19. Perro que ladra no muerde


Sí, desde luego que a esta casa le falta un toque más acogedor. Quizás estas flores que he cogido por el camino le alegren un poco la vida a Silv; esto es demasiado frío y vacío para ser llamado hogar.

¿Que...? ¿Todavía sigue dormido? Pero si son las... ocho y media de la tarde. Pobrecillo, probablemente lleve un par de días en vela por montar guardia de noche. Pensaría que Denya volvería para matarlo, y no andaba desencaminado.

Pero ahora, por fin puede descansar a gusto...

—Silver... —Zarandeé su brazo suavemente—. Cariño... Ya has dormido lo suficiente, ¿no crees?

El muchacho se estiró perezosamente, sin prisa alguna por abrir los ojos. Tenía una expresión aniñada, inocente, como la de un gazapo abriendo los ojos para ver la primavera por primera vez.

—Misha... —farfulló con voz pastosa, haciendo visera con la otra mano. Los rayos de sol entraban oblicuos por el gran ventanal.

—Aquí estoy.

—¿Cuánto he dormido? —preguntó mientras acariciaba mi mano con la suya. Le regalé un beso en los labios.

—Justo lo necesario. Te habría dejado más tiempo, pero tenías que levantarte para el evento de hoy.

—¿Qué...? ¿Y no ha venido nadie a por mí?

Alcé las cejas.

—¿Esperabas a alguien? Porque como los muertos no se levanten...

Silver movió la cabeza, intentando quitarse de la cabeza la imagen de Denya. Por lo que había averiguado después, ella, Daiki, Arakim y Kimbra habían constituido la Segunda Alianza, pero al día siguiente de hacerlo público habían muerto dos de sus miembros. Todo el mundo esperaba que fuera Dominique quien acabara con Kimbra, sí, pero que Denya fuera la siguiente en palidecer fue una gran sorpresa. Por las calles se hablaba continuamente de la nueva participación de Shawn, pero también estaba corriendo como la pólvora el rumor de que había otro chico trabajando con él. Un chico de hielo.

—No, no es nada. —Silver se frotó la cara con las manos, algo atolondrado todavía. Las heridas de las espinas todavía escocían en su cuerpo.

Había miles de fotos de la pelea colgadas en la red, y las revistas habían conseguido numerosas portadas de la estatua congelada de Denya. Por las esquinas había periodistas esperando reconocer a ambos ganadores, pero ninguno de ellos había salido de casa fuera de lo necesario. La mayor insistencia había recaído en Galarie, Lewis, ZigZag, Anya y Ander, pero por petición de Silver habían recibido la misma respuesta incierta. Lejos de creer cualquier rumor, habían optado por ir a preguntar a mi casa o a casa de Silver directamente, pero habían terminado por volver por donde habían venido con la misma información cuando nadie les abrió la puerta.

Y a mí Silver me seguía diciendo que no participaba, que fue todo una coacción de Sony. Pero tampoco Sony me facilitó ninguna explicación que pudiera aclarar el tema, y lo noté bastante más esquivo y pasota que de costumbre.

—¿Y qué evento tenemos hoy? —preguntó el muchacho, mirándome con aquellos ojos dorados.

—Ha pasado un mes desde que comenzó el Div' Vulk... y en vista de que hasta ahora solo se han celebrado ceremonias para honrar a los caídos, esta vez se ha decidido organizar un banquete para aclamar a los que todavía siguen en pie. Hay carteles por toda la ciudad, pero es normal que no te enteres después de haberte quedado en casa dos días.

—Bueno, pues no me agrada la idea de ir. No me importaría quedarme aquí un par de días más, hasta que las aguas vuelvan a su cauce.

—¿Qué aguas? —Me eché a reír—. Te estabas quedando en casa por si Denya volvía a buscarte, pero ahora que ha muerto no tienes a nadie que te amenace. Estás a salvo.

—Pero por culpa de esa loca ahora todo el mundo se cree que participo. Ninguna regla estúpida podrá frenarles a la hora de atacarme por la espalda.

