Capítulo Cinco


Alessandro:

La noche se desvanecía y las sombras se borraban de las paredes de mi habitación, abriéndole las puertas a la mañana que llegó pálida y húmeda. Desperté con gran gozo y somnolencia entre las sábanas, desnudo, y con el olor áspero del sexo esparcido sobre el cuerpo. Morgan seguía dormida o al menos eso aparentaba, también se hallaba descubierta y con una sonrisa dibujada en el rostro. Era una chica atractiva y deliciosa, y en la cama apremiante y apasionante. Me la había presentado un chico del equipo de fútbol y desde entonces, llevábamos un par de semanas saliendo.

Me senté en la cama, apoyado en la fuerza de los brazos durante unos segundos, tratando de espabilarme.

-Buenos días, mi amor -me susurró con aire meloso.

-¿Qué tal la noche? -le pregunté para no hacerle el feo, aunque pocas ganas eran las que sentía de hablar con ella.

-Ay, Al -se apoyó en el codo y me dejó un rastro suave de caricias en el pecho. Te extrañaba tanto...fue increíble...nunca dejas de sorprenderme.

Me levanté a darme una ducha, en verdad apestaba. Al terminar me coloqué la camisa, el reloj, y el apretado pantalón del uniforme, y también me arreglé un poco el cabello. Morgan seguía donde mismo.

-¿Vas a quedarte ahí el día entero?

-No, por supuesto que no, hoy tengo entrenamiento con las chicas, y exámen de literatura ¡cómo olvidarlo! -me dijo-. Sólo quería verte un rato más.

Sonreí de lado. Era igual que todas.

-Vamos, vístete, que te llevo a tu casa.

-¿Esperarás por mí, amor? -chilló emocionada.

-Sí -le contesté echándome un último vistazo en el espejo-. Mientras no te tardes mucho.

-Jamás te haría esperar, mi amor.

Bajé por las escaleras y desayuné lo primero que vi en la gran mesa. Ni siquiera me tomé las molestias de saludar a nadie de la familia pues los niños detestaban a cualquier novia mía. A madre, a tío, a Ángelo, a Enzo, y a Valentino, los cubría un velo de indiferencia, pero evidentemente la chica no era de su agrado. Padre aún no la había conocido, y tampoco esperaba que lo hiciera.

Tom se apareció a mis espaldas y me dejó caer su mano en el hombro.

-Buen día, Morgan -la saludó Tom y ella le sonrío-. Sandro -se volvió hacia mí-. El tío nos quiere ver.

-Más tarde -contesté cortante-. Tengo que dejar a Morgan en su casa.

-No es bueno hacer esperar al tío -me advirtió-. Y mucho menos por asuntos de mujeres.

-Tienes razón -admití-. Morgan, esperáme en el salón. No voy a tardar mucho.

Sentado al pie de una vieja ventana se hallaba aquel gran hombre. Fumaba buen tabaco de pipa en silencio, muy quieto, ensimismado. Si bien la mañana era fresca y el viento soplaba cálido desde el sur un fuego brillante ardía en el estudio y le caía sobre las arrugas del grave y profundo rostro. Llevaba tiempo sin verlo, su pelo era como la nieve, y las cejas estaban más alargadas quizá, y la cara más marcada por el pasar de los años y la experiencia.

Todos en aquella enorme y suntuosa casa sabían que la atención de padre no huía de mí a pesar de ser el cuarto de sus hijos, y el único en la familia que no se había dejado guiar por él. Era su favorito porque según él había heredado su fuerza, y su inteligencia, y su modo de actuar innato que granjeaba respeto en los hombres. Por tanto me convertiría en el heredero de los negocios familiares cuando sus días tornasen a su fin. Os confieso que hubo un tiempo que las cosas fueron diferentes, fue durante los primeros años de mi adolescencia que padre dudó de mi masculinidad, y se esforzó por hacerme cambiar de parecer. Se convirtió en portador de grandes regalos y de hermosas chicas, también se hizo muy cercano a mí, y me incluía en cada uno de sus asuntos. Afortunadamente, sus inquietudes desaparecieron cuando cumplí la edad de catorce años.

