14. Lo que saben los pájaros
No, si al final va a ser mejor que Jaden me explote la cabeza. Así dejo de torturarme. ¿Cómo rayos no van a darse cuenta de que yo también estoy en el ajo si cada vez que veo morir a alguien me entran temblores por todo el cuerpo?
No he dormido nada esta noche... Ni la anterior, ni las otras dos. No puedo quitarme de la cabeza la mirada de aquel muchacho del hielo antes de ser calcinado. Ni que lo hubiera matado yo mismo... No. Es por otra cosa. Es ese sentimiento. Esa angustia permanente de que yo podía haber sido él, de que yo puedo ser el siguiente...
Creo que hoy iré a la farmacia a por un par de pastillas. Tengo aprovechar para dormir ahora que aún estoy a salvo. O al menos, eso creo...
Pero antes... Antes debo ocuparme de una cosa.
Cogí aire.
Lo solté.
Volví a cogerlo.
Admiré el anillo plateado que encerraba mi dedo y mi suerte.
Lo solté.
Cerré los ojos, rezando por sacar fuerzas de allá donde quiera que estuviesen. Al abrirlos, busqué una vía de escape mirando a mi alrededor. La casa estaba vacía y soleada. Definitivamente las ventanas eran demasiado grandes, pero no había nada que quisiera hacer para remediarlo. Decidí volver la vista hacia mi mano blanca y suave, indicadora de una vida fácil al menos físicamente.
Finalmente me obligué a levantar la mano contraria, que ahora sujetaba un martillo grande y pesado pero manejable. Apreté los dientes y dejé mi mente en blanco antes de dejarlo caer con fuerza sobre la mano del anillo. El chillido de dolor fue difícilmente silenciado por el cojín que tenía entre los dientes, y se me saltaron las lágrimas suplicando porque no fuera necesario un segundo golpe. El aspecto destrozado de los nudillos y las falanges me hizo respirar de alivio, aunque me costó una infinidad de gemidos levantarla de la mesa y envolverla en un paño con hielo que comenzó a teñirse de rojo.
Poco después salí a la calle y busqué el hospital con expresión dramática. Exigí un médico que supiera tener la boca cerrada y me encerré con él en una habitación antes de desvelar el estado de mi mano. El médico lo comprendió al instante, y tras jurarme y perjurarme que él no participaba en el Div' Vulk y que no se lo diría a nadie, me vendó y me puso una placa de metal en la palma para inmovilizar los dedos mediante tornillos. También aseguró el conjunto con una pomada que impedía que desapareciera con la transformación lobuna.
Salí del edificio más que satisfecho, ocultando aquel adefesio que había puesto mi mano como un pepino y que ocultaba a la perfección la presencia del anillo. Con el fin de probar mi nueva movilidad, tomé mi forma animal y salí de la civilización con la conciencia un poco más tranquila.
El bosque era asfixiante y húmedo, y los gordos mosquitos parecían ser los únicos admiradores que tenía en este momento. El barro bajo mis patas hacía un sonido blando, acuoso, únicamente salvado cuando encontraba algún trecho tapado por las hojas. El aire fue invadido repentinamente por un conjunto de rastros desconocidos, así que la curiosidad me obligó a trotar fugazmente hacia el lugar donde los olores se hacían más fuertes. La pata vendada me molestaba un poco, pero era eficazmente compensada por el impulso que proporcionaban las otras tres. Casi sin esfuerzo, el olfato me llevó a una zona algo más despejada, donde el horizonte era estropeado por las figuras de varios individuos.
—Bueno... Yo sí que te veo como un candidato perfecto para morir después de las eliminatorias. No te lo tomes como algo personal, pajarito, pero aquí necesitamos seguir subiendo nuestra reputación para ganarnos el favor del público...
Esperé agazapado detrás de la abundante vegetación, cuidadosamente situado allí donde el viento iba en mi contra. Recordemos que no era el único que sabía olfatear.
—No me hables como si fuera un gato callejero cualquiera. Mi clan es tan distinguido aquí como lo es el tuyo en tu puta ciudad de clones. —Búho apartó el brazo de Jaden de un manotazo.
—¡¿De qué ciudad de clones hablas?! ¡Solo los ciegos pensarían que todos los chinos y japoneses son iguales! —Jaden tomó su forma de lobo y se acercó al chico hasta dejar sus dientes a la altura de su rostro.
—Bienvenida a los tópicos, estúpida. Tócame un pelo y se derretirá esa parte de tu cuerpo antes de que logres usar tu Talento —amenazó el joven del jersey de rombos.
—Uhhh... El búho ha aprendido a piar fuerte... —Et'Reum soltó una carcajada—. ¿Cuánto crees que durarás aquí con todos los competidores en tu contra?
—Podéis aliaros cuanto queráis; no creo que a mi compañero le haga mucha gracia que me hagáis daño... Ni siquiera que me molestéis. Puede mataros a todos si así lo quisiera, justo aquí y ahora.
Arakim se removió con inquietud, mientras Sony fruncía el ceño y miraba al resto del círculo que estaba acorralando a Búho.
—¿Y qué increíble compañero es ese? ¿Por qué no nos le presentas?
—Estaría encantado de hacerlo, pero un ganador de Div' Vulk suele estar bastante ocupado en una ciudad tan interesante como esta...
