17. Jardineras

Widow no está a gusto conmigo, puedo leerlo en su mente. Desconfía, igual que de todo el mundo, y por su cabeza solamente pasan ideas para deshacerse de mí. No sé si se ha dado cuenta de que puedo leerlas en su mente antes de que quiera ponerlas en práctica, pero creo que aún es demasiado cobarde como para intentarlo siquiera.

No creo que me haya equivocado al elegirle, es un chico muy cauto e inteligente, pero se necesita algo más que defensa para ganar este torneo. Se necesita capacidad para matar a un igual, y no sé si Silver sería capaz de extinguir la vida de otro competidor si se presenta la oportunidad.

Llegado el momento del enfrentamiento, tampoco sé si podré defenderlo.

—No puedo creer que entraras en mi casa tantas veces, Shawn. ¿Cómo diablos lo conseguías si por la noche cerraba todas las puertas y ventanas?

—No entré a tu casa ninguna vez. Siempre manipulaba la calculadora desde fuera.

—¿Cómo? ¿A distancia?

—Sí. Tengo el Talento del Mentalismo, y la telequinesis en objetos pequeños me es muy fácil de manejar.

—¿Quieres decir que ponías la calculadora en mi escritorio con la mente? ¿Y... presionabas los botones para escribir el mensaje?

—Exacto. Puede parecer una habilidad muy tétrica y entiendo que te enfadaras aquel día, pero era necesario hacerlo. Hay que ser precavido con estas cosas; no iba a invitar a mi alianza a cualquier estúpido que pudiera retrasarme. Como imaginarás, no aguanto a las personas impulsivas ni ellas me aguantan a mí, por lo que tenía que comprobar que tú no eras uno de esos competidores con la cabeza llena de pájaros.

Silver me miró de reojo, ligeramente molesto. Pronto se acercó con expresión curiosa.

—Y ese Talento del Mentalismo... ¿Es poderoso? ¿En qué consiste exactamente a parte de leer pensamientos y mover objetos?

—Consiste en manipular todo cuanto mi mente entienda. Tu problema viene cuando entiendo de tantas cosas.

—¿Mi problema? No sé si llegará a ser mi problema algún día. —Silver bajó la cabeza con expresión preocupada.

Era obvio que si ambos llegábamos a la final íbamos a tener que enfrentarnos, pero más inquietante era el hecho de no llegar a hacerlo nunca.

—¿Crees que vas a morir por el camino?

—Creo que sí. No soy lo suficientemente fuerte como para competir con todos esos asesinos.

Entrecerré los ojos al escucharle, con un resoplido de gracia.

—Vaya falsa modestia... Estás mintiendo, realmente sí piensas que vas a llegar a la final. Piensas que ese estúpido y simple truco de quedarte en el anonimato funcionará, y que serás capaz de matar al último. Entonces irás a buscar a tu querida Misha mientras las trompetas suenan y los pétalos llueven, y su padre no podrá negarte su mano porque entonces tendrás el prestigio por las nubes.

—¿Qué... qué mano? —Alzó las cejas, ligeramente ruborizado—. Nadie ha hablado de casarnos, pero es cierto que...

—Escucha, Silver. Deja los cuentos para los niños, ¿sí? —interrumpí—. Esto es la vida real; los finales felices solo se consiguen con esfuerzo y mérito. Lo saben los pájaros. No digo que no vayas a ganar, porque no hay manera de saberlo, pero solo te aviso de que deberías buscar una segunda táctica para cuando te descubran. Un plan B.

—¿Un plan de ataque? —Le tembló la voz.

—Posiblemente. Respetaré tu decisión de seguir siendo anónimo; al fin y al cabo yo también lo fui al principio, pero no esperes que te vaya a durar mucho el comodín.

—¿Y ya no lo eres? ¿Quién más sabe que participas? —se alteró.

—Daiki y Denya, los competidores de Taurania. —Suspiré—. Verás, uso una camisa mucho más grande de lo normal para que las mangas puedan ocultar mis manos y el anillo del Div' Vulk, y cada vez que quiero mover un objeto utilizo la telequinesis para no tener que enseñarlas.

—O sea que solo llevas esa ropa por el concurso...

—No. Hace ya tres años que uso ropa así, puesto que pensé en utilizar este truco para la edición anterior del Div' Vulk. Al final no me presenté, pero me quedé con este estilo porque me es bastante cómodo para moverme.

—¿Y qué tiene que ver eso con Daiki y Denya? —preguntó Silver—. Acaso... ¿te vieron el anillo?

—Exacto. Ya sospechaban de mí cuando conocieron mi reputación estratégica, por lo que un día se presentaron en mi casa y me retaron al único juego en el que es obligatorio usar las manos: el Yaani.

—¡¿Y tú accediste?!

