11. Razonable, compasivo
La ciudad está irreconocible. Ya no solo la superpoblación del suelo, ahora están todas esas... colmenas ahí subidas. Ni siquiera el amanecer enrojece el suelo como antes; ni siquiera hay sitio en el cielo para las estrellas.
Esto es de locos. Poner casas en el aire.
Solo los pájaros lo encuentran más cómodo. Más sitios para posarse, supongo.
Y luego están los cables y las tuberías cayendo hasta el suelo, igual que los últimos espaguetis que cuelgan de un tenedor. Qué molesto... A lo mejor me estoy quejando demasiado; supongo que simplemente no estoy acostumbrada a verlo.
¿Tan reacia soy a los cambios? ¿Incluso cuando no me afectan directamente? ¿Uno de esos perros callejeros, que ni come ni deja comer?
No. Es otra cosa. Lo que ocurre es que cuanto más lo medito más pienso que es un error... Un desastre para todas y cada una de las personas que están a merced de esta trama.
—Y... ¿qué tal anda Vine? ¿Te has enterado?
La chica con el pelo teñido de verde clavó su mirada en mí de nuevo, con sus ojos también esmeraldas.
—Sí. No se puede hacer nada; al parecer no pudieron recuperar el ojo.
—Medio ciego a su edad. Es una pena.
—Encima no te lamentes, Anya. Él mismo ya lo hace lo suficiente, noche y día. Tenías que oírle gritar en el hospital.
—¿De dolor?
—De furia. No puede aceptarlo. A su edad solo importa la reputación y el sexo; y por más que insistimos en que las cicatrices hacen a cada persona un poco más admirable, ya no encuentra su lado interesante por más que se mira ese parche en el espejo.
—Entonces está más ciego de lo que cree. —Anya sonrió con un suspiro.
—Y que lo digas. Además, en los tiempos que corren las arpías son las que menos daño pueden ocasionar, y él lo reconoce. Otra ofensa más que añadirse, otro motivo de lamento; sobre todo porque sabe que el resto del mundo también lo sabe.
—Qué estupidez. Un cuchillo no deja de ser un cuchillo, lo empuñe un gigante o lo empuñe un enano.
—Es un crío. Qué puedes esperar de una mente hirviendo en hormonas...
—Hay algo más preocupante, Gala. Las arpías... dicen que se han vuelto más inteligentes.
—¿Eso dicen? ¿Acaso les hemos regalado un trozo de nuestros cerebros? —Me eché a reír—. Una arpía siempre será una arpía. Un pato demasiado grande y con el pico demasiado afilado.
—No es ninguna broma. —Anya bajó la voz—. Oliver, Ander... Todos lo dicen.
—Oliver y Ander son más estúpidos que las arpías.
—Y Shawn. Y Alabastro. Y Garra. —Me miró con seriedad—. El rastreador comprobó que la bandada había eliminado a los pájaros que debían avisar si había algún imprevisto, y que llegaron desde el sur para que el viento no delatara sus aromas. Se habían puesto de acuerdo para planear una emboscada; por primera vez en la historia.
—¿Y eso es más inteligente? ¿Qué estúpido organismo con un poco de cariño a su vida se atrevería a atacar a un grupo de cazadores experimentados?
—Uno que sepa que van tras ellos, que sepa que van a morir si no actúan en la mejor circunstancia que se les presente. Y ellas lo supieron; lo presintieron de alguna manera.
—Presentir no les sirvió de mucho si se quedan a morir, en vez de batir sus alas para sacar su culo de allí.
—Eso no es lo único. Dicen que las escucharon hablar —replicó Anya.
—Sí... Algo así he oído. Pero no es algo que me preocupe; que yo sepa, no se pueden forjar alianzas o crear estrategias a partir de la palabra «perro». ¿Acaso tú puedes? —Reí, con sorna.
—A partir de la palabra «perro» se empieza, Gala.
Anya bufó, apartándose de la barandilla y dando unos pasos hacia alguna parte. No contesté, limitándome a seguirla con las manos en los bolsillos.
—¿Qué con esos dos? ¿No es ese tu pupilo?
La vendedora de plantas señaló a Silver con la cabeza. Desde aquella alta terraza teníamos unas vistas privilegiadas de las calles más próximas. Al acercarme entrecerré los ojos, divisando al muchacho sentado en un banco con aquella chica rubia que siempre caminó entre las patas de Esquivel.
