1-El Comienzo:
Espero que cuando acaben de leer estas páginas puedan comprender por qué pasó todo lo que pasó. No es mi intención dar excusas o intentar convencerlos de que soy una víctima de las circunstancias. Soy culpable y eso jamás va a cambiar. Tendré ese peso sobre mis hombros toda la vida. Lo sé.
Quizá se pregunten por qué titulé este capítulo "El comienzo". La respuesta es muy fácil... éste fue el comienzo de un nueva página en mi vida. O quizá sería mejor aclarar que fue más bien como el principio de una nueva historia, a pesar de que en el fondo aún seguía siendo la misma; pero aquella me haría cambiar en todo sentido. Desde que tengo memoria hasta ese día en particular, mi vida transcurrió de una forma monótona, "normal" podría decirse. Una vida igual a cualquier chica de mi edad. No tenía más preocupaciones que aprobar las materias del colegio.
No obstante, cuando cumplí dieciséis años recibí una noticia que cambiaría todo. No puedo decirles si para bien o para mal, fue por completo una montaña rusa... Las cosas pasan por algo, escuché decir siempre. Supongo que mi destino estaba escrito desde mi nacimiento. Pensarán que no tengo remordimientos, sin embargo no es eso. Me he resignado a lo que me espera al final de mi camino. Cuando conozcan mi historia concordarán conmigo que lo que iba a pasar era lo mejor.
Mi historia empieza en el tiempo en que en los árboles las hojas comienzan a morir, formando un extraño tapiz amarillento en la calle. Fue un día de abril, lo recuerdo bien, con exactitud el último.
—Tendremos que mudarnos —me dijo mi mamá en ese entonces.
Estábamos desayunando algo tarde, ya que era sábado.
—¿Ahora? ¿Por qué? ¿Dónde? —las preguntas brotaron de mi boca atropelladamente. Estaba estupefacta.
—Estoy muy contenta, hija. ¡Al fin, después de todo este tiempo, he conseguido trabajo! Es uno de los buenos, ya no tendremos problemas económicos, ni tendré que volver a humillarme frente a tu padre por dos mangos. Pero es en San Luis...
Por unos segundos me pareció como si alucinara. ¿San Luis? ¡Esa era otra provincia! Sus ojos oscuros, sin embargo, no mentían. Sin poder contenerme, la interrumpí:
—¡San Luis queda muy lejos! Pero... pero...
No me dejó continuar, al instante tomó mi mano.
—Vamos, Ana, sabes que la cosa está muy dura hoy. Sabes lo mucho que me ha costado conseguir algo que pueda mantenernos. Aquí no abundan los empleos, siempre piden títulos o experiencia... Eso es lo difícil de no haber podido terminar la universidad. Por eso debes estudiar mucho...
Me cansé de tan abrumador torrente de palabras.
—¡Pero mamá! Mis amigas... —protesté.
—Harás nuevos amigos allá.
Estaba perpleja, apenas podía creer lo que escuchaba.
—¿Y el colegio? ¡Estamos a mitad de año! —le indiqué, me parecía un detalle insalvable.
Sin embargo, para desesperación mía, ese detalle ya había sido pensado bien. ¡Incluso mamá lo tenía resuelto!
—He hablado con la directora, ella me pasó el teléfono del Colegio "San Andrés". Allí van a recibirte. Vi un folleto, es muy lindo... y tiene lindos jardines.
Por un momento me quedé sin voz.
—¿Es un colegio católico?
—Sí, me han dicho que lo administra una monja. Fue muy amable por teléfono y sobre todo muy comprensiva. Te irá bien allí.
—¡Ni siquiera somos católicos, mamá!
—¿Y qué importa? —respondió, ya fastidiada de tanta discusión—. Me han dicho que es un buen colegio, podré pagarlo y tendrás una educación como la gente. Sólo tienes que esforzarte más en los estudios, en especial en matemáticas. De todos modos, son los bastante estrictos como para guiarte. ¡Tendrás una vida mucho mejor que la mía, Ana!
—Me gusta vivir aquí —susurré molesta—. "Esta" es mi vida.
—Te gustará más vivir allá cuando hayamos llegado...
—No lo creo.
—Ve a preparar las valijas, nos vamos mañana.
¡Mañana! Pensé alarmada, pero la palabra no llegó a salir de mi garganta. Estaba estupefacta. Muchos pensamientos pasaban por mi mente. Mi cara debió retractar a la perfección lo que sentía en ese momento, porque mi mamá se levantó de la silla y se acercó a mí.
—No te preocupes, será un buen cambio para todos. Tómalo como un nuevo comienzo. Conseguirás nuevos amigos allí... y no tendrás que compartir tu habitación con Manu.
Aquello no lograba animarme, tener un cuarto para mí sola y no tener que soportar a mi hermanito de siete años era algo para festejar, sin embargo no me sentía feliz para nada. Dejar todo lo que conocía atrás ¡hasta daba miedo! ¿Y si no lograba adaptarme? ¿Y si no lograba tener amigos? De pronto, un pensamiento comenzó a preocuparme:
—¿Y cuándo veremos a papá?