Me acerqué a él y pude ver dos hombres y una chica a su lado, extrañamente vestida a mi parecer. Le deposité un beso en la frente con respeto. Un respeto que se había ganado. Él sonrío satisfecho.

-Hiciste bien en traerlo, sobrino -dijo a Tom-. Me alegro de verte, hijo mío -se dirigió a mí en italiano, que le era mucho más cómodo de hablar. A pesar de que llevaba más de cincuenta años viviendo en el norte de Irlanda,  prefería su lengua materna -. Tomad asiento, tenemos que hablar.

-Yo también me alegro de verte, padre -le contesté-. ¿Sucede algo?

-Un amigo mío llegará esta noche al Condado de Down. Irás a recibirlo y escoltarlo como una muestra de cortesía y amistad entre nosotros.

-¿El siciliano? -padre asintió con un gesto. Tom permaneció en silencio, conocía de sobra a ese hombre.

No sabía su verdadero nombre, aunque era buen conocedor de lo que se traía entre manos aquel misterioso siciliano. Decían que era un ambicioso y astuto proxeneta que abastecía las grandes casas de prostitución de parte de la Rusia y Europa del Este, dónde se podían entontrar la complacencia para los más diversos gustos eróticos. Contrario a lo que muchos de vosotros pensaréis, no me agradaba la idea del tráfico de personas, y mucho menos, la gente como él. Pero era la palabra y el deseo de padre, y no había nada que se opusiera a ello.

-No confío en él -su expresión se mudó, pasando a ser siniestra en vez de amable y alegre-. No me huele a espagueti -esa era su típica frase para dejar claro que no se fiaba de alguien.

-¿Y qué esperas conseguir con esta visita? -pregunté algo molesto. No era grata la idea de tratar con ese viejo verde, senil y asqueroso.

Dio una profunda calada a su pipa y grandes y alargados anillos de humo escaparon de su boca.

-Lo necesitamos. Es el único medio para que la mercancía pase tranquila por el Mar Negro -dijo-. Al menos por ahora, hasta que consiga más gente en Turquía o en Georgia.

-Me ocuparé de eso ¿tienes a alguien en mente?

-Tengo conocidos en Georgia, viejos compañeros de trabajo que me deben algunos favores. Ya va siendo hora de cobrarlos.

-Entonces todo está dicho, tío. Partiremos en cuanto lo ordenes.

-Pasado mañana, pienso sacarme el siciliano de encima en cuanto pueda.

-¡Bravísimo! -exclamó Tom con pasión y  padre sonrío satisfecho. También lo amaba de gran manera, aunque siempre recriminó al tío por no ponerle un nombre italiano.

-Bueno, padre -llamé su atención-. Nos vamos ya, que sino llegamos tarde al colegio.

El viejo alzó la mirada y frunció el ceño. Una expresión solemne en su rostro.

-Aún no -dijo-. Aún no os he dado vuestros regalos. Tom abrió los ojos con sorpresa, al parecer no se eperaba esa frase de su parte.

La mirada de padre cayó sobre la chica que estaba detrás suyo.

-Querida, ve con mi sobrino -le ordenó a la joven que obedeció con gusto. Su sonrisa sensual y sus ojos llameantes lo decían todo-. Estoy seguro que haréis buena pareja.

Tom quedó tan asombrado ante su nuevo obsequio que hasta se le olvidó agradecer.

-Por cosas como esta es que adoro al tío -me susurró al oído y se marchó jugueteando con su puta.

Cuando mi primo abandonó la habitación los ojos grises de padre se clavaron en mí.

-¿Qué crees que hay para tí? -preguntó con una sonrisa dibujada entre las arrugas del rostro.

-No lo sé -confesé-. Sólo sé que si viene de ti será algo bueno.

Padre me miró y ensanchó la sonrisa del rostro.