—¿Qué? —Daiki miró de reojo al grupo. Esta vez fue Sony el que habló, con esa sonrisa de suficiencia.
—¿Por qué iba a aliarse contigo el ganador de la anterior edición? Un miembro de Plumas Libres no está a la altura de ser su compañero, y lo sabes aunque tengas el valor de negarlo...
—No lo niego, pero tampoco tienes la opción de acercarte a preguntarle el porqué. Te mataría en cuanto te viera solo y desprotegido.
—Yo nunca estoy desprotegido. De hecho... deberías tomar mi ejemplo.
Sony le agarró del cuello del jersey y le empotró contra un árbol. Cuando Búho pudo tomar algo de oxígeno y llevar sus manos a las del pelinegro, este lo soltó evitando el contacto directo. El pelinegro rió fríamente, esquivando la patada circular que intentó hacer el muchacho a ras de suelo.
—No estás a mi altura. No tienes el honor de mantener mi baile.
Sony esbozó una expresión aburrida, mientras yo no me perdía palabra alguna. Jaden intervino.
—Esconderte bajo el velo del ganador... Que táctica más deshonrosa. Deberías darte cuenta de que estás volando con alas prestadas. Los enemigos son muchos, y tú no sabes sobrevivir sin tu compañero.
Búho tanteó el suelo con torpeza. Por lo que vi, se le habían caído las grandes gafas por el impacto contra el árbol. Sus ojos eran inquietantemente pequeños sin las lentes puestas.
—Vaya... Nos ha tocado lidiar con un ave rapaz que no ve. ¿Así es como piensas cazar a tus presas? —se burló Daiki. Kimbra estalló en carcajadas.
—¿Quieres ver algo que sí es gracioso? —amenazó el muchacho arrodillado en el suelo.
—Basta. —Arakim les miró fríamente. El escarabajo egipcio de su pendiente se balanceó con gracia—. Tú. Simplemente recuérdalo. Si eres débil no deberías volver a ladrar.
El grupo de participantes retrocedió para marcharse, por suerte para mí, en dirección contraria a la que yo estaba.
Cuando estuve lo suficientemente seguro de que no quedaba ni rastro de peligro, salí de mi escondite para acercarme a Búho, que seguía tanteando el suelo ciegamente en busca de sus gafas redondas.
—Deberías tener más cuidado cuanto te quedes solo por ahí... —Me agaché para guiar sus dedos hasta los anteojos. El muchacho se los puso y se quedó con la vista clavada en el suelo. Luego me incorporé, tendiéndole la mano para ayudarle a levantarse—. Es una buena oportunidad para que otros te...
El tirón en mi extremidad me hizo inclinarme hacia delante, mientras Búho se levantaba como un rayo y pegaba sus uñas a mi garganta.
—¿Quieres que te cuente algo, gorrión? No soy la única rata que está en peligro inminente en este torneo. —Me soltó, apartando las uñas de las cuales había empezado a escurrir una sustancia oscura y pegajosa—. Harías bien en recordarlo. Nadie quiere dañar por error a un pobre e inocente espectador, ¿verdad?
Búho me atravesó con sus ojos castaños antes de emprender el camino, dejándome paralizado y tembloroso a sus espaldas.
—Mantente alejado de todo aquel que le brille el dedo. No hables con nadie. No toques a nadie. No mires a nadie, pero sobre todo, no confíes en nadie. —Me miró de reojo—. Sí, especialmente eso. La confianza apesta.
El competidor desapareció entre la vegetación. Respiré hondo y apoyé mi espalda en el árbol, resbalando hasta dejarme caer al suelo. Me encogí sobre mí mismo, abrazando mis rodillas y luchando por no quebrarme. El temblor se negaba a desaparecer, y yo no podía dejar de tocarme la garganta para comprobar si estaba dañada.
«¿Qué significa eso? ¿Se supone que Búho sabe que participo?». Froté mi rostro con las manos. «No sé si tomármelo como una advertencia o como una amenaza, pero desde luego que no es normal ir por ahí intimidando a los espectadores. Porque eso es lo que soy. Un espectador. O es lo que debería ser para él».
—Todavía no sé qué haces participando aquí.
Yo había pronunciado esa frase mil veces en mi mente, pero tuve que esperar unos segundos para darme cuenta de que ahora acababa de salir de la boca de otra persona. Me levanté de un salto y tomé mi forma lobuna para soltar un gruñido de aviso.
Por más que miré a mi alrededor no pude visualizar la raíz de la voz, pero el olfato me reveló perfectamente de quién se trataba. Me permití relajarme antes de volver a mi forma habitual.
—¿Shawn?
—Así me llaman. —El peliazul cayó desde la rama del árbol, quedándose agazapado en el suelo como un gato. La enorme camisa blanca le daba aspecto fantasmal, y los pliegues caían vagamente hasta rozar el suelo.
—¿Cuánto tiempo llevas aqu...?
—Minutos. Horas. Qué importa.
Me observó con su único ojo azulado, ya que el otro estaba oculto bajo el flequillo.
—Has...
—Escuchado todo. Sí. Pero lo más importante no son las palabras de la boca, si no las de la mente. Te sorprendería saber cuán diferentes son unas de las otras.
—¿Cómo...?