—No está comprobado que participas, por lo que cuentas con todo el peso de la ley para protegerte. Anda, deja de decir tonterías y vístete de una vez.

Sin hacer caso de sus reproches, le lancé los pantalones con una sonrisa de picardía y esperé fuera de casa a que estuviera preparado. Cuando se duchó y salió con el pelo medio revuelto y aquel estremecimiento de frío, pensé que me había juntado con el chico más adorable del mundo. De entre todo su vestuario prominente en sudaderas, había elegido ponerse una camisa de rayas de cuello alto y aspecto más formal, pero le hice cambiarse las zapatillas por unos zapatos negros antes de dar el visto bueno. Únicamente me quedó quejarme de la presencia de la venda en una mano, pero él insistió en que el médico le había prohibido quitársela hasta finales de semana.

—Tengo un vestido precioso para llevar al banquete. ¿Podrías acompañarme y hacer como que te importa lo que lleve puesto?

—Sí que me importa lo que lleves puesto. Quiero asegurarme de que sea un color vistoso para que pueda localizarte entre todo el montón de gente.

Tras haberme pegado a él cual gato abandonado y haberle sacado una sonrisa, emprendimos el camino hacia mi casa. Después de una hora de espera, salí del vestuario con un vestido de vuelo azul marino de palabra de honor, destacando mi pelo rubio y unos potentes tacones de color rojo pasión. Me había pintado los ojos de manera sencilla, con una sobriedad sublime, pero el toque de atrevimiento me lo daban los labios del color de los tacones. A Silver le daban ganas de besarlos y de sentir la marca del carmín sobre su cuello.

—¿Has visto cuánta gente? Al parecer este año La Ciudad Que Nunca Duerme no ha escatimado en gastos.

Tenía razón. Tras veinte minutos andando hacia nuestro emplazamiento, empezamos a visualizar calles con mesas alargadas situadas en el centro, rodeadas de incontables sillas y de camiones descargando montañas de platos y cubiertos. Los licántropos más cercanos se encargaban de distribuir servilletas y vasos, trayendo las sillas y las mesas que faltaban desde algún lugar de la marabunta de gente. Los niños más mayores ayudaban a sus padres mientras los pequeños únicamente estorbaban entre sus pies, pero la ayuda de todos estaba barriendo la suciedad de las avenidas para dejar una buena impresión a los extranjeros que venían de visita. E incluso también los extranjeros colaboraban, a pesar de algunas discusiones confusas en las esquinas por culpa del idioma.

Tardamos casi veinte minutos más en dar con nuestra calle, donde se había colocado una carpa cubierta de enredaderas para tapar el cielo que se veía desde la mesa. En las lindes se habían puesto estufas portátiles que dejaban ver una llama poderosa y firme en el interior de cada urna de cristal, y el cielo había comenzado a perder color, acompañado de un viento silbante entre los flecos del techo. Dejando a un lado lo práctico y lo útil, la fina cubertería plateada indicaba que íbamos a sentarnos en la mesa de los mejores invitados.

Y los saludos de cortesía empezaron a llegar a medida que iban llegando los comensales, todos vestidos de punta en blanco y luciendo aquellas partes del cuerpo que otras veces habían alabado. Cada uno de ellos poseía una pequeña bandera cosida donde debía estar el corazón, indicando de qué país procedía, y aunque todos habían rebuscado lo mejor de su armario, ningún competidor había abandonado su estilo.

Todos los participantes del Div' Vulk estaban allí, incluidos los anónimos que se escondían entre los advenedizos de las ciudades extranjeras.

—Abran paso... ¡paso! —vociferaba Anouk mientras soltaba empujones a todas las piernas que encontraba. Tuvo que frenar, con la vista clavada en un hombretón vestido de negro que no había podido vadear.

—Vaya. Qué bonita muñeca —comentó el desconocido por simples modales, señalando al bebé macabro y destartalado que siempre acompañaba a la niña.

—No es una muñeca.

