20. Página arrancada

Anouk está aquí... Anouk está aquí... ¿Y ahora qué? Me aseguré de marcharme de Annelisse y poner tierra de por medio entre ella y yo. Tierra y mar. ¿Y cómo ha venido hasta aquí? Ella, precisamente. Compitiendo en mi propia ciudad con esa sonrisa monstruosa que tiene. Creía que la había sacado de mi vida, creía que se había quedado lejos y que nunca más volvería a verla.

Cómo... ¿Cómo lo hace para aparecer ante mí una y otra vez?

Había tardado un rato en darme cuenta de que estaba llorando a lágrima tendida y que iba a necesitar un pañuelo para limpiarme los mocos. Mi adorada casa llena de cuadros y esculturas se había llenado de recuerdos confusos, y las figuras representadas ya no me proporcionaban la compañía necesaria para sustituir a mi padre.

Mi madre murió cuando yo nací, como siempre ocurría con aquellos niños que llevan demonios en su interior, pero sí que conocí a mi padre. Él no me dio la espalda al ver la oscuridad dentro de mis ojos, él se quedó conmigo hasta que le llegó su final. Tenía una bonita sonrisa, sincera y amable con todo el mundo. Aún me acuerdo de él, de su risa asfixiada por sus abundantes carnes, de su voz pronunciando mi nombre original.

«Vince...» Hacía tanto tiempo que nadie pronunciaba mi verdadero nombre que ya creía que me iba a resultar desconocido. Pero no, todavía lo sigo sintiendo como mío. Todavía me sigo sintiendo responsable de él.

Suspiré.

Aparte de mi padre, también él me llamaba Vince al principio, cuando aún no tenía apodo. Le recuerdo dentro de mí... tan frío y a la vez tan cálido. Él también tenía nombre, pero yo nunca tuve necesidad de pronunciarlo. Vivía en mi interior, influía en mis decisiones y en mi mente; él era uno conmigo y sabía a quién me dirigía cuando formulaba mis dudas en voz alta. ¿Cómo se llamaba...?

«¿Tú eres el fideo escuálido al que tengo que proteger? Más te vale comer un poco, Vince... Yo soy Grappen, y desde ahora me perteneces igual que yo te pertenezco a ti...»

Sí... Grappen. Después me confesó que existían un montón de demonios repartidos por el mundo, que todos provenían de Holanda y que se clasificaban en tipos que compartían un nombre según sus características. D'Grappen significaba «El que bromea» en holandés, y estaba casi extinto por su poca competencia, pero había otros tipos menos agradables y más poderosos que los Grappen.

Pero para mí, él era el mejor.

«No me llamo de esta manera por nada, chico. A partir de ahora vas a olvidarte del Talento que heredaste de tu padre y vas a hacer gala del que yo te impongo. Yo te voy a enseñar absolutamente todos los campos del Ilusionismo, el mejor poder que existe en Eops. Y tú te convertirás en un genio, tú crearás belleza con tus manos, ingeniarás las mejores bromas y la gente se verá obligada a llamarte artista».

Las lágrimas corrieron por mis mejillas al recordar. Por un momento el sol me hizo daño en los ojos, guardado en lo más profundo de mi mente, situándome en aquel campo plagado de dientes de león una vez más.

«Siento mucho lo de tu padre, Vince. No se merecía ese final—. La nebulosa salió de mi interior para formarse frente a mí. A pesar de no tener ningún rostro, pude reconocer un sentimiento de apoyo y comprensión en la voluta de oscuridad—. Murió con honor, murió por Avantine como todo ciudadano honrado habría hecho. Hay gente que dice que un niño de seis años no superará su pérdida, y más ahora que te has quedado huérfano, pero tú puedes demostrarles lo contrario. Ahora me tienes a mí. Siempre me tendrás a tu lado...»

Mentira.

Me levanté intentando despejarme y acudí a la nevera, pero incluso en la blancura del electrodoméstico vi reflejada la oscuridad de los recuerdos. Y no pude huir.

«Debes sentirte orgulloso y llevarle en el corazón, pero también debes aprender a superar el pasado y a forjarte un nuevo presente. Y comenzaremos olvidando tu antiguo nombre. Vince está impregnado de recuerdos tristes y de voces familiares. ¿Cómo quieres llamarte?