-Adams, alcánzame las dos cajas que están sobre el escritorio -le dijo a uno de los hombres que se encontraban a su espalda. La curiosidad me picó ¿por qué tanto misterio? ¿qué tanto guardaba allí? -. Acércate -me ordenó cuando tenía ambas cajitas en sus manos.

El primer cofre que abrió era dorado y resplandecía con luz propia. De él sacó un colgante simple y pequeño, y con la figura de un Sol en rubíes de un rojo intenso incrustados en oro puro. Era hermoso.

-Este es para tí, Alessandro, ¡tan brillante como la luz del día! -me dijo con tono orgulloso y me colocó el colgante en el cuello-. ¡Te queda perfecto!

El me rodeó con sus brazos y correspondí el abrazo emocionado y agradecido. Padre me amaba en verdad.

Abrió el segundo cofrecillo y sentí un vuelco en lo profundo del corazón. Era mucho más bello que el mío, una hilada de preciosos diamantes que parecían estrellas y de ellos prendía el fulgor azulado de una Luna de zafiro. Era tan hermoso y efímero... como los profundos ojos de ébano que aparecían en mis sueños.

-Este -me indicó-. Será para la persona que ames -clavé mis ojos en los suyos, con gran asombro-. Alguien que desees que te acompañe durante todas las noches de tu vida -añadió con una sonrisa, y dejó caer el collar en mis brazos.

-Gracias, padre -le di otro beso en la frente y sonreí. Ya iba siendo hora de que me marchara, pero nuevamente me lo impidió dejando caer el peso de su mano en mi hombro.

-Espero que se lo des a la mujer correcta. La que se convierta en tu esposa -dijo y por un momento me sentí confuso y abatido...pensaba que padre cuando decía "persona", también daba a un chico la oportunidad de conquistar mi corazón ¿Qué mierda estaba pensando? ¡No eran más que tonterías de mi mente trastornada! ¡No haría eso ni en mil años y padre no lo aceptaría tampoco!

-Sí...no te preocupes -le contesté cuando logré apartarme del caos que reinaba en mis pensamientos.

Desaparecí en la carretera con Morgan detrás en la moto. Luego de media hora de esperar en el portón de su casa, aguantando los comentarios aduladores de su madre, los chistes pesados del jardinero y espantanto cada cinco minutos a su perrito para que no me hiciese ninguna graciesita sobre la motocicleta, la chica salió totalmente lista.

-Perdón por el retraso, mi amor -me plantó un beso -. Me lavé la cabeza y no encontraba el secador por ninguna parte.

Fruncí el ceño, me daban igual sus explicaciones, de cualquier forma se había tardado.

-Está bien -le dije tirándole el casco y subiéndome a la moto-. Monta, que llegamos tarde.

Cuando llegué a la escuela, tal y como lo suponía, arrimamos tarde y la pobre Morgan no pudo presumir que había llegado conmigo, como tanto le gustaba hacerlo.

No le di tiempo siquiera a despedirse con un beso. Parqueé la moto, agarré la mochila y partí cuanto antes al salón. Cuando toqué la puerta, me encontré con una de las personas que menos quería ver delante de mí en aquellos momentos.

-Llegáis tarde, señorito Milani -me reprendió el calvo repelente de historia británica ¡dios! ¡cuánto lo odiaba! ¡a él y a su repugnante y brillante calva! ¡infundía terror con esas entradas! -. Os ausentáis tres días, y luego llegáis tarde, menuda sorpresa -añadió bañando sus palabras en una exquisita ironía.

-Perdone, queridísimo profesor, a la moto se le acabó la gasolina a mitad de camino y tuve que parar a echarle un poco -le contesté socarrón al cabeza de huevo y me miró con odio ¡Sí! ¡Jódete calvo!

-La gasolinera queda a la entrada de la ciudad, señorito Milani -replicó el calvo con su cabeza de globo terráqueo. Al parecer no se iba a tragar eso, no era tan gilipollas como pensaba-. ¿No se os ocurre una excusa algo más...creíble...?

