12-Un nuevo hogar:
Me parece que lo primero que tendría que hacer es describir mi nuevo hogar. Por más que el sitio significó para mí la casa donde se escondía la maldad, tengo que serles honesta y decir que la casa en sí era muy linda. Era de construcción amplia, con habitaciones grandes y bien iluminadas. Tenía una cocina que fascinó a mamá, por su comodidad. El gran comedor poseía dos puertas francesas que daban a una galería de madera que, mediante unos escalones, terminaba en una larga extensión de césped. Era un lugar tan grande que me sorprendió que José pudiese vivir allí solo sin sentirse aislado. Tenía su frente pintado de impoluto blanco. Era una casa tan hermosa, que nadie podría imaginar nunca que dentro de sus paredes pasaban cosas horribles.
Casi desde el momento en que llegamos con nuestras cosas, José comenzó a dar órdenes y repetir reglas que tendríamos que cumplir a raja tabla. Y no sólo las repetía a nosotros sino que recalcaba a mamá que ella sería la encargada de cerciorarse de que se cumplieran. Horarios de llegada y de salida, de las comidas y hasta de las horas que podríamos usar el televisor. Parecía como si todo lo hubiera planeado con minuciosidad.
— Ana, nada de traer chicos a la casa —me recalcó José.
Asentí con la cabeza... ¿Qué chicos podría invitar a casa? Ni siquiera tenía amigos.
— Tampoco puedes poner música fuerte.
— Tengo auriculares —aclaré, mostrándoselos. José apenas los miró.
— Tu cuarto siempre debe estar abierto —continuó.
— Bien —repliqué, tratando de que la molestia no se notara. ¿Por qué no podría cerrar mi cuarto?
Siguió dándome órdenes, mientras sacaba de una caja los libros de la escuela y algunas novelas que iba poniendo en una pequeña biblioteca. Estaba en mi cuarto. Era lindo y espacioso. Pronto desempaqué y todo quedó listo, pero cuando quise colgar unas fotos en la pared no me lo permitió.
— Arruinarán la pintura —me explicó.
Ya estaba harta de él y apenas llegábamos. ¿Por qué no se iría a molestar a mamá y me dejaba en paz? En ese momento atinó a aparecer mi hermanito para pedir ayuda porque no podía abrir una caja. José se fue con él. Me puse nerviosa, no me gustaba dejarlo a solas con Manu, sin embargo como lo vi calmado y no violento, los dejé solos. Pronto comenzaron a hablar de los video juegos y del tiempo que José lo autorizaba a usarlos, no escuché que mi hermanito se quejara... fue un alivio. Manu parecía haberse resignado a su nueva vida y ya no discutía tanto como antes con mamá. Incluso la ayudaba sin protestar cuando ella lo requería.
Aquel primer día estuve muy nerviosa, no sabía cuándo José podía reaccionar de mala forma y tornarse violento. Necesitaba muy poco para hacerlo. No obstante, parecía incluso entusiasmado de que estuviéramos allí, al menos en cuanto se refería a mamá. Almorzamos a la hora exacta que él había planeado y comimos lo que él había elegido. Mi mamá se lució y estuvo todo muy rico. Noté que se había puesto un lindo vestido y se había maquillado.
Mamá parecía estar muy feliz. Hablaba sin parar y trabajaba rápidamente para lograr desempacar todas nuestras cosas en el día. Lo logró, para cuando se iba el sol, ya estábamos instalados. José estaba contento y no hubo ningún tipo de discusión. No obstante, no quería ilusionarme. Temía bajar la guardia. La paz al menos duró un día.
En la noche se produjo un incidente que me preocupó mucho. Estaba durmiendo cuando me despertaron unos ruidos de pasos pesados. Estaba mirando hacia la pared y me di vuelta, medio dormida. Vi una figura gris parada en el umbral de la puerta. Era José. Me miraba fijamente, como hipnotizado. Me dio miedo y traté de que pensara que seguía dormida. No moví ni un solo músculo. Luego de unos largos cinco minutos, o a lo mejor menos, entró a mi habitación y se acercó a mí. Estaba aterrorizada... Levantó su mano y acarició mi mejilla, luego deslizó sus largos dedos por mi cuello y mi hombro. Se detuvo de repente. Miró hacia atrás y salió rápidamente del cuarto. Había ruido, quizá fue mamá o Manu. Nunca lo supe.