—Sí, es él. Últimamente está... muy apegado a Misha. Desde que le salvó de una arpía aterradora el día de la cacería... o algo así me dijo.
—¿Qué? No sabía que Misha había ido.
—Yo tampoco. —Me quedé en silencio, mirando a la pareja con ojos críticos.
—Son encantadores. Ambos. ¿No crees que pegan bien? —Anya me miró con una sonrisa burlona. No contesté. Mi rostro estaba inexpresivo, perdido en mis pensamientos. Contagié mi seriedad a la chica de mechas verdes.
—Gala...
—¿Ajá?
La chica tragó saliva. El brillo de sus ojos tembló de preocupación.
—Tú también te negaste a que trajeran el Div' Vulk aquí ese día, en la asamblea, ¿verdad?
—Así es. ¿Acaso no soy la única intranquila por ello? —indagué—. Porque parece que en esta puta ciudad de ciegos todo el mundo se limita a levantar la vista al cielo y sonreír.
—Ese es el problema. Es mi hermano... uno de esos ciegos. Cree que el Div' Vulk ha venido aquí para darle una oportunidad.
—Ciego no. Idiota. —Entorné los ojos con dureza—. Esa es la cara oculta del torneo. Suele llevarse a la muerte a muchas más personas de la ciudad hospedadora que a extranjeros. Cuando se trata de viajar a otras tierras la gente es más reacia, pero si se celebra justo en su calle... Correr hacia el premio es demasiado fácil. O lo ven demasiado fácil —corregí—. Las ciudades lo saben. Cuentan con ello; como un factor más. Son los débiles, los impulsivos, la carnaza, el relleno, la diversión fácil para los espectadores.
—Tengo miedo. Tienes que hablar con él. Tiene unas neuronas fuertes, pero su fuerza es como un chiste malo en comparación con la del resto de participantes.
—¿Y por qué iba a escucharme? ¿A mí, en vez de a su hermana?
—Porque él te admira.
Desvié la vista.
—Yo admiro su capacidad para mantenerse tranquilo toda su vida, vendiendo plantitas. Dile que no trate de cambiar eso, que es lo único que le mantendrá con vida hasta los sesenta.
—No quiere llegar a los sesenta vendiendo plantitas. Ansía más; ansía la gloria. Quizás en su cabeza solo haya un montón de serrín también, como en la de Vine. Pero... Prométeme que hablarás con él.
—Puedo prometerte hablar, pero no hacerle cambiar de opinión. Con los jóvenes no sirven de nada los sermones ni las amenazas; si quieres que hagan algo bien deben darse cuenta por sí mismos. Solo la motivación puede guiarlos hacia un sendero u otro.
—Hablas como si tú fueras una vieja, Galarie. ¿Y cuántos tienes? ¿Veintiséis?
—Eso no importa. Hay lugares de esta ciudad donde se envejece muy pronto...
◊ ◊
Silver se colocó bien el cuello de la camisa, inquieto. Era la primera vez que hacía una cena especial; la primera vez que vestía un poco más formal. No conocía el restaurante, pero saber que era frecuentado por los individuos más prestigiosos solo le hacía preguntarse si estaría a la altura de su educación. ¿Cuál escogería si le ponían tres tenedores distintos? ¿Era de esos sitios en los que el pan se parte con cubiertos?
Ojeó su monedero con un suspiro. No había encontrado maneras para negarse a que Misha le invitara a la cena; su economía no iba demasiado bien, sobre todo sin un trabajo estable como el que muchos de sus recientes amigos tenían: Alabastro trabajaba como diplomático en otras ciudades vecinas, Martina y Joana pertenecían a las líneas de las fronteras, Oliver y Ander eran capataces en algunos sectores de la construcción y Bass y Tambourine le habían ocultado su cargo por motivos estatales. Podía seguir nombrando; pues incluso Shawn, con sus trece tiernos años de edad, tenía un puesto privilegiado en la Unidad de Estrategia Militar. El único que carecía de empleo era ZigZag, aunque la prestigiosa Academia de Artes de la ciudad había pagado sus numerosos servicios con una reserva de dinero que difícilmente podría gastar antes de cumplir los cincuenta.