¿Y a él no se le ocurría retirarse, buscar mejor vida en un apartado campito en Escocia, en Dinamarca o en algún lugar en el culo del mundo, muy, pero muy lejos de mí? Ya el calvo me estaba tocando las pelotas. No, no era listo para mentir y su cabeza brillante me ponía nervioso, no sé me ocurría otra cosa.

-No, queridísimo y amado profesor, por favor ¿puedo entrar? -puse cara de niño bueno y sí fuera un dibujo animado un arito de ángel se hubiera figurado sobre mi cabeza. La mitad del salón estalló en sonoras carcajadas.

-Os salváis que hoy corresponde la orientación del proyecto integrador de febrero, pasad -me dijo-. Pero cuando termine la clase, tendremos unas palabras usted y yo.

-Como deseéis, queridísimo profesor -le dediqué la sonrisa más falsa que pude sacar cuando pasé por su lado ¡calvo de mierda! ¡cabezón de los cojones! ¡quise gritarle calvo tocapelotas en toda la cara! ¡No lo soportaba! Ni él a mi tampoco.

¿Qué por qué tanto odio? El muy cabrón me reprobó durante el primer año de preparatoria el primer exámen, y el segundo, y el final también ¿Cómo estaba en segundo año? ¡Fácil! Padre se había movido, y con algo de dinerillo por el medio mis notas de historia británica, y de la mayoría de las asignaturas, estuvieron entre las mejores. Sí, soy un cabrón, lo sé.

Cuando el calvo se dignó a dejarme pasar, entré al gran salón y las miradas curiosas cayeron sobre mí ¿Y cómo no, chavalitos? Era atractivo como el jodido infierno. Chicas y otras cosas que prefería omitir el nombre...me dedicaban susurros y suspiros. La mayoría de los tíos me saludaron con la mirada, eran buenos colegas, y otros, a los que les había levantado las novias o golpeado alguna ocasión, me observaron con gran recelo.

Antes de que pudiera sentarme en mi mesa vacía, porque el cabrón de Tom se había quedado en casa con su nuevo obsequio, cabeza de huevo ya estaba orientando el dichoso trabajito, y repitiendo una y otra vez la fecha de entrega <¡Yo te lo entrego cuando me de la real y grandísima gana, calvo repelente!>, que todos los integrantes tenían que participar y exponer <Sí, claro, amenazo a algún cerebrito o me ligo una listilla que me lo hace seguro>, los jodidos parámetros a seguir <No pienso escribir ni una oración para un trabajo tuyo, calvo ridículo>, y sin olvidar la bibliografía de mierda <no sé para qué forma tanto espaviento por un trabajito de pacotilla, de seguro está todo en el libro, cuando más en la biblioteca...aunque allí me tienen medio-prohibido la entrada ¡El calvo lo hace a propósito! ¡Me odia!

La voz pedante del indeseable calvo me tenía a punto de dormirme en el puesto. Que ganas sentí de tirarle las quinientas páginas del libro por la cabeza, y de paso las ciento cincuenta del cuaderno complementario ¿Os lo imagináis, calvo y con un moretón en la cabeza? ¡Parecería un bombillo lleno de polvo! ¡Algún día tendría que hacer eso!

-¡Bien, estudiantes! -anunció el viejo desagradable una vez terminó de orientar todas y cada una de las indicaciones de su trabajillo de mala muerte ¿alguien había escuchado mis plegarías? ¿ya se iba a largar? -. Ahora, conformaremos los equipos, y os pondréis a organizaros entre vosotros.

¡Dios! Lo que me faltaba ¡Grandísimo cabeza de bombillo de mierda! El idiota de Tom no estaba y el hombre de calva reluciente, tan deseoso de joderme la vida, me metería en el equipo con los tíos de peor índice académico o con los que menos soportaba del salón, y ya estaréis adivinando de quienes se trataba.

Vi de reojo como cierta personilla amanerada y uniformemente entrada en carnes, le comentaba algo al oído al calvo, y sus pequeños ojos negros se clavaron en mí como dardos. Fue sólo por un breve instante. Luego en aquella cara amarillenta y arrugada apareció una sonrisa, leve pero amistosa.

