5. Estuario

«Solo los humanos guardan animales vivos en acuarios».

No me jodas. ¿Qué estúpido asesor aconsejó que debía dejar las líneas de defensa para convertirme en profesora de preescolar? ¿De verdad esperan mejores resultados aquí, vigilando a un crío de dieciocho años, que allá afuera dibujando el límite de nuestro territorio a las arpías?

Sabe de la presión que hay sobre las murallas por culpa de esos engendros alados sobrevolando nuestros tejados, y aun así se permite el lujo de prescindir de mí ahí fuera para hacer este trabajo de sensibleros y pacifistas. Quiero decir... hay muchos más usuarios del fuego que pueden encargarse del cachorro. ¿Por qué tengo que ser yo?

Mi hermana siempre ha tenido un tacto especial con los nuevos, pero yo no soy igual que Vika. Me desespero cuando la cabeza de un compañero no funciona a la misma velocidad que la mía, cuando un plan tarda demasiado en dar resultados, cuando tengo que pararme a dar explicaciones, tengo que empezar desde cero. A mí se me da bien hacer arder a los enemigos que se acercan demasiado, pero no tengo paciencia, ni empatía, ni sensibilidad para trabajar con alguien inferior a mí. Porque sé cómo soy, y sé que estaré harta de mi cometido nada más verle la cara al muchacho.

Va a salir todo mal. Estoy convencida de que seré la peor entrenadora que ha podido ver La Ciudad Que Nunca Duerme.

Bostecé hasta que me dolió la garganta. Me rasqué la nuca y emití un pequeño carraspeo de desagrado. Prefería mil veces el ataque de diez sirenas furiosas que el hecho de estar aquí quieta sin hacer nada. Después tomé asiento en un pequeño banco de piedra y me recosté sobre la pared de roca. La oscuridad que invadía el lugar y la poca conversación no ayudaban demasiado a mantenerme despierta.

Miré de reojo hombrecillo con el Talento del Teletransporte que se ocupaba de esta Puerta. Le había contagiado mi bostezo.

—Eh, Harley...

—Jared.

—Como sea. Puede que todavía tarden una o dos horas más en llegar... ¿Por qué no sacas algo de comer? O no sé... ¿Tienes una radio?

—Solo tengo órdenes de esperar. No voy a moverme de aquí.

—Agh... —Dejé caer los brazos de golpe—. No te pagan más por ser una puta piedra, ¿sabes? Ni haces mejor tu trabajo porque seas más más aburrido que un choque de tortugas. De verdad, que no sé en qué momento apareció la idea que solamente puedes cobrar cuando sufres en el trabajo. Y yo sinceramente todavía no sé qué estoy haciendo aquí.

Jared eludió la contestación y volvimos a sumirnos en un silencio mortuorio. Con resignación, me tomé mi tiempo para observar los enormes arcos pintados de dorado y rojo que sujetaban la bóveda de crucería. La pequeña cámara excavada en la roca contaba únicamente con la iluminación de cuatro tenues antorchas en cada esquina, y en la pared del fondo estaban escritas las palabras "England's Gate" con caligrafía antigua y fina. Cada letra tenía casi la misma altura que yo.

Me quedé traspuesta mirando la 'E' mientras enredaba un mechón de cabello en mi dedo anular. Al igual que el de Vika, mi pelo no tenía nada que envidiar al fulgor escarlata de las antorchas, imitando la forma irregular de las llamas con el flequillo soplado en su dirección. Las paredes de la cámara conquistaban las gamas cálidas y combinaban con el color canela de mis ojos, mientras las cornisas que decoraban el vestíbulo sobresalían tan alargadas como mis uñas pintadas, característica que compartía con mi hermana.

La iluminación rudimentaria en lugar de ser un sistema eléctrico denotaba que aquel era un punto de acceso a Eops, un paso hacia un submundo salvaje. Una vuelta a los orígenes. Y aunque la Puerta de Inglaterra era de las más antiguas y pulcras que había, yo seguía prefiriendo el estilo que tenía la Puerta de España, donde podías ver nadar a los peces a través de los cristales. Ni siquiera la elegante Puerta de Grecia lograba equipararse, con sus grandes fuentes y estatuas de mármol.

Haberme pasado la noche en vela me había puesto un humor de perros. Mi carácter era más explosivo y peligroso que diez kilos de dinamita, y lo peor de todo es que estaba encerrada con él en medio del hastío y el descontento. Lo sentía en silencio como una chispa a punto de detonar.

Me levanté con un enérgico salto y me giré hacia el apacible hombre que en este momento tenía la vista clavada en un libro.

—Vamos a ver, lord inglés, repíteme cuáles fueron las palabras exactas de Rovira. ¿Que vaya a la Puerta ahora mismo y que permanezca despierta toda la noche esperando a que a mí y a mis pequeños testículos de conejo nos apetezca aparecer?