—¿Qué otra cosa podía hacer? Vinieron con varios testigos y sin romper ninguna regla. Supongo que se habían cuidado de que no existiera ninguna manera de negarme.

—¿Y qué pasó cuando vieron el anillo? ¿Te atacaron?

—No. Solo sonrieron, continuaron la partida hasta perder, y se fueron. Pero a estas alturas ya se habrá enterado todo el mundo por habladurías.

Silver se llevó la mano a la cara, soltando un resoplido.

—¿Y crees que alguien sabe que yo participo? Dijiste que había otro competidor aparte de ti que lo sabía.

—Yo. Yo era ese mismo competidor, pero más te vale no relajarte. Lo de que hay muchos que lo sospechan es verdad.

El chico quiso sentir alivio, pero no lo consiguió.

—Bueno. Entonces... deberíamos elaborar un plan B por si vienen a por ti. —Me miró con aquellos ojos dorados—. ¿Qué te parecería fijar alguna víctima?

Asentí con la cabeza, notando los pensamientos del muchacho fluir hacia mi mente.

—Será mejor que te olvides de ella. Dominique forma parte de la Primera Alianza, y atentar contra uno de sus miembros implicaría que el resto nos dé un ultimátum como el de Búho. O quizás sin avisar, que es peor.

—Dominique, Sony, Et'Reum, Jaden y Anouk. Ellos son la Primera Alianza, ¿verdad? —Silver alzó la vista—. Vale. ¿Y nosotros tenemos algún nombre?

—La alianza de Sony y Roux sería la Segunda, pero no fue válida porque se dio a conocer después de que uno matara al otro. Así que si se hiciera público que tú participas nosotros seríamos la Segunda, pero hasta ese momento no somos nada.

Silver pareció conforme, y luego se quedó pensando en cada uno de los miembros que formaban la Primera Alianza.

—Demasiados monstruos juntos, en mi opinión. Dime, Shawn. Si te alías con tanta gente, ¿quién quedará para que sea tu enemigo?

—Quedarán los mismos enemigos que antes. Las alianzas solo son fiables cuando son de pocas personas.

Proseguimos el camino por Calle de las Salsas, la avenida periférica más concurrida de la ciudad. El suelo estaba tan empedrado que dificultaba el caminar, y la gran cantidad de farolitos por las lindes daban una sensación burbujeante al horizonte. Los árboles esmirriados salpicaban el conjunto, y podría decirse que la calle estaba infestada de jardineras. No sabía si era cuestión de esta ciudad solamente, pero los licántropos parecían tener una gran obsesión con las plantas. No se lo recriminaba. Vivir solo entre rocas cuadradas era un agobio, sobre todo teniendo en cuenta al animal que todos teníamos dentro.

—Shawn... —Miré de reojo al muchacho, cuyo rostro había palidecido escandalosamente—. ¿Estás moviendo tú las plantas?

—¿Qué...?

Apenas Silver pronunció su frase, comencé a sentir algo suave enroscándose alrededor de mi mano. Me liberé de un manotazo brusco, girándome para observar el tallo alargado proveniente de una jardinera que se erguía en mi espalda como una víbora. Y no era el único.

La asombrosa visión de la calle surcada por miles de tallos nacientes de todas las jardineras hizo gritar a Silver, pues ahora estaban comenzando a verse perfectamente entre los pies de los licántropos que habían empezado a apartarse. Parecían un montón de espaguetis esparcidos por la mesa.

—¿Qué son todas esas cosas? —pronunció el chico con un hilo de voz. La calle invadida por los fideos verdes dibujaba un panorama demencial y grotesco, en medio del cual se rendía culto a la figura de una mujer estilísticamente perfecta.

—Mierda —farfullé. Comencé a percibir los pensamientos de los cientos de licántropos de las aceras, y supe que la palabra «duelo» estaba comenzando a correr por Twitter y otras redes.

—Esa es... ¿Denya? —gimió Silver, recordando el macabro espectáculo que habían dado sus plantas en las eliminatorias de los anónimos.

Ciertamente, Denya se veía como un rival previsiblemente fuerte y temible. Su piel completamente oscura era surcada por numerosos tatuajes verdosos que no hacían más que darle un aspecto valeroso, con todos aquellos abalorios de colores enganchados a sus trenzas negras como recuerdo de hazañas y experiencias anteriores. La flor rosada que poseía en la sien y el agradable olor que emanaba su cuerpo parecía ser solamente el queso de aquella trampa, y tampoco poseía una sonrisa arrogante que pudiera dar pista de que su reputación era auto-impuesta.

—Espero que sepas correr como Dios manda... —respondí, tomando mi insignificante forma lobuna y emprendiendo la carrera hacia una de las calles laterales de la avenida. Noté que Silver me seguía algo retrasado, al igual que la fiera competidora de Taurania rodeada de una masa de espectadores con cámaras.