—Shh... No estropees la armonía. El bosque está mejor en silencio; los silencios dicen mucho más de lo que parece.
Me quedé callado, optando por seguir al muchacho que había empezado a andar hacia algún sitio, empapando sus calcetines con el barro. Quería preguntarle... quería saber cómo... pero en estos momentos no encontraba las palabras exactas, porque ni yo mismo sabía qué preguntarle. Pensé que no había nada de malo en acompañarle; al parecer él también se encaminaba en mi misma dirección. Tras quince minutos de profundo silencio, señalé sus pies.
—¿Por qué vas descalzo?
—¿Y tú por qué vas calzado?
Di la vuelta a los ojos. Como había dicho ZigZag, a veces Shawn podía llegar a ser muy frustrante. Pronuncié aquello que le había estado rondando la cabeza desde hace algunos minutos.
—¿Cómo sabes que participo?
Ahora mismo no hacía más que fantasear con maneras de silenciarle. Maneras que yo no sería capaz de llevar a cabo nunca.
—No piensas en otra cosa.
Una idea asaltó mi cabeza.
—¿Puedes... leer mentes?
—Mejor que jugar al Yaani. Lo saben los pájaros.
Abrí los ojos como platos, señalándole acusadoramente.
—¡El Yaani! ¿¡Entonces qué sentido tiene ganar siempre?! ¡Estás haciendo trampas! ¡Siempre las haces!
—No está permitido leer mentes en los juegos de mesa, es cierto, pero yo lo hago igualmente. Cómo si pudiera evitarlo... —Bufó—. El reto consiste en demostrar que he ganado sin hacer uso de mi Don; por tanto, tengo que idear estrategias similares a si estuviera jugando sin él. Al final resulta un juego limpio. O casi.
Fruncí el ceño, disconforme con la explicación. Finalmente me adelanté para caminar a su lado.
—Entonces sabes quiénes son el resto de anónimos que participan, y también quién es el ganador de la edición anterior...
—Correcto, pero no creas que diré nada.
Entrecerré los ojos y añadí suspicazmente:
—¿Entonces he de suponer que tampoco dirás a nadie que yo participo?
—Buena observación. Al igual que con el Yaani, a mi me gustan los juegos justos.
—Es un alivio saberlo, porque...
—También conozco tu estrategia de mantenerte al margen hasta que solo quede uno. —Shawn se detuvo para mirarme, tan serio como un viejo enterrador—. He venido a advertirte.
—¿Por qué? ¿De qué? —El color de mis mejillas se fugó.
—Porque somos amigos. De que no funcionará —contestó, pacientemente.
«¿Amigos? Solo hemos ido de caza una vez, aunque es cierto que no hubo malas caras en ningún momento. Solo cuando fui aquel día a pedirle que me enseñara a jugar al Yaani y me rechazó...»
—¿Cómo estás tan seguro? ¿Acaso ya hay algún competidor que lo sabe?
—Sí, hay uno que lo sabe. Pero afortunadamente, es alguien a quien también le gustan los juegos limpios. Uno que lo sabe, y muchos que lo sospechan, porque nadie se tragaría la patraña de la venda una vez que te han puesto en el punto de mira. Pero por suerte para ti, no hay manera de comprobarlo sin dañarte. —Shawn alzó la vista hacia el cielo—. De todas maneras, no necesito leer mentes para decirte que ningún anónimo logra seguir siéndolo hasta la final. Y que cuando se da a conocer es el primer blanco que perseguir, ya que si no muestras tu rostro es porque eres débil. Lo saben los pájaros.
—¿Qué saben los pájaros? —farfullé, cansado de no entender su frase.
—Lo que sabe todo el mundo. —Shawn clavó su mirada en la mía—. La gente habla, y cuánto más conocido es algo, más hablan todavía. Hablan tanto que hasta los pájaros se enteran, y los pájaros van y se lo dicen a otras personas. Por eso lo saben los pájaros. Los pájaros lo saben todo.
—¿Eso es lo que significa la frase? ¿«Todo el mundo lo sabe»?
—Shh... —El peliazul miró a su alrededor, mordisqueando el collar esmeralda que colgaba de su cuello—. ¿Hueles eso?
—No huelo nada sin el olfato de lobo. Y se supone que tú tampoco podrías...
—Tampoco es que siendo humano seas un vegetal. ¿Acaso nunca hueles a quemado? ¿A gas, a polvo? ¿A hierba cortada? —El niño aceleró el paso—. Pues yo ahora huelo a cadáver, a putrefacción, a gusanos. Solo tienes que prestar atención.
Tanteamos el ambiente, acercándonos cada vez más al foco del asqueroso olor. Shawn me guió eficazmente hasta que el rastro se hizo pesado, agrio y palpable como si lo tuviéramos encima.
Pero realmente lo teníamos debajo. A un par de metros, un cuerpo humano tirado en el suelo había teñido las hojas de rojo. Estaba en posición fetal, dándonos la espalda pero permitiéndonos ver una mata de cabello rubio repegado por la sangre, la cual se había secado mientras salía de una herida en la cabeza y otra en el vientre. Moscas verdes y gordas danzaban a su alrededor en un baile macabro de zumbidos, y por el olor pudimos suponer que llevaba muerta varios días.