—No lo sé... —susurré a la nebulosa, aún secándome las lágrimas.

Vamos, vamos. Deja de llorar y usa la imaginación. Mira, te he traído un regalo que he construido yo mismo, un regalo que te haga recordar todas las bromas que hemos vivido juntos.

La nebulosa se arremolinó en el centro para formar una cajita de colores apagados decorada con motivos siniestros. Cuando la dejó caer en mis manos, la tapa saltó y un pequeño payaso salió al exterior. El sobresalto me puso los pelos de punta, pero terminé riéndome a carcajada limpia. Casi como si estuviera hipnotizado, me quedé mirando el muelle que unía al payaso al interior de la caja, formado a partir de una tira de papel doblada en zigzag.

—ZigZag.

¿Qué?

—ZigZag es un buen apodo. Aunque no tiene mucho sentido, pero...

Por eso es un buen apodo. Me gusta. Pero nosotros no buscamos un apodo... Buscamos un nombre. Así que... ZigZag, yo te bautizo en el nombre de la Muerte y bendigo los caminos que elijas, para que esta palabra te traiga suerte y felicidad.

Y yo me quedé callado, sin ser consciente de las consecuencias que traía aquel bautizo salvaje. Ni siquiera me importaba; estaba tan feliz con mi nuevo nombre que le dediqué a la nebulosa una sonrisa falta de algunos dientes de leche.

Ahora sí que es tu nombre, pero nunca debes olvidar el nombre que tuviste antes que este».

No pude evitar sonreír, recordando de repente lo que había venido a hacer a la nevera. Me apoderé del brick de zumo, sin ganas de echarlo en un vaso y tirándome a la cama de golpe con el único propósito de perder el tiempo. Parpadeando, me vinieron a la mente recuerdos y frases sueltas de hace un montón de años.

«—¡Mira, Grappen! ¡Se me ha caído un diente! ¿Esta noche me regalarás algo si te lo doy?

¿Qué te tengo dicho sobre las sorpresas? Que no se piden, se esperan».

Cerré los ojos.

«—¡Lo he conseguido! ¿Lo has visto bien? ¿Qué aspecto tengo en mi primera vez como lobo? ¿Crees que aterraría a Caperucita Roja?

Pareces un ratón demasiado grande...»

Apreté los puños.

«Una ilusión de calidad, sí señor. Casi parecen manzanas reales. ZigZag, sigue así y vas a ser admirado por todos, hoy y hasta el fin de tus días».

Pero el fin de los días llegó antes para él que para mí. Apareció esa niña del diablo, sonriendo como si estuviera viendo la muerte reflejada en mis propios ojos a la vez que hablaba conmigo, mi demonio no supo sobrevivir, y me dejó solo. Así de sencillo.

Tiré el brick vacío a un lado, mirando el techo e intentando dejar la mente en blanco hasta que el timbre sonó repentinamente. Extrañado, me levanté con toda la parsimonia del mundo, abriendo la puerta para encontrar a un hombre de apariencia de lo más peculiar: iba enfundado en una gabardina negra, con un sombrero de igual color que se asemejaba al mío. Su rostro atrajo mi atención en especial, tardando un momento en descubrir que iba maquillado. Tenía los ojos sombreados para darle un aspecto más misterioso, y sus mejillas y la comisura de sus labios tenían un toque de color malva.

—¿Quién tiene el placer de hablar conmigo? —pregunté con altivez.

—Me llamo Brunn. Soy el representante de Astor y el competidor número diecisiete —respondió con un fuerte acento alemán.

—Ajá. Lo siento, mis padres me han prohibido hablar con desconocidos.

Fui a cerrar la puerta pero el hombre puso un pie entre medias.

—Tú no tienes padres. Tu madre murió al darte a luz y tu padre murió en las guerras del 2003, a favor de Avantine. Sé quién eres, ZigZag, y tengo que pedirte algo muy importante. —Abrí la puerta lentamente, dedicándole la mayor mirada de desconfianza que supe esbozar—. Se trata de Anouk. Creo que está detrás de mí... y tú tienes la clave de cómo aniquilarla.

La sola idea de escuchar su nombre me hizo palidecer, cerrando la puerta con tal fuerza que pensé que quizás había roto el pie a ese tal Brunn.