Pasé lo que restaba de la noche despierta, aterrada, sin decidirme a quebrar una de sus reglas y cerrar la puerta. Cuando aclaraba recién logré dormir, despertando tan solo una hora después. En el desayuno llegué a pensar que todo había sido un sueño. Las siguientes noches no volvió a pasar.
La primera semana en aquella casa, a excepción de lo que relaté recién, no ocurrió nada que me preocupara mucho. José estaba de buen humor, mi mamá se esforzaba por complacerlo en todo momento, Manu cumplía con sus tareas y las reglas sin quejarse, y yo intentaba mimetizarme con las paredes para que nadie notara mi presencia. Me esforzaba con las tareas del colegio y pronto vi algunos pequeños resultados. El profesor de inglés me felicitó en la última clase de apoyo.
Sin embargo, las cosas no iban a durar mucho tan calmadas. Un día en el colegio la maldad de Pamela, Melina y Roxi llegó a un punto inimaginable. El problema había sido que Daniel no dejaba de esperarme fuera del colegio y, si bien por lo general lo ignoraba, no se había rendido. Aún parecía convencido de la versión de Melina sobre la muerte de Vale. Incluso comenzaba a defenderla. Ya me tenía cansada, al último prácticamente huía de él. No obstante, la retorcida mente de Melina todavía creía que estábamos saliendo.
El nombrado día explotó toda la tensión que Melina venía acumulando y también todo su odio contra mí. Estábamos en recreo. Algunos cursos no habían tenido clases, debido a unas refacciones que estaban haciendo en las aulas, por lo que el colegio estaba anormalmente vacío. Como vi al trío apestoso en la parte de atrás, fui a pasear por el jardín delantero. Después de estar tres horas sentada, tenía ganas de estirar las piernas.
— ¡Eh, Ana!... ¡Ana!
Me di la vuelta y vi a Daniel asomarse por la reja. Era extraño que estuviera allí a esa hora pero no tenía ganas de hablarle.
— Déjame en paz.
— Vamos... ¿No puedes perdonarme? ¡Te pedí muchas veces perdón!
— ¿Y no puedes dejarme en paz?
De reojo vi que salía del colegio un grupo de chicas. No las observé bien y pensé que serían del último año.
— No, no quiero que estemos mal —replicó Daniel, luego se puso nervioso—. En realidad... tengo que decirte algo. ¿Puedes acercarte?
Largué un suspiro de fastidio, ¿y ahora qué querría? Me acerqué más a la reja y cuando estaba a su alcance, me tomó rápidamente del cuello y me dio un fugaz beso en los labios... Instintivamente retrocedí. Estaba estupefacta... nunca nadie me había besado hasta entonces. Y fue horrible, no era ni la sombra de lo que había imaginado. Dentro de mí sentí náuseas. Encima vi con horror que Daniel se reía satisfecho, por haberme atrapado desprevenida. En ese momento escuché a alguien riendo detrás de él y vi que era uno sus amigos. Lo había hecho a propósito.
— Eres un asco —le dije. Él, de repente, dejó de reír.
Me di la vuelta, con la resolución irrevocable de que jamás volvería a hablarle, y me alejé de él. Me llamó a los gritos. Parecía ofendido. No obstante lo ignoré. Estaba por llegar a la puerta del colegio, cuando alguien me empujó por la espalda. Fue tan fuerte que caí al piso.
— Te dije que te alejaras de él —dijo una voz, cargada de odio. Me di la vuelta y vi que era Melina.