Por último, se encontraba él, el novato. El cachorro perdido durante doce años que subsistía a base de arañar al Estado un poco de dinero cada semana.
—No te preocupes, Silv —le había dicho Joana—. Un tigre siempre nace siendo gato.
Pero cómo no preocuparse. Aunque sea ofenderse; era lo mínimo. Sobre todo después de volver de aquella desastrosa cacería de arpías y que le obsequiaran con su primer pago por «ayuda a la comunidad». A él; que se había quedado agachado junto a aquel arbusto con el rabo entre las piernas.
Suspiró. De aquello hacía casi ya tres meses; justo el tiempo que habían terminado de construir aquellas casas en el aire. Melosamente molesto porque su pellejo hubiera sido defendido por otra persona que no fuera él mismo, decidió pedir ayuda a Gala para someterse a un duro entrenamiento basado en la caza rápida y efectiva; algo que inevitablemente le había enredado en los temidos hilos del asesinato. Cuando le contó a su tutora su preocupación, insistió en que solo debía darle ese nombre al acto de eliminar la vida de un semejante, y que él todavía se encontraba más limpio que un algodón de azúcar.
Sí. Fueron meses arduos y desagradables para el muchacho, pero los esfuerzos se veían dulcificados cada tarde, cuando después de haberse manchado con la sangre de otra víctima esperaba a Misha en aquel banco, junto a la fuente. Sonrió involuntariamente. Aún no comprendía cómo se había acercado tanto a su salvadora, ni cómo ella había aceptado la compañía de un extraño tan gustosamente. Incluso pareciendo un comportamiento obsesivo, había logrado interceptarla aquel día en el Gran Mercado, aún sin saber de ella nada más que su nombre y días después de que hubiera reventado la garganta de aquella arpía en el bosque. Se había limitado a sonreír, y había aceptado un café procedente de la pobre economía de Silver. Tras una amena charla que había durado nada menos que dos horas y que al muchacho le parecieron diez minutos, la chica se despidió prometiendo que algún día volverían a verse. Qué idiota. Una vez más se le había olvidado preguntarle algo más acerca de ella; ni siquiera sabía dónde volver a encontrarla.
Pero ella cumplió su promesa, al día siguiente y cada día de los meses siguientes, en el mismo sitio.
—Hola, Silver. —Estaba aquí de nuevo, con su pelo dorado-desteñido revuelto por el viento y sus ojos azules una vez más penetrando en los del chico.
—Hola. ¿Cómo fue tu día hoy? —Se encontró sonriendo estúpidamente. Lo cierto es que se encontraba bastante cómodo a su lado.
—Nada fuera de lo normal. Algunas entrevistas, reuniones, y cosas así. La verdad es que estaba esperando a que esta cena me rescatara de mi rutina... —Comenzó a andar, metiendo sus manos en los bolsillos. Su voz le agradaba demasiado, era suave e infantil, melodiosa como la de aquellas niñas que salen bailando entre las sábanas de los anuncios de detergentes; con ese exótico acento que relajaba el pronunciamiento de las erres. Pero no al estilo inglés como el suyo, si no de una manera mucho más lejana, mucho más oriental.
—¿Reuniones y entrevistas? ¿Eres periodista, o algo así? —preguntó con curiosidad. Misha soltó una carcajada.
—No, aunque yo también debo anotar lo que escucho y entrever las mentiras... —Silver la miró expectante—. Lo cierto es que no puedo definir mi trabajo con exactitud, me encargo de cosas muy variadas... Dirigir a otros, y...
—¿Es por eso que no puedo ir a buscarte y siempre tenemos que quedar en la plaza? ¿Tiene que ver con tu trabajo?
—Sí, justo eso. Además a Esquivel no le gustaría ver a un chico esperándome a la puerta del edificio. Suele ser bastante receloso con los acompañantes de su hija, aunque supongo que es lo normal.
Silver frenó en seco, abriendo los ojos como platos.
—¿Tú...? ¿Eres la hija de Esquivel? ¡¿Del Líder de La Ciudad Que Nunca Duerme?!
—Sí, normalmente lo soy... —rió musicalmente, con un deje de ironía.
—¿Por qué no me lo habías dicho antes?
