Capítulo Nueve

Ardah

Entre las ramas del bosque viejo,
vuelan dos jóvenes necios.
Son hijos del cielo dados a luz,
al claro de la Luna que les recibió.

Los árboles acogen a los amantes.
En su regazo los ciegan de amor.
Al viento los presta, les ofrece un regalo,
"No os abandone vuestro fuego y pasión".

Cuando se quiebre el espejo de agua,
y ya no escuches mi armónica voz.
Tiembla, amor mío: las manos te sangran.
Ya no seré parte de tu vida, nuestra llama se apagó.

Sucedían los primeros días del mes de febrero, y se extendía el invierno, tan triste y despiadado como se pudiera pedir. Las aves morían de melancolía bajo la nieve brumosa, y la dicha, y la esperanza se extinguían en mi corazón poco a poco, como mermaba el canto dulce y humilde del viento, dejando paso a las caricias de una brisa serena. Pasar los días en la soledad de casa eran tristes, y en la escuela, a pesar de los chistes de mis amigos, sin el resplandor de sus ojos de ónice, lo eran también.

Los largos pasillos del colegio se atiborraban gente como las aguas de los ríos se esparcen en las crecidas. Si bien era una amanecida grisácea y nublada, y su luz fría menguaba el verduzco de las hojas de los sauces y el índigo del alto cielo, en breves semanas  acontecería el día de aquellos que se habían jurado amor, y entre los estudiantes rebosaban los comentarios y la emoción. Incluso algunos, que eran los más ricos y conocidos de entre todos, habían anunciado con petulancia que harían festejos de especial magnificencia en sus grandes casas, cuando concluyesen las celebraciones en la escuela. No les tomé mucha importancia, ya que para mí sería un día como cualquier otro, y tampoco es que hubiese sido invitado a ninguna de ellas.

Sin embargo, y muy a mi pesar, pocos eran los muchachos que pensaban como, y se paseaban inquietos una y otra vez delante de mí, comentando sus planes de conquista en voz alta. Incluso algún que otro atrevido, y ciertas chiquillas que poco eran de mi agrado, me consultaron para saber si un atractivo ramo de rosas, un frasco de bombones del más delicioso chocolate, o una sencilla carta pero tejida en elaborados versos estaría bien ¡Ay! ¡¿Y siendo yo un virgen solterón que podría saber!? ¡¿Tendría acaso cara de Don Juan, curtido en mil pasiones juveniles!? ¡Por supuesto que no! ¡Pero eso no era lo peor de todo! ¡La más cruel tortura fue cuando me leyeron sus escritos! Al escuchar semejantes barbaries enaltecí los ojos, pestañeando continuamente en el proceso, y exhalé con profundidad, concediéndoles sonrisas dulces y respuestas agradables, y por dentro preguntándome si la aparente pobreza de sus palabras les impediría ser correspondidos por sus enamorados.

Aún faltaban doce minutos para que se acabase el receso, y volviesen a cubrir al instituto las nubes blancas de la tranquilidad. Estaba sólo, y entre cientos de gentes, porque Clayton y Tanner se habían ido a buscar algunos bocadillos al comedor, y se tardaban bastante en la cola. En su larga ausencia, vislumbré a lo lejos como se me acercaba un muchacho gallardo de parda cabellera, ceñida por una gorra de paleta rojiza, y con una sonrisa radiante dibujada en su joven y hermoso rostro. Al parecer, con la misma fatídica intención que opinase sobre sus sentimientos, o de algún obsequio suyo, como el resto de los impertinentes colegiales.

Suspiré hondamente cuando se acomodó a mi lado.

-¡Hey, Wells! ¿Cómo estás? -me saludó con alegría y cuando lo vi de cerca, recordé vagamente que se llamaba Ned Brown, o al menos eso creía. Él colocó su puño delante de mí...¿para que se lo chocara? ¿no? ay...como detestaba esos saludos cargados de vigor masculino...solo hacía falta que me dijese un "bro" para salir corriendo.

Había algo raro en ese chico...lo miré durante un momento. Era alto, varonil, y de hermoso porte. Estaba seguro que me era conocido de alguna parte, en una imagen quizá, o de seguro había escuchado comentar sobre él...¡Ese muchacho era el crush de Theo Clayton! O bueno...uno de los tantos crushs que tenía, pero con certeza, era el más codiciado de ellos.