Se abalanzó sobre mí, golpeándome con los puños en la cara. Sus amigas se le unieron también, entonces comencé a recibir patadas por todos lados. Traté de quitarme a Melina de encima, mientras protegía mi rostro, pero me fue imposible. Un golpe fuerte en mi cabeza me dejó confusa. No veía muy claro y estaba segura de que la sangre cubría mis ojos. Escuché un grito y una voz de hombre lejana. Entonces, de pronto, dejé de sentir los golpes y el peso de Melina sobre mi cuerpo.
— ¡Basta! ¡Basta! ¡Déjenla en paz! —gritaba un hombre, que estaba cerca de mí. Era el profesor de inglés. Lo reconocí al instante.
Este me ayudó a pararme y me llevó dentro. Me dolía todo el cuerpo y casi no podía ver. No sé cuándo llegó la enfermera del colegio a curarme las heridas ni recuerdo la aparición de mi madre. Me dijeron que estaba en shock. Tenía golpes por todo el cuerpo y un corte profundo en una ceja, sin embargo no me habían herido tanto como pensaba. El dolor, sin embargo, era intenso.
Mi mamá armó tal escándalo, apoyada por el profesor, que la directora (o madre superiora, como gustaba llamarse) no tuvo otra opción que sancionar a las tres chicas que me habían atacado. La monja estaba al principio reacia a tomar otras medidas aparte de retar a las atacantes y obligarlas a confesarse con el cura. Todas eran hijas de miembros importantes en la comunidad, con dinero e influencia... incluso en el colegio. No obstante, y sospecho que fue gracias al profesor de inglés, que se vio obligada a sancionarlas y a suspenderlas del colegio por una semana con la amenaza de que si el hecho se repetía las echarían.
No hace falta mencionar que las tres estaban furiosas y el odio contra mí subió como la espuma. Ninguna dijo por qué me habían atacado y como fueron vistas tampoco podían negarlo. Así que aceptaron el castigo con la mirada baja. No obstante, cuando Pamela pasó a mi lado, su rostro me dijo que iba a vengarse. Supongo que era la primera vez que su conducta tenía algún tipo de consecuencia. Sin embargo, no tomé muy en serio aquella muda amenaza, ¿qué podía hacer? ¿Inventar rumores? ¿Atacarme de nuevo? ¡La expulsarían!
Aún no desaparecía el dolor, cuando la venganza de Pamela llegó a mí, como una tormenta implacable. Comenzó cuando llegué del colegio.
— Ana, ¿puedes venir aquí? —me dijo mamá, apenas entré a la casa. Descolgué la mochila de mi hombro y me senté a la mesa. Allí estaba junto a José. Éste tenía el rostro contraído de rabia, sólo una vez lo había visto así y fue antes de una gran pelea que tuvo con mamá. Supe entonces lo que me esperaba.
— ¿Qué pasa? —pregunté perpleja y nerviosa, mi mirada iba del rostro de mamá al de su novio.
— Mi sobrina, Pamela, me habló de que te vio en una fiesta. Cuando yo estaba de vacaciones. Hablé con tu mamá y me dijo que no era posible, porque ella no te había dejado ir.
Desvié la mirada de su rostro y comencé a temblar. ¿Qué podía decir? ¿La verdad? Iba a golpearme. José frunció el ceño y cambió de postura. Su mirada daba miedo.
— No sé a qué se refiere. No he ido a ninguna fiesta. —Siempre trataba de hablarle de "usted" por respeto, para que no se enojara.
— ¿No? ¿Entonces cómo explicas que te vieran en la fiesta, no sólo mi sobrina, sino también sus amigas?
Guardé silencio. José se paró y se dirigió hacia dónde estaba.
— También me dijeron que estuviste con un chico, que bailabas como una puta. ¿Es cierto?
Levanté la vista sorprendida.
— ¡Ni siquiera bailé! —grité furiosa, sin darme cuenta que aquellas palabras sellaban mi sentencia.
— Entonces, si estuviste en esa fiesta.
— ¿Te escapaste de casa, Ana? —intervino mi mamá, enojada.
A esa altura no podía negarlo. Luego vino la primera bofetada, me golpeó en pleno rostro y sentí que mi boca se llenaba de sangre... el dolor me hizo lagrimear. Grité y caí hacia atrás. La silla se volcó.