—Ah... ¿Es un muñeco? —rectificó, pues era difícil saber el género de un canijo de apenas tres pelos y la piel desconchada.

—Tampoco.

Anouk se alejó a paso alegre, dejando al hombretón de dos metros algo desconcertado.

Aún quedó tiempo para que pasaran tres cuartos de hora más de movimiento, hasta que los guardias y los centenares de camareros contratados por Esquivel se aseguraron de que todos los habitantes de la ciudad estaban sentados. Siete grupos de cinco personas vestidas de gala se situaron en los alrededores de nuestra mesa, sacando una serie de instrumentos y comenzando a tocar una suave melodía acompasada entre todos los grupos, para que cada comensal tuviera oportunidad de oír la misma música y con la misma calidad que el resto.

Y tuvimos que esperar otro cuarto de hora más a base de vino del Viejo, dulce y con aroma a madera, donde nadie supo llevar la cuenta de las botellas que llevábamos descorchadas. El ácido y frutal vino del Niño corrió por las mesas de menor prestigio, levantando ronroneos de gusto a pesar de que fuera de menor calidad que el de sus vecinos. El trajín de los camareros fue llevado con elegancia y maestría, bien adiestrados meses atrás por los grandes chefs de la ciudad.

—¿No te gusta el vino? —pregunté al muchacho que tenía a mi lado, aún amedrentado pero con un innegable atisbo de curiosidad. Tenía la primera copa llena todavía.

Había conseguido hacer un hueco a Silver en la interminable mesa de treinta metros que ocupaba la calle, allí donde únicamente había espacio para los altos mandos de La Ciudad Que Nunca Duerme, los Líderes de Eops y sus acompañantes, y todos aquellos competidores que habían tenido el valor de dar la cara.

—El del Viejo está demasiado fuerte, pero ya he pedido una copa del vino del Niño que está sirviéndose por ahí.

—El del Niño no es para esta mesa, no tiene la calidad esperada —expliqué con una risita.

No era para menos, pues nuestros comensales se componían únicamente de gargantas fuertes y maduras, o de otras más jóvenes que querían aparentar buen soporte. Silver parecía ser el único capaz de arriesgarse a pedir algo más suave.

Dirigí la vista hacia un invitado sentado a diez asientos de distancia, cuya mirada golfa podía dejarte sin aliento aunque tuviera otra veintena de ojos pendiente de mis actos. Arakim parecía estar centrado únicamente en sacarme una sonrisa de complicidad, a pesar de las numerosas mujeres que tenía sentadas cerca de él y que solamente esperaban ganarse sus favores con carantoñas continuas. De hecho, el pelirrojo había preferido sentarse junto a ellas antes que al lado de Antravick, y estaba entretenido en presentar a todos al alacrán que tenía de mascota bajo el nombre de Espina con la clara intención de buscar mi atención.

—El niño este me está dando arcadas. ¿Por qué está aquí, pudiendo haber alquilado la habitación de un hotel con todas esas rameras en celo? —espetó Et'Reum con aires de repugnancia, provocando las miradas asesinas de todas aquellas mujeres que se habían dado por aludidas. Ninguna podía considerarse con una palabra de tan baja estampa, pues si estaban en esa mesa era por razones merecidas.

—¿Por qué estar allí, pudiendo estar aquí haciendo lo mismo pero viéndote esa cara de envidioso mientras tanto? —se burló Arakim.

—¿Envidioso? Oh, no, no. Disfruta de las mujeres mientras puedas. Yo, al contrario que tú, tengo toda la vida para hacerlo.

—Vaya... ¿Eso es una amenaza? Uy, pero qué hablador. Ya sabes lo que dice el dicho... Perro que ladra no muerde.

Et'Reum cerró los puños, calculando con cuanta fuerza debía lanzar el tenedor para atravesar la frente del pelirrojo. Su enfrentamiento supondría también el enfrentamiento de sus respectivas Alianzas, que estaban pendientes de sus movimientos en todo momento.