-¡Hola! -le sonreí correspondiendo ese saludo de presidiarios y cavernícolas que tan frecuente en los jóvenes era-. Estoy bien, gracias por preguntar.

El muchacho se aproximó a mí con toda la confianza que pudo haber encontrado en el mundo, y retrocedí ligeramente sin que lo notase, en un ávido intento por conservar mi espacio personal ¡Chu! ¡Chu! ¡Chu! -lo eché en mi mente- ¿Qué quería de mí ese retrógado con cuerpo de gorila y cerebro de gorrión? Me estaba comenzando a preocupar, pues a mis oídos habían llegado ciertos rumores, de las malas lenguas, y de mis amigos, por supuesto, y decían que a Ned Brown, el buen jugador de baloncesto, también le apetecían los chicos ¿Acaso me iba a tirar los trastes o venía cordialmente a pedirme que le ayudase a conquistar a un mozo desesperado? Rogué que fuese lo segundo, me hubiese sentido mal si Clayton se llegase a enterar que se me había confesado un enamorado suyo, puede que quizá no le molestase, pero sería triste de igual manera.

-Genial -respondió-. Eh...a ver ¿cómo te digo esto?....¿te puedo hacer una pregunta? ...-tomé aire y asentí con gesto calmado, preparándome mentalmente para lo que vendría....¡¿pero a quién iba a engañar!? ¡Me carcomían los nervios! ¡¿Se me iba a confesar!? ¿Que haría entonces? ¡Yo nunca había rechazado a nadie! ¡Él único troglodita que me gustaba era Alessandro! Bueno...pero....mamá decía que le debía dar una oportunidad a otros chicos...¡No! ¡Mi amigo se moría por él! ¡Tenía que pensar en cómo decirle que no podía corresponder sus sentimientos! -. ¿De verdad, Wells? ¿No te molesta? ¡Eres la hostia!

Me dio un golpe "cariñoso y juguetón" en el hombro, como hacían los buenos compañeros heterosexuales, y por poco pensé que me lo había desprendido, ay, que tosco... ¡No me toques! ¡Bestia! ¡Salvaje! ¡Animal!

-Bien y...¿qué es lo que te sucede, Brown? -lo alente a continuar, antes de que la situación se pusiera incómoda.

Él sonrió antes de hablar.

-¡Verás, Wells! -miró hacia arriba, como si estuviese consultando con el roble, las palabras que me iba a decir. Ante su silencio, los nervios se acrecentaron, y el ritmo cardíaco en mi pecho aumentó ¡Ay, estúpido! ¿Te volviste mudo? Mas el joven, de cabeza hueca como el tronco del bambú, permaneció en silencio, y exprimí su cuello con el pensamiento al ver que pasaban los minutos y no decía absolutamente nada-. Creo que...-dijo al fin-. Me mola... un amigo tuyo....

El golpe fue tan duro como si cayese de las rama del roble alto, y viejo. Estuve a punto de darme una bofetada, y luego otra, y otra más. Suspiré con alivio, ¡Eso era una grandiosa noticia! ¡Pero qué digo grandiosa! ¡Espléndida! ¡Sublime! ¡¡¡Divina!!! Ay...que gay sonó eso...

-¡¿Cómo!? -me pellizqué y me di un manotazo. Él me miró impactado ¡Clayton no se lo iba a creer! ¡Reventaría de alegría de tal modo que contrataría un stripper para celebrar su despedida de soltero esa misma noche! -. ¡¿Eso es cierto!? -pregunté tomándolo de las manos con gran estusiasmo.

Él apartó la mirada con el toque de un rojo ligero en sus mejilla ¡Menuda ternurita! ¡Era perfecto para Clayton! ¡Y yo pensando que el pobre era un pica piedras! Me contenté de su encuentro conmigo, pues gracias a él había aprendido una importante lección: no debía juzgar a las personas de manera anticipada e injusta, ya fuese por su apariencia o por su comportamiento, hasta que las conociese con profundidad. Era como un bosque tenebroso que es visto desde una noche sombría, en el cual nadie se atrevería a adentrarse, pero sí lo hacían, se encontrarían oculto entre la maleza con la belleza de un claro, y el fulgor de la argento de la luna resplandeciendo en él.