Shawn retrocedió y sacó su móvil del bolsillo, tecleando para hacer una llamada. Tras unos cuantos minutos hablando, cortó el contacto.
—Ya he informado a la sede; al parecer, los vigilantes del Div' Vulk todavía no habían descubierto el cadáver. Los escáneres se han puesto en marcha y me han dicho que se trata de Naira Nabhiraj, usuaria de la Roca y proveniente de Adhara; la número veinticuatro. El megáfono acaba de darlo a conocer en la ciudad.
—Debe ser una de las anónimas que no cayeron en la eliminatoria. Pero de poco le ha servido...
—Tampoco han identificado al ganador, aunque dudo mucho que lo comunicaran en público si se supiera. Se perdería la gracia.
Aguantando las náuseas, di un par de pasos hacia el cadáver y me incliné sobre él.
—¡No la toques!
Shawn tiró de mi sudadera bruscamente, cayéndome de culo.
—¿Se puede saber qué pasa? —farfullé.
—Creo que alguien ha estado manipulando el cuerpo antes. —Señaló las heridas de la cabeza—. Mira la dirección de la sangre: debería ir hacia el suelo, pero ha corrido anormalmente hasta escalar la nuca. Alguien ha debido moverla después de muerta.
—A lo mejor estaba viva. A lo mejor se ha movido ella... —Observé los ojos de la rubia, abiertos en expresión de susto.
—No, no... Mira. Está mojada con algo... Le brilla la piel cuando incide el sol, y le faltan algunos trozos de ropa.
—Es como que está... ¿corrompiéndose? ¿Por ese «algo» que tiene encima? ¿Por eso huele así?
—Parece un líquido muy agresivo. Hay pocos competidores que puedan conseguir una sustancia como esa; podría aventurarme a decir que quizás se trate de un veneno avanzado. Además... si esta cosa acelera el proceso de abrasión, no creo que lleve tres días muerta. Ni siquiera medio día.
Shawn miró a su alrededor desconfiadamente, con el collar entre sus dientes.
—¿Y eso significa algo?
—Significa que estamos justamente en el lugar que debemos estar, según los intereses de alguien.
—¿Qué?
Me incorporé. Yo me consideraba muy inteligente, pero Shawn era bastante difícil de entender.
—Significa que si la hubieras tocado, el veneno te habría ayudado a quedarte como ella en un par de días, dependiendo de su capacidad para extenderse. Significa que es una estupidez cebarse con una persona que ya está muerta, así que supongo que alguien ha puesto eso ahí para que cierto competidor como tú venga a tocarlo. Lo saben los pájaros.
—Ya veo... Y ahora nosotros también lo sabemos —murmuré con un escalofrío de horror.
—Sí, para desgracia de ese alguien... —Shawn miró fugazmente hacia la espesura del bosque, provocando mi curiosidad—. Deberíamos movernos hacia un sitio más poblado. Ya sabes que los bosques están llenos de pájaros.
Una vez entramos en la ciudad, el niño superdotado me encaró.
—Espero que te hayas informado de qué clan tiene el Talento del Veneno en nuestra ciudad.
—¿Plumas Libres?
—Exacto. Si conocieras a sus miembros, sabrías que les encanta pavonearse sobre la inmunidad de su piel a cualquier veneno y su capacidad para identificarlos solo con el olor o el sabor, además de tener la posibilidad de crearlos a partir de compuestos de cianuro. Y no es por especular... pero cuando estaba junto al cadáver me ha parecido ver entre las ramas dos cristales redondos reflejados por el sol.
◊ ◊
Pegué un mordisco al perrito caliente, haciendo que la mostaza escurriera por la comisura de mis labios. Misha dejó de hablar y se echó a reír al verme, deteniendo el paseo.
—¿El niño necesita una servilleta? —ronroneó dulcemente, acercando su rostro y pasando la lengua por mis labios para lamer la mostaza. Al retirarse me observó con aquellos hermosos ojos azules, tan inocentes y puros como los de un gatito. La dediqué una sonrisa divertida, ofreciéndole el extremo opuesto del perrito para que diera un mordisco.
Proseguimos el paseo sin altercados, volviéndonos a parar frente a un puestecito al lado del lago donde vendían manzanas caramelizadas. Misha las señaló emocionada.
—¿Puedes dejar de alimentarme como si fueras mi abuela? —me eché a reír, a la vez que ella me ignoraba alegremente y compraba las dos manzanas más gordas que había. Nos sentamos en un banco mientras dejaba caer las migas del perrito por la barandilla. Los patos y los peces anaranjados llegaron rápidamente para limpiarlas del agua, y se retiraron cuando no quedó ninguna.
—¿En qué piensas? —pregunté al ver a Misha callada, con la mirada perdida en la nada.
—Es solo... Que me alegro de que no aparecieras para inscribirte aquel día. Sabes que me habría roto en pedazos si hubieras puesto tu nombre ahí...
Carraspeé inaudiblemente, sentándome a su lado.
—Sí, ya... bueno. Todavía no me creo que te quedaras allí todo el tiempo como un perro guardián.
—¿Te molestó? —Misha me miró con una mueca de tristeza.
—No, no. Sé que lo hacías por mi bien...
Sonreí. Ella me imitó y apoyó su cabeza en mi hombro.