¿Qué se traían aquellos dos entre manos? ¡Si los observarais bien veríais que eran tal para cual! El gordito afeminado y el calvo repelente ¡par de odiosos! ¡algún día los mandaría volando de una patada al cosmos!

-Bien, me parece una idea estupenda -dijo cabeza de huevo cuando terminó de hablar con dicha persona, y luego de organizar en grupos a más de la mitad del aula, se dirigió a mí-. Milani, a ti te corresponde con Cordelia Tribiani - ¡Oh, no, con esa loca no! ¡ayuda! ¡Auxilio! ¡Socorro! ¡mamá! ¡Esa fue la idea del gordo ridículo seguro!

¿Qué por qué tanto pavor a la tal Cordelia Tribiani? ¡Estaba demente! Nos conocimos porque ambos éramos descendientes de emigrados italianos, pero ella se convirtió en una loca ¡qué digo loca! ¡Una psicópata que acosaba endemoniadamente a un colega mío llamado Mathews! Os la podíais encontrar la mayor parte del tiempo en algún salón de belleza luciendo una fea mascarilla de aguacate y con dos pepinos cubriendo sus ojos mientras hablaba toda clase de sandeces ¡Era tan tarada que había repetido el segundo año y si hablabais con ella os contagiaríais de su profunda anormalidad en pocos segundos!

-¿Milani, me estáis escuchando? -asentí lentamente tragando en seco, preguntándome quienes serían los próximos. Su mirada pasó por todo el salón-. Con vosotros estarán...Sarah Tanner -genial, la rarita...

¿Por qué no me llevaba bien con Sarah Tanner sí resultaba atractiva, emprendedora, estudiosa y extremadamente inteligente? ¡Por qué se pasaba las veinticuatro horas del día leyendo y comentando escandalosamente los cuentos de mariquitas que tenía en su teléfono! ¡Tenía historias gays de todo tipo: desde la ciencia ficción hasta la aventura y la fantasía!...lo más jodido era la curiosidad que me daban... ¿¡Qué cosas digo!? ¡Y sí fuera sólo eso! ¡También adoraba comentar los rumores frescos con todo el mundo! Siempre conocedora de las últimas noticias del colegio debido a los informes de sus "pajarillos". Nada escapaba de sus oídos.

-¿Quién más...? -miró a su alrededor y sus ojos se posaron en cierta mariposilla pasadita de peso-. Theodore Clayton ¡El colmo! lo que me faltaba, la Reina del Flow en mi equipo.

¡No lo soportaba! ¡Era el ser más indeseable que había conocido! ¡Gordo pedante, chismoso, marica, engreído y gritón! Siempre andaba cotilleando en voz alta sus observaciones hacia los profesores de deporte y filosofía. También era un gran chismoso, y tenía crushs y enamorados por todo lo largo y lo ancho de la ciudad. Aunque lo que más me molestaba eran sus famosas listas de los chicos más guapos del colegio, en las cuales nunca llegaba a incluirme.

-Y finalmente, para cerrar el equipo...-dijo cabeza de huevo, y cerré los ojos, y crucé los dedos esperando que se acordase de la existencia de Tom-. ¡Ardah Wells!

Se me erizó el cuerpo y sentí como me recorría un escalofrío alargado y agudo como si me atravesase un espíritu antiguo que no pertenecía al mundo. Los susurros eufóricos se hicieron del salón rápidamente ¿Ardah y yo juntos? Para el trabajo...claro...pero eso sería imposible...nosotros nos odíabamos ¿verdad? Éramos totalmente opuestos como las primeras luces del alba y las sombras lánguidas del ocaso, como el brillo cálido del Sol viejo y el fulgor eterno de la Luna y las estrellas. Sonreí y bajé la mirada al colgante oculto en mi pecho, y luego la dejé caer sobre él, y su rostro se hallaba risueño y atento, y sólo una luz vacilante en su rostro me mostraba que estaba asombrado...confuso...¿feliz?