-Sí -dijo con voz baja y ensanché la sonrisa con simpatía ¿Cómo podía esconder semejante sensibilidad un chico tan rudo? -. Pero no se lo digas aún ni a él...ni a nadie...¿vale?

-Tranquilo, Brown, esperaré tu señal o a que te dignes a hacerlo -reímos juntos-. ¿Quieres que te cuente todo lo que sé sobre Clayton? -dije emocionado y los tenues rayos de sol destellaron en su mirada -. ¿Te gustaría que te ayude a componer una canción o un poema?

-¡Eso sería increíble! -contestó con pasión-. ¡Así sería mucho más fácil hablar con él! Porque te juro que lo adoro, ¡Él me parece alucinante! Me hace reír con todos sus gestos, como cuando se depila las cejas en medio de la clase de matemáticas ¡Me encanta la seguridad que tiene en sí mismo, y su acento francés! ¡Lo amo todito!

Rompí en carcajadas, y lo miré boquiabierto, anonadado totalmente por el enardecimiento de sus palabras.

Hablamos durante un rato, en los pocos minutos que restaban del receso, sobre las preferencias de mi buen gordinflón. Su color favorito, obviamente era el rosa, aunque los tonos purpúreos le fascinaban también. Ned Brown se impresionó cuando le conté sobre su amor inmenso por la gastronomía francesa, debido a la herencia directa de su madre en Lyon; siendo propenso al consumo de cruasanes, brioches, magdalenas, napolitanas de chocolate, y pan de pasas, no obstante, era el crushut alsaciano con su típico acompañamiento de sabrosas carnes el ladrón de su corazón. Amaba el maquillaje, colarse en las grandes fiestas y en las discotecas vestido de chica, y sin pagar una libra. Idolatraba al extraordinario Freddy Mercury, y a Divine, y por nada en la vida se perdería un concierto de sus tres grandes ídolos: Madonna, Katy Perry, y Lady Gaga.

-¡Gracias, Wells! Eres un amigo de verdad -se despidió el chico con una sonrisa incluso más amplia incluso que con la que había llegado, y se perdió entre la muchedumbre antes que llegasen mis amigos, y me acosasen con preguntas y miradas incómodas sobre la cercanía de Ned Brown, como si de dos inquisidores de la edad medieval se tratase.

El sonoro toque del timbre reverberó por todo lo ancho y amplio del parque, y chocó con los muros de piedra que lo cubrían. Para consuelo mío, gran parte de los enamoradizos estudiantes, y los profesores corrieron presurosos en la búsqueda de su salón. Mis amigos también se marcharon a la velocidad de un rayo, pues temían de gran manera a la señorita escocesa de cultura general. Yo por mi parte, no me sentía realmente bien, y decidí ir a la biblioteca a buscar un libro para permanecer en su compañía bajo el manto gris que tendían las ramas del viejo roble. Luego, cuendo tuviese tiempo, buscaría a la maestra Beth, y sí por casualidad la pillase de buen humor, que poco probable sería, me disculparía con ella

Leí el poemario, y me sumí en él como si cayese en un abismo de interminable negrura, hasta que, de pronto, me cubrió una sombra, era una nube de alas oscuras que provenía de una figura erguida y orgullosa.

-Ardah -me llamó severamente -. ¿Qué haces aquí tan sólo? -preguntó con voz áspera, y por un segundo me pareció tierna y acogedora -. ¿Por qué lloras? ¿Alguien te hizo algo?

Cerré el librito, y lo dejé caer en mi regazo con sumo cuidado, descubriendo un creciente arroyo de cristal en mis ojos, y los erigí lentamente con el anhelo de perderme en el cielo profundo de los suyos. Esos que podían ser tan gélidos y duros como una noche de invierno sin el calor vivo de un fuego, y aunque me llegasen a escrutar con odio, yo los veía más hermosos que los nacientes cielos del alba.

Alessandro se quedó observándome durante un instante, y tomó asiento a mi lado con la expresión calmada y anodina que tendría el rostro de un labriego que roturase el campo con su azada. Poco cambiaba, con su aspecto duro, y salvaje, que le daban sus desaliñados rizos de oro, y su camisa de uniforme con los botones abiertos de par en par, dejando entrever su torso desnudo al aire. Lo había extrañado, porque cansados y penosos habían sido los días sin verlo, donde sólo yacía la esperanza de que mis ojos se tornasen a los suyos ¿Por qué se había ausentado tanto tiempo? ¿Estaría enfermo? ¿Tendría problemas familiares?