—No puedo ayudarte, lo siento —farfullé con voz temblorosa. Ambos esperamos un momento sin separarnos de la puerta. Finalmente Brunn habló, con una voz tan suave que casi sonó paternal.

—¿No puedes? ¿Acaso alguien te lo está impidiendo? Mira, pequeño... solo te pido que me dejes entrar para poder hablar contigo. Anouk podría tenderme una trampa aquí fuera. —Dudé un momento—. Por favor, no voy a hacerte daño. No puedo tocarte; ya comprobé hace días que no participas en el Div' Vulk.

Me decidí a abrir la puerta, dejándole paso al interior una vez comprobé que no había nadie fuera. Sin ofrecerle asiento ni nada que llevarse a la boca, esperé a que dijera todo aquello que tenía que decirme.

—Yo... —Brunn carraspeó—. Verás... Yo ya conocía a Anouk antes de venir aquí. Como soy el sobrino del embajador de Astor en Annelisse y ella es una licántropa entrenada por su propio Líder, me la he encontrado muchas veces mientras acompañaba a mi tío en sus viajes de negocios. Cierta vez se fue de la lengua y me confesó que iba a apuntarse a esta edición del Div' Vulk, y cuando yo decidí inscribirme también, comencé a indagar sobre su pasado para adelantar una manera de matarla llegado el momento y la oportunidad. Fue una búsqueda difícil y peligrosa, pues había poca gente que la hubiera conocido en profundidad y que no hubiera acabado muerta... pero finalmente oí hablar sobre un chico que se había enfrentado a ella y que había perdido.

—Exacto. Perdí. ¿Qué tiene de interesante un perdedor?

—Perdiste algo más que la batalla, perdiste al demonio holandés que te acompañaba. El demonio de Anouk destruyó al tuyo con mucha facilidad, probablemente porque era de un tipo mucho más acostumbrado a matar que los Grappen. Pero hubo algo que no perdiste... tu Don.

—Mi papá me decía que cuando miras las estrellas en realidad estás viendo el pasado, que muchas de esas estrellas ya murieron. —Respiré hondo, parpadeando rápidamente para que las lágrimas no pudieran salir. Finalmente me digné a mirarle, con un profundo toque de reproche en los ojos—. Me pregunto por qué el pasado se empeña tanto en perseguirnos y no se limita a quedarse atrás.

—El pasado está hecho para ser recordado o para ser superado. Pensaba que habías pasado página.

—No solo pasé página, sino que la arranqué.

—¿Entonces? ¿Por qué te niegas a ayudarme? —insistió Brunn. Yo me encogí de hombros.

—Es lo que hay. Las personas siempre cambian después de ser heridas.

—Pero yo creí que eras fuerte, creí que lograrías ayudarme a derrotar a quien te hizo daño en el pasado.

Solté un bufido, sintiendo la mirada oscurecida de Brunn sobre mí.

—Darme la espalda ahora sería como volver a perder. Esta no es solo mi pelea, también es la tuya.

Los recuerdos supuraron en mi mente de nuevo, tan potentes que consiguieron interrumpir mi respiración.

«—Mi acompañante está celoso, niño. No quiere tener otro demonio cerca de él que pueda quitarle glorias y presas. ¿Verdad, Schirk? —Anouk clavó su vista sobre mí, dirigiéndose hacia la nada al pronunciar sus últimas palabras. El ambiente se revolvió con una pesadez y un hedor aplastante, sin necesidad de pronunciar palabras para adivinar su respuesta.

Los Schirk son demonios especializados en las sombras y en la oscuridad. Su nombre significa «El que asusta» en holandés, y son los mayores exponentes del temor humano —explicó mi acompañante dentro de mi cabeza—. A los Grappen no nos conviene meternos con ellos. Bueno, ni a nosotros ni a ningún otro demonio un poco inteligente...

—¿Estás pidiéndome que huya? —pregunté en voz alta.

—¿Estás pidiéndole que huya? —inquirió Anouk con un tono peligroso. Sabéis lo poco que os conviene jugar al ratón y al gato con nosotros, niño... y menos siendo de noche y con una luna tan chiquita...»

Brunn esperó mi respuesta.