Pero por suerte, todo se dejó a un lado en cuanto trajeron la comida: unas bandejas de capones asados apilados en una montaña de cuyo centro surgía un tubo que supuraba salsa. Cuando el primer invitado abrió su capón comprobó que estaba relleno de dátiles, almendras y piñones, y que las paredes interiores estaban untadas de foie. La gastronomía de La Ciudad Que Nunca Duerme había sido heredada a través de su país equivalente, importando o creando recetas excepcionales cuyo sabor era capaz de dejarte pensativo, y lo único que levantó en el banquete fueron mensajes de alabanza.

Como un capón no significaba nada para un estómago de acero como el de un licántropo, el segundo plato fue bienvenido a los diez minutos de haber traído el primero. Las vistas consistían en una gigantesca serpiente crujiente y de colores vistosos enrollada alrededor de un bonsái de laurel, cuyo interior parecía relleno de carne del propio reptil mezclada con algún tipo de ensalada de algas. Únicamente fueron necesarias tres serpientes —llamadas aniladas— para abastecer a toda la mesa, pero fue aclamada una cuarta cuando más de la mitad de los comensales quisieron repetir de trozo.

—Es el primer reptil que pruebo en mi vida, y creo que no va a ser el último —comentó Josh con aprobación, y las barbas manchadas de colorante rojo.

—Dices bien, querido amigo. Y estas algas... qué sabor tan fantástico. Nunca pensé que pudieran servir para algo más que para dar repelús cuando te tocan en el mar...

Silver apenas había logrado terminarse el capón, por culpa de su pequeño estómago y su dificultad para manejar los cubiertos con la mano vendada, por lo que se dedicó a diseccionar su trozo de serpiente en actitud dubitativa.

Supuse que echaría de menos alguna presencia conocida, porque además de los competidores solo habían podido acceder los miembros del consejo y familiares de Esquivel, los líderes menores como Garra o Rovira, y algún allegado que habían conseguido colar por su papel decisivo en cierto momento del gobierno, como Alabastro, Suspiro o una distraída Galarie sentada en la otra punta de la mesa concentrada en comer todo lo que podía y coquetear con Arakim a partes iguales. El resto de comensales eran irreconocibles para Silver, y ninguno de ellos parecía dispuesto a establecer una relación amistosa sin recibir nada a cambio.

Una botella más de vino del Viejo se descorchó junto a Búho, que fue el primero en exigir una copa y el primero en escupir su contenido.

—¡¿Pero qué mierda de vino es este?! —vociferó buscando al huidizo camarero—. ¿Acaso es el que sobra del que usa tu madre para bañarse?

La ofensa levantó cejas y silencio entre los invitados más cercanos; el tono de voz de Búho indicaba que antes que esa copa habían ido muchas más. El muchacho que había servido palideció y frenó para observar la etiqueta de la botella.

—Es de la misma cosecha que todos los demás. Si no tienes paladar para distinguirlos deberías tomarte un refresco... —se burló Sony, desde el sitio que había en frente. Se permitió destrozar su expresión aburrida con una sonrisa de malicia.

—Vete al cuerno, querido Sony. Solo necesitas probar un sorbo de esa botella para comprobar que sabe a poco más que agua. Ni aroma tiene, siquiera. ¿Es mucho pedir un vino que pueda reconocer como tal?

Froté mi rostro con la mano, recordando las advertencias que le dije a Esquivel. Todos los competidores cenando a un par de palmos de distancia... Tal riesgo solo tenía un final; el resultado estaba claro.

—Decir que el vino del Viejo sabe a agua desborda la exageración. —Daiki se echó a reír—. Si quieres presumir de buena garganta, hazlo con una bebida que no estemos probando todos, hombre.

Búho tosió un par de veces y se llevó un trozo de serpiente a la boca para compensar su copa vacía.

—Bueno, lo que faltaba. Ya ni la comida tiene sabor. ¿Quién ha sido el gracioso que me la ha cambiado por el trozo más seco?

Nadie contestó, únicamente se oyeron las toses acaloradas del propio competidor.