Su rostro de luz brillaba solemne e imperial, y su mirada era penetrante, y me escarbaba con gran intensidad como deseando descifrar el tornado de emociones que se sacudía dentro de mí ¿cómo podía permanecer impasible ante tanta belleza?

Al ver que no contestaba, con boz baja, pero no menos grave, volvió a inquirir:

-¿Estás bien, mocoso? -se acercó poco a poco, hasta que su aliento cálido chocó con mi rostro, tiñéndolo de un ligero carmín-. No tengas miedo...puedes confiar en mí...

¿En verdad podía depositar mi confianza en él? ¿Podía abrir los portones empolvados de mi corazón al muchacho de ojos de cielo? Tal era la duda, que una parte de mí me aconsejaba que me mantuviese en silencio, ya que Alessandro solía golpearme, humillarme, y herirme, y poco sería capaz de entenderme. Pero la otra, que se aferraba a él, tanto como a la propia vida, me impulsaba desenfrenadamente a hacerlo.

-No te preocupes -le sonreí-. No pasa nada -giré el rostro y lo encontré mirándome fijamente, y nuestros ojos, y narices colisionaron. Los contemplé, tan brillantes como dos zafiros recién pulidos, y temblé, y me sentí débil. Necesitaba de ellos, como si estuviese a la deriva en los mares eternos del horizonte, y ellos fuesen la barca que a la orilla me arrastrase.

-Entonces...¿qué te sucede, niño? -algo se desató en mí, como el impacto de sus olas gigantescas en el océano tormentoso de mi alma cuando él tomó mis manos y las sostuvo, y las acarició con dulzura entre las suyas. No podía...no quería soltarme de su agarre, era un ancla, quieta y firme, y su recuerdo vararía eternamente en mi corazón-. ¿Un imbécil te maltrató? ¿Alguno de mis colegas se metió contigo?

Negué, y él frunció el ceño. Se había molestado.

-Joder, chaval, si no me dices nada...juro que me voy a volver loco...

Fue un encantamiento escuchar su voz ronca, y descubrí que también podía llegar a ser compasiva y tierna. Mientras él me miraba, entre el sol de sus cabellos, vi brillar en un espejo la luz temblorosa de las estrellas. Eran sus ojos, que parecían un cielo tempestuoso de confusión, preocupación, y tristeza.

Estaba tan expuesto, tan débil. No podía dejar de verlo. Él solía ser rudo, y violento, y poco interés mostraba por los sentimientos de las personas a su alrededor ¿Y por mí lo hacía? ¿Yo le preocupaba? ¿Por qué?

-Es por...un viejo cuento que...estaba leyendo -le dije con rastrojos de vergüenza-. Nunca... lo entendí bien -continué-. No sé porque al cantarlo, siento que se me abruman los sentidos...

-¡¿Pero tú eres gilipollas?! -exclamó con aspereza, quebrando el vínculo de nuestros ojos. Sabía que si le contaba el motivo de mi amargura, él se enfadaría de gran manera o se burlaría escandalosamente, y se apartaría riéndose a carcajada suelta porque era incapaz de comprender que se puede hallar emoción y hermosura en las páginas de un libro-. Menudo susto me has dado, tonto -sonrió y me revolvió con gesto brusco todo el cabello. No solo me ruboricé por completo, sino que también sentí confusión ¿No me iba a golpear? ....-. Ya me iba a liar a hostias con todos los tíos de la escuela...

Sus susurros cayeron en mis labios, y fueron más dulces que el soplo de los céfiros, y mi corazón enormemente se estrujó ¿Alessandro... iba a pelearse...con otros chicos? ¿Por mí?

-¿Por qué harías eso? -quise saber, y Alessandro se llevó una mano a la nuca, con cierta pena-. La señorita Merry te expulsará si te encuentra peléandote por ahí.

Alessandro me guiñó el ojo y rubor se apoderó de mi rostro.

-¿Y por qué tú lees ese libro? -preguntó con tono ¿juguetón?-. Yo soy un gamberro, y tu eres una ratita de biblioteca -sonrió de lado con aire burlón-. Cada quien hace lo que le gusta   enano.

-Son unos poemas -respondí-. Cuentan una historia triste...los he leído muchas veces...y siempre me angustia el final...no lo entiendo...