Jared alzó la vista ligeramente desconcertado, quitándose las gafas.

—Esas no fueron sus palabras exactas, pero sí el mensaje implícito. Debería saberlo.

Di la vuelta a los ojos y me paseé por la sala con impaciencia.

—Señorita Galarie, entienda que cada proceso de reclutamiento es distinto en cada persona y que pueden surgir retrasos en la operación. Le sugiero que se siente y se tome las cosas con...

—Y yo le sugiero que haga una bola con sus consejos y se la meta por el recto mientras yo me largo a buscarles. —Giré sobre mis talones para dirigirme a las escaleras.

—Vamos, que no costaba nada comprarse un móvil de esos que usan los humanos y enviar la ubicación, pero aquí como vamos de puristas pues preferimos chocar dos piedras y extinguirnos.

Ni siquiera había subido dos escalones cuando distinguí la sombra de alguien bajando en dirección contraria y cortándome el paso. Retrocedí para dejar espacio al escuadrón de personas que venían detrás.

—¿Ya te ibas? Estabas a punto de perderte la cara que iba a poner cuando no te encontrara donde debías estar y tuviera que salir a buscarte ahora a ti.

Fijé la vista en el hombretón que encabezaba el grupo y me había dirigido la palabra, un tipo musculoso envuelto en ropa de cuero con una imponente mirada de rudeza.

—Es tu culpa por tenerme aquí confinada desde las doce de la noche. ¿Por qué habéis tardado tanto? He estado a punto de suicidarme y llevarme conmigo a ese soporífero saco de carne —señalé Jared con la cabeza—. Los ingleses son taaaan cargantes... La buena educación me pone histérica.

—Y lo dice la que es francesa... —murmuró el hombre. La veintena de licántropos se extendió por la Puerta sumiéndose en un solemne silencio, únicamente interrumpido por tres de ellos que intercambiaban palabras en un corro.

—Entonces seguro que te llevarás estupendamente con Silver. Él también es inglés —contestó Vika, apareciendo detrás de Rovira con una sonrisa burlona.

Busqué una maldición que no sonara demasiado ofensiva, aunque mi hermana cortó la intención con un abrazo. La estreché entre mis brazos y cerré los ojos, percibiendo el fresco aroma que emanaba su pelo cobrizo.

—Te he echado de menos... —susurró.

—Ha pasado ya un tiempo. ¿Ocho meses?

Ella asintió antes de separarse y me observó.

—¿Has adelgazado? ¿Por fin te has quitado ese vicio a las crêpes de caramelo?

—¿Quitármelo? Ja. Desayunar crêpes es una tradición preciosa que me recuerda a mi tierra. Es lo único que me libra de volverme una española gritona y vaga como las de La Ciudad Que Nunca Duerme. —Posé las manos en las caderas—. No. He adelgazado porque este último mes ha sido un jaleo en las fronteras. Corríamos treinta kilómetros diarios entre explosiones, fuego y alaridos, y no hay azúcar puede contrarrestar eso. —Alcé la mirada con expresión soñadora—. Lo voy a echar de menos. Había tanta vitalidad...

—¿Tanta vitalidad que podían acabar con tu vida de un momento a otro, quieres decir? —ironizó, Vika con un leve reproche—. Salir de ese sitio es lo mejor que te ha podido pasar. Ahora estarás verdaderamente a salvo durante un tiempo, así que deberías alegrarte.

—Será la vida sedentaria la que acabe conmigo, hermanita. Ya lo verás. —Me crucé de brazos—. A menos que en los próximos días algo destruya todas las crêpes que quedan en el mundo, me habré convertido en una foca enterrada en colesterol de aquí a tres meses.

Suspiré y miré de reojo a Rovira hablar con Jared. Por la expresión del líder de la Unidad, parecía haberse enterado de que había comparado sus testículos con los de un conejo tres minutos atrás.

—Hola. Soy Silver.

Aquella voz desconocida me hizo centrar la atención en el muchacho que se encontraba delante de mí. Lo examiné con la mirada y fruncí el ceño receloso.

—Ah... el nuevo cachorro... —Como imaginé, lo odié nada más verlo—. Yo soy Galarie... aunque supongo que si voy a convivir contigo durante tanto, tanto, taaanto tiempo, puedes comenzar a llamarme Gala.

Mi voz sonó más antipática de lo que quise fingir.

—Emm... de acuerdo...

Desvié la vista y no tardé con toparme con la cara disgustada de Vika. Di la vuelta a los ojos y añadí con voz agradable pero claramente falsa:

—A partir de hoy voy a ser tu niñer... ejem, entrenadora. Hasta que empieces a valerte por ti mismo en nuestra ciudad, no podré dejarte solo ni un momento y tendré que sujetarte la pichita para mear. ¿No es estupendo?