—Fue horrible.

—¿La pelea?

—La sensación de vacío. Al final, cuando ya no te queda nada que albergar en tu interior. Es cuando miras hacia dentro y le preguntas cómo se siente, si puede sobrevivir a un golpe más por todas las cosas que hemos vivido juntos... pero entonces ya nadie te contesta, como un compañero de piso que se va sin darte explicaciones y dejando todas sus cosas por el medio. Ni siquiera sientes cómo se muere, simplemente desaparece. —Bajé la cabeza, buscando motivos para no llorar—. Entonces tienes que apañártelas solo, decidir por ti mismo el camino a tomar cuando siempre has tenido alguien que te aconseje. No me malinterpretes, pero las personas normales y corrientes son unos seres más solitarios de lo que me pude llegar a imaginar, y por un momento creí que lo mejor para mí sería la muerte.

—Pero decidiste quedarte...

—La vida es caprichosa. Lo que para un depredador significa sobrevivir un simple día más, para la presa significa terminar su existencia por completo. —Sorbí los mocos—. Yo no nací para terminar siendo la presa de una niña con conflictos mentales; una niña que no valora cada vida que toma. Alguien así no merece seguir existiendo.

El competidor sonrió levemente, viendo satisfecha su petición.

—Creo que te ayudaré a destruirla, Brunn, aunque no veo manera alguna de hacerlo sin romper las normas. No se permite la actuación de civiles a vuestro favor.

—Tú no tienes que intervenir directamente. —Brunn alzó la cabeza—. Poseo el Talento de la Copia, que me permite copiar Talentos ajenos durante un corto periodo de tiempo. Entiendes lo que quiero de ti, ¿verdad?

Asentí levemente con la cabeza, acercándome a la puerta para salir al exterior.

—Bien. Aparte de eso, sería de gran ayuda un poco de información. ¿Tienes idea de algún punto débil que pueda tener? ¿Algún ataque que siempre use y del que tenga que cuidarme?

—Umm... ¿Sigue teniendo una especie de muñeca consigo?

—Sí, la vi cuando se topó conmigo en el banquete. Un bebé feo y destrozado que según ella, no es ni muñeco ni muñeca.

—Bueno, el primer movimiento será mantenerte alejado de ella. Es normal que no tenga género... Conmigo no lo usó, pero tengo pruebas para confirmar que Anouk lo utiliza de vudú. Y tengo razones para pensar que funciona.

Brunn se quedó sin habla un momento. Darse cuenta de que el penoso estado del muñeco había sido provocado en el cuerpo de otra persona podía quitar el apetito al más voraz.

—Vale. Los vudús funcionan a partir de un pelo o algún resto procedente de la víctima, pero si me mantengo fuera de su alcance en todo momento estaré a salvo.

—Eso es cierto, pero la parte difícil consiste en mantenerte fuera de su alcance. Los Talentos inmateriales poseen un gran campo de actuación, por lo que deberías huir de todo lugar demasiado oscuro o sombreado para no estar en desventaja.

Acompañé a Brunn hasta la calle principal, pero el hombre me agarró del brazo cuando estaba a punto de irme.

—¿A dónde vas? Tenemos que ir a darle caza ahora.

—¿Cómo? ¡¿Ya?! —El miedo provocó temblores en mis rodillas.

—Es solo cuestión de tiempo que me encuentre. Prefiero ir a buscarla yo con la cabeza bien alta antes que esperar a que venga ella y me pille en el baño.

Fui a replicar, pero el alemán tomó su forma de lobo y me empujó a trompicones hasta hacerme caminar por mí mismo.

—¡Si actuamos de forma tan impulsiva nos descuartizará antes de que podamos saludarla!

—Bueno, entonces no la saludaremos.

La ciudad rebosaba de luz y de actividad, lo que hacía mucho más difícil seguir la pista de un olor en específico. Además, Anouk parecía haber estado en todos los sitios de la ciudad y visitado cada rincón, prácticamente pasando dos veces por cada cruce. Su hiperactividad y sus ansias de exploración complicaban mucho el rastreo, así que finalmente tuvimos que recurrir a preguntar a los ciudadanos y a levantar así el clima de sospecha.