-¿Si te ponen mal? ¿Por qué los vuelves a leer entonces? -inquirió-. No es bueno...aferrarte a algo...que te hace daño.

-Pero también me hacen feliz, y quisiera comprenderlos, porque...-me miró embrollado-. Me recuerdan mucho a alguien...

Alessandro apartó la mirada hosco, y tomó el libro entre mis piernas, y lo ojeó, y lo leyó en voz alta:

Al canto de las sombras danzan,
cuando el nuevo fuego brilló.
La luna, dama de Plata,
y el viejo padre, el Señor Sol.
Cantan juntos en los cielos,
y convergen al atardecer.
Sol y Luna, Luna y Sol.
Noche Eterna y alba que brota,
Luz de vida y Resplandor.

El azul brilló en sus ojos, que se abrieron de par en par. El tocó una cadena dorada, con rubíes incrustados, que colgaba en su pecho, y luego clavó sus ojos en los míos, y se detuvo en ellos, y se perdió con ternura, durante largo tiempo. Lo vi con detenimiento, como a un cuadro antiguo, como a una pintura hermosa, como nunca antes lo había hecho, y poco tardé en vislumbrar que su expresión se asemejaba a la de un niño pequeño, curioso y travesio ¿Era mi mente angustiada la que me hacía una mala jugada o acaso erraba en las tierras imperecederas de los sueños? Pero...se veía tan real...que no quise despertar nunca. Alcé mis manos y acaricié suavemente su rostro de luz antes de que se desvaneciese su visión bella, y volviese al mundo dónde nunca podría hacerlo. Él se sorprendió ante el toque, pues nadie, ni siquiera esas muchachas con las que salía se atrevían a tocar su cara, él no lo permitía, mas conmigo no retrocedió, ni se ofendió, como lo haría el verdadero Alessandro.

-Te está saliendo barba -le dije-. Sí te la dejas crecer vas a parecer mayor.

-Calla, tonto....

Me reí al ver un ligero arrebol destacaba en sus mejillas, por contraste con su piel delicada y blanca, y los sendos hilillos que conformaban sus labios, que eran pequeños y rojos, se abrieron asombrados sobre la comisura de su boca ¿Cómo algo tan hermoso pudo haber escapado del cielo?

Él se arrimó más, y detuvo su rostro a un dedo del mío. Mi corazón latía al desboque, y las maripositas revoloteaban sin cesar en mi abdomen. Me ahogué en la azulada profundidad de su mirada, y él con gesto retozón, y la osadía de una sonrisa, me acarició con su nariz afiladas.

Sus labios me rozaron con dulzura, como si pidiesen permiso para tomar posición de mi boca, y emanaban un ardor tan intenso que sentía que podía abrasarme en cualquier momento. Mis ojos titilaron y retuvieron el brazo de un río, pues al tenerlo cerca abrigué la nostalgia, y la tristeza, de haberlo deseado durante mucho tiempo.

¡Ring! ¡Ring! El sonido de su móvil nos despertó de aquel sueño. Alessandro se incorporó y contestó. Desconocía de quien se trataba al otro lado, pero la molestia era notable en su voz.

-Oye, niñato -me llamó cuando colgó el celular, y escondió sus manos grandes en los bolsillos de su pantalón...se veía tan tierno cuando hacía ese gesto que quise buscar una cámara, y atesorar el recuerdo de su imagen en una fotografía-. Tengo... práctica...me tengo que pirar.

-Vale -dije, algo decepcionado, y triste, por su repentina partida-. Cuidate, y no te metas en problemas. Nos vemos después.

Le sonreí y Alessandro arrugó su frente.

Quedamos más tardes para que me leas esos poemas -lo miré desconcertado-. Me gustaron bastante.

¡Un momento! ¡¿A ese hombre de las cavernas le interesaba un poema?! ¡¿Cómo era posible?!

-¿De cerdad? -pregunté con ilusión-. Son hermosos...cuando tengas tiempo me buscas y te explico sobre ellos ¡te van a encantar! ¡te lo aseguro!

-Sí -contestó alejando su mirada-. Anda, coge el librito y mueve el culo al salón antes de que la vieja Beth se entere que estás faltando a su clase por leer poemitas en el parque.

-Y me suspenda -lo apunté con una sonrisa-. Como a ti.