El muchacho me miró desconcertado y farfulló, sin demasiada emoción:

—A mí también me va a encantar trabajar contigo.

Vika resopló exasperada por nuestro comportamiento y me espetó, antes de volver con Rovira:

—A ver si puedes no estropearlo. Ser amable es más fácil que matar arpías, créeme.

Cuando mi hermana le dejó solo, el chico se acercó a mí tímidamente como para dejar claro que ahora estaba a mi cargo. Me crucé de brazos y ambos entrelazamos una mirada de desconfianza.

—¿Crees que si te pregunto dónde diablos estamos no me gritarás ni me hablarás en mal tono? —quiso saber.

—Puedo intentarlo, pero no prometo nada.

—Vale, me arriesgaré. ¿Dónde se supone que está este sitio y cómo es que he atravesado una pared de roca para entrar aquí?

—Esta es la Puerta de Inglaterra. Como su propio nombre indica, las Puertas son entradas a nuestro mundo que están repartidas por todos los países del mundo. Para dejarlas fuera del alcance de los humanos, suelen estar tapadas con ciertos tipos de barreras creadas por usuarios del Ilusionismo, como la pared rocosa que has atravesado. Como la distancia entre la Superficie y nuestro mundo es demasiado grande, cada Puerta está formada por dos cámaras distintas, una arriba y otra abajo. En el interior de cada una se encuentra un usuario del Teletransporte que te ayuda a saltar de una a otra para llegar a nuestro mundo, aunque también puede saltarse entre Puertas.

—Frena, frena... ¿De qué mundo estás hablando?

—De Eops, cachorro, el mundo de los Aleaciones.

Silver puso una mueca de incredibilidad.

—Un mundo aparte... ¿que dices que está en...?

—Debajo del suelo. Muy por debajo del suelo. Es un mundo subterráneo.

El silencio nos acogió en su seno.

—Pufff... ¿Debajo del suelo? No, en serio... Eso no es científicamente posible.

—Eso es científicamente posible porque todo lo que la ciencia necesita para hacer que sea posible, se puede crear ahí abajo. —Di la vuelta a los ojos—. ¿Sabes? Vamos a ir muy lento si te niegas a creer cada palabra que digo, así que vamos a esperar a que lo verás por ti mismo y la realidad le cierre la boca a tu rígida cabecita humana.

—Oye, pero...

—Ya. Seguiremos la conversación en Eops. —Le di la espalda y me acerqué a Rovira, a Vika y a Jared. Noté que Silver me seguía como si fuera mi sombra y suspiré. Iba a tener que acostumbrarme.

—¿Estamos listos? —pregunté, cortando su conversación.

—Sí. Jared se encargará de reportar a los demás clanes que Silver será incorporado a La Ciudad Que Nunca Duerme.

—Insisto en que el chico es inglés, y como tal, pertenece a la ciudad de Kenewhalle y a su respectivo... clan —contestó el licántropo del Teletransporte, amortiguando las erres con su acento.

—Él nos pertenece —gruñó Rovira—. Esquivel dejó bien claro que fue asignado a nuestra Unidad hace doce años y así sigue siendo. Si quiere hablar con su embajada, hágalo, pero como nos retenga un minuto más nos va a obligar a sacar las garras a los veintidós que estamos aquí.

El hombrecillo se colocó las gafas manteniendo la compostura y carraspeó.

—La embajada ya está al tanto de esto, no se preocupe. Mis superiores se encargarán de ir a buscar al muchacho si lo creen necesario y a reportarle a usted por negligencia. —Se arremangó con hostilidad—. Así que guárdese las garras, procederé al teletransporte en seguida.

Rovira no pareció preocuparse ni arrepentirse del método de actuación español. La diplomacia de los ingleses era especialista en causar bloqueos y procedimientos interminables.

Se giró y gritó un par de órdenes a la veintena de personas que había en la sala. Todos guardaron silencio inmediatamente y comenzaron a reagruparse. Jared agarró el brazo del líder y lo hizo desaparecer en un parpadeo. Luego eliminó del lugar a Vika y a dos subordinados más, que debían ser los segundos al mando. Fue entonces cuando noté la mano de Jared tocar mi hombro y tuve que agarrar a Silver rápidamente para no perderle por el camino.

◊ ◊

La vista volvió en sí tras unos instantes de ceguera.