Mamá largó un suspiro y sus ojos oscuros se desviaron hacia la pared, parecía triste y resignada.
—Bueno... no podrás verlo por un tiempo. Sin embargo, ha prometido viajar a visitarnos pronto.
Algo dentro de mí se removió, como una basurita que hubiera entrado de pronto en mi alma. A mis ojos acudieron unas molestas lágrimas. Mi mamá trató de consolarme:
—Sabes que él no puede venir, Ana. Él ya tiene otra familia —dijo, abrazándome. Y añadió, a modo de consuelo—: Me aseguró que iría casi todos los fines de semana.
Sabía que eso no era cierto, papá trabajaba mucho y dudaba que tuviera tiempo de viajar. Ya aquí lo veía poco y eso era sumamente molesto. Mis padres se habían divorciado hacía sólo cuatro años y por un largo tiempo tuve la esperanza de que volvieran a estar juntos. La aparición de su nueva mujer, Adriana, que encima se embarazó ahí no más, mandó por tierra todas esas esperanzas. No era mala conmigo, no la odiaba exactamente. ¡Pero ojalá papá nunca la hubiera conocido!
Después de semejante noticia me pasé el día totalmente deprimida. Tuve muy poco tiempo para juntar mis cosas y armar las valijas. ¡Y había tanto que hacer!... Menos tiempo aún me quedó para despedirme de mis amigas. No pude ver a ninguna de ellas. ¡Ni siquiera ese consuelo pude tener! Louri no dejó de mandarme mensajes con todo tipo de soluciones, desde que me quedara a vivir con mi padre, ¡hasta me propuso que viva en su propia casa! Un gran imposible ambas; aún sobornando a su madre, nunca me dejarían. Vero, por otra parte, sólo se echó a llorar y me prometió que iría a verme en las vacaciones. Seguramente junto con Louri. ¡Sin embargo, faltaba mucho tiempo para eso!... Empezaba a temer el estar sola durante meses y meses...
—¡No vas a estar sola! Te llamaré todos los días —me prometió Vero.
—Gracias. —Esa promesa fue lo único que me animó.
El inevitable viaje llegó más temprano de lo que esperaba y con alarmante rapidez me encontré sentada en el auto. Aún no asimilaba todo lo que había sucedido.
Aquel viaje fue largo y tedioso. Mi hermano estaba insoportable, tenía menos ganas de mudarse que yo, y no dejaba de patearme.
—¡Basta!
Una nueva patada volaba a mi pie.
—¡Basta!
—Ana, deja de gritar. Me duele la cabeza.
—¡Me está molestado!
—¡Ya basta, Manu! —le ordenó, mientras el mocoso, enojado como estaba, se hacía a un lado y me dejaba en paz. Estaba más enojado que yo, pero ¡¿por qué tenía que agarrárselas conmigo?! ¡Yo no tenía la culpa! —. No le hagas caso, está aburrido.
A mi más que aburrido me parecía molesto. No obstante, Manu no hablaba mucho, siempre se guardaba lo que pensaba. Era callado. Mamá, dándose cuenta de que ninguno de los dos estábamos muy entusiasmados por esta "nueva vida" en San Luis, trató de animarnos... Fue en vano. ¿Qué podíamos esperar? ¡Habíamos sido arrancados de nuestra casa en unas horas! Ni siquiera tuvimos tiempo de acomodarnos a la idea.
Mamá siempre ha sido así, cuando decide hacer algo no pide opinión y no hay nada ni nadie que la detenga... Y mucho menos nosotros. A veces me parece que somos sólo objetos de su pertenencia, que traslada por la vida... Unos objetos bien molestos, según da a entender en ciertas ocasiones... ¡Aunque pudo avisarnos antes lo que iba a pasar! ¡Qué fastidio!
—Tengo ganas de mear.
—¡Habla bien, Ana!
—Da igual, me hago encima. ¿No podemos parar en esa estación de servicio?
En el momento en que lo decía el auto se frenó de golpe y tomó el rumbo que le señalaba. El cambio brusco de dirección hizo que golpeara mi cabeza contra el vidrio.
—¡Mamá!
—Perdón, ¿acaso no decías que era urgente?
En ese momento comenzó a sonar su celular.
—Sí, pero no para que nos matemos —repliqué fastidiada.
—Ya baja... ¿Quién demonios será ahora?... Tu padre... lo que faltaba —dijo, tomando el celular y respondiendo. Alzó la voz—. ¡Idiota!... ¡¿Cómo que qué pasó?! ¡Es un chiste!... Me dijiste que doblara a la izquierda por la avenida y acabé perdida, ¡dos horas!, ¡dos horas!... ¿Cómo puedes ser tan...?
Siempre discutían, cada vez que hablaban... Me bajé del auto y no quise escuchar más. Corrí hacia una puerta que indicaba "baños públicos". De más está decir que eran un asco. ¿Cómo pueden tener los baños en esas condiciones? ¡Por poco y uno se agarra hepatitis!