-Cuida como me hablas, crío -dijo con voz grave -. Lárgate o te vas a enterar quien soy.

Me levanté con la alegría dibujada en el rostro, y agité la mano varias veces a a su partida. Permanecí quieto, embelesado, en su figura corpulenta que se marchaba con paso firme, y en grandes zancadas, hasta que su espalda ancha escapó del alcance de mis ojos ¿Por qué me era tan difícil comprender a Alessandro? Lo conocían por ser un muchacho tosco e irreverente, indómito y viril, pero sus ojos podían llegar a ser dulces y tiernos, y a albergar gran hermosura.

Eran las horas del mediodía cuando esperaba al par de tontos que tenía por amigos a las afueras del portón del comedor. No consideré buena idea interrumpir la docencia de la señorita Beth, y mucho menos al turno de la gordinflona, pero no menos agradable profesora de químicas, la cuál me tenía en poca estima.

Clayton y Tanner llegaron corriendo hasta mí con abundante emoción.

-Ay, darling ¡¿a qué no sabes qué sucedió!? -se ancló a mi brazo y echamos a andar, en la búsqueda de alguna mesa, y un puesto desocupado para almorzar con calma-. ¡Por los músculos de Superman! ¡Que me den con el supermiembro! ¡Que aún no me lo creo! ¡Voy a explotar de felicidad!

-¿Qué sucedió para que estés tan feliz? -le pregunté, aunque ya sospechaba a que a su dicha se debía-. ¿El amor toca sus puertas, quizá?

Sarah sonrió de oreja a oreja.

-¡Sí! -respondió ella-. ¡Por fin! ¡Primera relación de colegiales varones que tendré el privilegio de contemplar fuera de los libros! ¡Un sueño!

-¡¿Cómo lo supiste, cherry!? -pegó unos cuantos saltitos de alegría-. ¡Es  mi  crush! ¡Macho entre machos! ¡Uno que irradia olor a oso! -me mostró la pantalla brillante de su teléfono, dónde había un mensaje que decía: "Hola" y otro más abajo: ¿Qué tal? ¿Cómo va todo? Al parecer, Ned Brown había actuado mucho más rápido de lo que creía, y Clayton no tardó en picar el anzuelo, como el pez globo que era -. ¡Ned Brown! ¡El cachas del equipo de baloncesto! ¡Ay! ¡Yo quiero ser su pelota! ¡Yo quiero rebotar encima de él todo el día!

-Clayton, contrólate -le pegué un codazo a punto de morirme de risa.

-Es cierto -dijo Tanner-. No querrás que se entere de todo lo que quieree hacerle  antes de tiempo y salga corriendo -buscó con la mirada y encontró el lugar perfecto para sentarnos. Mientrad ella se dirigía a guardarla, yo me encaminé, con Clayton, pavoneándose a mi lado, y contándome   las espectativas que guardaba en su futuro amorío con una marejada de estusiamo, y pasión.

Clayton se soltó de mi agarre, y se meneó de sobremanera, y escondí la cabeza entre mis manos cuando, con una mirada atenta y sonrisa suspicaz, se dirigió al chico que trabajaba en el mostrador.

-Hola, guapo -le dijo con tono pasado de coqueto al joven-. Tu me pones...bueno, quiero decir, ponnos algo sencillo.

El chico tragó en seco y le contestó sin perder los estribos:

-Mira bien y me dices lo que quieres para tus amigos.

Pobrecillo, parecía querer salir corriendo de allí de lo incómodo quee etaba.

-Ay, no mi amor -se enroló el cabello dorado en un dedo, arregostándose a la repisa con gran frescura-. Recomiéndame algo que esté bueno, y sabroso ¡algo grande y duro que yo me pueda comer! -se mordió el labio y cerró los ojos imaginando quien sabe que clase de fantasías oscuras.

¡Oh, dios! Se había formado una larga fila detrás de nosotros, atenta al incipiente espectáculo ¡Qué vergüenza!

-Hay pata de cerdo...si quieres -dijo por lo bajo, presa del sonrojo.

Clayton disimuló una sonrisilla pícara.