—Presentarse como la hija del Líder nada más conocer a alguien me parece un exceso de arrogancia. Todo es más fácil cuando los lazos de tu apellido no son visibles. Además, tú estás saliendo conmigo, no con mi padre...
—¿Estoy saliendo contigo? —preguntó Silver, dando otra connotación a la palabra.
—¿A ti que te parece? Estamos fuera de casa, andando por la calle. ¿Acaso en tu idioma lo llamáis de otra manera? —farfulló la joven con inocencia. Nos quedamos un momento callados, doblando una esquina de ladrillos ocres hacia el restaurante.
—Pero... tú no te pareces a Esquivel... Quiero decir, no es como que lo haya visto en persona, pero Gala me lo describió como un hombre robusto y moreno, de pelo negro y ojos marrones. Tú... eres todo lo contrario. —Dedicó unos segundos a mirarla, a deleitarse con la perfección de su figura, de su fragilidad, de su dulzura y de su piel blanca como el marfil.
—Sí, es cierto. Ese tema suele estar en la palabrería de los extranjeros, pero se contesta con una sencilla explicación: los genes albinos fueron traídos por mi madre. Supongo que siempre he tenido predisposición hacia lo poco común. —Se echó a reír—. Si te preguntas por mi acento, también tiene explicación; pasé gran parte de mi vida entrenándome en la ciudad rusa de Annelisse. Soy la prueba clara de que todo se pega...
Misha posó su mirada sobre la de Silver, el cual aún tenía una expresión de extrañeza. No es que dudara de la chica, pero jamás habría imaginado que con quien compartía el desayuno cada mañana era con Esquivel.
—Hemos llegado. —ronroneó, tocando el timbre del restaurante y distrayendo los pensamientos del chico.
◊ ◊
—¿Hola? Saludos desde la Tierra. ¿Qué tal las cosas por ahí arriba?
—Ugh... ¿Qué? —Silver parpadeó confundido, volviendo a mirarme.
—Normal que estés un poco perdido, has tenido que bajar 2000 kilómetros de un tirón. ¿No te da ni un poquito de vergüenza estar en las nubes mientras yo te estoy hablando? Recuerda que tú fuiste quién me pidió esto. Estoy a un paso de bebé de darme la vuelta y volver por donde he venido.
Mostré los colmillos, malhumorada. El chico bajó la cabeza a modo de disculpa, volviendo a prestarme atención.
—Lo siento, Gala. —Sonrió levemente, desvelando lo que le rondaba la mente—. ¿Sabes? Ayer, mientras Misha me enseñaba a tocar el piano se acercó mucho a mí y...
—¿Por qué me estás contando eso? —espeté con antipatía, dando la vuelta a los ojos. Inmediatamente contagié mi estado de ánimo al muchacho.
—Eso mismo me pregunto yo.
Ambos soltamos un bufido; así que me limité a sacudir la cabeza e indicar, con un ladrido:
—Céntrate. Tienes un ciervo a quinientos metros, quién sabe dónde, y esta vez es macho y adulto. —Sonreí mostrando una hilera de dientes, pues era obvio que sí conocía su paradero. Mi objetivo era que él también lo averiguara. La dificultad de la caza había aumentado por diez desde que empezamos la primera vez—. Tienes cinco minutos para traerlo.
Di la señal y Silver desapareció en el espesor del bosque. Apenas había logrado relajar mis músculos cuando el lobo volvió a aparecer antes de que hubieran pasado tres minutos. Soltó su presa a mis pies, con evidente muestra de orgullo. El chico había mejorado innegablemente, y algo me decía que no era precisamente para complacerme a mí.
—Un corte bastante limpio. No está mal teniendo en cuenta su peso; aproximo que de unos ciento cincuenta kilos. —Clavé mi vista en el joven de ojos dorados, algo agazapado frente a su premio—. Pero tú estás herido, probablemente te consiguiera cocear en el forcejeo. El costado es la parte más desprotegida cuando estás asfixiando, y los herbívoros tienen las patas demasiado largas.
El resoplido del lobo confirmó mi suposición. Tomé una expresión cariñosa, casi maternal por un momento. No entiendo ni qué se me pasó por la cabeza.