— Así que desobedeciste. Ahora tendrás que enfrentar las consecuencias —decretó José con malicia.
No paró de golpearme ni de insultarme por un largo tiempo. Me dejó claro que para él sólo era basura, una inútil, buena para nada, una perra, una prostituta, etc. No sentí la voz de mamá hasta que comenzó a patearme, mientras me escupía.
— ¡Ya es suficiente, José! ¡Ya basta! —Parecía preocupada.
En ese momento me desmayé. Era la segunda golpiza que recibía en menos de una semana.
Mi memoria de aquel evento se vuelve floja, no quiere llegar a mí con claridad. No recuerdo gran cosa. Supongo que simplemente boqueé todos mis sufrimientos para poder sobrevivir. Sólo recuerdo que desperté en la noche, quizá ese día, quizá al siguiente, el tiempo transcurrido no importa. Me dolía tanto el cuerpo que comencé a gritar, sollozando. Estaba en cama, recostada, aún con la ropa del colegio.
— ¡Levántate, inútil! ¡Has que se calle! —Oí un golpe y una puerta que se cerraba. Luego una voz lejana—. Una puta siempre engendra una puta.
Mamá apareció en el umbral de la puerta. Estaba llorando y recuerdo que tenía un gran moretón en uno de los ojos e hinchada la mitad de la cara. Parecía deformada, un débil monstruo. Quizá José terminó de descargar su furia en ella. No recuerdo qué dijo con exactitud porque volví a entrar en la inconsciencia.
Lo siguiente que recuerdo fue unos días después. Estaba en cama hacía tiempo, a veces la fiebre hacía que cayera en el delirio. Sentía como si tuviera todos los huesos rotos y apenas podía moverme. Escuchaba discusiones a lo lejos pero no veía a nadie, hasta que aparecía mamá con un plato de sopa o algo parecido. Siempre lo rechazaba. No quería comer, no tenía hambre. Tampoco quería hablarle a ella. La culpé por todo lo que había ocurrido. Por no haber intervenido a tiempo para que la locura parara.
Uno de esos días, intenté pararme para ir al baño. Había estado llamando a mamá pero nadie me respondía. Caminé lentamente, tomándome por el costado, seguramente tenía rota una costilla. Tenía roto todo el cuerpo... al menos así me parecía. Logré llegar al sanitario y cuando volvía a mi habitación escuché una discusión a lo lejos entre mamá y José.
— Hay que llevarla al hospital —suplicaba mi mamá.
— Ya se le va a pasar. Que le duela, así aprende —replicó José cruelmente.
— Está mal herida —sollozó mamá.
— No, está bien...
Intentó interrumpirlo.
— ¡Cállate! ¡Ya me tienes harto! ¡Cuando lleguemos allí harán preguntas! ¿Y qué le diremos? ¿Quieres verme en la cárcel?
— No, no... yo... me preocupa, José.
— Mañana estará mejor y si no lo está, la pateo para que se levante, ¿qué te parece?
No sé qué le respondió porque me quedé furiosa con José... Necesitaba un médico urgente. El dolor que sentía era intenso y no desaparecía, a veces me parecía que empeoraba.
Tiempo después, al aparecer mamá con un plato con una sustancia amarilla y sin forma, le supliqué que llamara a un médico. El pecho me dolía mucho y había momentos en que me faltaba el aliento.
— No puedo, hija. José va a enojarse y ya sabes cómo se pone cuando se enoja.
La miré furiosa... siempre era José... siempre lo ponía por delante de todo. Fruncí el ceño y le dije algo horrible, después me arrepentiría.
— ¡Te odio! ¡Te odio! ¡Eres la peor madre del mundo!
Con la mano tiré la asquerosa sustancia al piso y le di la espalda.
— ¡¿Qué fue ese ruido?! —La voz de José llegó a nosotras desde el piso inferior.
— Nada, cariño, nada. Tropecé sin querer —le respondió mi madre. Limpió rápidamente el suelo y salió del cuarto. No dijo una sola palabra.