—¡Bueno, bueno! Servidle un poco de bebida, que se nos ahoga. Aunque sea agua —intervine en voz alzada, soltando una risita.

Los camareros se pusieron en marcha, mientras toda la mesa estaba pendiente de cómo las pupilas de Búho se dilataban al compás de sus convulsiones.

—Estoy bien, estoy bien... —insistió el muchacho una vez vinieron para atiborrarle de agua—. Solo un poco mareado.

—¿Solo un poco mareado? Que alguien le diga al chico de qué color tiene los labios, por favor —alertó Mask, estirando el cuello desde el extremo de la mesa. Era cierto. Incluso con la cálida luz de las estufas se podía percibir el tono azulado que había adquirido la comisura de su boca.

Los invitados de la mesa comenzaron a murmurar entre ellos, al notar cómo el esfuerzo de Búho por respirar era capaz de llegar a sus oídos.

Alguien de entre los presentes llamó a un médico a voz en grito.

—¿Te sientes bien, jovencito? —preguntó una voz femenina por encima de todas las demás. Distaba mucho de sonar preocupada—. Una vez te oí decir que los miembros de Plumas Libres podíais distinguir cualquier veneno oculto con el sabor y el olor, igual que las ratas, y que vuestra piel es inmune a ellos. ¿Has pensado que ocurriría si burlas ambas barreras?

—¿Qué...? —acertó a decir Búho, agarrándose el vientre y buscando la raíz de la voz.

—De hecho, no lo oí una, sino muchas veces en lo que llevo de estancia. Me parece tan imbécil repetir tu punto débil a tus rivales que creo que te estás mereciendo a pulso lo que te está ocurriendo...

—El veneno no es mi punto débil.

—Ajá. —La calle entera quedó en silencio—. ¿Sabes quién soy?

La dueña de la voz se había mantenido toda la comida mirando a su plato, pasando desapercibida para todos aquellos que solo buscaban soltar la lengua. Vestía una túnica verde clara, y tenía el pelo muy largo y liso, de un color rubio casi enfermizo con dos trenzas de abalorios enmarcando su cara, pero lo más destacable de su aspecto era un pañuelo blanco que le tapaba los ojos y se ataba en la nuca.

«Es ciega» —comprendí. Me costó un breve espacio de tiempo reparar en la pequeña cacatúa blanca que tenía agazapada en su hombro.

Ante el incómodo silencio del chico, el Líder masculino de Vanadium decidió intervenir.

—Némesis, querida, no habrás sido capaz de atacar a un participante compartiendo la cena, ¿verdad? Es la mayor falta de hospitalidad que puede existir en un lugar civilizado...

—Efectividad ante todo. ¿No es de lo que siempre alardeáis? —La chica potenció su voz—. Boreas y Gauna, los Líderes griegos que capitanean el gran barco de Eops después de Esquivel. La segunda potencia, el máximo exponente de lo práctico y la precisión. Inigualables en el escaso margen de error de las decisiones. La importancia de los silencios, la fragilidad de las palabras. —Les miró sabiendo perfectamente a dónde dirigir su voz—. ¿Qué? ¿No suena bien en otra boca que no sea la vuestra?

Los Líderes guardaron silencio. Los presentes solamente tenían ojos para Némesis, mientras que Némesis no tenía ojos para nadie.

«Al fin diste la cara... nueva anónima. Tu Talento exclusivo de las tierras de Grecia dará un buen espectáculo con toda seguridad...»

Búho tosía y se retorcía la tripa.

Silver me distrajo de mis pensamientos con un tirón en el vestido, pero su frase en susurros también fue escuchada por el oído increíble de Némesis.

—¿No es ella la loba de los sentidos de la que me hablaste?

—¡Eso es correcto, querido murmurador! Yo soy la única usuaria del Talento de los Sentidos; la única capaz de manejar los cinco sentidos a mi favor. —Némesis se levantó, dirigiendo su vista tapada hacia Búho—. Y tú, pequeño rival, has cometido un gran error al permitir semejante falta de información. De hecho, si supieras que yo estaba entre tus contrincantes no habrías confiado en tu sentido del olfato y del gusto para librarte de los venenos. De hecho, tu protección radica en tu capacidad para reconocerlos, no para ignorarlos... por lo que tu piel podrá ser inmune a ellos, pero no tu interior.