—He de reconocer que a veces tengo miedo. Sobre todo cuando empiezan a aparecer cadáveres como el de Naira y pienso que podías haber sido tú el que... —Sus palabras se ahogaron en sus labios, cerrando los ojos para no sollozar y ganándose mi consuelo mediante un beso.
—Shh... tranquila. Voy a estar bien. Además... tú tenías razón. Es una hermosa mezcla de culturas, una ocasión para demostrar tu valía. Incluso he tenido oportunidad de admirar a todos esos competidores de alto nivel. Creo que es un buen concurso para ver desde fuera.
—Sí... Sí que lo es.
Misha se limpió los ojos húmedos con la manga y yo aproveché para desviar la conversación hacia un tema que me interesaba más. Mucho más.
—Así que... dime. ¿Quién es tu participante favorito? ¿Quién crees que va a ganar?
Misha se incorporó, recuperando su expresión serena y afable.
—Pues... Cada uno tiene su punto a favor, pero yo apostaría por Jaden, supongo.
—Todo el mundo apuesta por Jaden. ¿Qué se supone que debe hacer uno para derrotar a alguien que puede matarte solo con cruzarte en su camino? —pregunté distraídamente; largamente alterado en mi interior.
—No lo sé. Supongo que pillarla por sorpresa... O matarla sin cruzarte en su camino.
Misha me miró de reojo.
—No lo entiendo. ¿Pero qué impide a Jaden hacer explotar a todo concursante y deshacerse de la competencia nada más salir de su casa?
—Para empezar, se perdería la gracia. Un concursante del Div'Vulk es un asesino, sí, pero ante todo es estética. Además, cualquier competidor inteligente escondería la mano después de haber tirado la piedra. Así, si Jaden mata a un civil por error estará en problemas.
—En problemas estarán los que intenten arrestarla —bufé.
—No creas. Tenemos Évones en nuestras filas. Inhibidores. Un licántropo despojado de su Talento no es nadie, y menos aún aquellos que se acostumbran a depender de él para todo.
Asentí, comprendiendo.
—Y... ¿apuestas por alguien más? ¿Alguien que quizás pueda derrotar a Jaden?
—Todos pueden derrotar a todos si usan la estrategia adecuada —rió Misha—. Hay gente bastante interesante por quien apostar además de la japonesa. Por ejemplo, existe una tal Némesis escondida por ahí, de la ciudad griega. Tiene un Talento poco común que tiene que ver con los sentidos.
Quise preguntar, pero la chica continuó sin detenerse.
—Daiki, el chico del sonido, podría ser un problema... al igual que la francesa ilusionista si sabe manejar bien su Don. Pero opino que habría que tener especial cuidado con el alemán del maquillaje, igual que con ese chico proveniente de Guiza.
—¿Guiza? —Alcé una ceja—. Eso está en la Superficie. ¿Te refieres a Arakim, el chico egipcio?
—Sí, sí. Vivió mucho tiempo allá arriba, forjándose apodos como el Escorpión de Guiza y otros aún más macabros. Pero fue aquí abajo, en el clan Jet de Voleus, donde adquirió las peores y más altas famas. También tiene un Talento inusual, y eso no hace más que elevar su peligrosidad...
—¿Qué... Don?
Misha me miró antes de soltar una carcajada.
—Tú, personalmente, deberías preocuparte más del Talento que tiene con las mujeres que del suyo natural. De hecho, el otro día vino a camelarme a la puerta.
—¿Que hizo qué...? —La sorpresa no me permitió enfadarme.
—Lo que oyes. No veas la cara que puso mi padre. —Misha bajó la voz—. Tiene por ahí una merecida reputación basada en el sexo y en la conquista de ambos géneros por igual. En La Maliciosa se le conoce por «Liar Stallion» o «Semental Mentiroso», aunque eso es información privilegiada que me confesó mi padre ayer por la noche, proveniente de la boca de su propio Líder. Al parecer su apodo no ha viajado tanto como para llegar hasta aquí, pero debe tener una centena de hijos repartidos por todo el mundo... tanto arriba como abajo. Creo que Esquivel quiere alejarme de él; odia la idea de que pueda tocarme un bisexual.
—¡Yo también odio la idea! ¿No le has dicho a ese Arakim que ya tenías novio?
—Por supuesto. Le dije que tenía una pareja bien sanguinaria y alterable, y que como no participabas en el Div' Vulk podías ir a mostrarle tus puños sin temor a que pudiera defenderse siquiera. Recuerda que no podría dañarte.
Tragué saliva. Odiaba al cosmos por conspirar contra mí para que el tema saliera una y otra vez.
—Oye, oye... creo que te emocionaste un poco al describirme. Probablemente no sería capaz de derribar a nadie aunque se estuviera quieto como un saco de boxeo.
Misha volvió a reír, quitándole importancia con un gesto de mano. Yo proseguí con ansia.
—¿Alguien más de interés?
—Bueno... Obviamente está el otro favorito, ese tal Et'Reum. Y por supuesto, nuestro Sony, un orgullo para la ciudad. —Misha se quedó pensativa—. También hay por ahí una niña rusa que se llama Anouk; vaya pieza debe estar hecha. Se cuenta por ahí que está poseída por un demonio.
—¿Por un... demonio?