Al día siguiente pasó algo que nunca me había esperado. Estaba medio incorporada sobre la almohada, tratando de respirar mejor y de permanecer quieta para que el dolor me dejara descansar. Acababa de comer, era la primera vez desde la paliza. La fiebre había pasado y las piernas no me dolían tanto. De pronto escuché el timbre. Nadie venía a vernos nunca, por lo que me sorprendí. Oí los pesados pasos de José ir hacia la puerta y luego una discusión. Era la voz de un hombre que me parecía levemente conocida, sentí mucha curiosidad y me levanté, por un segundo pensé en la policía.
Al llegar con cierta dificultad a las escaleras, miré hacia abajo. Lo único que podía ver era parte del comedor, sin embargo no alcanzaba a verse la puerta de entrada, que estaba ubicada unos metros hacia la derecha. No obstante, las voces se oían más claras.
De pronto, vi a mamá correr hacia la puerta. Llevaba unos lentes de sol.
— Usted debe ser la mamá de Ana —dijo la voz de hombre, era suave e insistente—. Soy Marcos Brown, el profesor de inglés de su hija.
— ¡Oh! Hola...
— Le decía a su esposo que estaba preocupado por Ana, por lo que ha faltado a dos clases de apoyo y no está yendo al colegio.
— Ah, sí. —Su voz sonaba nerviosa.
— Le decía que estaba enferma, cariño —manifestó José.
— ¿Qué le ocurre? ¿Está bien? —preguntó Brown.
— Es gripe... Sí, sí... mucho mejor —respondió mi mamá, nerviosa.
— ¿No has llevado su certificado médico a la escuela, cariño? —dijo José, fingiendo estar confundido.
— Yo... yo no... no sabía que tenía que llevarlo —tartamudeó.
— ¡Oh, no se preocupe! La madre superiora es muy considerada. No hace falta que lleve nada. Sólo debe avisar.
— No se preocupe, ya avisaremos —dijo José e intentó cerrar la puerta. El hombre puso una mano en el marco y lo detuvo.
— ¿Podría verla?
— ¿Pa...para qué? —balbuceó mi madre.
— He traído unos ejercicios para que haga. Me gustaría hablar con ella —replicó el profesor Brown.
— Está durmiendo. Yo se los entrego —se opuso José, quitándole las hojas de la mano.
— Mire, necesito explicárselos. —El tono de voz del hombre se volvió más duro y noté que se enojaba.
— Le dije que estaba durmiendo —replicó José lentamente, la ira comenzaba a invadirlo.
— Necesito verla ahora.
— Le dije que no... ¿Acaso quiere que llame a la policía? —lo amenazó José.
— ¡José! —intervino mi mamá, horrorizada.
— ¡Váyase de mi propiedad! —gritó el aludido.
Hubo un breve silencio, al parecer ambos hombres forcejeaban en la entrada.
— Sé lo que hace... Y si veo un solo moretón en el cuerpo de Ana cuando vuelva al colegio, lo denuncio a la policía. ¿Me entendió? —lo amenazó el profesor Brown.
La puerta se cerró de golpe y al punto José empezó a largar insultos; era un cobarde, no iba a enfrentar a un hombre. Casi corrí a mi cuarto, para que no me vieran y me recosté. Tiempo después descubrí que la amenaza del profesor me salvaría de muchas futuras golpizas. La primera consecuencia de aquel enfrentamiento fue la aparición de un médico esa misma noche. Le dijeron que me habían golpeado en el colegio unas compañeras y que había empeorado repentinamente... Era conocido de José, me di cuenta por la forma en que lo trataba. La intimidad entre los dos hombres quedó patente. Esto me hizo enojar porque si no había querido llamarlo ante había sido por pura crueldad. Le gustaba verme sufrir, supongo. El médico, de apellido Suarez, era un sujeto bajo y gordo que escupía mucho al hablar. Este no sospechó o no quiso mirar lo obvio. ¡Los moretones no eran de hacía varios días atrás! Cualquiera podía darse cuenta. Sin embargo, no hizo preguntas. Me dio antibióticos y me curó.
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