Ignoré el sonido de mis huesos al crujir, acostumbrados a la poca actividad física, pero no me fue difícil evadir a todas aquellas serpientes vegetales que habían parecido invadir cada mísero rincón de la ciudad. Y cruzamos una plaza, y después otra, y sentimos sobre nosotros los ojos ávidos de cualquier ciudadano allá donde quiera que mirásemos, abriéndonos paso. Entonces fue cuando Silver fue derribado.

—¡Shawn! —chilló. Me vi obligado a detenerme, viendo cómo el muchacho era envuelto en un amasijo de raíces con la respiración agitada. Pataleó violentamente y arañó el suelo, pero no pudo evitar que las plantas lo arrastraran hacia un enorme bulto que se estaba formando a sus espaldas—. ¡¡Ayúdame!!

Ni siquiera me di cuenta de cuándo había llegado junto a él y me había puesto a morder las raíces, tirando del pellejo de su cuello para contrarrestar el arrastre.

Y mientras tanto, el bulto verdoso de sus espaldas terminó su desarrollo, arraigando sobre las grietas del suelo y abriendo las fauces llenas de espinas. Se trataba de una planta carnívora, gigante y violenta como un búfalo encabritado. Solo contaba con dos hojas planas ribeteadas de pinchos, mucho más fuertes que los de una planta carnívora normal, y de los cuales escurría una baba verdosa que emitía un sonido blando al gotear contra el suelo.

—¡Joder! ¡Shawn! —logró gritar Silver en un ataque de puro terror. Ni siquiera pude protegerme yo mismo, pues las raíces aprovecharon la proximidad para arrastrarme también hacia el interior de la enorme planta.

—Se acabó... —La voz de Denya sonó casi a mi lado, al mismo tiempo que la carnívora cerraba sus hojas lentamente para encerrarnos en el diminuto espacio interno. Todo se quedó en silencio, excepto por la ruidosa respiración de Silver a mi lado.

—Argg...

Ambos nos removimos mínimamente, buscando la posición más cómoda posible. Nos sentíamos como dos mosquitos aplastados contra un cristal.

—¿A... qué esperas? Usa... usa tu Talento —logré decir. Los rayos de sol se filtraban a través de los pinchos entrelazados sobre nuestras cabezas; lo único que podía disipar la oscuridad absoluta.

—No... ¡No puedo, maldita sea! ¡¿Quién puede concentrarse aquí dentro?! —se quejó el muchacho, visiblemente alterado. A lo mejor era claustrofóbico. Resoplé con irritación y decidí perdonárselo.

Entonces probé a usar mis ondas expansivas, pero el tejido elástico de la planta amortiguaba casi toda la fuerza, y lo que no amortiguaba era reparado por la competidora que esperaba fuera.

—¿Queréis saber que ocurre dentro de una planta carnívora, mis pequeñas presas? —sonó desde el exterior—. Se absorbe el nitrógeno de los insectos que tiene encerrados, hasta que únicamente queda de ellos una carcasa vacía. —Hizo una pausa—. Me pregunto en qué momento de la digestión mueren los insectos...

La espeluznante risa provocó temblores en el cuerpo de Silver, y supe que se estaba angustiando demasiado pronto allí dentro. La baba pegajosa que impregnaba nuestro cuerpo no ayudaba mucho a relajarnos, así que tuve que rezar por que no le diera un ataque de ansiedad en pleno cautiverio.

—¿Y vas a quedarte aquí hasta que seamos carcasas, Denya? Porque no puedes quitarnos el anillo hasta que no estemos muertos —alcé la voz. La respuesta llegó de manera instantánea.

—Ya estáis muertos, enanos.

Los rayos de luz entraron desde una pequeña abertura en los laterales, exigiendo a voz en grito que sacáramos la mano por el agujero para reclamar los anillos. Una vez me hubo despojado del mío, se encontró con la mano vendada de Silver.

—¿Qué significa esto, niño? —preguntó Denya, adivinándolo después—. ¡Ah! ¿Crees que puedes usar un truco tan estúpido como hacerte daño a propósito? ¿Crees que tus rivales se detendrán por una venda si es algo tan obvio que el anillo está debajo?

Podía ser un truco estúpido, pero al menos Denya tendría que pararse a buscar una manera de quitar la escayola.

Me quedé quieto cruzando la vista con mi aliado, ambos con los ojos muy abiertos. Una idea nació tímidamente en la cabeza de Silver, iluminando todos los demonios como una bocanada de esperanza.

«Basta con rascar la mandíbula inferior de cualquier planta carnívora para que se calme. ¿No es increíble?» Las palabras de Anya fluyeron en la mente del muchacho y se transmitieron a la mía, dejándonos a los dos con la boca entreabierta durante varios segundos.