-No, mi amor, me refería a algo que no tiene hueso -dijo y se oyeron los chiflidos y las carcajadas entre las personas en la cola-. Pero bueno, mejor  vayamos directo al grano, cherry no es de comer mucho -me apuntó-. Así que ponle unos tomatitos, unas patatas hervidas, brócoli, remolachas, y algo de carne también. A cherry le gusta comer sano, pero a la flacucha que está sentada allá no le va nada de eso -señaló a Tanner que lo miró perpleja-. Ponle a unos cuantos panes de moras, croissants, y unas buenas porras con fresa, a ver si gana unas libritas de más, que cuando estamos juntos nos dicen que parecemos el uno y el cero.

-¿Algo más? -preguntó el chico que ya no daba abasto con tanto que pedía Clayton.

-Obvio, my love, aún queda lo más importante -se apuntó a sí mismo-. A mí ponme un par de huevos rellenos -le echó un vistazo a un lugar entre las piernas del muchacho que mejor no os digo-. Y un vaso de leche fresca, y caliente, de la mejor que tengas.

El chico vio los cielos abiertos cuando regresamos y nos sentamos con Tanner. Fue un buen rato, entre chismes y risas.

-¡Puerco! ¡Enfermo! -lo regañé a punto de romper a reír-. Creo que no podré volver a mirar a ese chico a la cara.

-Ay -suspiró Tanner-. Ya tengo una nueva historia para escribir esta noche ¡Theo y el Camarero! ¡Superará al rubio y el filósofo, e incluso a Clay y el profesor de literatura!

-Pero que puta nos ha salido Theo -comenté en una risotada.

-¿Quién lo manda a ponerse esas camisetas apretadas? ¡Me saca suspiros con tan solo verlo!

En una alargada mesa, no muy alejada de donde nos hallábamos, se encontraban unos chicos escandalosos que tenían menos coeficiente intelectual que una nuez, y algunas chillonas, de cuyo nombre no quería acordarme. Entre ellos, el único que se robaba mis ojos era el canalla de Alessandro, quien a cada rato soltaba una sonora carcajada por alguna que otra tontería.

Me sentí triste al verlo reír con unas chicas, pues conmigo nunca lo hacía, malamente me dirigía la mirada, y a veces, ni eso conseguía. Pero luego, me brotó una semilla de duda cuando se detuvieron a observar en nuestro paradero, con unas sonrisas que me resultaron malévolas.

-¿Y dónde escribes esas historias? -me volví hacia Tanner, dándole un sorbo al vaso de agua, intentando escapar de las  hechizantes sensaciones que producía la mirada del niño de ojos de cielo.

-¡Tenemos un Blog dedicados a relatos de amor de chicos! -dijo-. Aunque en la mayoría un Clayton delgado e inocente es el protagonista ¡Pero son virales en las redes sociales!

-Ay, darling, como tu te vas a convertir en monja no te habíamos contado -tomó el gordillo la palabra, comiéndose uno de sus huevos en salsa-. Te cuento, querido. Allí compartimos toda clase de historias sobre homosexuales, trasvestismo, asesinato, acción y suspenso...¡saturados de un exquisito contenido para adultos que te mantendrán en vela durante toda la noche!

Me atoré con el agua, y carraspeé tratando de no ahogarme por culpa de esos idiotas.

-Suenan interesantes....

-Obvio, sí son redactadas por mí -dijo Tanner-. Soy una experta con la pluma.

-Te equivocaste, querida, el éxito se debe a mí porque yo....

Un tomatazo impactó en la cara de Clayton. Boquiabierto, en seguida que analizó lo sucedido, alzó la mirada y se encontró con la mesilla donde ocupaba puesto cierta rubia insidiosa, que tenía por nombre Harriet. Se reía escandalosamente, acompañada de su corte de porristas, y de los trogloditas con sus camisas entreabiertas.

-¡Ay! ¡Se me cayó! -fingió no estar implicada-. Disculpa, Theo, ¡qué descuidada soy!

-¡Por los dioses de la moda! ¡Qué las Bratz me perdonen! ¡Por Cloe y por Sasha -exclamó Clayton-. Mire, compañera -se dirigió a Harriet, limpiándose una semilla de tomate del ojo-. Yo necesito que me expliquéis ¡urgentemente! ¡¿Por qué tuvo la insolencia de lanzarme una verdura y arruinar mi maquillaje!? -la energúmena en falda continuó riéndose-. ¡Te volviste loca! ¡Tú a mí no me conoces!

Clayton le lanzó lo que quedaba de sus huevos en salsa a Harriet, y la fémina elegantemente los evadió, terminando su trayectoria elíptica en el rostro de...¡Alessandro!