—¡No es una buena idea desafiarla ahora! Aún no hemos ideado planes ni hemos...

—Yo me haré cargo de todo. No por ello llevo entrenándome en Astor durante cuatro años —repliqué en voz baja, intentando no acrecentar más a los seguidores. Habían comenzado a grabarnos con el móvil.

De pista en pista, los licántropos terminaron conduciéndonos hasta el casco antiguo de la ciudad, donde las calles eran sepultadas por gigantescas catedrales y torreones levantadas por los primeros pobladores. Las veletas de los edificios de piedra estaban en constante movimiento aunque apenas corriera el viento, probablemente a causa de la altura. Dar con Anouk en aquel ambiente simplificado de gente resultó tan fácil como un juego de niños.

—Y entonces Vlau me dijo que ya no quería jugar más conmigo, que mi muñeca era fea y que le daba miedo que tomara el té con Tobías. ¿Y sabes lo que hice con Vlau, Schirk? ¿Sabes lo que hice?

La risita de la niña se colaba a través de las vallas y las alcantarillas, atrayendo hacia ella a sus dos persecutores sigilosos. No podían verle la cara, pues estaba de espaldas y con la capucha puesta, pero asomaban dos trencitas rubias que le daban un aspecto adorable nuevamente estropeado por la horrorosa muñeca que tenía entre sus brazos.

—Vale, ZigZag. Vamos a hacer la prueba. Tú solo quédate ahí mientras yo copio tu Talento y pruebo a manejarlo en su contra.

Asentí sin mucho convencimiento, sentándome en la esquina y abrazándome las rodillas para intentar ganar algo de confianza. Noté cómo algo desconocido entraba en mi mente y hacía aflorar mi poder hacia ningún sitio, sin permitir que ninguna demostración saliera al exterior como habitualmente pasaba.

—O sea, Vlau no me pidió que la matara al instante... De hecho duró mucho tiempo intentando escapar de mí. Pero qué te voy a contar... si tú también estabas allí. —Volvió a reírse como una degenerada, pero el sonido fue interrumpido al instante por un pequeño silencio y un repentino aullido de dolor—. ¡Ahhhhhhhhh! ¡Schirk, me duele! ¡Ayúdame!

El aire se tensó a una velocidad brutal, y las cuerdas vocales de la niña vibraron drásticamente para emitir un rugido ensordecedor por parte del demonio. Algunos observadores que nos habían seguido se alejaron por precaución.

—¿Qué es? ¡¿Qué me pasa?! —gimoteó Anouk agarrándose la tripa. Schirk rastreó toda la zona en un abrir y cerrar de ojos hasta detectar nuestras presencias, olvidándose de mí por un momento y lanzando un aquelarre de sombras hacia la posición de Brunn. Como solía ocurrir cuando se distraía al usuario, la ilusión sobre la niña se deshizo como el agua entre los dedos.

No pasa nada, querida —habló el demonio, con una voz profunda y rasposa. Los cristales de las ventanas temblaron por su efecto—. Solo era un pequeño amigo creando una ilusión que producía sensación de dolor...

—¿Qué pequeño amigo? —espetó la niña borrando su expresión de alivio y dibujando una de furia.

Uno que conociste hace mucho tiempo...

Las palabras de Schirk retumbaron en mis oídos como si quisieran burlarse. Yo me limité a encogerme en el suelo tapándome las orejas y murmurando «No puede hacerme daño. Soy un espectador inocente. No puede hacerme daño...», hasta que la cabeza de la niña emergió repentinamente de detrás de la esquina, tan cerca de mí que pude sentir el asqueroso aliento de su demonio.

—¡Hola, niño! ¿Has venido a jugar conmigo?

Crucé mis ojos con los suyos con cierta timidez, notando cómo el labio inferior me temblaba descontroladamente. No pensaba quedarme a comprobar si se acordaba de mí o no.

—¿Eso es un sí? Porque yo también sé jugar haciendo daño a mis amigos... —sonrió Anouk, esbozando una sonrisa rencorosa y sucia.

Ven aquí, pequeña. Nuestro compañero de juegos va a ser alguien bastante más mayor que ese crío —interrumpió Schirk enérgicamente, haciéndola girarse para encarar a Brunn.