A los diez minutos ya estaba de vuelta en el estacionamiento... No obstante, no había ni rastros del auto de mamá. Comencé a buscarlo por todas partes. Caminé hacia la parte trasera del lugar, donde había dos mesas de cemento casi destruidas en medio de una maraña de césped y maleza. En una esquina había una camioneta azul estacionada, pero ni rastros del vehículo. Volví sobre mis pasos y esperé en el frente... Quizás hubiese ido a comprar algo.
Pasaron otros diez minutos y comencé a alarmarme... ¡No podía creer que mi propia madre me hubiera abandonado en el medio de la ruta!... No... no era probable. Ella nunca haría algo así. ¿O sí?
Pensando en eso estaba cuando vi acercarse un auto a toda velocidad, en medio de una polvareda. Frenó a mi lado.
—Sube... ¡Lo siento! —Era mi mamá. Parecía asustada y sudaba mucho.
—¡No puedo creer que te hayas olvidado de mí! —dije furiosa.
—¡Es culpa de tu padre! ¡Si al menos hubiera dejado de gritarme...! Me olvidé por completo a qué nos habíamos detenido y pensé que estabas atrás.
Manu se reía, burlándose. No quise discutir, ya era demasiado.
Unas horas después, al fin llegamos a la ciudad y de allí a mi nuevo hogar... No me sorprendió, era una casa común y corriente. De aspecto algo cuadrado, con un garaje para un auto incluido a su derecha. El jardín delantero se resumía a un rectángulo de césped con un par de macetas con flores. Tenía unas rejas desteñidas y oxidadas, que mamá prometió pintar algún día. Dentro olía a humedad y a encierro, era oscura y anticuada, pero más grande y cómoda que la que habíamos tenido. Detrás estaban las habitaciones y la verdad me sorprendió el tamaño de la mía. ¡Al fin iba a tener una propia!
Dejé mi valija en una cama de hierro, que estaba pegada a la pared, y abrí una gran ventana. La luz entró y pude apreciar mejor el fondo de la casa... No estaba mal. Era grande, con un árbol a un costado y césped por todos lados, que sólo necesitaba una buena podada. Lo rodeaba una cerca de ladrillo, manchada de humedad. Era evidente que aquella casa no había sido habitada por mucho tiempo.
—¿Te gusta? —preguntó mi mamá, su cara irradiaba felicidad y no quise decepcionarla.
—No está mal.
—Ya verás cuán linda vamos a ponerla... Apenas nos instalemos.
En ese momento sonó un timbre.
—¡Qué raro! ¿Quién será?
Salió de mi habitación y pude quedarme sola. No tenía ganas ni curiosidad por saber quién era, así que me quedé desempacando. Con seguridad sería alguna vecina vieja y curiosa. Seguro pensaría... ¡Ohhhh, gente nueva! ¡Un nuevo motivo de chisme!... Patético.
Cuando iba a subir mi valija a lo alto del placar cayeron a mis pies unas hojas y un cuaderno viejo. Al alzar todo del piso pude ver que el cuaderno estaba lleno de anotaciones, como un diario... ¡Y en las hojas había escritos varios poemas! Confieso que me gusta escribir poemas, es mi pasatiempo favorito. Leí los primeros, ansiosa. ¡Eran hermosos!
Preguntándome quién los había escrito, tomé el cuaderno y lo abrí por la primera hoja, mientras me sentaba en la cama, que acababa de hacer. Allí, con una caligrafía fina y alargada, estaba escrito un nombre: Soledad Menéndez.
—¡Ana! ¡Ana!... ¿Quieres venir un momento? —La voz de mi madre interrumpió mis pensamientos.
¿Qué demonios quiere? Pensé con fastidio.
—¡Ana!
—¡Voy!
Escondí el cuaderno y los poemas debajo de mi almohada y fui hacia la puerta de entrada, donde estaba mi mamá. Parado en el umbral se encontraba un hombre alto de poco cabello rubio y ojos verdes, tendría unos cincuenta años aproximadamente. Desde su altura me sonreía. Me sentí por un momento muy desconcertada...
—Él es José... José Kleiber... Me ayudó a conseguir esta casa —me dijo, sonriendo. Algo en su sonrisa me pareció extraño. Además noté que se arreglaba los oscuros cabellos, algo nerviosa.
El hombre me saludó con un gesto de la mano, parecía amable y... sonreía demasiado, al igual que mi mamá. La observé un rato... ¡No podía creer que estuviera coqueteando con ese tipo!... ¿De dónde lo conocería? Porque era obvio que lo conocía.
Al cabo de un rato de estar parada allí como una estatua sin que nadie me hiciera caso, decidí dar la media vuelta e irme. Se me había ocurrido algo alarmante... Esperaba... mejor dicho, tenía la esperanza de que ese tal José Nosécuantos no fuera la causa de que nosotros hubiéramos viajado a San Luis. No... no... por favor, que esa no fuera la causa. No podía soportar ver sufrir a mi mamá otra vez. No era muy buena eligiendo novios. Siempre era lo mismo, todos eran iguales... parecían educados, aparentaban tener dinero... pero al final terminaban siendo unos idiotas. Un total fiasco.
Aquella noche me dormí preocupada...
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