Repentinamente, el silencio fue golpeado por un alarido estremecedor. Sonó angustioso, agonizante; el grito demencial de una bestia recién derrumbada. Por si había quedado alguna duda de su procedencia, volvió a repetirse una y otra vez con más fuerza y proximidad, hasta que finalmente se dejó arrastrar al lugar una mole de pelos, cautiva de mi mirada y la de mi pupilo. Un gran licántropo azabache, estilizado y alto como un galgo corredor, acompañó a su presa sin rematar dedicándonos una mirada arrogante. La situación le confería unos andares elegantes... orgullosos sin que fuera consciente de ello, y aún así, siéndolo. Me costó unos instantes reconocer la clase de animal que arrastraba, grande como un rinoceronte y peludo como un oso.
«Espera... Sí es un oso».
Sus continuos alaridos me habían despistado; el animal había cambiado el tono de su gruñido habitual por otro inducido a la desesperación que lo hacía irreconocible. Mis dudas se despejaron cuando el oso se retorció para mirarnos con aquellos ojos pequeños y llorosos. Aquellos que parecían haberse inyectado en sangre minutos antes a causa de la ira.
El lobo de vista verdosa finalizó su descanso y volvió a morder a su presa para arrastrarla lejos de nosotros, llevándose de regalo una mirada de envidia por parte de Silver. Una gran lengua de sangre iba marcando su camino. Eché una ojeada a mi pupilo, quien plegaba las orejas en un intento de ensordecerse; esos berridos eran desagradables para cualquiera sin un estómago de acero y con un poco de empatía, aunque yo logré mantener alta mi expresión de indiferencia. Pareciendo leer nuestras mentes, el lobo enterró su hocico en el mar de pieles oscuras y asfixió al oso sin demorarse, que gimió una vez más antes de dejar los ojos en blanco.
—Qué buena persona... —comenté en alto con un deje de ironía, pero con un claro matiz de agradecimiento en mis palabras—. Creo que tu compasión ha librado al cachorrito inglés de vomitar todo su desayuno... Sony.
—Con esos berridos ahuyentaría la caza del lugar. Soy razonable, no compasivo. —La voz de Sony sonó suave pero firme, con ese tono natural que encendía las mejillas de todas las muchachas—. La compasión es la excusa de los cobardes; no es bienvenida conmigo.
Para mi sorpresa, el muchacho soltó al oso en la pequeña explanada y se giró con la intención de abandonar el lugar. Alcé una ceja, sin entender, con demasiada extrañeza como para quedarme callada.
—¿No te lo llevas?
—¿Para qué? Mi único objetivo era su muerte, prefiero dejarlo para los que su único objetivo es comer.
Eché las orejas hacia atrás, comprendiendo.
—Es el Div' Vulk. Estás entrenando para presentarte.
—Estoy entrenando para ganar —corrigió, con seria ferocidad—. Mi espectáculo quedará grabado en la retina de los espectadores durante mucho, mucho tiempo.
◊ ◊
Silver dio un profundo sorbo al batido, que hizo burbujear el interior de la pajita. Dirigió su atención hacia el exterior, donde podía ver pasar a los transeúntes a través del cristal.
—Bueno. ¿Qué tal van las cosas por tu alrededor? —Misha posó sus preciosos ojos azules sobre los dorados de Silver.
—Todo viento en mi vela. El otro día conseguí cazar un oso grizzli, un ejemplar hosco y desorientado en la parte sur del Bosque Arrastrado. Ni siquiera hizo falta que Gala interviniera, aunque creo que fueron los diez minutos más tensos de mi vida.
—Dios mío, ¿un oso ya? ¿No te hizo daño? —preguntó la albina con preocupación, encerrando la mano del muchacho entre las suyas llenas de anillos. Silver se echó a reír y se levantó la camiseta para mostrar cuatro surcos cubiertos de costras en el abdomen. Estaba enrojecido y elevado como si fueran cordilleras, pero tenía el aspecto de una herida sanada.
—No es nada grave; de momento es la única prueba de orgullo que tengo desde que llegué aquí.
—Ah... Casi parece que fue ayer cuando te salvé de aquella arpía, y ahora estás cazando grizzlis tu solo a cincuenta leguas de la muralla de la ciudad. ¿Cuando fue aquello de...?