—Adelante —susurró Silver, mientras Denya se peleaba con la escayola.

Y deslicé mi mano por el hueco una vez más, probando a rascar suavemente a la carnívora en la mandíbula inferior.

—¿Pero qué...?

La competidora arqueó las cejas cuando su planta comenzó a aflojar la presión, abriendo las hojas lentamente y dejando que sus presas se escurrieran hacia el suelo como un vago vómito. El público nos aclamó potentemente mientras nos limpiábamos los restos de baba con torpeza.

—Vaya fotos más indignas que vamos a tener, Silv... —comenté animadamente bajo el deslumbrar de los flashes. Denya permanecía inmóvil con esa expresión de haber perdido el autobús por cinco segundos—. Y tú, creo que tienes algo que me pertenece...

La competidora entrecerró los ojos y me lanzó el anillo usurpado antes de tomar su imponente forma lobuna.

—No por mucho tiempo.

Apenas atrapé la sortija al vuelo, me escabullí entre sus patas con la facilidad de un pez, empujando a mi aliado para que prestara atención a la carrera. Denya reanudó la persecución con más fuerza y furia que nunca.

Era fácil darse cuenta de que los tallos nos estaban incitando a ir hacia los bosques de la periferia de la ciudad, allí donde el Talento de las Plantas de la competidora era todavía más fuerte. Se arremolinaban en las bocacalles para cerrarnos el paso, y nos pisaban los talones en cuanto bajábamos un poco la velocidad para orientarnos.

«Si no salimos pronto de su juego encontrará la manera de matarnos». Era demasiado obvio, pero tampoco podíamos hacer mucho por variar el rumbo.

Al cabo de cinco intensos minutos que parecieron horas, nos vimos envueltos en la espesura de los Campos de Aroma, un conjunto de jardines específicamente dedicados a las flores que bordeaban los canales y la torre de los embajadores. Todas las plantas adquirieron movimiento junto con la llegada de Denya, arrinconándonos al borde del canal principal mientras las flores espinosas se arrastraban hacia nosotros.

—Dios... Nunca pensé que fuera a morir a los dieciocho años —murmuró Silver con un hilo de voz. Me dediqué a mirar a las aguas calmadas del canal distraídamente, valorando la distancia de la caída mientras Denya se acercaba con los colmillos babeantes desenfundados—. Confiaba en tener al menos un hijo, y vivir con Misha en una casita tranquila rodeada de jardines. Ay, pero estoy empezando a odiar los jardines...

—No seas dramático —interrumpí, empujando al muchacho por la borda repentinamente y oyendo su grito de pánico alejarse.

—¡No! —chilló la loba tras ver huir su primer anillo. No tardé demasiado en seguir los pasos de Silver, dejando a Denya con las patas delanteras apoyadas en la barandilla de piedra y viéndonos caer con un enérgico aullido de furia.

El viento ondeando en mi camisa no duró demasiado tiempo antes de que me estrellara contra la capa de agua que Silver había roto segundos antes.

«Frío...»

El líquido golpeó mi piel como una maza, adormeciéndola al instante y provocando un momento de relajación extrema. Alguien agarró mi mano, pero cuando abrí los ojos solo pude reconocer a un par de borrosas sirenas alejándose por el estruendo. Tuve el detalle de mover las piernas para ayudar a mi aliado a llevarme hasta la superficie, aunque reconozco que me dejé arrastrar a la orilla una vez fuera.

—Qué... infierno... —farfulló Silver con la respiración agitada.

El sol calentó nuestros cuerpos empapados y a ninguno nos apeteció movernos en los siguientes segundos, a pesar de la incomodidad del suelo oscuro del muelle.

—Peor hubiera sido que Daiki nos esperara al final del camino... —jadeé.

La sola idea de que el otro competidor pudiera estar por aquí nos hizo levantarnos alertados, echando un vistazo a la loba parada en la barandilla. Casi pudimos captar sus gruñidos a pesar de la distancia.

—¿Por qué no nos persigue? —preguntó Silver.

—No lo sé. Lo lógico sería terminar el trabajo...

En vez de ello, Denya se giró para mirar hacia atrás durante varios minutos, y acabó por marcharse apaciblemente. No entender su comportamiento me molestaba, y tampoco podía leer sus pensamientos desde esta distancia.

—Oh... Dios. ¿Por qué no puede comportarse como una mujer normal? Yo que sé... Pasear, ir de compras, hablar con sus amigas, soportar a los hombres, arreglarse, ir a la universidad... Se supone que las mujeres son seres tiernos y sensibles, pero esa capacidad para asesinar dista mucho de la idea que yo tenía de mujer...

—Pues creo que tienes una idea errónea. Las mujeres son más sensibles, sí, pero eso las hace más fuertes.

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