El alemán miraba a su próxima víctima con la cabeza alta, transformado en un imponente lobo rubio que contrastaba con el color negro que vestía habitualmente.

—¿Es otro ilusionista? ¡Perfecto! ¡Me encanta matar ilusionistas!

No es ilusionista ni mirado a oscuras. Solo es un estúpido copión que únicamente puede sobrevivir a costa de los demás... —vociferó el demonio desde el interior de la niña—. Creo que no sabe cómo nos las ingeniamos aquí con los copiones...

Brunn se evitó contestar y echó un vistazo a los alrededores para valorar sus posibilidades. Los ilusionistas no tenían modo de atacar directamente utilizando su Don, más bien les servía de distracción mientras destruyen a sus presas a base de mordiscos o usan el dolor mental, igual que hizo Dominique para acabar con Kimbra. Esta última era la forma más rastrera de matar, pues consistía en hacer creer a la víctima que era dañada dentro de la ilusión para que dejarla extenuada en la realidad, pero Brunn dudaba que resultara efectivo si Anouk tenía un espíritu detrás de ella continuamente.

Para confirmar su teoría alzó las manos, produciendo crujidos sobre los balcones de madera que había encima de la niña y dejando que estallaran y se precipitaran con las puntas afiladas hacia ella. Como era de esperar, Anouk se agazapó con un grito de pánico mientras la nebulosa emergía a su alrededor y formaba una mano negra semejante a la que había asesinado a Silvio en el último momento. La niña vitoreó a su acompañante cuando la ilusión de los escombros se deshizo al simple contacto con la mano.

—¡No tienes nada que hacer contra mí, señor! —se alegró Anouk, haciendo que la mente de Brunn trabajara a toda velocidad para buscar una estrategia. Ella no le dio demasiada tregua, apresurándose a lanzar sus sombras sobre el alemán en un abrir y cerrar de ojos, pero por suerte para Brunn, —entrenado en la velocidad de reacción y adaptación—, copió el Talento de Anouk milésimas de segundo antes y proyectó la silueta de su propia sombra sobre las lenguas negras que se le veían encima.

De una manera tan torpe como efectiva, el competidor utilizó su clon inmaterial para retener la amenaza mientras desaparecía de su vista en un par de zancadas, arrastrándome con él hacia una de las estrechas callejuelas.

—Sí sigo así no voy a poder matarla —me confesó con voz alterada—. Nunca podré ganarles copiando su Don, y usando el tuyo tengo posibilidad de retenerla a ella, pero no al bicho que la acompaña.

Como había comprobado al principio, Schirk no era afectado por las ilusiones, y por si fuera poco, él mismo era capaz de atacar independientemente de su acompañante. Es decir, que podía protegerla.

—Me alegro de que entiendas por qué perdí aquella vez. Las ilusiones no son efectivas si hay una segunda mente para ayudar a la afectada.

—¿Entonces estábamos avocados al fracaso desde el principio? —Apretó los dientes—. Tiene que haber alguna manera de deshacerse del demonio primero.

—No la hay. Los demonios no pueden morir, a no ser que luchen entre ellos. Y desgraciadamente son fuerzas superiores que ahora ni tú ni yo poseemos. Sin embargo...

Me quedé pensativo, sintiendo la mirada ansiosa de Brunn sobre mí y la voz de Anouk hablando a voz en grito dos calles más lejos:

—¿Dónde estás, gatito? Está muy bien que uses tu sombra para protegerte, pero no debes olvidar que sigue unida a tus pies y podemos encontrarte con solo seguirla... —Brunn maldijo—. Qué feo está copiar a los demás... ¿No eres capaz de ser como eres?

—¡¿Sin embargo qué, ZigZag!? ¡No tenemos tiempo!

—Hay algo que puede ser efectivo contra ellos pero no contra nosotros. —Hice una pausa—. Se supone que los demonios son seres despreciados y evitados por todas las religiones pacifistas, por lo que si hay algo en este mundo que puede mermar su poder sería...

—Una iglesia.

—O una mezquita, o una sinagoga, o un templo... De todas maneras no tenemos garantía alguna de que funcione, pues afirmar esto significaría afirmar que existe un dios, y esto es un debate que se ha venido dando desde el principio de los siglos. Y bueno, yo soy de los que no creen en esas cosas.