Contuve la risa cuando el peculiar almuerzo de Clayton estalló en su rostro hermoso, y los gritos ahogados se hicieron escuchar rápidamente por todo el comedor. Sus ojos de ónice fulguraron con rabia, y con una bandeja en sus manos se levantó.

-¡Tu puta madre! ¡Pedazo de maricón! -le arrojó con brutalidad todo el plato de comida, y el gordito, con ágiles y gráciles movimientos femeninos, los esquivó. Sin embargo, colisionó en cara de alguien que muy poco aprecio sentía por Alessandro, mi buena y entandadora amiga, Sarah Tanner.

-¡¡¡Imbécil!!! ¡¿Pero tú eres idiota o te haces!? -le echó encima un azote de mirada-. ¡¿Es qué la única neurona que tienes en el cerebro sólo te da para eso!?

Tanner, sin perder un segundo, agarró todos sus dulces, y se los tiró uno a uno al pobre Alessandro. Pero, debido al acérrimo desdén, o puede que, a su mala puntería, terminó golpeando a cada uno de los descerebrados que en torno a él estaban ubicados.

Digamos que...me asusté un poco cuando Morgan, Elizabeh, e incluso el crush de Clayton y otros fortachones que no conocía se irguieron indignadísimos, y comenzaron a gritarle a mi amiga toda clase de insultos, y barbaridades, y a disparar contra nosotros todo y cuando había en su mesa.

-¡Guerra de comida! -gritó un loco con pasión, y se desató el caos en el comedor.

¡Comenzó la pelea!

Los muchachos parecían catapultas, y los bocadillos llovían bajo el techo, y caían sobre el pavimento.

Alessandro se mordió el labio y corrió hacia mí con una malvada idea en mente. Me roció sobre el cabello todo un frasco de yogurt, y dos pares de batidos. Lo asesiné con la mirada.

-Esto es una bronca, chaval -dijo y lo miré sonriente.

Pasé a la ofensiva y le arrojé toda y cuanta carne, y vegetal que encontré en mi plato. Alessandro se reía como un demente, a carcajada suelta, y a cada segundo saltaba y se echaba hacia atrás exageradamente para esquivar mis ataques, o se dejaba atinar y fingía que le provocaban daño los golpes.

-¡Mierda! -escupió cuando le lancé una patata caliente a la cara-. ¡Vas a ver!

Alessandro se robó dos o tres bandejas de comida de algunos chicos que combatían con fervor a nuestro alrededor. Me obligó constantemente  a retroceder lanzándome puré, arroz, panes y toda clase de alimento que pudiese tirarme. No podía dejar de reír ante la locura de aquel chico. Sus provisiones estaban a punto de agotarse, y Alessandro, sin ninguna disposición de rendirse, en un último intento por conseguir la victoria, me tomó por la cintura para aferrarme a él con una mano, y con la otra me estampó una gigantesca hamburguesa en todo el rostro. Alessandro silbó el triunfo, y aproveché su distracción para soltarme de su agarre, y tomar medio trozo de pastel de una mesa cercana, y embadurnárselo en la nariz y en los pómulos. Él se carcajeó estrepitosamente, y tomó el merengue de mis dedos, y cobró su venganza. Estallamos de risa en un par de segundos, y me cautivó su sonrisa, y el cielo en su mirada. Sus ojos se hundieron en los míos, y no fueron fríos, ni lejanos, ni ajenos, ni duros tampoco; me sonreían y resplandecían como si de un par de soles se tratase, y pareciese que el amanecer despuntase en su profunfidad.

Con sus manos entre las mías, en mis labios se atrevió a susurrar.

-¿Quieres que te muestre algo, mocoso?

-¡Sí! -no podía negárselo, me había divertido mucho ¡la guerra de comida había sido emocionante!

-Entonces, sígueme.

Y con esas palabras cómplices, ambos nos retiramos corriendo del gran comedor. Él agarrándome del brazo, y mi corazón sintiendo gran conmoción, dejando atrás a una multitud murmurante, y confundida.







(×///×)

¡Cap09 listo!😄🤚🏼

¡Gracias por leer!😊✊🏻

¡Espero que les haya gustado!😁👍🏻

¿Qué les pareció?😶🤞🏻

Besotes y abrazos🥰 ❤👋🏻❤


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