—Sí... No sé. Un ente oscuro de origen holandés, que la sigue a todas partes y la protege. Hay un montón de leyendas sobre demonios holandeses que entraban por los orificios nasales de las embarazadas y poseían a los niños que llevaban dentro. Pero no me hagas mucho caso; son solo habladurías de la gente.
—Pues yo he visto a Anouk andando por ahí y me ha parecido una niña de lo más inocente y adorable. Pequeña, con esa voz infantil y esa mirada de no haber roto jamás un plato. No me imagino por qué alguien como ella estaría inscrita a un concurso de asesinar. Quiero decir, ¿cómo sería capaz de hacerlo? Casi la compadezco por estar metida en...
Me interrumpí cuando todos los paseantes del parque empezaron a correr masivamente en la misma dirección, cogiendo a sus perros y a sus hijos en brazos o volviéndose lobos para poder llegar antes a su destino. Incluso los dueños de los puestos los abandonaron para seguir a la corriente. El parque se quedó desierto en apenas un minuto; solo algún rezagado apareció en solitario, jadeando y sin detener su carrera. Misha se levantó del banco para parar a uno de ellos del brazo, preguntándoles el motivo por el que corrían.
—Es Anouk... la niña de Annelisse. Según parece, encontró a otro competidor en un restaurante. Está a punto de asesinarlo.
Misha y yo nos miramos, mientras ella soltaba una carcajada irónica. A mí no me hizo ninguna gracia.
Casi por obligación, seguimos a los rezagados a paso rápido hasta llegar a una encrucijada de calles donde se había congregado una gran masa de población. Algunos llevaban cámara de fotos y otros estaban grabando un vídeo con el móvil, pero en todos los casos las miradas estaban clavadas en algún punto del cielo, concretamente en el tejado plano de la iglesia más próxima.
La niña estaba en un extremo, casi tocando el borde donde empezaba el canalón con los talones, y tenía la vista fija en su rival. Se mantenía ligeramente cabizbaja, como si al levantar la cabeza fuera a soltar un chillido o a ponerse a llorar, y su escalofriante muñeca estaba tirada en una esquina de manera descuidada. El otro competidor estaba en el extremo contrario, pegado a la torre de la iglesia y rodeado de un millar de pájaros de todos los tamaños y colores.
La escena era abrumadora, para delicia de los espectadores, pues parecía algo apocalíptico que animales tan esquivos como son las aves hubieran tenido voluntad suficiente como para quedarse allí, todas juntas, con sus millares de ojos negros posados sobre una única persona.
—¿Quién es ese participante? —susurré a Misha.
—Tiene pinta de tratarse de Silvio, el italiano de la ciudad de Perdomo. Es el número catorce, especializado en el control de las aves. —La rubia miró de reojo a los espectadores. Denya y Kimbra también estaban entre ellos—. No apareció en la presentación del otro día, pero su Líder se encargó personalmente de hablar bien de él y de sus capacidades. Creo que solo quería extender el rumor; eso también puede ayudarte a parecer fuerte.
—Parecer —recalqué.
—Exacto. Las apariencias solo sirven para mantener alejados al resto de participantes, pero una vez que te han retado, lo único que puedes hacer es demostrar lo que tienes.
Volvimos a fijarnos en Silvio. Él mismo parecía un pájaro más, probablemente porque estaba vestido como uno: llevaba una chaqueta de color claro, con una capucha acabada en punta para asemejar el pico de un ave y dos ojos redondos pintados a ambos lados de ella. Las mangas eran más largas de lo normal, dejándolas colgando y llenas de flecos para imitar las plumas de las alas, y finalmente terminaba alargándose en el trasero para dar la apariencia de una cola en abanico.
—Has estropeado mi apacible comida para nada. ¡No puedes matarme, bambina! —se burló el estirado hombrecillo, levantando un coro de gorjeos por parte de sus acompañantes. Los pájaros ocupaban los cables más cercanos y los perfiles de los tejados, cercando cualquier escapatoria posible de la pequeña.
—Anouk es una niña poderosa. Anouk puede matar a quien le plazca y cuando le plazca —espetó la cría entre dientes.
Y entonces levantó sus manitas con gracia, impulsándolas hacia delante bruscamente para lanzar una oscilación de aire hacia su oponente. Parecía una onda de fuerza, una onda expansiva de colores cada vez más apagados. Para cuando llegó al extremo opuesto, la oscilación era completamente negra y pesada, estrellándose contra la torre de la iglesia por no encontrar a su objetivo delante.
Silvio se había movido a la velocidad del rayo subiéndose a la cruz de la cima, antes de que la onda chocara contra la pared estruendosamente haciendo caer granitos de arena y polvo en abundancia. Los espectadores que rodeaban la torre se quejaron entre toses y estornudos.
Anouk repitió su ofensiva una y otra vez contra la posición cambiante de Silvio, y cada vez que lo hacía el ambiente se compungía y se ensombrecía un poco más. Todo fue en vano; tanto para el competidor como para los pájaros era un juego de niños esquivar sus ataques con antelación.
Sin embargo, cuando el italiano se propuso utilizar su turno para morder el cuello de Anouk con sus colmillos lupinos, se encontró con una nebulosa oscura frenando su ataque, con tanta brusquedad que sintió que se le habían desencajado las mandíbulas. Tuvo que retirarse.