—Es tejo... ¡Es tejo! —exclamó el chico, identificando el árbol de hoja venenosa.

—¡Ajá! Ahora comienzas a notarlo ¿eh? Es cierto... Eso es porque acabo de devolverte tus sentidos robados. No te preocupes, en seguida volverás a notar el sabor del vino del Viejo por completo y podremos continuar con la velada.

Búho se inclinó sobre la mesa, metiéndose los dedos hasta la garganta y vomitando toda la cena encima de su plato. Los presentes esbozaron una mueca de asco a la vez que de preocupación, mientras el resto de competidores sonreían con entretenimiento y la Primera Alianza bufaba porque les habían arrebatado su presa.

—No bebáis de esa botella, rivales míos. Contiene semillas de tejo, así que moriríais todos y se perdería la gracia. —Señaló al camarero que había servido al chico—. Además, a partir de ahora quedáis todos avisados, por lo que si un comensal inocente bebe por accidente no será responsabilidad mía. Siento chafaros la idea de descalificarme...

Por la cara que puso Dominique, todos adivinamos que ese era el plan que había empezado a murmurarse entre las alianzas. Si conseguían hacer que un espectador bebiera el veneno sin evidenciar que habían sido ellos, la competidora se buscaría un gran problema por dañar a un civil. Y todo se fue al traste cuando cada invitado puso a salvo su copa y empezó a pedir agua; Némesis había resultado ser más lista de lo que parecía.

Silver palideció tanto como Búho, pero este último le superó cuando empezó a toser sangre encima de su regazo.

—Ayuda... —farfulló el joven con las mejillas mojadas y el rostro congestionado por el dolor.

Nadie se molestó en remediar lo inevitable, y todo el banquete intentó proseguir con su cena mientras esperaban la silenciosa muerte del competidor. Igual que un gigantesco complot de ignorancia, el pobre muchacho comenzó a sentir el trance en sus propias carnes, sabiendo que estaba muerto aunque todavía permaneciera vivo.

Si Búho no fuera un participante, una ambulancia estaría ayudándole desde hace rato, pero tratándose del Div' Vulk era imposible que el resto pudiera meter sus narices por respeto a Némesis.

Por todos los medios se intentó otorgarle una muerte objetiva en la que solo se le dirigían miradas de reojo, pero Silver no fue el único que se implicó en el dolor del chico, pareciendo compartir cada espasmo agonizante en su propio cuerpo. Aunque hizo todo lo posible por mantener la mirada desviada, no podía olvidar que se estaba apagando una vida justo en frente de sus narices.

Le agarré la mano para calmarle.

—Hey, ¿y tú cómo crees que vas a morir? —La voz de Daiki se hizo clara para mis oídos, debido a que estaba sentado a un par de sitios de distancia—. En el Div' Vulk o después, suponiendo que salgas viva de él. ¿No te da curiosidad pensarlo?

Jaden contestó a su lado, en un tono de voz casi inaudible.

—Eso es algo que prefiero no imaginarme. No porque me dé escalofríos, sino porque... no sé. La muerte es la mayor sorpresa de nuestra vida; el único regalo que llega seguro, pero sin que tengas posibilidad de predecir cuándo y cómo. No quiero intentar averiguar cómo moriré... porque además de equivocarme, se perdería la gracia.

—Uhm... Buena contestación, aunque a mí me sigue encantado especular. ¡Brindemos por tus razones y por las mías!

Al son del tintineo de las copas, Silver bajó la cabeza para taparse los oídos. Los quejidos de Búho estaban resultando insoportables, mientras Némesis lo miraba atentamente disfrutando de cada segundo del crimen.

—Qué competidora más monstruosa...