La cámara de tonos anaranjados había cambiado radicalmente a otra en la que predominaban los colores azules. Esta no tenía aspecto de cueva: las paredes estaban forradas de láminas de mármol blanco, interrumpidas por unos enormes acuarios acristalados que nos separaban de carpas del tamaño de coches. Nadaban lentamente moviendo sus cuerpos colosales y pardos, pero sus ojos como platos te seguían con la mirada como si quisieran atravesar tu interior. Parecían recordarte que un minúsculo golpe contra el cristal podría provocar una catástrofe inmensa. En una de las láminas estaban grabadas las palabras «Puerta de España» con letra desmesurada. La única luz que conquistaba la oscuridad era la que se filtraba desde la superficie del acuario hacia el interior.

Noté un ligero peso en mi brazo y observé que Silver se había sujetado para evitar caer al suelo. Logré hacer acopio de compasión y no gritarle. Yo también me mareé la primera vez que probé el teletransporte. Cuando recuperó el equilibrio, volvió a mantenerse a una cierta distancia de mí, respetuoso.

Mientras los licántropos de la Unidad se iban materializando en la sala, Silver se acercó lentamente al acuario y apoyó las manos en el cristal. Se quedó absorto en el movimiento de los peces mastodónticos y dejó de respirar mientras el animal desaparecía en su calmado y solemne paseo. Cuando el muchacho volvió a llenar sus pulmones de aire y a alzar la mirada, descubrió a una chica que estaba flotando justo delante de él. Estuvo a punto de caerse hacia atrás del susto.

La joven era de piel pálida y tenía el pelo rubio con reflejos verdosos, y sus ojos redondeados y atentos le recordaban a los de un pez. Ella apoyó sus manos en las de Silver y emitió un leve siseo cantarín. El muchacho comprobó desconcertado que la joven no parecía tener problemas de respiración y se inclinó ligeramente hacia un lado para mirar su cuerpo con disimulo: un revestimiento de escamas ásperas comenzaba a nacer a partir del pecho y formaba una larga cola de pez en el lugar donde debían estar sus piernas. Silver se separó del acuario asustado, mientras la sirena le imitaba en su lado del cristal a modo de juego.

—¿Has terminado de hacer el idiota con los vecinos? Porque ya deben ser las nueve de la mañana... —espeté con voz seca. El chico se giró con estupefacción.

—Es que ella es...

La sirena gruñó al ver que otra mujer había captado la atención de su juguete y desapareció haciendo ondear su cuerpo.

—Sí, lo sé. Es un poco maleducada. Pero procura no decírselo a la cara o te arrancará los dedos en cuanto metas los pies en el río.

—¿Tenéis sirenas en un acuario?

—Solo los humanos guardan animales vivos en acuarios. Eso que ves ahí es un estuario.

—¿Cómo va a haber un estuario debajo de la tierra?

—Me das pereza.

Me di la vuelta para caminar hacia el túnel que había al final de la cámara, donde Vika me esperaba junto a los últimos miembros de la Unidad. Silver aceleró el paso para situarse a mi lado y entramos en el túnel acristalado, en cuya bóveda se podía divisar el paso de los peces de un lado a otro. A pesar de la imponente sensación, Silver fijó su atención en el fondo del túnel en cuanto pudo distinguirse lo que había al otro lado.

La luz inundó el pasillo y todo el espacio próximo, evocando a nuestras mentes lo que era la claridad del día. No sabía exactamente la hora que era, pero el color del cielo indicaba que había amanecido hacía no demasiados minutos.

Los altos edificios de La Ciudad Que Nunca Duerme fueron los primeros en atraer la atención, como unos magnánimos vigilantes recibiendo a cualquier invitado con suntuosidad. Se elevaban por encima de los pájaros como si quisieran acariciar los colores anaranjados del amanecer, y algunos eran tan altos que sus cumbres eran ocultadas por masas de nubes deambulantes. Silver se había detenido ligeramente para mirar hacia arriba y poder asimilar la inmensidad de los extraños rascacielos de piedra, así que tuve que cogerle del brazo y guiarle por la calle para que no se chocara con nadie. Me costó varios minutos tener su atención de nuevo, aunque no era para menos teniendo en cuenta que era su primera visita a la ciudad licántropa más importante del mundo.

—Bienvenido a La Ciudad Que Nunca Duerme —anuncié. No sabía por qué lo decía con orgullo si yo no había nacido aquí.

Se volvió. En el rótulo de la boca que acababan de atravesar se indicaba la Puerta de España con un cartel que recordaba al del Metro de Londres, aunque con un rombo. El río que alimentaba el estuario corría detrás y se llenaba de puentes a medida que se alejaba.

—¿Esto... es Eops? —masculló, sobrecogido de admiración.

—¿Dirías a alguien que esto es la Tierra si le estás mostrando solo la ciudad de París? No, cachorro. No hay ninguna ciudad que pueda representar a la Tierra, igual que no hay ninguna que pueda representar a Eops. Esto no es ni una centésima parte de Eops, pero te aseguro que de momento, te basta y te sobra con ella. 

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