La niña pataleó rabiosa y decidió a cambiar de táctica. De sus propios dedos emergieron lenguas negras que avanzaban reptando por la superficie sin poder separarse de ella. A juzgar por su apariencia, no eran más que sombras, algo que normalmente surge cuando los rayos de sol chocan contra un obstáculo y que ahora eran originadas por Anouk sin ningún origen verídico. Probablemente a eso se refiriera Misha con que Anouk podía manejar la oscuridad: era capaz de crear sombras a partir de la nada.
Los espectadores vitorearon los nombres de ambos competidores a partes iguales.
Aunque Anouk aprovechó el sol eclipsado para controlar también la proyección de la torre, los esfuerzos por dirigir sus sombras desde todas las direcciones no lograron alcanzar a Silvio en ningún momento del duelo. El italiano saltaba y esquivaba danzarinamente sin que las lenguas negras llegaran a tocar sus pies, y a juzgar por su sonrisa estaba disfrutando profundamente del espectáculo que estaba dando.
Dalaena, Líder de Perdomo, aplaudió cordialmente mientras el grupo de simpatizantes italianos agitaban sus banderas en el aire, consiguiendo acallar a los rusos congregados en la parte opuesta.
Anouk jadeó, deteniendo el movimiento de las sombras para descansar. Por la cara que tenía, parecía a punto de ponerse a llorar.
—Eres una bambina estúpida. No puedes tocarme ni cogerme por sorpresa, mis pájaros están por todas partes y su vista puede vigilar absolutamente todas las direcciones. Visión conjunta, se llama. —Silvio levantó la cabeza con altivez. Todos sus emplumados acompañantes observaban la escena—. Mi campo de visión es perfecto, no tengo punto ciego, por lo que no vas a conseguir golpearme en ningún momento. Es una pena que prohíban retirarte, realmente deberías hacerlo teniendo en cuenta que no puedes...
—Anouk está cansada de oír cantar al pajarito —farfulló la rusa volviendo a erguirse. Los ojos brillaban oscuros y siniestros, y tenía las mejillas mojadas. Lo más terrorífico de su rostro era su alterada expresión de seriedad—. No quiero más palabras. Solo acepto gritos de agonía a partir de ahora.
El italiano se echó a reír, mientras la niña parecía debatir con alguien interiormente.
Finalmente dejó de mover los labios y alzó la mano hacia el cielo. De la propia mano de la niña se elevó una nueva niebla oscura, como el humo de una chimenea demasiado contaminada. Casi parecía una bengala negra; un meteorito que en vez de ir contra la tierra había decidido ir al revés. Los pájaros de Silvio siguieron el disparo con la mirada instintivamente, intrigados en qué era aquello que la niña había lanzado y que se estaba saliendo de su alcance.
Cuando volvieron a recuperar la atención hacia el suelo, la sombra que proyectaba la cruz de la iglesia se había alargado para atrapar el pie del italiano.
El competidor olvidó su distracción y soltó un grito de susto, sacudiendo el pie violentamente para quitarse aquella sustancia negra. ¿Qué era? No era nada. Las sombras no son nada, solo la ausencia de luz. Pero en vez de liberarse, la maligna proyección avanzó sobre su cuerpo pesadamente, tumbándole y enroscándose en él.
Anouk dibujó un semblante macabro cuando Silvio se puso a gritar como un descosido. Se mostraba más que orgullosa por haber ideado aquel señuelo momentáneo para desviar la atención de las aves.
—¡Maledizione! ¡Haz que me suelten! —se quejó a voz en grito.
Los pájaros revolotearon y graznaron frenéticamente, bajando de las cornisas para atacar a la niña que pretendía avanzar hacia su amo inmovilizado. Por otra parte, las aves rapaces del repertorio se separaron del grupo y se posaron junto a Silvio para intentar desgarrar las sombras que le apresaban, hundiendo sus picos una y otra vez en aquella proyección inmaterial que salía desde la torre. Parecían mineros agrediendo una pared de roca, pero esta vez ninguna de ellas estaba siendo capaz de influir sobre aquella negrura.
—¡Asquerosos pájaros! ¡Os voy a quemar a todos! —amenazó la niña repartiendo manotazos al aire y cubriéndose la cabeza.
—¡Cuervos! ¡Aquí! —exclamó su rival, llamando a sus subordinados más oscuros angustiadamente.
La idea había surgido en su mente de la mano de la desesperación, pero fuera como fuese, era algo que merecía la pena intentar.
Los cuervos se posaron a su alrededor entonces, retomando la acción de las aves rapaces y aprovechando su color negro para introducir los picos en la sombra de la cruz. Y así, negro con negro, consiguieron fundirse con las ataduras de la manera más ilógica y razonable que pudiera existir, tirando de ella con todas sus fuerzas para liberar las extremidades de su amo.
Finalmente, el hombrecillo utilizó las manos para arrastrarse por el tejado en dirección a Anouk. Los espectadores silbaron alocadamente, repartiendo flashazos de cámaras y atrayendo a más periodistas cada vez.