Sony fue el único en oír su comentario, respondiéndole en su mismo tono de voz:

—¿Monstruosa? Bueno... Todos saben distinguir a un hombre y a una bestia, pero ¿dónde está la delgada línea que separa lo uno de lo otro?

Mirándole a los ojos buscó algún signo de complicidad en el pelinegro, pero le encontró tan cómodo con el hedor de la muerte como el resto de competidores.

Las conversaciones se volvieron inútiles y transparentes, y los músicos tocaron más alto en un intento de enmascarar los gritos de dolor que estaba emitiendo Búho. Tras un momento en el que el silencio se hizo insoportable, la fobia a la sangre de Alabastro le impulsó a vomitar debajo de la mesa, y el número de camareros limpiando líquidos superó con creces al que atendía las mesas.

Después de los diez minutos más tensos y eternos en lo que llevábamos de Div' Vulk, Búho comenzó a desear la muerte en vez de desear la vida. Y el regalo no tardó demasiado en llegar, dejándole tendido en la mesa con el cuerpo blanco y rígido.

—¡Que alguien se lleve el cadáver y otorgue el anillo a la ganadora! —declaró Esquivel con voz solemne, provocando el movimiento de un par de hombres robustos preparados desde el principio del banquete.

—¡Derrota de Búho, usuario de Veneno, originario del clan Plumas Libres y de La Ciudad Que Nunca Duerme; competidor número nueve! ¡Victoria para Némesis Vryzas, perteneciente a Vanadium; participante número veinticinco!

El sonido del megáfono atravesó las calles, paralizando el bullicio de las mesas que no se habían enterado de lo ocurrido en un repente magistral. Allí donde se sentaban los restantes miembros de Plumas Libres, alguien gritó.

◊ ◊

Silver me apenaba. Podía haberse enfrentado a la furia de un ciervo con la cornamenta de un árbol, podía haber derrumbado la monstruosidad que llevaban los osos grizzlis, podía haber sido capaz de superar en carrera a una manada de leonas rugientes... pero no era capaz de enfrentarse a la muerte de una persona con ideas y sentimientos propios. Una de la que ni siquiera él era responsable.

Y yo le habría lanzado un par de gritos o un joyero a la cabeza cuando vino a golpear mi ventana a las seis de la mañana, pero no había sido capaz de hacerlo cuando me lo encontré mirándome con cara de cordero en el matadero y diciéndome que necesitaba distraerse, que no era capaz de seguir durmiendo ni un minuto más. No sé ni cómo accedí a vestirme y a acompañarle a dar un paseo, viéndome arrastrada a una pequeña cacería por los bosques que rodeaban la muralla exterior.

La ciudad seguía teniendo actividad a pesar de la hora, pero los lugares dedicados a la caza y a los paseos gozaban de un silencio sepulcral que ni siquiera los pájaros se atrevían a romper. Había olvidado cómo era aquello de rastrear un venado a medio galope, mientras los gallos todavía seguían dormidos y la leal soledad era nuestra única compañía. Sí. La soledad era lo único que podía reconfortar a Silver, lo único que podía sacarle de ese permanente estado de alerta y frustración en el que vivía desde hacía días. Su cuerpo entero pedía relajarse, pedía caminar sin tener que mirar a su alrededor continuamente.

Poco duró el alba, pues nos vimos sorprendidos por el amanecer apenas conseguimos localizar a nuestra presa.

Hacía frío.

—Vamos, Silver... No quiero que me quites la gloria de ganar la cacería porque digas que tienes la pata herida... Eso es excusa de débiles —declaré al lobo que corría a mi lado.

Silver había evolucionado en todos los aspectos desde que llegó aquí, siendo apenas un cachorro al que había que cuidar y vigilar. Ahora era más fuerte, más esbelto, más precavido y mucho más valiente. Ahora era capaz de hacer cosas que antes vería impensables, —cosas que llevaba en la sangre y que siempre había tachado de inmorales—, y se veía mucho más seguro de sí mismo. Pero sobre todo, Silver había crecido en tamaño, desarrollando su forma de lobo para tener unos movimientos más naturales, fascinantes; el orgullo del lobo, un cuerpo más musculoso, un pelaje más lustroso. Más hermoso. Así era. Qué hermoso era su pelaje ocre, combinando con aquellos ojos dorados que tanto me gustaban. Ojalá pudiera tenerlos siempre abiertos, para mí. No me importaría que me mirasen para siempre.