—Hace nueve meses. Todavía tengo esa espina clavada, reprochándome que hubiera huido ante esa gallina voladora.
Misha rió, haciendo un gesto con la mano para quitarle importancia.
—Los osos son las criaturas más peligrosas que vas a poder cazar en este entorno, sin contar a otros Aleaciones. ¿Cómo llegaste a ese nivel de dificultad? Dudo que Gala hubiera tomado la iniciativa de ir tan deprisa, normalmente los entrenamientos llevan unos dos años.
—Fue hace un par de meses, mientras yo todavía cazaba herbívoros. —Silver bajó la mirada—. Había dado muerte a mi venado, cuando ese tal Sony apareció arrastrando a un bicho que Gala calificó como oso pero a mí me pareció casi una bestia prehistórica. Estoy seguro de que no era un grizzli; evidentemente lo atrapó en otras tierras y lo trajo hasta los límites de la ciudad... él solo.
El muchacho usó su pajita para dar vueltas al batido, procurando que su voz sonara lo menos envidiosa posible.
—Desde ese momento pedí a Gala que me entrenara con más ahínco, hasta que pudiera llegar a la altura de esa caza.
—No intentes imitar el nivel de otros. Las circunstancias de cada uno son las que establecen su límite... —aconsejó la chica, sirviéndose más limonada.
—Sí. Las circunstancias... —Silver alzó la vista hacia Misha—. Gala me contó las circunstancias de Sony. Esas sí que no son nada envidiables.
—¿Qué te contó exactamente? —preguntó la chica con curiosidad.
—Aquello de su clan centenario, los Fawkes, que rivalizaban con el clan Évone por las tierras de Altaria. Al parecer, una noche unos desviados mentales del clan vecino asesinaron a casi todos los Fawkes y solo dejaron vivos a aquellos que en ese momento se encontraban fuera de las murallas. Se supone que aquello ocurrió cuando no eran más que unos críos, pero desde entonces Sony y Dylan Fawkes heredaron toda la fortuna de su clan por ser los primeros en la línea de sucesión y se convirtieron en los niñitos más ricos de toda la ciudad. Así, sin mover un dedo. —Silver parecía resentido; él se estaba esforzando mucho para encontrar un trabajo, mientras que en el lado opuesto de la ciudad otros vivían en mansiones sin mancharse las manos—. ¿Por qué? ¿Acaso sabes algo más de ellos?
—No mucho más.
Silver bebió otro sorbo de la pajita.
—Pero no lo entiendo. ¿Cómo un clan puede llegar a hacerse tan rico y famoso? Corre el rumor de que la fortuna de ambos Fawkes puede solucionar las vidas de cincuenta familias enteras. No podrán gastarse todo lo que tienen.
—No los envidies. Ellos cambiarían todo su dinero por devolverle la vida al clan, y tú deberías entenderlo. No eres el único que ha perdido a sus padres. —Misha enfatizó su frase, provocando el suspiro de Silver—. Pero es cierto que no han tenido que mover un dedo para merecerlo... Al fin y al cabo el prestigio se gana con la antigüedad, y el clan Fawkes la tenía desde el siglo dieciséis.
—¿Dieciséis? —Silver abrió mucho los ojos.
—Sí. Fue fundado por Guy Fawkes, un revolucionario inglés de esa época. No sé si sabrás quién es...
—¿Bromeas? —El chico sonrió, todavía sorprendido—. ¡Yo soy inglés! Todo el mundo conoce a Guy Fawkes en Inglaterra. El cinco de noviembre se celebra la Bonfire Night, donde se hacen hogueras para conmemorar su intento de explosión del parlamento.
—Yo no sé mucho de él, pero los libros de Eops dicen que fue un carismático licántropo con el exclusivo Talento de la Tormenta, heredado a su clan. Quién sabe, quizás por eso llueva tanto en Reino Unido...
Misha se quedó pensativa, y mi cerebro volvió a descolocarse por las coincidencias. La chica pagó al camarero y salió del local para pasear por la Avenida Real, una calle ancha custodiada por hileras interminables de jardineras a ambos lados. El sol pegaba fuerte, más de lo que Silver estaba acostumbrado en su anterior vida gris. Al pasar por uno de los enrevesados afluentes de la calle, ambos pudieron observar un esqueleto de andamios que estaba ayudando a construir un edificio circular. El estilo de arquitectura no concordaba con el resto de casas; tenía un aire antiguo, oriental, con rojos tejados apuntados y unas columnas rayadas sosteniendo la entrada. Lobos y humanos robustos trabajaban en equipo a su alrededor para transportar los materiales.