El calvo me indicó que me sentara junto al niñato, y a los otros tres, de los cuales no prefería acordarme. Junté dos mesas, la de Sarah y Clayton y la de Ardah, para que cupiéramos los cinco, y también situé alrededor todas las sillas, claro, era mi trabajo como el único hombre del grupo. La gente no nos dejaba de lanzar miradas curiosas y podía escuchar que se preguntaban por que no me había encolerizado todavía ¿Queréis saber por qué, chavales? Porque me daba curiosidad saber como terminaría todo eso.

-Bien, amores míos -dijo el gordinflón con aire amanerado -. ¡Propongo una lluvia de ideas para decidir de que haremos el trabajo!

-Uy, yo digo que hay que hacerlo de la invasión normanda de Guillermo el Conquistador -chilló la repelente de Cordelia, y la miré desubicado ¿qué cojones esa loca estaba hablando?

-¿Quiénes son esos tíos? -pregunté esperando no parecer idiota.

El niñato de Ardah me miró con sus ojitos oscuros, brillaban con penetrante intensidad, pero con una luz remota que parecía provenir de profundidades abismales.

-Unos vikingos daneses que ocuparon el noreste Francia y luego nos invadieron, como hace unos mil años más o menos -me dijo y extendí mi mano por el espaldar de su silla hasta dejarla caer sobre su hombro. Sus mejillas tiñieron ligeramente de rojo y pestañeó varias veces sorprendido por el gesto. Con la cabeza le indiqué que continuara-. Asesinaron barones, destruyeron cosechas y sacrificaron el ganado del norte, y por ellos es que el francés influyó de gran manera en nuestro idioma.

-Que listillo me ha salido el niño -le sonreí y le revolví juguetonamente todo el cabello. Abrió los ojos como platos de la sorpresa y el rubor rádidamente se apoderó de él. Se sonrojó tanto, pero tanto, que parecía una pintura al rojo vivo de Pablo Picasso.

Los chicos en la mesa también se petrificaron, de reojo vi como la rarita intentaba tomarnos una foto, y Cordelia, y el gordito se llevaron las manos a la boca emocionados.

-¿Y quién era el tío ese, "el conquistador"? -le pregunté con una sonrisa. Sí, no me sabía eso y era malo en historia como cojones porque no soportaba al calvo, pero cuando él explicaba me era mucho má fácil entender.

-Era su señor, el que nos invadió y luego se convirtió en nuestro rey "Guillermo I de Inglaterra" -me contestó algo tembloroso.

Era realmente agradable escuchar su voz de música, que despertaba recuerdos del viento y los árboles, del sol sobre los pastos y muchas otras cosas olvidadas con el tiempo.

-Vale, suena interesante, pero no quiero hacer el trabajo de eso -dije y me gané la atención de todos en la mesa-. Me suena a que hay poco, y luego está el calvo de los...quiero decir...el amable profesor...haciéndome preguntas de todo tipo.

-Sí investigases bien no tendrías problemas para responderlas -me soltó la rarita en un tono medio sarcástico-. Pero como el trabajo lo haremos nosotros cuatro -apuntó al resto-. Bueno, tres -puso los ojos en blanco cuando recordó a Cordelia.

Fruncí el ceño y le contesté en tono burlón.

-Claro, como tu investigabas los calzones de Henri -me fulminó con la mirada -. Me lo contaba "todo".

-¡Seréis cabrones! -me espetó Tanner y apretó su rostro-. Ese imbécil se las verá conmigo en cuanto lo vea.

-Bueno, obviando eso, amores míos -tomó el gordillo la palabra antes de que el ambiente se tornara más tenso-. ¿De qué lo propondrías tú, Alessandro?

-De las guerras mundiales, mi abuelo fue veterano en la segunda, tengo muchas cosas que podrían ayudar: armas viejas, prototipos de barcos, tanques y aviones, cintas, grabaciones, de todo.