Silver bufó ante mis palabras, luchando contra su consistencia por adelantarme. En vez de seguir su juego me desvié bruscamente cuando él no estaba mirando, tomando un camino de menor altitud pero impregnado también con el aroma del venado. El estúpido animal enloquecido de terror zigzagueó hasta desaparecer de mi vista y aparecer en la de Silver, pero desacredité su elección aumentando mi velocidad cómodamente, cruzando un riachuelo que mi compañero atravesó de un salto y ascendiendo hasta su altitud por la parte contraria.

Y la visión se abrió ante mí como si el universo esperase mi momento, lanzándome hacia el herbívoro en cuanto la niebla se disolvió un poco. Le permití trastabillar ligeramente después de tumbarlo, pero evité cualquier intento de huida mediante un mordisco en la tráquea que le dejó sin aire.

—Demasiado lento, Silv. Aún no eres rival para mí.

El lobo se hallaba a un par de metros con expresión descolocada, a medias entre sentarse y caminar, esperando una oportunidad que ya no iba a llegarle. Le examiné cuidadosamente, con una sonrisa cariñosa. Solo había algo que estropeaba su perfección, como una pequeña mancha en una sábana blanca—. Parece que la herida no te molesta demasiado al correr...

Las vendas no eran dignas de estar en un animal destinado a la caza. Solo servían para recordar la fragilidad de un ser, en vez de recordar su resistencia.

—Sí, ya apenas siento los pinchazos. Supongo que pronto podré quitarme la venda, quizá en unos cuantos días.

Supe que le había intimidado cuando desvió la vista, por lo que me apresuré a enmendar mi error con un tono tierno y dócil.

—¡Estupendo! —Me quedé pensativa, mirando al ciervo que aún se revolvía agonizante—. ¿Tienes hambre?

La cara que puso Silver cuando situé las mandíbulas a ambos lados de la cabeza del ciervo y apreté hasta hacerla estallar, entrecerrando los ojos para evitar las salpicaduras, fue casi legendaria, y más cuando no hice nada por evitar una expresión de agrado.

Pero es que tenía que hacérselo saber. Tenía que prepararle para lo que vendría si quería sobrevivir.

◊ ◊

Arakim llegó a paso rápido, con un semblante tan hosco y furioso que fue capaz de alejar a los periodistas que le seguían sin decir ni una palabra. No recogió las llaves de la recepción ni tomó el ascensor como otras veces hacía, simplemente entró a la habitación con una patada que resonó en todo el edificio.

—Eh... Tranquilo. —Daiki se encontraba sentado en la cama, recién interrumpido de su postura pensativa por culpa del sobresalto.

—¿Cómo que tranquilo? Primero Kimbra y ahora Denya. ¡¿Qué vendrá después?! ¡¿Qué clase de alianza somos con dos estúpidas personas?! La Primera se debe estar riendo de nuestra inutilidad a más no poder.

—Shawn y ese tal Silver también son dos personas, y de momento han conseguido sobrevivir con buenos resultados.

—¿Quedándose en su casa y fingiendo no participar? ¿Esa es la fama que pretendes tener de ahora en adelante? —espetó el pelirrojo clavando su felina mirada en la del moreno —. Ah, pero se acabó; está claro que si quieres que algo salga bien debes hacerlo tú mismo. Ya no permitiré más risas a nuestra costa. Porque quien ríe el último...

Arakim dejó ver un saco que traía colgado del hombro, abriéndolo y lanzando un bulto a los pies de Daiki. Este rodó por el suelo dejando un reguero de líquido oscuro, y cuando el competidor lo dio la vuelta para identificarlo comprobó que se trataba de la cabeza de Dominique.

—...ríe mejor.

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