—¿No crees en fuerzas divinas y has tenido un demonio a tu lado? —Brunn rió nerviosamente—. Yo no sé si habrá algo allá arriba, pero si existen los demonios supongo que existirá como mínimo, algo equivalente y opuesto. Y si algo de eso se encuentra en algún lado, debe ser en un edificio religioso.

—Hay una mezquita a trescientos metros por esa calle, pero creo que ahora está cerrada.

—¡No me digas que me dejarás morir aquí fuera con tal de no reventar la puerta! —exclamó Brunn, levantándose rápidamente e iniciando la carrera en la dirección que había dicho. Hice un esfuerzo por seguir su paso, pues sabía que me necesitaba cerca si quería combinar su Talento con el mío.

—¡Hay que descalzarse para entrar! —avisé al lobo detenido a la puerta de la mezquita. Estaba construida con piedras rojas y amarillas, formando orgullosos arcos con forma de herraduras y un claustro rodeándolo sujetado por columnas. Brunn dio la vuelta a los ojos, embistiendo con el costado la enorme puerta de madera en la que había un cartel de «Prohibido perros». Mirándolo mejor se podía leer «Prohibido lobos».

—¿Piensas ayudarte de las fuerzas que haya ahí dentro pero no respetar sus reglas? —volví a reprocharle, tras el crujido de las colosales tablas al romperse el cerrojo. Brunn me dirigió una mirada cargada de ironía y comicidad, pero finalmente tomó su forma humana y se descalzó en la entrada. Anouk seguía sin aparecer, pero por las voces que retumbaban entre las calles daban a entender que no estaban teniendo problemas para seguir la sombra de Brunn.

—¿Tú sabes con seguridad si los edificios religiosos debilitan a los demonios? —me preguntó, negando por mi parte.

—¿Y crees que ellos lo saben?

—Puede ser. Pero no nos arriesgaremos a la duda. —Ambos sabíamos que si perdíamos la oportunidad de que entraran en el edificio, la muerte de Brunn estaba asegurada. Y quizás la mía.

Sabiendo lo que debíamos hacer, el alemán volvió a copiar mi Talento y se dispuso a crear una ilusión sobre las paredes desgastadas de la mezquita. Disponíamos de poco tiempo antes de que llegara la niña para imitar una construcción atractiva para nuestros rivales, y si Schirk notaba la diferencia, por muy pequeña que fuera, estaríamos perdidos. Las solemnes paredes fueron sustituidas por muros ruinosos y sucios llenos de pintadas, y el techo abovedado y tallado con motivos geométricos fue opacado por otro plano lleno de vigas quebradas y agujeros que dejaban pasar minúsculos rayos de luz. El suelo lleno de hermosos tapices donde los musulmanes venían a arrodillarse se cambió por otro de frías baldosas y numerosas telarañas, donde Brunn esparció unas cuantas camas y sillas con aspecto de haber ardido en un incendio. Por último, la fachada fue modificada con un cartel de «Hotel», y todas las luces se apagaron dejándonos en una tenue oscuridad.

Fueron necesarios tres minutos más de silencio para que el resplandor de la entrada se eclipsara con la figura de la niña, y no hicieron falta luces para darnos cuenta de que estaba sonriendo grotescamente.

—Mira que listos sois vosotros, que os habéis venido a refugiar en un edificio tan oscuro que ni siquiera puedes verte los pies... —exclamó con voz infantil, mientras el eco le devolvía sus palabras.

«No puede hacerme daño. No le tengo miedo». La oscuridad estaba consiguiendo enardecer el temor y los recuerdos, pero esta vez estaba convencido de que había posibilidad para un final distinto.

Espera, Anouk —gruñó Schirk con un temblor en su voz no menos potente—. No me gusta este sitio...

—A mí me parece una ratonera lo suficientemente hermosa como para contemplar una muerte...

«—Dime, ZigZag, ¿no te parece una ratonera lo suficientemente hermosa para contemplar una muerte?

Los ojos de Anouk brillaban con más claridad que el resto de su cuerpo, pero representaban, con toda seguridad, su parte más oscura. Lo único que podían escucharse en aquel bosque tenebroso de Avantine eran mis jadeos, y la proximidad de la diabólica niña lograron que dejara de escuchar las palabras de Grappen y sintiera cómo la orina mojaba mis pantalones. No quería morir. No estaba preparado todavía».