-¡¿De verdad?! -preguntó Cordelia y asentí-. ¡Eso es increíble! ¡El mío también! ¡Combatió en Somalia y Egipto!

-Sí -le cotesté -. Es genial.

-¿Y qué era él? -me preguntó el niñito con sus titilantes ojitos negros.

-Un general de Mussolini -aparté la mirada avergonzado, y me pasé la mano por la nuca-. Lo capturaron y lo trajeron aquí como prisionero de guerra en el cuarenta y cuatro, y cuando Italia se rindió en vez de deportarlo lo dejaron permanecer aquí porque se ganó el favor del conde de la ciudad.

-Vaya, eso sí que no me lo esperaba -me dijo la rarita-. Mi abuelo era un piloto alemán, y fue hecho prisionero también -me sonrío-. Le sucedió exactamente lo mismo, y luego conoció a mi abuela en Londres, y cayó bajo el embrujo de su encanto femenino.

Todos nos reímos...no sé por qué me estaban comenzando a agradar esos chicos. No eran tan raros ni pedantes como pensaba.

-Los míos eras franceses, mis amores -comentó Clayton, ya más que molestia me causaba gracia su forma de hablar, tan...tan...única-. Vivían en Marsella, de ahí el amor por el idioma. A diferencia de ellos, mi mamá era de Lyon, conoció a papá cuando estudiaban medicina en París, y ¡Voilá! ¡Amor a primera vista! Claro, eran mucho más delgados cuando aquello -solté una sonora carcajada-. Luego papá se licenció con título de oro, y recibió varios contratos, entre ellos uno en un hospital local, y al final terminó aceptándolo. Por ello teneís aquí a esta belleza franco-irlandesa-caribeña frente a vosotros. Deberíais estar agradecidos.

-Sí -dijo Ardah entre risas, lo hacía con dulzura y algo alocado también-. No sabes cuanto se lo agradezco.

-¿Y tú? -le pregunté porque solo lo escuchaba cuando reía, y mucho era el deseo que sentía por saber algo de él-. ¿Cuál es tu historia?

Le revolví el cabello otra vez, tan suave como las hojas de un sauce, y agachó su cabecita avergonzado, en un intento porque no notase el carmesí de sus mejillas.

-No es que tenga mucho para contar -dijo con voz suave -. Mis papás... crecieron en Gales...y se conocieron allí también...y cuando papá...-su voz  se hizo un susurro tenue, y se apagó, y sus ojitos se humedecieron a punto de romper en llanto ¿que le sucedía? ¿le había pasado algo a su papá?

Sus amigos tomaron sus manitos y luego dijo Clayton con voz dulce:

-No tienes que hablar si no quieres, cherry, no te preocupes.

-Oye -lo llamé y él me buscó con sus ojitos vidriosos. Sentía que se me quebraba el alma-. Perdón.

Ahora era yo el que bajaba la cabeza abochornado, pocas eran las veces que reconocía mis errores. No sabía que me estaba sucediendo, pero con él sentía la necesidad de hacerlo.

Quería que me explicase toda clase de cosas...me agradaban sus amiguitos, o al menos no me molestaban...quería disculparme, hacerlo sentir bien...verlo sonreír...¡dios! ¡la brujería y el mariconismo estaban surtiendo efecto!

-No te preocupes, no pasa nada -me dijo con la voz quebradiza ¡joder! ¡Abría la boca y era para hacerlo llorar! ¡Anótate un punto menos con él Alessandro! -. Iba a decir...que...p-papá...enfermó...y m-murió -y se quebró, se inclinó en la mesa y con sus manos ocultó los sollozos en su rostro ¿Él había perdido a sú papá?

-Tranquilo, oye, tranquilo -le acaricié el cabello, largo y extraño, y sus colores eran el de la corteza de un roble sobre un ébano profundo y hermoso. Sentí como se estremeció ante el contacto ¿aún me tenía miedo? -. Lo siento.

