los ojos a la falta de respeto que tenía con ella misma y a la mala educación que solía ostentar. Además le sorprendía que, las pocas veces que nos había visto juntas, ni siquiera me saludara.
— Otra cosa, mamá... Quedé con una nueva amiga en ir esta tarde y la de mañana a la biblioteca que hay cerca del colegio a estudiar. Nos han dicho que los exámenes son difíciles.
Mamá me miró gratamente sorprendida.
— ¿Nueva amiga? ¿Cómo se llama?
— Mandy.
Sonrió feliz, me tomó de la perilla y me miró a los ojos con dulzura.
— Me alegro mucho que hayas hecho una nueva amistad, Ana. Francamente, estaba preocupada.
Asentí con la cabeza, tratando de que la tristeza que sentía no se notara en mi expresión. Una amiga imaginaria era lo único que podía ofrecerle en este momento. ¿Quién iba a querer ser mi amiga en el colegio? Mi vida era patética... No obstante mamá no lo sabía y esperaba que continuara en el error por mucho tiempo.
— No te preocupes por los exámenes, si estudias no serán difíciles.
Asentí con la cabeza.
— ¿A qué hora han quedado? —preguntó.
— A las cinco.
Sonrió de pronto.
— Bien, podría decirle a José que te lleve de pasada. Me dijo que tenía que salir a las cinco y media.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
— ¡Oh, no te preocupes, mamá! Puedo ir en el colectivo... Sería mucha molestia para él, tendrías que despertarlo media hora antes.
Ella se percató de ese detalle y comenzó a reconsiderar lo dicho, cambiando de expresión; al final asintió con la cabeza. ¡Menos mal! De tremendo peligro me había salvado. A la tarde siguiente "quedaría" con "Mandy" para las cuatro. De todos modos, la biblioteca atendía de corrido. De esta manera prevenía varias ofertas de este estilo.
Mientras escuchaba los ronquidos de José, me puse a preparar la mochila, me cambié y estaba dejando la campera sobre la cama, cuando me percaté que el sonido había desaparecido.
— ¿Quieres dejar de hacer ruido, Ana?
Me quedé petrificada. La voz de José había sonado demasiado cerca, casi en mi oído izquierdo. Una de sus manos tocó mi brazo y la otra mi cintura. Miré por encima mi hombro y pude ver que estaba en ropa interior. Nunca lo había visto así. Entré en pánico.
— Perdón, estaba por irme —balbuceé asustada.
Tomé la campera y la mochila de la cama y, esquivándolo, salí corriendo de la habitación. El sujeto no dijo nada y no me detuve a ver qué expresión ponía. ¡Sólo quería huir de allí! Corrí por toda la cuadra y decidí caminar a la biblioteca. Mis manos temblaban y las lágrimas corrían por mi cara. La gente que pasaba por mi lado me miraba, curiosa.
— ¿Estás bien? —me preguntó una señora que pasó por mi lado.
Comencé a correr sin responderle, ¿qué les importaba mi vida miserable? ¿Qué les importaba que estuviera viviendo en el infierno? ¿Qué podían hacer? Nada... nada... Nadie podía ayudarme. Y la única persona que podía sacarme de esa situación hacía tanto que no nos hablaba que ya empezaba a dudar de su existencia. Mi padre, poco a poco, se había convertido sólo en un recuerdo lejano.
Ya en la biblioteca, sola y en paz, reflexione sobre lo que había ocurrido. Al principio pensé en decirle a mamá... ¿Pero qué le diría? Qué José se levantó enojado a retarme porque hacía mucho ruido y, casualmente, estaba en ropa interior... Ella no vería nada de malo en ello y a lo sumo le advertiría que no anduviera así en la casa. ¿Y lo de la mañana? ¡Seguro que fue un error, Ana! ¡No se dio cuenta! ¡No tenía la intención de mirarte bajo la falda! ¡Estás agrandando las cosas! ¡¿Cómo se te puede ocurrir algo así?! Imaginaba que me diría. Sin embargo ella no sabía ni se daba cuenta de sus insinuaciones, su mirada lasciva, sus comentarios sexuales, sus intentos de avanzar a... no sé a qué... no sé qué pretendía.
Allí en la biblioteca sola, fui serenándome de a poco. Comencé a pensar que la situación no era para tanto... me mentí a mí misma con engaños que me ayudaran a sobrevivir. Logré estar en paz y me puse a estudiar. Debía hacerlo, debía continuar con mi vida. Pensé en mamá y recordé sus palabras. A mí también me gustaría "aplastar" a Pamela en los exámenes. Eso me daba un incentivo muy grande.
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