—¿Qué es eso? —preguntó el muchacho, aireándose con la mano a modo de abanico. A pesar de que llevaba una camiseta de manga corta y cuello de pico, la tela negra parecía querer acaparar todo el calor del ambiente para sí. En su mente, Silver lamentó no haberse puesto una camiseta de color claro.
—Mi padre me dijo que andaban construyendo termas en esta parte de la ciudad. Aquí no hay costumbre, pero en Vanadium y en los países asiáticos es tradición desde tiempos muy antiguos. Al parecer, Takara y Chikara exigieron su construcción para honrar la edición anterior del Div' Vulk, celebrada en Chikara. Supongo que verlas aquí hará que se sientan orgullosos y cómodos.
—¿La edición anterior del Div' Vulk? ¿Quién la ganó? —preguntó Silver en un arranque de curiosidad.
—No recuerdo su nombre; era un tipo extranjero. Además fue hace tres años... No lo tengo demasiado reciente.
Misha siguió caminando, perdiendo de vista las termas. Al pasar junto a la fuente, un artista de la calle vestido de rombos le regaló una flor.
—Ese concurso de caza... —Silver miró a su compañera—. ¿Es tan duro como se cuenta?
—Se cuentan muchas cosas... Pero ninguna dice que sea fácil, es cierto.
—Dicen que vienen licántropos de todo el mundo, algunos muy prestigiosos. Dicen que compiten en una gran cacería sin saber quién participa, que tiene lugar a tiempo real y que tienes que estar siempre atento. Ahí está la dificultad. —Silver adoptó un paso más lento y despreocupado—. Y tengo entendido que compiten por un premio jugoso. ¿Tú sabes qué premio?
—Un alto cargo en las ciudades más importantes, generalmente. Así ha sido durante las últimas ediciones, aunque en las primeras se compitió por premios materiales.
—¿Un alto cargo? Así, ¿de repente? ¿Pasar de lo más bajo a lo más alto? —Silver alzó las cejas.
—Si eres capaz de ganar, no mereces ser de lo más bajo. Ese es el punto.
—¿Y cualquiera puede apuntarse? ¿Hasta un impuro sin dinero como yo?
Silver miró a Misha de reojo, a la expectativa. No tardó en recibir la mirada asustada de la rubia.
—Silver... ¿Qué quieres decir?
—Tu padre siempre ha dicho que un rey se merece una reina, que los obreros no pueden satisfacerles ni merecerles desde un nivel inferior. Aquella vez, cuando yo estaba esperándote en la escalera. Se limitó a asomarse con esa juzgante mirada de gato analizando al ratón y a sonreírme hasta que me vi avergonzado de mi propia humildad. No aceptará a nadie con un prestigio bajo, y no necesito que me lo diga directamente para darme cuenta. Si tan solo yo pudiera...
—No. —Misha se giró para cortarle el paso, mirándole a los ojos con una seriedad abrumadora—. No puedes apuntarte al Div' Vulk; no es una opción viable para ti. No puedes ganar.
—Puedo intentarlo. He mejorado mucho.
—Si lo intentas y pierdes, todo habrá sido en vano. No hay sitio en el mundo para los perdedores del torneo.
—¿A qué viene ese radicalismo? —Silver frunció el ceño—. No hay nada de deshonroso en entrar a comprobar tus límites.
—Tus límites se comprueban antes. Al Div'Vulk solo se apuntan los poderosos y los idiotas. —Misha abrazó al muchacho, apretándolo fuertemente contra sí. Su rostro estaba más pálido de lo normal, y sus ojos demasiado brillantes a causa de la preocupación—. Es muy peligroso, Silver. No quiero que te pase nada. Prométeme que no te apuntarás.
—¿Por qué estas tan nerviosa? —Silver correspondió al abrazo, con una mueca de confusión—. Solo es una competición de caza.
—Silver... Es un torneo a muerte —murmuró en su oído con un hilo de voz—. Consiste en dar caza al resto de participantes.
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