Silvio serpenteó torpemente hasta llegar al límite que separaba el sol de la sombra. A medida que fue cruzando la línea, las lenguas oscuras desaparecieron por culpa de los radiantes rayos, y entonces el italiano se vio completamente libre. Esperó un momento tendido en el suelo y recuperando el aliento, pero cuando recobró la compostura comprobó que un tercio de sus aves estaban chamuscadas o desmembradas en el suelo, en un sangriento círculo alrededor de Anouk. La niña le miraba jadeante, con el abrigo surcado de cortes y los ojos inyectados en sangre.
—Voy a disfrutar con el sonido de todos y cada uno de tus huesos saliendo de tu cuerpo —espetó con furia, tomando su pequeña forma lobuna.
Para entonces, los pájaros que quedaban ya se habían posicionado en sus respectivos lugares. Silvio retrocedió con una sonrisa de superioridad.
—¿Y cómo piensas hacerlo? Esos colmillitos de cachorro no servirían ni para pelar una manzana.
La niña se detuvo, gélida y abrumadora sobre su propia posición. Hilos de sangre oscura escurrían ahora desde los cortes de su piel.
—Un bebé de lobo no puede superar a un adulto por mucho que lo intente. Los adultos tenemos más experiencia para...
—¡Dije que no quería oír cantar más al pajarito! —gritó.
Fue entonces cuando el aire fue invadido por un sonido peculiar, conformado por cientos de distinta tonalidad. Eran murmullos angustiantes, agonizantes y oprimidos; y a pesar de que las gargantas que los emitían eran minúsculas, podían oírse absolutamente en todo el lugar.
«Los pájaros...» Tragué saliva.
Anouk se mantuvo seria, mientras su rival emitía un grito de desesperación al ver como sus seguidores estaban siendo estrangulados todos a la vez. Las aves agitaban las alas con locura, abriendo los picos desmesuradamente para emitir graznidos ahogados y asfixiantes. La causa era una fina sombra enrollada en cada pájaro, una por cada garganta.
—¡Mis aves! ¡Mis alados compañeros! —gritó el italiano con abrumación, usando su Talento para movilizar a sus subordinados sin lograrlo. Y aunque buscaba la forma de cortar las sogas negras, no hallaba el lugar del que procedían.
—Las sombras no avanzan por lugares soleados, es cierto, pero pueden circular libremente por aquellos lugares que siempre son oscuros —anunció la niña con alegría, señalando los cables negros en los que estaban posados los pájaros. Allí, imperceptiblemente, se enroscaban las sombras alargadas, originándose a partir de la proyección del poste de electricidad. En cuanto a las aves que estaban posadas en las cornisas de la iglesia, las sombras habían llegado hasta ellas siguiendo la proyección del canalón.
Ningún pájaro logró escaparse de su letal hilo oscuro, y todos fueron quedando inertes tarde o temprano pero sin librarse de su propio minuto de sufrimiento. Minuto que Silvio sufrió más que todos aquellos animales juntos.
—¿Adonde fue tu visión conjunta ahora, señor de los pájaros? —se burló Anouk, repentinamente ubicada a los pies del competidor. Cuando el italiano quiso reaccionar, una nueva onda expansiva chocó en su cuerpo estrellándole vigorosamente contra la pared de la iglesia. Apenas logró llenar sus pulmones de aire, el cachorro se halló subido en su pecho, con su pequeño hocico puesto a la altura de su rostro.
—Tus... patéticos colmillos... siguen teniendo el mismo... problema —jadeó Silvio con voz cansada, procurando ignorar las muertes que estaban aconteciendo a su alrededor y manteniendo la vista clavada en los ojos de la niña. Para su sorpresa, no fue ella quien contestó.
—Entonces permíteme que me encargue de esto... —La inquietante voz que acompañaba a Anouk se repitió, levantando rumores y cuchicheos por toda la masa de espectadores.
«Un demonio... Están volviendo a referirse a un demonio...»
Tragué saliva. Misha parecía igual de fascinada, pero de una manera mucho más sana que yo.
«Pero los demonios no existen... ¿verdad?»
Sin esperar demasiado, Anouk abrió las mandíbulas. Desde lo más profundo de su garganta emergió una mano negra, retorcida y correosa. Podría considerarse humana de no ser porque tenía únicamente cuatro dedos, coronados por cuatro garras largas como cuchillos. La mano se posó en el rostro de Silvio, que tenía los ojos desencajados de terror... y se cerró sin apenas esfuerzo, produciendo el crujido más desagradable y estremecedor que pudo escuchar jamás una persona.
Y yo apenas podía creer lo que veía. Esta vez no había ningún efecto especial de cine detrás de aquella escena.
Cuando la mano desapareció por donde había salido y Anouk se volvió para proclamarse vencedora, tenía la cara salpicada de sangre y vísceras. El confeti que celebraba el espectáculo eran los cuerpos de las aves al caer desde lo alto.
—¡Silvio Bazza, usuario de Aves, proveniente del clan Bazza y de la ciudad de Perdomo; participante número catorce! ¡Derrotado a manos de Anouk Vardeen Strauss, originaria de Annelisse; participante número uno!
Y allí... tan joven como era... tan pequeño como me sentía en comparación con Anouk... observándola arrancar el anillo del cadáver y levantarlo felizmente, y mientras sentía que me iba a mear en los pantalones, recordé las palabras que Garra me dijo en su día:
«Ten muchocuidado de quien te encuentras por el camino, y sobre todo, no te fíes de loque cada uno aparenta ser».
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