¡He dicho que no des ni un paso más, Anouk! —rugió el demonio, un segundo antes de que Brunn cerrara la puerta de la mezquita con fuerza. La ilusión se resquebrajó como una capa de polvo, dejando entrar la luz de las paredes y de los focos anaranjados como un ramalazo de fuego. El ambiente se retorció como un remolino de aguas residuales cuando Schirk soltó un chillido de dolor, provocando que Anouk le imitara al sentirse repentinamente débil y vacía.

—¿Qué te está pasando? —gimoteó la niña, sin reconocer el lugar donde se encontraba.

Las convulsiones del pequeño cuerpo se vieron retenidas por completo cuando Brunn la atrapó en una nueva ilusión exactamente igual a la de Dominique, dejando a la niña pálida y bloqueada mientras miraba a algún punto fijo de la nada.

El silencio que sobrevino resultó terriblemente tenso y aplastante.

—¿Lo hemos conseguido, ZigZag? —susurró Brunn en el límite de la ansiedad. No contesté; no confiaba demasiado en los hechos.

«—¿Lo hemos conseguido, Grappen? —pregunté a mi demonio en el límite de la ansiedad. No contestó; no confiaba demasiado en los hechos. Estábamos demasiado absortos mirando a la niña paralizada por la ilusión, que lograba mantenerse de pie gracias a algún acto reflejo de su cerebro.

—Tú no eres ilusionista, niño... Lo que eres es un iluso —ronroneó Schirk, rompiendo el silencio y disfrutando de una horrible risa burbujeante y maliciosa. Cuando la nebulosa rodeó a la niña y extendió su mano negra y correosa hacia mí... la ilusión falló, y Anouk abrió los ojos».

Tenía miedo. Y el miedo acrecentaba la presión. Brunn confiaba en mí, pero yo ya había fallado una vez y era posible que volviera a hacerlo. No había nada que asegurar cuando se trataba de demonios, y la experiencia me decía que Anouk despertaría en el momento en que Schirk atacara a Brunn.

No quería celebrar todavía, pero ese momento estaba tardando demasiado en llegar.

Joder. ¿Qué me pasa? ¡¿Por qué no puedo moverme?! —aulló el demonio haciendo temblar las paredes—. ¡Tú! ¡Haz algo, niña estúpida, o vamos a morir los dos!

La sonrisa llegó a mis labios, compartiendo la respiración entrecortada con Brunn. No tenía ni la más remota idea de lo que estaba sintiendo. ¿Era alivio? ¿Orgullo por el éxito? Era una sensación tan extraña y diferente a cuanto había sentido antes que incluso me atemorizaba seguir sintiéndola.

Con el consentimiento de Brunn, ambos nos acercamos hasta el cuerpo frío e hipnotizado de Anouk, esquivando con estúpida facilidad la mano correosa que estaba empezando a formarse a su lado débilmente.

¡¡Anouk, despierta!! —insistió el demonio con una voz tan potente que hizo caer algún fragmento de la bóveda, pero en la que pudimos distinguir un tono que no habíamos oído nunca antes: el de la desesperación.

Brunn fue a enterrar sus colmillos en la garganta de Anouk, pero justo en el momento en que se inclinó sobre ella fue interrumpido por otros dientes, los míos. El alemán se quedó quieto mientras escuchaba el cuello de la niña partirse sonoramente sin querer hacer nada por evitarlo; supongo que al final había sentido que me lo debía.

—Que conste que solo te dejo hacer esto porque sé que los espectadores se han quedado fuera y no pueden vernos, ¿eh? De otra manera, no me habría arriesgado a ser descalificado.

Anouk cayó al suelo en un extenso charco de sangre, sin dejar de abrazar a su muñeca y debatiéndose entre la ilusión y la muerte mediante espasmos que acabaron a los pocos segundos de soltarla. Tampoco se percibía ninguna presencia a su alrededor. Nada. Por primera vez en mucho tiempo, un solitario y tranquilo nada.

«Ya sé qué es la sensación que estoy teniendo, el por qué de esta paz. Esto debe ser la venganza».

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top