Cordelia y los amigos del niño no se pudieron ver más boquiabiertos, y cómo no, tenían al cabrón entre cabrones pidiendo perdón ante sus ojos. Hasta yo mismo me quedé enajenado por el comportamiento que mantuve hacia él en ese momento. Luego de unos minutos, se levantó algo más calmado, dispuesto a continuar con su triste historia.

-Después de eso, mamá le hizo cierto rechazo a nuestra antigua casa, y nos mudamos para acá por un trabajo suyo.

-¿Y en qué trabaja mi adorable suegra? -inquirió Cordelia sin un ápice de discreción. Esperad...ella dijo ¿suegra? ¡¿Ella estaba saliendo con Ardah!? ¡Eso es imposible! ¡Ardah es mari....quiero decir...gay! ¡Gay no! ¡Muy pero muy gay! ¡Con su belleza delicada, casi femenina! ¡Seguro que era gay!

¿Por qué me sentía tan incómodo? ¿Por qué quería arrojar a Cordelia desde el puente más alto del mundo? Esos...esos...eran... ¿celos? ¡No! ¡Imposible! ¡No! ¡Nunca!

-No lo sé -se encogió de hombros el pequeñajo -. Nunca me lo ha dicho.

-Mi carismática y adorable suegra siempre ha sido una mujer misteriosa, por eso la admiro tanto -comentó Cordelia con su vocecilla ridícula ¿me daríais permiso para encerrarla en un psiquiatra? -. ¿Y cómo está mi querido y adorado "Maziu"? -añadió en un apasionante tono italiano que resultó repulsivo. ¿Mathews fue lo que dijo? ¿No? ¿La loca estaría hablando de mi colega o de otro tío?

Sarah Tanner y Clayton la fulminaron con la mirada.

-Molestándome a todas horas -respondió el mocoso con naturalidad.

-Tan cariñoso como siempre -suspiró y pestañeó varias veces con aire enamoradizo de película animada -. ¿Y sigue yendo al gimnasio? ¿Cómo le va en la universidad? ¿Tiene novia?

¡Dios! ¡Esa chiquilla parecía una cotorra! ¡No se callaba! ¡Hablaba más rápido que un papagayo! ¡Y no sólo era yo, los ojos de Tanner y de Clayton centelleaban de ira!

Por mi parte yo estaba hecho un poema, pero había algo allí que no cuadraba ¿Por qué le preguntaba al niñato chillón por mí colega? ¿Que tenían ellos que ver?

No me digáis que ellos eran...eran...¿Mathews se había cambiado de acera?

-Sí, Cordelia, sigue en el gimnasio, va casi todos los días -como yo ¿qué mierda tiene mejor que yo? ¿le gustan los tíos mayores? ¡será puta! -. Está trabajando para pagar la universidad y ayudar a mamá con los gastos de la casa -me perdí...¿eran pareja oficial o qué? -. Y no, para tu tranquilidad, no tiene novia -¿que mierda? ¿no estaban saliendo? ¿y entonces?

-¡Ay, gracias Ardah! ¡Eres el mejor cuñado del mundo! -me ardía el cerebro ¿acaso había dicho "cuñado"? ¡Ah! ¡Todo cobraba sentido! ¡Eran hermanos!

¡Quería aullar! ¡Gritar de felicidad! No sabéis el alivio que sentí cuando arribé a esa conclusión.

El timbre de cambio de turno sonó rápidamente y el calvo pedante desapareció por la puerta del salón no sin antes recordarnos la fecha de entrega del dichoso trabajito. Entre todos acordamos continuar el trabajo por la tarde en casa de Ardah, a pesar de los gritos de Cordelia, que me iba a volver loco al mocoso con tanta pregunta. Me seducía la idea, tan tentadora como peligrosa, de adentrarme en el hogar del niñito con los ojos más oscuros del mundo.











(*#*)

¡Capítulo Cinco listo! 😁👍🏼

¡Gracias por leer! 🥰♥️

¡Espero que les haya gustado!☺️🤞🏻

¿Qué les ha parecido?

¿Qué creen de la pobre Cordelia?

¡Besotes y abrazos! 🥰 ♥️👋🏻♥️






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